Acurruchada en el sofá, Bella escuchó ausente cómo Mabel le relataba historias intrascendentes de su vida diaria dándoles un aire de importancia que no tenían.
Era algo típico en su amiga y prefería oírla a que volviera a acribillarla a preguntas. No tenía ganas de hablar. En realidad, no tenía ganas de nada. Se prohibió pensar en Eduardo y en Edward, pero eso no cambiaba que el piso estuviera resultándole claustrofóbico y deprimente, o que echara de menos el aire fresco de la playa y el sol caliente sobre su piel.
Incluso Ben debía de notarlo porque, en las dos semanas que
llevaban allí, se había vuelto más y más irritable con cada día que pasaba. El timbre la sacó de sus cavilaciones.
-Deja, ya voy yo -se ofreció Mabel, levantándose de un salto para acudir a la puerta.
Bella oyó cómo abría, pero el largo silencio que se produjo le llamó la atención. Intranquila, acudió al pasillo de la entrada.
-¿Ocurre algo?
-Buenas tardes, señora Ulloa. Soy Miguel Vasilakis, el abogado del señor Cullen. -El hombre miró por encima de Mabel, que se encontraba en medio de la puerta.
Bella se abrazó.
-¿Qué le trae por aquí, Alexander?
-Vengo a traerle una propuesta del señor Cullen.
-Mabel, ¿podrías dejarlo entrar? -preguntó Bella con sequedad.
-Sí… -Mabel se apartó despacio, como si no estuviera segura de querer moverse-. Claro.
Pasaron al salón, donde el abogado sacó una carpeta y se la entregó.
-Me gustaría leer lo que pone con calma, si no le importa.
¿Hay algo que tenga que explicarme o que necesite de mí? - preguntó Bella cuando él se quedó esperando.
-Sí, tendré que llevarme una copia si decide firmar el acuerdo de divorcio.
La palabra divorcio pareció retumbar en la habitación.
-¿Quiere tomar asiento? -preguntó Bella antes de enfrentarse a los documentos.
-Gracias.
Mabel, por su parte, se sentó justo enfrente del abogado, al que no había parado de echar vistazos disimulados mientras permanecía
inusualmente callada.
-Me he permitido traerle un regalo a Ben. ¿Puedo entregárselo? - preguntó Miguel tras unos minutos.
Bella miró el pequeño peluche vestido de bombero que le mostró y se obligó a sonreír.
-Seguro que le encantará.
Le tomó un tiempo leer y entender la propuesta de Edward. Cuando acabó, no sabía cómo sentirse al respecto. No era lo que esperaba ni tampoco tenía claro si era lo que quería.
-Solo necesita firmar los acuerdos y nosotros nos encargaremos del resto -le aseguró Miguel cuando ella cerró la carpeta.
-Antes de dejar Nueva York, Edward me amenazó con llevarme a los tribunales por la custodia de Ben -Bella no supo muy bien porqué lo dijo, pero necesitaba hacerlo.
Miguel soltó un suspiro.
-No lo hará. Nunca lo dijo en serio, solo intentó presionarla.
Bella asintió. Por extraño que pareciera, aquello no la aliviaba.
-¿Por qué me ha traído un acuerdo de divorcio y no la declaración que le pedí sobre la falsedad de los documentos de nuestro matrimonio?
-Es lo más práctico dadas las circunstancias. La administración
interpretaría como un intento de estafa que tratara de demostrar que estuvo casada con el hermano del señor Cullen, dado que estamos hablando del cobro de una viudedad. Podría llevarle años y mucho dinero en juicios y reclamaciones conseguir una respuesta, y es bastante previsible que no sea la que usted espera.
-¡Precisamente necesito que se me reconozca como la mujer de Eduardo para poder cobrar esa dichosa viudedad!
-Bella, creo que el abogado tiene razón. ¿De dónde vas a sacar el dinero para cubrir los costes del juicio? Y tú misma lo dijiste, incluso en las cláusulas de Eduardo se te menciona como su cuñada y a
Ben, como su sobrino. Acéptalo. Tienes que pensar en el niño - intervino Mabel.
-La asignación mensual por divorcio que le está ofreciendo Edward es mucho más generosa que cualquier otra que pudiera llegar a otorgarle el Estado español.
-Ya. -Bella se frotó incómoda los brazos.
Era más que consciente de que esa afirmación era cierta. Había visto las cifras. La cuestión era que no tenía ni idea de en qué la convertía aceptar aquellas propuestas. ¿Cómo podía cobrar por un divorcio si nunca habían estado realmente casados?
