6 "Diosa del Luto"
Watergun – Remo Forrer
Ubicación: Autoridad de Variación Temporal.
Espacio: ?
Tiempo: ?
A Mobius le parecía una auténtica pena ver a aquella mujer allí sentada en la sala de interrogatorios en la que poco antes había estado discutiendo con su amigo Loki. El informe de la asgardiana aún estaba esparcido por el suelo, el proyector aún encendido, en pausa. Fue Sylvie la que, valientemente, entró primero, deseando descubrir más de la hermosa diosa que, en aquellos instantes, se veía extremadamente inquieta y vulnerable. Extrapolándolo un poco, parecía que entrase como un cordero al matadero, aguardando aterrado a las fauces de la muerte. El exagente cerró la puerta tras de sí y, con calma y con cautela, se acercó a las asgardianas. Si bien Sigyn se intentaba mostrar tranquila y segura de sí misma, Sylvie no se molestaba por ocultar su ansiedad y movía la pierna frenéticamente arriba y abajo. Mobius se llevó la mano a la barbilla y se la masajeó en un intento de autorregularse y, acto seguido, se sentó junto a la amable y desconcertada desconocida, hija de la guerra.
―Bien, Sigyn ―carraspeó, sin saber demasiado bien cómo dar comienzo al desagradable viaje por el pasado de la mujer. Llevarla directamente a los hechos habría sido una medida desmesurada y desesperada. Mobius conocía bien el pasado de Sigyn, no solo por asociación, sino porque había tenido que memorizar su informe en el momento en el que reclutaron a Loki. En aquel momento, sabía que la asgardiana iba a revivir una de sus más terribles pesadillas―. Comprendiendo lo difícil que será ingerir todo esto, y a pesar de los claros indicios que hayas podido observar sobre la AVT, procederemos a demostrar la veracidad de este lugar bajo tu propia responsabilidad.
Mobius arqueó una ceja, recordando lo poco amable que había sido antaño cuando mostró a Loki gran parte de su pasado. En aquella ocasión, Loki no era de alguien de quien fiarse. No obstante, el exagente de la AVT sabía bien ahora quién tenía en frente: una mujer de valores. Una mujer que nada tenía que ver con el dios del caos y del engaño. Ella no iba por ahí apuñalando y mintiendo a la gente. Sigyn, percibiendo no solo la prudencia en la voz de Mobius sino sus fotos esparcidas por el suelo, tragó saliva y lanzó una mirada rápida hacia Sylvie. A pesar de la extrañez de la situación, había algo en ella que la reconfortaba mínimamente.
―Puedes detenerme en cualquier momento, ¿de acuerdo? ―añadió el amable Mobius, en su característica voz dulzona.
―¿A qué se debe tanto misterio? ―respondió ella, esbozando una sonrisa cínica como si no acabara de sentir un grimoso escalofrío recorriéndole de abajo arriba la columna vertebral. Sylvie se relamió los labios y pasó a una postura más cercana, colocando la mano sobre la de la asgardiana. En aquel momento, las dos mujeres establecieron un fuerte contacto visual que le produjo una extraña sensación de nostalgia a Sigyn. Era como volver a sentirse en casa. Por su parte, la diosa del engaño se vio igualmente conmovida.
―Sabemos lo duro que fue el Ragnarök para ti ―confesó Sylvie en una mezcla de piedad y ternura por la que sería su amor platónico. Inmediatamente, Sigyn relajó los hombros, apesadumbrada, y se dejó caer en la silla. Es como si su capacidad de saber estar se hubiera esfumado de repente. ¿Iban a enseñarle el Ragnarök? Aquel era, tranquilamente, uno de sus peores recuerdos. El momento en el que su vida comenzaría a torcerse.
Mobius reprodujo el momento, y el proyector comenzó a trabajar de inmediato. Frente a ella, la imagen de su antigua casa, la que en su momento fue una majestuosa villa aristocrática de madera de roble adornada con tallas rúnicas. En llamas.
Evento: Apocalipsis de Asgard.
Espacio: Sagrada línea temporal.
Tiempo: Hace unos siete años.
Sigyn recordaba bien ese día. Asgard había pasado de descubrir que Loki había usurpado la identidad de Odín a ser aniquilada por Hela en cuestión de pocos días. Es más, todo aquel que había osado a enfrentarse a la diosa de la muerte se había enfrentado también a, bueno, su fin. Determinado en luchar contra Hela, Tyr había partido hacía ya horas, mas no había llegado a tiempo. Al llegar allá, al Distrito de los Héroes, se topó con la desagradable escena: un baño de sangre, toda ella derramada por la diosa de la muerte tras su teatral puesta en escena. Por supuesto, el anciano dios conocía bien a la decrépita hija de Odín, de aquellos tiempos en los que el que fue su ambicioso amigo conquistaba y sembraba el terror en los nueve reinos. Guerras a las que él se había visto arrastrado durante años. Guerras que se había visto obligado a planificar hasta que finalmente lograra arrojar algo de luz y conciencia sobre el Padre de Todos.
En parte, el exilio de Hela había sido responsabilidad de Tyr también. Pero Tyr ya estaba viejo, lo suficiente como para no poder garantizar una segunda victoria sobre la diosa de la muerte. Entretanto, Hela seguía siendo tan joven e imparable como el primer día en el que había blandido a Mjölnir. Tyr cabalgó y cabalgó de vuelta a sus tierras, sintiendo que el corazón le iba a fallar en cualquier momento. Debía informar a su hija y a su pueblo de los fatídicos sucesos que se habían acontecido en la urbe. Haciendo uso de su sigilo y su astucia, se había escabullido de vuelta a sus tierras momentos antes de que estas fueran incendiadas, calcinadas por la horda de no-muertos de Hela. Un ejército de séquitos que aumentaba por momentos y se dedicaba a subyugar y a segar las vidas de todo ser que se cruzase en su camino. Nadie estaba sobreviviendo a las declaraciones de poder de Hela.
Pero había historias de esperanza que se oían por ahí, y aquella, sabía Sigyn, era única carta bajo su manga en aquellos momentos. La joven diosa se había dedicado a acoger y velar por sus amigos y vecinos, pues ese había sido el deseo y mandato de su padre. El arsenal de su casa había sido el cobijo que la joven asgardiana había escogido para refugiarlos a todos y donde pasarían incontables horas en silencio, acallando los desesperados llantos de los niños. En momentos así de desesperados, Sigyn se retiraba a la planta superior y se asomaba por la ventana a hacer guardia. Fue entonces cuando Eivor decidiría vincularse a ella, y fue gracias a Eivor que descubriría las hazañas del heroico Heimdall. Había intenciones de evacuar a toda la población superviviente. Pero ¿adónde? Ahora mismo, aquello era irrelevante. Casi era más sensato irse que quedarse.
El intrépido Tyr, además de un dios legendario, era también referente para Sigyn, un modelo a seguir. De hecho, en ocasiones había pensado que no saldría viva de esta sin su presencia. El curtido guerrero regresaría durante el atardecer, como un salvador en el horizonte apresurándose al encuentro de su hija, ya hecha mujer. Inmediatamente, Sigyn descendió escaleras abajo, topándose con el apresurado general a medio camino.
