Si Mabel pensaba que iba a librarse, entonces no la conocía.
Apostada delante de la limusina, Bella usó el reflejo en el cristal para calcular las distancias y le
lanzó el ramo de novia directo a la cara. A Mabel no le quedó más remedio que atraparlo antes de que se estampara contra su nariz.
-¿Debería preocuparme de buscar a un abogado nuevo?
-Edward lo murmuró entre dientes sin perder la sonrisa al despedirse con la mano de sus invitados.
Bella no tuvo que cuestionarle sobre el motivo de la extraña pregunta. A ella tampoco se le había escapado la forma en la que el rostro de Miguel había enrojecido hasta el inicio de sus cabellos.
-Cariño, ¿no crees que un trabajador feliz y relajado trabaja mejor? - se burló Bella con un tono dulzón mientras se montaba en la
limusina.
-¿Feliz y relajado? Creo que la imagen que se me viene a la mente es una muy diferente a la tuya -le respondió Eward después de subirse por el otro lado y cerrar la puerta tras de sí.
-¿Y qué imagen sería esa? -Bella le echó una ojeada a Ben y descubrió que estaba a punto de quedarse dormido.
-¿A Miguel mirando con sonrisa bobalicona al techo mientras yo trato de contarle mis problemas?
-¿Me estás diciendo que no confías en que nuestro matrimonio te haga feliz y relajado? -Bella lo contempló con
una ceja arqueada y apretó los labios para no revelarle su diversión.
-¿Esta es la parte en la que yo admito que yo también miraré con sonrisa bobalicona el techo de mi despacho? -Edward se ajustó las mangas de su chaqué mientras el chófer arrancaba el vehículo.
-¿Aún no lo estás haciendo? -se burló Bella con tono de sargento.
-Claro, cielo. Por supuesto que lo haré. Te lo prometo. En especial, cuando mire el techo de nuestro dormitorio y el de la biblioteca y el del baño…
-Y no olvides el cielo -espetó Bella poniendo los ojos en blanco.
-Eso. Casi se me olvida la de veces que miramos el cielo.
-Edward le cogió la mano y se la llevó a los labios-. Te adoro.
-Más te vale, porque si no… -Bella se detuvo al descubrir a una mujer que la miraba desde la otra acera y que, tras sonreírle, se marchó cuesta arriba hasta el mirador que había cerca de la pequeña , ¿esa mujer no es la de las fotos? ¡Pare!
¡Pare el coche! -Bella golpeó el cristal del chófer y, sin entretenerse con explicaciones, salió de la limusina, se alzó la falda de su vestido de novia y corrió detrás de la mujer-. ¡Oiga! ¡Oiga!
La encontró en lo alto de la colina contemplando el mar.
-Perdone, usted es… ¿la amiga de Eduardo? -Bella se puso una mano sobre el pecho y trató de recuperar el aliento.
-Fui amiga de Eduardo, sí, aunque creo que a quien se refiere es a mi hermana.
-¿A su hermana?
La mujer se sentó en una roca y le señaló el sitio justo al lado para que Bella se acomodara junto a ella.
-Las vistas desde aquí son preciosas, ¿verdad? Siempre me ha fascinado este lugar. Imagino que por eso siempre he
esperado que Eduardo tuviera razón, para poder darle estas cartas aquí. Parece ser que, a veces, los sueños se cumplen.
La desconocida le entregó dos sobres y siguió contemplando el horizonte. A Bella le bastó un vistazo a la letra para que sus dedos comenzaran a temblar. Nada más abrir el envoltorio y leer las primeras líneas, soltó una exclamación y se cubrió la boca.
-¡Oh, Dios!
La desconocida le tocó la rodilla en un gesto de ánimo.
Querida Bella:
Resulta difícil escribir una carta como esta cuando se trata de despedirte de las personas que más quieres en este mundo, porque eso es exactamente lo que sois tú, Ben y Edward para mí, las personas a las que más quiero junto a mi Claudia y por las que sería capaz de vender mi alma al diablo con tal de veros felices.
