Bella bajó la escalera tarareando y fue directamente a la cocina. Estaba comenzando a acostumbrarse a disponer de un poco de tiempo para ella misma.
Que siguiera sintiéndose genial al recordar cómo le había hecho el amor Edward aquella mañana también ayudaba. Sonrió en secreto. Tenía ganas de darle una sorpresa que le hiciera ilusión. Su único problema era que no tenía ni idea de qué podía regalarle a un hombre que podía comprárselo todo, suponiendo que no lo tuviera ya.
-Doria, ¿dónde está Ben? -Miró a su alrededor en la cocina sin encontrarlo.
El ama de llaves le sonrió y señaló con la barbilla hacia la cristalera. Bella se paralizó al descubrir a Edward tendido en el césped con
Ben mientras hacían volar aviones de papel.
-Es una vista preciosa, ¿verdad? -Doria sonrió-. Siempre sospeché que Edward algún día se convertiría en un padre maravilloso. Me alegra comprobar que no me equivoqué.
Bella se acercó al ventanal y se abrazó. Edward parecía no tener nada mejor que hacer que pasar el tiempo con el pequeño y solo un ciego sería incapaz de ver que lo disfrutaba. No, Doria no se equivocaba. Bella no tenía más remedio que admitirlo, aunque la teoría de la mujer tenía una pequeña falla y era que Edward no era el padre, sino el tío de Ben. Una enorme pesadez se alojó en su pecho. Hacía días que no pensaba en Eduardo. A él también le había gustado jugar con Ben, aunque solo lo hacía a ratos.
Sacudiéndo la cabeza y se giró hacia la salida.
-Doria, ¿por casualidad hay folios? Ahora que están los dos ocupados, voy a aprovechar el tiempo para organizarme y quiero hacer algunas listas. -Bella prefirió callarse que la lista que pensaba hacer era para encontrar el regalo perfecto para Edward.
-En el despacho debería haber. Suelen estar en el mueble debajo de la impresora.
-Gracias. Estaré en mi cuarto. ¿Podría avisarme para el almuerzo?
-Por supuesto. Enviaré a Erika.
De camino al despacho, Bella se detuvo cuando, a través de una de las puertas de cristales abiertas, le llegó la voz de Edward acompañada por las carcajadas de Ben.
-Cuando seas mayor, convenceremos a tu madre para que te deje pilotar el helicóptero conmigo. ¿Te gustaría?
Bella sacudió la cabeza con una sonrisa al presenciar cómo alzó a Ben en el aire y lo hacía volar como si estuviera montado en el helicóptero. El pequeño, por su parte, chillaba y pataleaba entusiasmado.
-¡Ewww… ! Ten cuidado con esas babas. No tengo ganas de tragármelas. -Tapándose la boca para retener la risa, Bella observó cómo Edward sentó a Ben sobre su regazo y le secó la barbilla con el filo de su propia camiseta-. ¿Sabes? Creo que podríamos llegar a un acuerdo-. Edward pellizcó la diminuta nariz infantil-. Tú me ayudas a convencer a tu madre para que se quede aquí, conmigo, y yo te echaré una mano para que ella te deje ser piloto. ¿Qué te parece el trato campeón? ¿Estás dispuesto a compartir a tu mamá conmigo?
Con el corazón latiéndole a mil por hora, Bella se apartó apresurada de la cristalera. ¿Edward tenía planes a largo plazo para ellos?
Quiso soltar los mismos grititos que soltaba Ben cuando estaba excitado por algo.
-Erika, ya que vas al salón, comprueba si aún sigue la bandeja allí - resonó la voz de Doria desde la cocina.
Con una mano sobre su pecho, Bella corrió de puntillas al despacho y se apoyó en la puerta en cuanto la cerró tras ella.
¡Edward tenía planes para incluirla a ella y a Ben en su vida! Si no lo hubiera oído ella misma, ni siquiera se lo habría creído. Sintiéndose como una pluma, se acercó al escritorio y se sentó en el sillón de
Edward. Acarició el suave cuero marrón de los brazos con una sonrisa. Hasta podía oler su suave perfume en el ambiente. Estudió las paredes del despacho. De los pocos cuadros que había, la mayoría eran de paisajes o retratos de desconocidos que representaban diferentes culturas. Todos poseían en común la expresividad de sus rostros.
