Todavía faltaba para que el reloj diera las cinco de la madrugada cuando Tuenji me despertó. Como ella no me había dicho a qué hora iríamos a nuestro tour por el bosque, yo pensaba que sería por la tarde o algo así. Ella me respondió que teníamos que ir de madrugada para que nadie nos viese entrar, lo cual era tan lógico como perturbador: si Twilight se enterase de esto, se armaba la gorda. También estaba el hecho de que quizás de ahí no salía, y menos si no daba al menos una pequeña pista de por dónde estuve.

Con más sueño que ganas de ir, me comí mi desayuno: Agradecí que el malestar ya había desaparecido casi por completo: me dolía un poco el estómago de vez en cuando, pero mi apetito seguía vivito y coleando.

El día, que todavía le faltaba para nacer, estaba frío, y por las ventanas se veía una niebla que emborronaba Ponyville. Era un maravilloso día para quedarse en la cama, calentito con más de una manta encima y soñando cosas que no tenían nada que ver con bosques, entidades satánicas ni conflictos entre ponis por un tipo random como yo.

Tuenji salió de su cuarto con una chaqueta negra puesta. En su lomo traía otra de color azul que era para mí: era de lana con cierre.

En cuanto me puse la chaqueta, Tuenji me lanzó una bufanda. Como nunca me había puesto una, fue ella quien, de mala gana, me ayudó a ponérmela.

Al abrir la puerta un poco, Tuenji asomó la cabeza para inspeccionar el área, como si fuera posible que hubiera espías afuera esperándonos. Luego abrió la puerta por completo y me hizo un gesto para que la siguiera.

Ponyville de verdad estaba frío, tanto que hubiera pedido a Tuenji de volver para ponerme otra prenda encima, pero como el lugar estaba tan callado preferí respetar el silencio. No había ningún pony a la vista, aunque tampoco era fácil ver en aquella penumbra. El sol parecía tener flojera de salir, y pedí que no se demorara mucho, pues el suelo estaba helado por donde pisaba.

Caminamos por Ponyville sin ninguna prisa. Tuenji no decía nada; estaba seguro de que hubiera dicho algo si no fuera porque no quería llamar la atención. Solo nuestros cascos resonaban por las calles y nada más permitíamos que turbara la pared del silencio.

Salimos de Ponyville y avanzamos por un claro despejado de signos de vida —al menos hasta donde se posaba la niebla—. Justo adelante aguardaba el Bosque Prohibido: tenía árboles altos y negruzcos; rocas, cadáveres de animales, ramas y demás cosas que estaban en su interior parecían estar agonizando mientras se pudrían poco a poco; adentro del bosque aguardaba una oscuridad aún más pronunciada que la de afuera, como si más allá sólo hubiera una entrada a una enorme cueva.

Para mi sorpresa, Tuenji empezó a galopar hacia el bosque. Yo, en cambio, no tenía el suficiente valor para pasear así hacia una imagen de horror tal que esa. A simple vista, había más razones para ni siquiera volver a ver ese lugar que para visitarlo, por más que adentro se ocultase la respuesta a todo este enigma.

Tuenji, que ya se había alejado unos metros de mí, se dio la vuelta para darse cuenta de que no le seguía el paso.

—¿Te quieres apurar? —me susurró desde lejos.

No le respondí, yo solo seguí avanzando a mi ritmo. El solo ver que esa pared de oscuridad se hacía cada vez más grande a cada paso me enfermaba; una enfermedad que abrazaba mi corazón, y que gozaba de hacerlo de a poco para verme decaer.

Tuenji voló hacia mí.

—Es horrible, yo no lo veo diferente a ti —me dijo con una voz tan suave como el soplo del viento—, pero créeme que no te va a pasar nada si te quedas a mi lado; yo soy más que esto.

No la volví a ver; dejé la mirada tirada en el suelo para no verla a ella ni al malsano bosque. Su casco levantó mi cabeza para que mis ojos se encontraran con los suyos.

—¿Vas a confiar en mí esta vez o damos media vuelta? —me preguntó.

Mi vista se acostumbró a la oscuridad, y pude ver que el rostro de Tuenji estaba tan serio como nunca.

