12 "Como una mariposa"

BOW – MFS

Hubo un tiempo en el que Loki madrugaba por obligación, hábito que había acabado convirtiéndose no solo en una de sus preferencias, sino en una de sus más destacadas cualidades. Enseguida llegó a darse cuenta de que, cuanto antes despertase, más tiempo tendría para sus asuntos, reales y no reales: entre otros, la observación astronómica, la lectura de manuscritos antiguos, la exploración de ruinas ancestrales, la búsqueda de artefactos mágicos, los torneos de justas y, por supuesto, la participación en los plebiscitos del Consejo. Rara vez se le habían pegado las sábanas, y aquello solo había sucedido cuando su amante Freya pernoctaba en su alcoba.

Pasada la desgana inicial y el instintivo anhelo por seguir descansando, el dios siempre acababa recordando un motivo por el que desperezarse. Por ejemplo, la formación que de niño sentía como una imposición no tardó en convertirse en una maravillosa actividad recreativa durante sus años de adolescente y joven adulto. Como hijo de Odín, sus estudios académicos habían sido los más exhaustivos y avanzados posibles, hasta que comenzaron a quedarse cortos enseguida, pues todo lo que aprendía resultaba ser insuficiente. Siempre había ansiado saber más. Las horas de sueño eran únicamente necesarias para que su cuerpo y ante todo cerebro recuperasen la energía necesaria para seguir avanzando rumbo a sus ambiciones personales.

Cuando descubrió el potencial del Teseracto, pasó a convertirse en un ser casi insomne. A veces, llegó a pensar que podía dormir con los ojos abiertos. Hasta su imagen se había visto visiblemente deteriorada. A menudo se sentía febril, por ejemplo; probablemente consecuencia de los disparatados niveles de cortisol recorriendo su cerebro sin piedad. Si de por sí siempre había sido bastante flacucho, languideció considerablemente. A su vez, el arduo entrenamiento previo a la invasión le había ayudado a mantenerse lo suficientemente fuerte, al menos como para no desfallecerse a la mínima. Incluso, había echado músculo. Su piel había perdido luminosidad y se había vuelto más áspera, seca y agrietada. Qué decir de sus ojeras, pues eran más que obvias. Por aquel entonces, las cuencas de sus ojos siempre estaban marcadas, incluso ligeramente enrojecidas. Además, sudaba mucho. Sudores fríos, alocados. En general, la gente siempre había pensado que era un hombre bastante siniestro. Con todo, aquella había sido la época en la que más tenebroso se había visto, incluso auto percibido.

Poco después de todo aquello, tampoco es que hubiera tenido ocasión o necesidad biológica de dormir. Al parecer, sostener el propio multiverso le aportaba de por sí la energía básica más fundamental para seguir adelante, como si el telar fuera una especie de fuente de cafeína o gasolina que mantenía a uno sano y vigoroso. Pero ahora, ya no estaba en el Yggdrasil. De hecho, había pasado semanas en la Tierra, viviendo el día a día de la forma más normal posible. Paradójicamente, aquellas semanas lo habían agotado especialmente, por lo que se había visto obligado a no solo retomar eso del reposo, sino a alargarlo durante, quizá, demasiadas horas.

Con todo, aquella madrugada, Loki no podía pensar en el descanso, por exhausto que estuviera. Al llegar a casa, concretamente a la alcoba que ahora compartía con Sigyn, deshizo el hechizo que proyectaba la imagen de su antigua armadura. Ahora se aflojaba la corbata tranquilamente. Entretanto, Sigyn trataba de bajarse la cremallera del vestido. Sonriendo entre enternecido y divertido, observó a su amada contorsionarse y gruñir de la frustración, lo cual se tomó como una invitación para desvestirla. Solo necesitó un par de zancadas para situarse tras ella.

Sigyn, sin decir nada, se dejó ayudar, gesto que él interpretó como si le estuviera dando carta blanca para mucho más. Por supuesto que una cosa llevó a la otra, y eso que no tenía planeado ser para nada insistente. Aunque ninguno necesitó de preliminares, evidentemente que los hubo. ¿Qué sería del sexo sin nada de eso? Además, resultaba clave para romper con la timidez inicial. Y también para que Loki se endureciera rápidamente. Para cuando había terminado de desnudarla, con sensual paciencia y suspense, ya se había endurecido lo suficiente como para que cada caricia, cada beso y cada lamida no hiciera más que alargar su sufrimiento.

Primero, sus labios se encontraron. Y lo hicieron con suavidad, luego con una urgencia creciente. Loki deslizó sus manos por la curva de su espalda, sintiendo el calor de su piel bajo los dedos. Ella arqueó el cuerpo hacia él como respuesta, y sus pechos rozaron el torso firme del dios. Loki pudo advertir que tenía los pezones endurecidos por la excitación del momento. Tentado a complacerla, bajó al cuello de Sigyn, lo besó y mordisqueó suavemente, arrancándole pequeños gemidos de placer y haciendo que se estremeciera por lo sensible y erótico de la zona.

Pero Sigyn no se sorprendió tanto como cuando el apuesto dios deslizó la mano hasta su trasero, lo estrujó, y pasó a acariciarle el interior del muslo, trasladándose hasta la ingle y rozándole los labios inferiores con las yemas de los dedos. Loki mantenía la frente apoyada en la de ella y la observaba con especial fogosidad, embriagado por el estimulante momento. Resultaba gracioso cómo reaccionaba con sutiles espasmos al roce de sus elegantes y finos dedos. Los insertó en ella poco a poco, primero uno, y luego el segundo. En lugar de eso, habría querido emplear otros métodos, como por ejemplo el de besar, lamer y aspirar el delicado punto clave de su parte más íntima. Pero entonces no habría podido verle bien la cara y no se habría calentado tanto. Puede que, para la primera vez de ambos, hubiera escogido la mejor estrategia preliminar de todas.

Sigyn respondió con fervor, recorriendo la musculatura de Loki y disfrutando de la placentera sensación de que la tocara con tanto afán, tanta maestría y devoción. Podía sentir la dureza del dios solidificarse aún más contra su vientre. Al principio, Sigyn dejó escapar discretos jadeos ahogados, incapaz de apartar la vista de él en ningún momento. Sus dedos se enredaron en su sedoso cabello. Su cuerpo volvió a encorvarse hacia él, deseando sentir su rigidez ya dentro, en lo más profundo de su cavidad. Sintió una serie de cosquilleos que no hacían más que aumentar y que, en cierto punto, se transformaron en impulsos eléctricos. Ahí sí, no pudo evitar soltar un gemido relativamente alto y hundir la cabeza en la curvatura de su cuello. Intentó controlar el volumen de sus sollozos distrayéndose con el aroma de su cabello, siempre tan elegante, tan bien cuidado. Ahora que se acercaba al culmen del gozo, los planes de Sigyn por devolverle el gesto a Loki se habían visto frustrados.

Después de que la diosa alcanzase el éxtasis, no tardó en situarse mejor sobre ella y penetrarla hasta lo más hondo de su ser. Las respiraciones de ambos comenzaron a entrelazarse, creando una sinfonía de suspiros suaves, y luego cada vez más intensos, que llenaban la habitación. Como anticipado, Sigyn fue extremadamente dulce, aunque el propio Loki también lo quiso así, muy para su sorpresa. Habría tiempo de sobra para jornadas de sexo más violentas. Fuera como fuere, en aquellos momentos, ni siquiera asociaba la agresividad con Sigyn, era como si ese tipo de coito no le interesara ni muy remotamente. Por ahora, quería saborear cada instante, cada roce de sus pieles. Es más, se aseguraría de regocijarse en la lenta y gozosa fricción causada al penetrarla, en la mezcla de sus acuosas secreciones, o en sus discretos y sutiles ronroneos, que se vieron agudizados cuando Sigyn le obligó a cambiar de postura y se dispuso a montarlo como a un corcel.

La imagen de Sigyn cabalgando sobre él sería algo que guardaría consigo para siempre. Además de saber exactamente cómo moverse, la pequeña pero magnética diosa era, de por sí, muy manejable. También tan pasional como mimosa. Demonios, apenas parecía que hubieran pasado tantos años de sequía y abstinencia, tanto para el uno como para la otra. Con cada movimiento sinuoso de sus caderas, Sigyn esparcía su embriagador perfume de notas florales y amaderadas por toda la habitación. L'Interdit, se llamaba. Lo prohibido. Una mujer así debería estar, en efecto, prohibida. Detenida como mínimo, por volverlo así de loco.

Su amada diosa se echó hacia adelante, entre agotada y ansiosa por besarlo una vez más, solo que, esta vez, lo hizo mostrando un pequeño atisbo de dominancia. Lo sujetó de la mandíbula, inmovilizándolo y forzando aquel beso que no hacía falta forzar en realidad, pues Loki estaba encantado de concedérselo. Con todo, muy obedientemente, y cumpliendo ese rol sumiso al que en absoluto estaba acostumbrado, el dios correspondió. Incluso a pesar de sus intentos, Sigyn era, al fin y al cabo, muy delicada con él. Por supuesto, aprovechó un momento de flaqueza para estrecharla con aún más fuerza de las caderas y hacerse con el control de la situación.

La rapidez y profundidad de sus estocadas pareció pillarla por sorpresa, pues enseguida comenzó a subir el tono de sus gemidos, que sonaban casi ahogados. Su kilométrico pelo ni siquiera le molestaba, a pesar de cubrirlo como un profundo manto. Estaba demasiado concentrado en su reacción, la forma en la que se contraía o se mordía el labio con los ojos cerrados. Aquello no ayudaba mucho a su autocontrol, para nada. Llevaba rato conteniendo la burda desesperación por explotar en su interior, pero se mantenía a la espera de que Sigyn lo hiciera primero. Por suerte, parecía que no le faltase mucho para eso. Había dado con el punto y ritmo exacto para hacerla sufrir y llevarla al más absoluto frenesí. Solo esperaba poder aguantar hasta entonces.

Se llegó a agarrar firmemente al cabecero mientras Loki continuaba con sus movimientos animales. Por su parte, el apuesto dios se deleitaba al observar que a Sigyn se le había erizado la piel del muslo. En una de las estocadas, Sigyn dejó escapar un sollozo inevitablemente alto que le provocó una sonrisa maquiavélica. Ojalá no se estuviera conteniendo. Con todo, no estaban solos en aquella casa. Cuando resultó obvio que había llegado al clímax, Loki se vació dentro de ella mientras dejaba escapar un sentido gruñido de saciedad. La hermosa mujer perdió, incluso, el equilibrio momentáneamente después de haber estado en la misma postura tan incómoda tanto rato. Por fortuna, Loki fue rápido en sus reflejos y la sostuvo a la vez que ampliaba su sonrisa divertida.

―Te tengo ―susurró de forma aterciopelada mientras le apartaba el pelo de la cara y se perdía en la profundidad de sus ojos.

―Te quiero ―respondió ella, sin pensarlo ni cavilar lo más mínimo. Por las nornas, estaba estúpidamente enamorado de ella. De hecho, se sentía como un adolescente. Curiosamente, en su adolescencia, se habría castigado a sí mismo repitiéndose que el amor era cosa de débiles y se habría convencido de que las mujeres solo le interesaban para una cosa. Sin duda, le habría costado mucho reconocer sus sentimientos. Ahora, Loki sabía que todo eso era cosa de valientes, y también de afortunados.

