3 "El coraje de los honrados"
Daylight – David Kushner
Varios lustros después.
Sentado en su rincón de lectura, visiblemente agitado, Loki se hallaba recostado sobre el gélido cristal del ventanal, observando la efusiva tormenta otoñal mientras timoneaba en agitados mares emocionales. En su mano izquierda, una pequeña caja de terciopelo abierta que cerraría de inmediato al notar la presencia de su madre, la reina. Frigga no había sido la única en notar lo abstraído que estaba últimamente. Por eso, y porque se acercaba un día importante para la familia real, se había decidido a buscarlo por los inmensos terrenos del palacio. Por suerte, conocía a su hijo, y sabía bien dónde pasaba sus días más grises, más sentimentales.
―¿Qué sucede, cariño? ―preguntó la reina, habiendo advertido su veloz acto-reflejo y cómo ocultaba algo en algún lugar del diván.
Loki alzó la mirada hacia su madre, hundiendo la barbilla en su mano libre de forma distraída. A continuación, negó rápidamente con la cabeza. Sus ojos parecían estar computando complejos cálculos matemáticos. Rara vez veía Frigga a Loki tan afligido. Más raro aún era, para ella, no poder explicárselo. Todo iba bien, demasiado bien, en la vida del joven príncipe. Lo único que había cambiado era…
―La echas de menos, ¿verdad?
―Hablas como si estuviera muerta ―bufó Loki, evitando establecer contacto visual con la sabia monarca. Calmando sus nervios con un incesable tic en la pierna. Arriba, abajo, arriba, abajo, arriba, abajo, lo más rápido posible.
Frigga no daba puntada sin hilo, por supuesto que advirtió aquello también. Tomó asiento junto a su hijo, y colocó la mano sobre su rodilla para que parase de inmediato. Entonces, una innata sensación de empatía abrumó el corazón de la reina. ¡Cuántos quebraderos de cabeza le habían causado sus hijos, hace no tanto! Al fin, al menos uno de ellos estaba preparado para la próxima fase de su experiencia vital, la de sentar la cabeza y formar su propia familia. Con una joven que no solo era de su agrado, además, sino que consideraba su propia hija.
Desde el principio, Frigga había sabido que Sigyn era una candidata estupenda para sus hijos. Cuál, no lo supo a ciencia cierta hasta que se percató de aquella química inicial entre Loki y Sigyn. Mentiría si dijera que no estaba asustada de que se acabara convirtiendo en un juguete sexual para su hijo menor, mas observó complacida cómo el tiempo ponía las cosas en su lugar. Además, Sigyn era muy diferente de la anterior amante de Loki, Freya. Demasiado diferente, mucho más seria y profunda, con los pies en la tierra. De alguna manera, quería pensar que había arrastrado a su pequeño hasta ahí también, otorgándole la poca madurez que le faltaba para convertirse en un hombre. Uno que se había enamorado, contra todo pronóstico y creencia intrínseca, hasta las trancas. Él, que nunca había creído en el amor. Él, que siempre había pensado que no era merecedor de algo así, aunque estuviera rodeado de gente que lo quisiera incondicionalmente, empezando por su propia madre.
―Pues claro que no lo está, simplemente se ha mudado a la ciudad ―aclaró la reina, observando los elevados edificios iluminados en el centro del nocturno valle―. Iba a pasar tarde o temprano, ¿no? Siempre supimos que este no era su hogar. Ella lo dejó muy claro cuando vino a pedirme que le enseñase algo de magia.
―Pero este se acabó convirtiendo en su hogar, madre ―se apresuró a rebatir Loki, conteniendo las lágrimas y encogiéndose de hombros, como si no entendiera nada―. Vino a pasar un par de años y fíjate cuánto se ha quedado. ¿Cuánto ha pasado? ¿Quince años?
―No habéis terminado, ¿verdad? ―preguntó Frigga, entrelazando las manos y colocándolas sorbe su regazo―. Os queréis demasiado para romper por una nimiedad así. Además, apenas hay distancia entre ciudad y palacio.
Loki negó con la cabeza, cerrando los ojos muy fuertemente durante unos instantes, antes de volver a dirigir su mirada perdida hacia el lóbrego horizonte. No, dioses, jamás lo permitiría. No se habían visto en semana y media, pero ninguno sopesaba la ruptura.
Frigga le acarició la frente, aprovechando para acicalar su cabello alborotado y observar sus atractivas facciones. Instintivamente, se mordió el labio de lo orgullosa que se sentía de él. Suavemente, tomó su barbilla y buscó su mirada.
―Es comprensible que Sigyn ansiara un hogar propio. Habéis alcanzado una edad en la que lo común es abandonar el nido. Además, alguien como Sigyn no puede estarse quieta, necesita vivir de un oficio que la haga sentirse útil. No querría seguir sintiéndose un lastre para una familia que, al fin y al cabo, no es la suya ―intentó razonar la reina. Pero ella nunca había sido un lastre para ellos. Loki lo tenía claro. Por eso, seguía sin entender por qué Sigyn había decidido relegarse a una vida más austera, más sencilla, más campechana, más mediocre. Aunque supuso que tenía sentido pues era a lo que había estado acostumbrada desde siempre. Demonios, aquí lo tenía todo a su alcance, todos los recursos, privilegios, lujos y riquezas… Pero no, a pesar de todas las gratas banalidades, Sigyn siempre había priorizado otras cosas. Una vida sencilla y común, socialmente enriquecida. Sencilla, mundana, natural. A Sigyn le gustaba una vida tal.
―Si quieres retomar tu día a día con ella, ya sabes qué tienes que hacer. Pero basta de hacer las cosas a medias tintas, Loki.
Loki enseguida comprendió a qué se refería su madre, pero él ya se había adelantado. Ya había hecho la reflexión necesaria antes de llegar a la misma conclusión. Suspiró, revelando lentamente y como con miedo la cajita que había ocultado tras la llegada de Frigga. Un pequeño joyero, de pálido color rosado. La reina, conmovida, la tomó en sus manos, acariciando la suave y brillante tela hasta que se atrevió destapar la exquisita joya que se encontraba en el interior, de diseño elegante y sofisticado. La banda parecía estar hecha de oro rosado. En el centro del anillo, una gema blanca, ovalada y resplandeciente que, por su apariencia y brillo, sin duda era un diamante engastado. Alrededor, pequeños zafiros rosa naturales aportaban un toque de brillo y lujo al anillo de compromiso. Sin duda, se trataba de una pieza de alta joyería. Podía hacer que regresase, sí, pensó Loki. Podían volver a compartir lecho cada noche, esta vez sin escabullirse. Tan solo debían casarse.
―Es precioso ―reconoció la reina, tapándose la boca en un intento fallido de contener sus lágrimas. Frigga alzó la mirada y, estallando en una risa de júbilo y alegría, se lanzó a los brazos de su hijo―. Pero bueno, ¿a qué maestro joyero le has encargado esto?
Loki sonrió, sintiéndose más aliviado y animado por la felicidad de su madre. Sin duda, tanto ella como Sigyn eran la fuente de su felicidad. La única fuente, de hecho. Indudablemente las personas más importantes de su vida.
―A Brokk y a Sindri, por supuesto.
―Por supuesto. Y, conociéndote, traerá algún tipo de encantamiento, ¿verdad? ―preguntó ella, separándose lo suficiente para volver a admirar el preciado rostro de su hijo.
―Puede ser.
Loki sonrió. Sí, su madre lo conocía bien. El anillo había sido encantado con un hechizo protector que, en los casos más críticos y desesperados, mantendrían los signos vitales de Sigyn, aunque ello no le hiciera imperecedera per se. Con suerte, pensaba Loki, Sigyn jamás tendría que encontrarse en semejante tesitura, aunque sí es cierto que acostumbraban a vivir muchas aventuras con Thor y los Tres Guerreros. Aventuras que pronto, según los planes de Loki, dejarían de acontecerse. Y es que, paralelamente, Loki tramaba otros asuntos.
La reina se secó las mejillas, humedecidas por unas traviesas lágrimas que habían tenido la osadía de escaparse de sus cuencas. El joven de cabello azabache sostuvo el rostro de su madre, igual que había hecho ella anteriormente. Trató de contagiarle algo de cordura, y es que la reina no paraba de sollozar y reír en partes iguales.
―Relájate, madre. Aún no me ha dicho que sí.
―Pero lo hará, está clarísimo ―respondió Frigga, absolutamente convencida―. Ahora ve. Juro que, pasada la coronación de tu hermano, te ayudaré a organizar una boda inolvidable. La boda más hermosa que haya acontecido el reino.
Dicho esto, Frigga volvió a abrazar a su hijo, solo que esta vez, la sonrisa de Loki no duraría demasiado. Al contrario, se desvaneció enseguida al recordar el ascenso al trono de Thor, y cómo este, además de arrebatarle el protagonismo y la ilusión en el momento más feliz de su vida, no estaba en absoluto cualificado para ser rey. Aunque eso no importaba, lo que importaba era abrirle los ojos a su padre y demostrar que se estaba volcando en el hijo equivocado o que, al menos, estaba descuidando al más válido.
