2 "La complicidad de los recién enamorados"

Royalty – Egzod, Maestro Chives, Neoni

Ubicación: Palacio real de Asgard.

Espacio: Línea temporal alternativa.

Tiempo: Hace muchos, muchos siglos.

Los días que bien empiezan, mal acaban. El joven Loki lo tenía comprobado y lo comprobaría una vez más aquel agradable y perezoso domingo primaveral. Sí, su día empezaría de forma deliciosa, y no precisamente por la expectación de un desayuno abundante, sino por haber amanecido con la hermosa y desnuda Freya envuelta en sus brazos. Tras una desenfrenada e insuperable sesión erótica matutina, nada menos.

―Búscame en la próxima fiesta ―se había despedido la despampanante Freya tras limpiarse la boca con el dorso de la mano. Los motivos eran demasiado ardientes como para revelarlos al detalle.

La joven, habiéndose vestido rápidamente, habría marchado en absoluta discreción, esperando que los guardias reales fueran los únicos testigos del pecado acontecido en aquella alcoba. Sin embargo, tuvo la mala fortuna de cruzarse a la mismísima reina Frigga, quien, con un rictus de desaprobación en la boca, intercambió su lugar con la joven para enfrentarse a la holgazanería de su hijo. El ambiente, cargado y repleto de feromonas, se sentía cuanto menos abrumador. Allí yacía Loki, todavía estupefacto, mirando un punto fijo del techo y articulando una sonrisa victoriosa, placentera y engreída.

―Serás canalla ―espetó Frigga, lanzándole uno de los cojines de terciopelo dispersados por el suelo. Un cojín que, imploró, estuviera limpio.

El sobresalto de Loki fue tal, que se reincorporó rápidamente, tapándose la zona más íntima y personal de su cuerpo con lo primero que se le ocurrió: su mano derecha.

―Madre, ¿cuántas veces tengo que repetirlo? ¡Llama antes de entrar! ―reaccionó el príncipe, nervioso a la par que irritado, mientras se pasaba la mano libre por su hermosa melena rociada en sudor, secreción que ondularía su cabello de medias a puntas.

La reina Frigga se llevó la mano a la frente y la masajeó en un intento de calmar su frustración. Lo que sucedía a la adolescencia no estaba siendo una fase mucho más tranquila en la experiencia vital de sus hijos, pues se habían convertido en unos jóvenes vergonzosamente promiscuos. Además, dado su estatus, difícilmente se les podía rebatir las cosas, sobre todo si se trataba de mujeres.

―Como si con un picaflor en la familia no tuviera suficiente ―se lamentó Frigga en una evidente alusión a su hermano Thor, que disfrutaba de la compañía de todas las doncellas de la corte posibles. En días alternos, a veces incluso con varias a la vez.

Recobrada la compostura, la distinguida mujer se acercó al balcón y se dispuso a abrir cortinas y ventanas muy desconsideradamente, a lo que Loki soltaría un airado bufido.

―Me ofendes, madre ―respondió de forma sorprendentemente controlada, a pesar del agravio―. No soy tan vicioso como mi hermano. Yo sólo me acuesto con Freya.

La reina se dio la media vuelta para observar a su hijo con la ceja arqueada y los brazos en jarras. Eso no mejoraba las cosas. La noble, por popular que fuere, o precisamente por lo popular que era, no era la muchacha más idónea para asociarse con uno de sus hijos. Era demasiado activa sexualmente y, aunque no la juzgaba precisamente por eso, sí se temía que tarde o temprano acabaría causando más de un problema a alguien. Por no mencionar que no ayudaba a la reputación de su ya no tan pequeño retoño.

―Exacto, sin ningún tipo de compromiso de por medio y permitiendo que de esta alcoba se cuele en cualquier otra.

―¿Sin ningún compromiso? Te equivocas, madre ―respondió Loki, esbozando una sonrisa ladina y altanera de oreja a oreja―. Los dos tenemos el compromiso de no comprometernos de ninguna manera. Lo preferimos así. Mientras sea el más constante de entre todos sus pretendientes, por mí no hay ningún problema.

―Esperaba más madurez por tu parte, Loki. Sé que no te gustan mucho las personas, pero alguna habrá que te guste lo suficiente como para que puedas compartir más que un lecho, ¿no? Además, aunque Freya no sea santo de mi devoción, no sé si te has parado a pensar en que esta conducta tan temeraria puede suponeros un problema. Acabaréis pagando caro vuestra insaciable libido. Tú, con un bastardo. Ella, con un juicio social.

Abrumado por las acusaciones de la reina, Loki dejó escapar una carcajada rasposa mientras cubría la parte inferior de su cuerpo con las mismas sábanas en las que había dormido, que aún rezumaban una mezcla de olores a jazmín y sándalo. Por los dioses, se preocupaba demasiado. No es como si Loki no se hubiera asegurado de enviar a Freya a la mejor matrona para pensar en todo eso de los métodos anticonceptivos. Confiaba, dada la naturaleza y por el bien de la propia Freya, que ella ya se estuviera encargando de todo eso. Además, en cuanto a lo social, los tiempos habían cambiado hace ya mucho.

―Madre, a nadie le importa con quién, ni con cuántos, se acueste una mujer. Pero no te preocupes, estamos gestionando todo esto con el mayor cuidado y la mejor de la discreción posible, te lo aseguro.

A Loki le importaba un pimiento que todos supieran que yacía con Freya. Tampoco es como si aquello fuera a escandalizar a nadie. Tan solo le importaba que su hermano lo supiera y se retorciera de la envidia, y es que la arrebatadora diosa siempre había sido lo que algunos llamarían su amor platónico.

―En cualquier caso, no estoy aquí por eso, aunque sí me gustaría que te relacionases con las mujeres con mayor sensatez ―la reina alzó la mano para acariciar la mejilla de su apuesto hijo, aunque enseguida la apartó al notar la húmeda capa de sudor en su sien. Su tono era ahora más conciliador―. Ansío un nieto legítimo, fruto del amor y no la lujuria entre dos jóvenes adultos.

Loki puso los ojos en blanco y pasó de largo a su madre, gruñendo por lo bajini. Entonces, se acercó a un biombo que separaba el dormitorio del aseo, que contaba con una enorme bañera y un aún más enorme vestidor. Normalmente, el servicio tenía preparado su baño todas las mañanas. Agua mezclada con leche tibia e infusionada con pétalos de flores silvestres. Sin embargo, había dado instrucciones precisas de no molestar, así que tendría que prescindir de su lujoso baño diario y limitarse a limpiarse cara y cuerpo con un paño mojado en jabón. Qué pesada se ponía su madre cuando hablaba de bebés y casamientos. ¿Qué prisa había? Además, estando segundo en la línea de sucesión, si alguien debía apresurarse en eso del engaño del matrimonio y la familia, ese era su hermano.

―Al grano, madre. No pretendo hacerte abuela en, como mínimo-minimísimo, un par de siglos. ¿A qué se debe tu agradable e inesperada visita? Pensaba haber alcanzado la edad suficiente como para que mi madre dejase de irrumpir sin permiso en mi alcoba.

―Prometiste estar listo antes de las nueve ―le recordó ella con una mirada llena de censura, como si su hijo pudiera advertirla desde el otro lado del biombo.

Observando pensativo su atuendo del día, Loki frunció el ceño, extrañado de haber hecho tal promesa. ¿En qué momento había accedido a estar listo antes de las nueve? ¿Por qué? No lo recordaba. ¿Qué era aquel compromiso tan importante que había olvidado? Tuvo que haber tenido aquella conversación en la última fiesta, con exceso de hidromiel ya en vena.

―Vamos, no es para tanto. ¿Qué hora es? ¿Las nueve y cuarto? ―respondió de manera pacificadora, tratando de ocultar haber olvidado de qué demonios hablaba su madre.

―Las diez. Y ya sabes lo madrugadores y previsores que somos en esta familia, sobre todo cuando aguardamos la visita especial de alguien. Tyr es un viejo amigo de tu padre, y yo me sentía muy unida a su esposa, Nanna, a quien hace tiempo le hice una promesa que me gustaría cumplir.

Loki, ya prácticamente vestido, cerró los ojos y suspiró profundamente. Sí, maldita sea. Ahora se acordaba. Y sí, lo que era importante para su madre, era importante para él también, incluso la llegada a palacio de una ridícula niña y pretendienta del que muy probablemente sería el bobo de Thor. Al parecer, hace tiempo, la reina estuvo muy unida a la diosa de la alegría. Más que amigas, Nanna y Frigga eran inseparables, tanto que, a menudo, incluso fantaseaban con unir sus familias algún día. Tristemente, eso jamás sucedió porque Nanna fallecería a los pocos años, durante un día de mercado en la capital de Svartalfheim, cuando una horda de bandidos muspelianos arrasaron la ciudad.

La familia estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado, vaya. Su hija sobrevivió, habiéndose escondido bajo el carro de un mercader mientras contemplaba la violenta y vengativa respuesta de su padre. Tyr, blandiendo la espada con su único brazo, provocó una auténtica matanza, dejando poco más que lava muspeliana en la escena del asalto y muchas, muchas extremidades esparcidas por ahí, algunas casi irreconocibles. El huraño se retiró al campo poco después, y con él, también lo hizo su hija.

