La sala se sentía helada por alguna razón. Había ponis mirándome, varios de ellos lloraban, pero no de tristeza, sino de orgullo y felicidad.

Justo frente a mí había un pony: tenía las mejillas coloradas y la frente le sudaba; traía un traje negro con una pajarita roja. Lo que me sorprendió es que era un alicornio; su pelaje era azul y su melena verde, como si representara el océano y la tierra.

A nuestro lado, separado de nosotros por una mesa, había un pony de pelaje blanco, con una melena negra bien peinada y traía un suéter negro; hablaba como si le hubieran golpeado en la entrepierna.

¡Chucha, me estaba casando!

—¡Bésense ya, verga! —gritó alguien del público.

¿Y esa impaciencia? No dejan gozar de mi momento especial.

El pony blanco nos dio la orden de besarnos.

Bueno, era mi momento. Me acerqué a mi nuevo marido para besarlo, y él se acercó a mí.

—Espera, ¿con qué botón era? —dijo nervioso.

¿De qué hablaba este imbécil y por qué me estaba casando con él, para empezar?

Cuando me acerqué, noté que tenía algo en mi boca: tenía un martillo; me pregunté por qué coño había traído esto acá. Pero ya ni modo; era el momento del beso. Cerré los ojos y sentía que nuestros labios se acercaban, pero en ningún momento los alcancé.

\\\

Abrí los ojos: ya no estaba en la misma sala, los ponis habían desaparecido; ni el cura ni mi marido estaban presentes.

Me encontré cansado en una cama, acostado de lado. A la par mía, en el otro extremo de la cama, vi de frente a una pegaso, cobijada con la misma manta que yo; escuchaba su respiración, y su pecho subía y bajaba cada vez que inhalaba y exhalaba.

Lo recordé: anoche había aceptado quedarme en su casa; cuando llegamos, tuvimos una discusión por ver quien iba a dormir en el sofá, ya que solo había una cama; yo no peleaba la cama, le dije que estaba bien en el sofá, pero ella insistía en que ella dormiría en el sofá. Al final, como Tuenji tenía un IQ superior al promedio, se le ocurrió la magnífica idea de dormir juntos en la cama. Como me sentía hecho leña, no le discutí más y accedí.

Y ahí me hallaba, en la cama con una pony que apenas conocía. La habitación estaba fría y estaba algo oscura; me imaginé que tocaba día nuboso.

Me levanté un poco. La cabeza me dolía y las náuseas seguían. Sentí que algo me subía en mi interior. Me apresuré a sacar la cabeza de mi lado de la cama, y ahí me encontré con mi mejor amigo el balde para entregarle todo lo que tenía mi estómago.

Acabé de vomitar y la boca ahora tenía un asqueroso sabor a ácido. La cabeza me dolía más y un malestar abrazó mi barriga. Volví a la cama y me acosté boca arriba, jadeando ese espantoso olor de mi boca, infectando el aire.

—Buenos días —dijo Tuenji—, aunque creo que has tenido mejores.

—Te odio —le dije sin volverla a ver.

Tuenji rio.

—¿Disculpa? —dijo—. ¿Te dije que pidieras eso?

—No, pero estoy pensando en que lo hiciste a propósito.

—Es buena teoría —se burló ella.

La volví a ver: tenía la melena desarreglada, y aunque tenía los ojos cansados, reía con ganas. Se tomó su tiempo en estirarse y luego se levantó de la cama. Tomó un peine y se dirigió a un espejo para arreglarse la melena.

—Tenemos cositas de qué hablar —dijo.

—¿Es en serio? —dije con hastío.

—Nuestros problemas aún no terminan, Witer. Esto apenas inicia. Así que levántate. —Se acercó y me quitó la cobija de encima.

—No quiero —dije inmóvil con los ojos cerrados.

—Querrás si no quieres que te tire el balde encima.

—Hazlo si puedes —la reté. No iba a tirarme ese balde lleno de vómito estando yo en su propia cama.

Escuché sus cascos acercarse, y ya sentía el balde por encima de mi cabeza.

¡Está bien, está bien, ya voy!—exclamé abriendo los ojos.

Tuenji me miraba como si fuera un sargento con el balde entre sus alas.

—¡Rápido! —dijo, y yo acaté la orden.

«En el sueño al menos tenía algo de cariño», pensé mientras me levantaba y salía de la habitación.

En el comedor, de desayuno tuvimos un té con pan tostado y mantequilla. En el centro de la mesa también había un botecito con galletas de avena. El silencio era tal que se podía escuchar como Tuenji masticaba sus tostadas.

Yo tenía la vista perdida en ese pan que se veía tan apetecible como una mierda de perro.

—¿Vas a o comer o no? —preguntó Tuenji.

—No tengo ganas —respondí y agaché la cabeza.

—Tienes que comer algo o te vas a morir de hambre.