El Dios del Caos tragó saliva, rodeando a su madre en un estrecho apretón. En ese momento, el rencor y el resentimiento habían empezado a corroerlo más siniestramente, si cabía.
A pesar de la intensa lluvia, a pesar de la desazón, Loki se plantó en el corazón de Asgard en un santiamén, habiendo cabalgado sobre su raudo e imparable corcel gris de ocho patas, Sleipnir. Era tarde, y el tiempo no acompañaba, por lo que Loki dejó su montura atada en una argolla cerca de su destino, en los bajos de un establo público donde el animal pudiera refugiarse del agua. Muy cerca, un pequeño mirador le permitió apreciar la belleza del Distrito de los Puentes Celestiales, con los puentes de arcoíris conectando las torres más altas y permitiendo a los ciudadanos moverse entre los distintos niveles, aunque ahora apenas hubiera nadie que estuviera transitándolos. Rodeada por altas montañas, bosques ancestrales, y presidida por el Distrito de los Dioses (donde se encontraba el palacio real), la capital de Asgard estaba especialmente tranquila aquella noche. Siendo honesto, Loki se sentía especialmente arropado cada vez que visitaba el centro neurálgico de su comunidad, por lo que podía entender el atractivo de vivir en pleno Distrito de la Luz, donde llegó poco después. La ubicación era absolutamente privilegiada, tanto por las vistas al resto de barrios, como por la cercanía a la bulliciosa plaza central o a las animadas tabernas, concurridos mercados y prósperos gremios comerciales.
―Sabia elección, princesa ―susurró Loki, verbalizando, sin darse cuenta, sus pensamientos. Sí, sin duda podría acostumbrarse a habitar este nuevo entorno, mas no entraba entre sus planes. Haría lo imposible para llevar de vuelta a Sigyn a palacio, donde pertenecía como futura princesa de Asgard. Lo que en un principio había sido un apelativo de burla, incluso de cariño, pronto se convertiría en realidad.
Loki continuó caminando por las coquetas calles adoquinadas hasta acabar en una pequeña plazoleta. Allí, pasado un umbral, se encontraba resguardada la majestuosa villa de Sigyn, de estilo gótico y detalles ornamentales tallados en la piedra. Presidida por un encantador patio interior, el suelo estaba cubierto de guijarros y rodeado de flores blancas y lilas. Muy cerca, un pequeño pozo privado y algún que otro manzano de Iðunn que aduras penas conservaba sus frutos ahora mismo, dada la estación del año. Los arcos apuntados y las ventanas con vidrieras daban testimonio de la antigüedad del edificio, un detalle de gran valor para Sigyn, sin duda, que vivía enamorada del pasado histórico de los nueve reinos. Odín le había ofrecido trabajo como archivista de las reliquias reales, incluso como maestra de la retórica y la ética, oportunidades que había rechazado para, precisamente, trabajar en el archivo histórico de Asgard. Entre sus fantasías se encontraba el poder participar, algún día, en las sesiones del Consejo, pero aquel era un privilegio reservado para los hombres o aquellos de sangre real.
Nervioso, aunque firme y decidido, Loki subió las seis escaleras del porche, flanqueado por dos columnas de piedra. El joven de cabello azabache echó un último vistazo al edificio y tomó una profunda bocanada de aire. Estaba amainando, podía sentirlo en la piel, podía oírlo y podía apreciarlo en las ventanas de la fachada, pequeñas y enrejadas para proporcionar calidez y privacidad a la inquilina. Loki alzó la mano para tocar la aldaba de la puerta, de madera maciza y herrajes de hierro forjado. Tomó el pomo y, exhalando el aire contenido de sus pulmones, lo dejó caer varias veces, produciendo una serie de sonidos sordos que se vieron interrumpidos cuando Sigyn abrió la puerta. El rostro de la asgardiana se veía algo hinchado. Dado el camisón que llevaba, pensó Loki, sin duda había interrumpido su profundo sueño.
―¡Loki! ―exclamó alegremente Sigyn, aunque en una voz moderadamente baja. Entonces, la asgardiana se lanzó a sus brazos y Loki rodeó su fina cintura. Se fundieron en un ardiente y sentido beso. Con las manos en las mejillas de este, Sigyn saboreó la dulce sensación todo lo que pudo.
Loki perdía la cabeza observando a Sigyn cerrar los ojos cada vez que se besaban, o ponerse de puntillas para no dejarse un milímetro de su piel que succionar. De hecho, cada vez que Loki besaba a Sigyn, una dulce melodía resonaba en su cabeza, compuesta por el suave canto de flautas, harpas y violines. Le cautivaba la maestría con la que su amada tocaba el violín… y lo que no era el violín.
Le había llevado tiempo poner una palabra a ese sentimiento. No es que no conociera el término, simplemente era absolutamente nuevo para él, incluso tras quince años de relación. Ahora, podía afirmar sin incertidumbre, ni perplejidad, ni miedo alguno, que se trataba de un genuino combinado de amor y pasión. Un amor que asemejaba al mar en calma. Una pasión tan ardiente, que le oprimía el pecho y bloqueaba todo pensamiento sensato.
―Querida mía ―susurró Loki, depositando una serie de besos y caricias a lo largo del brazo de Sigyn hasta terminar en sus nudillos―. Vuelve a palacio. No es lo mismo sin ti.
Sigyn suspiró, queriendo ignorar ese tema que creía haber dado por zanjado. Antes de que Loki pudiera insistir más, adecentó el largo cabello negro de su pareja con las puntas de sus dedos, poniendo especial cuidado, cariño y esmero en no rasguñarlo con sus largas uñas.
―Estás empapado. Y helado ―advirtió, instándole a entrar adentro y apresurándose por traerle un paño con el que secarse. Sigyn tomó su mano y lo invitó a sentarse en un diván de suave terciopelo amarillo. A continuación, a pesar de la atenta y curiosa mirada de Loki, empezó a quitarle la humedad del pelo.
―Estoy bien, nunca paso frío ―afirmó este otro, deteniendo a Sigyn durante unos instantes para tomarle la mano. Inmediatamente, lanzó un hechizo que provocó un haz de luz verde. El destello recorrió su cuerpo de arriba abajo, secando todo rastro de humedad. Por su parte, Sigyn no hizo más que suspirar. Tenía que aprender ese hechizo, era extremadamente útil. Además, sabía que algo pasaba, a juzgar por el extraño comportamiento del príncipe. No solo era demasiado tarde para cualquier visita, sino que también estaba sospechosamente callado y melancólico―. He venido porque…
Loki se relamió los labios, viéndose incapaz de articular las palabras que deseaba. Entonces, recordando la conversación que acababa de tener con su madre, se levantó en un arrebato de rabia.
―Van a coronar a Thor. Ahora que soy más feliz que nunca, ahora que tengo las cosas tan claras, absolutamente todo rota en torno a él. De nuevo, eclipsado por el resplandor del heredero al trono. Presuntuoso, insensato, arrogante, egoísta. No merece ni gloria, ni atención. No está preparado para nada de esto. ¿Quién acude a las sesiones diarias del Consejo? Yo. ¿Quién colabora en las audiencias del rey con el pueblo llano? Yo. ¿Quién asiste en la elaboración de tratados de paz y acuerdos de comercio? Yo. ¿Qué hace Thor? Absolutamente nada, comportarse como el eterno adolescente a quien solo le preocupa su propia popularidad y alardear de su estatus.
Loki dijo toda aquella retahíla (y bastante más) en un tono despreciable, todo mientras caminaba en círculos en el recibidor. Raramente había visto Sigyn tan celoso o furioso al Dios del Engaño, y eso que sabía bien de los sentimientos de Loki, de cómo de infravalorado se sentía por su padre. La asgardiana se reincorporó y bajó el pequeño escalón que conectaba la estancia con el salón principal. Justo ahí se había quedado dormida horas antes, tras tomarse una infusión de jengibre. Entonces, pensando que aquello le calmaría, abrió un pequeño armario, colocó una única copa sobre la mesa auxiliar, y sirvió una cantidad generosa de vino blanco. Finalmente, se sentó en un sofá alargado y le dedicó una mirada larga, pausada y ante todo significativa, como si estuviera esperando a que la acompañara. Loki tragó saliva, y obedientemente así hizo. Gustosamente, aceptó la copa que le tendió Sigyn, que sonreía de forma compasiva.
―Tiene que ser difícil ser el número dos ―reconoció la joven de tez bronceada, en un tono suave y reconciliador―. Pero, Loki, peor sería ser el número uno. No querrías el peso de los nueve reinos sobre tu espalda.