―Asamblea general, niña. Esto deben saberlo todos ―se apresuró a decir Tyr, con la voz entrecortada. Dicho esto, el manco se dirigió al sótano en el que se escondían los aldeanos del concejo que durante tantos años había liderado su familia. Sigyn tragó saliva y, cuervo en hombro, lo siguió muy de cerca. El Dios de la Guerra, con suma seriedad y contundencia, comenzó a explicar―: Ojalá nos hubiéramos equivocado, pero no, Asgard ha sido invadida. Os seré franco. Esto no es como cuando los elfos oscuros nos atacaron, es mucho peor. Hacía años que no había visto masacre así.
―¿A qué o quién nos enfrentamos esta vez, padre? ―preguntó Sigyn, cruzándose de brazos y encogiéndose ligeramente de hombros, como intentando regular el pánico que se intensificaba por momentos en su interior. Por supuesto, ella también tenía miedo, tanto como las personas a su alrededor. Pero no podría mostrarlo. Se supone que era una persona de referencia para ellos. Además, si daba rienda suelta a ese terror, seguro la acabaría petrificando. A pesar de ser esta su segunda invasión, seguía sintiéndose tan inexperta y pequeña como cuando jugaba con espadas de madera. De hecho, no ansiaba más que retroceder a aquellos años de inocencia en los que la guerra era un simple juego de niños.
―A una persona con un poder encomiable. Ella por sí sola es más poderosa que toda su armada de draugar juntos. Toda esa gente, incluso los Tres Guerreros… Los ha asesinado a todos ―reflexionó Tyr, mientras abría todas las vidrieras del arsenal y alentaba al pueblo a abastecerse meneando su único brazo―. Como ya he dicho, tiene un ejército. Y, si tiene un ejército, también tendrá a su temible lobo.
―¿Fenrir? ―susurró Sigyn, recordando los épicos cuentos que sus padres le contaban de pequeña. Cuentos que siempre creyó fábulas, eso mismo. Así que ¿eran verdad?
―No podemos contar con la salvación de Odín. Él ya no está, puedo sentir su último suspiro todavía en el viento ―sentenció el Dios de la Guerra, buscando el agarre más cómodo de su arma, una preciosa espada corta de una mezcla de acero enano y acero de Damasco―. Respecto a sus hijos, deben encontrarse a años luz, de lo contrario ya se habrían dejado ver por aquí.
Sigyn tragó saliva, observando las reacciones de pavor e incertidumbre en los vecinos con los que se había criado casi como iguales.
―Debemos reunirnos con Heimdall ―observó la joven diosa. Si bien se había criado lejos de las costumbres y superficialidades de la corte, incluso aunque personajes como Heimdall y la valerosa Sif fueran absolutos desconocidos para ella, no dudaba de su audacia y valía. Además, en esos momentos, Sigyn quería no solo luchar por su propia supervivencia, o la de sus afines, sino hacerse valer. Es decir, influir en la garantía de la evacuación de Asgard, visto que la guerra era un acto suicida en estos momentos, o que la diplomacia brillaba por su ausencia. Tan solo quería ayudar. Ayudar y salir viva de esta.
Además del paulatino olor a quemado, de pronto, una viga desplomándose sorprendió a todo el mundo. El pánico dio lugar a una serie de chillidos. Las madres protegían las cabezas de sus bebés, los hombres los instaban a dar un paso atrás… Todos, incluso niños y adolescentes, portaban dagas, lanzas, martillos y manguales que no sabían cómo utilizar. No había tiempo para instrucciones, solo para salir pitando de ahí. Sobre su hombro, Eivor comenzó a graznar.
―¡El edificio se va a venir abajo! ―anunciaba Tyr, instando a la gente a salir por patas e interviniendo entre las masas para asegurar y aligerar el correcto flujo de la gente escaleras arriba―. ¡Reunid todo caballo y montura que ubiquéis en los establos comunes e inmediaciones! ¡Aprovechad todo el espacio de la montura y dirigíos al suroeste!
Ataviada en su armadura de guerra, aquella a la que había dado un uso ante todo ceremonial, Sigyn tomó sus armas favoritas y las guardó en las vainas de su espalda. Hoces en mano, cuervo en el hombro, logró salir de allá por los pelos. Arriba, en la planta baja, todo estaba a punto de convertirse en escombros. La situación era más dramática que en el sótano, si cabía. Tan dramática, que incluso tuvo que saltar porche abajo para no verse devorada por las llamas. Entonces, la joven asgardiana escuchó un estruendo seguido de un desgarrador alarido.
Sigyn, que estaba algo aturdida por el brinco, se reincorporó inmediatamente. Un madero largo y grueso había caído sobre su padre, que ahora yacía en el suelo, con la capa incendiada. La estructura se venía abajo, pero ella… Por las nornas, ¡tenía que hacer algo! Tenía que ayudar a su única familia. Inmediatamente se apresuró hacia Tyr. Él, gruñendo, la quiso expulsar con una serie de aspavientos. Pero su brazo bueno, el único que tenía, se veía aplastado por una viga ardiente.
―¡Vete, hija! ¡O acabarás sepultada tú también!
La joven diosa ya notaba los ojos humedeciéndose hasta el punto de apenas poder ver adecuadamente. ¡Ni de coña! Enseguida, se arrodilló a su altura, queriendo empujar la viga hacia un lado. Pesaba demasiado. En cuanto Sigyn colocó las manos sobre la madera, fue como si la lumbre se debilitara. Pero ¿qué?
Sigyn agitó la cabeza frenéticamente, intentando recomponerse. Apretando los dientes, empujó y empujó. Demonios, aquella madera era más pesada que el martillo de Thor del que tantas historias había escuchado. Tyr, que boca arriba observaba los pocos segundos que le quedaban de vida, asumió enseguida que su hija no podría sacarlo de ahí en tan poco tiempo. Pese a sus esfuerzos, el hombre tampoco pudo zafarse de la viga. Entonces, el desde hace tiempo cansado y abatido Dios de la Guerra buscó la atención de su hija.
―Sigyn, eres lo mejor de mí y tu madre juntos ―murmuró, habiendo dulcificado su tono, como en una despedida.
―¿Qué dices, padre? ―espetó Sigyn, que no estaba para fatalismos ni adioses en esos momentos. No quiso mirarlo a los ojos, quiso seguir intentando zafarse de la dichosa viga―. Padre, papá… ¡Cállate, este no puede ser tu final! ―suplicó la diosa, ya desesperada, lágrimas brotando de sus preciosos ojos verdes―. Si no sobrevivimos a esto, al menos, ¡moriremos en batalla! Juntos viviremos eternamente en el Valhalla. Allí celebraremos nuestras vidas, beberemos hidromiel y comeremos carne de reno, como a ti te gusta, ¿sí?