Al parecer, ahora que la niña había florecido, Tyr estaba teniendo grandes dificultades para abordar ciertas cuestiones con ella. La habría mimado y consentido demasiado, seguro. Se vería incapaz de meter algo de razón en la cabeza de la joven, como acostumbraban a hacer los ancianos. La falta de una figura materna lo tendría más que frustrado, por eso, según había oído, el viejo Dios de la Guerra había recurrido al auxilio de la reina. Tendría la imperiosa necesidad de inculcarle modales, conductas sociales más apropiadas y buscarle un marido honorable. Ese jamás sería Loki, aunque tampoco le interesaba. Y Thor, bueno, su hermano también estaba en un momento en el que no quería atarse a nadie, pero, de tener que casarse uno de los dos, él pasaría por el aro mucho más fácilmente. Con todo, parecía ser que Frigga no fuera a forzar nada. Ella era de las que creían en el amor y ese tipo de pamplinas.

―Apúrate, Loki. Están a punto de llegar ―instó la reina, impaciente, sacando a Loki de su profundo ensimismamiento―. Por favor, tan solo quiero darle una calurosa acogida. Ha accedido a regañadientes a venir interna y mudarse a un hogar extraño. No pido que seas su amigo, pero sí que la protejas y la hagas sentir como en casa. Ni siquiera pretendo que la cortejéis. O que lo consigáis. Ojalá fuerais lo suficiente maduros como para querer cortejar a nadie.

Loki volvió a suspirar, resignado. Por su madre haría eso y más, cualquier cosa. Bueno, excepto cortejar a nadie. Estaba satisfecho con Freya. ¡Y pensar que hacía escasos minutos había amanecido envuelto en sábanas de seda enana, desperezado por el cálido sol de mayo y el dulce aroma a mujer! Malditas las nornas, ¡cómo disfrutaban entretejiendo destinos infaustos para él! En cuanto alcanzaba la cumbre de cualquier montaña, no dudaban en clavarle agujas en la mano, haciendo que se despeñara entre ecos de risas y chismorreos. Ya casi tenía olvidado el impresionante orgasmo de hacía escasos minutos, cuando se había vaciado en los carnosos labios de la promiscua diosa. Ahora sólo podía pensar en no defraudar a su madre y en que, por desgracia, tendría que compartir hogar con una desconocida.


―¿Tan buena es Freya en la cama?

Bajo el intenso sol matutino, los hermanos Odinson aguardaban a la llegada de los ilustres invitados junto a sus padres, todos en una postura recta y solemne e inmersos en sus respectivas conversaciones. Thor, que pretendía romper el hielo chismeando sobre la aventura picantona entre Freya y Loki, le propinó a este un codazo bribón en las costillas. Tan bruto fue como de costumbre, que Loki se vio ligeramente zarandeado.

―Eso no te incumbe ―respondió sin más, llevándose la mano al costado y mirándolo de forma censurable.

―Lo hace. Si algún día se cansa de ti, puede que quiera probar conmigo. Solo quiero saber si merece la pena el esfuerzo. Seguro que nunca me ha buscado porque acostarse con los dos hijos del rey sería demasiado descarado hasta para ella.

Loki exhaló profundamente por la nariz y miró al cielo como implorando paciencia, pues Thor era experto drenándosela. A continuación, retomó su talante anterior y, fijando los ojos en los enormes portones del palacio, espetó:

―Hermano, quien te busca es la inteligencia, pero tú eres más rápido.

Thor frunció el ceño y miró con desprecio a su hermano, aunque decidió ignorar el comentario. ¿Cómo se las apañaba siempre para soltar cosas así de ingeniosas, así de mordaces, y así de rápido? Parece que ni siquiera tuviera que pensarlas. Loki había nacido con esa capacidad innata para el escarnio, siendo capaz de pisotear no solo al caballero más querido y respetado, sino al más hábil de los oradores.

―¿Qué sabes de la invitada? ―preguntó Loki de forma casual, ocultando que, secretamente, sentía una gran curiosidad por ella, dada la insistencia de su madre en darle la mejor de las bienvenidas.

―Sé que, de ser la mitad de hermosa que tu amante, accederé de cabeza a un matrimonio concertado. Sería un honor mezclar la eminente sangre de Tyr con la mía.

Loki bufó de forma sarcástica y, mientras negaba fervientemente con la cabeza, dijo:

―Así que tú también sabes de los antiguos anhelos de madre por unir nuestra familia a la del Dios de la Guerra ―"y, por supuesto, la idea te apasiona", pensó Loki, antes de burlarse como hacía siempre, espetando lo siguiente de forma engreída y altanera―: No sabía que las mujeres embarazadas fantaseasen tanto. La idea es tan arcaica como surrealista. En cualquier caso, ¿qué te hace pensar que ella accedería a algo así?

―¿Quién no lo haría? ―respondió con galantería el embaucador de Thor, guiñándole el ojo a su hermano (quien respondería fingiendo haber sentido una profunda y desagradable arcada).

Inmediatamente, los centinelas hicieron sonar sus cuernos, como hacían siempre que recibían a la comitiva de alguien ilustre en palacio. Con un evidente tinte forastero, pero con el porte y la presencia habitual de la clase alta asgardiana, un grupo de caballos islandeses con melena perfectamente trenzada se acercó a la familia real. En cabeza, Tyr y cinco de sus sirvientes transportando fardos y equipaje. Detrás, una joven cabizbaja a la que Loki no pudo apreciar en una primera instancia, acompañada de un perro-lobo de Groenlandia. Parecía que se hubiera quedado atrás adrede, pues lo habitual era que la hija sucediera al padre. Cuando los caballos y jinetes se situaron frente a la familia real, solo entonces, el semblante serio de Odín se transformó en otro completamente diferente, exudando una alegría impropia de su padre.

―Tyr, ¡viejo estúpido! ―exclamó el jubiloso rey, celebrando la llegada de su viejo camarada, el Dios de la Guerra. Inmediatamente, Loki trató de recordar una vez, solo una, en la que hubiera visto tan feliz a su padre. No, no se le ocurría ninguna.

―Odín, ¡maldito vejestorio! ―respondió este otro, que nada más bajarse del corcel se dispuso a abrazar amistosamente al monarca, palmeándole vigorosamente la espalda―. ¡Qué alegría verte! Has crecido a lo ancho, ¿eh?

El Dios de la Guerra era un hombre de atractivo envejecido, lo que para el ojo humano serían unos cincuenta y ocho años. Cabello y barba, ambas oscuras como la madera de roble, mostraban una serie de hilos plateados que relucían bajo los intensos rayos de sol que con tanta facilidad habían tostado su piel. Las cicatrices de innumerables batallas se asomaban por su desgastada armadura. Sus ojos azul turquesa, antes ardientes y desafiantes, reflejaban la fatiga de siglos de lucha. Seguro que el hombre barbudo, tan alto y bravo, antaño habría causado el eterno suspiro de las doncellas debido a sus tensos y poderosos músculos, que ya habían empezado a ceder ante el paso del tiempo. A pesar de su cada vez más inminente ancianidad, la presencia del dios irradiaba una fuerza indomable. Sin duda, toda una leyenda de Asgard por la que, especialmente Thor, sentía un gran fanatismo.

―¡Decrépito carcamal! Sí, el tiempo no pasa en balde. Oye, ¿aún no te ha crecido el brazo ese que te falta? ―azuzó un socarrón Odín al que Loki no estaba en absoluto acostumbrado. Entretanto, Frigga observaba el contento de los dos hombres con auténtica satisfacción en el rostro y Thor se erguía con cierto disimulo, como intentando verse más distinguido y, de paso, intentar ver algo de la invitada especial.

Secretamente, Loki también se moría por conocer a la enigmática mujer que Tyr había mantenido alejada de la sociedad. Solo cuando los sirvientes bajaron de su caballo, listos para descargar bolsas y arcas, se pudo ver a la joven con claridad. "Delicada y hermosa como un violín", pensó Loki inmediatamente, sin advertir que uno de los siervos de Tyr cargaba, precisamente, con uno de esos instrumentos. Piel bronceada como la de su padre, nariz respingona, pómulos marcados, cejas estilizadas, labios definidos, hechizantes ojos ligeramente rasgados que lo transportaron de inmediato a los frondosos bosques de Vanaheim. Su interminable cabello suelto, adornado con numerosas trenzas de inspiración vikinga, le recordó al cegador reflejo de lagos y mares en un día de agosto. Su pechera, escamada como si la piel de un dragón se tratase, relucía resplandeciente, como un lingote recién salido del banco. Al bajar del caballo, la vaporosa falda blanca reveló, durante unos instantes, unas delgadas piernas calzadas en sandalias romanas. Solo entonces, advirtió Loki que la hija de Tyr era bastante (bastante) más bajita que él. Sin reparar en nadie más y con las prioridades bien claras, la joven noble se arrodilló frente a su can, quien, tras rodearla un par de veces con palpable nerviosismo, se sentó obedientemente frente a su dueña.

―Ojalá pudiera llevarte conmigo, Rolo ―se lamentó la tal Sigyn, abrazando a su fiel mascota como si fuera un peluche del que no quisiera desprenderse nunca. A continuación, apoyó la barbilla sobre la frente del lobo jadeante y cerró los ojos durante unos instantes, al menos, hasta que la reina interrumpió aquella tierna despedida.

