5 "Más vale un ¡ups! que un ¿y si…?"
Heartbeat – Childish Gambino
El amable dependiente no había querido irse tanto de la lengua. Tampoco era cuestión de ir compartiendo información privada al primer desconocido que pasara por ahí preguntando por su compañera de trabajo. ¡No iba a decirle dónde vivía! Lo próximo sería encender el noticiero y descubrir que Sylvie había aparecido muerta en un callejón repleto de ratas infectas y orina de gato. Pero ella, que había llegado puntual para el cambio de turno, saludó con un tierno y sentido abrazo a Mobius. El pobre había estado esperando horas y horas.
Hacía tiempo que no lo veía, aunque tampoco podía medir bien cuánto había pasado. Un año aproximadamente. Con todo, las dos variantes, tan diferentes en personalidad y esencia, pasaron la tarde poniéndose al día, compartiendo las aventuras mundanas que habían vivido desde el sacrificio de Loki. Revolviendo su café largo, al otro lado del mostrador, Sylvie sonreía al amable Mobius, que tomaba su respectiva bebida a grandes sorbos, a pesar de que estuviera casi hirviendo.
No era tonta. Había algún motivo que había traído a Mobius hasta aquí.
―Bueno, escúpelo ―instó la Diosa del Engaño, que de forma distraída revisaba el inventario del comercio―. No has venido aquí porque me echabas de menos.
―Eso… Eso… Vamos, eso no es verdad ―respondió indignado, tartamudeando como de costumbre. Su tono era dulce y sosegado, pacificador, casi paternalista―. Os he echado a todos mucho de menos. Sé que tú también. La vida no es la misma desde que estalló el multiverso.
―Querrás decir desde la partida de Loki ―puntualizó Sylvie, que parecía sobrellevar mejor la situación―. Echas de menos la acción y el peligro del pasado. Tu nueva vida está vacía. Pero no has venido a desahogarte, ni a hablar de eso, ¿a que no?
Dolido por aquellas palabras, aunque acostumbrado a la mordaz sinceridad de los Lokis, Mobius, que estaba apoyado sobre el mismo mostrador, bufó de forma estoica.
―¿Vacía? ¡Guau! ―el exagente de la AVT soltó una débil carcajada antes de continuar―. ¿No crees que te has pasado un poco?
―Oye, es normal ―respondía Sylvie, poniendo los brazos en jarras―. Tiene que ser muy duro recuperar una vida sin la familia de la que te despojaron. Yo, al menos, no sé lo que es eso. Hijos descerebrados que, como poco, te repudian o te faltan al respeto. ¡Qué horror!
Mobius suspiró y se quedó pensativo durante unos instantes, observando a Sylvie continuar con sus quehaceres del día a día y pensando en que, al menos, Don cuidaba bien de sus hijos, y que sus hijos cuidaban bien de Don.
―¿Y qué hay de ti? ―preguntó de forma casual―. ¿De tu vida de nómada? ¿De tu incapacidad de asentarte en ningún sitio o comprometerte a ningún empleo o persona a largo plazo? Sí, no finjas como que tu vida en California te completa. Sé que es temporal. Tú también necesitas estar en constante movimiento. Por algo he recibido más de una quincena de postales de distintos puntos de los Estados Unidos.
Dicho eso, como quien lanza el micrófono al escenario tras una mordaz intervención, Mobius volvió a sorber su ardiente café negro.
―Puede ―admitió Sylvie, encogiéndose los hombros de forma un tanto indiferente―. Pero, por primera vez, entra dentro de la normalidad, ¿no? Creo que merecía saber lo que es llevar una vida tranquila.
―Sí, todos lo merecíamos. Y gracias a Loki, tenemos oportunidad de descubrir qué es eso ―suspiró el abatido exagente de la AVT, que perdió su mirada en algún punto de la tienda en una evidente melancolía―. Se me hace raro no tenerlo a mi lado, tocándome las pelotas constantemente.
―Sí, a mí también ―sonrió Sylvie, tachando algo de la lista y probando un poco de aquel delicioso café. A continuación, la Diosa del Engaño apoyó los codos en el mostrador y la barbilla sobre las manos―. Tramas algo, y tiene que ver con Loki, ¿verdad?
―Es probable que no te vaya a gustar ―advirtió Mobius, partiendo de forma distraída un cacho del mantequilloso cruasán que las dos variantes estaban compartiendo.
Sylvie, prevenida, entrecerró los ojos y miró al hombre de forma inquisitiva. Por los dioses, había que sacarle las palabras con un sacacorchos. Entonces, la Diosa del Engaño rodeó el mostrador hasta situarse frente al afable hombre, propinándole un pequeño pero firme empujón.
―¡Canta de una vez, Mobius! No tengo ningún reparo en recurrir a mis clásicos métodos de persuasión ―advirtió la joven, sin dejar claro si se refería al uso de su magia, o al de sus preciosas y punzantes dagas. La variante de Don, que se había quejado como un niño ante el inmaduro empujón de Sylvie, se acicaló corbata y camisa y llenó sus pulmones de aire antes de confesar.
―¡Guau! Vale, vale. Demonios, Sylvie. Te he buscado porque tengo una corazonada ―respondió, tragando y hablando difícilmente a la vez―. Creo que tenemos que volver a la AVT.
Sylvie respiró profundamente, su cara visiblemente seria ante la idea de regresar a aquel espantoso lugar que tantos dolores de cabeza le había causado. Cruzada de brazos, la Diosa del Caos tragó saliva. Su rostro daba a entender que la cabeza le iba a mil por hora. De hecho, se puso a caminar en círculos en un intento de apaciguar sus nervios. Por suerte, sabía que la AVT nada tenía que ver ahora con lo que antaño había sido. Con todo, se preguntaba qué tan grave podría estar aconteciéndose o qué tan fiable era la corazonada de Mobius para tener que volver a semejante antro.
―¿Por qué?
―No lo sé ―respondió Mobius, relajando los hombros visiblemente agotado―. Solo sé que hoy he pensado en Loki, pero no de la misma manera que siempre. Era como si su recuerdo me… me… me hubiera hechizado.
Puede que aquella última fuera la palabra clave para que Sylvie se diera cuenta de que, efectivamente, tenía que hacer de tripas corazón y regresar a la AVT. O puede que Mobius se estuviera volviendo cada vez más senil. ¿Qué esperaba encontrarse allí? ¿Y si no era nada? Por otro lado, quizá era mejor comprobarlo que quedarse con las ganas, ¿no? Sin saber si la integridad del multiverso volvía a estar en jaque, quizá deberían volver a la Autoridad de Variación Temporal, pensó Sylvie. Por si acaso. Otra vez.
Ubicación: Autoridad de Variación Temporal.
Espacio: ?
Tiempo: ?
Mobius y Sylvie cruzaron el portal a la AVT como antaño. A ver, tampoco era como si Sylvie se hubiera desprendido de su tempad del todo. El acto de cruzar una puerta a otro espacio-tiempo no era lo que la inquietaba per se. Estar ahí, de vuelta a los nostálgicos pasillos y oficinas de la AVT, sin embargo… Era lo que había venido evitando.
Una vez allí, lo que las variantes se encontraron fue algo que ya esperaban. Agentes paseándose corredor arriba, corredor abajo, en lo que ahora era su misión de encontrar a las malvadas variantes de El que permanece. Buenas noticias, ¿no? Sin decir nada, el dúo compartió una mirada significativa antes de emprender su viaje a la sala central, el punto neurálgico de la AVT desde el que se monitorizaban las ramas del Yggdrasil. Volver a encontrarse allí les provocó una sensación agridulce que no lograban describir. Puede que fuera más dulce para Mobius y más agria para Sylvie. Con todo, ninguno pudo evitar ocultar su entusiasmo al ver, inclinados sobre una mesa de trabajo, a Casey y B15 alias Verity Willis. Los "funcionarios" parecieron percatarse de la inesperada visita, todo gracias a la nueva versión de la maquiavélica Señorita Minutos, que muy expresivamente soltó una bocanada de asombro.
―¡Mobius! ―exclamó B15, dejando lo que estaba haciendo para apresurarse a su compañero. Aunque todavía poco acostumbrada a las muestras de afecto, B15 le dio un sentido abrazo de bienvenida. Después, se giró hacia Sylvie y, sonriendo cálidamente, compartió otro con ella. Uno más distante, aunque cordial de todos modos. El singular y el bueno de Casey, sujetando su taza de chocolate caliente, sonrió de forma torpe, acercándose también y estrechando la mano de Mobius, quien acabaría arrastrándolo a sus brazos, visiblemente emocionado.
―¡Guau, chicos! Cuánto tiempo, ¿eh? ―exclamó un excitado Mobius, a lo que su compañero solo respondió:
―Ah, ¿sí?
