CXVIII

—¿De qué querías hablarme, bebé? —le pregunta Jason apenas la ve esperando por él fuera del vestuario de hombres.

Chrissy le sonríe y le da un beso antes de decirle:

—¿Me llevas a mi casa?


Terminan conversando en el Jeep de Jason, estacionado a una cuadra de la casa de Chrissy

—¿Decías? —le pregunta él nuevamente, desabrochándose el cinturón de seguridad y girándose hacia ella.

Chrissy inspira hondo a la par que lo imita. Ha esperado hasta la tarde del viernes con el objetivo de sopesar sus opciones cuidadosamente y buscar las palabras adecuadas para tratar el tema. A pesar de ello, se siente aún insegura al decirle a Jason:

—Hay una situación… sobre la que quisiera conversar contigo.

—Si puedo ayudarte con algo, tan solo dímelo.

La muchacha asiente y procede a explicárselo.


Aunque Jason tiene problemas para guardar silencio y dejarla hablar —pues se la pasa interrumpiéndola con preguntas como «¿cómo sabes esto?» o «¿no estás tomándote muy a pecho un par de bromas?»—, Chrissy se las arregla para terminar su historia.

Su novio, infortunadamente, no se toma un solo segundo para considerarla.

—¿Y cómo es esto tu problema? —Ante la mirada de horror que no alcanza a disimular, Jason replica—: ¿Qué? ¿Tengo razón o no?

—Yo empeoré la situación, Jason.

—O sea, sí, actuaste mal al decírselo al profesor: ¡imagínate que suspendieran a Angela o algo por una broma!

—¿Una broma? —masculla Chrissy, incrédula—. ¡Jason, hizo trizas su cuaderno!

—Bueno, sí, tal vez fue una broma pesada —concede él—. Pero no vas a decirme que lo que Jane hizo estuvo bien…

—¿Defenderse en una situación más que humillante? ¿Te refieres a eso?

—Nena, no entiendo por qué te pones así —Jason baja la voz al instante, como si la situación no fuese horrenda—. Como dije, no es tu problema.

—Jason, por favor, escúchame…

Empero, él la toma de los hombros y corta de lleno sus súplicas diciendo:

—Voy a decirte la verdad, Chrissy, ¿de acuerdo? No me gusta que una chica como tú, una chica tan… buena y pura, vaya metiéndose con esta gente.

La joven frunce el ceño.

—¿A qué te refieres?

—Esa chica, Jane —explica él—, es parte de un grupo repleto de anormales. Se reúnen durante las noches en un club llamado Hellfire a hacer quién sabe qué cosa… Bueno, no me extrañaría que… —Jason se acomoda mejor en el asiento, si bien no la suelta en ningún momento; su incomodidad es palpable—. No me extrañaría que adoraran al demonio.

Chrissy lo observa boquiabierta.

—¿Qué?

—No quería decírtelo. —Jason niega con la cabeza, una expresión de sufrimiento en su rostro—. Como dije, no quería meterte en nada de esto. Pero si es necesario para que te mantengas lejos de toda esa gente…

Lo primero que viene a su cabeza es el rostro de Eddie. Eddie, quien la recibió en su casa y, aunque claramente necesitaba el dinero, no hizo más que escucharla y ofrecerle contención. Por una vez en su vida, Chrissy deja de lado la diplomacia y su actitud conciliadora para afirmar con toda la convicción de la que es capaz:

—Estás equivocado.

El rostro de Jason se contorsiona en una mueca de dolor.

—Veo que ya te han lavado el cerebro, Chrissy. —La deja ir al fin y se lleva una mano a la frente, lanzando un suspiro—. Era justamente esto lo que deseaba prevenir…

—Jason, no hay ningún culto satánico —murmura Chrissy, atónita al verse en la necesidad de emplear dicha combinación de palabras.

—No quería mencionar esto, tampoco —agrega él, como si no la hubiese escuchado—, pero Patrick me comentó que te vio hablando con Edward Munson. ¿Es eso cierto, Chrissy?

—Sí, lo es, pero Eddie no es…

—¡Es un anormal! —explota Jason de pronto, y Chrissy es de vuelta una niña, su madre gritándole que suelte las golosinas que una compañerita de colegio le ha obsequiado—. ¡¿Cómo puedes ser tan ciega?!