―Lo siento, niña, nada de lobos en la casa de Odín.

Aquella era la primera norma a la que tendría que acostumbrarse. Sigyn, que al principio no se había movido ni un ápice, besó a su perro en el hocico y enseguida se puso de pie para dirigirse a la monarca.

―Ni tú ni mis hijos os acordaréis los unos de los otros. Erais todos muy pequeños ―sonrió Frigga de forma afectuosa y maternal, paseando la mirada por sus dos hijos y después de vuelta a Sigyn. Aunque no sabía muy bien qué decir para aliviar a la joven, de alguna manera, Frigga siempre se las apañaba para reunir las palabras correctas―. No sabes las ganas que tengo de revivir aquellos tiempos tan felices. Siempre me pareciste una niña encantadora.

La reina bajó la cabeza en un breve gesto de bienvenida y, después, entrelazó las manos y las dejó caer sobre su regazo. En adelante, pondría especial interés y atención en cada detalle de la joven, desde su apariencia y comportamiento, hasta la manera en la que interactuaría con sus retoños. Sí, si algo se le daba de fábula era observar y psicoanalizar a los demás, aunque aquello, parecía, no sería difícil de hacer con Sigyn. La joven, aliviada por aquellas palabras tan dulzonas, no tardó en esbozar una sonrisa más risueña, apenas un pequeño alzamiento de sus comisuras que formaron unos divertidos hoyuelos en sus mejillas.

―Me tranquiliza comprobar que lo que dicen de usted sea cierto ―respondió Sigyn, seguido de una pequeña reverencia―. Que no solo es justa y recta, sino también cariñosa.

―Querida… ―comenzó Frigga, colocando una mano sobre la estrecha cintura de la muchacha―. Tutéame. Tutéanos a todos. Puede que seamos tradicionales, pero no tanto.

Loki no pudo evitar bufar ante aquello último, recordando los reproches de los que había sido objeto poco antes en sus aposentos. Poco a poco, y con delicadeza, la reina dirigió a Sigyn hasta situarla frente a los dos hermanos. Durante todo este rato, Thor y Loki habían contemplado atentamente a la forastera en un silencioso intercambio de miradas que solo ellos entendieron. Por un lado, estaba Thor, eufórico y exultante por la llegada de la invitada, y es que al heredero al trono no solo le apasionaban las mujeres, sino la idea de que esta fuera la hija de su héroe y referente. Por otro, estaba Loki, que no sabía muy bien lo que sentía por la presencia de la noble. Sin duda, le había suscitado el suficiente interés como para valorar descartar el rechazo o la indiferencia, algo habitual en él, dicho sea de paso. Era de la firme creencia de que la mayoría de la gente era simple y necia. Él raramente le importaba a nadie, ¿por qué iría a mostrar la mínima consideración por los demás?

―Estos son Thor y Loki, mis hijos, los príncipes de Asgard.

A pesar de lo mencionado anteriormente, y las enormes ganas que le puso Loki para no fascinarse demasiado por la desconocida, no pudo evitar prestar especial atención a la primera conversación entre ella y su hermano, deseando que fuera de todo menos triunfante. Por supuesto, el heredero al trono sería el primero en presentarse. De hecho, antes de que Sigyn pudiera abrir la boca siquiera, el tontorrón ya estaba casi arrodillado en el suelo.

―Seas bienvenida, Sigyn ―saludó de forma teatral y empalagosa, estableciendo intenso contacto visual. Sus enormes manos habían envuelto las de ella, que se mostraba un tanto abrumada por la intensidad del Dios del Trueno. Aquella reacción tan confusa sonsacó una sonrisa algo endiablada al joven Loki, que miraba hacia otro lado pretendiendo disimular lo gracioso y patético que le resultaba todo eso―. Me alegra compartir esta fase de nuestras vidas. Sin duda, nos convertiremos en grandes amigos ―dicho esto, Thor se llevó una de las manos al pecho con exagerada caballerosidad―. No dudes en buscarme sea lo que sea que necesites. Durante tu estancia en palacio, me aseguraré de tratarte como a una princesa.

Loki frunció el ceño, esta vez sin esmerarse por ocultar su sorpresa. ¿Princesa? Sería iluso, imprudente… ¡delirante, incluso!

―Príncipe Thor ―respondió Sigyn, desviando brevemente su mirada hacia la observante reina. Frigga sabía bien cómo de lisonjeros podían ser sus hijos, todavía estaba trabajando en corregir eso. Sinceramente, aunque sin pretender forzar unión alguna, tenía la esperanza de que la presencia de Sigyn les enseñara algo de humildad y les hiciera sentar un poquito la cabeza.

La hija de Tyr pasó a mirar a Loki, conectando sus ojos por vez primera con los de él. Sobra decir que esto pilló desprevenido al joven dios. En fin, es que en ningún momento habría imaginado sentir aquella… combinación de calidez y vergüenza. Entonces, la hasta ahora más o menos apática Sigyn, se fijó Loki, se relamió los labios en un gesto de ¿diversión? y rápidamente regresó la mirada al heredero de Asgard.

―Gracias por tu bienvenida tan impetuosa. Yo también ansío convertirnos en buenos amigos.

Loki no pudo evitar sentirse aliviado por el implacable matiz de la palabra "amigos". Era increíblemente chistoso ver a su hermano "perder", fuera como fuere. No era algo que sucediese con demasiada frecuencia, pero cuando sucedía sentía una alocada satisfacción. Sin haber pillado la indirecta, Thor asintió con la cabeza y se retiró, entusiasmado de conocer al fin, cara a cara, al legendario Tyr. Frigga lo acompañó, colgada de su brazo, momento que Sigyn aprovechó para colocarse frente a Loki.

El joven dios se fijó en las pupilas de la muchacha, que habían empezado a dilatarse con abrumadora rapidez. Era como si de repente los hubieran transportado a una galaxia ajena, solos ellos dos. ¿Qué era esa sensación de vértigo? Loki carraspeó. Demonios, qué bonita era… No pretendía montar el mismo numerito que su hermano, en absoluto, por lo que extendió el brazo, simplemente, esperando estrechar la mano de la invitada. A diferencia de Thor, no la trataría ni la tocaría como a las delicadas cuerdas de un harpa. A la vista estaba que era una mujer independiente, probablemente mucho más fuerte de lo que aparentaba. Además, ese no era su estilo. Qué va, su estilo era muy diferente… Él siempre causaba una mala impresión en la gente. De hecho, estaba convencido de que esta no sería una excepción. Quizá sería lo mejor. Loki no deseaba que su vida se complicase con asuntos del corazón, si es que el suyo tenía espacio para eso.

―Encantado, Sigyn ―se limitó a decir, a la espera de que la joven tomase su mano.

Aunque generalmente suave, se sentía también algo seca, señal de que la usaba para más que cepillar su hechizante pelo de sirena. A Loki también le llamó especial atención el moreno de su piel, un hermoso tostado dorado, probable consecuencia de pasar muchas horas bajo el sol del campo. Una lectura interesante que le dio a entender que Sigyn no era, muy seguramente, una persona inactiva. Si eso implicaba que se dedicaba a algo más que a la moda y a los cotilleos, entonces, la toleraría un poco mejor. Dioses, ahora que la tenía tan cerca le parecía aún más linda, por no decir el ser más hermoso que había visto nunca. Y era Freya, su concubina, quien tenía dicha reputación. ¿Por qué si sentía tal admiración tuvo que decir algo tan desagradable?

―No me hace especial ilusión compartir mi hogar con… ―comenzó Loki, incapaz de completar la oración. Llamarla campesina o plebeya no estaba muy lejos de llamarla "insignificante" y de considerarla parte del vulgar populacho. Para él, relacionarse con el pueblo llano era cuanto menos trágico para su reputación. A su parecer, solo existían las siguientes clases de personas: los sobresalientes, los mediocres y los más mediocres. Si bien esta categorización dependía del poder adquisitivo, no se limitaba únicamente a eso. Con todo, tenía entendido que ese era el estilo de vida que la familia de Tyr llevaba desde hace unos años, un estilo de vida campechano en el que, a pesar de los lujos y servicios propios de su estatus, gozaban de las futilidades de la gente común.

Loki la escudriñó con la mirada, lo cual podría haberse interpretado como un gesto de desprecio, o como si quisiera espantarla de algún modo. Lo que quería decir era, en realidad, que no disfrutaba de huéspedes en su entorno, fueran estos quienes fueran, más aún si se trataba de desconocidos con los que poco o nada tenía que ver. Y seguro que con Sigyn no tenía nada que ver. ¿Por qué entonces le pareció tan… magnética? Casi sin darse cuenta, ya había articulado la palabra "cualquiera" en un leve siseo, aunque, por supuesto, no le pareció que lo fuera en absoluto. Pese a todo, la susodicha no cambió su semblante. Al contrario, lejos de encontrar a Loki petulante, e ignorando su reputación como "Dios de las Travesuras" o "del Engaño", le pareció una persona auténtica y sincera. En aquellos momentos, al menos, había sido franco. Él no la quería ahí, y ella se sentía exactamente igual.