―Nosotros seríamos muchos más válidos para el liderazgo de los nueve reinos ―bufó Loki, dando un largo trago a su copa de vino. La linda mujer guardó silencio, evidentemente cohibida, ya fuera por su contundencia o por semejante afirmación. Carraspeando, el Dios del Engaño se acomodó en su asiento, desviando la mirada durante unos instantes como para justificarse sin sentirse peor de lo que ya se sentía―. Siempre te he visto como la reina de Asgard. No voy a disculparme por eso.
Halagada, aunque en absoluto entusiasmada por semejante escenario, Sigyn se llevó la mano a la mandíbula y la masajeó en un calmado acto reflexivo.
―Sabes perfectamente lo inconcebible que es eso para mí ―reconoció, tiempo después. Sí, lo sabía. Bastante soportaba en pos de su relación. Sigyn siempre le hablaba de repúblicas y democracias a lo largo de los nueve reinos. Mudarse a palacio, de hecho, había supuesto un conflicto de intereses para ella. Lo supo poco después de conocerla, en una de sus numerosas clases de magia en solitario. Ella no deseaba tal cargo, tan solo… habitar el universo tranquilamente y colaborar en su progreso hacia la paz y a la modernidad. En ese sentido, habían hecho un trabajo espléndido de entendimiento. Incluso pensando tan diferente, se complementaban a la perfección.
―Reina o presidenta, como tú dices, serías una líder ejemplar.
―Tú también serías un rey excelente ―reconoció Sigyn, elevando un poco la voz de la emoción―. Eres inteligente, un lince, un gran mediador, formado e instruido en todo tipo de áreas de conocimiento. Ágil y diestro en el campo de batalla, increíblemente mordaz en las artes mágicas. Pero ese rol no te corresponde, y puede que sea mejor así.
Loki tragó saliva ante el golpe de realidad que le acababa de propinar su amada. ¿Por qué, si no era la primera vez que oía, le habían parecido tan hirientes aquellas palabras?
―Los cargos de poder más elevados no están hechos para todo el mundo. Pueden acabar corrompiendo a los hombres más bondadosos. A ti también te acabaría cambiando, si es que el anhelo por ser rey no te está cambiando ya ―continuó Sigyn, observando al joven príncipe respirar bastante angustiado. Una ansiedad y malestar que no venía de lejos. Tuvo que haber sido muy difícil para un niño crecer bajo la sombra del hijo predilecto―. Yo no deseo eso para ti.
Loki mostró una sonrisa estoica, girándose levemente para observar a la virtuosa y tierna Sigyn. En momentos así, más que nunca deseaba fundirse en sus brazos y hacerla suya. Solo así lograba la concordia consigo mismo.
―Tienes razón, estoy dejando que la envidia me ciegue. ¿No bebes conmigo? ―preguntó, habiendo advertido sus manos vacías.
―No me apetece, acabo de despertarme ―respondió la joven, rápidamente. Y, aunque dijo aquello en un balbuceo, se frotó los ojos en una fingida actitud perezosa―. ¿Te sientes algo mejor?
―No me daré del todo satisfecho hasta que accedas ―reconoció el apuesto Loki, dejando la copa sobre la mesa de roble macizo. Instintivamente, se llevó la mano al bolsillo y palpó el pequeño joyero que guardaba dentro, mientras Sigyn, irritada, farfullaba:
―Loki, ya te he dicho que no quiero volver a palac…
La hija de Tyr se vio interrumpida por la imagen de un precioso anillo aguardando a escasos centímetros de su mano, la mano que el joven dios, inmediatamente entonces, tomó y se dispuso a acariciar con una sonrisa traviesa en sus labios. Observó a Sigyn intentando deshacerse de aquel nudo en su garganta. Los ojos se le estaban volviendo vidriosos de la emoción. Probablemente por eso, también, había enmudecido de repente. Lentamente, la asgardiana tomó el anillo en sus manos y lo alzó lo suficiente como para analizarlo con especial detenimiento. Tras él, un orgulloso e inquieto Loki intentaba inmortalizar el momento en su memoria.
―¿Es en serio? ¿Por qué? ―fue lo único que alcanzó a decir. Loki, que no esperaba esa respuesta, no pudo evitar reír entre dientes. Después, le arrebató la joya, decidido a colocársela él mismo. Relamiéndose los labios, la insertó poco a poco en su precioso y alargado dedo anular.
―Porque eres buena, honrada, justa, servicial. La amiga más leal que haya tenido jamás. Confío plenamente en ti, a pesar de tu terquedad e intransigencia. Sobre todo, por tu terquedad e intransigencia. Eres dicharachera, divertida. Siempre alegre y alegrando el día a los demás. No solo eso, eres la mujer más hermosa que jamás haya conocido. Me ciegas, Sigyn, casi es mejor mirar al sol directamente. Y, entonces, me acaricias con la misma delicadeza con la que tocas el violín o la misma rudeza con la que blandes la guadaña. Y en ambas ocasiones me vuelves loco. Ahora… Di que sí, mi reina.
Cuando Loki terminó su discurso, a la par que terminaba de colocar el anillo en su sitio, Sigyn buscó las manos de su ahora prometido para estrecharlas con firmeza. No hizo falta verbalizar nada. Besarlo apasionadamente sería la mejor respuesta, aunque siempre se quedaría corta. Durante el resto de la noche, sollozaría infinitos síes hasta caer rendida en sus brazos.
Dos semanas después.
El primer día que Sigyn luciría su sortija en público, sería durante la coronación de Thor. Hasta la fecha, Loki no se dejaría caer en palacio, ni abandonaría a su prometida, que cada día se veía más sana, rebosante y radiante. O al menos no la abandonaría mientras estuviera despierta. Tiempo había pasado ya Loki en la urbe, como un ciudadano más, muy para su sorpresa. Pero se debía a su madre y al amor que le profesaba, por eso, atendería a la ceremonia en honor a su hermano y no rechistaría en un día tan importante para ella. De por sí, aquel evento iba a dar mucho, pero muchísimo, de qué hablar.
Llegaron a palacio sujetos del hombro, siendo él quien se mostraba especialmente boyante. Una fachada que se desmoronaría pronto, como si no lo hubiera visto venir. Al principio se mostró erguido y orgulloso, con el mentón en alto, tentado por compartir la noticia de su ya acordado matrimonio. Pero no lo hizo, al menos no hizo falta decir nada para que Frigga se percatase del éxito del compromiso. Poco después, Odín propinó un agudo y sordo bastonazo que acalló la multitud. A su lado izquierdo, Sif y los tres guerreros se mostraban entusiasmados por el ascenso a rey de su compañero. Al otro, Frigga sostenía la mano de la que pronto se convertiría, oficialmente, en su nuera. Pero el destino era caprichoso, y había sucesos inapelables entretejidos de antemano que tendrían un impacto indirecto en ella. Loki ya había traicionado a los suyos escabulléndose a Jotunheim para tramar infamias, y aquel día su traición daría los primeros frutos.
Su alianza con los jotnar le había parecido una estupenda estrategia para evitar un reinado de violencia y miseria. Él sería un líder bien diferente a Thor, estaba convencido. Loki haría ascender a Asgard sin recurrir a constantes batallas innecesarias, incluso aunque para ello tuviera que decepcionar a unas cuantas personas en el intento de llegar a soberano. Además, la idea de sentarse en ese trono con Sigyn sobre su regazo… Todas esas fantasías que había fabricado en la cabeza habían sido demasiado tentadoras como para no asumir la derrota. No obstante, conforme se acercaba el momento, más inquieto se sentía. Tenía que jugar bien sus cartas.
―Thor, hijo de Odín, mi heredero, mi primogénito…
Así comenzó Odín su discurso. Loki, que pensó que no le afectaría tanto mientras de su brazo colgara la mujer más hermosa de Asgard, no pudo evitar bajar la vista al suelo. La situación estaba teniendo un efecto más desolador de lo anticipado. Debería estar regocijándose de su plan, aquel que acabaría desbancando, al fin, al bobo de su hermano de un puesto tan codiciado y lleno de responsabilidad. Pero la situación le enfermaba, esa era la palabra. Y la enfermedad hacía años que había empezado a expandirse como un parásito por su cuerpo. Era cuestión de tiempo que acabara causando metástasis.
―…a quien tiempo ha te fue encomendado el poderoso martillo Mjölnir, forjado en el corazón de una estrella muerta…
A Loki le empezó a temblar la mano, fruto de un pesar que Sigyn no alcanzó a comprender. Inmediatamente, tratando de reconfortarle y mantener a raya su creciente ataque de ansiedad, la asgardiana intensificó el apretón y comenzó a acariciarle la base de la mano con el pulgar.
―Eh, tranquilo ―le susurró la Æsir―. Piensa en lo dichosa que será nuestra vida mientras tu hermano se adhiere a las rigideces y a la soledad del trono.