—Jason…

—¡No, no toleraré esto! —ruge él—. ¡Te quiero lejos de ese Munson y su pandilla de raros!

Todo a su alrededor parece tambalearse. Le toma un momento comprender que no es que el mundo oscile; es que ella no puede dejar de temblar.

A su lado, Jason exhala una gran bocanada de aire.

—Chrissy —carraspea entonces, evidentemente haciendo un esfuerzo por serenarse—, bebé, no quise levantar la voz… Es solo porque me preocupo por ti, lo sabes, ¿verdad? —Desliza un brazo detrás de su cuello, y ella no puede evitar bajar la cabeza, la sumisión grabada en la memoria de sus músculos—. Si me escucharas, no tendría que haber llegado a eso. ¿Prometes que me escucharás la próxima vez, nena linda? Anda… Dime que sí.

No es solo Jason quien le habla. No, la otra voz, aquella que se esconde como una sombra bajo sus palabras le martillea el cráneo:

«Chrissy, promete que no volverás a comer dulces; ¡es malo para ti! ¡Te hará lucir como un sapo, y nadie va a quererte nunca! ¡Lo digo por tu bien, porque te amo! ¡Anda, prométemelo!».

Abre la boca para disculparse, para decir «sí, lo prometo, perdóname», para detener de alguna manera los gritos, para evitar la decepción que una vez más le ha causado a alguien importante en su vida, para que la dejen en paz, por favor, para que la dejen respirar, la dejen llorar a escondidas en su cuarto, la dejen…

Y entonces, una tercera voz, como una mano sobre la suya.

«No creo que le debas nada a nadie».

La sonrisa de Eddie Munson está grabada detrás de sus pupilas, él allí, de alguna manera consigo, empujándola a ser quien es, a mostrarse como es, a decir:

—No te debo nada, Jason.

Pocas cosas en su vida han sido tan satisfactorias como ignorar sus gritos, bajarse de la camioneta y cerrarle la puerta en la cara.


Chrissy no retorna a su hogar. No, en su lugar, sortea una valla —Jason viene siguiéndola, después de todo— y atraviesa limpiamente el patio de uno de los vecinos, escapando hacia el bosque. Escapando adonde ni Jason ni sus padres la encontrarán.

Camina sin rumbo durante un buen rato, intentando calmar tanto su angustia como su emoción. Sin embargo, la verdad es que, dejando de lado el problema que Jason le ha sumado, la situación seguirá estrujándole el corazón hasta que no hable con la última persona involucrada.

Y es por eso por lo que, una hora luego, se halla parada frente a la casa de Angela. No queda muy lejos de la suya, después de todo: la conoce porque aquí se ha celebrado una que otra fiesta a la que ha asistido del brazo de Jason.

Toca el timbre. La puerta se abre casi al instante.

—¡Hola…! —La sonrisa de Angela se congela en su rostro, y Chrissy comprende entonces que esperaba a alguien distinto de ella—. Oh. Chrissy. ¿Qué haces aquí?

—Hola, Angela. Quiero hablar contigo.

La muchacha frunce el entrecejo.

—¿Conmigo? ¿No puede esperar?

—No, no puede esperar. —Chrissy hace su mejor esfuerzo por sonreír—. Es sobre el problema que tuviste con Jane.

Al instante, un mohín de disgusto desfigura su hermoso rostro.

—Ugh, esa rarita. Chrissy, sin ofender, pero realmente no tengo nada que decir sobre lo que me hizo; es una chica desequilibrada, y…

—No quiero hablar de lo que te hizo —la interrumpe ella—. Quiero hablar de lo que le hiciste.

El rostro de Angela vuelve a mutar, esta vez, a una sonrisa exagerada, maniaca incluso, que deja en claro su incredulidad. Chrissy se encuentra a sí misma —muy a pesar de su inclinación hacia la benevolencia— sintiendo más y más rechazo hacia lo exagerado de sus expresiones.

—¿Lo que yo le hice? Perdón, ¿en algún momento la agredí, acaso?

—No físicamente —acepta Chrissy—. Pero sí la heriste de otras maneras.

—¡Ella me rompió la cara con un patín! —exclama, señalando a su nariz, donde una rayita de sangre coagulada hace tiempo marca el lugar del crimen.

—Luego de que tú le hicieras la vida imposible en un montón de ocasiones —replica con calma.