Tuvieron que separarse con cuidado para no manchar las sábanas en las que iban a dormir poco después de ducharse, momento que el dios aprovecharía para iniciar un segundo asalto bajo el riego de agua. La madrugada se hizo casi mañana cuando Loki logró conciliar el sueño. Después de mucho tiempo, con Sigyn abrazada a él como si de un enorme oso de peluche se tratase, al fin, logró dormir como un bebé. Al menos, hasta que un tímido rayo de sol lo secuestró de aquel placentero estado. Maldito sol de medianoche, ¿cómo habituarse a aquella tortura? ¿Cuándo volvería la oscuridad? ¿Por qué no invertían los asgardianos en persianas o cortinas verdaderamente opacas?

Se dijo que aprovecharía aquella horrible y desapacible forma de levantarse en algo mucho más positivo. En Sigyn, por supuesto. En algún momento de la noche, antes de caer rendida, se había puesto algo de ropa interior limpia y aquella camisa ancha azul cielo con la que siempre dormía. Había usado el frío para explicar su necesidad de cubrirse y acurrucarse bajo el nórdico de plumas. En cambio, él había necesitado destaparse un poco. Ahora le daba la cara, y qué cara tan serena e imperturbable tenía cuando dormía.

Normalmente, se le daba maravillosamente leer a la gente. De todos los libros, Sigyn era el más abierto. Siempre advertía algún gesto que le revelaba exactamente, o al menos con bastante precisión, cómo se sentía verdaderamente. Ahora no veía nada, solo tranquilidad. Y aquello era extrañamente reconfortante. Tumbado de lado, Loki llevó las yemas de sus dedos al rostro de su amada para acariciarle la piel con la suavidad de una pluma. Pero Sigyn se removió un poco, perezosa, en un estado de semiinconsciencia. Siempre había tenido el sueño extremadamente ligero. El sutil sonido de alguien picando en la puerta fue lo que le faltó para despertarse del todo.

Encontrarse con el rostro de Loki a primera hora de la mañana era el mejor desayuno. Que una niña revoltosa se asomase a la habitación e irrumpiese en su burbuja de serotonina, en fin, eclipsó un poco el momento. Sí, la hija adoptiva de Thor podía llegar a ser un incordio a veces, pero le causaba gran ternura y le divertía enormemente, en realidad. En cambio, para Loki, aquel no fue uno de esos momentos, no estando desnudo de cintura para abajo.

Como siempre, Love solo quería atención. Aunque apreciaba mucho a su padre, le encantaba escabullirse con casi cualquier persona. Además, le encantaba todo lo que tuviera que ver con Sigyn. Con las manos en la nuca, Loki observó desde su plácida postura a la mujer cediendo a las peticiones de la pequeña y haciéndole ondas en el pelo con lo que parecía unas placas de metal muy ardientes. Después, rociaba algún tipo de producto que olía especialmente mal, raro y artificial. Con todo, la mera imagen había puesto extremamente sentimental al antaño tenebroso dios, que ahora no hacía más que pensar en ciertas cosas que, muy a su pesar, no parecía que fueran a ser posibles.


Ubicación: Montañas de Hunan, China.

Espacio: Sagrada Línea Temporal.

Tiempo: 13 de junio de 2024.

Los servicios de inteligencia habían registrado lecturas paranormales en aquella lejana región de China. "Lecturas similares a las del Bifrost", se percató Loki al leer la información en los documentos facilitados por Sigyn, tanto impresos como digitales. Eso quería decir que el poblado de Ta Lo estaba en otra dimensión, plano o planeta cuyo acceso dependía de un portal bien amparado. Lamentablemente, las coordenadas que daban al portal eran incompatibles con la tempad, por lo que tendrían que abrir una puerta temporal en el punto más cercano… en lo que parecía una semi desierta estación exterior de tren junto a un supermercado de mala muerte.

El aire estaba cargado de humedad y el olor a tierra se entremezclaba con el aroma a carbón de las locomotoras que pasaban por ahí, cargando y descargando contados números de pasajeros. Las vías, cubiertas de musgo y óxido, se extendían hacia el horizonte, desvaneciéndose en la bruma. A un lado de la estación, el modesto supermercado de paredes desconchadas ofrecía los productos más básicos, como arroz, fideos, aceite y algunas verduras. También lo que parecían periódicos, revistas y productos farmacéuticos. Al otro lado, un denso bosque de bambú se alzaba imponente. Sus tallos altos y delgados se entrelazaban formando un tapiz verde que filtraba la luz del sol. Aquel lugar olvidado por el tiempo parecía guardar historias de caminantes que habían pasado por ahí en busca de aventuras.

―El punto que señalan esos documentos se encuentra en algún lugar hacia el norte, ¿no? ―comentó Thor, observando la posición del sol para ubicarse, aunque tampoco era como si supiera hacerlo, recordó de repente. Incluso siendo uno de los hijos predilectos de la Tierra, a menudo se sorprendía a sí mismo al percatarse que apenas sabía lo más básico sobre ella.

Loki pareció percibir aquel instante de vacilación y, como si solo él pudiera salvarlos de aquella ridícula tesitura, señaló al cielo, tomando las riendas del asunto.

―El norte está por ahí, pazguato ―espetó, en un tono burlón más que malicioso. A pesar de todo, Thor no pudo evitar mirar hacia otro lado, violentado.

―¿Y cómo sabes eso? ―preguntó Love, intrigada por los conocimientos de su tío que, para ella, resultaban siempre tan fascinantes, fueran estos tanto básicos, como avanzados.

Buena pregunta, se dijo Loki, que siempre disfrutaba ejerciendo de maestro o, al menos, demostrando su sabiduría. El simple hecho de que una niña tan joven demostrara la más mínima curiosidad por aprender, recordándole a él mismo, le hacía crecer un palmo del orgullo.

―Muy sencillo. Aquí, en la Tierra, el sol sale por el este y se pone por el oeste, aunque con una ligera desviación, dependiendo de la estación del año. Esto ocurre debido a la rotación del planeta alrededor de su eje. Con esto en mente, por la mañana, es importante mirar directamente al sol. Todo lo que tienes que hacer después es girar unos noventa grados a tu izquierda y eso sería…

Sigyn apenas alcanzó a oír el final de la lección pues se encontraba absorta escudriñando el entorno. Se fijó en que, por ejemplo, la dueña del solitario establecimiento, una anciana encorvada con arrugas profundas, atendía a los escasos clientes con suma cortesía y paciencia. También en que el silencio era roto, ocasionalmente, por el lejano canto de los trenes y grillos. Sin saber muy bien por qué, se vio arrastrada al interior de aquel comercio. Las paredes, desgastadas por el tiempo, estaban cubiertas de anuncios escritos a mano, lo cual complicaba un poco la lectura de aquel dialecto del mandarín. Por suerte, los asgardianos tenían la capacidad innata de entender cualquier idioma, por lo que Sigyn se dejó guiar por los carteles y navegó fácilmente por los pequeños y estrechos pasillos repletos de cosas. El suelo de baldosas descoloridas crujía bajo sus pies. En la esquina más alejada, una pequeña sección mostraba los titulares de aquel día, se percató Sigyn, preguntándose si, en alguna parte de los periódicos, habría una columna dedicada a su escándalo. Puede que en Asia aquello no hubiera tenido la misma repercusión que en Europa y, por tanto, apenas hubiera trascendido a la prensa local.

La asgardiana tomó un par de cosas que pensó que les vendría bien, más que nada, porque viajaban con una preadolescente de apetito feroz. Con esto en mente, metió en una pequeña cesta de metal, por ejemplo, unas barritas de sésamo y cacahuete con cierto parecido al turrón. Parecían emitir un crujido satisfactorio y, según se anunciaba, tenía un sabor aromático a nuez. También compró unas galletas de arroz llamadas "senbei", una especie de crackers importados de Japón con sabor a arroz y que afirmaban ser una delicia dulce-salada. Por supuesto, no se olvidó ni del agua, ni de un par de piezas de fruta. Finalmente, se detuvo en el rincón de los medicamentos, muy cerca de la caja registradora. Frente a ella, los caracteres chinos se descodificaban hasta convertirse en runas asgardianas, el alfabeto con el que Sigyn estaba más familiarizada de entre todos, el de su lengua materna. Sin saber muy bien el efecto que tendría en su cuerpo, la diosa se precipitó a agarrar una caja en concreto. Puede que solo quisiera comprarla por la tranquilidad de saber que tenía elección, aunque aún no hubiera decidido qué camino tomaría finalmente.

―¿Caramelos? Yo también quiero ―comentó Love de forma casual, consiguiendo sobresaltar a la flamante diosa. Ocultando su incomodidad, Sigyn esbozó una sonrisa muy sutil. Apenas la pequeña curvatura de sus comisuras. Aunque no había nada de malo en lo que estuviera haciendo, se recordó, era como si la niña le hubiera sorprendido haciendo algo muy secreto, muy poco ético, incluso ruin. Con calma, lograría resultar lo suficientemente convincente en su próxima mentira.

―No son caramelos, son analgésicos. Ya sabes, soluciones para el dolor.

El motivo por el que Sigyn mintió fue, en fin, porque no se veía manteniendo una conversación así de sincera con alguien todavía tan inmaduro, incapaz probablemente de asimilar la función de aquellos medicamentos. Además, tampoco quería que Loki se enterase de que, en realidad, estaba comprando algo que también le atañía.

―¿Estás enferma? ¿Te vas a morir? ―preguntó Love, de repente angustiada ante la idea de perder a lo más cercano a una madre que tendría jamás.

―No, qué va. Los asgardianos raramente caemos en la enfermedad, sobre todo si es leve. Hay muchos otros motivos por los que tomar este tipo de medicinas ―explicó la diosa, reflexionando en la mentira de segundos antes. Ella, que siempre se jactaba de decir la verdad, de pronto entendió un poquito mejor a Loki. No mintió por interés o porque pudiera sacar algo de aquella situación, sino porque, al menos por ahora, no podía enfrentarse a su "sobrina". Supuso que ese sería una de las tantas razones por las que su esposo no revelaba la verdad de las cosas. Con todo, se dijo que las mentiras piadosas eran habituales cuando había niños en la ecuación. No pasaba nada, ¿verdad?

Love inspeccionó la caja con evidente curiosidad, algo a lo que, inicialmente, Sigyn no le daría importancia al recordar que la chiquilla no era de naturaleza asgardiana. Con todo, se vio sorprendida al comprobar que, efectivamente, Love también era capaz de interpretar idiomas que desconocía.

―"Pastilla del día después" ―alcanzó a leer, que no a comprender. Confusa, la niña frunció el ceño, sin percatarse a penas del semblante horrorizado de la diosa, quien, enseguida, se giró sobre sus propios pies para comprobar dónde estaba Loki. Afuera, por suerte, esperando junto con su hermano―. ¿Por qué del día después? ¿Es que no te sientes mal ahora?

Love no entendía nada. Y era mejor así, se recordó Sigyn, quien le prometió que se lo explicaría más adelante. Sin decir mucho más, Sigyn se situó frente a la dueña del establecimiento, que la saludó con un cabeceo sin borrar su arrugada pero amable sonrisa. Improvisó un par de frases de cortesía en mandarín, dejando a la señora entre perpleja y conmovida. Sorprendida porque tuviera datáfono si quiera, la asgardiana pagó rápidamente con su dispositivo móvil y, habiéndose despedido amablemente, instó a Love a abandonar el supermercado, no antes de suplicar:

―Por favor, no le digas a nadie que he comprado "caramelos" ―murmuró, empleando los dedos para representar unas comillas a la par que usaba aquella palabra en clave―. Prefiero contarlo cuando no me dé tanta vergüenza.