Tenía miedo de ir, pero tampoco quería verme como un cobarde e irme sin siquiera intentarlo. Ya no tenía nada que ver con que si confiaba o no en Tuenji, ese tema ya se había solucionado simplemente depositando toda mi fe en sus cascos hasta el final de este relato; quizás no era la forma más inteligente para olvidarme de ese asunto, pero fue la que decidí tomar.

Aparté la mirada de Tuenji y encaré al Bosque Prohibido.

—Vamos —dije en un susurro.

Seguí a Tuenji a su lado y nos sumergimos en la oscuridad. Adentro, en efecto, no veía un carajo; pisé un charco de algo viscoso que no alcanzaba a ver.

—¿Qué es esta cosa? —pregunté alzando un poco la voz.

—Harás mejor en no saberlo —respondió Tuenji—. Solo... sacúdete los cascos. Ni se te ocurra limpiarte con un árbol, una hoja o lo que sea que encuentres; no sé qué puede ocurrir si tocas algo que no sabemos qué es.

Como no mencionó el suelo, arrastré mi casco sucio sobre este, aunque daba igual lo que hiciera, siempre se iba a quedar un poco de esa sustancia rara que, en palabras de Tuenji, era mejor ignorar.

Narraría el alrededor, pero de verdad estaba muy oscuro, y si había una amenaza más allá de tres metros, me estaba haciendo el ciego. De lo poco que pude percibir a mi alrededor es que seguíamos un sendero, quizás se había usado con más frecuencia en tiempos pasados cuando el bosque no era tan horripilante. Había múltiples árboles a mi alrededor: muy altos y que sabía que se estaban pudriendo y tomando un color grisáceo y triste. Había también muchas hojas que se asomaban por el sendero, y no las veía venir cuando me rozaban: se sentían alargadas y húmedas; si tenían un veneno o algo que me hiciera más mal que bien, ya no había nada que hacerle.

—¡Ten cuidado con lo que tocas! —me dijo Tuenji.

—Lo siento, es que no veo nada acá.

—Te acostumbrarás a la oscuridad pronto, todos los ponis lo hacen cuando vienen acá.

—¿Y quienes vienen acá? —pregunté curioso.

—Yo, Trixie, supongo que Twilight también —respondió Tuenji como quien recuerda la lista de compras del mercado—. ¿Quién sabe? No descarto que haya algún otro.

Hasta ahora no había notado que hablábamos como si nada por el bosque, y no en susurros como en nuestro trayecto desde Ponyville.

—Estar acá es tan peligroso como que sepan que estamos acá —explicó Tuenji a mi inquietud—. Si Twilight se entera, nos va a hacer sacar la sopa, de alguna u otra forma, por eso callábamos en Ponyville. Acá, es mejor que las criaturas se enteren de que estamos acá, o bueno, yo, para ser exactos; acá saben quién soy y me tienen más respeto y no se atreven a atacarme. Eso no quiere decir que estamos libres de peligro; hay criaturas tan hostiles que se lanzan hacia su presa sin pensarlo. En ese caso, sí, es preferible mantener el silencio, pero ¿cómo saber qué criatura es la que nos está acechando? Es un poco azaroso, pero considero que es preferible de esta forma, a no ser que Trixie esté por acá: si inicio una pelea con Trixie puede ser un problema; si logro quitármela de en medio es una piedra en el zapato menos, pero no creo ser capaz de eso; ella es más fuerte que yo y lo más probable es que te quedas solo en esto si eso pasa. No creo que esté acá, al menos no a estas horas, así que te puedes tranquilizar.

No podía estar tranquilo con la idea de que podía haber una criatura acechando, o que podía tocar algo indebido, o que Trixie se apareciera para unirse a la fiesta.

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Continuamos avanzando por el sendero: Tuenji tan tranquila como si nada, y yo buscando cada escondite donde podría haber alguna criatura aguardando el momento para saltarme encima.

Por supuesto, no todo el trayecto fue tranquilo: a veces se escuchaban aullidos y gruñidos. Recibí un susto de muerte cuando un animal que no alcanzamos a ver salió corriendo, rozando y agitando las hojas por las cuales pasaba.