―Entiendo lo que dices, a mí tampoco me agrada la idea de tener que codearme con la pretenciosa élite de Asgard ―opinó la muchacha en aparente indiferencia, muy libremente y sin más miramientos, puede que envalentonada por la censurable frase de Loki. Sorprendido por la osadía de la joven y radiante diosa, alzó una ceja. Lejos de sentirse injuriado, esbozó una sonrisa divertida. "Mordaz y picante", pensó él, sintiendo una sensación bastante grata en el pecho, así como la incapacidad absoluta de soltar su mano o sentirse exponencial e inexplicablemente atraído hacia ella. En un arrebato de valentía, tiró firme pero suavemente de su mano, acercándola lo suficiente para susurrarle lo que sin darse cuenta sería el primer secreto entre ambos.

―Con todo, prometí a mi madre cuidarte y llevarme bien contigo, así que bienvenida a la élite, supongo ―confesó con su voz rasgada y aterciopelada, habiéndose inclinado lo suficiente para susurrarle aquello al oído.

La joven de cabello platino tragó saliva al sentir la cercanía del príncipe. Si no disfrutaba de su presencia, entonces, ¿por qué la retaba de aquella manera? ¿Por qué tenía la impresión de que, aunque no lo reconociera, en realidad, le complacía tenerla bajo el mismo techo? En cierta manera, aunque Sigyn hubiera preferido quedarse en casa, encontraba refrescante aquella tensión no resuelta… y la forma en la que el príncipe Loki se había ruborizado poco antes. En un arrebato igual de valiente, rozó la mejilla con la de él y, habiéndose tomado unos instantes para suspirar, incidió en lo siguiente, haciéndose un poco la dura:

―No necesito protección, ni pienso fingir llevarme bien con nadie. Aunque, quién sabe, puede que contigo eso último no haga falta.

Acostumbrado a ser el directo, el sensual y el adulador, no el apocado ni el cortejado, Loki se separó lo suficiente para mirar a la joven asgardiana. ¿Acababa de sugerir que le había caído en gracia? ¿O que no fingiría su odio y desprecio por él? Esperanzado, Loki quiso interpretar esto primero. Por su parte, Sigyn soltó la enorme y fría mano del príncipe y se dispuso a reunirse con su padre, que platicaba plácidamente con el resto de la familia real. Pero antes, miró atrás durante unos instantes y le guiñó el ojo de forma socarrona, confirmando que no le parecía una persona tan horrible, al fin y al cabo. Aquel gesto hizo que Loki soltara un apurado suspiro por la nariz. En la próxima fiesta, ya no buscaría la atención de Freya.


Padre y madre habían concedido unas semanas de "adaptación" a la doncella, de modo que no se abrumara, nada más llegar, con lo cotidiano de los estudios y las peculiaridades y exigencias de la nobleza. Pero esas semanas estaban condicionadas por la petición severa de Tyr, que consistían en vigilar a su hija y no permitirle abandonar el palacio. Aunque a Frigga y a los príncipes les resultó una demanda especialmente cruel, Odín comprendió y contentó a su amigo, respaldándose en la presunta rebeldía de la muchacha y en cómo, realmente, ella no quería estar ahí. Además, al parecer, no era inusual en Sigyn andar a sus anchas por el reino. Al parecer, a menudo desaparecía y regresaba a su antojo, conducta incompatible bajo la tutela de Odín, al menos al principio, mientras se familiarizaban con ella y garantizaban su confianza. Al rey no le hacía gracia que su invitada se escapase nada más llegar y, en el peor de los casos, algún malhechor le hiciera algo.

Loki había pasado todo este periodo a su aire, manteniendo una distancia prudente con la nueva inquilina, a quien solo se le acercaba, y de manera muy insistente, el mentecato de su hermano. El Dios de las Travesuras se había mantenido distante por el simple hecho de no saber cómo romper el hielo o comportarse con las chicas. No se le daban demasiado bien, si no había sexo de por medio. Claro ejemplo de ello era la que había sido su amor infantil Sif, quien tanto lo odiaba en el presente por motivos que ahora mismo no quería recordar.

Con todo, durante aquellas dos semanas, el joven príncipe había advertido en Sigyn conductas impropias de la mayoría de las mujeres que, hasta la fecha, había tenido el placer o desgracia de conocer. Por ejemplo, a menudo, se paseaba por los interminables palacios con un libro en la mano, lectura que iba cambiando cada poco tiempo. Filosofía y política, historia, antiguas recopilaciones literarias, bibliografías de los músicos más aclamados de los nueve reinos. El tipo de libros que casi nadie rescataba de la librería, a excepción de él mismo, aunque a él le iba más la física o la astronomía.

Además, la muchacha acostumbraba a visitar los fogones a primera hora del día y, por lo que había oído también, se preparaba su propio desayuno, compartiendo deliciosas y exóticas recetas con el servicio. Su vestimenta respecto al primer día también había cambiado. Era, sin duda, digna de mención. Aunque todavía propia de la clase alta, y siempre limitada a la misma gama de colores (blanco o negro, pero siempre oro), denotaba sencillez, comodidad y rezumaba una indudable elegancia. En los días más soleados, incluso, cometía el atrevimiento de destaparse lo suficiente como para seguir bronceando su radiante piel, allá tirada sobre la mullida hierba de los jardines reales. Loki se había percatado en que los guardias le lanzaban miradas furtivas mientras estaban de servicio, lo cual no le había hecho ni pizca de gracia (aunque, a decir verdad, él había hecho algo parecido). Habiendo sustituido las trenzas vikingas por moños y recogidos desenfadados, pasaba incontables horas ejerciendo el tiro con arco o tocando su Stradivarius en el salón de baile.

Sigyn dormía en la habitación contigua. De hecho, se había llegado a imaginar a la doncella vestida únicamente con un fino camisón de satén o, alternativamente, durmiendo sin ninguna capa de ropa. A menudo, salía al balcón a observar las estrellas, cuando no podía conciliar el sueño, pero Loki nunca se había atrevido a acompañarla y se había limitado a observarla a través del reflejo de la ventana, confirmando que dormía en lo que parecía una camisa que le venía muy ancha. Curiosamente, aquello la hacía aún más atractiva. Parecía que le gustase la noche tanto, aunque no más, como el día. Desde que Sigyn había llegado a palacio, Freya no había vuelto a pernoctar en la alcoba de Loki. La quería libre, por lo que sea que pudiera pasar (aunque, dada la nula relación entre príncipe e invitada, aquello no parecía posible por el momento).

Aquella mañana, se palpaba en el aire que algo diferente se iba a acontecer. Sentado en las gradas de la arena de entrenamiento, Loki afilaba su colección de dagas cuando observó una cercanía sospechosa entre su hermano y la asgardiana. La joven llevaba un vestido ceñido de media manga negro con motivos dorados, corsé y hombreras que estilizaban su figura. Su cabello suelto y ondulado le daban un aspecto más fresco, natural. Entretanto, Thor se aprovechaba de su feminidad y, habiéndose situado tras ella, se disponía a enseñarle cómo blandir un hacha barbada. ¡Como si la hija del Dios de la Guerra no entendiera de armas! Mira si era botarate, inculto y descerebrado. Si algo le había enseñado su hermano era, precisamente, la interminable lista de sinónimos de la palabra "estúpido".

―Si tanto te aburres, prometo organizar una excursión con la que puedas despejarte. ¿Conoces los mágicos lares de Alfheim? Es un viaje muy sencillo que no requiere de entrenamiento previo. Muy seguro, pero por si acaso… En fin, tampoco pasaría nada, porque me aseguraría siempre de protegerte.

―Será condescendiente ―farfulló Loki para sí mismo, reincorporándose y acercándose a zancadas vertiginosas. No esperaba que Sigyn cayera en las redes del pesado de su hermano, ni tan rápido, "ni tan nunca". No obstante, comprendía que nadie más que él le había prestado atención desde su llegada. Además, por algún motivo, la idea de que acabaran creando un vínculo especial le causaba náuseas, pues no veía a Sigyn como su cuñada.

―¿Es para mí? ―respondió Sigyn, observando con cierta melancolía la ciudad en el horizonte, más allá del filo plateado del hacha barbada. Por supuesto, había preferido callarse ante las insolencias de Thor, que la trataba como a una muñeca indefensa, algo que hacía casi todo el mundo con las damas de estas esferas, motivo de tantos por el que Sigyn había peleado con su padre para no venir a palacio.

―Claro, quédatela. Siempre viene bien guardar al menos un arma en los aposentos por si nos invaden de improvisto. Cada segundo cuenta en una situación así. No siempre hay ocasión de bajar hasta la armería real o el cuartel ―explicó Thor, relamiéndose los labios y aspirando profundamente su goloso y embriagador perfume de tonos frutales y florales. Frambuesa, pera, bergamota, mandarina, azahar, jazmín… ¿almizcle blanco?

―¿Qué tal, "princesa"? ¿Aburrida ya de tus primeras semanas de confinamiento? No me extraña ―intervino Loki en un tono claramente provocador. Le encantaba hacer eso, incitar a la gente a sacar su lado más anárquico y salvaje, en especial una doncella que nada tenía de remilgada, a juzgar por su primera conversación. Al contrario, Sigyn parecía ser rotundamente polifacética. ¿Por qué entonces permitía que Thor la tratase como una necia?―. Alguien como tú, precisamente, no está hecho para vivir en una jaula de oro. Hasta el canario más alegre dejaría de cantar en esta pajarera. Yo perdería las ganas de vivir si no tuviera libertad de tránsito, como es tu caso. Incluso, pensaría que una invasión sería lo mejor que podría sucederme. ¿Sabes? Puedo enseñarte los mejores pasadizos para huir de aquí. Pensándolo bien, no hace falta que nadie nos asedie para escabullirse un rato.