Tyr soltó una risita que Sigyn no supo muy bien cómo descifrar. Fue entonces cuando la joven le dedicó una mirada desfallecida, algo más realista, que decía "no puedo dejarte" y "sin ti no soy nadie". Por su parte, el Dios de la Guerra habría acariciado la mejilla de su hija una última vez si pudiera. Estaba preparado para marcharse, pero no al Valhalla. Aquella idea no le disgustaba, aunque era imposible. Tyr no moriría en batalla, y aquello no era tan malo. Sabía que allá donde fuera se reuniría con su querida esposa, fallecida años ha a manos de los muspelianos.
―No seas caprichosa, Sigyn. ¡Haz caso a tu padre por una vez en tu vida! ―espetó Tyr, retomando la contundencia e intensificando su discurso por momentos―. No permitiré que tengas una muerte tan prematura y ridícula. Vete, vive, enamórate, forma tu propia familia. Yo ya he hecho todo eso. Ahora, te corresponde a ti ―el apuesto y legendario, pero ya cansado Tyr, a quien Sigyn rara vez había visto llorar, tampoco derramaría lágrima alguna esta vez, tan solo esbozaría una amplia sonrisa de orgullo―. ¡Recuerda todo lo que te he enseñado y sobrevive, joder! Te estaré observando desde las estrellas.
En este punto, Sigyn estaba ya gimoteando. Tras aquel durísimo manifiesto, la diosa pudo ver reflejada en los azulados ojos del anciano a la mismísima muerte acercarse a Tyr con las alas extendidas. En aquella visión, la muerte no tenía aspecto de mujer, sino de buitre.
―¡Vete! ―bramó Tyr, segundos antes de que la estructura se viniera abajo. Las tejas de pizarra, candentes por el incendio, caían como proyectiles. Para bien o para mal, los estallidos que provocaron sacaron el instinto más primitivo de la joven diosa… El de apartarse en el último momento.
Sigyn cayó rodando escaleras abajo, a la mullida hierba del que siempre había sido su modoso y bien cuidado jardín, antaño repleto de flores medicinales y silvestres. Sentía que le iba a dar un ataque de ansiedad o, dicho de un modo más cercano, como si los pulmones le fueran a reventar. Entonces, la asgardiana miró a su derecha, comprobando los cadáveres de aldeanos y no-muertos por igual, un par de vecinos con los que se había refugiado instantes antes y otros tantos draugar, probablemente aquellos que habían calcinado su hogar. Palpando la hierba a sus costados, la asgardiana ubicó sus hoces y percibió el aleteo de Eivor, quien volvería a colocarse sobre su hombro. El cuervo graznaba con impaciencia, como si intentara sacarla de su estado de conmoción. Entonces, compartió una visión con la joven, la de Heimdall y un grupo de aldeanos encaminándose hacia el Bifrost y… ¿una nave espacial?
Sigyn se puso de pie de un brinco y, lanzando una última mirada al incendio, se prometió que cumpliría la palabra de su padre. Sobreviviría. Sí, llegaría a tiempo, aunque fuera la última en llegar. Rápidamente, Sigyn se montó sobre su caballo islandés, que deambulaba nervioso por los alrededores junto a aquel de su padre, al que tampoco podría salvar. Galopó colina abajo, encontrándose cadáveres de draugar en su mayoría, claro indicador de que sus vecinos habían seguido adelante a pesar de las bajas puntuales. Con sumo cuidado para no precipitarse montaña abajo, mas con todas las prisas del universo, Sigyn consiguió llegar al Distrito de la Forja y la Magia, el más ubicado a las afueras.
Allí ya se empezaba advertir mayor movimiento, aunque, dado el abarrotado Bifrost, todas las fuerzas de Hela se concentraban en el Distrito de los Puentes Celestiales y el Distrito de los Héroes, es decir, los puntos más cercanos al Bifrost. Sigyn retomó el trote y enseguida llegó al Distrito de la Luz, un sitio de ensueño, ahora de pesadillas, donde siempre había fantaseado vivir. Inclinándose ligeramente a un costado y al otro, se deshizo de varios no-muertos con el rápidos y agudos cortes. Eivor la seguía muy de cerca, surcando el firmamento y compartiendo un mapa visual con su dueña. El pájaro se había convertido en sus segundos ojos, su sexto sentido. Aunque no necesitó la sabiduría del ave para saber que Thor había regresado, y es que el bastonazo sordo del rey de Asgard resonó, en aquel preciso instante, en toda esquina del reino.
Sigyn dejó escapar una sonrisa. Durante años pensó que era virtualmente, fisiológicamente imposible, reír a la par que llorar. Puede que habría perdido la cordura ya. O puede que se tratara de la adrenalina de la guerra. Aunque, entre tanta emoción, Sigyn seguía sin entender por qué la gente buscaba tanto el conflicto bélico.
La gente huía del lobo Fenrir mientras un barco espacial de dudosa estética disparaba haces de fuego a la odiosa bestia. En vano, parecía ser. Los no-muertos, que desde hace un rato se dirigían ya hacia el Bifrost, parecían ignorar su presencia. ¿Por qué?
―¡Heimdall! ¡La espada! ―alcanzó a escuchar lo que no eran buenas noticias. ¿Hela quería la espada del Bifrost? Parecía que impedir la migración de los asgardianos no era su único objetivo. Más allá de su orgullo y cabezonería, era más que probable que intentase conquistar reinos extranjeros con la llave de Heimdall.
Sigyn azotó a su caballo fuertemente con las riendas, pues necesitaba llegar cuanto antes. Los civiles luchaban como podían y se veían forzados a retroceder hasta que, de forma repentina e inesperada…
Un hombre cayó del cielo frente al hocico del despiadado Fenrir. Sigyn, que se había bajado de su corcel, tuvo que entrecerrar los ojos para enfocar mejor aquella imagen y comprender lo que estaba sucediendo realmente. El lobo olfateó durante unos instantes lo que parecía el cadáver de una persona, pero no dudó dos segundos en retomar su camino, sus fauces listas para el devoro. De repente, se vio detenido por ¿un titán? Bueno, un gigante de color verde que gruñía como un oso y lo arrastraba de la cola puente abajo. Un coloso que parecía aliado, además de muy descuidado. ¡Fascinante!, pensó Sigyn, ampliando su sonrisa.
Entonces, saltó al Bifrost. Hacía lustros, sino décadas, que la asgardiana no pisaba aquel cristal iridiscente. Tampoco había tenido nunca oportunidad de ver otros reinos. Sin pensárselo dos veces, la diosa se aventuró a lo desconocido. Echó a correr en dirección a sus enemigos, que ahora le daban la espalda, y ella sola tuvo que ir abriéndose paso a base de matar y rasgar gargantas sin pulso. Rescatando todo lo aprendido en contiendas infantiles y lecciones calculadas con el Dios de la Guerra, Sigyn puso en práctica toda una vida de entrenamientos cuerpo a cuerpo, tirando ocasionalmente de tácticas de defensa más que de ofensa.
Ya había logrado alcanzar la mitad del puente cuando el molesto ruido de unas hélices captó su atención. Se trataba de una segunda nave enturbió el aire, que había generado una densa niebla tóxica, reduciendo la visión considerablemente. Precisamente en aquel momento, un draugr la atacó por la espalda, rajando de lado a lado la piel que cubría su zona lumbar. Sigyn dejó escapar un chillido estridente, y con ello sus dos hoces, que producirían un sonido metálico contra el suelo cristalino del Bifrost. Sin apenas tener tiempo de pensar en el agudo dolor, la hija de la guerra se tiró de frente en una voltereta, intentando establecer una cierta distancia con el enemigo que le había atacado por detrás.