La única foto personal que había era la que se encontraba encima de su escritorio, en la que Edward posaba junto a los que suponía que eran sus padres y Eduardo. Alargó el brazo para coger el marco y gimió cuando cayeron varios sobres al suelo. Con un suspiro, los recogió y volvió a colocarlos en su sitio. Solo podía rezar para que el orden de ese correo no tuviera importancia.
Con el marco en la mano estudió la fotografía. Ambos hermanos habían sacado los pómulos marcados y la barbilla fina de su padre, pero la nariz estrecha y algo puntiaguda, los ojos azules y el cabello moreno eran definitivamente de su madre. Que Ben hubiera sacado esos mismos rasgos despertó ternura en ella. Si Edward había dicho en serio lo de que vivieran juntos entonces, la gente probablemente confundiría a Ben con su hijo. ¿Le gustaría eso?
De repente, sonrió. ¡Lo tenía! Había algo que Edward no poseía aún: una foto de él y Ben. Y en el móvil seguro que todavía le quedaba alguna de Ben y Eduardo que pudiera meter en un marco doble. Estaba tan feliz con su idea que pegó un salto para ponerla en marcha cuanto antes.
-¡Otra vez no! -gimió cuando volvió a caer el montón con la correspondencia.
Su aliento se detuvo al ver una fotografía de una pareja en el suelo. Se agachó a recogerla y se desplomó en el sillón. No conocía a la mujer de nada, estaba segura de ello. Se fijó enEduardo. ¿Cuándo había estado así de radiante con ella? No recordaba ni una sola vez después de que se casaran. Puede
que tampoco antes. Bella dirigió la vista al resto de cartas esparcidas y las recogió hasta que solo quedaron un sobre marrón y varias fotografías más, todas y cada una de ellas con Eduardoy aquella mujer.
Tardó un buen rato en reunir el valor de recogerlas. Cuando lo hizo, fue con dedos temblorosos. Las colocó una por una en la mesa y acabó de vaciar el sobre. En una de aquellas fotografías reconoció el chaleco que le había regalado a Eduardo por navidad.
Despacio, como si cada una de aquellas imágenes pesara una tonelada, volvió a guardarlas en el sobre y lo escondió entre el resto de la correspondencia. Fue a su dormitorio y se hizo un ovillo sobre la cama.
Las imágenes de Eduardo feliz y sonriente con aquella mujer fueron pasando por su mente como una presentación de diapositivas.
Todos los abrazos, besos y gestos cariñosos de una pareja que no había tenido con ella en el último año y medio estaban allí, compartidos con aquella desconocida. Los lujos que a ella le había negado, se encontraban reflejados allí. París, Londres, balnearios, joyas, restaurantes de lujo y parajes exóticos…
¿Quién era el hombre con el que había estado conviviendo?
¿Por qué se había casado Eduardo con ella? ¿Solo por Ben? Era algo incomprensible que solo por dejar embarazada a una mujer contrajera matrimonio con ella, sobre todo, en un hombre que podía permitirse el lujo de pasarle una pensión sin demasiados sacrificios.
¿Se había casado porque estaba enamorado y luego había ocurrido algo que lo apartara de ella? No importaba las vueltas que le diera, no conseguía encontrar ni la más mínima explicación.
En la puerta sonó un suave golpeteo.
-Señora, el almuerzo va a servirse en media hora. Bella se secó las lágrimas.
-Gracias, Erika -le contestó sin abrir la puerta-. Por favor, avisa a
Doria y al señor que no bajaré. Tengo migraña y prefiero acostarme un rato.
-¿Quiere que le traiga algo, señora?
-No, gracias. Solo quiero dormir.
Edward encontró a Bella sentada en la terraza de su dormitorio con un vaso de agua en la mano.