―¿Qué quieres, Loki? ―preguntó Thor, alejándose de una azorada Sigyn y mascullando lo siguiente con relativo secretismo, incluso con cierto recelo―: No le metas ideas absurdas en la cabeza. Acaba de llegar, es arriesgado que improvise una visita a la ciudad sin vigilancia. No conoce la capital, ni queremos problemas con Tyr. Padre le dará permiso para salir cuando lo vea conveniente.

Thor siempre había sabido que, entre los dos, Loki era el más listo y astuto. Con todo, él no era tan palurdo como su hermano creía. Sabía precisamente lo que estaba intentando hacer en esos instantes: arrebatarle cualquier oportunidad con Sigyn, frustrar sus intentos de flirtear con ella.

―Pensaba que eras bastante más feminista, hermano. Subestimar así a la Hija de la Guerra, como si no pudiera valerse por sí misma. Qué injusto y retrógrado por tu parte ―respondió Loki de forma desafiante y provocadora, antes de volver a alzar la voz para dirigirse a Sigyn―. El primer paso lógico es conocer la ciudad que uno habita, no apuntarse a una excursión a un reino lejano, ¿no crees, forastera?

Loki se giró hacia la joven con los brazos extendidos y, dicho lo cual, le tendió una de sus dagas. La hoja era plateada y la empuñadura asombrosamente distinguida, con decoraciones complejas y preciosos ejemplares de jade incrustados. Sigyn, aunque aún intrigada por los cuchicheos previos de los Odinson, se limitó a observar el cuchillo con absoluta fascinación, viéndose reflejada en el punzante filo. Por su parte, Loki no apartó la mirada de ella ni un solo segundo, ni tan siquiera mientras le espetaba lo siguiente a su hermano:

―¿Por qué no invitas a Sif y a los tres guerreros a ese viaje recreativo a Alfheim, Thor? Gustosamente me uniría yo también.

Molesto, el dios heredero arrugó la nariz y pasó de largo a Loki, quien le guiñaría el ojo de forma burlona, satisfecho de haber frustrado sus intentos de intimar con la joven asgardiana. ¿Por qué lo había hecho? No podía explicarlo, tan solo supo que debía hacerlo, que Sigyn merecía mejor. La joven asgardiana, consciente de la tensión entre los dos hermanos, se hizo un poco la despistada y aguardó a que Loki se le acercara. A lo lejos, Thor abandonaba la arena, perdiéndose en un elegante patio interior donde probablemente lanzaría un grito o dos como pataleta.

―No te quieres convertir en otro de los romances fallidos de mi hermano, créeme ―bromeó Loki, acercándose con una excesiva seguridad de sí mismo. Entretanto, Sigyn dejaba escapar una sonrisa un tanto irónica.

―¿Pero sí en uno de los tuyos? ―cuestionó la joven, estableciendo intenso contacto visual y acotando la distancia entre ellos. Sus intentos de cohibirlo resultaban entrañables, siendo ella tan menuda y él tan… gigante. Con todo, lo conseguía, la muy desgraciada.

―¿Qué? Eh, no, lo has interpretado mal ―se apresuró a puntualizar el canalla de pelo azabache, como escandalizado por el atrevido comentario (que no resultaría ser, en realidad, tan descabellado). A continuación, Loki dejaría escapar una risita rasposa con ánimo de quitarle el hierro al asunto, aunque acabaría sincerándose un poquito más de forma casi inconsciente, instintiva―. Mi hermano apoya a las mujeres fuertes y empoderadas, pero disfruta demasiado ejerciendo del rol de macho alfa protector. Además, respeta demasiado a Odín y a tu padre; si fuera por él, no saldrías de palacio hasta que el rey diera su visto bueno. Yo opino algo muy diferente. Opino que eres una de esas mujeres fuertes y empoderadas que, precisamente, no deberían depender del permiso o presencia de nadie para escaquearse y salir a tomar el aire. Además, incluso aunque quisieras unirte a una de las "excursiones" de Thor, deberías hacerlo en las mismas condiciones que los demás guerreros, ¿no crees? De hecho, si de mí dependiera, no te llevaría a Alfheim. Te llevaría a un reino mucho más desafiante y no pasaría nada, pues muy probablemente luches mejor que todos sus amigos berserker juntos.

Sigyn respiró profundamente por la nariz, intentando no mostrarse demasiado sorprendida o halagada, que lo estaba. Atrás había quedado todo atisbo de superioridad que el joven príncipe le había mostrado durante el recibimiento oficial. De pronto, y a pesar de su chulería, de pronto había verbalizado observaciones muy aduladoras sobre ella.

Una de sus preocupaciones de venir a palacio había sido la de no encajar con nadie. Tampoco lo deseaba, aunque se había visto sorprendida de encajar con Loki, nada menos. Puede que pudiera buscarlo en los próximos eventos formales, de los que recordaba, por ejemplo, las rivalidades sinsentido de las mujeres y la incómoda segregación de sexos. Ella no concebía las relaciones sociales así. Le gustaba mezclarse y, además, tenía pasatiempos que podían considerarse bastante masculinos. Puede que por eso disfrutaba tanto con la gente llana, aquella no juzgaba tanto como la acaudalada.

A pesar de lo mucho que Asgard había avanzado en los últimos siglos, en las altas esferas, la gente seguía siendo extremadamente tradicional y retrógrada. ¿Cómo iba a hacer amigos con gente así? Si toleraba la condescendencia de Thor era porque no veía maldad ninguna en él, y también porque le convenía. De pronto, Sigyn pensó en los guerreros aquellos, los que Loki había mencionado y a los que se había referido como berserker. Unos brutos, vaya. Para ser amigos de Thor, muy probablemente así lo fueran, al menos en lo bélico. No sabía si sería mejor que ellos, pero, desde luego, contaba con la formación suficiente como para ponérselo muy difícil a cualquiera, incluidos los propios príncipes, si algún día le permitían batirse en duelo con ellos.

―¿Dices eso porque soy hija de mi padre?

―Lo digo porque no te he visto fallar un tiro estos días. Eso es fruto de la disciplina, no de la genética ―razonó Loki, relamiéndose los labios. La asgardiana la observaba con los brazos entrelazados a la altura de sus riñones, pecho erguido y barbilla alzada. Loki y Sigyn se quedaron unos instantes así, provocándose mutuamente con la mirada hasta que, de pronto, el dios la tomó de los hombros para situarla frente a una de las dianas, concretamente, frente a la más lejana y pequeña de toda la arena―. Venga, princesa. Demuéstrame que me equivoco. Lánzala.

Sigyn pudo sentir la agradable respiración de Loki acariciarle el cuello. De hecho, se sintió aturdida, hechizada, durante unos instantes. Su piel, erizada. Entonces, la joven asgardiana tragó saliva en un intento de concentrarse, y puntualizó que las dagas no eran algo con lo que hubiera entrenado especialmente. Nunca había recurrido a ellas porque no sabía cómo sacarles provecho si no empleaba el sigilo. Y tampoco se había dado la ocasión. De inmediato, Sigyn corrigió su postura y comenzó a adecuar su respiración al lanzamiento, alentada por los ánimos de Loki, que deslizó las manos por sus hombros al centro de su espalda y se detuvo justo al final a la altura de sus caderas.

"No voy a explicarte cómo hacer algo que ya sabes", dijo. Sigyn sintió que la voz de Loki la acariciaba con esa frase. De hecho, sintió que se tambaleaba durante unos instantes y… también una sensación algo húmeda en su entrepierna. Loki pareció advertir este momento de flaqueza, pues enseguida dejó escapar una sonrisa victoriosa, casi maquiavélica, que Sigyn no alcanzó a ver debido a la postura en la que se encontraban. Él estaba detrás de ella, ahora respirando con expectación contra su coronilla y también, aprovechando cada inhalación para deleitarse con su perfume. Aunque le costó, la asgardiana consiguió ignorar las circunstancias durante unos instantes y, finalmente, lanzó el cuchillo de forma bastante acertada. De hecho, salió disparado a tal velocidad y precisión, que dio en el centro de la diana y ahuyentó a las golondrinas más cercanas. Un lanzamiento con el que Loki ya contaba, pero con el que se sintió aún más embelesado, si cabía.

Asintiendo repetidamente con la cabeza, el dios se masajeó la mandíbula, apreciando la puntería de la diosa y observándola, una vez más, de arriba abajo. Pequeña y delgadita, pero tan letal como su arma favorita. La mirada de Loki se detuvo momentáneamente en el pecho de la Æsir, que inhalaba y exhalaba de forma sincronizada e hipnotizante. Entonces, no supo por qué, cambió drásticamente de tema:

―He oído tus llantos casi todas las noches ―confesó el joven príncipe, lo cual hizo que la hija de Tyr se encogiese de hombros, como insegura, como si aquello le resultase extremadamente invasivo. Sin decir nada, se escabulló hacia la diana a desclavar el cuchillo, como si lo que Loki estuviera comentando fuera de todo menos interesante―. También he notado que vistes de negro, como si estuvieras de luto.