―…su poder no tiene parangón, se use como arma para destruir o como herramienta para construir. Un buen complemento para un rey ―continuaba la oratoria del monarca―. He defendido Asgard y las vidas de los inocentes que pueblan los nueve reinos, desde los tiempos del gran comienzo…
El Dios del Engaño, que no había pegado ojo el día anterior, intentó quitarle hierro al asunto y mostrarse fuerte frente a su querida, tirando de humor como para gestionar lo desagradable que le resultaban, y siempre le habían resultado, el trato y afecto preferente de su padre hacia Thor. Suspiró, observando cada rincón del salón de actos, cualquier punto de la estancia con tal de no fijar la mirada en el trono dorado que tanto suponía para él, no por el poder que implicaba, sino por la analogía con su relación familiar. Tenía que desposar a Sigyn cuanto antes, pensó de repente, antes de que pudiera abandonarlo por traidor y usurpador. Después de eso no se atrevería a abandonarlo, ¿verdad? A pesar de su fuerte personalidad, con los años había demostrado ser una de las personas más devotas y cometidas que jamás había conocido.
―¿Juras proteger los nueve reinos?
―Lo juro ―respondió un rotundo y exaltado Thor.
―¿Y juras mantener la paz? ―volvió a preguntar Odín, en un tono de voz mucho más solemne y elevado.
―Lo juro.
―¿Juras dejar de lado toda ambición personal y dedicarte únicamente al bien de los reinos?
En este punto, Sigyn dedicó una mirada significativa a su prometido, que se veía paulatinamente más desazonado. Entonces, la joven diosa le propinó un suave empujoncito, pretendiendo llamar su atención y subirle los ánimos con un coqueto guiño que no tuvo demasiado efecto.
―¡Lo juro! ―exclamó un entusiasmado Thor.
―En este día, yo, Odín, el Padre de Todos, te proclamo…
Pausa. Demasiado prolongada, además.
La detención del discurso real, aunque pasó desapercibida, extrañó desde un principio a Sigyn. Aquella no era la mirada de un anciano conmovido por el momento, sino por algo grave, nada bueno. De hecho, durante una fracción de segundo, pudo ver cómo el ojo de Odín se plagaba de pavor.
―Gigantes de hielo.
El público comenzó a susurrar de forma incrédula, progresivamente histérica, elevando los niveles de inquietud generales. Entre el gentío, su padre Tyr fruncía el ceño, preparándose para lo que fuera a suceder. Nada bueno, seguro. Loki miró inmediatamente a su prometida, observando la misma reacción. No deseaba que ninguna de sus acciones le salpicaran, mas sabía que ella solita buscaría inmiscuirse. Así de obstinada era Sigyn. Pero ahora, tras el segundo bastonazo de Odín, ya no se podía echar atrás.
―Ha llamado al Destructor ―susurró, soltando de inmediato la mano de su amada sin apenas dirigirle la mirada. Thor, asombrado, perdido, y progresivamente encolerizado, se reunió con su padre y hermano. Así, la familia real acabó dividiéndose. Hermanos y padre, por un lado. Mujeres, por otro.
Frigga colocó la mano en la cintura de Sigyn, instándola a abandonar el salón de actos. La joven supo enseguida lo que pretendían hacer con ella, llevarla al lugar más seguro e inexpugnable del palacio, habiéndose armado lo suficiente por si acaso debían luchar por sus vidas en algún momento. Era lo que las reinas acostumbraban a hacer en casos de asedio. Pero ¿por qué tenía que acompañarla ella? Sigyn no era real, al menos no hasta que se formalizara su matrimonio. Todavía era libre de hacer lo que le viniera en gana. Incluso después seguiría haciendo lo que le viniera en gana.
―Sigyn, por aquí.
Pero ella se quedó allí plantada, observando el alboroto de la sala hasta dar con los ojos de su padre. Tyr y Sigyn compartieron miradas que solo ellos entendieron. Su padre, por ser simplemente su padre, le suplicaba que se pusiera a salvo, una petición que la diosa no podría acatar. Ahora y siempre se había debido a su prometido. Entretanto, Loki se desenvolvía correctamente en todo el caos.
―Estarán bien ―insistió la reina―. Probablemente el Destructor ya se haya encargado, pero debemos ser previsoras y ponernos a salvo.
Molesta por tanta insistencia, porque una vez más tuviera que rebajarse a su rol de mujer indefensa, Sigyn se giró hacia la reina y habló tajantemente, siendo su tono y lenguaje corporal igual de firmes e imperturbables.
―No temo a los gigantes de hielo, ni abandonaría a mi futuro marido ante un posible asedio, así que, con todo el respeto, reina Frigga, vaya a esconderse usted sola.
Sigyn se marchó pitando, sin pensar demasiado en las consecuencias y esperando alcanzar al rey y a los príncipes de camino a la escena del asalto. Prevenida ante una posible embestida, sacó una pequeña y punzante daga de bajo manga, reemplazando mágicamente su elegante vestido por una armadura mucho más pesada. Aun sin yelmo, se veía solemne y letal, siendo las hombreras, los brazales, las grebas y la decoración del peto de un ostentoso color oro. Su larga capa negra, que caía de cintura abajo, le daba un aspecto imponente, un adjetivo que nadie usaba, normalmente, para describir a la alegre Hija de la Guerra. En su espalda, dos robustas vainas guardaban a buen recaudo un hacha danesa y una guadaña respectivamente, forjadas ambas con un material excepcional por unos herreros aún más excepcionales. Seguida de lejos por su padre, Sigyn alcanzó a llamar la atención de Loki, quien la detendría con algo de crudeza.
―¿Qué haces aquí? ―espetó el Dios del Engaño.
―Yo voy contigo.
El joven príncipe arrugó la nariz como ¿disgustado? de que lo hubiera seguido, de que se hubiera entrometido. ¿Por qué? A continuación, se relamió los labios, intentando autorregularse. Con una mirada y un tono de voz mucho más dulcificado, acunó el rostro de su prometida en sus gélidas manos.
―Todo estará bien, Sigyn, pero es preferible que vayas con madre. Por favor, prometo que acudiré enseguida.
―No lo entiendo, siempre me has animado a enfrentarme al peligro. Una vez juramos que, si algo sucedía, lucharíamos y moriríamos juntos si hiciera falta.
La voz quebrada de Sigyn hizo que el corazón de Loki se encogiera durante unos instantes, un agarrotamiento que solo se intensificó con la intervención de Odín.
―La Hija de la Guerra es libre de acompañarnos, como también lo es su padre ―añadió el monarca al ver la silueta de Tyr acercarse a pasos agigantados. Esta debió ser una de las afortunadas e inusuales ocasiones, pensó Sigyn, en las que el rey la trataba como un hombre solvente, con sentido crítico y autoridad. Algo impropio en su generación. Algo en lo que Odín trataba de mejorar para adaptarse a los nuevos tiempos. Además, se trataba de la hija de su viejo amigo. Si había heredado alguna de sus cualidades, ahora mismo, le vendrían genial―. Que venga. Como hija de la justicia y la ley, seguro que su buen juicio arrojará algo de luz a toda esta situación.
Loki acató la orden de su padre y, sin decir nada más, retomó su camino hacia la sala de las reliquias. Parecía que, de algún modo, Sigyn lo hubiera disgustado. Ante una situación de por sí peliaguda, la joven guerrera alzó el mentón y, con la misma seguridad que los hombres a los que acompañaba, siguió los pasos del rey en silencio.
Poco a poco, advirtió que el frío se estaba volviendo más y más intenso. El vaho que escapaba de su boca era claro indicador de ello. Abierta la cámara de las reliquias, el grupo de Æsir descendió lentamente hacia el pasillo principal, cubierto de crujiente escarcha e infestado de cuerpos inertes, en su mayoría despedazados o congelados. La joven asgardiana se agachó instintivamente hacia uno de los guardas de Odín, esperando dar con el más discreto pulso. Pero hacía tiempo que el hombre había perecido. Rápidamente, buscó el arma del cadáver y se la colocó entre las manos, queriendo asegurarle su merecido tránsito al Valhalla. Sería un sacrilegio denegarle derecho tal a cualquier hombre o mujer caído en combate. Loki se fijó en que el rostro de Sigyn se veía auténticamente horrorizado. Aun siendo la Hija de la Guerra, su humanidad la hacía… en fin, el ser sintiente que era.
―Los gigantes deben pagar por lo que han hecho.
Inquieta por tal afirmación, Sigyn se reincorporó lentamente y se acercó a zancadas hacia Thor. En aquellos momentos, la opinión de su futuro rey era cuanto menos censurable.
―Ya han pagado por lo que han hecho, con su vida. ¿Acaso es insuficiente? Hay maneras mejores de enfrentarse a esto ―intervino Sigyn ante la atenta mirada de Loki, quien no se metería, a sabiendas de que aquello acabaría en una discusión segura. Por su parte, el viejo Odín suspiró tranquilamente, dando por concluida la desafortunada amenaza. A los dioses gracias, había culminado tan pronto como había empezado.
―El destructor ha actuado. El cofre está a salvo, y todo está bien ―anunció el Padre de Todos.
―¿Todo está bien? Si los gigantes hubieran robado una sola de estas reliquias… ―espetó el Dios del Trueno, visiblemente indignado.