—¡Me acusó con el profesor Mundy!

Chrissy traga saliva: no puede echarse atrás ahora.

—Esa no fue Jane. —Angela ya está abriendo la boca para contradecirla cuando ella añade—: Fui yo.

Por un momento, la chica guarda silencio, su vista clavada en ella. Chrissy, quien ha tenido un día decididamente largo, no se deja intimidar por ella.

—¿Fuiste tú?

—Sí, porque vi lo que hiciste con su cuaderno. Con el cuaderno que yo te pedí como favor que devolvieras.

El pecho de Angela sube y baja apresuradamente, la base de su cuello y su rostro tornándose cada vez más rojos. Chrissy está por pedirle que se calme y que sigan conversando las cosas —mejor si es adentro, con tranquilidad, y no en el porche de su casa— cuando Angela inspira hondo y dice:

—Ya sé a qué se debe esto.

—Oh.

No sabe qué más decir: ¿acaso no es obvio a qué se debe? No se hubo andado con indirectas, sino que ha puesto las cartas sobre la mesa desde el primer momento.

Angela, sin embargo, la toma por sorpresa cuando dice:

—No hay necesidad de que actúes así solo porque estás celosa, perra.

—¿Qué? —Por segunda vez en el día, Chrissy no puede creer lo que está escuchando.

—Obviamente te sentiste amenazada. —Angela esboza una sonrisa angelical—. Es decir, mírame: es lógico que Jason te habría dejado así —chasquea sus dedos para mayor efecto dramático— si yo le daba chance.

Chrissy parpadea lentamente, intentando —y fallando— combatir esta sensación surreal de ser la única persona cuerda en Hawkins.

—Pero no te preocupes, nena —pronuncia el apodo que Jason suele usar con ella con todo el veneno posible—: tu novio ya no me interesa. Estoy saliendo con alguien mucho más atractivo.

Sabe que debería señalar el incriminador «ya» en sus palabras, mas la situación la supera por completo.

—Angela, esto no es sobre Jason —refuta—. Es sobre tu actitud, sobre la forma en la que actuaste con…

—Ugh, ahórrame la prédica, ¿de acuerdo? Y no vuelvas a hablarme jamás.

Le azota la puerta en la cara.


Dentro de la cabina telefónica, Chrissy inserta las monedas en la ranura destinada a ello y disca un número. Aprieta el tubo contra su oído, escuchando el tono de llamada una, dos veces…

—¿Hola?

Quisiera saludar, pero su boca —su ser entero— parece priorizar su propio bienestar antes que la cortesía ahora mismo.

—Siento que estoy enloqueciendo.

Una pausa. Y entonces:

—Chrissy, ¿dónde estás? Voy a buscarte.


Eddie no tarda ni diez minutos en llegar y aparcar frente a la vereda donde ella espera con los brazos cruzados.

—¡Chrissy! —Prácticamente se lanza del vehículo apenas coloca el freno de mano—. ¡¿Estás bien?!

Aunque sus manos se elevan como si deseasen posarse sobre sus hombros, no la toca. No, Eddie nunca lo haría, no sin su permiso.

—Sí, yo… —Inhala una gran bocanada de aire para admitirlo—: Tenías razón.

Eddie aprieta los labios.

—Vamos a hablar de esto a otro lado, ¿sí? ¿Quieres que te lleve a tu casa?

No —rechaza la idea al instante—. No, por favor, vamos… ¿Vamos a la tuya? ¿Podemos?

—Claro que sí; vamos.


Camino a su hogar, Eddie mantiene la conversación casual —la irritación de sus profesores para con él, aventuras con sus compañeros de banda—, y Chrissy se siente aliviada de que no espere nada de ella ahora mismo, ahora que se encuentran atravesando este vecindario horrible lleno de gente mala.

Se están acercando a la casa de Angela, y Chrissy no puede evitar dirigir la mirada hacia su porche.

Para su sorpresa, la puerta de la casa está abierta, y Angela no está sola: no, hay un hombre frente a ella, alto y de cabello rubio, vestido con unos vaqueros y un pulóver negro.

Al escuchar el ruido del motor, el hombre gira el rostro hacia ellos, y Chrissy puede distinguir claramente sus facciones perfectas, el azul gélido de sus ojos…

Y la sonrisa inteligente que curva sus labios.