―¡Vuestro salvador está aquí! ―anunció una gloriosa y cautivadora voz al final del puente. Una voz a la que apenas pudo prestar atención, pues tuvo que girarse rápidamente hacia el enemigo.
Con una de sus manos cubriéndose la parte baja de la espalda y la otra palpando la vaina de su armadura, Sigyn sacó su espada y se puso en guardia. A continuación, de un potente brinco, se impulsó hacia el odioso no-muerto y quebró su cráneo de arriba abajo. Así, el no-muerto pereció por segunda vez. Sus cuencas, que emanaban un pútrido fulgor verde, se apagaron de inmediato.
Sigyn soltó un vigoroso bramido para liberar el estrés, mas no se detuvo. Al contrario, desenvainando esta vez su guadaña, se abrió paso hacia el final del Bifrost. Por supuesto, parte del plan también consistía en pasar a todos los draugar que pudiera de largo. El tiempo apremiaba, y el objetivo principal era llegar viva hasta el final. ¡Ya casi estaba!
Un esperanzador estruendo y unos rayos iluminaron el cielo. Ese debía ser Thor, pensó, observando al héroe caer nubes abajo directo hacia una montaña de draugar. Al final, los pocos aliados que quedaban en pie luchaban por sobrevivir y apelotonarse en la nave. Ya casi podía respirar tranquila cuando, frente a ella, un no-muerto se disponía a atacar a alguien más. Harta de todo, la hija de la guerra se aferró a su afilada guadaña y de un infalible movimiento decapitó al draugr, partiéndolo en dos. Aquello derramó un vertido pringoso y asqueroso que brotó como una fuente y dejó a Sigyn completamente sucia y embadurnada. Su cabello platino, habitualmente radiante como la nieve reflectante por el sol, hacía ya rato que se veía de un turbio marrón y se había ondulado por la humedad.
―¡Puaj! ¡Por los dioses, qué asco! ―se quejó, dejando escapar un gimoteo repugnado―. Ni el mejor perfume arreglaría este hedor. Si no fuera el fin del mundo, ya estaría vomitando.
Sigyn sintió la imperiosa necesidad de zafarse de aquel mejunje como si la persiguiera una nube de mosquitos. La sangre pútrida había hecho que le escocieran todas las heridas, que no eran pocas. Tenía un corte en la comisura del labio y en una de sus cejas. Rápidamente, la asgardiana se pasó la mano libre por los ojos y la sacudió para desprenderse de la nauseabunda secreción. Entonces, difícilmente enfocó la vista.
Con la respiración agitada y su pecho moviéndose frenéticamente, se encontró con el apuesto Loki. Un hombre considerablemente más alto que ella, de intensos ojos azules. Paliducho, delgado, de hombros anchos, melena larga de color azabache. Ataviado en una armadura de cuero verde aguamarina. Aunque no lo reconociera inmediatamente, se sintió abrumada por su indudable atractivo.
Por su parte, el hombre no ocultaba su perplejidad por… que le hubiera salvado el pellejo, probablemente. Pero nada más lejos de la realidad. El redimido dios, estupefacto por la puesta en escena de la mujer, necesitó unos instantes para asimilar la belleza frente a él. ¿Quién demonios era la valerosa desconocida? Incluso enlodada en sangre, la suya propia y la de aquellos repulsivos draugar, Loki pensó que era la mujer más hermosa que jamás había visto. Pelo alborotado, pequeña, esbelta, atlética. Nariz respingona, labios y cejas bien definidas. Mandíbula y pómulos de escándalo. Ojos vidriosos, aura de satisfacción, una tenue llamarada emanando de sus manos. Ni siquiera pareció inmutarse cuando un cuervo blanco se posó sobre su hombro, el cual graznó y se removió asqueado por la suciedad bajo sus garras.
Durante unos instantes, Loki y Sigyn continuaron observándose mutuamente en un intenso y silencioso intercambio de miradas que casi recordaba a un profundo hechizo.
―Hija de Tyr ―saludó Heimdall desde la rampa de la nave, rompiendo el encanto del momento―. Siento mucho tu pérdida. Ven, te esperábamos.
Sigyn observó al guardián durante unos instantes antes de regresar a Loki. En aquel traslado de miradas, advirtió la presencia de una corona cornuda en el suelo, muy cerca del enigmático desconocido. Estaba manchada de sangre, lo cual denotaba que se había usado como arma. El hijo menor de Odín, tenía que ser. Vaya, jamás había imaginado a un príncipe tan elegante ni tan gallardo.
Loki alzó las cejas y trató de retomar el aliento. La hija del Dios de la Guerra, ¿eh? Eso tenía sentido. La mujer se agachó a duras penas, dejando escapar una mueca de dolor, advirtió este. Entonces, tomó la corona con su mano libre y se la tendió.
―Se te ha caído esto, rey ―bromeó la joven, empleando aquel apelativo de forma lisonjera y elogiosa. ¡Si ella supiera cuánto habían significado aquellas palabras antaño para él!
El joven dios se vio ligeramente abrumado e intimidado por el atrevido coqueteo de Sigyn. Acostumbrado a ser el ligón, no el cortejado, tomó su corona ante la atenta mirada de la desconocida, quien soltaría una risita divertida y lo pasaría de largo de inmediato. Finalmente, la hija de la guerra subió a la nave con la ayuda del guardián, quien amablemente le tendió la mano. Entonces, lanzó una última mirada a Loki, esperanzada por aquel nuevo comienzo.
―Los daños no son daños graves. Mientras los cimientos sigan firmes, reconstruiremos este lugar. Llegará a ser un refugio para todos los pueblos y alienígenas del universo…
Sigyn no quiso quedarse a observar la destrucción de Asgard. Ver a Surtr devastando su planeta era, sencillamente, algo a lo que no quiso dedicarle más de dos segundos. De hecho, antes de que Korg terminara su inspirador discurso, el reino ya había estallado en mil pedazos. Inmediatamente, sin girarse hacia la escalofriante explosión, la diosa desapareció de entre la multitud y se perdió en la vastedad de la nave. Era como si estuviera asimilando entonces, de golpe, todos los horrores que acababa de vivir. Dicho de otro modo, estaba cayendo en la cuenta de que ahora era huérfana, y que estaba terriblemente sola, a pesar de las caras conocidas que se había topado por ahí.
Encontró lo que parecían unos vestuarios, lo cual, en aquellos momentos, fue como si una tormenta de arena se hubiera despejado para revelarle un oasis en medio del desierto. Se quitó la armadura pieza a pieza, y una a una las limpió, empleando más agua de los que le habría gustado. Poco a poco, intentando navegar en ese dolor, Sigyn se quitó con suma lentitud y cuidado la ropa, unas mallas y un top negros que casi era mejor quemar que limpiar. Le dolían huesos y heridas, pero no podía volver a vestirse con algo tan sucio y tan poco higiénico o lo siguiente sería arriesgarse a una infección. Por suerte, el cuerpo asgardiano era sabio y sanaba rápidamente, a veces incluso sin la necesidad de medicinas. Sigyn dejó ropa y armadura tendidas junto a unos ventiladores y se metió bajo la refrescante agua de la ducha, que no tardaría en templarse. Allí pasaría al menos media hora más, incapaz de sentarse sin sentir una desagradable tirantez en la zona lumbar.