B15 esbozó una sonrisa enternecida. Por su parte, la Diosa del Engaño contuvo una carcajada. Se fijó en que B15 llevaba su habitual uniforme de la AVT, algo que, inevitablemente, la entristeció. Todas las variantes esclavizadas por la institución habían sido despojadas de su identidad y parecía no ser tan sencillo para ellas recuperarlas de repente. Sylvie había renunciado a vestir su armadura tan asiduamente como antes precisamente por eso, porque ella era mucho más que una copia de Loki en la infinidad del multiverso. Por fortuna, y a pesar de mantener nombre y uniforme, B15 había cambiado mucho desde que el dios nórdico había llegado a la AVT. Era justa pero también amorosa, como un osito de peluche.
―Te veo bien, Sylvie ―observó esta, asintiendo amigablemente. Era cierto, a pesar del semblante refunfuñón de la diosa, Sylvie emanaba un aura de alegría y paz consigo misma muy inusual para alguien que se había criado huyendo de cataclismo a cataclismo. Por alusiones, la susodicha se miró arriba abajo. A ella no le parecía que destacase especialmente. Pitillos negros rotos, botas militares, un abrigado jersey verde oscuro, pendientes y anillos extravagantes―. Me refiero a que te veo animada. Decidnos, ¿cuánto ha pasado para vosotros? ―preguntó B15, dándole un pequeño golpecito en el brazo.
―Al menos un año ―respondió rápidamente la Señorita Minutos, de la que ninguno de ellos jamás podría volver a fiarse del todo.
―Lo que para Mobius ha sido una eternidad, vaya ―añadió Sylvie, saludando a Casey con un cabeceo y una sonrisa divertida. En aquel preciso instante, comenzó a sonar un desagradable pitido que hizo que B15 se apresurase al ordenador más cercano―. ¿Qué es eso, Casey? ―preguntó la Diosa del Engaño con las cejas alzadas. Si bien es cierto que no quería saber nada de las movidas de la AVT, estaban ahí por un motivo, ¿no? El instinto de Mobius raramente fallaba. Casey se quitó sus extravagantes auriculares, conectados a un viejo walkman que llevaba consigo a todas partes. Entonces, la confusa variante, respondió patosamente:
―Oh, no es nada, tan solo el aviso de que se ha forzado una de las oficinas.
Mobius y Sylvie compartieron una mirada que parecía decirlo todo.
―Quiero a los minuteros más cercanos aproximándose desde ambas direcciones del pasillo y estableciendo un cerco de seguridad en el exterior del despacho ―ordenaba B15 por lo que parecía ser un transmisor-receptor. Sylvie, astutamente, la detuvo, pulsando un botón rojo que irrumpió la comunicación.
―Iremos nosotros ―decidió la diosa ante la mirada atónita y confusa de B15.
―Podría ser una variante de El que permanece.
―O podría ser un viejo amigo ―puntualizó Mobius, saliendo disparado de la sala de control. Rápidamente, Sylvie alcanzó al veterano de la AVT. Juntos, se abrieron paso pasillos abajo, caminando de forma decidida, casi cinemática, con B15 siguiéndolos muy de cerca. Pasados los vestuarios de los minuteros, una máquina de café y aperitivos, así como numerosas salas de interrogatorios, finalmente alcanzaron la número 3, que tenía la puerta entreabierta. Pegado ahí mismo, un registro vacío que los agentes debían rellenar cada vez que reservaban o empleaban la sala a la que se accedía gracias a una serie de llaves electrónicas. Quien fuera que estuviera adentro, no había necesitado de una.
Siguiendo su corazonada, el exagente de la AVT empujó la pesada puerta de hierro, observando a Loki sentado en una silla que le venía increíblemente pequeña, como casi todo. No dejaba de ser un gigante del hielo, al fin y al cabo. Inmediatamente, el rostro de Sylvie se iluminó, pero su terquedad y afán por hacerse siempre la dura le impidió mostrar demasiado entusiasmo. Además, tenía el presentimiento de que algo malo sucedía. Algo debía explicar la presencia de Loki.
Atrás había dejado el omnisciente dios su solemne túnica, corona cornuda y cómodos mocasines. El apuesto Loki tenía el pelo más largo que la última vez, pulcramente engominado hacia atrás. Ataviado en un traje completamente negro, incluyendo camisa y corbata, enseguida advirtió la llegada de sus amigos, mas no se giró. Frente a él tenía un fardo de papeles, un ordenador antiguo y un proyector encendido que mostraba, de nuevo, la imagen de su muerte. Aquella que, en teoría, había sido escrita para él.
―¿Qué tal van los Ohio State Buckeyes? ―preguntó en una voz aterciopelada, sosegada a la vez que inquietante. Las variantes entraron en la sala, cerrando la puerta tras de sí.
―Loki ―exhaló Sylvie, todavía sin creer que lo tenía justo enfrente. Extraño de explicar era para ella el vínculo que tenía con el dios. Por supuesto que ella también lo quería, mas no de la forma que él había manifestado en un inicio. Tiempo le había llevado al omnisciente dios percatarse por sí solo que el amor que sentía hacia Sylvie denotaba una profunda e intensa amistad basada en el amor desinteresado y caritativo. A pesar de los dulces besos que habían compartido, lo de Loki y Sylvie no era romántico, ni carnal, ni maduro, ni de esos amores destinados a perdurar en el tiempo. Era un amor basado en la autocompasión y el entendimiento.
La Diosa del Engaño se acercó a Loki por la izquierda, a la par que un fascinado Mobius se acercaba por el otro lado.
―Espera, los Ohio State… ¿Qué? ¡Guau! Lo sabía, tú nos has traído hasta aquí, ¿verdad, canalla?
El antiguo comercial de motos de agua se cruzó de brazos, observando a su amigo entre risas. Pero, por jocoso que se sintiera Loki por aquella reunión, se notaba que estaba algo dolido.
―No sé a qué te refieres, yo no he hecho nada ―respondió―. No puedo hacer nada. Parece que soy una especie de narrador omnipresente con una nula capacidad de intervención en el transcurso de la historia.
―No estás aquí, ¿verdad? ―preguntó Sylvie, sentándose en una de las sillas libres y apoyándose sobre la mesa con las manos entrelazadas.
―Lo he intentado, pero no. No puedo dejar el trono solo ni un momento. Siempre tiene que haber alguien ocupándolo para garantizar la integridad del telar multiversal, si no, se desmoronaría de nuevo. Es mi deber ético permanecer allí ―Loki sonrió con tristeza, observando a Sylvie de arriba abajo, satisfecho de haberle dado la oportunidad de saber lo que era vivir, un placer o privilegio del que ya apenas recordaba nada―. Aunque, siendo sincero, me gustaría poder estirar las piernas algún día ―bromeó el Dios del Engaño, queriendo quitarle hierro al asunto. Puede que ese día llegase, el día que lograsen detener a las variantes de Khan. Llegaría el día, ¿verdad?, se preguntaba Loki, no queriendo imaginar su cuerpo marchito, inerte y decrépito bajo el tronco del Yggdrasil.
―¿Por qué has venido, Loki? ―insistió Mobius, ocupando la otra silla libre. El antaño agente de la AVT frunció el ceño, respirando agitadamente. No podía más con la intriga, ni tampoco B15, que se había quedado ahí pasmada junto a la puerta, aunque escuchando atentamente.
―Porque necesito ayuda, y alguna que otra explicación. Verás, Sylvie ―comenzó a explicar, mientras jugaba con las páginas frente a él. Al menos, ahora sabía que podía interactuar con los objetos del entorno―. Resulta que cada oveja tiene su pareja o, dicho de otro modo, que cada Loki tiene la suya.
¿Cómo? Sylvie dejó escapar una risita nerviosa, no esperándose semejante información. Pero por supuesto que se alarmó. La diosa arqueó una ceja, echando un rápido vistazo al informe en la mesa y observando a la mujer de delicadas facciones en la foto de portada. Entretanto, Loki volvió la mirada hacia la proyección en la pared. Había estado observando el transcurso completo del Ragnarök en el que, al parecer, no solo había jugado un papel primordial, sino que había conocido a aquella persona clave en su vida. Después, Thanos lo mataba. Eso sí lo sabía desde hace tiempo.
―Cuando los minuteros me trajeron hasta aquí, tras mi huida con el Teseracto, me enseñaste imágenes de mi deceso ―explicó Loki, esta vez dirigiéndose a Mobius―. También retales de las vidas de mis seres queridos: la muerte de mi madre, la de mi padre, momentos tiernos con mi hermano. Pero te olvidaste de alguien.