En realidad, ya tenía hambre, pero, aunque me trajeran mi sándwich favorito, lo hubiera rechazado.

—Aunque sea muerde una tostada, ¿quieres? —dijo ella.

Con una mueca de asco en mi rostro, tomé una tostada y le di una mordida: sabía cómo esperaba que supiera, pero seguía sin ser apetecible a mi paladar. Requerí de un buen rato para comérmela por completo.

No solo me sentía mal por estar enfermo, sino que el sueño que había tenido me había dejado un tanto melancólico. Era como si ese sueño había ocurrido alguna vez, y sentía pena por no estar con esos ponis, mis amigos.

—¿Tuenji? —la llamé.

—¿Qué quieres ahora? —preguntó como si esperase un irritante favor.

—He tenido un sueño algo extraño.

Ella dejó de masticar y me miró.

—¿Ah sí? —preguntó con interés mientras se acomodaba en su silla—. ¿De qué se trata?

Le narré lo que había visto con total seriedad, aunque esa seriedad no combinaba para nada con lo que estaba relatando. Al terminar, ella me miró como si le hubiese hablado otro tipo de español.

—No tiene sentido —dijo ella—. Se supone que no somos ponis en nuestro mundo; o al menos eso es lo que creí. ¿Y por qué existiría un alicornio con esas características? Eso es imposible, al menos en Equestria. ¿Estás seguro de que es un recuerdo y no un producto de tu malestar?

—Te lo digo en serio, siento que conozco a esos ponis, a todos —respondí.

—Me cuesta creerlo —sentenció Tuenji—. ¿No has recordado otra cosa de mayor valor?

—Ahm... no —respondí.

—¡Genial! —celebró ella con sarcasmo. Se levantó de su asiento y salió del comedor.

Era extraño verla con esos malos humores. ¿Acaso había esperado otra cosa de mayor valor para ella? Ese sueño fue de lo poco que había podido recordar, y estaba seguro de que no era solo un sueño. Era absurdo que se enojara por eso, incluso siendo ella, que para mí ya no era novedad que lo hiciera por cada cosa que hacía.

Dejé la segunda tostada mordisqueada a la mitad; de verdad no tenía ánimos de comer. Prefería pasar hambre que comer algo que no me abría el apetito.

Salí del comedor y me encontré con Tuenji sentada en el sofá, mirando sus pezuñas.

—¿Ya terminaste? —me preguntó en cuanto me vio por el pasillo. Su tono seguía igual de áspero.

—No voy a comer más, aunque me fuerces —respondí.

Su afilada expresión seguía intacta. Me hizo un gesto para que me sentara a su lado en el sofá. Le hice caso y me senté a su derecha.

—¿De qué quieres hablar esta vez? —pregunté.

—¿Piensas volver al castillo de Twilight? —me preguntó ella.

—No lo sé —respondí.

Ella arqueó una ceja, lo que me dio a entender que no había dicho la respuesta que ella quería escuchar.

—Claramente, Witer —contestó ella conteniendo la paciencia—, Trixie y Twilight están aliadas.

—Ah, ¿eso crees? —pregunté. Le creí tanto como a una niña que se cree princesa.

—Me extrañaría si no lo fuera. En la cena Trixie estuvo muy de lado de Twilight, y Twilight simpatiza demasiado con Trixie. Están planeando algo para hundirme; incluso Twilight intentó separarme de ti. ¿Qué te dijo antes de irnos?

—Nada, solo que parecías muy sospechosa.

—¿Ya entiendes por qué tienes que evitarlas a toda costa?

—No estoy seguro, la verdad. —Fui honesto.

—¿Estás hablando en serio, Witer? —dijo Tuenji que empezaba a perder la paciencia.

—Entiendo lo que dices, pero aún considero que es algo temprano para hacer esas conclusiones.

—¿O sea que aún piensas que soy yo la que te está engañando? —Tuenji alzó la voz.

—No dije eso —me defendí—; y no puedes decir que no estoy confiando en ti, porque acepté quedarme acá y te conté lo de mi sueño. Confío en Trixie, confío en Twilight y confío en ti. Quizás confío ciegamente más en ti por lo que pasó, pero, a no ser que se revele que alguna de ustedes tiene malas intenciones, no haré nada que perjudique a ninguna de las tres.

Volví a ver Tuenji: su expresión se aligeró por completo y me miraba estupefacta. A lo mejor fue el dolor de estómago que me puso de malas e hizo que le soltara esa respuesta. La había tenido guardada hace mucho sin saber que la tenía. Había pensado que no podía optar por una opción neutra, pero creo que al final la encontré, o más bien ella me encontró a mí.

Tuenji apartó la mirada.

—¿Estás seguro de que eres Witer? —preguntó.

—No después de esa ensalada tuya —respondí.

Tuenji trazó una sonrisa en su rostro.