-Doria me ha dicho que no te encontrabas bien. -Edward se acuclilló al lado de su silla y la estudió-. ¿Qué te ocurre?
No le pasaron desapercibidos los ojos brillantes ni el modo en el que ella trató de esconderle los pañuelos de papel que tenía en la mano.
Bella lo miró largo rato antes de contestar.
-¿No hay algo que se te ha olvidado contarme? La sangre se congeló en las venas de Edward.
-¿Como qué? -indagó cauteloso.
-Como las fotos que tenías de Eduardo en un sobre. Con un profundo suspiro se sentó a su lado.
-Lo siento -dijo mirándose las manos-. Siento mucho que hayas tenido que enterarte de esa forma.
-¿Desde cuándo lo sabes?
-Desde hace unos días. Le pedí a Miguel que investigara el motivo de la extraña actitud de mi hermano.
Ella asintió y perdió la vista en el horizonte.
-¿Qué te hizo pensar que Eduardo no me quería?
-Yo nunca he dicho eso.
-Pero lo pensabas, ¿vas a negarlo? -Cuando Edward estuvo a punto de abrir la boca para hacer precisamente eso, los ojos llenos de dolor de Bella se encontraron con los suyos
-. No me tomes por tonta, por favor,Edward. Por eso le pediste a Miguel que lo investigara, ¿verdad?
-Nunca comprendí por qué un hombre con la capacidad económica de Eduardo se había casado en secreto, pasando de su
familia. Los griegos, al igual que los españoles, solemos tener no solo familias extensas, sino también muy unidas.
-Estaba embarazada -confesó Bella como si se avergonzara de ello. Edward apretó los puños.
-Me lo imaginaba.
-¿Crees que se avergonzaba de mí?
Al ver sus lágrimas, Edward habría querido estrangular a su hermano por el daño que le había hecho. ¿Qué culpa había tenido ella de sus errores?
-No. Más bien creo que quería tenerte para él solo. Bella resopló.
-Edward,he visto esas fotos. He visto sus caras. Eran felices y se notaba a leguas lo que sentían el uno por el otro. Él jamás fue así conmigo, ni siquiera antes de casarnos.
-Lo siento, Bella.
-Si no puedes deshacer el enredo, al menos ayúdame a conseguir la nulidad matrimonial.
Edward se levantó y se sujetó a la barandilla mientras miraba el mar.
-No puedo hacerlo.
-¿Qué? ¿Por qué no? No hay nada que nos vincule a través del testamento de Eduardo. Y ya te he dicho que no me interpondré en tu camino ni en el de la empresa ni de cualquier otra manera. ¿Qué más quieres de mí?
-¿De qué te servirá la nulidad? No es con Eduardo con quien estás casada.
-Necesito asegurarme de que no ha podido destruir mi vida por un simple capricho.
Edward tardó largo tiempo en responder.
-¿Y qué pretendes exactamente que alegue para que te concedan la nulidad eclesiástica? No estamos hablando solamente de un matrimonio civil.
-¿Qué tal que el matrimonio jamás existió? ¿O que jamás se llegó a consumar?
Edward se giró hacia ella estudiándola.
-¿Pretendes que mienta a la Iglesia?
-¿De qué estás hablando?
-De que no me creerán si les digo que jamás nos casamos y creo que es más que evidente que lo que hemos hecho estos últimos días entra dentro de la consideración de «consumir» de la Iglesia.
Por un momento, pareció haberla dejado sin palabras.
-No seas ridículo. Somos amantes. Eso no nos convierte en marido y mujer. No hay nada más entre nosotros.
Aun a sabiendas de que lo estaba diciendo porque estaba dolida, sus palabras se sintieron como una daga abriéndose camino en sus entrañas.
-¿Tú crees?
-Pues claro que sí, lo sabes de sobra.
-¿Y qué hay de Ben?
-¿Qué hay de él? Eres su tío, nada más.
A pesar de que sabía que no debía hacerlo, el demonio que lo empujaba a reclamar lo que era suyo salió vencedor.
-¿Recuerdas la casita en el jardín de mi abuela?
