Estiró la mano en el pequeño espacio que nos separaba. Boquiabierta, dudé por un momento. No estaba segura de si tenía un
motivo para desconar de su invitación o si ese era el modo en el que yo siempre reaccionaba con él.
-¿Es parte del trato? -pregunté y frunció el ceño-. Que bailemos. Me refiero aque es todo parte del espectáculo, ¿no? -expliqué.
No estaba ciega (ni era estúpida) y estaba bastante segura de que bailar no era algo que necesitáramos hacer. Pero una parte de mí seguía confundida, y la
confusión crecía a cada segundo. Entonces, por decirlo de algún modo, me estaba aferrando a un chaleco salvavidas hasta aclarar el lío que tenía en la cabeza.
-Claro -respondió, con el ceño relajado. Su mano seguía esperando mi respuesta-. Parte del espectáculo.
Acepté la invitación y permití que su enorme mano sostuviera la mía, aunque no estaba muy segura de que fuera una buena idea. Amablemente, me condujo
detrás de él; me temblaron las piernas con una extraña mezcla de entusiasmo e incertidumbre. Su mano, cálida y rme, me hacía sentir bien, pero me provocaba
un cosquilleo que hundía el salvavidas del que intentaba aferrarme con uñas y dientes. Seguía sin estar segura de que esto fuera una buena idea en tanto me guiaba
con delicadeza hasta el lugar en el que un pequeño grupo de personas estaba bailando. Recién cuando se detuvo, se giró y se acercó (mucho) comprendí que
era mala. Tan mala que evalué la posibilidad de salir corriendo o fingir un desmayo para no tener que enfrentar lo que estaba por suceder. Bailar. Juntos.
Edward Cullen (el hombre con el que llevaba tanto tiempo de enemistad) y yo. Ay, dulce niño Jesús.
Me rodeó la cintura con los brazos. Sentí que, desde sus manos, apoyadas sobre mi espalda, salió un impulso eléctrico que me recorrió todo el cuerpo. Se me
cortó la respiración y el estómago me dio un vuelco. Tragué con fuerza e incliné la cabeza hacia atrás. Creí haber visto en él una
mirada deseante pero cautelosa. Todo al mismo tiempo. Y eso me produjo una chispa de expectación.
Le apoyé las manos en el pecho, que sentírme y tonificado bajo mis dedos, pero a diferencia de lo que había pasado más temprano cuando accidentalmente
lo toqué, esta vez no las aparté y dejé que se relajaran ahí.
Entonces me atrajo
hacia él. Enseguida acomodé mi pequeño cuerpo en el suyo, mucho más grande. Un momento después, comenzamos a movernos. Del pecho hacia abajo, casi
todas las partes de nuestros cuerpos se tocaban. Aaron se movía seguro y lideraba, mientras que yo estaba rígida y descoordinada.
Exhalé por la nariz e intenté relajar las extremidades, concentrarme en la dinámica del baile y aplacar la alarma roja y caliente que se había disparado
dentro de mí y no me permitía pensar en otra cosa. Bailando. Estábamos bailando. Nos movíamos al mismo ritmo. Y eso era algo
que no se suponía que hiciéramos. Aaron y Lina, quienes apenas se soportan, no deberían estar en una situación así porque era una actividad para personas que se
caían bien.
Edward me hizo dar una vuelta con un movimiento preciso y volvió a apretarme contra él, lo que hizo que se me acelerara el corazón de un modo
inapropiado. La música era lenta, perfecta para balancearse y olvidarse de todo lo que no fuera ese ritmo tranquilo. Ideal para perderse en la paz que generaba estar en los brazos de otra persona. Pero cuanto más nos balanceábamos, más lejos estaba de sentir algo parecido a la paz porque el Edward que tenía delante era tan… grande y Irme y cálido.
Es probable que ese haya sido el motivo por el que me tropecé. Antes de que pudiera entender lo que estaba pasando, mis pies perdieron el paso, se enredaron
y, de no ser porque me sostuvo con uno de sus fuertes brazos y volvió a enderezarme, probablemente hubiese terminado en el suelo.
-Gracias -murmuré, con el rostro más caliente y el cuerpo más rígido-. Y perdón. Dios. Nunca me había ruborizado tanto en una sola noche. No me reconocía. Edward me apretó un poco más entre sus brazos: -Solo por precaución -dijo, y me acercó todavía más a él. Cada uno de mis nervios se había convertido en un cable pelado. Tenía la piel erizada, el corazón fuera control y la cabeza me daba vueltas.