La diosa se pasó las manos por el pelo mientras toda suciedad se escapaba por el alcantarillado de la nave. ¡Había hasta jabón! Qué suerte y qué tortura la suya. Aquello sería como añadir limón a un rasguño fresco. El dolor físico no era, sin embargo, tan horrible como el del corazón. Apoyada ahora en la pared, comenzó a llorar en silencio. De pronto, volvía a ser aquella niña que jugaba con espadas de madera. Una niña que se había criado con pocos amigos, pero que era feliz en lo llano y campechano del campo, donde había aprendido a regocijarse en los pequeños placeres de la vida y ser autosuficiente. Un aprendizaje que no quería seguir poniendo en práctica. En aquellos instantes, tan solo quería relajarse y dejar atrás los sobresaltos. Pero ¿sería posible vida tal con un destino tan incierto? ¿Adónde iban? ¿Dónde restablecerían Asgard? Incluso aunque encontraran un lugar tranquilo donde asentarse, aquello llevaría tiempo y supondría, muy probablemente, meses o años de trabajo duro, hambruna y desesperación.
Sigyn tomó una bocanada de aire y llenó de oxígeno sus pulmones en un intento de tranquilizarse. Ya se preocuparía de eso más adelante, ¿verdad? Todo a debido tiempo. La diosa respiró de forma calculada durante varios minutos. Entonces, salió de la ducha y tomó la ropa interior que había tendido poco antes. Aún seguía húmeda. Instintivamente, recordó la extraña habilidad de sus manos. Por supuesto, no era tan tonta, ni tan ingenua. Sigyn sabía que su madre había sido una excelente hechicera. De hecho, al parecer había sido intención de Tyr enviarla a palacio durante su adolescencia para que Frigga le enseñara, en ausencia de su madre, a dominar la magia, entre otros. La joven Sigyn había logrado convencer a su padre que ese no era el sino que quería para ella. Ahora, se arrepentía de no haber aprendido ni las nociones más básicas. Con todo, intentó recordar el preciso instante en el que había logrado apagar la ardiente viga que sepultaría el cuerpo de su padre.
¡Maravilloso! De su mano comenzó a emanar un sutil fulgor de fuego que le sonsacó una sonrisa. La diosa acercó la mano a la tela lo suficiente como para secarla en cuestión de minutos. Ya vestida, tomó su armadura, un balde, paños limpios, y se dispuso a encontrar un lugar íntimo y aislado de la nave. No quería estar con nadie ahora mismo, pero tampoco quería alejarse demasiado.
De camino a ninguna parte, se topó con un largo pasillo de amplios ventanales que la dejaron ensimismada. Por primera vez, se fijó en la inmensidad del universo. No era la oscuridad absoluta que había imaginado, sino un cóctel de colores, nebulosas y estrellas al que no lograba sacarle lógica o explicación racional alguna. La ciencia no era su punto fuerte. Además, se decía que la ciencia no conocía límites, ¿no?
Con calma, se pasó un paño mojado por algunas de las heridas de su brazo, las que más al alcance tenía, todo en un intento de limpiarlas con mayor conciencia. Aunque su armadura había hecho un trabajo espléndido, siempre había zonas desprotegidas al alcance del enemigo. Sigyn dejó escapar muecas y sonidos de escozor, mas no lágrimas o alaridos. De eso ya había tenido suficiente. Con todo, volvería a matar por un poco de hidromiel en aquellos instantes.
Entonces, una voz aterciopelada la sobresaltó.
―Has olvidado tu guadaña, hija de la guerra.
En el mismo tono socarrón que ella horas antes, Loki esbozó una sonrisa ante la atónita mirada de Sigyn, que había dado un pequeño brinco al no haber oído ni percibido los sigilosos pasos del príncipe.
La asgardiana suspiró aliviada, despojándose de la tensión aún acumulada en su cuerpo. Hecho esto, esbozó una sonrisa. Loki, que cargaba con la pesada guadaña de la mujer, la dejó apoyada en una pared cercana muy delicadamente y pasó a situarse a su izquierda. A continuación, con las manos entrelazadas sobre su regazo, se dispuso a observar el universo en su compañía.
―Puedo irme, si deseas estar sola ―murmuró Loki, en su característica voz rasgada―. He advertido que ni tu pajarraco te acompaña.
Pero el cuervo de Sigyn no era su esclavo, no tenía por qué seguirla a todas partes. Era un ser libre. Uno muy intuitivo, por cierto. Probablemente Eivor habría advertido por sí sola que Sigyn necesitaba un tiempo aislada. Con todo, la presencia del apuesto dios era más que bienvenida.
―Creo que, de entre todos los presentes en esta nave, eres quien más ha sufrido hoy. Con diferencia, además.
―No sé, hay alguien por ahí que ha perdido un ojo ―bromeó Sigyn, intentando quitarle el hierro al asunto y olvidar que por poco se queda tirada en el fin de Asgard. Loki dejó escapar una risa ante aquel comentario. Incluso habiendo hecho las paces con su hermano, aún disfrutaba del humor a su costa. Era inevitable, aquella siempre había sido la dinámica entre ambos.
Sigyn, que en estos momentos se encontraba haciendo una extraña contorsión para alcanzar la herida de su espalda, dejó escapar otra de sus sentidas muecas. Por su parte, Loki, embelesado por las gotas de humedad que le caían de pelo al pecho, ladeó la cabeza y se atrevió a cogerle la mano finalmente, deteniéndola. La mujer la miró algo confusa, mas enseguida dejó escapar un suspiro aliviado. Al tocarla, Loki también sintió aquella cálida sensación. Era como si la conociera de toda la vida. A años luz de la ya inexistente Asgard, sintió el agradable calor del hogar.
Lentamente, le arrebató el paño, sin cortar el contacto visual.
La mujer soltó el tejido y regresó la mirada hacia el vasto universo. A continuación, muy lentamente, Loki se situó tras ella, teniendo que arrodillarse para situarse a la altura de la herida. Según bajaba, se fijó en el pequeño y estrecho cuerpo de la asgardiana, su piel bronceada, su cintura de avispa. Justo debajo, una herida no muy preocupante, pero desde luego aparatosa, se expandía de un lado de la cadera al otro. Se relamió los labios, preparándose para lo que sería una desagradable intervención. Tal y como esperaba, Sigyn se retorció del dolor y se tuvo que apoyar, incluso, en el frío cristal frente a ella. Al advertir esto, el dios se apoyó en una de sus piernas, tratando de calmarla e inmovilizarla.