―No lo han hecho ―relativizó Tyr, tratando de razonar con el inexperto e impulsivo heredero. Aquello lo transportó a tiempos pasados, cuando Tyr ejercía del consejero más cercano de Odín. Los dos hombres habían sido igual de volátiles y ambiciosos por aquel entonces hasta que, paradójicamente, fue el Dios de la Guerra quien apaciguaría la sed de conquista del Padre de todos. Puede que conocer a Nanna, la diosa de la alegría, hubiera tenido algo que ver.
―¡Pues quiero saber por qué! ―exclamó Thor, cuyo bramido produjo un desagradable eco en la destruida cámara.
―Asgard lleva años en tregua con Laufey, rey de los gigantes ―espetó Sigyn, con el mismo ímpetu que el Dios del Trueno. Puede que esta fuera, pensó Loki, la primera vez que los había visto discutir tan vehementemente. Ellos que siempre se habían llevado tan bien. De hecho, Sigyn raramente gritaba con semejante furia y convicción.
Transmitir sensatez a alguien cegado por la rabia no era trabajo fácil, Tyr y Odín lo sabían bien. Ahora, era el turno de que las nuevas generaciones ocuparan su lugar. De hecho, era curioso verse reflejados en sus hijos. Verlos condenados a repetir ciertos retazos de su pasado.
―¡Pues acaba de romper esa tregua! ¡Sabe que somos vulnerables! ¿Qué pretendes, Hija de la Guerra? ¿Hacer como si nada hubiera pasado y arriesgarse a uno de los crudos ataques de Jotunheim?
―¿Y tú, Dios del Trueno?¿Adelantarte y aniquilar a los gigantes de hielo? En Jotunheim hay tanta gente inocente como en Asgard ―razonó Sigyn, llevándose la mano al vientre en un gesto de ¿malestar?―. Civiles con vidas propias, familias, amigos e hijos. ¿Quién eres tú para arrebatarle a nadie todo eso?
Resultaba inquietante ver al todopoderoso y coloso Thor observar de forma tan intimidante a la pequeña pero sabia Sigyn, visiblemente indignada porque los caprichos de un aficionado a rey, cuyo único afán era el de validar su enorme ego con la guerra.
―¿De qué forma actuarías? ―intervino un curioso Odín, dirigiéndose al hijo en quien había estado a punto de delegar todo su poder.
―Invadiendo Jotunheim, como tú hiciste. Dándoles una lección. Quebrantando su espíritu para que no vuelvan a cruzar nuestras fronteras.
―Piensas como un guerrero, no como un rey ―dicho eso, a Sigyn le faltó escupir al suelo. En otras circunstancias, la respuesta de su prometida habría divertido y complacido a Loki. No obstante, dada la situación, tenía el corazón en un puño. No podía pensar claramente, a pesar de que su mente estuviera maquinando a mil por hora.
―¿Cómo puedes decir tal cosa, precisamente tú? ¿Es que no lo ves? ¡Ha sido un acto de guerra! ―gruñó Thor, como un perro bravuconeado.
―¡Mira a tu alrededor, Thor! ―exclamó Sigyn, señalando hacia los cadáveres jotnar, especialmente―. Ha sido el acto fallido de unos pocos, condenado al fracaso.
―No cometas los mismos errores que tus ancianos, alteza ―suspiró Tyr, cansado de retomar su papel de mediador, de ver la historia repetirse. Por suerte, había educado bien a su hija, la que en adelante le tomaría el testigo―. Incluso en tiempos de guerra, siempre hay cabida para la diplomacia.
―No, mirad todos vosotros ―gruñó Thor, apretando fuertemente su puño. Buscó el apoyo de su hermano, el único que no se había atrevido a intervenir todavía. Pero él, obviamente, prefirió no mojarse―. ¡Mirad hasta dónde han llegado! Como rey de Asgard…
―¡Pero no eres rey! ―harto, Odín dejó escapar un feroz bramido. Con ímpetu, entrecerrando su intimidante y viejo ojo, señaló al joven heredero de forma inquisitiva, siseando―: Aún no.
Así, se dio por concluida la discusión entre reales y consejeros allegados. Los ancianos fueron los primeros en abandonar la cámara, con pasos firmes pero pesados. Sigyn, decepcionada, miró a Thor de arriba abajo, negando con la cabeza. Después, hizo lo mismo con su prometido.
―¿Y tú? ¿No tienes nada que decir? ―le increpó esta vez a Loki, comenzando a hartarse de los dramas de la que pronto se convertiría en su familia política, y eso que no habían hecho más que empezar.
―Necesito tiempo para pensar ―se limitó a responder él.
"Es justo", pensó Sigyn, esperando que su prometido "pensara" con claridad, al menos. La asgardiana lo pasó de largo, habiendo comprobado que, en efecto, Thor era un cafre. No, no estaba cualificado para ser rey, en absoluto, al menos no ahora mismo. Por eso, Odín no podía abdicar. Debía continuar con su reinado. Sin embargo, Loki… Loki se traía otros planes entre manos.
Sigyn pasó las siguientes horas en el balcón del que había sido su antigua alcoba, sentada sobre la barandilla de piedra y permitiendo que los tímidos y retraídos rayos de sol otoñales atravesaran su piel. Necesitaba recomponerse, desesperadamente, además. Respirando para autorregularse, echó un rápido vistazo al interior de la habitación, ahora vacía. Cuántos días de dicha había pasado entre esas paredes. Tras lo amargo de hoy, de pronto, se le antojaron ridículamente lejanos.
Tras el frente de frío de aquella semana, se habían dado las condiciones ideales para la migración de las aves. Saltaba a la vista cuando una miraba el cielo, en calma tras numerosas jornadas de tormenta. La joven cerró los ojos, retomando su ejercicio de relajación durante apenas unos segundos. Entonces, el graznido de un cuervo la volvió a sacar de su ensimismamiento. Ahí, posado junto a ella, un cuervo albino la miraba fijamente. Estaba visiblemente erizado y agitado. Su fiel compañero. En Asgard, el cuervo era un animal sagrado, por algo Odín tenía tantos a su servicio, empezando por aquellos que había bautizado como Huginn y Munninn. De hecho, los cuervos de Odín solían deambular los nueve reinos y traer consigo valiosa información. A pesar de contar con un solo ojo, la percepción e instinto de Odín se veían reforzados por estos animales, símbolos de fuerza y valentía. Pero disponer de cuervos domados no era en absoluto habitual, menos habitual aún era establecer vínculos afectivos con ellos. Se decía que eran ellos quienes escogían a sus amos, y no al revés.
―¿Qué pasa, Eivor? ¿Has visto algo?
Sigyn recordó su primera visita a la torre de Asgard, donde se hallaba la pajarería de Odín. Aquel día, Eivor la escogió a ella. En adelante, el cuervo se convertiría en su sexto sentido, en sus ojos omniscientes. La comunicación con estas aves no se basaba en comprender su peculiar lengua de graznidos, aunque bien es cierto que eran muy verbales en ese sentido. El entendimiento entre dueño y animal se basaba en emociones, así como en un encantamiento connatural que les permitía intercambiar recuerdos recientes e imágenes a tiempo real. Los ojos de Sigyn se iluminaron, cambiando momentáneamente a un color blanco, como si hubieran girado 180º en el interior de la cuenca de sus ojos. En su mente, vio a Thor, Loki, Sif y a los tres guerreros preparar sus monturas para lo que parecía ser un viaje de gran calibre.
―No me jodas ―espetó Sigyn, temiéndose lo peor de aquella movilización. La joven se bajó de un brinco y, señalando al Bifrost, rápidamente dio la siguiente orden a su compañero espiritual―: Eivor, nos vemos allí. Retenlos cuanto puedas.
Mientras la Hija de la Guerra abandonaba el palacio y recorría las interminables calles sobre su flamante caballo islandés, raza característica de su familia, los príncipes y su séquito de amigos guerreros llegaban al final del puente, donde un imperturbable Heimdall se enfrentaba al príncipe Loki.
―No vas lo bastante abrigado.
―¿Disculpa? ―respondió el Dios del Engaño, fingiendo no haber entendido a qué venía tal hostilidad. De hecho, no lo llegó a entender del todo aquel comentario.
―¿Crees que puedes engañarme?
El graznido de un cuervo hizo que Loki mirara al cielo y pensase, inmediatamente, en su prometida. No, lo último que deseaba era poner en riesgo la vida de Sigyn. Sabía que la cosa iba a complicarse. ¿Cómo hacer que no se entrometiera en sus felonías? Esto no lo hacía únicamente por sí mismo, sino por los dos. Algún día lo entendería. El trono, además de carga, era garantía de prosperidad y seguridad para su familia. Era todo lo que ansiaba para su venidero matrimonio. La adulación del pueblo era algo secundario. Debía dejarla fuera de todo esto.
―Basta. Heimdall, ¿podemos pasar? ―intervino Thor, ¡y menos mal! Loki sabía que su arrogancia conseguiría que emprendieran el viaje cuanto antes, con suerte, antes de que Sigyn llegase hasta allí.