Si habéis llegado a este momento y tenéis esta carta en vuestras manos, sabed que mi último deseo se habrá cumplido y que, esté donde esté, me habéis hecho el espíritu más feliz de este universo. Solo me queda esperar que comprendáis los motivos por los que hice las cosas que he hecho y que sepáis perdonarme.
Bella, ¿qué te puedo decir para que llegues a comprenderme? Te quise. Te quiero, aunque mis actos acabaran contradiciéndolo. Te encontré en uno de los momentos más oscuros de mi vida, aquel en el que acababa de descubrir que iba a morir y en el que me separé de la mujer a la que verdaderamente amaba para no hacerle el daño que sabía que acabaría por infligirle. Fuiste como un rayo de luz que me regaló paz y alegría, y si no hubiera conocido ya a la mujer de mi vida, estoy seguro de que habría acabado de enamorarme de ti de
verdad. Siendo las cosas como fueron, te convertiste en mi sostén, en la hermana
pequeña que nunca tuve y la mejor amiga que se puede tener.
Perdóname por engañarte. Perdóname por no darte elección sobre lo que habría de ocurrir y por los momentos en los que has debido pensar que soy una escoria humana que no te tuvo en cuenta para nada. Te mentí en todo lo que podía haberte mentido: en mis sentimientos por ti, en la boda, en lo concerniente a Ben, en lo que
se refiere a mi trabajo, mi estatus económico y tantas y tantas cosas más y, aunque a veces me doliera, siempre lo hice siendo consciente de mis actos. También te traicioné de la forma más vil en la que un hombre puede engañar a su esposa y es estando con otra mujer. Al escribir estas palabras, me doy cuenta de lo difícil que debe ser para ti entender que lo hice por ti y por cuánto te quiero.
La primera vez que os vi a ti y a mi hermano mirándoos en la fiesta, supe que estabais hechos el uno para el otro. Casi se podían ver las chispas que saltaban a vuestro alrededor y el magnetismo que existía entre vosotros y, sin embargo, también vi claro como el agua que jamás acabaríais juntos.
Mi padre crio a Edward con la idea de que lo único que las mujeres podían querer de nosotros era nuestra fortuna y que solo un matrimonio concertado entre dos personas del mismo estrato social valía la pena si queríamos herederos. Que tuviera tres esposas demasiado jóvenes para él después de que nuestra madre falleciera no ayudó demasiado a que Edward lo pusiera en duda.
Una chica inocente y buena como tú no tenía nada que hacer contra el devorador de mujeres que era Edward en aquella época. En cuanto te hubiera seducido, se habría deshecho de ti. Mi hermano
jamás se habría tomado el tiempo de conocer a tu yo verdadero, a la chica a la que yo conocía, porque se había acostumbrado a ponerle una etiqueta a todas sus amantes incluso antes de que lo fueran.
Mi intención al presentarte como mi novia era que pudierais conoceros sin dejaros llevar por vuestras pasiones, que, al fin y al cabo, solo habrían servido para separaros. ¿Cómo podía haberme imaginado que el destino quisiera jugar con vosotros como lo hizo?
¿O que Edward pudiera llegar a cometer alguna vez semejante barbaridad? Conozco a mi hermano y, a pesar de lo que pueda aparentar, es una persona buena que jamás le haría daño a otro ser de forma consciente, y mucho menos lo que te hizo a ti aquella fatídica noche.
Tú jamás lo habrías perdonado si te hubieras enterado en aquel momento y la verdad te habría destrozado. Hice lo único que se me ocurrió en aquella situación: dejarte creer que existía algo entre nosotros, cuidar de ti y mover las piezas necesarias para que el destino pudiera concederos una segunda oportunidad.