―¿Vergüenza? ¿Por qué te da vergüenza? El dolor es natural, ¿no? Y buscarle remedio también. ¿Por qué no lo voy a contar? ―quiso saber Love, a quien creyó acallar entregándole rápidamente aquellas galletas de arroz.

―Los temas de salud no se van pregonando por ahí ―dicho esto, Sigyn concluyó la conversación y el grupo de asgardianos simplemente emprendió su camino, con Loki observando de forma intrigada el nerviosismo de la diosa, que bebía abundante agua de repente.

Para llegar al místico reino de Ta Lo, o al menos hasta su portal de acceso, tuvieron que adentrarse en la frondosa vegetación. Los árboles de bambú, de tallos gruesos y hojas afiladas, se alzaban hasta el cielo susurrando secretos ancestrales mientras el viento los mecía. Ahí, la naturaleza estaba viva y consciente, advirtió Loki, sintiéndose observado por el bosque sin ojos. La atmósfera era densa y cargada de energía. El aire olía a tierra húmeda y a misterio. Los rayos de sol se abrían paso a través de las ramas, creando manchas de luz que bailaban en el suelo cubierto de infinitas hojas caídas. A medida que avanzaban más profundamente en el inquietamente silencioso escenario, las sombras de la naturaleza se agrandaban. Las raíces serpenteaban por el suelo, formando laberintos retorcidos. El propio bosque era uno.

Los troncos de bambú estaban marcados con símbolos antiguos, tallados por manos anónimas. Loki caminaba con cautela, sintiendo la magia en cada elemento de la naturaleza y perdiendo cada vez más el interés en la banal conversación que mantenía Love con su hermano y su amada. Solo podía pensar en que aquel era un sitio donde los límites entre lo natural y sobrenatural se desvanecían. En el frondoso bosque se sentía mortal, pequeño y vulnerable, pero también lleno de asombro y curiosidad. Tuvo que detenerse, obligando al resto de su familia a hacer lo mismo, cuando se percataron que no los seguía. Todos lo observaron con extrañeza, sin llegar a comprender qué era lo que tanto le preocupaba.

―Hay que correr ―advirtió el Dios del Engaño, mirando a todas partes y a ninguna en concreto. Pero sus acompañantes, que encabezaban la expedición, no entendieron por qué tendrían que hacer nada de eso, si todo estaba tan aparentemente en calma. Thor, por ejemplo, dejó escapar una risita sardónica, aprovechando el momento de confusión para burlarse como era costumbre entre los dos hermanos.

―Sí, eso. Cuidado, Loki, me ha parecido ver un goblin sanguinario escondiéndose en la corteza de ese sauce solitario. ¡Huyamos!

Aunque Love soltó una carcajada discreta, Sigyn se tomó muy en serio el desasosiego de Loki, que la observaba de forma visiblemente agitada. De hecho, su pecho se movía de forma convulsa, reflejando su alterada respiración. Loki se tomó unos instantes más para mirar a su alrededor. Repentinamente, los árboles de bambú parecieron cobrar vida tras él y no tardaron en cerrar el camino casi completamente y con violencia. Por instinto, todos se lanzaron a la carrera. Thor cogió a Love en brazos, casi como si estuviera cargando con el peso muerto de un saco de patatas. Una rama rasgó la camisa de Loki, y con ello le provocó una aparatosa herida que casi parecía animal. El dios no se detuvo por algo así, claro. Aunque dejó escapar un ahogado quejido, se echó al esprint, sujetando a Sigyn de la mano.

A pesar de la agilidad de la diosa, era de zancadas pequeñas, por lo que no tardó demasiado en quedarse atrás, al ras de la vegetación que amenazaba con devorarlos. Había invocado el traje ceremonial de Khonshu casi al instante. Ya no llevaba aquel conjunto mundano que consistía en culotes azul marino y la sudadera gris de la Universidad de Bergen, o en aquellas robustas pero estilosas deportivas de color blanco. Por fortuna, su actual armadura le impedía no solo no morir, sino que, a pesar de la falta de oscuridad, también le infundía una velocidad impropia en ella que le permitió mantener el ritmo de los Odinson.

Advirtiendo las inclinaciones de los árboles, Loki no tardó en comprender que se encontraban dentro de una especie de burbuja que se movía de un lado de la montaña al otro. De pronto, sintió que una fuerza ajena lo penetraba, una fuerza de naturaleza mágica. El campo o la imagen visual se bifurcó en su cabeza, lo cual le otorgó la capacidad de observar desde dos canales muy diferentes con puntos de vista muy diferentes. Así, Loki comprendió de inmediato que el cuervo de Sigyn, Eivor, había confiado en él para cederle sus poderes omniscientes. Sus ojos se habían iluminado y habían cambiado momentáneamente de aguamarina a blanco. A tiempo real, pudo observar las inclinaciones de los árboles y anticiparse lo suficiente como para bramar una serie de indicaciones a los demás. Derecha, recto, izquierda, recto, izquierda de nuevo, un último giro a la derecha.

Allí, al final, se percibía un claro que culminaba en lo que parecía ser un pequeño charco de agua dulce. Tan cerca, pero tan lejos. Cuando parecía que el verde iba a engullirlos, el grupo de héroes y antihéroe dio un brinco colosal, lanzándose casi en plancha al pequeño oasis. Soltando gruñidos y quejidos, los dioses necesitaron unos instantes para reincorporarse y absorber la belleza sosegada del nuevo entorno.

―¿Estás bien, renacuaja? ―preguntó Thor, preocupado como no lo había visto en mucho, mucho tiempo. O, al menos, de una manera muy diferente a la que Loki estaba acostumbrado. Preocupado de manera intrínsecamente paternal. La niña, que se sostenía la cabeza, no tardó en desvelar su feísimo chichón en la frente, justo donde nacía su firme y grueso pelo color chocolate. Se veía bastante mal, advirtió Loki. Entre morado y rojizo.

Thor llevó sus grandes manos a la preadolescente, cuya cabeza tocaba ahora con suma delicadeza y afecto. Entretanto, Sigyn sacaba la suya del charco y tomaba una desesperada bocanada de aire mientras su ave compañera aterrizaba calmadamente frente a ella. Sigyn se dio la vuelta para descansar unos instantes, sentada con las piernas estiradas. Los pequeños cortes que habían dejado las hojas en sus mejillas comenzaron a regenerarse rápidamente, en apenas segundos. En cuanto a Loki, como se las había apañado para mantenerse en el centro de la trampa mortal, solo tenía la herida de su brazo. La examinó durante unos instantes, observando que, en fin, dolería, pero sobreviviría. Ahora no podía preocuparse por eso.

―Tía Sigyn, iba a guardarte el secreto, pero… ―murmuró Love tras soltar un sutil quejido, como de escozor, cuando su padre le inspeccionó el golpe―. Creo que voy a necesitar esa "pastilla del día después". Ya sabes, para el dolor del coscorrón.

Pero Sigyn ni siquiera se indignó cuando la bocazas de Love soltó aquello. Simplemente dejó escapar una leve risita frustrada y miró a Loki. Este no tardó en sumar dos más dos y atar todos los cabos, aunque finalmente prefirió no decir nada. Le habría encantado que no hubiera recurrido a algo así. De ser tan sencillo, Loki renunciaría de inmediato al máximo poder del universo con tal de compartir una vida mundana, plena y familiar con ella. Con todo, sintió una profunda pena. No podía culparla. En todo momento, había tenido muy presente que su paso por la Tierra iba a ser, muy probablemente, temporal. No tenía nada que echarle en cara porque la propia Sigyn lo mataría, y justificadamente, cuando se enterase que pretendía regresar al trono para hacer libre a Sylvie. Aun así, la diosa no pudo evitar mirarlo con cierto pavor, como temiendo su reacción. Thor, que no entendió nada, simplemente ignoró lo extraño del ambiente.

Loki pasó la mano por encima del chichón de Love. Aunque no la tocó en absoluto, de su palma emanó un leve fulgor verde que pareció mejorar un poquito la apariencia tan dramática de la contusión. Hecho esto, todavía en silencio, el dios trató de recomponerse absorbiendo cada detalle del paisaje. Frente a ellos, una cascada caía por un acantilado rocoso hacia la serena piscina en la que se encontraban. El agua creaba un leve rocío que le daba un especial brillo a la escena. Alrededor del área seguía habiendo una exuberante vegetación, aunque también otro tipo de árboles cuyo follaje era de un intenso rojo carmesí.

―Hay un camino que atraviesa la cascada ―advirtió el Dios del Trueno, ya de pie. Señalaba con Rompetormentas en esa dirección, como invitando a sus compañeros a la siguiente fase de la aventura.

Loki extendió la mano con ánimos de ayudar a Sigyn a reincorporarse. No sin antes lanzarle una mirada especialmente intensa, lastimosa y compasiva a partes iguales. En ese momento, Sigyn sintió que se derretía, aunque no por los mejores motivos. Era como si el alma se le hubiese caído a los pies. Con todo, tomó la mano de Loki, reconfortándose en su agradable tacto. Asimismo, el Dios del Caos aprovechó este gesto para acariciar, aunque inconscientemente, el dedo anular de ella.

Él estaba empapado, advirtió la asgardiana. El simple hecho de verlo así después de la fogosa noche que habían compartido, de pronto, hizo que su atractivo se multiplicara por diez. Sin soltarlo ni un solo momento, igual que Thor tampoco soltó a Love, Loki y Sigyn siguieron al Dios del Trueno a través de la cascada, mojándose aún más, si aquello era posible. Al menos hasta que las salpicaduras del agua comenzaron a comportarse de forma extraña, como si levitasen a su alrededor.

La oscuridad de la cueva no era absoluta, pues el tránsito de entrada a salida era relativamente corto, permitiendo que la luz del día se colase en el interior. Al otro lado, se encontraron con otro claro en el bosque delimitado por aún más árboles de bambú y presidido por un pequeño arroyo culminante en un tranquilo estanque. El entorno hacía rato que no se notaba hostil. Desde que habían sobrevivido al mortal laberinto, todo se sentía correcto, orgánico y tranquilo. Al menos hasta que, repentinamente, una figura se dejó caer de algún lugar y se abalanzó sobre Loki.

El instinto del dios, por supuesto, fue el de apartar a Sigyn de un firme y apresurado empujón. También se protegió alzando los brazos y colocándolos en L como si de un escudo se tratasen. Pero su atacante no empleaba la fuerza bruta, aunque sí era contundente en sus patadas, por lo que acabó viéndose arrastrado hacia atrás, con una de sus rodillas en el suelo. El misterioso hombre vestido en una ceñida armadura ligera de color rubí hizo una pirueta en el aire tras aquel ataque. Luego, aterrizó con gracia y delicadeza. Sus brazales resplandecían con intensidad. Thor, que había alzado su arma, estaba dispuesto a intervenir si era necesario, pero el desconocido de cara seria, aunque afable, le dio a entender que eso no era necesario. De hecho, enseguida se le iluminó el rostro al verlo, esbozando una sonrisa dental que dejaba claro su admiración por el Dios del Trueno.

―¡Qué pasada! Un Vengador ha venido a visitarme. Y no un Vengador cualquiera, sino el Todopoderoso Thor. Es un placer, tío ―saludó Shang Chi, ante un irritado y rencoroso Loki. Entretanto, Sigyn y Love observaban la situación curiosas y desorientadas.