El vaso resbaló entre las manos femeninas y estalló contra el suelo dejando un mortal silencio tras de sí.
-¿Qué estás insinuando? -musitó ella incapaz de dejar de mirarlo, buscando hasta el más mínimo indicio en su rostro de hacia dónde pretendía ir.
Edward apretó los puños.
-Me cogiste de espaldas, me tapaste los ojos y…
-¡Calla! -Los ojos de Bella se abrieron espantados.
-Me guiaste a la casita y allí…
-¡Cállate!
-¿Ahora ya no te interesa la verdad?
-¡Esa no es la verdad! ¡No puede serlo!
-En el fondo, sabes que lo es. Es imposible que a estas alturas no te hayas dado cuenta de la diferencia entre Eduardo y yo.
-¿Cómo pudiste aprovecharte de una situación así? - musitó ella lívida.
-¿Quieres la verdad? -Edward estudió los fragmentos de cristal roto esparcidos por el suelo.
-Por favor.
-Pensaba follarte para luego mostrarle a Eduardo la clase de pajarraca que eras y que solo perseguías su dinero.
Ella abrió los ojos horrorizada.
-¿Y no te creyó?
-Jamás se lo llegué a decir.
-¿Por qué?
Edward se apoyó contra la barandilla y se pasó una mano por la nuca.
-Porque descubrí que eras virgen y porque me di cuenta demasiado tarde de que el único motivo por el que de verdad te hice el amor aquella noche fue porque te quería para mí.
-¡Dios! ¿Qué clase de enfermo eres? -Ella se colocó una mano sobre el pecho y negó con la cabeza-. No puede ser, te lo estás
inventando. Eduardo vino con una manta y me abrazó hasta el amanecer. Eso es algo que no me he podido imaginar. No estoy tan loca.
-Eduardo me encontró al salir de la casita, con la camisa abierta y tus marcas de carmín sobre mis labios. Adivinó de inmediato lo que había pasado. Me disculpé, pero ya era demasiado tarde. Se desahogó pegándome puñetazos en la cara y yo me dejé castigar.
-¿Por eso no te volví a ver ese fin de semana? -La voz de Bella tembló.
-Jamás me perdonó por lo que te hice.
-Jamás me lo mencionó.
-Lo siento, Bella. No fue mi intención hacerte daño, ni entonces ni ahora.
Ella lo miró con ojos vacíos.
-Vete.
-Bella, escúchame…
-Vete, Edward. Quiero estar a solas.
-¿Te marchas? -La voz de Edward sonó hueca en el amplio vestíbulo.
-No hay nada más que me retenga aquí -contestó Bella con frialdad.
Edward asintió y mantuvo la vista sobre las maletas. En su vida se había sentido tan perdido como en aquel instante. Alzó la vista hacia Ben, que movía alegre los bracitos hacia él pidiéndole que lo cogiera. Edward tragó saliva. Su corazón se astilló por dentro. No podía perder a su hijo y a Bella. No estaba preparado para ello.
-¿Y si te pido por favor que te quedes?
-¿De verdad esperas que me quede con alguien capaz de caer tan bajo como tú? No, gracias. Prefiero estar lo más lejos que pueda de ti.
Impotente, Edward vio cómo se dirigía a la puerta.
-¿Y si estuviera dispuesto a legalizar nuestro matrimonio?
-¡¿Qué?!
Edward se encogió internamente. El rechazo estaba ahí, escrito sobre su rostro iracundo.
-Piénsalo. Tu futuro y el de Ben estarían asegurados.
¿No es eso lo que querías?
-¡Maldita sea, Edward! ¡No estamos casados! Jamás lo hemos estado y jamás lo estaremos. Lo único que te pedí fue que me ayudaras a deshacer el entuerto, no que me regalaras tu dinero.
¿Qué es lo que pretendes exactamente?
Edward miró la puerta entreabierta y a Ben y asintió. Solo le quedaba un cartucho que quemar. Si fallaba, sería su sentencia de muerte; si acertaba… No sabía lo que podía suponerle si funcionaba, solo le quedaba intentarlo y comprobar qué pasaba.
