Edward frunció el ceño cuando oyó un grito en el vestíbulo. Inmóvil, trató de escuchar algo más, pero lo único que consiguió distinguir fue un
nervioso cuchicheo. Estaba a punto de levantarse para comprobar qué había pasado, cuando llamaron a la puerta y Miguel asomó la cabeza.
-Buenos días.
-Buenos días, ¿qué haces aquí? Pensé que no regresarías de Canada hasta el domingo.
Miguel encogió los hombros y se sentó en el sillón frente a él.
-Bella firmó los documentos antes de lo que tenía previsto. No había nada más que me retuviera allí. -Miguel sacó una carpeta marrón del maletín y se la dejó encima de la mesa.
Con la vista fija en aquella carpeta, Edward se echó atrás en el sillón. Lo había hecho. Bella había firmado el acuerdo de divorcio que la separaría para siempre de él y, a la vez, lo mantendría atado a ella por el resto de sus días. Su última esperanza de que pudiera perdonarle lo que le había hecho acababa de esfumarse. El peso que llevaba alojado desde hacía semanas en su pecho se volvió más pesado y denso.
-¿Ha aceptado que pase tiempo con Ben?
-Al principio le costó, pero su amiga Mabel ayudó a convencerla. El acuerdo que le ofrecimos era ventajoso se mirara por donde se mirara.
Edward asintió. De eso se trataba, de que ella y el niño estuvieran protegidos y que tuvieran todo lo que necesitaran para vivir bien,
independientemente de que Eduardo al final les dejara la herencia que les correspondía o no.
-De acuerdo.
-¿No piensas comprobar el acuerdo? -Miguelarqueó una ceja.
-¿Para qué? Ya sé lo que pone en él y me fío de ti -le contestó Edward, ocultándole que ver la firma de Bea estampada en los
papeles de su divorcio le supondría una puñalada en pleno corazón y que no quería pasar por ello.
-Te ha dado fuerte por ella, ¿no? -Miguel lo estudió, apoyado en el brazo de su sillón.
-¿Y? ¿Sirve de algo?
-Es la primera vez que te veo así por una mujer.
-Es la primera vez que he metido tanto la pata con una que queda fuera de mi alcance.
-¿Y no piensas hacer nada por recuperarla? Edward soltó una carcajada seca.
-Le robé su virginidad, el derecho a su noche de bodas con mi hermano, le jodí su matrimonio y, para más inri, soy el padre de su hijo, uno que ella pensó que era del amor de su vida. ¿En serio crees que aún me queda cara para presentarme ante ella y pedirle una segunda oportunidad?
-Dicho así, suena jodido -admitió Miguel
-No suena, es jodido -masculló Edward-. Le he jodido la vida y ahora debo pedirle ¿qué? ¿Que me perdone y me comprenda? Si yo estuviera en su lugar, en el mejor de los casos, me mandaría al
infierno y me encargaría de que jamás pudiera regresar de él.
-Imagino que estaría en su derecho de hacerlo. ¿Qué harás entonces?
-Nada. Permitirle que sea feliz y alegrarme por ella cuando lo sea.
-¿En serio crees que serás capaz de hacerlo? -Miguel alzó una ceja. Edward se levantó y se pasó una mano por el cabello.
-No lo sé, Miguel. Me conformaría incluso con sus migajas, pero sé que no sería justo para ninguno de nosotros y, por mucho que me duela, ella se merece ser feliz.
-¿Crees que sigue enamorada de Eduardo después de lo que le hizo?
Edward suspiró.
-Imagino que sí. Aunque solo Dios sabe que no se lo merece. No sé si ella realmente llegó a importarle tanto como cree, me cuesta aceptarlo después de lo que hemos descubierto. Lo que sí creo es que Eduardo quiso vengarse de mí. Quiso privarme de mi hijo del mismo modo que yo le robé aquella noche. Lo que no sé es cómo pudo hacerla pagar a ella por algo de lo que no tenía la culpa.