-Ah. De acuerdo. -La voz me salió estrangulada-. Gracias. -Sentí aún más calor en la cara. Edward asintió mientras me rozaba suavemente la espalda con el pulgar y dibujaba un círculo que me dejó la piel de gallina a su paso. Piel de gallina que se extendió hasta cada rincón y cada esquina de mi cuerpo.
Por mucho que intenté convencerme de que solo era una reacción física normal al estar junto a un cuerpo masculino, en los brazos de un hombre, la
cuestión era que se trataba del cuerpo y los brazos de Edward. Entonces, o llevaba demasiado tiempo sola o me estaba volviendo loca. Porque esto se sentía… bien.
Muy bien. Demasiado.
Con esos ojos azules que tenía me miró los labios. Lo hizo tan rápido que me convencí de que lo había imaginado. De todos modos, no importaba porque
acercó el rostro más que nunca. Su cercanía me hizo olvidarme de todo y me permitió descubrir detalles que nunca había visto. Como lo gruesos que tenía los
labios, que tantas veces había visto apretados en una línea. O lo largas y oscuras que tenía las pestañas, y lo bien que le enmarcaban los ojos. O las suaves líneas de
expresión que le adornaban la frente, justo por encima del entrecejo, tanto más amable cuando no estaba fruncido.
Estaba tan perdida en su rostro que casi vuelvo a tropezarme, pero me rodeó la cintura con un poco más de seguridad y me preguntó al oído:
-¿No deberías ser buena en esto, Isabella? -El aire que salió de su boca me
rozó la sien. Me concentré en mis pies para no prestarle demasiada atención a lo cerca que
estaba de sus labios. -¿A qué te refieres? -respondí ausente. Nos hizo girar de nuevo con un movimiento tranquilo y preciso. -Creí que llevabas el ritmo en la sangre -explicó en voz baja, no alejó ni un poco la cabeza-. ¿O era la música en las venas? -No es mi estilo -mentí. Esperaba no tener las mejillas rojas por la vergüenza.
Nunca había bailado así de mal, pero nada tenía que ver con la música, era todo culpa del hombre que me hacía ruborizar-. O quizá la pareja es el problema.
Edward se rio, corto y por lo bajo, pero me recordó al modo en el que se había reído antes, lo que me detuvo la respiración. Entonces inspiré profundo para
recuperarla. Enseguida me arrepentí. Fue una pésima idea. La peor de las ideas. Solo había conseguido llenarme los pulmones con su muy embriagador y muy
muy masculino perfume. Universo, ¿podría desolerlo, por favor? Te lo suplico. ¿Estás admitiendo que no eres buena en algo? -preguntó, sacándome de mis
pensamientos-. ¿Me lo admitiste a mí? -Nunca me he jactado de ser una bailarina maravillosa. -No cuando mi pareja se esmera en distraerme tanto-. Además, todo eso del ritmo en la sangre es un estereotipo. La mayoría de los españoles no podrían coordinar tres pasos a ritmo ni porque su vida dependiera de ello.
-Apuesto a que sí. Entonces seguiré guiándote. -Su voz era grave y sonó un poco más cerca de mi oído que antes-. Por si te queda alguna duda, perteneces a
esa mayoría. -Por supuesto -murmuré, ¿qué sentido tenía negar algo tan obvio?-.No sabía que bailabas. Justo cuando pensé que era físicamente imposible que su cuerpo estuviera más cerca del mío, que se inclinara más sobre mí acercó todavía más la cabeza. Una maniobra imposible que me dejó sus labios justo sobre la oreja.
-Hay muchas cosas que no sabes de mí, Isabella. En respuesta, mi cuerpo se tensó aún más. El estómago se me llenó de mariposas. Me esforcé por recordar que estaba allí para fingir que tenía una cita con él… o algo por el estilo. Había hecho el numerito de pelear con la mujer de la subasta, así que, falsa o no, el resto de los invitados esperaba esta cercanía y no que saliera corriendo espantada.
Entonces, le apoyé las manos en el pecho con más determinación. Por desgracia, eso solo convirtió el revoloteo de mi estómago en un alboroto
descontrolado. -¿En qué estás pensando? -me preguntó con genuina curiosidad. -Dijiste que esto no tenía nada que ver con una mujer -balbuceé lo primero
que se me vino a la cabeza y deslicé la mano por su pecho; la pregunta y el interés me habían tomado con la guardia baja-. Pero me pareció todo lo contrario.