Con el rápido movimiento de su mano, esta vez sin tocarlo físicamente, Loki deslizó el burdo informe sobre la mesa hacia Mobius. De inmediato, el hombre tragó saliva. La nuez de su garganta lo delataba. A continuación, el exagente de la AVT procedió a abrir, leer y observar toda información y fotografía del dossier. Después, suspiró, cerrándolo de un plumazo. La variante de Don chasqueó la lengua y miró hacia otro lado. Ahora entendía por qué Loki estaba tan disgustado. Y él, por supuesto, arrepentido de haberlo decepcionado.
―Lo reconoces, ¿verdad? Es un antiguo informe de la AVT, de cuando El que permanece mandaba por aquí ―continuó Loki, sin alterar su acusatorio tono de voz.
―¿De quién es el informe, Mobius? ―preguntó Sylvie, viéndose tentada a robarlo y comprobarlo ella misma―. ¿De quién es el informe, Loki?
No tan rápido, pensó este, escrudiñando la reacción de su amigo.
―¿Por qué no me hablaste de nada de esto?
Mobius se mordió el labio y, consciente del error que había cometido, negó repetidamente con la cabeza no por negar los hechos, sino como si de un tic nervioso se tratase.
―La omisión de esa información, en su momento, estaba justificada. Contarte todo eso, simplemente… no procedía ―explicó Mobius, retomando el contacto visual con el omnisciente dios―. Siento decirlo así, Loki, pero no era relevante por aquel entonces. Nuestra prioridad era reclutarte, atrapar a Sylvie, y cumplir con las órdenes de Renslayer. Ya lo sabes.
―Lo sé, y lo entiendo, pero ¿por qué no contármelo en otro momento? ―insistió el dios de cabello azabache, recostándose en la mesa y acotando la distancia con su amigo como si aquel cambio de postura pusiera especial ahínco o énfasis en su pregunta.
―¿Cómo contarle a un amigo que moriría poco después de enamorarse de una mujer prácticamente diseñada para él?
Mobius volvió a chasquear la lengua, incapaz de mirarle a la cara. Entretanto, Sylvie estaba que no daba crédito. No sabía cómo asumir aquello de que todas sus variantes tenían una gran épica historia de amor... todas menos ellos.
―¿Esto es por una chica?
―Entre otras cosas, sí ―reconoció Loki, levantándose de la silla. A continuación, el dios se llevó las manos a los bolsillos y empezó a pasearse por la estancia, habiendo saludado con una triste sonrisa a B15―. Nueva Asgard será invadida pronto. Por los griegos, nada menos. Además de proteger a Sigyn, aunque no necesite protección per se, necesito su ayuda para vencerlos.
―¿Quién es ella? ―insistió Sylvie. Era demasiado pequeña cuando la despojaron de su vida en Asgard, por lo que el nombre de Sigyn no significaba nada para ella.
―Bueno, Tyr tuvo una hija…
―El Dios de la Guerra ―espetó Sylvie como aclarándoselo a Mobius, tan callado de repente. Este le dedicó, como respuesta, una mirada de desprecio. No hacía falta que lo siguieran castigando con el desprecio característico de los Lokis, sabía perfectamente que la había cagado estrepitosamente.
―Sí, sé quién es el Dios de la Guerra. Sé quiénes son todos los miembros de vuestro panteón, los tuve que memorizar. Están aquí adentro ―protestó Mobius, tocándose la sien derecha con el dedo índice. Después, se puso de pie y se acercó a su amigo con las palmas hacia arriba como suplicándole perdón, y también que recapacitase―. Loki, la única vez que esta versión de Sigyn conoció los pormenores de la guerra fue durante la invasión de los elfos oscuros o el Ragnarök. No es una guerrera, es una superviviente.
―Lo sé, lo he visto ―respondió, colocándose frente a él y observándolo con intensidad―. He visto el Ragnarök, y a ella en él. Ahora, en la actualidad, la vida de Sigyn en la Tierra la mantiene abstraída de todo su potencial. No tiene la necesidad de luchar ni usar sus poderes, pero es lista, estratega, astuta. Es política, más que capaz de orquestar y asistirnos en nuestra contienda.
―Aquí hay una nota que dice "diosa del dolor y el luto" ―reveló Sylvie, leyendo los Post-It del informe de la que, en teoría, habría sido su alma gemela en su línea paralela que ya no existía. A decir verdad, Loki no había querido saber nada de lo que estaba escrito ahí. En poco tiempo, había descubierto suficiente. El dios bajó la mirada al suelo, repasando mentalmente el que sería su plan a corto plazo.
―Sylvie, tú sabes mucho del dolor. Todos los Lokis lo conocemos bien. Tienes que encontrar la manera de atravesar ese muro y traer a Sigyn a la AVT. Sin secuestrarla o hipnotizarla, me refiero.
―¿Yo? ―preguntó Sylvie, dejándose caer en el respaldo de su asiento y conteniendo, a duras penas, toda su rabia. Sí, tendría que hacerlo ella. Loki no podía comunicarse con Sigyn y, aunque pudiera, tampoco sabría cómo. Para ella, él era hombre muerto. Necesitaba que alguien en quien Sigyn confiase fácilmente la trajese a la AVT. A partir de ahí, decidiría sus próximos pasos―. ¿Por qué yo? ―se preguntaba Sylvie, sintiendo, por primera vez, un miedo más bien escénico. Un miedo que ahogaba―. El Loki que ella recuerda tiene tu cara, no la mía. El Loki que ella conoció fuiste tú antaño. No, Mobius debería encargarse. Se ha dedicado a captar variantes durante los últimos siglos, si no milenios.
Loki se arrodilló junto a Sylvie, implorando persuadirla.
―Créeme, a lo largo del multiverso he visto inexplicables conexiones entre nuestras variantes. Siempre suceden. Contigo no será diferente.
En tono firme, pero apaciguador, B15 decidió entrometerse finalmente.
―Loki tiene razón. Técnicamente, funcionaría. Vuestras variantes del Vacío eran capturadas por dos motivos: por poder y codicia o…
―Por cruzarse con ella cuando "no procedía", ¿verdad? ―bruscamente, Sylvie tiró el fardo de papeles al suelo, a lo que Mobius solo pudo reaccionar inspirando profundamente―. ¿Me estás diciendo que El que permanece nos privó de ella también? ¡Ves cómo matarlo fue lo mejor que pude hacer!
―No volvamos a esa discusión ―razonó el exagente de la AVT, gesticulando con la mano de forma efusiva―. La realidad es que, gracias a todos nuestros esfuerzos y al sacrificio de Loki, el ahora no está escrito. Tenéis una oportunidad para formar parte de su vida.
―Así es ―asintió Loki fervientemente―. Pero, ahora, lo que prima es la protección de nuestro pueblo, así que recomponte y ayúdame.
Sylvie respiró profundamente. A continuación, se puso de pie. Cruzada de brazos, se alejó un poco mientras tomaba la decisión de implicarse o no.
―¿Cómo es ella?
Loki se detuvo durante unos instantes, observando los papeles desperdigados sobre las frías baldosas de la sala. En gentiles susurros, el apuesto dios evocó de forma ordenada todo lo que había observado de Sigyn en la infinidad de ramas del Yggdrasil.
―Es inteligente, elocuente, graciosa. Comprensiva, terca, indulgente. Leal, fiel, presumida, espontánea y natural. Es genial, no sé si feliz, aunque lo intenta desesperadamente.
Ubicación: Bergen, Hordaland.
Espacio: Sagrada Línea Temporal.
Tiempo: 11 de mayo de 2024.
En el día y hora que le pidió Loki, Sylvie cruzó la puerta temporal a Bergen en busca de Sigyn. Su variante, el omnisciente dios, le había puesto al día de todos sus hallazgos, incluido aquel extraño hombre que la había citado en un pomposo y carísimo restaurante. Parecía ser el único en, junto con Zeus, haberlo visto e interactuado con él. Eso, pensó Sylvie, era cuanto menos raro. O la capacidad de Loki para interactuar con otros desde el Yggdrasil era aleatoria, instintiva, o dependía de una variable que no habían contemplado. Sylvie había barajado la posibilidad de que fuera una conexión entre seres mágicos, pero Sigyn poseía dichas habilidades y, no obstante, no había sido capaz de ver u oír a Loki.
En cualquier caso, si algo caracterizaba a todo Loki, pensó Sylvie, eso eran los celos. Aunque le costase admitirlo, y a pesar de su afán de diferenciarse de sus pares, se sentía exactamente igual: celosa de un perfecto desconocido, celosa del propio Loki. Sylvie sabía que no tendría oportunidad alguna con la hija de Tyr. Aún no la conocía, pero ya ansiaba su propia historia de amor en el momento que supo de su existencia. Con todo, accedió a participar en las maquinaciones de su variante. Maquinaciones, qué palabra tan negativa. Todo lo que pretendía el pobre Loki era seguir cuidando de los suyos, incluida la mujer que "por destino" le habían arrebatado. Caprichoso e hijo de mil y una madres era el destino, pensó Sylvie. Le ponía cara y nombre, una cara que tuvo que haber desfigurado a puñetazos cuando tuvo ocasión. Al menos había logrado apuñalarlo y arrebatarle su último suspiro.