Debería haberla dejado tranquila y venir solo a por mí.
-Bien, en ese caso, creo que no tendrás problemas en firmar esto. - Miguel sacó otra carpeta de su maletín y la colocó encima de la anterior.
-¿Qué es eso? -Edward frunció el ceño.
-Siéntate y léelo con atención antes de firmarlo. Es un contrato de por vida y, como tu abogado, estoy en la obligación de advertirte que no te lo tomes a la ligera.
-¿Qué demonios…? -Edward se sentó en su escritorio y cogió los documentos de la carpeta-. ¿Contrato prematrimonial?
Miguelse levantó con una sonrisa secreta.
-No pensarías que una mujer como Isabella Swam estaría dispuesta a regresar a un matrimonio en el que ninguno de los dos tuvo la oportunidad de dar el «sí, quiero», ¿no?
-Pero ¿y el acuerdo de divorcio? Dijiste que lo había firmado.
-Y lo hizo. Ahí lo tienes. -Miguel señaló con la barbilla la primera carpeta que le había entregado-. Pero se negó a hacerlo en una copia que ya hubieras firmado. Me hizo imprimirle todos los documentos de nuevo.
-¿Por qué? -Edward miró confundido la solitaria firma al final de la hoja.
-Porque quería que pudieras ser tú quien eligiera si querías casarte con ella de verdad o si preferías seguir adelante con el divorcio.
-Pensé que eso había quedado claro -murmuró Edward.
-Eres un hombre afortunado. Dios te ha concedido lo que querías, no le pidas encima el milagro de entender a las mujeres -se burló Miguel-. Por cierto, te está esperando en la playa. -En cuanto
Edward se levantó, Miguel volvió a empujarlo a su asiento-. Ni se te ocurra presentarte allí sin haberte leído ese acuerdo. Y no te lo digo como abogado, sino como amigo. Lo he redactado con ella y no necesito estar casado para comprender lo importante que ha sido para ella plasmar lo que espera de ti y de vuestro matrimonio.
-¿Y mi hijo? -preguntó Edward tenso.
-Me temo que a él lo ha secuestrado Doria. -Miguel sonrió-. Te hará la vida imposible si vuelves a dejarlo marchar.
Edward cogió decidido la carpeta y se levantó para ir en busca de su hijo. Miguel podía tener por seguro que no perdería la oportunidad que le habían ofrecido.
-Le echaré un vistazo a la propuesta antes de ir en busca de Bella, pero primero necesito ver a mi hijo.
Miguel asintió.
-Puedes leerlo mientras estás con él. Están en la cocina.
Tal y como le había dicho Miguel, Edward encontró a Bella en la playa. Su corazón dio un vuelco al verla sentada en una de las hamacas, con las rodillas encogidas y los pies descalzos. A medida que se acercaba a ella, notó no solo que había
perdido varios kilos, sino que las ojeras en su rostro le daban un aire vulnerable y herido. Habría querido cogerla en brazos para prometerle que todo saldría bien y que estaría siempre a su lado, pero se controló, consciente de lo decisivos que podían ser para ambos los próximos minutos.
Con los papeles del acuerdo prematrimonial en la mano, se sentó a su lado.
-¿Alguno de los puntos de este acuerdo es negociable? - preguntó cuando ella se limitó a estudiarlo en silencio.
-¿Como cuál? -Ella lo miró de reojo.
-Como el de los hijos.
-No dice nada en ese acuerdo sobre los hijos.
-Siempre he querido tener una familia numerosa y me perdí tu embarazo y el nacimiento de Ben.
-¿Qué entiendes por familia numerosa? -La cautela con la que Bella lo preguntó hizo que Edward sonriera por dentro.
-Cinco o seis estarían bien. -A Edward no se le escapó que a ella prácticamente se le desencajó la mandíbula ante la cifra.