Hacerme pasar por mi hermano y actuar en su nombre fue fácil. Ocultarte ante el mundo, la prensa amarilla y la hipocresía de la alta sociedad no lo fue tanto. Sufrí privándote de los privilegios que podría haberte dado. Jamás llegarás a imaginar cuánto. Convertirte en la heredera de la mitad de mi fortuna es apenas un mísero consuelo por lo que nunca pude darte a ti o a Ben cuando aún seguía a vuestro lado. Espero que mi hermano sepa recompensarte por ello y que recupere todo el tiempo perdido. Te mereces eso y mucho más.
Llegado a este punto, creo que ya lo has entendido todo, o eso espero.
Queda pendiente el tema de Claudia. ¿Qué puedo contarte de ella? Claudia es la mujer de mi vida. La única a la que me entregué en cuerpo y alma y la única de la que puedo afirmar que amé de corazón. La conocí bastante antes que a ti, en la universidad y, a pesar de que el destino a veces nos jugaba malas pasadas y nos separaba, siempre acabábamos regresando porque, y eso lo teníamos claro ambos, estábamos hechos el uno para el otro.
La amaba tanto que cuando me enteré del tumor, decidí alejarme de ella para que no tuviera que presenciar mi enfermedad ni verme morir. Ese fue el momento en el que te conocí a ti.
Por ironías del destino, Claudia y yo volvimos a encontrarnos en el único lugar en el que hubiera preferido no tropezarme con ella: en la sección de oncología del hospital. Acababa de celebrarse nuestro extraño matrimonio cuando ocurrió. Si fue duro enfrentarme a mi propia muerte, más duro lo fue el descubrir que ella también se encontraba enferma, aunque en su caso se trataba de leucemia.
¿Cómo podía permitir que la mujer a la que amaba pasara solo por aquello? Fui incapaz, y ahí fue donde los viajes por trabajo, que me había inventado para poder someterme a los tratamientos y para asistir a mis revisiones médicas, se convirtieron en mi excusa para estar a su lado. Claudia, por su parte, sabía de ti, de Ben, de lo que había pasado con Edward y de mis planes para que tuvierais la oportunidad que os merecíais. Me apoyó, permitiéndome que una y otra vez regresara a tu lado y al de Ben y que pudiera cuidar de vosotros.
Ojalá consigas comprender este sinsentido que he tratado de contarte, pero, sobre todo, espero que sepas perdonarme y entender que te quiero y que has sido una de las personas más importantes que han existido en mi vida.
Con todo mi amor, Eduatdo
Bella aceptó el pañuelo de papel que le ofreció la mujer.
-Gracias. Necesitaba saberlo -murmuró Bella con el corazón encogido, a pesar de que se sentía más ligera que nunca.
-No hay de qué. Me alegra que al final todo saliera bien.
-Y su hermana, Claudia, ¿cómo está? Me encantaría conocerla.
La sonrisa de la mujer se tornó triste.
-Dos días después de que Eduardo pasara a mejor vida, la encontramos en su cama con una sonrisa, sujetando el colgante en forma de corazón que le había regalado él antes de marcharse.
-¿Bella? -Edward se paró a unos metros de ellas y miró preocupado de una a la otra.
-Creo que es mejor que me vaya. Ya he cumplido con la misión que me trajo aquí y me parece que necesitan estar a solas. -La mujer se incorporó.
-Gracias. -Bella se levantó de un salto para abrazarla y ambas se separaron con lágrimas en los ojos.
En cuanto la mujer se fue, Edward se sentó al lado de Bella.
-¿Quién es? ¿Qué te ha dicho para que estés llorando?
-¿Dónde está Ben? -Bella se limpió las lágrimas de la mejilla.
-Mabel y Miguel se han hecho cargo de él.
-Creo que deberías leer esto. -Bella le entregó el sobre con su nombre y le dio el tiempo que necesitaba para que pudiera leerlo con tranquilidad. El tiempo que ella misma necesitaba para asimilar lo que acababa de revelarle Eduardo.
Edward bajó la carta mucho antes de lo que ella había previsto y miró con ojos enrojecidos el horizonte.