―Jamás un enemigo había burlado mi vigilancia hasta este día. Quiero saber cómo pasó ―respondió Heimdall, entrecerrando los ojos y sin despegarlos del joven príncipe, detalle que pareció pasar desapercibido para todos, menos para el mismo traidor.
―Pues no digas adónde hemos ido hasta nuestro regreso, ¿entendido? ―ordenó Thor, pasando de largo al guardián que todo lo veía. En ese momento, el cuervo albino se abalanzó sobre el heredero de Asgard, picoteando y arañando su rubia pelambrera. Molesto y rasguñado por algún que otro arañazo, en una retahíla de gruñidos, Thor se zafó de Eivor de un manotazo. Después, lanzó una mirada amenazante a su hermano―. Controla a tu novia, hermano, o juro que le arrebataré a su querida mascota.
En momentos así, pensó Sigyn, era cuando una se percataba de la magnitud y del tamaño de la ciudad de Asgard. Jamás había sentido la aplastante presión del tiempo de aquel día. Pensó que llegaría tarde y, en ese punto, ya a medio camino del interminable Bifrost, solo pudo suplicar por el buen juicio de Heimdall. Pero el guardián obedeció, contra todo pronóstico, a los caprichos del heredero. Sigyn vio activarse el puente e iluminar el vasto cosmos con su deslumbrante haz de luz. Con todo, y aunque sus compañeros ya no estuvieran ahí presentes, llegaría justo y por los pelos para pedir auxilio.
―¡Heimdall! ―exclamó la diosa, bajándose de su corcel a toda pastilla. Ya no había nadie, solo ellos―. Por favor, ayúdame a detener esta locura. ¿Crees en serio que Thor sabrá contener su rabia?
―No es Thor quien más me preocupa ―respondió el guardián, tan enigmático y misterioso como siempre. Sigyn frunció el ceño. Decidió que no quería pararse a meditar sobre el significado de aquellas palabras. Ahora mismo, era prioritario detener un posible ataque sobre Jotunheim. Aquello los condenaría a todos, estaba segura.
La mujer observó que el puente estaba a punto de cerrarse.
―Acaban de irse, ¿verdad? Por favor, llévame con ellos.
―La reina no me perdonaría haberte puesto en peligro. Confía en que eres la clave para la felicidad y salvación de su hijo.
Nuevamente, Sigyn no entendió a qué se refería exactamente Heimdall e, indirectamente, también Frigga.
―Eso intento hacer ―razonó, con los ojos vidriosos.
El guardián se giró ligeramente para observar el portal semicerrado, no antes sin suspirar y acabar asintiendo lentamente. Realmente, puede que alguien como la hija de Tyr ayudara a mitigar la situación.
―No puedo detenerte mientras cierro el Bifrost, Sigyn Tyrdottir. Pero debo cerrarlo, o consumirá toda la energía de Asgard.
Dicho lo cual, la diosa sonrió, agradecida por la oportunidad y apresurándose a la abertura del puente espacial.
―No permanezcas en Jotunheim más de lo debido. Eres de sangre caliente.
Sigyn se detuvo unos instantes, temiendo aquello que pudiera encontrarse, mas no miró atrás. Apenas tenía miedos, y este no era uno de ellos. Asimismo, era cierto que no iba bien abrigada, que estaba poniendo en riesgo su salud, sus planes de futuro. Pero eso, en aquellos instantes, importaba más bien poco si pensaba en el bien común. Tras dar un último paso, fue absorbida por el Bifrost y transportada, a la velocidad de la luz, por el desconocido, colorido y hostil universo.
Minutos después, aterrizó de forma mucho menos estilosa en aquella tierra desconocida, tan infértil y adversa como lúgubre y hermosa. Se había esperado encontrarse completamente sola, en la tesitura de tener que seguir un rastro de huellas emborronadas por la nieve. Por suerte, a lo lejos, las siluetas de seis personas la observaban fijamente. Entrecerró los ojos, intentando enfocar la vista a pesar de la molesta ventisca, y se sintió aliviada al comprobar que eran personas conocidas. Thor, todavía resentido por su discusión con ella, gruñó como un perro custodiando su más preciado hueso.
―No deberías estar aquí ―farfulló, a lo que Hogunn añadiría que ninguno de ellos debería, en realidad, estar ahí. Resignado, el Dios del Trueno se acercó a Sigyn y le ayudó a levantarse.
―Si vas a cometer alguna estupidez, que no sea porque no haya intentado detenerte ―respondió esta de forma tajante. A continuación, soltó la mano de Thor y se sacudió la armadura en un intento de deshacerse de todo atisbo de suciedad. Durante todo el camino, se percató Loki, su prometida no le dirigió palabra ni mirada alguna. Entre todos, habían logrado enfurecerla. Y él, ofenderla, probablemente por haberse callado esta visita a Jotunheim. Lo que para su prometida era una clara e innecesaria bravata. Lo intentó, Loki intentó razonar con ella en el sepulcral silencio de aquellos lares, mas Sigyn, concentrada ahora en evitar una guerra contra los jotnar, alzó la mano y detuvo todos sus intentos de justificarse―. Ahora no. Hablaremos cuando volvamos a casa.
Durante lo que pareció algo así como una hora, los héroes no se cruzaron con un alma, lo cual resultaba verdaderamente inquietante. De vez en cuando, inesperados peñuscos caían de las elevadas montañas y edificaciones, lo cual, Sigyn pensó, era claro indicador de que estaban siendo observados.
―¿Dónde están? ―preguntó la valiente Sif, algo alarmada. Parecía mentira que una guerrera tan hábil fuera incapaz de llegar a la misma conclusión a la que habían llegado los demás.
―Ocultos, así actúan los cobardes ―respondió Thor en su característica bravuconería.
Finalmente, cuando llegaron a la fortaleza de Utgard, gloriosa en tiempos antiguos, escucharon la tétrica voz del que era el rey de los gigantes de hielo.
―Habéis venido de muy lejos a morir… asgardianos.
Sigyn tragó saliva. Por mucho que la hubieran preparado para ello, no estaba ni remotamente mentalizada para ninguna guerra, ni batalla. Había aprendido que la mejor manera de mediar era dialogar, evitar el conflicto. Es más, en los años que había pasado en palacio, numerosas habían sido las oportunidades de acompañar a Thor y al resto de guerreros en sus excursiones, donde siempre acababan luchando y enfrentándose a alguien, trayendo verdaderos recordatorios de aquellas victorias a Asgard. Recordatorios en forma de lujo y riqueza. Tras unas iniciales decepciones, se había negado a seguir participando en la insaciable búsqueda de la contienda. La guerra, para ella, no tenía sentido si no era un acto de legítima defensa. Esto, su presencia allí en Jotunheim, no era más que una provocación.
―Soy Thor, hijo de Odín.
―Sabemos quién eres ―respondió Laufey en una calma horripilante. Sigyn observó al que con frecuencia habían descrito como el temido rey titán y se percató de que no era más que un hombre cansado del pasado, de la austeridad y la represalia que este había supuesto para con su pueblo.
―¿Cómo entraron tus hombres en Asgard?
Muy lentamente, el gigante bajó la mirada y, después, la perdió en algún punto del grupo de forasteros.
―La casa de Odín está llena de traidores.
Aquella respuesta extrañó a todos los presentes e inquietó especialmente a Sigyn. No era una acusación, era una afirmación. Muy contundente, además. Loki tragó saliva. Estaba preparado para todo, a pesar del torbellino de pensamientos en su cabeza. Sabía que aquello podía acabar mal. De hecho, en parte, deseaba que acabase mal, por algo había maquinado con su labia la incursión de Thor en Jotunheim.
―¡No deshonres el nombre de mi padre con tus mentiras! ―clamó el Dios del Trueno.
―¡Tu padre es un asesino y un ladrón!
Aquello, tristemente, fue verdad en su momento. Sigyn, que conocía perfectamente la historia de los nueve reinos y la había contrastado mediante todas las fuentes posibles, sabía que Odín nunca fue el pacificador que el pueblo conocía. Odín había perpetuado numerosas aniquilaciones, invadido planetas, luchado contra grandes bestias, devastado mundos con métodos no precisamente muy ortodoxos. Pero había cambiado, también era consciente de eso. De hecho, la diosa solo había conocido la paz gracias ese cambio de filosofía. Durante siglos, Odín había establecido treguas y tratados de paz, de comercio, intentando compensar y redimirse de todo el dolor que había causado. Desgraciadamente, no parecía que Jotunheim hubiera levantado cabeza desde entonces.
―¿Para qué has venido? ¿Para hacer las paces? Ansías entrar en batalla, lo deseas fervientemente. No eres más que un niño que intenta demostrar ser un hombre ―continuó Laufey, avanzando en un razonamiento que de sensato pasó a adquirir un tinte más fanfarrón. Palabras acertadas que la misma Sigyn había empleado poco atrás, en palacio.