-Dos, y vas más que despachado -replicó Bella tajante.
-Ni para ti ni para mí. Tres. Bella abrió y cerró la boca.
-No tomaremos precauciones hasta que hayamos tenido tres, pero será la naturaleza o el universo quien decida cuántos tendremos - propuso ella al fin.
-Hecho. -Edward reprimió la ternura que sintió ante su inocencia a la hora de negociar.
-Y después del tercero, te operarás -añadió ella recelosa.
-Hecho.
-Y te tocará pasar las noches en vela durante la cuarentena y tendremos una niñera que nos ayude con ellos.
-Hecho.
-Y… -Bella se detuvo en seco y lo estudió con ojos entrecerrados-.
¿Piensas consentirme en todo lo que te pida?
-Si lo hago, ¿te casarás conmigo? -preguntó Edward Bella soltó un resoplido.
-No quiero que me des todo lo que te pida, solo aquello que sea justo.
-Bien, creo que entonces somos dos. -Edward alzó el tocho de folios enrollados-. Me emociona que hayas redactado un acuerdo prematrimonial en el que renuncias a tus derechos económicos en el caso de una ruptura, pero eso no es lo que quiero.
-¿Qué quieres entonces?
Edward se arrodilló ante ella, le cogió las manos y trató de volcar toda su honestidad en su mirada.
-Bella, quiero casarme contigo, y quiero que sea para siempre. Con lo bueno y lo malo que trae consigo un matrimonio. Con sus discusiones, sus desacuerdos y las inevitables peleas y reconciliaciones que, con el tiempo, fortalecerán nuestro amor.
Saber hoy que no te casas conmigo por dinero, no eliminará las dudas en el futuro. No quiero tener que preguntarme mañana si solo seguimos juntos porque temes perder la estabilidad económica que te ofrece el estar a mi lado. No sería una relación igualitaria. Si quieres que firme ese contrato, lo firmaré, pero te amo y confío en ti, y si no creyera que nuestra intención es permanecer juntos hasta que nuestros nietos nos vuelvan locos, entonces no estaría aquí arrodillado ante ti.
-¿Quieres casarte conmigo? -La inseguridad estaba reflejada en su semblante cuando las pupilas femeninas recorrieron su rostro.
-¿Me estás pidiendo en matrimonio o me estás preguntando si me he puesto de rodillas para pedírtelo? - Edward arqueó las cejas divertido.
Bella miró sus rodillas clavadas en la arena y, de repente, ambos rompieron a reír.
-¿Vas a pedírmelo de una vez? -Bella le sonrió. Edward se puso serio.
-Primero, necesito saber si me has perdonado por lo que hice.
-No puedo perdonarte por algo así. Mabel me hizo verlo.
¡No! ¡Espera! No es lo que piensas.
-¿Qué te hizo ver Mabel? -preguntó Edward tenso.
-Aquella noche. Siempre pensé que había sido un regalo. Que no fuera Eduardo no cambia el hecho de que me hicieras el amor ni cómo me hiciste sentir.
-¿Alguna vez compartiste eso mismo al hacer el amor con Eduardo?
-En el mismo instante en el que soltó la pregunta, Edward supo que había metido la pata.
Bella, sin embargo, sonrió con tristeza.
-Eduardo jamás me hizo el amor. Ni antes ni después de casarnos. Cuando quería hacerlo, él alegaba que no podía. Al parecer, el hecho de que estuviera embarazada me convertía en una especie de virgen inmaculada que él no se sentía capaz de tocar de otra forma que no fuera única y exclusivamente amistosa o de cariño. Y después del nacimiento de Niko vino la cuarentena y luego las excusas de que estaba cansado y las ausencias y, a veces, era simplemente yo la que estaba demasiado centrada en Ben para pensar en nada más o que no me sentía físicamente atractiva.
-Entonces… -Edward titubeó. ¿Cómo era posible?