-Tienes razón, tenemos que hablar.
-¿Ahora por fin te dignas a hablar? -Bella resopló indignada.
-¿Te importaría acompañarme a mi despacho? -Edward ocultó los puños con los nudillos blancos en los bolsillos.
-Me quedaré con Ben mientras hablan. -Doria se adelantó a su respuesta y Edwardse lo agradeció en silencio.
Bella apretó los labios y lo siguió rígida hacia su despacho. No
importaba que ella lo odiara, Bella no iba a desahogarse con alguien
inocente como Doria. Los dos lo sabían.
-¿No crees que ya es un poco tarde para hablar? ¿Tan difícil era hacerlo desde el principio? -Bella cerró la puerta del despacho con un portazo tras de sí-. ¿Qué demonios querías de…? ¿Qué es eso?
-preguntó cuando Edward cogió el sobre blanco que Miguel le había entregado apenas unos días antes.
-Léelo.
Bella lo cogió despacio y se quedó mirándolo antes de sentarse a leerlo.
-¿Le has hecho pruebas de paternidad a Ben sin pedirme permiso antes? -Su rostro pasó de un tono pálido a un rojo intenso.
-Tenía derecho a saber si era mi hijo.
-¡Tenías derecho a una mierda! No eres nadie, ni en su vida ni en la mía -gritó Bella fuera de sí.
Edward apretó la mandíbula.
-Te guste o no, Ben es mi hijo y, como tal, mi heredero, y muy probablemente también el de Eduardo Por ese motivo, debe vivir conmigo.
-¿Qué? -Los ojos de Bella echaron chispas-. ¿Te has vuelto loco? - Eduardo se limitó a arquear las cejas-. No pienso entregarte a Ben. Él se queda conmigo.
-¿Y con qué piensas mantenerlo? -preguntó Edward con frialdad-.
¿Tengo que recordarte que la condición de Eduardo para que puedas seguir cobrando la asignación mensual que te ha concedido es la de que permanezcas en Nueva York?
-Me basta una declaración en la que certifiques que es con tu hermano con quien estoy casada, no contigo.
-¿Y si no lo hago?
Ella se puso rígida en la silla.
-¿Serías capaz de caer tan bajo? Él la estudió con rostro impasible.
-¿Acaso no me conoces?
Con su amargura a buen recaudo, observó a Bella golpear enfurecida el escritorio.
-¡Maldita sea! ¿Cómo puedes ser tan ruin? Para que lo sepas, no te servirá de nada. Reclamaré nuestros derechos ante un tribunal.
Edward se echó atrás en la silla, fingiendo una tranquilidad que no sentía.
-¿Cómo piensas demostrar que no estamos casados si yo afirmo que sí lo estamos? Que Ben sea mi hijo y que sea genéticamente demostrable solo ayudará a confirmar mi alegación.
-No puedes estar hablando en serio. ¿Qué clase de ser retorcido eres? -Bella lo miró incrédula. ¿Cómo había podido equivocarse tanto con él?
-Uno que no quiere perder lo último que le queda - afirmó Edwardcon sinceridad.
-¿Qué es lo que pretendes de mí?
-Que te quedes a vivir aquí con Ben y conmigo.
En el momento en el que Bella se levantó con dificultad de la silla, Edward supo que había perdido.
-Olvídalo, no pienso vender mi vida a un ser tan despreciable como tú.
Incapaz de moverse de su silla, Edward oyó cómo Doria se despedía de Bella y de Ben. Sus sollozos no eran capaces de expresar ni una pequeña parte del dolor que le carcomía por dentro.
En cuanto el sonido del coche se perdió en la distancia y la casa se quedó en un helado silencio, Edward descolgó el auricular del teléfono.
-¿Miguel?
-¿Edward? ¿Qué ocurre? Suenas como si alguien hubiera muerto.
Edward habría reído de haber podido. Justo así era como se sentía en aquel momento, como si una parte de él hubiera muerto.
-Ven. Necesito de tus servicios