Sylvie tomó una bocanada de aire, observando al gentío subir y bajar del tranvía en lo que era la parada más cercana al casco viejo. Allí, en Byparken, un pintoresco quiosco presidía el coqueto jardín caracterizado por un lago central aún congelado en los extremos. Sin saber muy bien cómo empezar a buscar, la Diosa del Engaño decidió desbloquear y probar suerte con su dispositivo móvil. Ahora con la ubicación exacta, se acercó al local en cuestión mientras ojeaba fotos y reseñas.
Sylvie bufó ante el pijerío que rezumaba aquel sitio. ¿Aquello era comida? A ver, tampoco es como si entendiese mucho de gastronomía. Se había pasado la vida huyendo y solo recientemente había empezado a deleitar su paladar con todo tipo de sabores, buenos y malos. Incluso todavía estaba aprendiendo nombres de verduras, frutas y criaturas comestibles, o sea, carnes y pescados. No obstante, veía mucho plato para tan poco alimento.
Las 18:45. Rezaba porque Sigyn no hubiera accedido a aquella cita, ¡que no hubiera habido plan previo a la cena! En cualquier caso, se encargaría de ponerle fin. Aguardando junto a la puerta del mesón, de pronto, Sylvie observó la llegada de la susodicha.
―Guau ―balbuceó la Diosa del Engaño, como alelada por la magnética presencia de Sigyn. Sus ojos verdes, que parecían contener secretos insondables, eran profundos y penetrantes. Como perderse en un frondoso bosque. Rostro angular y expresivo, melena rubio platino que caía en ondas suaves alrededor de su rostro y hasta la altura de sus caderas, nada menos. Se veía ligeramente despeinado y espeso, bien por la gélida brisa o bien porque no le importaba demasiado la perfección aquel día. Instintivamente, Sylvie se miró de arriba abajo. Era como comparar un samoyedo con un perro ratonero.
Ella era perfecta. No necesitaba maquillaje para verse bella, pero, por los dioses, ¡cómo resaltaba sus facciones! Todo era lo más destacado de Sigyn, desde su sentido de la moda hasta su elegante porte cuando caminaba en tacones de casi quince centímetros. Sola, se fijó Sylvie. ¡Estaba sola! Sin pensárselo dos veces, la Diosa del Engaño se lanzó a su encuentro con toda la valentía que fue capaz de reunir. La primera excusa que se le pasase por la cabeza le valdría. Pero, entonces, la hija de Tyr se dio la media vuelta y se marchó en la dirección opuesta, rompiendo todos los esquemas de la variante.
La preciosa diosa se había llevado las uñas a la boca. Acudir a aquella cita no significaba que acabaría pasando nada, ¿verdad? Pero ¿y si quería que pasara algo? ¿O era simplemente su soledad y falta de afecto la que hablaba? Sintiéndose como una niña, en su mente recordó, casi inmediatamente, a Loki. Por fortuna, los sueños no habían persistido aquellos últimos días. Pero eso, ahora, daba igual. El recuerdo de su muerte seguía ahí, nunca se había marchado aquel fantasma. La fantasía de todos aquellos sucesos que jamás se habían acontecido tampoco ayudaba. Sin ella saberlo, Sylvie la seguía muy de cerca, aunque prudentemente y sin provocar ningún ruido que la delatara. En ese momento, un mensaje de texto hizo que Sigyn se detuviera.
ÆGIR: Estás más guapa con el pelo suelto, Luisvi.
Sigyn miró hacia atrás unos instantes. Nada, Sylvie era lo suficientemente hábil en el sigilo como para no ser vista. Ocultarse entre la multitud o aprovechar el entorno eran estrategias básicas que siempre funcionaban. Sin quitarle ojo a la asgardiana, la variante observó cómo sonreía ligeramente ruborizada. Entonces, otra notificación y otra, atrajo la mirada de la hija de Tyr al dispositivo.
ÆGIR: Entonces, ¿vienes?
ÆGIR: Es por pedir una botella para compartir o… ahogar mis penas en un güisqui doble.
Sigyn jugueteó con el móvil entre sus manos, mirando a todas partes y a ninguna en concreto, como si en absoluto estuviera segura de lo que estaba haciendo.
―No le debes fidelidad a un muerto ―susurró, más para ella misma. A continuación, tragó el nudo en su garganta e inspiró profundamente el aire fresco de la ciudad.
Finalmente, la hija de Tyr se acercó al flamante restaurante de estilo nórdico, elegante y minimalista. Una belleza arquitectónica y culinaria que Sylvie comprobaría minutos después, al entrar y acomodarse en su mesa. El local, advirtió Sylvie, combinaba elementos naturales con líneas limpias y materiales de alta calidad. La verdad es que era impresionante. Nunca había estado en sitio de semejante caché. Al otro lado de sus amplios ventanales, el hermoso paisaje urbano-natural de Bergen ayudaba a crear una atmósfera cálida, acogedora y, ante todo, bien iluminada. El techo estaba revestido con paneles de madera en tonos claros y había lámparas colgantes por doquier, de diseño escandinavo y con detalles en cobre y latón que añadían un toque de sofisticación al lugar.
Gracias a sus capacidades de manipulación mental, la Diosa del Engaño había despachado a los comensales de la mesa contigua a la de Sigyn y su misteriosa cita. ¡No había sido para tanto! Ni que aquellos humanos se hubieran quedado sin cena, tan solo habían sido relegados a una mesa con peores vistas.
Vaya, ¡menudo menú! ¡Menudos precios!, mejor dicho. Rápidamente, y siempre atenta a la conversación a sus espaldas, Sylvie fingió relativa normalidad y alzó la mano para llamar la atención del camarero. Había zona de bar, con una extensa colección de vinos y licores premium, aunque ella se pediría una generosa jarra de cerveza. Entretanto, una segunda camarera ataviada en un elegante uniforme negro atendía con especial mimo y profesionalismo a la que era ahora su objetivo.
―Bienvenida, ¿quiere que deje el abrigo en la consigna? ―propuso la camarera según Sigyn se despojaba de aquella mullida capa de paño. La hermosa asgardiana, ante la atenta mirada del tal Ægir, reveló un conjunto modesto y distinguido. Como colofón, un llamativo pintalabios de color cereza.
―No, gracias, soy algo friolera ―respondió la asgardiana, tomando asiento frente al enigmático empresario trajeado. Un joven guapetón que la miraba con inquietante intensidad y obvia fascinación. Ægir, que llevaba un traje beige algo más casual, cadena gruesa de eslabones de plata, anillos en ambas manos y el pelo alborotado, esbozó su característica sonrisa socarrona, advirtiendo lo siguiente:
―Parece que al final no me has plantado, Luisvi.
―Difícilmente puedo resistirme a un buen vino ―respondió Sigyn ágilmente, aunque incapaz de sostener durante demasiado tiempo la atrevida mirada de su acompañante―. Además, mi presencia aquí no significa nada. Esto es solo una cena entre amigos, te lo advierto.
―No esperaba que acudieras asumiendo que pasaría algo ―reconoció el joven Ægir con las manos alzadas como en son de paz y sin querer presionar a su cita. Ya solía presionarla lo suficiente. Con todo, pensó el joven, aunque ella insistiera en llamarlo de otra manera, aquello no dejaba de ser una cita. Sigyn no quiso profundizar más, al menos no por ahora. Entretanto, Sylvie respiraba tranquila a sabiendas de que la asgardiana no tenía las cosas en absoluto claras.
―¿Francés o español? ―preguntó casualmente el enigmático acompañante mientras Sigyn barajaba todas las oportunidades alcohólicas del local.
―El albariño de la carta.
―Me fiaré de tu criterio. ¿Te fías tú del mío? ―propuso el extraño, alzando la mano para captar la atención del camarero. Enseguida, el tal Ægir escogería entrantes y platos principales sin desviar su atenta y curiosa mirada de la bella asgardiana. Sylvie, que no podía observarlos directamente, se limitó a pedir su propia comida, orejas tan tiesas como las de un perro de caza. ¡Puaj! Sabía que eran los celos los que hablaban, ¡pero no podía soportar a semejante engreído!
―Ægir, no nos conocemos demasiado realmente. Créeme, me gustas, pero… ―admitió Sigyn, aprovechando la ausencia del personal hostelero―. …en lo personal, raramente siento un interés o una atracción física profunda por alguien con quien no tengo ningún vínculo afectivo cercano.
