El alcalde Alberti se encontraba en su despacho en el piso superior del ayuntamiento, ojeando sin interés algunos presupuesto para el mercado local, pero no tenía el ánimo para trabajar, desde que su hija desapareció las fiestas se habían suspendido temporalmente a la espera de alguna pista sobre el paradero de su hija, había doblado el número de guardias que había en la calle, contratado a dos sustitutos del sereno del pueblo y contratado a detectives que fueron incapaces de encontrarla, no estaba en el pueblo y cada día perdía más la esperanza de poder encontrarla.

Ni siquiera sus concejales o miembros de servicio en su hogar eran capaces de animarlo, llevaba días durmiendo en su despacho y la mala calidad de su reposo era cada vez más notable en su aspecto, con una barba sin afeitar, despeinado y con ojeras.

Alberti se encontraba actualmente sobre la mesa de su despacho, con la bolsa de oro con la recompensa por encontrar a Dalila frente a él y varios panfletos de desapariciones de su hija que había pedido imprimir para repartir entre los turistas que se acercaban al pueblo por las festividades.¿Dónde estaría? ¿Quién se la había llevado? Era trágicamente habitual que desaparecieran los niños, pero una chica adolescente, eso ya era demasiado, se había cruzado una línea personal que el alcalde no había podido tolerar.

Se levantó de su asiento, dispuesto a retirarse al sofá de su despacho para pasar otra incómoda noche en su oficina lleno de pesadillas de lo que podría estarle ocurriendo a su hija e insomnio intermitente debido al estrés, como había ido ocurriendo los últimos días.

-¡Alcalde Alberti!- dijo repentinamente una de las doncellas que trabajaba limpiando en el edificio municipal que desde la desaparición se había quedado para intentar animarlo.

-Penélope, por favor, agradezco su esfuerzo, pero tiene una familia, un marido y una hija, váyase a casa.-

-¡Señor, su hija está abajo!- dijo emocionada.

Alberti abrió sus ojos rojos como platos.

-Acaba de regresar ahora.-

Alberti titubeó antes de levantarse bruscamente de su sillón de oficina y bajar a toda prisa las escaleras, recorriendo los pasillos del amplio edificio hasta la entrada principal, tuvo que frotarse incrédulo los ojos ante lo que veía antes de empezar a lagrimear por la emoción, pensó que la había perdido para siempre, que no volvería a verla, había suplicado desesperado a la Estrella Azul que le devolviese a su hija y ahora, tras cuatro días de angustia y temor, ella estaba de nuevo con él.

-¡Papá!- dijo ella acudiendo felizmente a sus brazos.

-Dalila, ¡Oh, Dalila! Menos mal que estás bien...¿qué te ha ocurrido? ¿Dónde has estado?-

-Te lo contaré más tarde, papá yo...-

-¡Usted!- dijo Alberti al ver a un hombre en la puerta principal acompañado de dos policías.- ¿Usted fue quien la encontró?-

-Sí, señor, en el camino de la salida sur del pueblo, a medio camino con el pueblo vecino.-

-¡Qué Dios le bendiga! Recibirá la recompensa de inmediato.-

Alberti se giró ante la criada y la dio una pequeña llave de plata.

-Penélope, vaya a mi despacho y abra el cajón superior izquierdo de la cómoda de la izquierda, en un zurró de cuero está la recompensa que este hombre se merece.-

-Sí señor, inmediatamente.- la criada se retiró a toda prisa subiendo las escaleras de nuevo.

-¡Oh, Dalia!- dijo el hombre abrazando a su hija.- No sabes cuánto te he echado de menos.-

-Y yo a ti también, padre.-

-Gracias por traerla de vuelta.- se dirigió entonces al campesino.

-Espero que la recompensa le sea útil.-entregó el saco de dinero al hombre.

-Lo será señor, pero nada es tan valioso como devolverle a su hija sana y salva.-

El campesino se marchó y la mujer del servicio cerró la puerta.

-Dalila...-

-Papá...-

-¿dónde has estado? ¿Qué ocurrió? Te alejaste un momento y entonces desapareciste como si te tragara la tierra. ¿Y ese vestido?- dijo al notar que su ropa era ahora diferente a la que llevaba la noche que desapareció.

-Una larga historia, no importa, papá escúchame, sé quien ha hecho todo esto, avisa a tus policías, debo hablar con ellos de inmediato.-

-No hija, acabas de llegar, estás exhausta y cansada, no podrás hablar con ellos en tu estado, descansarás hoy y mañana a primera hora el jefe de policía vendrá a hablar contigo personalmente ¿de acuerdo?-

-Sí padre.-

-Vayámonos a casa, llevo durmiendo aquí días, a ambos nos vendrá bien volver a nuestro hogar.-

Salieron del edificio, un carruaje de caballos castaños estaba a la derecha de las escaleras principales, un cochero de piel pálida, uniforme negro y fino bigote les recibió y tras montarse en la cabina el vehículo se puso en marcha. Ambos estaban sentados uno frente al otro en silencio, Dalila le dedicó a su padre una sonrisa débil.

-Dalila, necesito que me hagas un favor.-

-¿sí?-

-Necesito que me digas que recuerdas de estos días, la policía irá mañana a primera hora, pero me gustaría hablar antes contigo.-

-No mucho,- dijo antes de detenerse a pensar bien que quería decirle a su padre, no quería que sus palabras acusasen a Juan ni a su amigo.-Cuando desaparecí me pincharon algún tipo de calmante porque me dormí enseguida.-

-¿Pincharon? ¿Había más gente?-

-No.- dijo rápidamente, solo era un hombre, grande, de ojos verdes… llevaba un abrigo rojo que tapaba todo su cuerpo.- mintió para proteger a sus dos amigos.

-¿Y el lugar donde estabas?-

-Una cabaña en medio de la nada, en uno de los caminos de salida del pueblo, me encerraron en el sótano.-

-¿Te han hecho algo?- dijo agarrando con suavidad el rostro de su hija.- Dalila, soy tu padre, no me enfadaré contigo, pero necesito saber, si...-

-¡¿Qué?!¡no!- dijo al darse cuenta de lo que su padre insinuaba.- Tranquilo papá, nadie me ha obligado a hacer nada que no desease. Solo me retuvieron en una casa.-

-¿Retuvieron? Me dijiste que no había más gente.- Dalila se golpeó a sí misma mentalmente.

-Bueno, esa noche del festival solo vi a una persona, pero en la casa parecía que había otras dos personas, nunca supe quien eran.- mintió.-El hombre que me raptó me vendaba los ojos para que no supiera quiénes eran.-

-¿Y no podrías identificarlos de alguna forma? Tal vez te suenen sus voces o...-

-No.- mintió nuevamente.- No les había oído hablar antes.-

El carruaje se detuvo ante la gran vivienda donde ella y su padre residían.

-Vamos,- dijo su padre saliendo del carruaje y ayudándola a bajar.- entremos, te darás un baño y las cocineras te prepararán algo para la cena, necesitas descansar.-