―Yo también he perdido a mi padre, ¿sabes? ―comentó el príncipe, en un intento de distraerla y, de paso, conectar con ella. Sabía que su pérdida no sería comparable a la de la Sigyn, y es que el vínculo entre Loki y Odín siempre había sido complicado. Durante años, Loki había llegado a odiar a su padre. Con todo, vio oportuno tomarse unos instantes para recordarlo y empatizar con la asgardiana frente a él―. No me siento orgulloso de confesar que lo repudié toda mi vida. Sin embargo, ahora que no está, siento que lo quiero más de lo que lo he querido nunca. En el fondo, sé que él siempre ha sentido eso por mí. El que estaba equivocado, el que se sentía inseguro, era yo.
Sigyn, que no dijo nada, tan solo bajó la mirada al suelo, respetando los instantes de reflexión y autocrítica del príncipe. La asgardiana sudaba del desagradable dolor que sentía en aquella zona, mas, por suerte, contaba con algo de conversación con la que abstraerse un poco.
―Cuando lleguemos a Midgard, levantaremos un templo en honor a ellos ―decidió Loki, limpiando suavemente y en pequeños toques la herida de la mujer. A continuación, dejó el paño sobre el balde y tomó unas vendas en su lugar.
―¿Allí vamos? ¿A la Tierra? ―Sigyn pensó en todos los libros de historia que había leído sobre aquel lugar, en el violín que le había traído su padre ¡de la Italia pos renacentista, nada menos! Siempre le había fascinado aquel reino. Todos ellos, en realidad. Por su parte, Loki alzó las cejas como pensando "desgraciadamente, sí" y se volvió a poner de pie. Entonces, se quedó inmediatamente hipnotizado por la curvatura del cuello de la hermosa asgardiana, su clavícula iluminada por la tenue luz del universo. De hecho, durante unos instantes, tuvo que cerrar los ojos con fuerza como para evitar pensar en escenas indebidas. No estaba allí por motivos puramente carnales. Algo en la enigmática asgardiana le había inspirado confianza, lo cual no se daba demasiado. Además, a excepción de Thor, parecía ser la única con un genuino interés en interactuar con él.
―Vosotros encontraréis un hogar allí, sin duda. A mí no creo que me reciban igual de bien.
Ah, sí, pensó Sigyn. Por eso de que el hijo de Odín había atacado reiteradamente la Tierra. La primera vez, empleando el Destructor. O eso había oído. La segunda, cuando quiso demostrar su supremacía y hacer de un reino ajeno el suyo, en ese afán desesperado de ser rey de algo.
―No sé en qué estabas pensando ―respondió sin rodeos, en referencia a la invasión de Nueva York. Loki, que dejó escapar una sonrisa estoica, asintió con la cabeza y aceptó la reprimenda sin rechistar.
―No pensaba.
―Está claro ―añadió astutamente ella, con una mordacidad que a Loki se le hizo irresistible. "Tocado y hundido", pensó―. Lo cual resulta sorprendente, porque pareces un hombre extremadamente inteligente. Aquel día, está claro, tus neuronas te abandonaron.
―Por eso, hasta el rey más sabio necesita de un consejero ―razonó Loki. A pesar de no ser rey de nada, la moraleja estaba implícita. En aquellos tiempos, le habría venido muy bien a alguien que le parase los pies antes de saltar al fango.
El dios tenía que vendarla ahora e iba a hacerle daño. Tenía que añadir presión a la herida para detener la hemorragia. Tomando una profunda bocanada de aire, Sigyn extendió los brazos y se preparó mentalmente para el desagradable momento. Loki, que desplegó parte de la venda y la pasó por encima de la cabeza de la asgardiana, comenzó a envolverle el cuerpo de frente atrás, ejerciendo progresiva fuerza y resistencia a cada vuelta. Como quien apretaba el corsé de un vestido con especial ahínco. Curiosamente, esta vez el dolor no se hizo tan insoportable dada la cercanía del príncipe. De algún modo, la asgardiana sintió que Loki la abrazaba cada vez que maniobraba, lo cual resultaba extrañamente reconfortante.
―¿Qué has querido decir con eso último? ―interpeló mientras el dios remataba el vendaje con un lazo a la altura de su abdomen, momento que intrigó a Sigyn e hizo que mirase hacia abajo para observar las grandes y atractivas manos de Loki trabajar bajo su pecho. Por su parte, el dios del engaño aprovechó para inclinarse un hacia ella. Con el mentón casi sobre su cabeza, el dios tuvo que cerrar los ojos para contener el exponencial anhelo de apretujarla contra él.
―Tu padre aconsejaba al mío. He oído que consiguió alejarlo de toda su codicia. Dicho de otro modo, pareces igual o más inteligente que yo. Puede que, de haberte conocido antes, tú también podrías haber metido algo de sentido en mi cabeza ―arguyó Loki, quien recordaría inevitablemente la angustiosa sensación de soledad, así como las incontrolables ansias de destacar y hacerse respetar que le habían llevado a negociar con el titán loco, Thanos. ¿A cambio de qué? De un pequeño e irrelevante trozo de la Tierra y un trono que no le traería la gloria con la que tanto había fantaseado. En ese punto, ni siquiera guardaba rencor a los Vengadores por haber detenido sus infames propósitos.
―O puede que no ―reflexionó Sigyn, bajando los brazos lentamente y colocándolos sobre los de Loki, que habían pasado a abrazarla sin ninguno de los dos darse cuenta―. Puede que hubieras seguido adelante igualmente. Hay cosas que están escritas, como los sucesos de hoy. Todos sabíamos de la profecía del Ragnarök.
Aunque ninguno esperaba vivirlo para verlo.
Cuidadosamente, Loki colocó las manos sobre las caderas de Sigyn y la hizo girar con suma delicadeza, de modo que pudieran dar continuidad a la conversación cara a cara en una cercanía más íntima y personal. Una conversación que no se alargaría mucho más. Impulsados por fuerzas que apenas podían explicar, Loki y Sigyn se acercarían paulatinamente más al otro, hasta eliminar por completo la corta distancia entre ellos.
―Entonces, ¿conocernos también estaba escrito? ―susurró Loki en su característica voz aterciopelada. Sigyn, como embrujada por el flamante dios, sonrió ante semejante zalamería. Una demostración de afecto exagerada y empalagosa que bastó para hacer que se olvidara de toda fatiga. Decían que las mariposas que se sentían en el estómago eran, en realidad, una señal de alarma. Nada tan bonito como se pensaba, vaya. Sin embargo, a ella siempre le habían explicado que el amor era tranquilidad, y eso era precisamente lo que sentía ahora mismo. Tan tranquila estaba, que no temió dejarse llevar. O quizá estaba tranquila porque el fin del mundo le había enseñado que debía vivir más. Como su padre había dicho, era momento de enamorarse.
―Visto así, de pronto el fin del mundo no ha sido tan horrible.
Loki esbozó una sonrisa divertida y enseguida llevó la mano a la mejilla de Sigyn. Sin pensárselo dos veces, el uno se abalanzó sobre el otro hasta fundirse en un profundo y sentido beso en el que el oxígeno casi brillaba por su ausencia.