—Ya se fue —me dijo Tuenji. Entonces me enteré de que le había puesto mi brazo sobre su lomo.

—Perdón —dije y me aparté de ella.

—Saldremos más rápido de aquí si me dices que recuerdas algo.

—No hay nada aquí que me recuerde a nada —respondí—. Todo es tan oscuro y tenebroso. ¿Es todo esto lo que quieres que vea?

—Claro que no, todavía falta para llegar a nuestro destino.

—¿Destino?

—Sí, hay algo...

De pronto, unas raíces me tomaron y me separaron de Tuenji. Por más que quería gritar, no pude. Antes incluso de que ella lo esperase, yo ya estaba entrando en un agujero estrecho y del que apenas cabía. Tuenji se apresuró y voló hacia mí para desprenderme de las garras que más bien eran raíces. Por más que intentaba, las raíces eran más fuertes y los esfuerzos de Tuenji flaquearon hasta rendirse.

Al momento, yo ya estaba adentro del agujero y me quedé solo en la oscuridad: las paredes eran de la misma corteza de los árboles que ya había visto hasta el cansancio. Sentí un movimiento a mis cascos: se sentía peludo y asqueroso; del fondo salieron enormes arañas y se me subían por el cuerpo. No había donde huir; el agujero era claustrofóbico y apenas me podía mover para quitarme las arañas que se subían a mí. Para colmo, hacía calor y me quedaba sin aire, a punto de desmayarme.

Escuché que la corteza crujía y se estremecía. Gracias al cielo, el agujero se abrió y de arriba apareció Tuenji al rescate, tendiéndome sus alas y yo las tomé. Salí al aire fresco y caí al suelo para quitarme todas las arañas que tenía encima. Me quedé tumbado, jadeando y estremeciéndome de pavor con el corazón latiendo sin parar.

—¿Estás bien, Witer? —me preguntó Tuenji, asustada.

De mí solo salieron balbuceos ininteligibles; tampoco es como que había pensado lo que iba a decir.

Tuenji me tapó la boca para que dejara de hacer ruido.

—Está bien hacer ruido, pero no demasiado —susurró—. Tienes que tranquilizarte y decirme si te hicieron algún daño.

Me quitó su casco de la boca, lo que me permitió respirar mejor. Con su ayuda, me senté en el suelo junto a ella y recostó mi cabeza contra su pecho. Un poco romántico para mi gusto, pero era lo que me hacía falta.

—Espero que no lo estés disfrutando —me dijo luego de estar un buen rato en esa posición.

—Creí que iba a morir ahí —respondí ya un poco más calmado, pero mi voz aún temblaba como si tuviera frío.

—¿No te duele nada? —preguntó—. ¿Alguna picadura?

Me aparté de ella y me incorporé.

—No me duele nada más que los brazos por como jalabas.

Se hizo el silencio. O Tuenji había tenido razón de que me acostumbraría a la oscuridad, o el sol ya se estaba levantando.

—Lo siento —dijo Tuenji.

—¿Ah?

—Fue mi culpa, lo siento; debí estar más atenta —dijo apartando la mirada.

No necesité de más luz para notar la vergüenza en su semblante. Era una novedad que Tuenji se disculpara conmigo, aunque sea por una vez.

—No estarás pensando en rendirte, ¿o sí? —me preguntó.

—Estaba pensando en no continuar —respondí mientras me levantaba. Tuenji me imitó—. ¿Puedo escoger o me vas a forzar a seguir?

—No te voy a forzar, pero te digo que seré más cuidadosa y no te va a pasar nada más. Lo juro —dijo casi que rogando.

Suspiré. Ese tonito para hablar poco lo usaba y era excelente para seducirme.

—¿Me das tu palabra? —le pregunté.

Tuenji se colocó a mi lado y puso una de sus alas sobre mí.

—Mientras te mantengas debajo de mi ala, no te pasará nada, esa es mi palabra —dijo—. Si te sales de mi ala y te ocurre algo, no es mi problema, ¿te quedó claro?

Asentí.

—Bien, vamos —dijo Tuenji—. Y más te vale no disfrutarlo.