Aunque igual de confuso, Thor esbozó una sonrisa que reflejaba cierta chulería (provocada, sin duda, por el tono de fanatismo del joven desconocido). Abrió la boca para decir algo y dio un paso al frente, esta vez en una actitud mucho más confiada y desenfrenada. No obstante, sin previo aviso, y quizá cegado por ese resquemor innato, Loki quiso aplacar a Shang Chi, no antes sin haber invocado y lanzado una daga tras otra al guardián de los Diez Anillos. Humano insignificante, ¿cómo se atrevía a arremeter contra el extraordinario Loki? Él era mejor, era sobresaliente, era un dios. Solo por semejante osadía, debía darle una lección. Debía enseñarle quién tenía el verdadero poder de entre los dos.

Pero, sorprendentemente, Shang Chi desvió sin mayor complicación las dos dagas, usando los brazales como defensa. Aún más sorprendentemente, el joven bloqueó cada uno de sus ataques de una forma que descolocó al Dios del Caos por completo, haciéndolo sentir un rival mediocre, insustancial. Lo intentó un par de veces más, en vano, comprobando cómo las artes marciales del guardián bastaban para subyugarlo. De forma que resultaba incluso delicada para el ojo ajeno. Finalmente, le propinó un golpe en el tórax, causándole una especie de sensación de asfixia durante unos instantes. Así, lanzó a Loki de un lado del claro al otro. El dios se vio arrastrado de vuelta a Sigyn, que lo contemplaba con la ceja alzada. Después, muy a su pesar, la asgardiana dulcificó su semblante y miró al joven Chi como encandilada por sus dotes para la lucha. Parecía que, más que pelear, había bailado un vals con el mismísimo diablo.

―Fascinante ―reconoció mientras Loki se apartaba el pelo de la cara con un rápido y violento aspaviento de la cabeza. Apiadándose un poco de él, Love se arrodilló junto a su tío.

―Honorable guardián, somos Thor, mi hija Love, mi hermano Loki y la valerosa Sigyn, también familia. Hemos venido hasta aquí para pedir a tu pueblo si no ayuda, consejo para nuestra próxima batalla ―explicó el Dios del Trueno de una manera tan gallarda que los ojos de Shang Chi no hicieron más que soltar chispas de la emoción.

El joven tendría aproximadamente treinta y cinco años, más o menos los que aparentaba Sigyn, solo que ella tenía bastantes más siglos de edad. De hecho, rebosaba el milenio, como Loki. Aunque este último era mayor que ella, pues había pasado los últimos quinientos siglos estudiando mecánica, física e ingeniería para alcanzar el nivel de conocimiento de Ouroboros. Por tanto, Loki había superado en edad a su hermano mayor, Thor. Era de altura media, pero complexión de gimnasta. Ojos rasgados, mirada amistosa, algo pálido (aunque tampoco demasiado), y cabello corto y negro como el carboncillo. En general, tenía un carácter risueño, simpático e incorruptible.

―El pueblo de Ta Lo es huraño y desconfiado. Cualquiera no puede entrar. Vosotros tres, supongo que sí. Se nota que sois buena gente ―reconoció el prudente Chi, refiriéndose a Thor, Sigyn y a la preadolescente. Sobre todo, a esta última, dada la inocencia propia de los niños. Entonces, lanzó una mirada llena de censura al infame Loki―. Él no.

Dicho esto, el guardián de los Diez Anillos volvió a dirigirse a Thor, encogiéndose de hombros con la misma actitud de antes, tan fresca y desenfadada.

―Lo siento, tío. Sé lo que hizo en Nueva York. Podría decirse que soy tan estadounidense, como chino.

Sigyn lanzó una mirada caritativa a Loki, que no ocultaba su irascibilidad. Con todo, resultaba obvio que había adquirido una gran capacidad de saber estar y que, a pesar de su inicial arrebato, estaba haciendo un colosal esfuerzo por autocontrolarse. Tenía que ser muy duro vivir bajo el eterno escrutinio y la continua represalia de la gente, pensó Sigyn. Así era imposible para nadie pasar página.

―Entendemos tu escepticismo, guardián, pero… ―dicho eso, el amable desconocido interrumpió a Sigyn para aclarar que prefería ser llamado por su nombre común, "Shaun"―. Si confías en nosotros, Shaun, sepas que nosotros también confiamos en él. Si no permites la entrada de Loki a Ta Lo, lo respetaremos, claro. Pero yo me quedaré aquí haciéndole compañía.

Loki agradeció el gesto de su prometida, rozando discretamente la mano de esta con la suya, apenas un casi imperceptible roce de sus dedos índice.

―O podríamos hacer las cosas un pelín más interesantes. Ya sabéis, algún tipo de apuesta ―propuso Shaun, sentado sobre una de las piedras del tímido arroyo. Tenía la barbilla apoyada en su mano, que de paso descansaba sobre una de sus rodillas. Su actitud era ahora sin duda alguna juguetona.

―Ah, ¿sí? ¿Cuál? Déjame adivinar… ¿Vencer al guardián de los Diez Anillos para ganarme la entrada a Ta Lo? Sencillo ―respondió Loki en su característica voz rasgada, habiendo retomado la actitud chulesca de antes.

―Estaba pensando en algo un pelín más emocionante ―confesó Shaun, trasladando la mirada de Loki a su hermano y de vuelta a Sigyn. Por supuesto, se había percatado enseguida de las miradas y los gestos empalagosos que la parejita se había dedicado el uno al otro―. Vosotros dos estáis liados, ¿verdad?

―Ya vemos que has leído las noticias ―se limitó a replicar, habiendo puesto los ojos en blanco y suspirado de forma exasperada. Por su parte, Sigyn no hizo más que ladear la cabeza. ¿Adónde querría ir a parar con todo esto?

No, Shaun no veía ni leía las noticias, prefería vivir desconectado de todo eso. Sencillamente, la química entre los dioses era obvia e inquebrantable. Sería una pasada ver cómo se traducía todo eso en una contienda improvisada. Además, quería saber quién de los dos era el más fuerte. Al fin y al cabo, la enigmática rubia estaba ataviada en una armadura que le daba un toque bastante duro. Además, el mero hecho de ir vestida así implicaba que sabía pelear, como mínimo. Si Loki resultaba vencedor, en fin, puede que hiciera de tripas corazón y… Como leyéndole la mente, el Dios del Caos alzó las cejas y se mostró muy impresionado, como si hubiera sufrido una especie de epifanía.

―¡Vale, ya entiendo! Lo que quieres es que luche contra ella ―exclamó con cierto sarcasmo, incluso desdén, como si aquella ocurrencia fuera lo más ridículo del mundo. Tampoco es como si no se atreviera a enfrentarse a Sigyn, simplemente no le veía el sentido en aquellos instantes―: Cuando gane, seguiré siendo el mismo genocida para ti. ¿Me permitirás entrar a Ta Lo igualmente, guardián de pacotilla?

―Relájate, amigo ―respondió Shaun, quitándole el hierro al asunto y desacreditando a Loki con su actitud bromista y ocurrente―. Es que estoy aburrido. Además, percibo un par de cosas. Una, que tienes una excesiva confianza en ti mismo y no ves ni remotamente posible que alguien como ella te venza, cuando yo, "un simple humano", te acaba de superar. Sinceramente, no opino igual que tú. Pienso que te aplastará sin mayor dificultad.

Loki bufó de forma sardónica. Lo primero, él no lo había superado. Jamás podría. Apenas le había empujado, y poco más. Lo segundo, si Shaun pensaba que saldría perdiendo en una pelea contra Sigyn era porque se trataba, precisamente, de un simple humano que apenas sabía nada sobre ellos y que se sentía intimidado por la mujer. No debería ser difícil salir triunfante cuando se estaba en igualdad de condiciones con la asgardiana. Es más, puede que, incluso, jugase con cierta ventaja dada su naturaleza férrea de gigante de hielo. Casi como en una carrerilla, el Dios del Caos rebatió a Shaun con todos estos argumentos, muy para la sorpresa de la que en otra vida habría sido ya, a estas alturas, su fiel esposa.

―¿En serio crees que sería tan fácil vencerme? ―preguntó una indignada y dolida Sigyn, propinándole un golpe de realidad que lo sacó de su repentina nube de egocentrismo. Loki deshizo su semblante altanero para observar a la diosa de manera mucho más calmada y genuina. Ella lo miraba como decepcionada, y es que el Loki al que antaño había conocido jamás habría pensado, o al menos afirmado, lo mismo.

En realidad, Loki pensaba maravillas de Sigyn. Casi todos los Lokis del multiverso lo hacían, incluso aquellos que la vejaban constantemente. Ella sí que era, en todos los sentidos posibles, muy superior a él. Por eso se sorprendió tanto a sí mismo de haber soltado aquella retahíla de afirmaciones amargadas, presuntuosas e insolentes. Loki, ¿vencer a la hija del Dios de la Guerra? En fin, sí se veía capaz… Pero, a su vez, por supuesto que no la tomaba por alguien tan enclenque o insustancial. Simplemente se había dejado llevar por la obstinación y el orgullo del momento. Sin saber muy bien cómo enmendar las cosas, se llevó la mano a la nuca durante unos instantes, observándola de forma apologética.

―Pues, a ver… No lo sé, Sigyn, tengo bastante más experiencia que tú.

Aquello no ayudó, para nada. La respuesta más inmediata de la diosa fue revolverse incómoda y pasar todo el peso de su cuerpo de un pie al otro mientras se llevaba el brazo izquierdo a la cadera. En un talante bastante más orgulloso, a la defensiva, le acabó espetando algo así como "y yo bastante más formación que tú".

―Quiero quedarme a ver esto, padre ―le susurró Love a Thor, que no sabía dónde meterse para no presenciar aquella discusión de pareja. Entretanto, el guardián de los Diez Anillos observaba la divertida escena en silencio. Algo en la relación de los dioses le había recordado al matrimonio de sus padres, Xu Wenwu y Ying Li, dos fuerzas tan arrolladoramente opuestas, como paradójicamente complementarias.

―¿Asumo que exiges una pelea sin poderes? ―suspiró Loki, con los brazos extendidos en plan interrogante.

―Pues claro, sin poderes ―concordó Sigyn, como si aquello fuera más que obvio y sin ocultar del todo su evidente orgullo herido. No podía evitarlo, pensó Loki. Se veía ridículamente adorable cuando le salía humo por las orejas. Era imposible contener aquella sonrisita picarona que esbozó casi de inmediato y que no hizo más que avivar la paulatina cólera de la asgardiana.

―Lo dices porque en eso no tengo rival, pero de acuerdo. Con todo, lo justo habría sido permitir el uso de la magia para equilibrar las cosas ―bromeó. Aunque accedería a luchar a puños si hiciera falta, Loki empleó la verdad y la fanfarronería a partes iguales para seguir espoleándola, en su justa medida.

―¿No habías dicho que tenías más experiencia que yo en la lucha? Pues demuéstralo. No necesitas tus poderes.

―Vale, pero despójate de la armadura de Khonshu ―aquella sí fue una petición formal, por lo que Loki alzó el dedo para matizar la segunda de las normas. Solo entonces esbozó Sigyn una sonrisa algo más picarona, haciendo alusión a las capacidades regeneradoras del traje ceremonial, y de cómo este impedía el mismísimo deceso de su portador.

―¿Es que piensas matarme?

―No, claro que no, pero agudiza tus sentidos y reflejos. Te hace más rápida, más ágil y seguramente más escurridiza de lo que ya eres ―dicho esto, con un relámpago socarrón en los ojos, las manos de Loki invocaron las dagas que previamente había lanzado contra Shang Chi, quien establecería las últimas reglas de la pelea: podían emplear las armas y ganaría quien primero inmovilizase al otro. En ese sentido, Loki hizo el siguiente comentario sarcástico―: La altura no juega a tu favor, Sigyn.