Bueno, aquello no era del todo cierto, se dijo Sigyn, recordando su breve y fogoso romance con Loki. Incluso en pleno luto por su padre, la asgardiana había encontrado la conexión suficiente como para lanzarse a los brazos del Dios del Engaño en aquella nave que los evacuaría a todos a la Tierra. De hecho, el hijo de Odín la había cautivado de tal manera, que pasó de la primera a la quinta base en cuestión de horas, sin mayor preámbulo o reconsideración.
―Hoy estamos aquí para corregir eso, ¿no? ―insinuó el apuesto y sonriente seductor, acomodándose en su asiento.
―Al menos lo primero, sí. Lo de conocernos mejor, me refiero ―puntualizó la asgardiana, por si acaso. La misma camarera de antes volvió a acercarse a abrir la botella frente a ellos, como era protocolario en restaurantes de tal calibre. Sylvie tuvo que mirar disimuladamente hacia atrás para comprobarlo, extrañada del repentino silencio entre la pareja.
Retomando una postura mucho más correcta, Ægir se dispuso a servir algo de vino en la copa de Sigyn y, de paso, a romper el hielo con un giro un tanto ingenioso. Suposiciones y conjeturas. Empezaría ella.
―Si eres tan perspicaz, dime, ¿cuál crees que es mi estación del año favorita?
―El verano, por supuesto ―respondería el tal Ægir de inmediato―. De hecho, no me sorprendería que me dijeras que tienes falta de melanina y vitamina D. Se nota que este no es tu entorno, has perdido como cinco tonos de piel desde que te conocí y sigues pareciendo una turista. ¿Cómo lo haces?
Sigyn dejó escapar una dulce carcajada, sin decir mucho más. No hizo falta, pues Ægir era muy elocuente. Aquello le gustaba de la gente, más aún de los hombres, si cabía. Le encantaba que le buscaran las cosquillas. Quizá por eso se había prendado tanto por Loki en su momento.
―Cuando llegaste, tuviste la oportunidad de emigrar a cualquier lado, sin embargo, decidiste quedarte. ¿Por qué no vivir en un país más cálido?
―Lo estuve valorando ―reconoció Sigyn, tras haberle dado un primer sorbo al delicioso vino blanco―. En ese sentido, la costa adriática o la mediterránea a fueron especialmente tentadoras. Pero llegué a la conclusión de que no me importaba pasar frío con tal de estar cerca de los míos. Además, hay algo especialmente hechizante en el hielo y la nieve.
Ægir esbozó una sonrisa algo más tierna esta vez, lanzándole una mirada que decía algo así como "¿no me digas?".
―¿Qué me dices del deporte? ―quiso saber la diosa, comenzando a picar de los entrantes que habían pedido: una deliciosa, selecta y variada tabla de quesos importados con foie galo y mermeladas de frutos rojos y manzana, respectivamente.
―Te digo que pareces la típica matriarca noruega.
Extrañada, y aún con la boca llena, Sigyn se limitó a observarlo con evidente extrañeza, reacción que le produjo una carcajada al pedante de su acompañante y que hizo que Sylvie pusiera los ojos en blanco.
―¿Qué quieres decir con eso? No sé si tomármelo como un halago o un agravio ―alcanzó a farfullar, ingerido ya su primer bocado.
―Luisvi, a pesar de tus tatuajes de niña rebelde, eres demasiado presumida ―exclamó alegremente Ægir, quien extendió los brazos como queriendo evidenciar lo obvio. ¿Y qué? Como si ser presumida no fuera compatible con ser ruda y autosuficiente―. Pareces la típica madre de familia que se pasea barrio arriba y abajo con su esterilla de yoga, sus batidos de fruta gigantes y sus conjuntos de licra. Rezo para que hagas algo más que pilates y spinning.
En realidad, no había habido un día en el que Sigyn no hubiera practicado deporte, si su cuerpo estaba capacitado para ello. Es más, sin ánimo de menospreciar ninguno, eso se quedaba un poco corto para alguien que llevaba toda la vida basando su ejercicio en la fuerza y en la agilidad. A pesar de su altura y delgadez, no era ninguna muñequita.
―Tengo más músculo que tú, chaval ―bromeó la diosa, obviando la realidad de que pudiera hacer magia elemental, por simple que esta fuera.
―Seguro que sí ―coincidió Ægir, sin ánimo de sonar condescendiente. Si algo le fascinaba al flamante desconocido, eso eran las mujeres fuertes. No ponía en duda la valía de ninguna de ellas, ya que se había criado en un clan matriarcal. Además, las mujeres asgardianas eran famosas por especialmente recias.
―Por supuesto que hago deporte. Al estilo, digamos, militar ―explicó Sigyn, guiñándole un ojo como queriendo demostrar que las apariencias engañaban. Su entreno habitual incluía lo que en la Tierra los humanos conocían como "crossfit", "calistenia" o "parkour". Además de todo eso, también estaba la lucha con espada, cosa que ya apenas practicaba al haber perdido toda su utilidad―. Si el tiempo es clemente, a veces también salgo a correr. Pero solo como distracción.
Ægir explicó que a él el tiempo no era algo que le detuviera. De hecho, se describió como una orca que disfrutaba surcándose los mares a buceo. Reconoció haber viajado, incluso, para cruzar el estrecho de Gibraltar a nado, por ejemplo. Actualmente, practicaba kitesurfing y la apnea, corría por montaña, y le encantaban las carreras de trineos de perros o la lucha libre.
―¿Qué música escuchas? ―esta vez, Sigyn pasó del juego de las conjeturas al de las preguntas directas. Aquel era, probablemente, uno de sus temas favoritos.
―Tuve una época muy dura. El rock finlandés es especialmente interesante ―reconoció Ægir, sirviéndose otra copa de vino tanto a sí mismo, como a su acompañante. Por suerte, el alcohol humano no era de graduación especialmente fuerte. Al menos, no para los asgardianos―. Me he vuelto un básico. Ya sabes, un oyente "más promedio".
―Qué lástima ―respondió Sigyn, riéndose entre dientes, lo cual provocó también la sonrisa de una atenta Sylvie.
―¿Por qué? ¿Eres una sibarita?
―Un poco. No hay nada mejor que la música clásica o los temazos del siglo pasado. Ya sabes, los sesenta, los setenta, los ochenta. Entre la música contemporánea, cualquier canción tranquila o depresiva me vale. Indie, folk rock, soft rock.
―¿Dónde te ves dentro de cinco años? ―su acompañante cambió de tema bruscamente. Al menos, ese fue el impacto que causó en Sigyn, quien casi lo sintió como un interrogatorio o una acusación, teniendo en cuenta que era alguien sin planes de futuro exactos. La diosa tragó saliva, acariciándose a sí misma el brazo como intentando auto consolarse. Cuando miraba adelante, tan sólo veía un lienzo en blanco.
El misterioso joven arqueó una ceja, ¿es que había tocado su fibra sensible?
―La vida es demasiado cambiante como para anticiparse o formarse cualquier tipo de expectativas ―respondió con cierto pesimismo, aunque ella prefería llamarlo "realismo". Entonces, no pudo evitar retomar el tema inicial de la velada―. Escucha, no quiero que des nada de mí por sentado.
―Tranquila, Luisvi ―respondió Ægir en un tono indulgente y pacificador―. Soy perfectamente consciente de que ni tú misma sabes lo que quieres.
Así era. Sigyn, que siempre había sabido lo que quería, de pronto ya no lo tenía tan claro. Siempre había querido ser libre, independiente, una nómada que no se ceñía a los estándares de la nobleza a la que pertenecía por nacimiento. Siempre había querido enamorarse y formar una familia, deseos que se vieron intensificados tras la muerte de su padre. Si algo había anhelado siempre era precisamente la relación que sus progenitores habían tenido. Convertirse en la madre que tanto le había faltado. A veces, todavía quería eso. Pero no creía encontrarse en el estado mental adecuado para ello. Casi lo había conseguido una vez, mas aquello no resultó finalmente. De hecho, terminó nada más empezar.
Por eso estaba sola, pensó Sigyn, porque había sido incapaz de pasar página. ¿Lo haría algún día? ¿Y entonces qué? ¿Sería capaz de cumplir su antiguo sueño? ¿Pasar por un segundo embarazo? ¿Arriesgarse a un segundo aborto? En un intento de acallar aquellos pensamientos intrusivos, Sigyn cerró los ojos momentáneamente. Puede que tuviera que abandonar aquella idea de la maternidad. Con todo, esa opción siempre había estado ahí, ¿no? Dicho de otro modo, de haber querido seguir adelante, ya se habría convertido en madre soltera. Ahora los asgardianos habían aprendido y hecho suyos los modernos métodos de concepción de los humanos. Solo se necesitaba un donante. Sin embargo, aquella no era una opción viable o deseada para ella.