—Deberías comerla más seguido —rio.

De solo pensar en eso me dieron ganas de vomitar.

—Entonces, ¿qué harás? —me preguntó con frialdad—. No sé si tengo que echarte de mi casa de una vez o dejar que te quedes acá.

—Supongo que hablaré con Twilight y Trixie por separado —respondí—. Quisiera intentar arreglar esto, si es posible.

Tuenji suspiró.

—Te lo digo en serio, Witer, te la estás jugando demasiado —dijo.

—Twilight pensaría lo mismo sabiendo que estoy acá —respondí.

Ella me miró inexpresiva. Antes de que pudiera preverlo, alzó su casco y me golpeó el hombro, lo que me hizo soltar un grito de dolor.

¿Y eso por qué?—exclamé.

—Te dije que algún día te golpearía —respondió ella sonriendo—; creí que este es el mejor momento para hacerlo.

—¡Mierda, pero no tan duro! —dije mientras siseaba y me frotaba el hombro.

Tuenji no dijo nada más; se sentó en su lado del sofá, sonriendo a gusto.

Nos quedamos ahí sentados sin hacer nada más que evitar nuestras miradas.

—¿Por qué no me dijiste que eras gay? —preguntó Tuenji de repente.

Yo la miré con el ceño fruncido.

—Yo no soy gay —respondí como si eso fuera obvio.

Ella me miró con extrañeza.

—Estás de broma, ¿cierto?

—No estoy bromeando. ¿Qué te hacer pensar eso?

Su rostro dibujaba la forma del sarcasmo.

—Es curioso como a veces tu cerebro le da la gana funcionar y a veces no —dijo Tuenji como si hablara sola—. Literal me contaste cómo te casaste con un pony varón, e insistes en que eso lo viviste en algún momento de tu vida.

Cierto, ¿cómo no había caído en eso antes? Era como algo que ya daba por hecho, pero yo no era gay ni lo soy.

—No sabría explicarlo —respondí—, pero no soy gay, de verdad.

—A lo mejor eres bisexual...

—¡Qué no! —la interrumpí.

—Mira, Witer, prefiero que mientas en estas cosas que en asuntos más serios, pero es una tontería mentir sobre tu orientación sexual; no te voy a tratar diferente solo porque seas gay.

Ahora yo era el que estaba perdiendo la cabeza.

—¡Te lo juro, no soy gay, me gustan las chicas! —Reía porque iba a ser un chiste si me consideraban gay a partir de ahora.

—¡Estás casado, Witer!

—Sí, pero... digo no... bueno, ¡no lo sé! —Ya ni sabía que decía—, peronosoy gay.

Tuenji me miraba como si fuera un borracho loco. Apartó la mirada y empezó a sonreír.

—Witer —dijo—, no está mal que...

—¡Y dale! —exclamé—. Ya lo dije, me gustan las mujeres. Incluso tú me atraes.

Tuenji se tapó la cara con uno de sus cascos, pero vi que su cara se coloraba hasta la frente.

—¡Witer, por favor! —dijo riendo nerviosa.

—Es así, me pareces atractiva.

Tuenji se tapó la cara con ambos cascos; su respiración se agitaba cada vez más.

—¡No lo dices en serio! —Su voz se escuchó ahogada tras sus cascos.

Ya no sabía si estaba llorando o riendo, pero yo continué. Si la estaba molestando, mejor; ya había tenido suficiente de sus fastidios y ahora era su turno.

—Sí, lo digo en serio. Incluso podría decir que me gustas, pero aún no estoy seguro.

—¡Deja de decir estupideces, Witer! —Tuenji se estremecía y negaba con la cabeza mientras lloraba o reía recontra nerviosa—. ¡Sigues mintiendo, mentiroso!

Había dicho que aún no estaba seguro si me gustaba, pero, verla como estaba, habría dado otra respuesta. El corazón me jaló hacia Tuenji y la atrapé en un abrazo. De súbito, ella se paralizó y no hizo ni un ruido más. Suavemente su cara se ocultó en mi pecho y sus brazos se cerraron despacio en torno a mí.

Antes le hubiera robado un beso, pero no la quería matar con mi aliento a pescado muerto.

—¡Está bien, está bien, suéltame ya! —dijo ella luego de estar un momento abrazados. Quitó sus brazos de mi espalda y me empujó para soltarse.

La dejé ir y me quedé en el extremo de mi lado del sofá. Ahora si temía recibir un golpe aún más fuerte por lo que había hecho, o peor aún, que pisoteara mis sentimientos.

Acalorada, Tuenji soplaba y se hacía abanico con sus cascos y sus alas.

—Voy a cobrar por esto, Witer —dijo, aunque no sonaba muy amenazante.

—Por favor que sea más tarde —respondí. Un sabor a tostada me subía por la garganta y salí corriendo a buscar a mi viejo amor: el balde.