-Si lo que le preocupa es que el señor Cullen se niega a renunciar a su paternidad, entonces debería tener presente que una prueba de ADN le otorgaría la razón ante cualquier tribunal. Lo único que él quiere es que al niño no le falte de nada, que pueda recibir en el futuro la herencia que por derecho le corresponde y la posibilidad de poder pasar dos fines de semana al mes y unas vacaciones al año con el pequeño. Es una petición nada abusiva si me pregunta desde
un punto de vista legal. Los jueces hoy en día tienden hacia la custodia compartida de ambos progenitores.
-¿Estáis tratando de chantajearme? -Bella se levantó de la silla y fue a hacerse una infusión.
El hombre soltó un profundo suspiro y se pasó la mano por el cabello.
-¿Quiere que le sea sincero, señora Swam? -Miguel la siguió a la cocina-. Soy amigo de Edward desde hace muchos años, sé cuánto está sufriendo con esto y lo que le está afectando. Lo único que él quiere es lo mejor para usted y para el niño, y créame, eso es justo lo que le está ofreciendo, aunque usted no se lo crea.
-No tiene ni idea de lo que ha pasado entre él y yo. -Bella se negó a mirarlo.
-Se equivoca. Yo estuve con él cuando descubrió que era el padre de Ben y fue conmigo con quien se desahogó cuando comprendió que Eduardo los había engañado a ambos. - Miguel la miró muy serio-. Se equivocó. ¿Usted nunca se ha equivocado? ¿Acaso su matrimonio con Eduardo no fue una equivocación? Dígame con sinceridad, ¿cuánto tiempo más cree que podría haber aguantado las continuas ausencias de Eduardo? ¿Y cuánto más podría
haberse convencido de que no veía sus infidelidades y engaños o la forma en la que la manipulaba haciéndola depender de él en todos
los aspectos? Sí. También sé eso.
-No estamos hablando de Eduardo. Estamos hablando de Edward - musitó Bella con voz temblorosa.
Miguel apretó los labios y cogió su chaqueta y el maletín que había dejado en el sofá.
-Le daré un par de días para que se lo piense, pero ¿sabe qué? He venido a convencerla de que es una idiota si no firma esos papeles. Ese es mi trabajo. ¿Quiere saber lo que pienso realmente? Creo que sería una idiota si los firmara. La he visto con Edward, he visto cómo la miraba y sé lo que él siente por usted. Tienen un hijo en común y toda una vida por delante. Yo si fuera usted, no la desperdiciaría llorando a alguien que
no la quiso y manteniendo rencores contra el hombre que la ama de verdad solo porque una vez cometió un error. Recuerde que, si esa metedura de pata no hubiera existido, tampoco lo haría Ben. ¿En serio cambiaría a su hijo por deshacer lo que ocurrió aquella noche?
Incapaz de mantenerle la mirada al abogado, Bella miró a Ben, que seguía entretenido jugando con su nuevo osito parlanchín. ¿Había sido un regalo de él o se lo había dado Edward?
-¿Bella? -preguntó Mabel cautelosa.
Bella sacudió la cabeza. No era capaz de hablar. No en aquel instante.
-Ahora, si me disculpan. Les deseo un feliz fin de semana. Al final del dosier puede encontrar mi número de teléfono si necesita algo más de mí, señora Swam.
-Le acompaño a la puerta. -Mabel saltó de inmediato del sofá.
Alexander carraspeó.
-Gracias, señorita…
-Mabel. Me llamo Mabel.
El abogado asintió reculando un paso cuando invadió su espacio personal.
-Si… Eh… Buenas tardes, señora Swam.
-Adiós, Miguelr, y gracias.
Conmocionada y perdida, Bella se dejó caer en el filo del sofá mientras oía la animada cháchara de Mabel por el pasillo. Miró a Ben. Era extraño. Antes, cada vez que lo miraba, le recordaba a
Eduardo. Desde que había regresado, era Edward en miniatura para ella y dudaba mucho que eso fuera a cambiar a medida que creciera.
-Estoy de acuerdo con él. -Mabel la estudió desde el umbral y se apoyó en el marco de la entrada-. Todos metemos la pata alguna vez, unos más que otros. Estás sufriendo por algo que ya no tiene remedio. No importa lo que
hagas. Tanto si decides regresar con Edward como firmar ese divorcio, creo que deberías perdonarlo, por tu propio bien y por el de Ben. Es su padre y eso es algo que ya no cambiará nadie. -Cuando Bella no contestó, Mabel se sentó a su lado y la abrazó-. Hay algo que estás olvidando en todo esto.
-¿Y eso es? -preguntó Bella cansada.
-Siempre me has contado lo especial que fue aquella primera noche en la casita. Que no podías haber elegido a ningún otro hombre que te hiciera sentir más protegida y amada que él, y que fue cuando realmente te enamoraste de Eduardo. ¿Te has planteado que al ser
Edward, de quien te enamoraste fue de él y que también fue él quien te regaló aquella noche tan excepcional?