―Dime que todo esto no es por un ex, Luisvi ―la voz de Ægir la sacó de su repentino ensimismamiento. El ocurrente empresario y su sexto sentido. Sí, era algo así como un ex precisamente lo que a Sigyn tanto la cohibía y bloqueaba.
―Hay ciertas cosas de mi pasado que no he superado, ni sé si superaré o cuándo.
Ya está, Sylvie había tenido suficiente. Además, el último giro en la conversación la había deprimido especialmente. Advirtiendo que la charleta había adquirido un tinte algo lúgubre, la Diosa del Engaño se levantó de la mesa, dejando atrás la jarra de cerveza casi terminada.
―No hay prisa ―continuó el apuesto acompañante cuando su camarera los secuestró del diálogo.
―Disculpen, pero ando preguntando por todas las mesas. ¿Por casualidad no pertenecerá a alguno de ustedes un BMW blanco con matrícula NA 00616?
Sigyn hundió la cabeza en sus manos, preguntándose qué había hecho en otra vida para que todo le saliera tan rotundamente mal. Sí, aquel era su coche, aparentemente, aparcado en doble fila. ¡Gilipolleces! Si de algo podía presumir era de su habilidad al volante y respeto por las normas de la vía. Tenían que haberse confundido.
―Imposible, yo no aparco en doble fila. No soy tan caradura, se lo aseguro.
―Lo siento, señorita, pero esa es la matrícula de la que me han informado. Hay clientes incapaces de abandonar el aparcamiento. ¿Le importaría, al menos, venir a comprobarlo? ―se disculpó la camarera de extraños ojos radiantes.
―Ahora vuelvo ―prometió Sigyn, abrigándose apresuradamente y dejando atrás su bolso. Rápidamente, descendió las escaleras del restaurante y volvió a salir a la calle, más concretamente a la parte trasera del edificio donde se ubicaba el aparcamiento privado, sospechosamente vacío. La mesonera en cuestión le seguía muy de cerca, disculpándose, pero instándola a corregir el estacionamiento. No obstante, al regresar a su auto, Sigyn comprobó que estaba correctamente aparcado―. Lo siento, pero ¿me está usted vacilando?
En ese preciso instante, un sonido sordo hizo que se girase en dirección a la chavala. La amable muchacha de rasgos latinos se había desplomado y yacía inconsciente sobre la fría grava del solar. Rápidamente, Sigyn se acuclilló sobre ella, intentando despertarla. ¿Qué demonios estaba sucediendo?
―Tranquila, estará bien. Despertará en poco tiempo, preguntándose qué es lo que ha pasado en los últimos minutos ―explicó Sylvie, quien de pronto aguardaba apoyada en el flamante SUV de Sigyn. La asgardiana alzó lentamente la cabeza, tomándose unos instantes para girarse en dirección a la desconocida voz. Hacía tiempo que no le pasaba nada tan extraño y tenebroso. Sigyn volvió a situar, esta vez con suma delicadeza, la cabeza de la camarera sobre el suelo. Entonces, habiéndole acariciado la mejilla de forma tierna y apologética, se puso de pie.
Allí, tan tranquila y ancha, Sylvie jugaba con su tempad y sonreía de forma divertida. A pesar de ser un poco más alta que ella, la mujer frente a Sigyn era delgaducha, de pelo corto y ondulado, dorado, nariz recta, ojos azules, y de un estilo casual y oscuro. Vestía pantalones pitillo, botas militares y un jersey verde. De hecho, le había parecido verla entre los comensales del restaurante.
―La llave de la inmortalidad, ¿eh? ―observó Sigyn, señalando los pendientes de la desconocida y esbozando una sonrisa ante la curiosa simbología del anj―. ¿Quién te crees que eres? ¿Isis, diosa de la vida y la magia? ¿Eres una aficionada? ¿Una agente de S.H.I.E.L.D. o algo así?
―Uf, ubícate, guapa. Puedes hacerlo mucho mejor. Alguien como tú debería saber ya que S.H.I.E.L.D. es cosa del pasado ―respondió una burlona Sylvie ante la aspereza de la que, en otra vida, habría sido su media naranja. En parte, en el presente ya lo era.
―Tiene razón. Veamos, con poderes así, desde luego eres más que humana.
Y con esa arrogancia, más que una simple mandada, pensó Sigyn entrecerrando los ojos.
―Por supuesto, princesa, es porque soy como tú. Bueno, al menos legalmente ―admitió Sylvie, considerando de inmediato su verdadera naturaleza jotun.
―¿Asgardiana? Pues no serás muy relevante porque no me suenas de nada ―respondió Sigyn, de forma mordaz y punzante, caminando de un lado al otro con calma y fingida indiferencia, como quien intentaba acongojar a su presa.
―Soy más notable de lo que piensas ―Sylvie amplió su sonrisa, sin inmutarse o afectarse lo más mínimo por los intentos de intimidación de Sigyn. De pronto, decidió parar de hacer malabares con la tempad y pulsó una serie de botones, invocando una puerta temporal junto a la Hija de la Guerra. El sobresalto que causó en ella fue cuanto menos divertido―. Si me sigues, lo entenderás enseguida.
Sigyn miró extrañada al portal que se había abierto a escasos centímetros e, instintivamente, se echó un paso atrás. Aunque tenía sentido de la aventura, siempre había escuchado atentamente a su parte más racional. Pero, en aquellos momentos, era su instinto quien llevaba la voz cantante y le ordenaba seguir a la inquietante desconocida.
―¿Te crees que soy tan estúpida como para seguirte portal adentro a "quién sabe dónde"?
―Estúpida no, valiente ―precisó Sylvie, guiñándole el ojo de forma burlona. Entonces, antes de cruzar el portal ella misma, añadió―: Por cierto, Loki se muere por verte.
Entonces desapareció, dejando a Sigyn aún más perpleja si cabía. Por un lado, estaba el tema de la puerta y el paradero al que esta conducía. Desconocido, sin duda. Probablemente también remoto. Potencialmente peligroso. Por otro, estaba el hombre al que dejaría plantado en aquel restaurante, con la conmoción que su desaparición supondría para su gente, ¿no? A saber cuándo volvía a casa si se marchaba ahora. Finalmente, estaba Loki. Un nombre que jamás pensó escuchar de nuevo en un contexto como este. ¿Cómo que "se moría por verla"? ¿Es que no estaba muerto? De pronto, sintió nauseas. Una apuñalada en el corazón. Si Loki seguía vivo, significaba que la había abandonado a su suerte, como lo había hecho en el pasado con su propio hermano. En parte, no sabía por qué se sorprendía tanto. Puede que para él solo hubiera sido una aventura desenfrenada en el fin del mundo. Nada trascendente o significativo. Para ella, sin embargo, había significado mucho más. Evocando esa audacia, se llevó las manos a los bolsillos y cruzó la puerta temporal sin pensárselo dos veces más.
A decir verdad, lo que se encontró al otro lado difería mucho de lo que se imaginaba. Por ejemplo, aunque estuviera acostumbrada a la presencia policial, Sigyn no esperaba encontrarse en lo que parecía ser un edificio gubernamental con agentes de élite rodeándola. La extraña mujer que la había manipulado instantes antes la contemplaba cruzada de brazos, en un talante de victoria y satisfacción. A la izquierda de esta, la que parecía la comandante de la unidad la observaba con suma curiosidad. A la derecha, un hombre trajeado de aspecto humilde con bigote y pelo canoso tragaba saliva y la miraba con cierta lástima. Sigyn se fijó en que ninguno de los guardias parecía que fuera a hacer uso de sus porras. Con todo, se sintió terriblemente coaccionada, por lo que no dudó en alzar las manos.
De no ser por el aspecto de los presentes, pensaría que había cruzado un portal a Corea del Norte. Entonces, por primera vez, se fijó en que estaba en lo que parecía el pasillo de un edificio con vistas a ¿qué era eso? A lo lejos, el paisaje de una ciudad muy alienígena, es decir, una civilización algo surrealista y de estética anticuada, pero con la tecnología suficiente como para circular por el aire. ¿Dónde estaba?
―Bienvenida a la Autoridad de Variación Temporal ―saludó Sylvie, de una forma un tanto teatral.
―Sigyn Tyrdottir, ¿sería tan amable de acompañarnos? Hay algo que queremos mostrarle y explicarle ―intermedió el afable Mobius, acercándose de forma aparentemente inofensiva. El exagente de la AVT tomó las manos de Sigyn, haciendo que las bajara o, dicho de otra manera, dándole a entender que no era prisionera en aquel lugar. Aquello sería, muy probablemente, un protocolo preventivo.