―No te ofendas, pero ¿acaso te miras en el espejo cuando te vistes, señor de las tinieblas? ―se burló la muchacha, habiendo dejado escapar una risita sardónica. Cierto, pensó Loki, no la conocía lo suficiente como para sacar lecturas así de precipitadas. Puede que únicamente se tratase de cuestión de gustos o estilismo.

―Aunque el negro estilice tu figura, princesa, no es un color que esté hecho para ti ―respondió en el mismo tono burlón, salvando un poco la situación. Era cierto. Sigyn, de por sí, evocaba todo lo contrario―. Tu color más reconfortante es el blanco. ¿Crees que no me he fijado? Caminas con gracia y confianza, como si te acercaras al altar en lugar de a tu propia tumba. Ah, pero las noches que lloras como una niña…

¿Coincidencia? Loki no lo veía así.

―Pamplinas ―espetó Sigyn, llevándose uno de sus mechones traviesos tras la oreja. En realidad, no lo eran, y ambos lo sabían bien. La ropa, el lenguaje corporal, los hábitos y los pasatiempos decían mucho de la personalidad ajena o de cómo se sentía uno por dentro―. Me gusta tanto el blanco, como el negro. Además, al igual que tú probablemente, soy una escala de grises.

―No sé, princesa… ―susurró Loki, siendo él quien acotaría la distancia entre ambos aquella vez―. Puede que lo que para algunos sea un detalle sin importancia, para mí es un claro indicador de algo más profundo. ¿Es por la odiosa fiesta que mis padres han organizado para ti?

La fiesta, su primer escrutinio público. Apenas tendría ocasión de divertirse, si aquello era una posibilidad, pues estaría bastante ocupada preocupándose por estúpidos protocolos, medir cada una de sus palabras y verse lo más emperifollada posible. Sí, vestirse en lujo era siempre agradable, mas no cuando era de lo poco que se esperaba de ella. Por lo pronto, no tenía permiso para salir a cabalgar, mucho menos para labrar la tierra y mancharse uñas y manos en el proceso, al menos no sin un centinela o sirviente que hiciese el trabajo sucio por ella. Sí, la fiesta le aterrorizaba porque seguro que quedaría en evidencia. Asimismo, tener criados era algo que ella aborrecía.

No se creía capaz de construir vínculos afectivos reales con nadie de por aquí. Solo esperaba frivolidad y superficialidad. Si bien era cierto que Odín y Frigga se habían mostrado dispuestos a tratarla como a una hija más, a pesar de la seriedad del Padre de Todos, por parte de Thor solo veía un claro encaprichamiento infantil. El muchacho parecía tener buen corazón, pero aún le faltaban unos cuantos veranos y primaveras para convertirse en un hombre hecho y derecho. Respecto a Loki… Lo primero, le parecía indiscutiblemente apuesto. Ingenioso, divertido, canalla, un hombre curioso no desprovisto de inteligencia. Parecía ser de las pocas personas más reales y genuinas de por aquí. ¿Que era un mentiroso? Cierto, a Sigyn las mentiras no le gustaban nada. Con todo, no había quién se librase de soltar alguna. Además, la reputación de Loki estaba estrechamente ligada a las travesuras por lo que, seguro, sus mentiras no serían demasiado serias, ¿cierto?

―La corte puede ser un entorno falso y hostil, pero uno aprende a desenvolverse en ella, créeme. Este no es el peor sitio del mundo, aunque puede serlo si te niegas a navegar en él ―reconoció el Dios del Engaño, quedándose pasmado en el entrañable lunar sobre la ceja izquierda de Sigyn, o en la perfecta y armoniosa simetría de su cara―. Tus manos están resecas y tu cuerpo plagado de cicatrices, lo que significa que eres una persona muy movida o bien muy disciplinada. Puede que ambas. Este no es lugar para ti, al menos no bajo las cláusulas que han establecido nuestros padres. Puede que, si te hubieran aflojado esa correa desde el principio, te habrías sentido más cómoda. Por eso tienes que desprenderte del inclemente collar que ahoga tu delicado cuello y escabullirte ahora mismo, huir a la ciudad como un cachorro ansioso de correr por la ladera. Ahí mismo, entre esos matorrales, encontrarás un hueco por el que salir. Cuando vuelvas, empezarás a relativizar. Es lo que suelo hacer yo.

En este punto, Loki la miraba con una ardiente y apasionada determinación que convencería a la magnética invitada. Pero antes, Sigyn se tomó nos instantes para simplemente tomar su mano y colocar la daga que le había prestado sobre ella. Pero Loki negó con la cabeza. Podía quedársela. Es más, debía llevársela.

El tacto inevitable de su piel hizo que el príncipe se estremeciera, aunque no tanto como cuando la joven le preguntó lo siguiente, con fingida inocencia, además:

―¿Cómo sabes las cicatrices que tengo o dejo de tener?

―No decido yo cuándo ni cuánto te desvistes para tomar el sol ―respondió este ingeniosamente, esbozando una sonrisa endiablada. Si bien eso era natural en su carácter, había con quien se cortaba más o menos. Con Sigyn, había advertido que podía comportarse de forma absolutamente natural y desvergonzada. Así, pensó Loki, era como empezaba el verdadero juego.

―Mi padre quiere condenarme a una vida estereotípica, pensando que eso es lo que más me conviene. Y si es con uno de los príncipes de Asgard, mejor ―explicó la muchacha, estableciendo intenso contacto visual con Loki, no porque quisiera sugerir nada o porque tuviera los mismos intereses que Tyr, sino porque resultaría cuanto menos irónico que acabara prendándose del hombre frente a él cuando no andaba buscando un marido. Aunque, pensándolo bien, el hecho de estar planteándoselo si quiera significaba que, en parte, ya se estaba prendando un poco de Loki―. Él se hace mayor, y no quiere que me quede sola. Quiere que un hombre cuide de mí, como él cuidó devotamente de mi madre. Pero, si estoy aquí es, en realidad, porque necesito la ayuda de Frigga en otros asuntos.

En este punto de la conversación, Loki alzó las cejas, intrigado. ¿En qué podría ayudarle su madre, si no en la búsqueda de un marido o en cuestiones de protocolo y etiqueta? El dios de cabello azabache fue a abrir la boca, aunque se detuvo enseguida, entrecerrando los ojos como si así fuera capaz de leerle la mente a la despampanante mujer frente a ella. No hizo falta, ya estaba explicándolo todo muy transparentemente. Aún absorto por sus distraídas caricias, Loki tragó saliva. ¿Tan malo sería un matrimonio concertado con la hija de Tyr? ¡En qué estaba pensando! Eso del matrimonio todavía estaba muy lejos para él. Nunca le había interesado. De hecho, cuando la propia Frigga le confesó haber querido unir a uno de sus hijos con la enigmática doncella, la idea le pareció sumamente infantil y ridícula. ¿Por qué, ahora que Sigyn había explicado lo mismo, sintió que el corazón le daba un vuelco? Como mucho, este encaprichamiento acabaría con él penetrándola repetidamente en su lecho, provocando sus más estridentes gemidos. Demonios, ahora tenía que borrar aquella tentadora e irresistible imagen de su cabeza.

―Resumiendo, no estoy aquí porque mi padre tenga un problema con mi forma de ser o mi forma de vivir la vida, aunque sí porque desearía que yo fuera más "normal", al menos, todo lo normal que puede ser la hija noble del Dios de la Guerra. Pero a menudo olvida que heredé la magia de mi madre y que me gustaría aprender a usarla. Aunque no se haya manifestado, el potencial está ahí. Me costó mucho decidirme, pero acabé reflexionando y finalmente accediendo a venir solo por eso. La gente que te repulsa es porque se te da muy bien la hechicería, ¿verdad? Pues ayúdame tú también. Así, al menos, lograré mantener lejos de mí a los ignorantes ―bromeó ella, todavía paseando las yemas de sus dedos sobre las frías y pálidas palmas del príncipe, lo cual lo dejaría prácticamente sin aliento―. Después de mi periodo de formación, tanto tú como yo recuperaremos nuestras vidas. Me retiraré a la ciudad a cumplir mis ambiciones de cursar mi educación superior y dedicarme a algo más que a tomar el té y aburrirme tejiendo prendas que nunca voy a utilizar porque para eso me las compro.

Dicho esto, Sigyn aclaró que su padre nunca había tenido la autoridad intransigente que Loki pensaba. Aunque a regañadientes, Sigyn tenía capacidad de elección. Incluso frente a las insistencias de Tyr, siempre tendría opción a marcharse. Acabado su alegato, la dama soltó a Loki sin mayor miramiento y le dio la espalda, acercándose al matorral que le había sido revelado momentos antes. Pero primero, se giró a medio camino para lanzarle una última mirada, esta vez una mucho más sugerente.

―¿Y bien? ¿Me acompañas?

Si lo que Sigyn había dicho era cierto, entonces, Loki podría dejar de sentirse tan solo e incomprendido. Alguien con poderes, aquí en Asgard, tan al alcance de su mano, tan hermosa como un cerezo que lloraba en primavera o un pecado sin remordimientos. Tan poco interesada en ser "una más" de las mujeres florero de la corte. Y, encima, aspiraba a seguir desarrollando todo su intelecto. Fascinante.