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Nada mejor que estar bien abrigado y cobijado con el ala de una pegaso: las plumas eran de verdad suaves, y me llegó unas ganas de dormir de vuelta en casa. Estando más al lado de Tuenji me sentía más seguro, y en realidad lo estaba. Se apareció una especie de murciélago gigante que nos iba a atacar, pero Tuenji no tuvo problema lidiando con él. Sus alas se ponían negras como cuchillas y cortaban hasta el viento; luego de ver eso me dio un poco de miedo estar al resguardo de esa ala.

El terreno empezó a descender, y los árboles desaparecieron; en su lugar, se levantaba una niebla que me hizo pensar que era la responsable del mal olor.

A nuestra derecha una silueta se recortaba contra la niebla. Nos detuvimos en cuanto la vimos: no parecía ser un pony, tenía la forma de un siervo. Decidimos ignorarlo, al fin y al cabo, no parecía habernos notado.

El terreno se aplanó y delante volvieron a aparecer los árboles malditos. Estos rodeaban una roca gigantesca con una grieta en ella. Cruzamos los árboles, sintiéndome aliviado de que ninguno me había agarrado entre sus raíces. La grieta de la roca era lo suficientemente ancha como para que pasáramos juntos.

Adentro aguardaba mi horror.

Las paredes de la roca eran negras y llenas de raíces que parecían tener vida propia. Estaban también decoradas con una especie de planta en forma de globo que emitía una luz celeste y suave. El suelo del interior era de puras raíces que parecían débiles; me daba miedo pisarlas y caer hacia abajo. En el centro había una roca baja pero alargada, parecía más una mesa, y en el extremo, delante de mí, había un trono esculpido en piedra.

—¿Todo bien?

Me sobresalté cuando Tuenji me hizo esa pregunta. Yo tenía la mirada perdida en el extraño recinto.

—Ah, sí —respondí—. Sólo parece algo... extraño este lugar.

—Este es solo el inicio —dijo Tuenji—. Sigamos.

—Espera, ¿es seguro esto? —pregunté con temor hacia el suelo de raíces.

—La verdad, no mucho, pero no nos queda de otra; de todos modos, tenemos que bajar.

Como estaba obligado a quedarme bajo el ala de Tuenji, me vi forzado a seguirla por las raíces que crujían a nuestros cascos. ¿No era mejor ir separados para que nuestro peso junto no quebrara el suelo? Tuenji pareció no pensar en eso y prefirió no romper su palabra.

Llegamos a un extremo de la roca donde se abría un amplio agujero: era una caída mortal, apenas podía ver el fondo. Las paredes eran de roca, recubiertas por más raíces que se movían aún más, y tenían más de esos globos luminiscentes.

Cuando me pregunté cómo bajaríamos, unas raíces grandes y alargadas se acercaron a nosotros desde abajo. Pensé en huir de ellas, pero recordé que tenía que estar bajo el ala, pues Tuenji no se movía.

Cuando las raíces se colocaron al nivel de nuestros cascos, Tuenji me instó a subir, pero yo me quedé paralizado.

—¿Vamos o no? —me preguntó—. Tenemos que ir juntos, ¿recuerdas?

Alcé mi casco tembloroso junto con Tuenji y subimos a las ramas. Cuando ya estuvimos firmes sobre ellas, las ramas empezaron a descender, lo que me causó un vértigo horrible. Sino fuera porque Tuenji me sujetaba con su ala, yo hubiera sentido que iba a perder el equilibrio y que luego caería al enorme agujero.

Solté un suspiro de alivio cuando llegamos al fondo. El suelo era de piedra, pero estaba recubierto por muchas más raíces; al menos no había posibilidad de caerse en esta instancia. Frente a nosotros se abría una enorme cueva: raíces y más raíces era de lo que estaba infestado el lugar; arriba, en el techo de la cueva había una especie de hongo enorme que emitía una luz verde claro e iluminaba gran parte del lugar. La luz dejaba al descubierto un lugar tan tétrico como bonito; era difícil de describir, parecía un parque abandonado: había árboles, bancas, arbustos, y farolas, con la excepción de que no lo eran; eran raíces. Era como si alguien hubiese querido darle más vida a este lugar, pero que solo había encontrado raíces para hacerlo.