―¿Y Loki? ―preguntó ella, sintiéndose ligeramente estafada. La asgardiana se puso brevemente de puntillas, como intentando ver más allá de los minuteros y buscar la alta presencia del príncipe de Asgard. Nada. Ante aquella pregunta, un molesto Mobius se giró inmediatamente hacia Sylvie y puso las manos en jarras, como un padre dispuesto a regañar a su hija.
―Pero bueno, ¿en qué habíamos quedado, Sylvie? Dijimos que yo me encargaría de compartir esa información. Sabes que no es tan sencillo ―se quejó, en un tono de voz no lo suficientemente discreto.
―Tampoco especificamos cómo la traería hasta aquí. Solo me dijisteis que no la secuestrara o hipnotizara. Mi método ha funcionado, por lo que a mí respecta ―espetó la Diosa del Engaño, en un tono mucho más feroz e impulsivo. Inmediatamente al escuchar aquello, Sigyn tomó una bocanada de aire, abrumada al comprender que, efectivamente, cabía la posibilidad de que Loki siguiera vivo. ¿Pero cómo? Por los dioses, de pronto sintió unas ganas inconmensurables de partirle el cuello. Tanto pesar para esto.
Sin pensárselo dos veces, aunque sin una estrategia clara, echó a correr en la dirección opuesta, descalzándose a medio camino (resultaría terriblemente ridículo continuar la carrera con tacones tan finos, elevados e incómodos). Era como si su simple voluntad de reencontrarse con Loki bastase para dar con él, un pensamiento ingenuo y surrealista que la llevaría hasta la sala de control central. Pero, antes de eso, los agentes de la AVT comenzaron a perseguirla mientras Mobius vociferaba frases pacificadoras como: "¡esto tiene una explicación muy razonable, Sigyn!". ¡Sí, ya! Como el hecho de que se encontraba, muy probablemente, en otro planeta a años luz de la cita que había dejado a medias. Todo por un hombre que había fingido su propia muerte de nuevo y no sabía si estrangular o matarlo en el sentido más literal y/o figurado de la expresión.
―Detengan a la asgardiana rubia que recorre los pasillos de este a oeste ―ordenó B15 por su transmisor-receptor―. Orden de no podar. Repito, orden de no podar. Retención sin violencia.
A Sigyn el entorno comenzó a antojársele más hostil por momentos. De pronto, se percató de que el edificio era de forma circular y que los agentes la estaban acorralando. Probablemente no llegaría mucho más lejos, mas sentía la imperiosa necesidad de refugiarse en un sitio a solas antes de ponerse a asimilar todo a su alrededor. Instintivamente, se paró en seco nada más toparse con un grupo de minuteros. Uno de ellos se le abalanzó. ¡Ingenuo! En una ágil llave, la hija de Tyr se desharía de él, lanzándolo al suelo.
Rápidamente, se metió en la primera sala que ubicó, deteniéndose una vez más al comprobar que se trataba de una oficina de burócratas, sentados en torno a un panel que mostraba lo que parecía ¿un árbol? El sonido de los teclados mecánicos la transportó a décadas que jamás había vivido. Máquinas de escribir, ordenadores de primera generación y teléfonos analógicos. Funcionarios vestidos como salidos de una serie de policía de los setenta, cada uno religiosamente sentado en su cubículo de trabajo. Paredes decoradas con pósteres propagandísticos que decían "naturaleza para un futuro sostenible". Ante la pasividad de agentes y oficinistas, Sigyn se acercó muy lentamente al panel central, como queriendo observar más de cerca toda la información que aparecía en pantalla. Mobius, que había llegado en ese preciso instante, hizo que minuteros y Sylvie se mantuvieran observantes.
―¿Cada rama es un reino? Son reinos, ¿verdad? ¿Tantos hay? ―susurró Sigyn, reflexionando en voz alta, absolutamente fascinada si aquello era lo que creía que era.
―Cada rama es un universo ―aclaró Mobius con la voz entrecortada, observando a la confusa desconocida de arriba abajo. Descalza y abatida, Sigyn estaba que no daba crédito. Una reacción muy usual para los recién llegados a la AVT, sin duda. Con todo, Mobius sabía que este caso era especial, a tratar con suma delicadeza. ¿Cómo explicarle todo lo que había sucedido desde el evento nexo de Loki?―. Vosotros lo llamáis el Yggdrasil.
―¿Vosotros? Y tú, asumo que humano, ¿cómo sabes eso? ¿Te lo ha contado tu perro de caza? ―increpó la hermosa asgardiana, refiriéndose claramente a Sylvie. La Diosa del Engaño tragó saliva y volvió a cruzarse de brazos. Si bien no se sintió ofendida, se llegó a cuestionar si haber traído a Sigyn hasta aquí había sido una buena idea. Solo había una persona que conseguiría apaciguarla.
Sigyn se había girado sobre sus propios pies, lista para un cara a cara con el que, en realidad, parecía un buen hombre. De hecho, casi se sintió culpable de haberse referido a él con semejante aspereza.
―Te equivocas ―intervino tranquilamente Mobius, con la mano aún sobre el diafragma en un intento de calmar el flato causado por la improvisada carrera. Demonios, ya estaba viejo para los asuntos de la chavalería―. Lo sé porque, antes de reclutarla a ella, trabajé con un conocido tuyo. Un temible dios que no era más que un niño dolido y asustado. Me habló de mitos y leyendas, de errores del pasado y de absurdos propósitos de grandeza.
Entonces, Mobius sacó de su bolsillo la Gema de la Mente, lo que antaño había servido para que su amigo Loki se diera cuenta de la veracidad de aquel sitio. Puede que también funcionase con la que era su alma gemela.
―¿Te suena? Él perdió la cabeza una vez por esto.
El exagente de la AVT le lanzó la Gema de la Mente a la asgardiana, quien cogió la piedra al vuelo con su hábil mano derecha. A continuación, se la acercó hasta situarla casi frente a la nariz, observando con fascinación el místico fulgor azul y preguntándose por qué su infinito poder no la había consumido ya. Su cara, que era todo un poema, se iluminó inmediatamente por el poder astral de la gema. Había escuchado mucho sobre todas ellas, mas nunca había tenido ocasión de verlas tan de cerca. Probablemente fuera lo mejor, en vista a que, como bien decía Mobius, le había costado la cordura a más de uno. Con todo, no tenía sentido. Se suponía que las gemas se habían destruido tras el chasquido de Thanos, y una vez más tras el de Tony Stark. En cualquier caso, observar la piedra era pensar inmediatamente en el titán loco, y pensar en Thanos, inmediatamente en Loki. O en Thor, materializándose en Nueva Asgard justo después del asesinato de su hermano. Aquél fue un fatídico día, fatídico y desesperante para todos. Los meses de intenso noviazgo que había vivido se desmoronaron de repente, esfumados como quien desaparece en una nube de vapor.
―Sí, muy bien ―respondió una incrédula Sigyn, aferrándose al poco escepticismo que le quedaba―. Felicidades por vuestra elaborada pantomima. Lo de que el centro del universo parezca la oficina de Hacienda no sé a qué descerebrado se le ocurriría, aunque he de reconocer que se ha lucido con la falsificación de la Gema de la Mente. Es una réplica excelente.
―El centro del multiverso ―insistió Mobius en voz baja, llevándose la mano a la frente mientras Sigyn seguía con su retahíla de acusaciones.
―Ahora también me diréis que podéis resucitar a los muertos.
―El Loki del que hablamos nunca murió realmente ―explicó Mobius, confirmando lo que tanto se temía Sigyn.
Se le empezó a nublar la vista. Si Loki no había muerto, ¿significaba que los había engañado? La hija de Tyr suspiró y dejó caer sus brazos, como abatida. Sin mirar a una parte en concreto, fijó la mirada en el suelo y se quedó procesando toda la información en su cabeza, que se mezclaba y enrevesaba y le impedía pensar con claridad. En el centro de sus pensamientos, simplemente él y su voz aterciopelada.
―Entiendo la conmoción, Sigyn. De verdad que lo entiendo. Con todo, me han dicho que eres una persona más que razonable, dialogante. Estupendo, pues pongámonos cómodos ―propuso Mobius, tendiéndole el brazo gentilmente ante la atenta mirada de los minuteros―. Tenemos mucho de lo que hablar.
Sigyn alzó la vista al del amable desconocido y se quedó un rato observándolo. En su puño, apretaba la Gema de la Mente como si aquello fuera a aliviarle el estrés. Aunque tuvo que hacer un gran esfuerzo para contener las lágrimas, Sigyn sonrió finalmente, de una forma algo más genuina.
―Voy a necesitar mucho más que esto para que os ganéis mi confianza.
Mobius le devolvió la sonrisa, una más compasiva. Sí, ya contaba con eso. Si algo tenían Loki y Sigyn en común, eso era la tozudez. Por desgracia, sus métodos de convicción no iban a ser muy agradables, teniendo en cuenta el pasado de la asgardiana. Finalmente, esta tomó la mano de Mobius, quien la estrecharía en un intento de reconfortarla.