No había sido más que una observación. Sabía bien lo que era destacar por su altura o falta de esta, como era el caso de Sigyn. Loki siempre había sido el hombre más alto de Asgard, pero un renacuajo bajo los estándares jotnar. Que ella lo inmovilizase resultaba prácticamente inconcebible, o eso pensaba. Por su parte, la Hija de la Guerra ya no portaba su flamante armadura. Volvía a estar vestida como antes. Por suerte, no iba vestida en traje o en tacones. No era estúpida, sabía que debía ser prevenida y escoger ropa que le permitiera moverse con facilidad en este tipo de excursiones.

―Simplemente, no te contengas, ¿vale? ―sonrió la diosa, invocando una hoz en cada mano, tal y como él había hecho anteriormente. Invocar armas o no, claro, ni siquiera contaba como hacer magia.

―Por mi orgullo, jamás lo haría ―concluyó Loki, aunque, a decir verdad, se vio tentado a dejarle ganar. Simplemente por aliviar la tensión que recién se había materializado entre ambos.

Loki y Sigyn se situaron en el centro del claro, ajenos a las atentas y expectantes miradas de los demás. Antes de saltar a la acción, tantearon el terreno como si estuvieran acechando a su presa, formando una especie de círculo en el que se escanearon mutuamente. Sus figuras elegantes y esbeltas se movían con cautela, incluso con cierta complicidad. Las armas de ambos brillaban con un resplandor inquietante, tanto como los ojos centelleantes de Sigyn, quien hacía girar sus hoces curvas con destreza. Entonces, tal y como había anticipado, el formidable dios se le abalanzó como una fiera.

Los dos dieron comienzo a una especie de tango que, de haber querido, o de haber sido un poco más inexperta, habría resultado crítico o mortal. Sigyn esquivaba los golpes de las dagas con movimientos fluidos; sus hoces paraban cada ataque con precisión. La mujer era rápida, eso había que reconocerlo, impredecible también la mayoría de las veces. Los dioses chocaban en un torbellino de acero y química innegable. Loki sonreía, gratamente sorprendido, incluso excitado por la situación. Ella también parecía estar disfrutando del desafío. Ignorando el cansancio de que todos sus intentos por desgastarla fueran tan fácilmente eludidos, Loki se dispuso (inmediatamente, además) a buscar una debilidad, un momento de torpeza.

―Apenas puede echarle el guante ―observó Thor, fascinado. En ese punto, el Dios del Trueno estaba sentado junto a Shaun, con Love sobre su regazo compartiendo las galletas que su tía había comprado poco antes para ella.

―Es como una mariposa ―comentó la niña, a lo que el guardián de los Diez Anillos, chocando los nudillos con los de la pequeñaja, añadió: "fácil de ver, difícil de atrapar".

Las dagas del dios cortaban el aire con tremenda ferocidad, llegando a deslizarse por las hojas de las hoces numerosas veces, lo cual provocaba chirriante sonidos e implacables chispas. Ella se movía con gracia, evitando cada una de sus arremetidas. Finalmente, Loki vio la ansiada oportunidad. Giró sobre sí mismo, desviando una de las hoces y arrebatándole la otra con su daga. La mujer se tambaleó, sorprendida, momento que el dios utilizó para empujarla contra el grueso tronco de un árbol. Ambos cuerpos colisionarían con violencia.

―Esquiva y escurridiza, en efecto. Incluso con esas, ¿ves cómo iba a ganarte, querida? ―bromeó Loki, su cálido aliento rozando la mejilla de la mujer. La tenía rodeada con sus férreos brazos, los dos en el suelo, siendo ella la que estaba debajo.

Las dagas de Loki apuntaban peligrosamente a su delicado cuello de cisne, aunque ella no se sintiera aparentemente intimidada. Tampoco era como si debiera estarlo, pues en ningún momento había tenido intención de herirla. La lucha continuó, y todo gracias a que Sigyn actuó de forma un tanto rastrera, hurgando en la herida que Loki se había hecho en el brazo poco antes al adentrarse en el bosque de bambú hechizado. Aquello hizo que cediera su agarre.

Momentáneamente, la pelea retomó el chirriante sonido del acero. Ninguno estaba dispuesto a dar su brazo a torcer hasta que, un tanto harto de la situación, Loki decidió tirar sus dagas al suelo, alzando las manos como proponiendo una pelea a puño desnudo. Propuesta que la Diosa de la Fidelidad servicialmente aceptó. En adelante, ya no hubo armas, solo el espacio entre ellos. Sigyn se alejó un poco, elevando las hojas del entorno gracias a la suave brisa generada por sus pies deslizándose por el terreno. Ahora sí, atacó ella primero. Estaba desesperada por demostrar que podía ganarle. Loki era quien bloqueaba cada golpe ahora, sintiendo la intrépida fuerza de Sigyn agarrotarle los tríceps. Se movieron en un extraño baile en el que sus cuerpos se rozaban y se estremecían al instante.

Pero, al cabo de un rato, la mujer decidió cambiar de táctica. En lugar de golpes directos, volvió a confiar en su agilidad. Saltó, empleando el entorno para impulsarse y lanzarse a los hombros de Loki. Con todo, antes de alcanzarlo, tomó algo de velocidad haciendo que su cuerpo girase varias veces de forma espectacular en el aire. Finalmente, le rodeó el cuello con las piernas y él cayó hacia atrás, llevándola consigo. Rodaron, ambos luchando por la ventaja. Al final, logró atraparla en una llave. Sigyn se resistió, y no se rindió. De alguna manera, logró escabullirse y propinarle un puñetazo en la garganta, momento que la diosa aprovechó para invocar su arma favorita. Loki se retorcía en el suelo, entre sordo por el dolor y angustiado por la falta de respiración. De alguna manera incomprensible y retorcida, estaba orgulloso de ella por aquellas tácticas tan ruines.

Al girar y colocarse boca arriba, se vio apresado por el filo en C de una guadaña. Algo así como había hecho Khonshu anteriormente cuando visitaron su templo en busca de alianzas. Sigyn respiraba de forma agitada, pero se mostraba serena, incluso soberbia. Es más, apenas había recuperado el mínimo aliento, no dudó en esbozar una sonrisa satisfactoria. ¿Decía antes de su altura? De pronto se sentía grandiosa y descomunal.

El Dios del Engaño dejó escapar una carcajada ahogada cuando la guadaña se evaporó en el aire. Aunque Loki disfrutara siendo el dominante, parecía que le estaba cogiendo el gustillo a eso de ser el sometido. Compadeciéndolo un poco, e ignorando los aplausos del público improvisado, Sigyn le ayudó a levantarse y lo reconfortó con una serie de palmaditas en el hombro. Después, miró al guardián de Ta Lo y comunicó su inamovible decisión: se quedaría con Loki, aguardando allí afuera hasta que Thor y Love regresaran.


No tardaron mucho en tumbarse en el suelo. Dado el transcurso del tiempo y el propio clima del entorno, ya ni siquiera estaban tan mojados como antes. En fin, ni siquiera estaban enfadados. ¿Lo habían estado?, se preguntó Loki durante unos instantes. En realidad, una ínfima parte de él se había indignado por el tema de las pastillas abortivas, algo que ninguno de los dos había querido comentar en lo que ya iban siendo, al menos, un par de horas. Tal vez, lo mejor sería olvidarlo. Con esto en mente, Loki miró a un lado, perdiéndose como hacía siempre en la visión de su amada Sigyn, en la curvatura de su nariz respingona y en el adorable lunar al final del arco de su ceja.

―¿Tienes algo que decirme, Loki? ¿Por qué me miras si no, como si fuera un gatito callejero al que deseas llevarte a casa? ―quiso saber Sigyn. Ella, sin cambiar su semblante o postura, se dedicó a intentar controlar aquella sonrisa bobalicona que compartía con el infame Dios del Caos. Todavía miraba hacia arriba, esperando divisar alguna estrella aletargada por ahí, entre la frondosa vegetación de los árboles que tanto les impedía admirar el paisaje nocturno.

Noche, al fin. O empezaba a serlo, lo cual tampoco estaba mal. Después de días interminables, en el sentido más literal, Loki sintió que aquellos primeros indicios de oscuridad comenzaban a recargarle las pilas. Y eso que tenía una pinta horrible. Aunque la herida de su brazo no fuera supurante, necesitaba de alguna especie de tratamiento, y pronto. Ya en frío, le dolía bastante más que en caliente.

―Por suerte, no necesito el permiso de nadie para saber si me puedo quedar contigo, gatita ―bromeó Loki, esbozando una sonrisa de naturaleza similar a la de ella, que no hizo más que ampliar al escuchar semejante zalamería. A continuación, sacó el teléfono móvil de su bolsillo, así como un par de auriculares y, tal y como había hecho con Sylvie en su día, le tendió uno a Loki, siendo aquel el primer momento en el que le dedicaba una mirada directa desde que Thor y Love se habían marchado con el guardián de los Diez Anillos.

Por supuesto que Loki había observado a Sylvie cuando se había alojado en casa de Sigyn durante un breve periodo de tiempo antes de partir a Egipto. Las había visto verbalizar sus preocupaciones en la misma cama que había compartido con su querida apenas la noche anterior. Incluso, había presenciado el confuso beso que su variante le había robado. Con todo, se dijo que él también quería vivir momentos similares de tranquilidad con su amada, así que gustosamente aceptó el dispositivo y se lo colocó en el oído derecho imitando a la propia Sigyn, que se ponía el suyo en el izquierdo.

Sin articular palabra, ella rebuscó algo en una lista de reproducción proyectada en la pantalla de su celular. Nuevamente, el grato sonido de los violines. Ante la música que resonaba en el interior de su tímpano, Loki sintió una serie de escalofríos, motivo de diversión, al parecer, para la Diosa de la Fidelidad.

―¿Qué pieza es? ―preguntó Loki, frunciendo el ceño intrigado. Acostumbrado a las melodías de la corte asgardiana, esta nada tenía que ver con todo lo que Loki hubiera escuchado antes, y eso que los violines no eran instrumentos extranjeros en palacio. Aun así, la música le transportó, casi inmediatamente, a su pasado en Asgard. Cargaba consigo un toque de magia y misterio que le llevó a idealizar todos los recuerdos del que en su día había sido su hogar.

―Aún no le he puesto título ―reconoció Sigyn, recordando la tarde en la que se había atrevido a experimentar con su ordenador y grabar, capa por capa, la brillante sinfonía.

―¿Esta eres tú? ―cuestionó, maravillado―. ¿Cómo? Suena a toda una orquesta.

―Es cierto, parece que no esté sola tocando este tema. La tecnología humana es fascinante, ¿verdad? No están muy lejos de que la Inteligencia Artificial empiece a hacerlo todo por ellos ―los ojos de Sigyn, se fijó Loki, relampaguearon momentáneamente por la nostalgia, a pesar de su actitud entre risueña y orgullosa―. Mis padres me trajeron un violín de su último viaje a Midgard y me hablaron de un músico italiano que rompía las cuerdas durante sus actuaciones. Su técnica virtuosa y su pasión por la música lo llevaban a ese límite, al parecer. Se decía que sus cuerdas se desgastaban rápidamente debido a la intensidad con la que tocaba. A veces, incluso, llevaba algunas de repuesto para reemplazarlas en medio de sus conciertos. "El violinista del diablo", lo llamaban.