-Nunca había visto a la señora Susana tan irritada -confesó. Volví a acomodar la mano sobre su pecho, intentando no distraerme con la
calidez de su piel, incluso con varias capas de tela encima. -¿La conoces? -Asintió una vez con la cabeza, su mandíbula me acariciaba la sien-. Déjame adivinar. Esta no es la primera vez que desata una riña solidaria por ti. -No. -Edward Cullen, encantador de fieras. -Me reí relajada, pero el sonido sonó un poco tembloroso. Un suspiro suave me golpeó la oreja y me provocó una ola de escalofríos.
-La señora Susana no era la única compradora descontrolada, si mal no recuerdo. -Presumido -murmuré. Pero tenía razón. Había muchas más personas (MAS jóvenes, más atractivas) que también estaban interesadas. -¿Por eso me pediste que viniera? -No respondió de inmediato, así que continué-: Supongo que ahora todo tiene sentido. Lo que antes Angela dijo y juego TJ confirmó.
-¿Qué cosa? Que Edward Cullen le teme a un puñado de señoras ricas y sobreexcitadas que quieren comprar su compañía. -¿Te estás burlando de mí? -me dijo justo al oído. Movió la mano por mi
espalda y cambiamos de ritmo con la nueva canción que acababa de empezar. Sí, me estaba burlando, pero jamás lo admitiría en voz alta. Me relajé en sus
brazos solo un poco. -¿Te pasa muy seguido? -¿Qué exactamente, Isabella? -preguntó muy bajito-. ¿Que casi me cambien
por el dueño de un velero o tener una compañera de baile con dudosas habilidades? -Ninguna de las dos. -Sintiendo cómo se me formaba una sonrisa, continué-:
Que las mujeres se te tiren encima. Vi lo tenso que estabas en el escenario. Parecías listo para saltar y salir corriendo. -Me quedé recordando eso un segundo.
El hecho de que me hubiera traído aquí… ahora tenía sentido-. ¿Te incomoda ese tipo de atención?
-No siempre. -Su mandíbula me acarició la mejilla. Ese simple y suave contacto me provocó una electricidad que me bajó por el cuello-. No me asusta que una mujer se interese en mí, si a eso te refieres. No las alejo a todas. -Ah, ya. -Suspiré, insegura.
Claro que no las alejaba a todas. Sabía que tenía necesidades. Pero me negaba a pensar en eso mientras sus brazos siguieran en mi cintura.
Bajó la mano derecha unos centímetros por mi espalda. La piel del rostro (no, la de todo mi maldito cuerpo) se me estaba prendiendo fuego. Volvió a asegurar el
agarre.
-Gracias -dijo soplando una suave brisa en mi pelo. -¿Por qué? -pregunté casi susurrando.
-Por no pisarme. -Abrí la boca para disculparme, pero continuó-:
También por no rendirte con la señora Susana. El año pasado las cosas se pusieron… un poco incómodas cuando descubrió que nuestra cita consistía en limpiar caniles y pasear perros durante un par de horas. -Sentí un suspiro contra la piel del cuello-.
Aunque veo que eso no la hizo desistir este año.
Algo parecido al instinto protector me oprimió el pecho. Negué con la cabeza despacio, intentando entender qué me estaba ocurriendo. Todos estos giros y este baile me estaban mareando, claramente. -Bueno, lo siento por tu cuenta bancaria, considerando la suma que alcanzó lasubasta, pero me alegró mucho ver la cara de fastidio que puso cuando le gané - confesé, sorprendida que me hubiese importado tanto-. También lo lamento por los perritos que tuvieron que soportarla el año pasado. ¿Qué clase de hipócrita dona para una fundación que se ocupa de refugiar animales y odia a los perros?
Esos pobres cachorritos… Los adoptaría a todos si no viviera en un monoambiente diminuto. Diablos, encantada me ofrecería como voluntaria para pasar un rato con ellos cualquier día de estos. -Puedes venir conmigo, si es lo que quieres. -Sus palabras quedaron
flotando en el aire. Una parte de mí quería decir que sí. Sí a la oportunidad de conocer una nueva faceta de él. Quizá conseguir otra sonrisa-. Al fin y al cabo, acabas de
comprar una cita. -Con tu dinero. -No importa -contraatacó-. Es parte del trato.
Esa punzada de dolor sin precedentes me recordó lo que era esto: "Parte del trato". Así era Edward, un hombre que cumplía su palabra. Levantó la cabeza y me dejó mirarlo a la cara. Me analizaba. Yo… -vacilé. Me sentía estúpida por haber creído, aunque fuera por un instante, que me lo estaba ofreciendo porque de verdad quería ir conmigo-. Solo… Mierda.