-Eduardo y yo jamás estuvimos realmente juntos. La única noche que le atribuía, en realidad, fue la que pasé contigo.
-Cielo, lo siento. -Le alegraba que fuera así, pero no podía dejar de entender lo que debió de suponer para una chica recién casada que su marido la rechazara.
Bella sacudió la cabeza.
-Quise a Eduardo, y admito que también pensé que estaba enamorada de él. Creo que sobre todo estaba enamorada de la idea que él representaba para mí. Era algo mayor que yo,
seguro de sí mismo, guapo, inteligente, un hombre de mundo, protector y me hacía sentir bien conmigo misma. ¿Suena feo?
-Suena sincero -respondió Edward sin ningún tipo de acusación en su voz-. ¿Y cuándo te diste cuenta de que él no era el gran amor de tu vida?
-Cuando me obligaste a venir a Nueva York y a conocer a la persona que hay tras la fachada del gran Edward Cullen-Ella rio cuando él alzó una ceja, escéptico-. No importa la cara que muestres en tu mundo de los negocios, me enamoró tu sencillez a la hora de tratar a los que te rodean, la forma en la que te preocupas por todos, cómo le has dado a Ben tu amor incondicional y que, al besarme, le ponías sentimiento, no solo pasión. Pero, sobre todo, me enamoré de ti por todos aquellos pequeños momentos que me fuiste regalando, haciéndome feliz.
-¿Fuiste feliz aquí conmigo? -A Edward le costó trabajo creérselo.
-Muy feliz.
-Entonces, ¿por qué te fuiste?
-Podría alegar que me sentí engañada, pero, después de sincerarme conmigo misma, me he dado cuenta de que era más fácil negar que yo tenía parte de culpa en lo que había pasado.
-Eso no es cierto, la culpa fue mía. -No iba a permitirle que asumiera la responsabilidad por algo que había hecho él.
Ella negó con tristeza.
-No importa lo que trate de engañarme a mí misma, en el fondo, sé que no es así. Aquella noche, me di cuenta de que los besos eran diferentes a los de Eduardo. Y conociéndolo, ¿de verdad crees que me hubiera hecho el amor sin soltar ni una sola palabra? -Bella soltó una risotada que sonó casi como un sollozo-. Las señales estaban ahí, solo que yo no quise verlas.
-Eso sigue sin convertirte en culpable.
-Hay otro motivo más por el que me fui.
-¿Y ese es?
-Porque pensé que todo lo hacías solo por el niño y porque te sentías responsable.
Él la miró a los ojos con seriedad.
-Quiero a mi hijo y espero que me dejes pasar tiempo con él, pero jamás te pediría en matrimonio si lo que sintiera por ti no fuera sincero. No soy tan anticuado ni tan loco como para unirme a una mujer de por vida con el único fin de proteger una fachada social.
-¿Y qué es eso que dices que sientes por mí y que es sincero? - Bella ladeó la cabeza con una extraña mezcla de picardía y vulnerabilidad en sus ojos.
Edward se habría estampado la cabeza contra la pared por su torpeza. ¿Cómo un hombre de su experiencia podía olvidarse de lo más básico? Se aclaró la voz.
-Te amo. Y, a pesar de que no tengo ningún anillo ni poseo ningún discurso bonito preparado, quiero casarme contigo. ¿Aceptarías ser mi esposa y convertirme en el hombre más feliz del universo? -
Edward intentó aguantar el envite de Bella cuando se lanzó a su cuello, pero acabó tendido en la arena, abrazándola-. ¿Eso es un sí? -preguntó con un bajo carcajeo.
-Llegas dos años tarde, pero sí. Te amo demasiado como para dejarte escapar una segunda vez, Edward Cullen .
-No pienso fugarme -prometió Edward antes de atrapar sus labios para besarla-. No ahora que vas a convertirme en un hombre decente.
-Apuesta por ello -murmuró Bella haciéndole sonreír