―¿Cuántas cuerdas has roto tú haciendo esto?

Loki le miró de forma divertida, como si fuera una pillina que recién se acabase de meter en un aprieto. Pero la maestría de Sigyn ni siquiera llegaba al nivel del mítico Paganini. Ella era una entusiasta que encontraba en la música una vía de escape, nada más. Tampoco es como si pagase sus facturas. Hubo un tiempo en concreto en el que, al igual que la restauración de la stavekirke, supuso una fuente de gran consuelo para ella. Durante aquellos años, había roto bastantes cuerdas de su violín acústico, aunque no por motivos de habilidad o destreza, sino por su frustración y duelo emocional.

―Ninguna, las cuerdas de los violines eléctricos están hechas de acero, níquel o tungsteno. Son mucho más resistentes que las tradicionales. Aunque el sonido que emiten no sea el mismo, hay algo de gratificante en el desahogo de ese tipo de música, ¿no crees? ¿Te gusta?

Completamente embelesado por la lección de música, Loki comenzó a pensar en que había más similitudes que diferencias entre ellos, pese a todo. Cierto, su sentido de la justicia contrastaba con la naturaleza poco confiable de Loki. Con todo, había un motivo por el que todos los Lokis acababan fijándose en aquella mujer, al fin y al cabo. Más allá de su sentido de la lealtad, de su capacidad para empatizar con alguien que mostraba tantos altibajos y conductas destructivas, más allá de su capacidad para la comprensión y el perdón, Sigyn era tan inteligente y versada como él en sus respectivos campos. Y tenía de sincera lo que él de mentiroso, aunque no se encontrase en su momento más álgido como maestro del engaño.

―Un violín siempre invita a bailar, independientemente de sus cuerdas ―reflexionó en voz alta, como en un suspiro. Casi sin darse cuenta de que se había reincorporado, Loki instó a Sigyn a hacer lo mismo y adquirió una pose solemne. Se irguió con el característico porte de príncipe que siempre sería y, hecho esto, levantó los brazos de ambos y los colocó en una posición inicial que Sigyn deshizo de inmediato, presa de la vergüenza.

―¿Qué? No, yo no bailo. Al menos no el tipo de baile que sugieres tú ―reconoció, riendo entre dientes de forma nerviosa. Loki se mantuvo así durante unos instantes, incapaz de contener su sonrisa picarona y teniendo que relamerse los labios ante la contagiosa sensación de rubor de Sigyn. Incluso con el maquillaje ciertamente corrido por el chapuzón de antes, le pareció el ser más hermoso. Se forzó a poner una cara mucho más seria, señorial, y volvió a proyectar aquella armadura que tanto le gustaba.

―¿Osas rechazar así al príncipe de Asgard? ―preguntó, fingiendo una cierta indignación. A continuación, colocó la mano en la espalda de la asgardiana y la invitó a mirar a distintos puntos del claro. Había que echarle algo de imaginación―. Vamos, sé que mi reputación me precede, pero creo que soy la figura más afín a ti en esta corte. Mira a tu alrededor, bárbaros por aquí, más borrachos por ahí, doncellas chismosas por allá. Sin olvidarnos de mi madre, la reina, que nos observa impaciente. Me matará si no aprovecho esas ridículas clases de baile de salón contigo.

Loki esbozó una sonrisa, recordando a su difunta madre. De hecho, se quedó pasmado durante unos instantes, observando un punto vacío del entorno como si la mismísima Frigga estuviera allí, observándolo con ese rictus complaciente en los labios. ¿Estaría orgulloso de él? ¿De su sacrificio? ¿De la mujer que había escogido? Tanto le había martirizado con eso de asentar la cabeza y asegurar su linaje, y tanto la había ignorado… No se había tratado de una reina pidiendo disciplina, exigiendo que acatara sus obligaciones de príncipe. Se había tratado de una madre que simplemente quería ser abuela, y verlo feliz.

―Te compadezco, de verdad, pero no sé bailar este tipo de música, aunque la haya compuesto yo misma. No atendía a esas fiestas de las que hablas ―razonó Sigyn, dándose la media vuelta para darle la cara, desafiante. Solo así logró sacarlo de su repentino ensimismamiento.

―No tiene mayor complicación, créeme. Además, te ves arrebatadora en ese vestido dorado… ―dicho esto de forma muy lisonjera, Loki le dedicó una mirada llena de lujuria que la recorrió de cabeza a pies.

Instintivamente, Sigyn no pudo evitar hacer lo mismo y se miró de arriba abajo, comprobando que su cuerpo lucía ahora un vestido de noche opulente hasta el suelo. Tenía un escote en V y mangas cortas que se extendían como una especie de capa corta de diseño fluido. El tejido parecía estar adornado con brillos o pequeños cristales lujosos, lo que le daba un efecto suntuoso y acaudalado a su portadora. La cintura estaba acentuada por detalles fruncidos que se reunían en el centro y creaban una especie de punto frontal que realzaba su figura. La falda, se fijó, caía con gracia hasta el dobladillo. Aunque quiso hacerse la molesta, y le dedicó una mirada de desaprobación, Loki supo enseguida que no estaba enfadada con él.

―Es como si la mismísima Frigga lo hubiera escogido para ti, sabiendo que no podría resistirme a los encantos de una mujer como tú ―continuó el adulador dios, sin evitar añorar a la mujer más importante de su vida, su madre, y preguntarse si realmente aprobaría de su elección. Por supuesto que la aprobaría, se repitió mentalmente. A Frigga le habría encantado Sigyn como nuera―. Ella ansía desesperadamente atarme a alguna joven lo medianamente virtuosa para que me aleje de mi naturaleza celosa y volátil, ¿sabes? Hablando de virtud o falta de ella… A riesgo de que esto suene descortés por mi parte, la expectación solo me anima a colarme por debajo de tus faldones.

Aunque Sigyn encontró verdaderamente esclarecedor todo lo que Loki mencionó sobre la relación con su madre, no pudo evitar sentirse algo infantil y ridícula ante aquel juego. Aquellos tiempos, además de lejanos, se le hacían sumamente extraños. Además, la mujer que era hoy en día no tenía color con la que había dejado atrás en Asgard. No obstante, debía admitir que ese vestido que Loki había creado para ella se veía especialmente distinguido en su cuerpo. De hecho, era mucho más de su estilo que el que llevaba puesto durante el Día del Recuerdo.

―¿En serio estamos haciendo esto?

―Dime, ¿qué eres? ¿Humana o asgardiana? ―la incitó Loki, instándola de nuevo a alzar los brazos. Demonios, incluso dispuesto a rebajarse a enseñarle estúpidos bailes regios, no se lo estaba poniendo nada fácil.

Aquella pregunta pareció turbar a Sigyn, quien el día anterior, precisamente, ya le había confesado que no sentía que perteneciese a ninguna de las dos civilizaciones por completo. Con todo, espoleada por la imperial apariencia de Loki, alzó el mentón y se recordó a sí misma de quién era hija.

―Asgardiana, pero incluso aunque esta situación fingida fuera real te respondería algo así como: "Príncipe Loki, majestad, nada me halaga más que se haya fijado en mí esta noche. Aunque espero que haya advertido el agrio descontento de mi mirada, pues ni deseo bailar, ni me agradan las inmundicias de hombres como usted". Bueno, en realidad, te habría tuteado a pesar de tu condición de príncipe. O quizás precisamente por eso.

Loki ladeó la cabeza, observándola con especial diversión, preguntándose si Sigyn había sido realmente tan dura de roer en sus años más mozos. Daba igual, seguía pareciéndole adorable. De hecho, se preguntaba cómo un hombre con una reputación tan espeluznante como la suya era incapaz de resistirse a los dulces encantos de la diosa. Luego, recordó que Sigyn no era tan inocente como aparentaba…

―Anoche no decías lo mismo de mis inmundicias. Es más, pienso que es mi depravado, directo y transparente carácter lo que más te gusta de mí ―susurró junto a su mejilla de forma provocadora, llegando a advertir un momento de flaqueza por parte de la flamante rubia.

La música seguía reproduciéndose en sus oídos, una melodía etérea que se entremezclaba con el constante canto de los grillos y el insomne arroyo. La noche había caído hace horas. Ahora, la oscuridad era mucho más profunda. A medida que avanzaba, Loki notaba cómo las facciones de Sigyn se desvanecían en la penumbra, quedando apenas como una sombra pálida y borrosa a su lado. Sin embargo, esos breves destellos de luz eran suficientes para guiar sus movimientos, permitiéndole a él señalar y a ella seguir sus indicaciones con una mezcla de timidez y determinación.

La situación era casi surrealista. Jamás había pensado que se encontraría en una posición como aquella, enseñando a alguien cómo bailar. Y menos aún a una mujer. Sus movimientos, aunque mejor o peor ejecutados, eran patosos y descoordinados. Pero Loki no se quejaba. De hecho, había optado por no corregir sus pasos. Estaba más interesado en guiar los fluidos movimientos de sus brazos, sintiendo el contraste entre la suavidad de su piel y la fuerza latente bajo ella. Antes, cuando habían luchado, había parecido que estaban bailando. Había algo casi poético en la forma en que sus cuerpos se movían en sincronía, en cómo anticipaban los movimientos del otro, en cómo cada golpe, cada esquiva, parecía formar parte de una coreografía perfectamente ensayada. Pero ahora, este baile era diferente. No era una batalla, sino un intento de conexión.

Sin embargo, la coordinación de Sigyn no tardó en fallar. De repente, sus brazos chocaron, y uno de ellos golpeó el brazo herido de Loki. El dolor fue agudo, una punzada que le recorrió el cuerpo, haciéndolo detenerse en seco. Durante unos instantes, apretó los dientes, cerró los ojos con fuerza, luchando contra la imperiosa necesidad de soltar un alarido. El dolor era una vieja compañía, una sombra siempre presente en su vida, pero en ese momento, en la intimidad de la noche, se sentía más intenso, más real.

―Lo siento ―se apresuró a disculparse Sigyn. Sus manos se movieron instintivamente hacia la herida, pero se detuvieron a medio camino, no queriendo tocar sin aportar soluciones efectivas. Loki, con el dolor todavía pulsando en su brazo, observó cómo la asgardiana se cubría la boca con las puntas de los dedos, una muestra de la ansiedad que sentía en ese momento―. Siento lo de ahora y siento lo de antes. No debí hurgar en la herida de tu brazo, ni golpearte la garganta. Fueron golpes bajos que rebajaron el nivel de la pelea completamente. No hay nada de honorable en haberte ganado bajo esos términos.

Las palabras de Sigyn flotaron en el aire. A pesar del dolor en su brazo, no podía evitar encontrar un cierto humor en la situación. La torpeza de Sigyn, la seriedad con la que se tomaba cada pequeño error, la vulnerabilidad que mostraba en ese momento… todo ello despertaba en Loki una mezcla de ternura y diversión.

―Sigyn ―suspiró finalmente, esbozando una sonrisa socarrona―, no necesitas disculparte. Aunque tu táctica no haya sido lo que algunos considerarían noble, ha sido efectiva. Una victoria es una victoria, ¿no?

A pesar de la sonrisa ladina de Loki, Sigyn no parecía ni tan divertida, ni tan convencida. Su expresión seguía siendo de arrepentimiento.

―No sé, Loki. A veces olvido que soy hija de mi padre. No debería estar usando trucos sucios para ganar una pelea ―explicó ella, llevándose la mano a la nuca, un gesto que delataba su creciente incomodidad. Sus pasos se convirtieron en un paseo reflexivo en círculos. El dispositivo móvil que había estado reproduciendo música se había quedado inactivo entre sus manos, su luz apagada, simbolizando el silencio que había caído entre ellos.