Todo lo que había pasado esta noche me daba vueltas en la cabeza.
Edward con esmoquin. Todas estas… nuevas y diferentes sensaciones que me provocaba su cercanía. La subasta. Su sonrisa. Su risa. Bailar. Mi cuerpo contra el suyo, muy juntos. Todo eso y el hecho de que nos iríamos a Forks en solo unas semanas.
Todo enredado en nudos que me hacían perder la cordura.
Edward seguía mirándome con una extraña emoción detrás de los ojos azules. Probablemente esperaba que dijera algo que no fuera un balbuceo.
-Eso… -Negué con la cabeza-. No quisiera traerte problemas -dije nalmente-. Supongo que alguien verificará que se cumpla con las condiciones de
la subasta, ¿no? -No sabía si había condiciones, y mucho menos si alguien iba a verificar algo-. Lo último que quiero es estropear todo lo que la fundación ha
logrado esta noche -continué. Su expresión no cambiaba-. Nadie tiene por qué saber que la cita es falsa, ¿o no? -No, nadie tiene por qué saberlo. -Siguió mirándome de ese modo analítico que no comprendía. -Ni que somos amigos, ¿no? -Eso no sonó bien. ¿Éramos amigos?
-¿Eso es lo que quieres que seamos, Isabella? -respondió con calma-. ¿Amigos? -Sí -respondí. ¿Eso quería? Nunca lo habíamos sido y yo no tenía la culpa. Yo
no tenía nada que ver-. No -me corregí cuando recordé el gran obstáculo que había entre nosotros desde el comienzo. El que él había puesto. Yo le caía mal a él,
no al revés. No era justo que me hiciera esa pregunta ahora-. No lo sé, Edward. - Me sudaban las manos y tenía la garganta seca. Estaba… confundida-. ¿Qué clase
de pregunta es esa? -¿Sí o no? -insistió, reflexionando sobre mis palabras.
Abrí y cerré la boca. En algún momento habíamos dejado de bailar y dejé caer la mano que tenía sobre su pecho. Siguió el movimiento con la mirada. Algo
quedó atrapado detrás de la máscara indescifrable que era su expresión. -Olvídalo -dijo y dejó caer los brazos, que me rodeaban la cintura-. Fue una mala idea.
Me hizo estremecer, pero no entendí por qué había dicho eso o a qué se refería.
Nos quedamos parados uno frente al otro, sin movernos. Por muy distante y desdeñoso que hubiera sido en el pasado, nunca lo había visto tan… lejos, como
si mis palabras lo hubieran herido.
La necesidad de acercarme y apoyarle la mano en el pecho volvió a orar. Y por mucho que me esforzara, no podía comprender por qué. Una pequeña voz en
la cabeza (que asumía que debía ser el sentido común) me decía que debería estar feliz de que estuviéramos volviendo al camino que nunca deberíamos haber
abandonado.
Últimamente me costaba mucho entrar en razón. Entonces, levanté el brazo, porque así era yo, incapaz de consolar a quienes me rodeaban sin abrazos o
caricias o lo que fuera que necesitaban. Pero Edward se alejó de mí. Y de verdad me
dolió, me enojé conmigo por haber sido tan estúpida. -¿Ves? -dije por lo bajo-. Por esto no sé si podremos ser amigos. Por esto nunca lo hemos sido.
Lo de esa noche solo había sido pura casualidad. Las cosas siempre se salían de control entre nosotros. -Tienes razón. -Su voz no podía ser más inexpresiva-. Jamás pensé en ser tu amigo.
Nuestras palabras se sintieron como si estuviera parada bajo un granizo implacable. Como si estuviéramos los dos, uno frente al otro, y el granizo
agujereara la pequeña burbuja en la que habíamos pasado las últimas horas. En la que habíamos estado cuando bailamos. Justo antes de que la tregua tácita que
habíamos acordado nos explotara en la cara. Como debería haberme imaginado. Pestañeé sin saber qué decir. -Si me disculpas -dijo-, volveré en unos minutos y te llevaré a tu casa.
Se dio media vuelta y me dejó donde estaba. Atornillada al suelo.
No contaba en mis piernas ahora que sus brazos no me sostenían. El corazón me latía desaforado. El frío se me fltró en la sangre por su repentina ausencia y
empecé a cuestionarme todo lo que había pasado esa noche, por más que intentara convencerme de que no había signicado nada. Nada de nada.
Nunca habíamos sido amigos.
Habíamos vuelto a ser los mismos Edward y Bella de siempre, y no quería que
eso cambiara.