La inusual doncella aguardó con impaciencia, pero Loki, sorprendentemente, decidió negarse a tan tentadora oferta. En otra ocasión, segurísimo. Aquel era momento de que la asgardiana disfrutase sola. Además, pensaba haber causado suficiente impacto como para que deseara regresar.

―Huye, Hija de la Guerra. Pero no te olvides de volver, ¿sí? Te lo exige tu maestro.

Sí, le encantaría ser su profesor y enseñarle mucho más que magia…

Sigyn se sonrojó, aunque muy sutilmente, y no hizo más que ampliar su sonrisa. A continuación, desaparecería entre la vegetación del palacio ante la atenta, curiosa y expectante mirada de la reina Frigga. Desde la comodidad de su mirador, había presenciado los primeros indicios de algo que creía sumamente emocionante.


La familia real aguardaba a su invitada en un silencio más pesado de lo habitual. Como Odín no acostumbraba a esperar a nadie, ni tan siquiera a sus propios hijos, ya estaba sorbiendo su deliciosa pero abrasadora sopa de calabaza, absolutamente despreocupado del paradero de una muchacha que, sabía, podía valérselas por sí sola (o eso esperaba, de lo contrario Tyr se le enfadaría, y mucho). Thor, más preocupado e impaciente por la ausencia de Sigyn, se limitaba a golpear repetidamente sobre la mesa con su dedo índice. Sorprendentemente, Frigga tampoco se veía molesta por la tardanza de la doncella, aunque tampoco estaba tranquila. Si alguien se mostraba especialmente divertido por toda esta situación (o, más bien, por la inquietud de su hermano) ese era el Dios de las Travesuras.

De hecho, con los codos sobre la mesa y el mentón sobre sus manos, sonreía de forma descarada y socarrona. No, qué va. A diferencia de Thor, Loki no estaba en absoluto preocupado. Si algo, seguía abrumado de su previa interacción con la invitada. Thor suspiró y continuó evitando la mirada de su hermano. Por su parte, Odín alzó su único ojo durante unos instantes, observando el pulso no verbal entre sus hijos varones, mas no llegó a decir nada, porque en ese momento una estridente serie de taconeos apresurados hizo que toda la familia se volteara ligeramente hacia la puerta. Sigyn apareció ahí de repente, respirando agitadamente y arreglándose el pelo en un intento de recomponerse antes de saludar, como era costumbre, con una reverencia.

―Sigyn, querida. No quería interrumpir tu reposo. Ven, únete a nosotros, todavía hay abundante cena sobre la mesa ―la reina le guiñó el ojo con cierta picardía, habiendo dicho aquello como para quitarle el hierro a su tardanza. ¿Había mentido por ella? Insólito, pensó Loki. Los tres sabían que Sigyn no se había retirado a su habitación a descansar. Y, de alguna manera, puede ser que Thor también lo supiera.

Extrañada, la joven vaciló unos instantes antes de acercarse a la mesa. Se había ausentado más de lo intencionado. Hasta ahora, había estado deambulando por algún lugar entre el Distrito de la Forja y la Magia. De hecho, todos ellos parecían saberlo, al menos todos ellos menos Odín. Finalmente, tomó asiento. Más concretamente, entre Thor y Frigga. Hecho esto, dejó caer su bandolera al suelo, suavemente. De ella se asomaron parafernalias varias que hizo que el Dios del Trueno entrecerrara los ojos en un intento de distinguir de qué se trataban realmente. Incapaz de resistirse, el heredero al trono se inclinó para agarrar uno de los objetos, pero se llevó un disimulado manotazo a medio camino. "Cada reacción, más divertida que la anterior", pensó Loki, copa en mano.

―Respecto a la fiesta de este sábado… ―continuó la reina, cambiando astutamente de tema―. Estaría encantada de traer a uno de mis sastres para diseñarte un vestido, uno a la altura de la especial situación.

―La armadura que llevaba el otro día parece más propia de ella, ¿no es así, hermano? ―se entrometió Loki, en su habitual tono provocador. Thor consideró aquella pregunta, pero, antes de que pudiera contestar nada, fue interrumpido por el rey. Como Sigyn, que apenas tuvo ocasión de hablar, a pesar de que la conversación tratase sobre ella.

―No es el atuendo más apropiado para la presentación de Sigyn en sociedad ―se limitó a contestar Odín. El Dios del Trueno, habiendo reflexionado un poco, compartió una mirada significativa con su hermano, quien insistió:

―Entonces, ¿nosotros tampoco deberíamos vestir nuestras armaduras, padre? No me va el naturismo, pero por ti, lo consideraría ―bromeó Loki, guiñándole el ojo a Sigyn, como si aquello se lo hubiera dicho, precisamente, a ella.

Odín le lanzó una mirada inquisitiva a su hijo, como si fuera un perro guardián que recién habría advertido su presencia en la finca. Divertida y sonrojada por aquel comentario ¿o propuesta? indecente, Sigyn se llevó un bocado de carne a la boca en un intento de contener la risa.

―Loki tiene razón ―secundó Thor, para sorpresa de su hermano―. En realidad, no hay atuendo más apropiado para la hija de Tyr que una armadura. Es hija del Dios de la Guerra.

―Pero… ―balbuceó la reina, decepcionada, viéndose interrumpida inmediatamente por el que sería el heredero al trono de Asgard.

―Los vestidos de gala pueden esperar. Con todo, quizá puedas tirar de tus hilos y traer a Brokk y Sindri para que le diseñen una nueva, una a la altura de un festejo tan ilustre como este ―propuso Thor. No contento con eso, el Dios del Trueno añadió―: Y también a la altura de nuevas aventuras. La necesitará para nuestro próximo viaje a Vanaheim.

―¿Vanaheim? ―preguntó Loki, gratamente sorprendido por el cambio de padecer de su hermano. Aunque su relación no era horrible (de hecho, era bastante positiva), en momentos así, Thor le parecía un poco menos bobalicón, incluso le caía un poquito mejor. Odín, que se había hecho la misma pregunta, añadió:

―¿Por qué puñetas necesitáis armaros para viajar a Vanaheim? No hay conflicto con los Vanir. Son seres de la naturaleza, fertilidad, prosperidad y paz. No estaría mal que se os pegase al menos una de esas cualidades.

Loki contuvo una carcajada e intercambió una mirada ocurrente con Sigyn. Era como si ya hubieran dominado el arte de comunicarse mediante el contacto visual. Odín y Frigga también estaban con la cantinela del matrimonio y los niños, ¿eh?

―He oído de una zona ocupada por vándalos nómadas ―desarrolló el Dios del Trueno―. Una raza extranjera a los nueve reinos. Al parecer, están explotando una cueva de gemas preciosas y aterrando de paso a los aldeanos. Habrá que pararlos, ¿no?

―Por supuesto, ¿qué clase de aliados seríamos si no interviniéramos? ―celebró Loki, verbalizando casi palabra por palabra los pensamientos de la sonriente joven.

Thor respondió asintiendo con rotundidad una única vez. Odín gruñó de forma muy leve y regresó toda su atención a su sopa. La reina, que no sabía muy bien si festejar o temer la repentina complicidad de los más jóvenes, acabó renunciando a la emocionante idea de diseñar un bonito vestido para la que ya consideraba su ojito derecho. Al poco, mientras Loki se estiraba para servir algo de vino blanco en la copa de Sigyn, Frigga cambiaría de tema de forma casual pero calculada, diciendo:

―Volviendo al tema de la fiesta. Por supuesto, podréis escabulliros una vez termine el evento para seguir celebrando por la ciudad, como hacéis a veces. Pero nada de persuadir a Heimdall para abrir el Bifrost ―advirtió, alzando el dedo índice de forma acusadora e inquisitiva. Por encima de su cadáver volverían a viajar sus hijos a través de los nueve reinos, borrachos como una cuba.

Aquella interpelación dejó a los jóvenes fríos, tanto, que Loki vertió algo de vino sobre la mano de Sigyn. Excusándolo con un indulgente "no es nada", la asgardiana se secó rápidamente la piel con la pulcra servilleta junto a su plato. ¡Pillados!

―Sigyn es libre de acompañaros siempre, vayáis adonde vayáis, dentro de lo razonable ―explicó Frigga, quien tomaría la muñeca de la muchacha en un gesto alentador, incluso travieso, aunque puramente maternal―. Pero no olvidéis avisar que marcháis. Generalmente, si notificas y te justificas, no nos opondremos a que te ausentes.

Terminada la cena, rey y reina se retiraron a sus aposentos, dejando a los jóvenes solos con sus bebidas y frutas de temporada. Thor no pudo evitar soltar una carcajada en el momento en el que desaparecieron sus padres, a lo que Loki y Sigyn correspondieron sin dudarlo.

―No esperaba que fueras tan pícara, Sigyn ―reconoció el joven Dios del Trueno―. Loki tenía razón. Te estaba subestimando. No te creía capaz de saltarte ninguna regla en tus primeros días. ¿O ha sido la víbora de mi hermano quien te ha tentado?