Loki dejó escapar una risa suave y sacudió la cabeza.

―Ser la hija de Tyr no te obliga a ser una copia exacta de él. Tienes tus propios métodos y tu propio estilo. Si quisiera pelear contra alguien que sigue el estricto código del honor, me enfrentaría a mi hermano o al guardián ese de pacotilla de nuevo ―dijo Loki en tono ligero. Mientras hablaba, comenzó a rodearla con pasos calculados, como si estuviera trazando un círculo invisible alrededor de ella… un símbolo de protección o tal vez de posesión―. La fuerza no proviene únicamente de seguir un conjunto de reglas o de pelear con honor en cada batalla. También proviene de adaptarse, de ser flexible, de saber cuándo romper las reglas si es necesario. Además… ―continuó, su sonrisa transformándose en una expresión traviesa―. Siempre resulta útil tener a alguien a tu lado que no juegue limpio de vez en cuando. Mantiene las cosas interesantes.

Aunque la reflexión de Loki era razonable, casi persuasiva en su lógica torcida, Sigyn negó rápidamente con la cabeza. La introspección de la asgardiana era evidente, y Loki, siempre tan agudo en su percepción, no tardó en notarlo. Parecía haber viajado a un lugar lejano, un sitio más íntimo, profundo y oscuro. Era como si, de repente, la conversación hubiera tocado su fibra sensible. El peso de esos pensamientos se volvió tan palpable que Loki, sintiendo la creciente distancia entre ellos, decidió intervenir antes de que ella se desvaneciera completamente en su propio mundo.

―Sigyn ―insistió Loki con suavidad, sus manos buscando las de ella, como si el contacto físico pudiera anclarla al presente. Al principio, pareció resistirse, pero finalmente se dejó llevar, permitiendo que él las estrechara con delicadeza. La diosa respiró hondo, pero en lugar de devolverle la mirada, prefirió fijar su atención en las ondulaciones del agua.

―A pesar de los años, me es inevitable pensar en mi padre tanto como he pensado en ti todo este tiempo ―confesó finalmente. Las palabras salieron con dificultad, como si cada una de ellas fuera una piedra pesada que llevaba tiempo guardada en su mochila emocional. Mientras hablaba, Loki notó un cambio en su tono, un matiz de frustración y decepción que no había percibido antes. Frustración por los recuerdos que la atormentaban, y decepción consigo misma por la decisión que había tomado sin consultarle, como si ese acto unilateral la hubiera separado aún más de él. Pero no hizo referencia a eso, claro―: Hoy, en nuestro duelo… he ganado, pero me pregunto si él habría estado orgulloso de la mujer en la que me he convertido.

El silencio se instaló de nuevo entre ellos, uno que esta vez Loki permitió, sabiendo que las palabras no siempre eran necesarias. Además, se sentía profundamente identificado cuando pensaba en su madre, la reina. Los mechones rebeldes de Sigyn se agitaban suavemente con el cierzo, añadiendo un toque de vulnerabilidad a su figura normalmente imponente.

―Tyr me crio solo. Desde que tengo uso de memoria, él ha sido mi roca guía. No era un hombre de muchas palabras, pero cuando hablaba, cada una de ellas estaba cargada de un peso inmenso. Era como si todo lo que decía estuviera esculpido en piedra. Lo admiraba profundamente, aunque muchas veces sus lecciones eran duras. Él me enseñó a ser fuerte, a no depender de nadie. Desde pequeña, me mostró cómo enfrentarme al mundo con coraje, cómo defenderme y mantenerme firme en mis convicciones. Nunca quiso que fuera solo una dama de la corte, y ciertamente nunca quiso que dependiera de ningún hombre.

Loki asintió, conociendo la historia de Sigyn, aunque nunca cansándose de escucharla. Cada vez que oía hablar de Tyr, sentía un respeto tácito por el hombre, pues había sido él quien había moldeado a la mujer que amaba. Asimismo, sentía también una cierta envidia, una sensación de ser siempre comparado con una figura difícil de igualar y más difícil aún de superar.

―Pero hubo un momento, cuando era adolescente ―continuó Sigyn―, en el que pareció pensárselo dos veces y consideró mandarme a palacio. Pensó que aprender a comportarme en sociedad me enseñaría a navegar las altas esferas y me aseguraría una vida más estable. Yo me negué. Nunca me había dado miedo decirle que no a mi padre. Él mismo me había enseñado a ser así de obstinada. Incluso me negué a abandonarlo el día de su muerte, aunque finalmente cediera a su enfado.

El Dios del Engaño sonrió ligeramente, imaginando a una joven Sigyn llena de determinación, enfrentándose a Tyr con esa misma convicción que la había llevado a rechazar el destino que otros querían imponerle. Incluso aunque eso hubiera supuesto no haberla conocido hasta ahora.

Resultaba extraño cómo los recuerdos podían ser tan vívidos, casi tangibles, cuando uno menos lo esperaba. La mente de Sigyn regresaba a los días en los que su padre, el gran Tyr, intentaba inculcarle valores que para él eran irrefutables. Pero ella siempre había tenido una visión distinta, al menos de ciertas cosas, una que nunca encajó del todo en las expectativas de su progenitor.

―No quería ser una pieza más en el juego político de Asgard, cómplice de ese sistema social tan caduco. Quería entender el mundo, no solo adornarlo como una figura más en la corte. No te ofendas, pero… mudarme a palacio iba en contra de todos mis principios. Ya sabes, yo nunca apoyé la corona. Simplemente me resigné a vivir bajo su mandato porque era lo que me había tocado ―explicó, ahora sí, fijando la mirada en la de Loki (no sin haber tragado saliva del nerviosismo, claro).

Pero a Loki que Sigyn no aprobara la monarquía le importaba más bien poco. Por supuesto, era lo que todo él había conocido y, dado su privilegio, todo lo que siempre había defendido. Que Sigyn la aborreciera no alteraba el hecho de que se había enamorado de un príncipe en todos sus efectos.

―Aunque le costó mucho, Tyr acabó respetando mi decisión ―prosiguió―. Pero, a veces, cuando miro atrás, me pregunto si lo decepcioné al rechazar la vida que él pensó sería la mejor para mí. Él era un dios temido y respetado. Mi madre, mejor amiga de la reina. Yo, en cambio, he pasado mi vida persiguiendo conocimientos, evitando la batalla y las fiestas sociales siempre que he podido. Hoy, en nuestro duelo, he ganado con trucos y astucia, no la fuerza que él tanto valoraba, ni mucho menos comportándome como la doncella grácil que había sido su esposa.

Loki sentía la lucha interna de Sigyn, su deseo de ser fiel a sí misma y, al mismo tiempo, la culpa que llevaba por no haber seguido el camino que su padre había trazado para ella. Él conocía bien ese tipo de dilemas, habiendo pasado la mayor parte de su vida debatiéndose entre las expectativas de los demás y sus propios deseos.

—Sigyn, tu padre lo hizo lo mejor que pudo, como lo está haciendo Thor con Love ahora mismo —prometió Loki, su voz impregnada de una convicción férrea e inalterable—. Te dio la libertad de ser quien realmente querías ser, y elegiste un camino que refleja tu verdadero yo. No debes medir tu valor por los estándares de otros, ni siquiera por los de tu padre. Tyr te respetaba porque vio en ti a una mujer de mente aguda, con una pasión por la política y la historia que podían cambiar el mundo tanto como cualquier espada. Eso no es incompatible con el deseo de educarte en la alta sociedad y asegurarte un futuro más cómodo e imperturbable. Ahora, aunque no estás en el campo de batalla, estás librando tus propias guerras de una manera que él tal vez nunca imaginó. Eso no es una traición a su legado, es una evolución de él.

Sigyn se permitió sonreír, aunque todavía sentía el peso de la incertidumbre. Entre otras cosas, era difícil no pensar en lo que podría haberse convertido, en cómo su vida habría sido diferente si hubiera aceptado internar en palacio. Para empezar, habría conocido a Loki mucho antes, se habría enamorado y, en efecto, habría encontrado la seguridad de una relación marital con el mismísimo príncipe, nada menos. Pero aquello jamás había sucedido así para ellos.

Aunque las palabras que Loki le había profesado eran hermosas y abrumadoras, no podía evitar preguntarse: ¿era aquella la clase de futuro que su padre habría aprobado? En lo relativo al amor, ¿habría estado satisfecho? Ningún padre en su sano juicio querría que su adorable hijita acabase con alguien tan demente y lunático como Loki, aunque él ya no fuera nada de eso. Pero Odín y Tyr habían sido tan tiranos en el pasado como lo había sido Loki hace no tanto, ¿no? ¿Habría sido capaz de enorgullecerse de su relación con él?

En lo relativo a la batalla, Loki y Sigyn, ambos dotados de habilidades extraordinarias, habían medido sus fuerzas en un duelo lúdico, sabiendo que el resultado no importaba realmente, al menos no más allá de cuestiones meramente orgullosas. Ella había ganado, y aunque la batalla había sido pareja, al final, había recurrido a un par de movimientos sucios. Una distracción aquí, un truco allí, y había conseguido derribarlo. Él, lejos de sentirse modesto, había reído y la había felicitado por su astucia e ingenio. Pero mientras él se divertía, ella había sentido una mezcla de satisfacción y duda que ahora estaba exteriorizando.

―Tu padre ―insistió Loki, casi como si le hubiera leído la mente― era un guerrero formidable, conocido por su valentía y destreza en lo bélico. Pero también era un estratega, ¿no? Alguien que comprendía que la astucia puede ser tan valiosa como la fuerza bruta. Además, ser hija del Dios de la Guerra no significa que debas amarla. Estoy seguro de que Tyr te quería por lo que eras, no por lo que él quería que fueras.

Sigyn asintió, a pesar de que su rostro se volviera a ensombrecer ligeramente. Instintivamente, apoyó su cabeza en el hombro de Loki, sintiendo el consuelo de sus palabras, aunque todavía luchando contra sus propias dudas.

―No sé si pensaría lo mismo después de haberme visto ganarte con artimañas tan cuestionables ―murmuró, regocijándose en esa inseguridad.

Loki la observó detenidamente. Entendía que Sigyn tuviera dudas insistentes sobre su padre, porque él mismo las había tenido sobre su relación con Odín. Con todo, seguro que Tyr se habría desternillado al oír que su hija había vencido al mismísimo Dios del Engaño con sus propias tretas y maniobras. Tenía pinta de ser el tipo de hombre que disfrutaba de ironías de la vida como esa.

―Primero, permíteme decirte que tus artimañas han sido brillantes ―el dios rio suavemente, llevando la mano sobre la coronilla de la diosa y aspirando el hechizante aroma de su inmaculado cabello―. Pero, más allá de eso, la victoria no siempre se trata de quién es más fuerte, sino de quién es el más creativo. Y ese es un rasgo que posees en abundancia.

―Echo de menos Asgard, Loki, pero su consejo es lo que más añoro. Tú me haces sentir tan segura como él.

Loki levantó una ceja, una sonrisa traviesa curvándose en sus labios.

―¿Segura? ―repitió en tono burlón―. Sigyn, si buscas seguridad, tal vez deberías reconsiderar tu elección de compañía. Soy experto en problemas, el caos encarnado, ¿recuerdas?