Ninguno de los dos recordaba haber compartido gesto así con nadie antes. Al menos no de la misma manera. Para Loki, por ejemplo, no eran extraños los encuentros sexuales con mujeres y hombres. Con todo, había un factor más que sexual en aquel primer beso con Sigyn. De hecho, apenas podía ponerle nombre a lo que estaba sintiendo en aquellos momentos. Sabía que era un júbilo inmenso, un deseo inconmensurable por proteger a la mujer entre sus brazos y seguir despojándole todas y cada una de sus capas. En el sentido literal y figurado. Inmediatamente, imaginó un futuro con ella.
Para ella, Loki suponía un nuevo comienzo, el descubrimiento del amor del que tanto le habían hablado. A ella jamás le habían interesado demasiado los hombres, tampoco las mujeres, puede que porque nunca nadie le había llamado la suficiente atención o le había parecido lo suficientemente auténtico. Con tan solo una única experiencia significativa a sus espaldas, la de su amor adolescente Theoric, Sigyn estaba dispuesta a seguir adelante en todos los aspectos, momento en el que comenzó a desabrochar las hombreras de Loki junto con el resto de las piezas de su armadura.
Durante las siguientes horas, Loki y Sigyn fundirían sus cuerpos bajo la vastedad del universo.
Ubicación: Autoridad de Variación Temporal.
Espacio: ?
Tiempo: ?
Una escena que Mobius pausaría de inmediato, carraspeando nerviosamente. De vuelta en la AVT, Sylvie tragaba saliva conmocionada por aquellas imágenes y observaba a una lagrimosa y silenciosa Sigyn. Habían escogido mostrarle aquellas escenas de su pasado, precisamente, por lo mucho que habían significado para ella. Solo así podría creer la veracidad de aquel lugar. Mobius, que la contemplaba con la misma inquietud que Sylvie, fue el único que se atrevió a romper aquel incómodo silencio.
―Por respeto y pudor hacia la invitada, creo que no hace falta que veamos lo que pasó después.
Pero Sigyn, que ya no ponía en duda la existencia, el cometido o la magnitud de la AVT, se lanzó sobre la mesa y, más concretamente, sobre el control del proyector.
―Era verdad, todo eso estaba escrito ―reflexionó en voz alta, toquiteando todos los botones habidos y por haber. ¿Hasta qué punto le habían despojado del libre albedrío? ¿Hasta qué punto habían sido todas sus desgracias "parte del destino"?
Mobius se apoyó sobre el respaldo de la silla, permitiendo que la asgardiana navegase por su experiencia vital en total libertad. Como en un reproductor de vídeo, rebobinó rápidamente hacia delante. Frente a ella, todos sus recuerdos se reproducían a cámara rápida, como los muertos reviven su pasado cuando están a punto de lanzar su último suspiro. Escenas que no quería recordar, como la fatídica noche en la que despertaría en un charco de sangre y tendría que parir a sus hijos nonatos. De pronto, la cinta alcanzó su fin, siendo este el momento en el que El que permanece sería asesinado por Sylvie, y la sagrada línea temporal seguiría creciendo y bifurcándose a su antojo. Sus últimos recuerdos, del 2023. Hace un escaso año para ella.
Era como si Sigyn hubiera perdido la fe en el universo.
―Entonces, ―continuó meditando la asgardiana, observando a Mobius de forma confusa. Ceño fruncido, mirada en todas y ninguna parte en concreto, como si estuviera llevando a cabo complejos ejercicios matemáticos―. la AVT ha controlado hasta ahora el predeterminado transcurso de mi línea temporal y todo aquel que la ha habitado alguna vez, al menos hasta que Loki intervino para salvaguardar la integridad del multiverso.
―Grosso modo, sí ―asintió Mobius, apretando los labios como diciendo "es lo que hay".
―Como ya habíamos dicho antes, todas las realidades habidas y por haber han nacido en algún momento de tu línea, la que llamamos "sagrada línea temporal". Es algo así como uno de los brotes troncales del Yggdrasil ―explicó Sylvie, señalando al proyector con mucho ímpetu, como si aquello fuera a respaldar su tesis―. Nosotros también procedemos de sus ramas, solo que las nuestras fueron eliminadas tiempo atrás.
Basándose en todo lo que le habían contado anteriormente, entonces, el Loki de la AVT no era el mismo que ella había conocido. No es que no muriese en realidad. Por primera vez, la alocada teoría comenzó a parecerle razonable. Sigyn dejó escapar una risa incrédula, desanimada. Llevándose las manos a la cabeza, se excusó, alegando que necesitaba un tiempo a solas para meditar sobre todo esto. Aquella vez, no saldría huyendo o buscaría la primera puerta de vuelta a casa, sino que se perdería por los laberínticos pasillos de la AVT ante la atónita mirada de los minuteros. Y es que su presencia llamaba la atención. La sofisticada mujer encontraría, poco después, una cafetería apenas transitada en la que aislarse un rato. Por las nornas, mataría por un café en esos instantes, que no una tarta de queso de lima verde.
Como leyéndole la mente, Sylvie apareció tras de ella con una moneda solo válida en la AVT y la introdujo en la ranura, sobresaltándola ligeramente.
―Maldita sea, ¿es que no vais a parar de seguirme? ―se preguntó la Diosa del Luto, sonsacándole a Sylvie una sonrisa un tanto enternecida―. Lo siento, no es nada personal. Seguro que seríamos buenas amigas en circunstancias más amables, pero es que…
Sigyn suspiró, girando sobre sus propios pies y observando cada detalle a su alrededor. Entretanto, la máquina comenzó a preparar un caliente café con leche de dudoso sabor. Sylvie, sintiéndose atraída hacia Sigyn como si de un potente imán se tratase, la observó sin decir nada. Seguro que sí, seguro que habrían sido buenas amigas. Incluso, se atrevió a pensar Sylvie, habrían sido más que eso.
―Todo esto es… ―aún sin encontrar las palabras adecuadas, Sigyn volvió a exhalar en una evidente frustración. A continuación, pasaría a masajearse la cabeza, alborotando ligeramente su radiante cabello mientras buscaba la palabra adecuada en su diccionario mental.
―Una demencia ―reconoció Sylvie, esbozando una sonrisa compasiva. Al poco, la diosa del engaño sacó el vaso de cartón de la máquina de café con sumo cuidado y, acercándose a la desconcertada Sigyn, le tendió amablemente la bebida―. Como todo lo que rodea a los Lokis.
¿Los Lokis?, pensó Sigyn, olvidando que, por supuesto, ahí todos eran "variantes" de alguien. La asgardiana aceptó gustosamente el café que le ofreció Sylvie. Inevitablemente, sus manos se rozaron, provocando una extraña sensación que la embriagaría de repente. La única vez que había sentido algo así había sido aquella noche, en la nave, cuando Loki había cuidado de su malherido cuerpo. De hecho, durante unos instantes Sigyn se mantuvo inmóvil, como embelesada con la desconocida.