―¿Qué tal va todo por Europa? He oído que el ambiente político no es el mejor únicamente ―preguntó de forma casual, intentando romper el hielo con la desconocida según pasaban de largo, justo por el centro, al grupo de minuteros.
B15 y Sylvie intercambiaron una mirada significativa.
―Descansad ―ordenó B15, haciendo que el grupo de minuteros se disipara. Después, observó al amable Mobius perderse con Sigyn en los pasillos. Aún la llevaba colgada del brazo, lo cual, en parte, resultaba raro a la par que entrañable―. A ver si lo he entendido bien. ¿Esa tal Sigyn piensa que Loki está muerto? ¿Por qué está tan enfadada entonces? ¿No es una buena noticia descubrir que tu pareja está viva, en realidad?
―No cuando Loki ha fingido su muerte mil veces y jugado con los sentimientos de sus más allegados. No me sorprendería que pensase que es otra de sus mentiras ―suspiró Sylvie, recordando que, por cosas así, jamás se identificaría como una de sus variantes. Por supuesto, ella era uno de ellos en esencia, mas había cosas que jamás tendría en común con todos los Lokis: la mezquindad injustificada, entre otros.
―Para estar predestinados, no pareces haber jugado demasiado bien tus primeras cartas con Barbie rebelde ―observó B15, dejando escapar una mueca incómoda, aunque compasiva. La Diosa del Engaño, pensativa, pasó todo su peso de un pie al otro, como intentando autorregularse. Solo necesitaba tiempo. Pronto, remontaría y se ganaría el afecto de la forastera. Algo le decía que tendría que pasar tiempo con ella en adelante. Además, a pesar del inicial rifirrafe, sabía que había conseguido causarle una cierta curiosidad a la hermosa asgardiana. Con eso, por ahora, se conformaba.
―Anda, ve con ellos ―la animó B15, tendiéndole los zapatos de Sigyn, de antelina negra y llamativos tacones dorados―. O a tu chica se le enfriarán los pies.
Sylvie sonrió de forma tímida pero divertida, tomando el calzado que le había tendido B15 momentos antes. Lanzándole una mirada agradecida, la Diosa del Engaño marchó al encuentro de Mobius y Sigyn. Entretanto, el bonachón de Mobius le estaba haciendo una visita guiada a la asgardiana, que observaba cada detalle a su alrededor.
―La Autoridad de Variación Temporal, la AVT para ser más concisos, es una organización burocrática creada por un maníaco cuya función inicial era la de proteger la Sagrada Línea Temporal. Me explico… ―continuó este, usando el antiguo mural de los Guardianes del Tiempo para explicar a grandes rasgos la historia del lugar. Sigyn, ya más calmada, observaba con suma atención la decoración de brazos cruzados―. Antaño, cualquier individuo que alterase el preestablecido transcurso de la historia, por el motivo que fuera, debía rendir cuentas ante nosotros. Asimismo, la rama creada por el evento nexo sería eliminada, por lo que no existía el multiverso como tal, sino una única realidad. La tuya.
Sylvie, que los había pillado en plena faena, sintió una extraña sensación de calidez en el pecho al observar a su amigo y a la que era su alma gemela tan inmersos en la conversación. La asgardiana, vestida en pantalones negros, blusa de satén negra, americana de color blanco y un cinturón negro con hebilla dorada, se veía especialmente arrebatadora y en su salsa. No dejaba de ser, recordó Sylvie, una diputada. Este ambiente, realmente, no era tan desconocido para ella.
―Arrestamos a Loki cuando los Vengadores retrocedieron en el tiempo para volver a reunir las gemas y deshacer el chasquido de Thanos.
Dicho aquello, Sigyn frunció el ceño. Mobius, que entendía precisamente lo paradójico de lo que acababa de explicar, levantó su dedo índice para incidir lo siguiente:
―La intervención de los Vengadores tenía que suceder, eso estaba escrito. No, sin embargo, que Loki huyera con el Teseracto tras la Batalla de Nueva York. Su destino era regresar a Asgard y ser encarcelado, momentos antes de la invasión de los elfos oscuros. ¿Hasta ahí bien? ―continuó explicando Mobius, momento que Sylvie aprovechó para interrumpirlo y situarse entre ambos.
―Siendo precisos, El que permanece ya contaba con el evento nexo de Loki. Contaba con todo lo que sucedería en adelante ―añadió la diosa, tendiéndole a Sigyn los zapatos y guiñándole el ojo de forma pacificadora. La mujer de cabello platino, algo dudosa, le correspondió con una sonrisa igual de conciliadora. Hecho eso, se calzó rápidamente.
―¿Qué sucedió en adelante?
―Simplificándolo mucho, con la ayuda de Loki, la AVT intentó darme caza. Algo que se les dio fatal, por cierto ―vaciló Sylvie, dedicándole una mirada burlona al bueno de Mobius, quien ponía los ojos en blanco―. Porque me cargué a El que permanece, a pesar de los intentos de Loki para detenerme.
―No lo entiendo, si ese tipo, El que permanece, era una especie de dictador del tiempo, ¿por qué de pronto quiso salvarlo? ―se preguntó la asgardiana, llevándose la mano a la cintura, aún con la vista en el antiguo mural.
―Loki intentaba evitar una guerra multiversal a costa del libre albedrío ―explicó Sylvie, bajando la mirada―. Tras muchas idas y venidas, logró dar con la fórmula de mantener la integridad del multiverso, que se desmoronaba por momentos.
―Ahora, la AVT se encarga de que las variantes de El que permanece no den comienzo a esas incursiones que iniciarían una guerra multiversal ―concluyó Mobius, situándose en frente de las dos mujeres con los brazos cruzados, esperando el beneplácito de la forastera, más concretamente. Pero Sigyn, a pesar de haber seguido el hilo de la historia del agente, se puso a caminar en círculos. Aún se le hacía difícil digerir todo eso.
―Vuestras palabras por sí solas no tienen ningún valor.
―¿No has tenido suficiente con sostener la Gema de la Mente en tus manos, bonita? ―espetó Sylvie, arqueando una ceja. ¿Qué más hacía falta para convencerla de que ese sitio era real? ¿De que Loki seguía vivo?―. ¿Necesitas ver para creer, o qué?
―Pues claro, necesita verlo a él ―razonó Mobius, relamiéndose los labios y llevándose las manos a los bolsillos, pensativo―. ¿Tarta de queso con lima verde? No pienso bien con el estómago vacío.
―¿En serio, Mobius? ―respondió Sylvie, sorprendida como siempre de la capacidad del hombre para pensar en comida en los momentos más críticos. Cierto, el multiverso ya no se estaba desquebrajando, mas contaban con la presencia de alguien muy importante para Loki, que les había encomendado un tremendo favor. Y ellos tenían una deuda pendiente con él, una que sería muy difícil de saldar. Por su parte, Sigyn no pudo contener una sonrisa enternecida, aunque sí trató de ocultarla un poco llevándose la mano a la boca y fingiendo una cierta timidez. Los había juzgado demasiado rápido. En realidad, se sentía muy cómoda entre aquellos peculiares desconocidos.
Mobius se encogió de brazos. No podían mostrarle a Loki, ni siquiera ellos podían verlo a su antojo. La única manera que se le ocurría para demostrar la autenticidad de su historia era un viaje en el tiempo. Además, recordando el informe de la asgardiana, sabía cuál de los momentos sería el más esclarecedor para ella. Tan solo estaba pensando de qué manera suavizar todo aquello para no espantar a la diosa. Empezar por un poco de tarta de lima era un buen comienzo.
Nota de la autora: Como creo haber adelantado, el universo en el que se basa la historia, a pesar de los flashbacks de Asgard, es el de la serie de Loki. A pesar de esto, el entorno de la AVT no será constante, ni recurrente.
No hay mucho que comentar sobre este episodio, salvo lo mucho que deseaba la interacción entre Sylvie y Sigyn. Siendo variante de Loki, me pareció lógico que surgiera una conexión instantánea, "predestinada", entre las dos mujeres. Por supuesto, ya adelanto que habrá más momentos de las dos.
Con todo, falta poco para el reencuentro oficial de Loki y Sigyn, más allá de los recuerdos o los sucesos de las líneas temporales alternativas. De hecho, habréis podido deducir que se viene nuevo salto temporal. A Sigyn solo lograrán convencerla enseñándole sucesos del pasado. ¿Cuál creéis que será?
Esta semana me adelanto con las publicaciones porque preveo estar fuera. Dicho esto, disfrutad del próximo capítulo, que ya tenéis disponible también hasta que regrese a casa la semana que viene.