Sigyn no pudo evitar sonreír ante la ocurrencia de Loki. Sabía que, detrás de esa fachada juguetona, había un hombre que la amaba profundamente y que haría el mundo arder con tal de protegerla. Mientras se aferraba a esa seguridad que él le ofrecía, otra idea comenzó a formarse en la mente de Loki. Era una idea tan audaz como cualquier cosa que hubiera intentado antes, pero que podría brindarle a Sigyn el cierre que tanto necesitaba.

―Sigyn ―susurró, esta vez con mayor cautela―, ¿y si pudieras ver a tu padre de nuevo?

El corazón de Sigyn dio un vuelco ante la pregunta. Lo miró con una mezcla de incredulidad y esperanza, intentando discernir si realmente le estaba proponiendo lo que creía. Loki, por supuesto, esbozó una sonrisa pilla, esa que siempre aparecía cuando tenía una idea particularmente bribona.

―No te has prometido con un cualquiera, querida. Recuerda que soy Loki, y que ahora más que nunca tengo mis recursos. Podríamos volver a Asgard por un día. Podrías ver a tu padre y aliviar tus inquietudes. Podríamos volver a tiempo para llevar al papanatas de mi hermano y a su diablilla de vuelta a casa.

Sigyn sintió cómo su respiración se aceleraba ante la idea de ver a su padre una última vez, en tiempos más felices, y recordarlo así, dichoso y boyante, y no frustrado como lo recordaba en el fatídico momento de su muerte.

―Mentiría si dijera que no he pensado en nada de eso ―reconoció ella―, pero ¿acaso no es poco ético?

Loki rio con mayor vigor, como si la mera idea de considerar la ética en ese plan le pareciera absurda.

―¿Es una pregunta seria? Aunque he cambiado bastante, sabes que no soy el más versado en la ética y en la moral. Además, eso ahora importa más bien poco. Lo que importa es que soy capaz de concederte ese deseo y debes darme una respuesta. ¿Quieres volver a ver a tu padre?

―Por las nornas, claro que sí.

Con un toque en la tempad, una puerta luminosa se abrió frente a ellos, mostrando el familiar paisaje de Asgard mucho antes del Ragnarök. Loki apretó la mano de Sigyn una última vez antes de cruzar el umbral juntos, listos para enfrentarse al pasado y las respuestas que este podría traerles. Al atravesarlo, Loki y Sigyn fueron recibidos por el resplandor que solo Asgard podía ofrecer. La grandiosa ciudad se desplegaba ante ellos, su belleza intacta y gloriosa, como si el destino cruel que le aguardaba no fuera más que una pesadilla improbable, un cuento de niños.

Para Sigyn, el aire asgardiano tenía un toque de nostalgia. Loki, por su parte, caminaba con una determinación que parecía inquebrantable, aunque, en el fondo, sentía la presión del momento. El semblante despreocupado que solía mostrar se había desvanecido y visto reemplazado por una seriedad que solo dejaba entrever en situaciones de verdadera gravedad. Sabía que, aunque las ramas temporales del multiverso ahora podían crecer en libertad, cada decisión que tomaran aquí podría tener consecuencias impredecibles en las vidas de los habitantes.

—Escucha, antes de que sigamos adelante, hay algo que necesito que entiendas… —comenzó a decir con un tono que no admitía discusión. Pero, antes de que pudiera continuar, la tempad captó su atención con un parpadeo inesperado. Loki frunció el ceño, observando cómo el dispositivo emitía un preocupante zumbido, seguido de un par de chispas antes de apagarse por completo. ¿Qué demonios?, pensó, golpeando el artefacto con la esperanza de reanimarlo.

―No me digas que te has quedado sin batería. Si es una de tus bromas, no tiene ninguna gracia —replicó Sigyn de forma un tanto incrédula.

―Vale, no te lo diré ―respondió el galán dios con su característico carisma, pero esta vez con una pizca de nerviosismo que no pasó desapercibido. Detrás de su intento de humor estaba el reconocimiento de lo crítico de la situación. Las cosas podían complicarse rápidamente si la tempad dejaba de funcionar para siempre. El dios apretó los dientes mientras intentaba encender el dispositivo nuevamente, pero permaneció obstinadamente oscuro—. Esto… no es ideal. La batería ha reventado.

—¿No es ideal? Loki, estamos atrapados en Asgard, en un tiempo en el que ya hay dos de nosotros habitándola. Esto es un desastre —exclamó Sigyn. Miró a su alrededor, viendo cómo la ciudad que tanto amaba y extrañaba ahora se veía como un auténtico delirio—. Me encantaría quedarme eternamente en el hogar que perdimos bajo las llamas de Surtr, pero no es lo que nos corresponde. ¿Cómo vamos a volver ahora? ¿Tienes alguna idea de dónde conseguir una batería de la AVT en Asgard? No creo que las vendan en los mercados, precisamente.

Loki comenzó a caminar de un lado a otro, su mente trabajando a toda velocidad para encontrar una solución. La gente los pasaba de largo y los miraba con suma extrañeza por lo estrafalario de sus ropajes. A medida que las posibilidades se formaban y desechaban en su cabeza, su frustración crecía. La situación, por absurda que pareciera, era desesperada.

—¿Mercados? ¿Mercados? —repitió Loki de forma mordaz mientras seguía paseando de un lado a otro—. No, claro que no, Sigyn. Como bien has dicho, esto es Asgard. Aquí no hay baterías, ni electricidad, ni tecnología basada en la física cuántica y la manipulación del espacio-tiempo.

—Bueno, habrá que pensar en una solución, ¿no? —dijo ella, siempre la pragmática del dúo, manteniendo la calma a pesar del desastre potencial en el que se encontraban. A decir verdad, se encontraba lejos de esa tranquilidad fingida que tanto se estaba empeñando por canalizar—. Podríamos buscar algo que pueda funcionar como fuente de energía, ¿algo mágico? El hechicero más diestro de ambos eres tú. Seguro que se te ocurre algo.

Loki se detuvo en seco, sus ojos serpenteando con una chispa de inspiración.

―¡Por supuesto! La magia. Pero necesitaríamos algo poderoso, algo que pueda contener y encauzar la energía…

—¿Una reliquia antigua? ¿Una gema de alma llena? —sugirió Sigyn, su mente saltando a posibles remedios, ideas y conceptos en los que llevaba mucho tiempo sin pensar, todo a sabiendas de que cada una de aquellas posibilidades implicaba sus propias complicaciones.

—¿Una gema de alma? —Loki arqueó una ceja, estupefacto ante la sugerencia—. ¿Y eso te parece ético? Sabes que se rellenan con almas inocentes, ¿verdad? Implica matar o comprar la muerte de otro ser, puro y sintiente. Sin duda funcionaría, aunque son muy difíciles de conseguir. Las reliquias antiguas tampoco son una opción. Están en la bóveda de Odín, y no soy precisamente bienvenido allí. Nunca lo he sido, ni tan siquiera de joven, ni tan siquiera Thor. Las pocas veces que nos adentramos en la cámara, lo hicimos siempre en la compañía de padre.

Sigyn se quedó callada unos instantes, su mente también trabajando a toda máquina en busca de alternativas, aunque sabía que, a menudo, los planes de Loki requerían una mezcla de astucia y suerte.

―Como si alguna vez eso te hubiera detenido… ―murmuró ella, recordando las numerosas ocasiones en las que Loki había desafiado las reglas, burlado la autoridad, y salido victorioso, aunque no siempre indemne. Eso contaban las malas lenguas, y casi siempre contaban historias de la forma más verídica posible cuando Loki estaba implicado.

―Lo tomaré como un cumplido ―respondió el dios, esbozando una sonrisa lenta, pero descartando la idea enseguida. Sus ojos se dirigieron hacia el centro neurálgico de Asgard, que brillaba en la distancia. Entonces, por un momento, una epifanía cruzó su mirada—. No todo está perdido. Asgard está llena de recursos, artefactos curiosos y, por supuesto, genios incomprendidos. Solo necesitamos encontrar a alguien que pueda ayudarnos a recargar esto... o conseguir una nueva fuente de energía.

―¿Alguien como quién?

—En lugar de ir a palacio, visitaremos a los que realmente entienden de estas cosas. Asgard no es solo dioses y guerreros. Está llena de… personajes útiles —explicó Loki, añadiendo un suspense intrigante a aquella última oración, como queriendo dar a entender algo de base no muy ortodoxa.

A pesar de las dificultades, había pocas cosas que Loki disfrutara más que un buen desafío. Sigyn suspiró, sabiendo que, al final, él siempre terminaba en situaciones como esta, y que la única opción de ambos ahora era seguir adelante.

—Supongo que no tenemos alternativa. Pero debemos añadir otro elemento más a la lista de prioridades —agregó ella, mirando su atuendo deportivo, que destacaba en medio de la estética asgardiana—. Primero, debemos mezclarnos con el entorno. No podemos vagar por el reino con nuestras ropas de Midgard, ni podemos depender de una proyección de las tuyas. Las ilusiones, la distorsión de la realidad. Ninguna de esas magias nos protegerá de potenciales peligros callejeros.

Loki sonrió ampliamente, como si hubiera estado esperando esa sugerencia desde que habían llegado.

—Querida, tu sentido de la moda siempre me ha parecido una de tus cualidades más seductoras —respondió de manera juguetona mientras su mente ya trabajaba en la siguiente parte del plan—. Vamos, conozco un lugar. Echaba de menos una aventura así de familiar y liviana. ¿Lista para dar una vuelta por la gloriosa Asgard antes de que todo se vaya a la mier… al Ragnarök?


Nota de la autora: ¡Hola! Sé que he tardado más tiempo que otras veces en actualizar. Se me ha apilado el trabajo y he alcanzado un punto en el que mi repertorio narrativo está incompleto. Dicho de otro modo, en adelante tengo que completar los siguientes capítulos, redactados a medias o faltos de matices y/o correcciones. Además, el curso escolar comenzará pronto, y con ello volveré a mi trabajo, por lo que me disculpo de antemano. En adelante, os haré esperar un poquito más de lo habitual.

Al grano, os dije que se avecinaban cositas. La primera, el primer momento más íntimo entre Loki y Sigyn, principal motivo por el que esta historia está catalogada como "M" de "contenido maduro". No será el único momento sexual que leáis. Dicho esto, y aunque la escena no haya sido vanilla, precisamente, sí ha sido el momento sexual más dulce que vayáis a leer por el momento. Además de esto, se avecinan instantes de mayor violencia.

Pero, durante este capítulo, he querido incluir el cameo de una película de la fase cuatro que me encantó especialmente. Ya sabéis cuál. Es el motivo por el que nuestros protagonistas viajan a China, aunque… De China a Asgard. Echo de menos este escenario de la primera película, más fantástico, más medieval. En mi cabeza, es un reino que contiene elementos de otros mundos que me fascinan especialmente. Por eso, durante los próximos capítulos, veréis numerosas referencias al universo de Skyrim y World of Warcraft. De hecho, el tema de las gemas de alma lo he sacado directamente de este primero.

Al principio del todo, os dije que los temas de la familia y el luto estarían muy presentes en esta historia. Espero no resultar cansina con ello, pero considero que, al final del día, son preocupaciones muy recurrentes en nuestras vidas, así que también lo deben ser para Loki y Sigyn. Por último, pero no por ello menos importante, simplemente espero no estar "rizando el rizo" demasiado con tanto cambio del entorno. Aunque también hay saltos temporales, en pos de la creatividad, me gusta la idea de que los personajes no se mantengan en un mismo ambiente. Sin nada más que añadir, disfrutad del siguiente capítulo, ya disponible desde hoy mismo.