Sigyn se llevó un gajo de mandarina a la boca, incapaz de responder a aquella pregunta. La verdad se encontraba, muy probablemente, entre ambas afirmaciones. Loki y Sigyn continuaron compartiendo miradas de complicidad mientras Thor se calmaba y soltaba un último suspiro para autorregularse. A continuación, el Dios del Trueno lanzó la servilleta sobre la mesa, se levantó y se marchó, habiéndose despedido, de forma divertida y chisposa, con una especie de saludo militar.

―Yo también me voy, estoy fatigada de tanto caminar ―anunció Sigyn, levantándose y acercándose a la puerta del comedor con las manos en la sien, visiblemente sofocada de tanta risa y emoción.

―¿Sabes? ―se aventuró Loki, antes de que la asgardiana lo dejase solo. Ella, con la mano y la mejilla apoyada en el marco de la puerta, observó a Loki con una calma y un talante absolutamente arrebatador. No, no era el vino. Generalmente, los asgardianos tenían una resistencia sobrenatural al alcohol, siempre y cuando no bebieran hidromiel, aunque sí podían advertir sensaciones mínimas cuando consumían mucho de cualquier otra cosa. Sin embargo, observar a Loki acercarse en unas zancadas decididas, pero pausadas, como un león acorralando a su presa, incrementó su ligera turbación producida por el vino―. Tengo como norma no relacionarme con mujeres si no es con fines puramente biológicos. Con todo, creo que podrías convertirte en la excepción a la regla.

Sigyn puso sus ojos en blanco ante tal zalamería. Sintiendo un pudor exponencial, solo pudo mirar hacia otro lado y reírse del nerviosismo.

―Madre mía, Loki, con el acaramelado de tu hermano tenía suficiente ―bromeó esta, a lo que el Dios del Engaño respondió con una sonrisa burlona―. Ha sido divertido, lo reconozco. Gracias por haber añadido un poquito de emoción a mi día.

¿Solo un poquito?, se lamentó Loki.

Para Sigyn era inevitable sentirse intimidada por el porte del joven príncipe, tan alto, tan esbelto, tan distinguido, tan seguro de sí mismo. En comparación, se sentía una hormiguita, diminuta, vulnerable, inofensiva, completamente a su merced. Sin duda, veía bondad y calidez en él, pero también la volatilidad de un carácter indomable, o el peligro inminente de relacionarse con alguien tan rebelde, reacio, reaccionario.

―No obstante… ―continuó la linda joven, hablando como en un susurro―. En adelante, agradecería que dejases de usar tu labia para incitarme a hacer cosas que no me convienen.

Sí, hasta ahora, Sigyn se las había apañado muy bien con sus malabares equilibrados de docilidad y desobediencia. Pero Loki… tenía la sensación de que le metería en más de un problema si se descuidaba lo más mínimo.

―¿Incitarte a hacer cosas que no te convienen? ¿Yo? ―respondió Loki, con fingido candor e inocencia―. ¿Por ejemplo?

Los dos jóvenes se retaron mutuamente con la mirada. A pesar de no decir nada, nuevamente, con ellas parecieron verbalizárselo todo:

"Como encariñarme de ti".

"Eso no sucederá, eres mucho más lista que eso".

Sigyn rompió el contacto visual, incapaz de mantenerlo durante más tiempo. Entonces, rebuscó en el bolsillo de su manto negro con motivos naturales bordados y le entregó lo que parecía ser un brazal de cuero con piedras preciosas incrustadas. También con, sorprendentemente, un mecanismo que accionaba una hoja oculta. El nombre de Loki, escrito en runas, estaba grabado en la daga.

―Un regalo por tu autenticidad y franqueza ―murmuró la asgardiana, acariciando casualmente el dorso de sus pálidas y grandes manos, un gesto que se encontraba repitiendo con más asiduidad de la inicialmente esperada.

Sorprendido por aquel curioso pero alucinante presente, Loki enmudeció de repente. ¿Un regalo? ¿Para él? ¿Por qué? Aquello era una clara muestra de que Sigyn lo había tenido en mente durante toda su escapada, momento que debió aprovechar para pensar únicamente en ella. Loki llevó las manos al brazal, acariciando cada textura y detalle. ¿Cómo describir aquella cálida sensación en su pecho? Agradecimiento, sin duda, pero también una chispa de ¿entusiasmo?

Dicho aquello, Sigyn marchó hacia su alcoba finalmente. Por su parte, el Dios del Caos necesitó unos instantes para recomponerse y asimilar la tensión no resuelta que acababa de experimentar. Sentado en la silla que poco antes había ocupado la asgardiana, se llevó el dedo índice a los labios y los acarició, como anhelando algo… más. Después, su mirada cayó sobre la bandolera de Sigyn, olvidada ahí en el suelo, bajo el mantel. Si bien había aprendido a no husmear en las pertenencias ajenas, Loki no pudo resistirse. De la espaciosa bolsa sacó una hoz, un vial vacío, un sahumerio, y un libro de alquimia. Fascinante…


Nota de la autora: Sin pretender destripar nada, simplemente quería deciros que este es un guiño a la historia original, Gloria a Asgard. Los que la leyerais en su momento os habréis dado cuenta de que he rescatado elementos de esa fábula para esta otra. Por ejemplo, el hecho de que Sigyn, además de ser hija de Tyr y Nanna, es enviada a palacio como pupila de la reina Frigga (en este caso, por motivos sociales más que académicos). Si bien es cierto que este parentesco no se da en la mitología, quería justificar mi visión de Sigyn como una mujer fuerte e independiente, luchadora y ruda a la vez que dulce y risueña.

Soy consciente de quién es Sigyn, Diosa de la Fidelidad (título que, en este punto de la historia, aún no se ha ganado), pero no por ello quería hacerla tan sumisa e ingenua como lo han hecho otros autores de esta plataforma. Sin duda, ha de ser leal y honrada, firme a sus convicciones, pero no por ello dócil, ni inocente. Siempre he pensado que, por retorcido, narcisista y altanero que sea el personaje de Loki, gusta de codearse con féminas intrépidas y autosuficientes. En una sociedad clasista como lo es Asgard, no imagino a las mujeres de alta cuna con esas cualidades, por lo que pienso que alguien como Sigyn llamaría su atención. Además de esto, he querido reflejar su elevada inteligencia emocional, incluso darle esa chispa de carisma de modo que no resulte plana o aburrida. La Sigyn de esta línea temporal alternativa es indómita, tenaz e impetuosa. También es noble, de lo contrario, Loki no habría perdido su tiempo en interactuar con ella.

Asimismo, siempre me ha parecido curiosa e incluso poética la complicidad entre los polos opuestos y, teniendo en cuenta que Loki y Sigyn de algún modo lo son, he querido reflejar esto vinculando elementos asociados a lo siniestro con aquellos asociados a la bondad y a la pureza (lo incorrecto contra lo correcto). De hecho, advertiréis numerosas analogías al romance, ya sea mediante personajes afines o a través de metáforas entre el sol y la luna, el día y la noche, el fuego y el hielo. Con todo, esta no será una relación tóxica basada en las vejaciones, el sometimiento o la violencia de uno a la otra. He querido predicar con el ejemplo y reflejar una relación basada en el respeto y en el perdón. Una relación sana, a pesar de los altibajos, que es lo que todo el mundo merece.

En cuanto al entorno, en muchas historias se describe a Asgard como esa sociedad del medievo en la que el hombre es quien manda y la mujer es relegada al matrimonio y a la maternidad (un contexto que, en esas fábulas, da pie al desequilibrio de poderes entre Loki y Sigyn y que justifica el maltrato de este hacia ella). No obstante, he querido alejarme de esto un poco escudándome en el progreso que se da a lo largo del tiempo y bajo el pretexto de que las mujeres de la sociedad vikinga, a pesar de estar sometidas a una estructura patriarcal, gozaban de derechos y libertades notables. Aunque no hubiera una completa igualdad, desempeñaban roles importantes en la vida social de sus comunidades. Repito, esto es algo que he querido trasladar a mi historia. Por eso, y porque la nobleza y la burguesía siempre van a estar sujetas a ciertas expectativas y normas de conducta, Sigyn acude a palacio; se lo ha pedido su padre, y ella, a pesar de sus deseos e ideales, ha accedido porque lo quiere y lo respeta (y también porque puede que saque algo bueno de todo ello, como lo es aprender magia). Además, aunque ansía libertad e independencia para ser ella misma, también desea casarse algún día más adelante y formar una familia feliz, anhelo probablemente derivado del temprano fallecimiento de su madre.

Todos estos elementos (el amor, el duelo, el matrimonio, la maternidad, la familia, el servicio a la comunidad), así como la salud mental, serán primordiales a lo largo de la historia, tanto para uno como para el otro. Al final, la vida se reduce a todo eso, o a gran parte de eso. Por último, pero no por ello menos importante, aunque rebelde e individualista, el Loki de este capítulo todavía mantiene su inocencia adolescente y está en buenos términos con su familia. Pronto, aunque no todavía, seguiremos la historia de su variante, el Loki que vela por el multiverso, cuya personalidad es mucho más madura, compleja y profunda. Pero por ahora, limitémonos a disfrutar de su versión más joven e íntegra, la que, como Thor, solo está interesada en pasárselo bien y hacer alarde de sus privilegios.