-Lo hizo queriendo. Lo hizo todo para que pudiéramos estar juntos. - Sacudió la cabeza-. Se hizo pasar por mí porque sabía que yo sería incapaz de abandonar a mi hijo sin más y que eso me haría pasar tiempo junto a ti y conocerte.
-Lo sé, me lo ha explicado todo en mi carta.
Al ver la hoja que seguía llevando en sus manos, Edward soltó un resoplido.
-Típico de Eduardo . Contigo se ha entretenido con explicaciones y a mí me ha lanzado una izquierda directamente a la mandíbula.
-¿Qué te ha puesto? -Bella cogió la carta que le entregaba y le ofreció la suya.
Edward, hermano:
Solo tengo una explicación para todo lo que he hecho: eres un idiota integral con la inteligencia emocional de una garrapata.
Bella y Ben son lo mejor que te ha pasado en la vida y si a estas alturas no te has dado cuenta aún, no te los mereces. Solo hay un consejo que pueda ofrecerte desde el más allá: ¡no la cagues!
Si no lo haces por mí o por Bella, hazlo por Claudia. Está aquí, a mi lado, y me acaba de jurar que si después de todo lo que ha pasado por vuestra culpa, vuelves a meter la pata, regresará a por ti para darte sustos por las noches hasta el fin de tus días. Créeme, la conozco y es capaz de hacerlo. Y también puedes tener claro que yo estaré junto a ella azuzándola para que lo haga mientras me parto el culo a tu costa.
P. D.: Por si no te ha quedado claro aún, te quiero. Me siento afortunado por haberte tenido como hermano y ningún sacrificio será nunca demasiado grande por verte feliz.
Eduardo
-¿Idiota integral con la inteligencia emocional de una garrapata? - Bella alzó la cabeza boquiabierta.
Edward soltó una risotada y movió la cabeza.
-Eduardo siempre ha tenido un don especial para las palabras.
-¿Y con solo esas pocas líneas comprendiste todo lo que había hecho y te quería decir?
-Era mi hermano. Durante estos últimos días, he tenido tiempo para pensar. Lo cierto es que lo sospechaba incluso antes de leer tu carta.
-Vaya. -Bella apoyó la cabeza contra su hombro-.
¿Sabes? Creo que Eduardo tenía las ideas mucho más claras que yo desde el principio. Tenía razón. Confundí el cariño y la amistad que sentía por él con amor. Imagino que el hecho de que quería que alguien me amara también influyó.
-Es comprensible -respondió Eduardo con calma.
-¿Y sabes otra cosa? Lo echo de menos. Echo de menos su sonrisa y la forma en la que a veces conseguía sacarme de mis casillas.
Solía hacerlo siempre que me sentía triste o de bajón. Creo que lo hacía a propósito. Me hacía pasar de la tristeza al enfado y del enfado a la risa.
-Sí, eso era típico de él.
-¿Crees que nos estará viendo ahora? Edward sonrió.
-Puedes apostar por ello. Siempre cumple sus promesas. Seguro que está esperando junto a Claudia para partirse el culo a mi costa.
Bella rio ante la idea.
-¿Y piensas darle motivos?
Edward la cogió por la barbilla y le hizo mirarlo.
-Te amo demasiado para eso. Además, se me ocurre que será más divertido conseguir que Claudia se sonroje.
-¡Idiota! -Bella le dio un manotazo cariñoso en el brazo y rio-. Los fantasmas no pueden sonrojarse.
-Pues si no pueden sonrojarse, tampoco pueden hacer otras cosas y, por lo que conozco a Eduardo, eso va a fastidiarle.
-Edward le dirigió un guiño y se levantó-. Ven. Vamos a por Ben. Quizá aún esté a tiempo de evitar que mi abogado acabe sus días mirando el techo.
-O el cielo, cariño. No te olvides del cielo -sonrió Bella, dándole la mano para acompañarlo de regreso