―Este niño se ha hartado ya de tus burlas.
―Thor, espera y razona. Tienes que ver que nos superan en número.
Loki detuvo a su hermano, colocando una de sus grandes manos sobre el torso del dios. Al fin, algo de sensatez, pensó Sigyn. Aunque no valdría para nada.
―No sabes lo que pueden desencadenar tus actos. Yo sí ―suspiró Laufey desde lo alto de su trono, mientras sus esbirros comenzaban a rodearlos desde una distancia más que prudente―. Marchaos ahora, mientras aún os lo permito.
―Vamos a aceptar tu muy generosa oferta ―respondió Loki, instando a su hermano a arrojar la toalla. La persuasión de Loki pareció surgir efecto, al menos, en el resto de los guerreros, que se dieron la media vuelta dispuestos a marcharse y lo mismo pedían a su amigo y algún día rey de Asgard. Sigyn se mantuvo inmóvil, observando a todas partes y a ninguna en particular. Tenía el presentimiento de que aquello estaba a punto de explotar.
―Huye a casa, princesita…
―Mierda ―maldijeron Loki y Sigyn, en el preciso momento en el que Thor dejaba escapar una sonrisa complaciente y lanzaba, sin pensárselo dos veces, el martillo en dirección a uno de los gigantes.
Con la misma determinación, Sigyn extendió los brazos y dejó escapar un alarido por el tremendo esfuerzo de energía que le supuso detener a Mjölnir antes de llevarse por delante a la que sería su primera víctima del día. Ante la atónita mirada de sus compañeros, las manos de Sigyn se veían contraídas y contorsionadas, como si estuvieran haciendo mucha fuerza para sujetar algo que, en esos momentos, estaba suspendido en el aire, luchando contra magia y gravedad. Thor, entre asombrado y preocupado, susurraba "no puede ser".
No es que Sigyn fuera digna de portar el arma más poderosa de Asgard, aunque gracias a sus conocimientos místicos se vio capaz de frenarlo, al menos durante unos instantes. Y es que, entre otros tipos de magia, Sigyn había leído sobre la manipulación de los minerales de la tierra. De eso se trataba, precisamente, la magia elemental que tan bien se le daba. Aunque hasta la fecha se había centrado en el fuego, más bien. En cualquier caso, ¿qué era Mjölnir si no un metal pesado? El metal, en todas sus formas, era un material natural terrestre abundante en todo planeta, también en la estrella moribunda de la que procedía el martillo. No por ello podría manejarlo a su antojo o retenerlo eternamente. Al contrario, Mjölnir estaba consumiendo toda su energía vital. Podía sentirlo en su cabeza, pecho, paladar y vientre. Era el precio que pagar por impedir una guerra entre Jotunheim y Asgard.
Los jotnar, que al principio se mostraron confusos por aquella intervención, no tardaron en saltar a la acción. Empuñando armas de hielo que ellos mismos habían concebido, se abalanzaron a los forasteros, dejando muy poco margen de reacción a Thor, a quien un gigante se llevó por delante. Loki observó a su prometida en un evidente pánico al comprobar que de sus oídos y preciosos ojos esmeralda caían ya pequeños arroyos de sangre.
―Basta, Sigyn. Es demasiado para ti. ¡El esfuerzo te acabará matando!
Sigyn se relamió los labios. El martillo se resistía, sí. Sentía aquella resistencia indómita en las yemas de sus dedos. Solo que ahora Mjölnir quería escaparse, de pronto, en otra dirección. En algún lugar de la fortaleza, sobre el frío suelo helado, Thor levantaba la mano aguardando a su arma.
Aquella intervención, pensó Sigyn, había perdido el sentido. El combate había sido inevitable. Loki lanzó una de sus mordaces dagas, desarmando al instante a uno de los gigantes que se había atrevido a acercarse a él. Otro le tomó del brazo, tornándolo ¿azul? Estaría alucinando, seguro, pensó Sigyn. Exhausta, concluyó su hechizo y Mjölnir regresó inmediatamente a la mano de su dueño. Aturdida, helada, completamente desfallecida y en absoluto blanco de los jotnar, la Hija de la Guerra levantó su mano izquierda y comprobó el destello que emitía su anillo de compromiso. Frunció el ceño y trató de echar una última mirada a su alrededor, observando no más que una serie de ráfagas, siluetas y borrones. Cuando se desplomó, cayó en los reconfortantes brazos de la oscuridad.
Otras dos semanas tras la incursión a Utgard.
La Hija de la Guerra despertaba tiempo después de lo que creía haber sido una horrible pesadilla. Su cuerpo, ya descansado, se desperezaba tras largos días de coma inducido. Por los curanderos reales, nada menos, y a orden de la mismísima Frigga, quien le guardaba compañía sentada a sus pies.
―Al fin, una que despierta.
¿Cómo? ¿Había habido heridos? ¿Posibles bajas? Mucho ajetreo, pero solo su cama estaba ocupada. Sigyn miró a su alrededor sin entender nada. Lentamente, alzó las manos hasta colocarlas justo en frente de su campo visual y comprobó que sus dedos se habían vuelto de un decrépito color morado, probablemente debido a aquel torrente de magia que tanto había consumido su salud. Ni el campo curativo que la rodeaba había sido capaz de revertir eso. Parece que hubiera bailado un tango con la mismísima Hela.
―Con los disgustos que me dan mis hijos tenía más que suficiente. No esperaba esto de ti. Es como si te hubieran contagiado su temeraria necedad ―suspiró Frigga, quitándole el paño húmedo de la frente de la joven para palpársela y comprobar su temperatura corporal. A su lado, un panel con indicios vitales parecía mostrar que todo estaba más o menos estable.
―No entiendes mis insistencias por alejarte del peligro, ¿verdad? ―continuó el desahogo de la reina―. Parezco ser la única que ve en ti la obvia continuidad de nuestro linaje.
No, Frigga no podía contar con Thor para eso primero, aunque seguiría luchando por ello, pues era él quien heredaría el trono algún día, más adelante. Cuando Odín despertase de su sueño, eso, se recordó Frigga un tanto esperanzada de recuperar a su marido y las cosas volvieran a ser como antes. Por ahora, Loki se estaba encargando de suplir al Padre de Todos. Puede que algún día Thor no estuviera o… en fin, deseaba no pensarlo, pero puede que un día Thor muriera y la sucesión del trono tuviera que seguir su curso hasta Loki, y de Loki hasta sus, algún día, nietos. Las familias reales tenían que pensar en estas cosas, por eso eran tan insistentes con los hombres y tan protectoras con las mujeres, por poderosas y autónomas que estas fueran. Además, Loki la necesitaba desesperadamente. Era inevitable, a veces, Frigga temía por la salud mental y emocional de su hijo menor.
Su niño siempre había sido frágil de corazón, lo llevaba observando desde que era pequeño. La presencia de alguien tan honrado, leal, verbal y tierno como Sigyn mantenía su parte más dulce y humana encendida, como si de una tenue llama se tratase. Cuando llegó a palacio, deseó que uno de sus vástagos se interesara por ella y se sintió aliviada al comprobar que, de entre las dos opciones posibles, hubiera sido Loki quien se vería así de cautivado por la forastera. A Loki no le gustaban demasiado las personas y andaba cortejando a una Freya demasiado desbocada. Temió que su relación con Sigyn se basase en el desdén y en las bromas pesadas, pero no sucedió así. Por supuesto, Thor también había mostrado interés, el mismo que mostraba en todas las doncellas en general, solo que agravado ante la idea de que Sigyn fuera la hija de una leyenda, Tyr.
Lo que pudo haber acabado en una desagradable reyerta entre hermanos, no llegó a tal puerto. Thor asumía bastante mejor las derrotas y no se obsesionó con el hecho de que ella mostrase predilección por el oscuro, siniestro, golfo e inadaptado social de Loki. Sí, tenía una molesta tendencia a apuñalar a los demás por la espalda y una gran dificultad de regular sus sentimientos, rozando el trastorno límite de la personalidad, pero, en el fondo… A pesar de todo, todos en la familia lo adoraban. Loki y su naturaleza cómica, su inteligencia, su perspicacia y facilidad para leer a las personas, su persistencia. Era gracioso, decadente, aventurero, decidido, carismático y a menudo mucho más encantador que Thor, aunque la gente pensase constantemente lo contrario.
Sigyn se reincorporó tranquilamente, aunque confusa y aturdida. A continuación, se llevó la mano a los riñones, agarrotados probablemente por haber pasado demasiado tiempo en la misma postura sobre la ortopédica cama. Si bien era cómodo, no dejaba de ser el lecho de un enfermo. Miró hacia el otro lado en busca de un vaso de agua, algo que calmara la acartonada sensación en su garganta, que aún sabía a metal y a sangre. Más a su alcance, encontró un espejo. En él, el reflejo de una mujer ojerosa.
―Frigga, lo siento, pero no entiendo qué estás farfullando.
―¿Cuánto tiempo llevas sin sangrar?