―¿Te conozco de algo? ―preguntó, arqueando una ceja extrañada. La sonrisa de Sylvie desapareció durante unos instantes, y es que ojalá pudiera explicarle quién era ella realmente. Tal vez era cierto eso de la conexión entre Loki y Sigyn a lo largo y ancho del multiverso. No, hacía tiempo que Sylvie no se identificaba como Loki, aunque ser Loki, en aquellos instantes, suponía también ser su alma gemela. Con todo, cuanto más tiempo pasaba Sylvie al lado de la flamante hija de la guerra, más asimilaba el hecho de que esta Sigyn no le correspondía.
―Si te hubiera conocido antes, no habría dudado en echarte el lazo, forastera ―bromeó la diosa del engaño, a lo que Sigyn arquearía una ceja con cierto rubor. Así que a Sylvie le gustaban las mujeres, ¿eh? Como mínimo, eso seguro. Aquello no era inusual en Asgard, una sociedad sexualmente laxa y tolerante. Con todo, la mente de Sigyn ya estaba ocupada por alguien, y todo el mundo sabía por quién a aquellas alturas.
La hermosa diosa se sentó en una de las mesas vacías, con Sylvie siguiéndola muy de cerca. Aquella tenía las mejores vistas a la extraña ciudad futurística y a sus autos voladores. Parecía que se hubiera metido de lleno en una estrambótica película de los ochenta. ¿Regreso al futuro? Algo así.
―¿Y dices que me necesita? ―retomó el tema la despampanante asgardiana, refiriéndose claramente a Loki―. Yo lo necesitaba hace años, cuando estaba sola y embarazada en un nuevo mundo. ¿Dónde estaba ese Loki entonces, él que podía viajar por el tiempo atrás y adelante a su antojo? ¿De pronto le intereso? ―farfulló, verbalizando sin querer sus pensamientos momentos antes de volver a sorber de aquel café tan mediocre.
Recordando todas las escenas que habían observado momentos antes, Sylvie se sintió inmediatamente culpable. Por supuesto que de haber estado ahí no le habría faltado apoyo, compañía y afecto. Demonios, incluso deseaba sacarse ahora mismo la tempad y retroceder a aquellos instantes. Con todo, en un acto de piedad hacia Loki y hacia ella misma, Sylvie tuvo que recordar que aquellas desgracias y adversidades no habían sido culpa de nadie. Bueno, sí, de aquel El que permanece. Por suerte, el tipo ya era historia. Pero Loki, aunque hábil fingiendo su propia muerte, jamás habría engañado a Sigyn, de eso estaba absolutamente convencida.
―Este Loki ni siquiera sabía que existías hasta hace poco ―insistió Sylvie, tomando las manos de Sigyn e inclinándose hacia delante en la mesa, como intentando reconfortarla con algo más de cercanía, pero Sigyn, apenas le dirigía la mirada. Estaba demasiado ocupada conteniendo aquella vorágine de sentimientos encontrados. Por un lado, estaba la felicidad de reunirse con el único hombre del que se había enamorado. Por otro, se sentía indignada de que alguien habría escrito tantas desventuras para ella.
―No sé si puedo verlo, Sylvie, la cólera se ha convertido en pánico escénico, y el pánico es demasiado abrumador ahora mismo ―reconoció Sigyn, incapaz de detener el nervioso tic de su pierna―. Mi noviazgo con Loki, por breve que este fuera, ha sido sin duda uno de los momentos más destacados de mi vida, pero también uno de los más angustiosos. Lo que sucedió a su muerte fueron años de desconsuelo e incertidumbre. Me ha costado horrores remontar de todo eso.
―Vamos, sé que no eres tan débil como crees. ¿Dónde está la Sigyn vacilona que he conocido momentos atrás? ―intentó alentarla la diosa del engaño, guiñándole el ojo de forma socarrona. Si Sylvie no podría tenerla, Loki debía recuperarla. Puede que ahora pareciera virtualmente imposible, pero ya se las apañarían para encontrar la manera―. Si en algún momento deseas desaparecer, te enviaré de vuelta a casa para que puedas meditar tranquilamente. Pero, Sigyn, Nueva Asgard corre peligro. Eso te atañe y te interesa. Además, Loki confía en ti. Te quiere, incluso sin haberte conocido. Fíate de eso.
Las palabras de Sylvie parecieron surgir efecto. Inmediatamente, Sigyn alzó la mirada. Curiosa, nerviosa, tan aterrada como en el Ragnarök. ¿Se aproximaba la que sería su tercera guerra?
Nota de la autora: Este es, sin duda, mi capítulo favorito de todos los que he escrito. Los motivos no sé explicarlos debidamente. Me gustó mucho cómo ilustré toda la aventura de Sigyn en su intento de sobrevivir y alcanzar la nave de evacuación. Cada suceso, inevitablemente, lo proyecto de forma muy vívida en mi cabeza. Además, aunque inicialmente recuerdo haberme sentido decepcionada por la tercera película de Thor (esperaba algo mucho más fiel a la mitología), en realidad, es una entrega que me acabó gustando demasiado.
No lo había mencionado todavía, y puede que no cuadre con la imagen mental de quien lea esta historia, pero imagino a Tyr como la versión "anciana" de Hugh Jackman en la película de Logan. Asimismo, imagino Nueva Asgard como una mezcla de lo que ya vimos en el UCM con la ciudad de Ventormenta o Ventalia de los videojuegos World of Warcraft y Skyrim respectivamente (de hecho, el tema de los distritos ha sido inspiración de este primer videojuego que os menciono). Asimismo, aprovecho para mencionar que el tema del cuervo ha sido inspirado por el videojuego Assassin's Creed: Valhalla. En esta saga, cada protagonista tiene un ave acompañante que les asiste en la lucha. Le he puesto el nombre de Eivor como guiño al protagonista de esta entrega del Assassin's Creed (cuyo género se puede elegir).
Además, me parece destacable el momento en el que Sigyn pierde a Tyr y piensa que sin él no es nada, y es que, en este momento de la historia, Sigyn no es diosa de nada, efectivamente. El título de "Diosa de la Fidelidad" se lo ganará algo después. En todo caso, es "Hija de la Guerra" o "hija de Tyr", de ahí que se considere una "don nadie" y se siente tan en sintonía con la población llana, cuyo estilo de vida adoptó hace mucho al haberse negado a entrar interna en el palacio real, a diferencia de su variante. Finalmente, mencionar que el motivo por el que he apodado inicialmente a Sigyn como "Diosa del Luto" es porque su historia en la mitología ya está, de por sí, bastante ligada a la pérdida (la de sus hijos, concretamente).
He querido mostrar esta versión pasada de Sigyn para que se entienda mejor su trauma del presente y se advierta la diferencia entre lo que es hoy en día con lo que fue antaño o "lo que pudo haber sido", una intrépida guerrera (se sobreentiende que, en la línea temporal alternativa de los capítulos iniciales, ella ya está curtida en lo que a esto respecta). Recordad, aunque tiene el potencial para volver a serlo, esta variante no es una luchadora. La vida en la Tierra la ha ablandado o ha ayudado a que se acomode. Pero esto, creedme, cambiará en los próximos capítulos, ya que la historia principal traerá la acción consigo implícita. Los asgardianos están en guerra con los griegos, al fin y al cabo.
¿Opiniones? Os leo, con mucho entusiasmo, además.