Vaya, ahora que la reina había ido directa al grano, lo entendió perfectamente. La hija de Tyr entrecerró los ojos, abrumada, que no sorprendida, de que Frigga supiera de su estado. Era cuestión de tiempo que se enterase, claro. El ingreso hospitalario tan solo había agilizado la transmisión de la noticia. Con todo, apretó fuertemente los labios, casi como si nunca hubiera roto un plato. Aunque, en realidad, reaccionó así porque le causaba mucho pavor la situación. No era el hecho de confesar que estaba encinta, sino el reconocer que se había comportado como una irresponsable, a pesar de sus buenas intenciones. Aquello era muy incómodo. En ningún momento había imaginado que sus allegados se enterasen de su embarazo en semejantes circunstancias.
―Ya sabes a lo que me refiero ―insistió Frigga ante el silencio de su nuera, habiéndole alcanzado el tan ansiado vaso. Mientras la reina continuaba desahogándose, Sigyn aprovechaba para ahogar su malestar en prolongados tragos de agua―. Por tus venas ya corre sangre real. ¿Cómo pudiste aventurarte a Jotunheim, sabiendo como estabas? ¡Y eso de intentar parar el martillo de Thor! Has sido tan valerosa como inconsciente.
Frigga suspiró exasperada, intentando autorregularse. Entonces, rebajó un poco su tono de voz y lo dulcificó.
―No me malinterpretes, querida, agradezco que intentaras evitar una escalada bélica. Ya me informaron de tu misericordioso acto, de tu intento de salvar a ese jotun, es decir. De hecho, si sigues viva es por tu honrada intervención. Bueno, y porque Odín logró rescataros a todos a tiempo antes caer en uno de sus profundos sueños… y desterrar a mi hijo.
Sigyn se atragantó con aquello último, sin poder evitar un desagradable ataque de tos. ¿Desterrado? ¿Quién? ¿Odín, en un profundo sueño? Rápidamente, se secó la boca con el brazo, sintiéndose histérica y rezando a todos los dioses habidos y por haber porque Loki estuviera sano y salvo. Algo le decía que su prometido ocultaba algo, y seguro que no era nada bueno.
―Perdona, no me encuentro bien ―se disculpó Frigga entretanto―. Dime, por favor, ¿cuánto tiempo llevas sin sangrar? Al menos mes y medio, ¿verdad?
La Hija de la Guerra tragó saliva, destapándose para aliviar los repentinos sofocos que le habían entrado. ¿Podía seguir contando con Loki? ¿O estaba a años luz, en algún recóndito lugar de los nueve reinos? ¿Estaría condenada a parir y criar a su estirpe sola? Instintivamente, la diosa se llevó las manos al vientre, pensativa.
―No sé cuánto llevo dormida, pero aproximadamente dos meses. No lo supe con certeza hasta poco antes de la coronación. No quería decir nada, era el momento de Thor. No podía eclipsarlo con ningún escándalo ―reconoció la joven, alzando la mirada lentamente hacia su suegra. Una mirada apologética que provocó otro de los suspiros de la reina, esta vez, uno más indulgente. De pronto, supo que, independientemente de cómo se acontecieran las cosas a corto-medio plazo, todo estaba bien entre ellas.
―Por favor, Sigyn, nada puede emborronar la alegría de hacerme abuela. ¿Te crees que me habrían importado los cuchicheos de la corte? Mi hijo te ha elegido como su esposa, y me agrada decir que ha elegido estupendamente ―dicho esto, Frigga se abalanzó a los brazos de la joven, un gesto enormemente apaciguador que Sigyn necesitaba desesperadamente. Jamás había sentido la ausencia de una madre tanto como en ese momento, cuando estaba a punto de casarse y convertirse en una. Por suerte, su referente, llenaba desde hace un tiempo ese vacío. Frigga era la figura materna que le habían arrebatado, y a la que hoy recurría en plena confianza, sabiendo que no sería juzgada.
―¿Loki lo sabe?
La monarca se separó un poco y la observó fijamente, negando con la cabeza al fin. Confiaba en que despertara antes que eso. Tampoco era como si aquello fuera a disgustar a su hijo, qué va. Al fin, estaba preparado para los niños. Si Frigga había guardado el secreto, había sido porque aquella era una primicia que no le correspondía compartir. También porque Loki había perdido sueño y cordura ante el delicado estado de salud de su prometida, así que no era cuestión de estresarlo aún más.
―¿Dónde está? ―preguntó Sigyn, temiéndose lo peor. Quiso salir de la cama, aunque Frigga la detuvo de inmediato, agarrándola de las muñecas con un semblante de mayor seriedad. Pero, vamos a ver, ¿cuál de los hijos de Odín había sido el desterrado?
―Alguien tenía que hacerse cargo del trono en ausencia de Odín ―explicó la monarca, tomando una bocanada de aire como para autorregularse y confirmando, por fortuna, que su amado prometido seguía en Asgard. Ejerciendo su tan ansiado rol, nada menos.
La imagen de Loki sentado sobre el trono dorado blandiendo el bastón de Odín le causó nauseas a Sigyn. No, aquello no era un síntoma del embarazo. Simplemente, el escenario le producía un profundo rechazo. Al fin, parecía haber conseguido aquello que tanto había anhelado: reconocimiento, ante todo. Aunque el reconocimiento que Loki siempre más había ansiado era el de su padre. Se quedó unos instantes callada, mirando a todas partes y a ninguno en concreto, como si estuviera computando complejos cálculos matemáticos. Tras los últimos acontecimientos con los jotnar, ¿por qué era la única que todo esto le parecía raro, muy raro?
―Querida, está muy afligido, turbado por toda esta situación. Está aterrado por ti ―alcanzó a descubrir, gracias a la reina.
Inevitablemente, Sigyn comenzó a revivir todo lo acontecido últimamente en una ráfaga de flashbacks. "La casa de Odín está llena de traidores."
―Yo estoy bien ―espetó finalmente Sigyn, zafándose del agarre de Frigga. Así que el desterrado había sido Thor… Aquello tampoco le sorprendía. Había sido una auténtica demencia y provocación por su parte partir a Jotunheim. Los gigantes del hielo habían sido más civilizados que él, al menos hasta que el Dios del Trueno se atrevió a atacarlos―. Todo se arreglará pronto, ¿a que sí?
Frigga sonrió enternecida. Era muy difícil ser la matriarca de la familia. La única mujer en presencia de tanto ego y testosterona. Cuya voz, a pesar del estatus, parecía no escucharse en ciertos conflictos que afligían a la corona. Al final, no era más que la madre para sus hijos. Mientras, Odín siempre sería el rey, raramente el padre. Aquello no era mucho mejor. Pero sí, todo saldría bien. A pesar de la compleja situación, la familia tenía buenas nuevas que celebrar.
Frigga preguntó si había pensado ya en algún nombre. ¡Cómo no! Ya siendo una cría había redactado una lista casi interminable de opciones, fantaseando con el día en el que, al fin, se convertiría en madre. Una madre ejemplar, con suerte, como la suya lo había sido o lo era ahora la misma Frigga. Sí, por supuesto que lo había pensado. La llamaría Gudrun o Revna, si tenía alguna niña. Si no, Narfi o Vali.
La reina fue incapaz de contener el llanto, que se entremezcló con una risa de genuino júbilo. Alzando una ceja, Sigyn observó su repentino arrebato emocional, en absoluto preparada para lo que le reveló a continuación: que no tendría que decidirse, pues tenía el presentimiento de que le daría más de un nieto o nieta.
Nota de la autora: Aunque el capítulo haya seguido con el romance de estas versiones de Loki y Sigyn, se supone que han pasado años desde el anterior. Por un lado, tenemos a Loki, que ya está confabulando contra los suyos. Por otro, está Sigyn, más que habituada (se supone) a la vida con la familia real y todos los dramas que la rodean. Pero ella está centrada en otras cosas y su rebeldía ya no es fruto de la edad sino de sus convicciones. Aunque ansía una vida independiente, jamás renunciaría a Loki, incluso aunque ello la lleve al conflicto con Thor, personaje con el que es absolutamente incompatible en estos momentos. A diferencia de ella, capaz incluso de renunciar a la vida que está gestando en su vientre con tal de evitar una escalada bélica, Thor busca la disputa, a menudo de forma injustificada, inmadura y solo para ser glorificado.
Esta parte combina un puñado de escenas de la primera película, adaptadas todas ellas para justificar la presencia de la protagonista. También resume, en esencia, el cuadro psicológico y emocional de Loki en esa fase de su vida y por qué se inclinó a tomar el camino "del fraude y de lo vil". No he querido hacer un recorrido por todas las entregas del UCM, ya que mi intención no es seguir desarrollando el romance de estas variantes. Sin nada más que añadir, espero que hayáis disfrutado de la puesta en situación. En mi opinión, lo mejor está a punto de empezar. ¡Nos vemos en el próximo capítulo! No olvidéis dejarme vuestras primeras impresiones.