—Este lugar no se veía así antes —reconoció Tuenji que estaba tan sorprendida como yo.

—¿A qué te refieres? —pregunté.

—Toda esta innecesaria decoración. No creo que Trixie estuviera tan aburrida como para hacer todo esto.

Decidimos ignorar ese misterio y seguimos la marcha. Incluso la curiosidad de Tuenji era más fuerte que ella misma, y miraba alrededor a ver qué otra cosa habían hecho en aquel desolado lugar. Vimos raíces con forma de perros, osos, conejos, patos y demás animales; también nos encontramos con unos columpios que, por supuesto, no funcionaban; incluso encontramos una casa, la cual hizo que mi niño interior me dijera que fuera a explorar, pero, como tenía que obedecer al ala, mandé a callar a ese chamaco pendejo.

Nos detuvimos. Frente a nosotros nos encontramos contra el límite de la cueva: una pared de roca musgosa. Allí había un pequeño quiosco hecho con —sí, adivinaron— raíces, aunque parecía que se iba a caer a pedazos en cualquier momento. En el centro del quisco había una roca de piedra labrada en forma de cubo: en cada una de sus caras tenían dibujos extraños de criaturas antropomórficas con rostros de animales: como un puma, un águila, un león y un elefante; contorneando las caras del cubo, había runas que no creía que ni Celestia supiera lo que eran.

Sobre ese cubo había algo de lo más peculiar: era como un cáliz un poco grande, negro como de obsidiana. Me acerqué para mirarlo mejor; el techo del quisco improvisado estorbaba la poca luz que había. A mi espalda escuché a Tuenji carraspear. Me di la vuelta: ella estaba agitando su ala y me miraba alzando una ceja. Gruñí, volví a su lado y me colocó su ala sobre mí. No debí haberme quejado, el objeto de en frente podía haber sido peligroso también. Witer pendejo.

Juntos nos acercamos al cubo y al objeto sobre éste.

—No toques nada —me aconsejó Tuenji—. No sabemos aún lo que es. ¿Te suena de algo?

—Sí, bastante —respondí.

—¿Sabes para qué es?

—No, pero siento que le falta algo.

—¿Como qué?

—No estoy muy seguro pero quizás... una esfera.

—¿Crees que lo que va ahí es una esfera?

—Algo así; podría apostar que así es.

—¿Y has llegado a ver una esfera? —preguntó Tuenji, incrédula.

—Sí, en el remolque de Trixie.

—¿La tiene Trixie? ¡Genial! —dijo Tuenji con sarcasmo. Golpeó el suelo con su casco, y el ruido hizo eco en la cueva.

Para nuestro horror, el sonido no era del eco, sino del galope de otro pony.

Tuenji reaccionó rápido y me empujó hacia una carreta de mentira hecha con raíces, y tras ella nos escondimos.

El repiqueteo de cascos se acercaba hacia el sitio donde estábamos. Yo no podía estar más cagado; lo que iba a pasar si nos encontraba ese pony no lo podía imaginar.

Tuenji asomó un ojo por encima de la carreta falsa. Aunque la curiosidad me mataba, no quería arriesgarme a ver y cagarla de manera monumental.

Tuenji abrió sus alas y se tornaron negras. De pronto, saltó por encima de la carreta. En ese momento, me tomé el momento de ver por donde lo había hecho Tuenji: justo allá donde se dirigía estaba Trixie, y la atacó por el cuello con las alas negras como cuchillas, pero la víctima desapareció tras una niebla negra.

Yo no sabía que había pasado, pero Tuenji salió volando como un rayo hacia mí con una cara de terror, sin olvidarse de cubrirme con su ala.

—Mierda, era una ilusión —me dijo y nos ocultamos de vuelta.

Un sonido de cascos hizo eco por la zona; estos parecían más decididos y naturales.

—¿Estás acá, Tuenji? —oí a Trixie preguntar como si estuviera ansiosa de encontrar al intruso.

No le respondió nadie más que el eco de su voz.

—Tengo que asumir que eres tú —continuó Trixie—, aunque sé muy bien que no eres de las que se esconde. Eso es muy raro en ti, pero, sino, ¿quién más serías? ¿Has venido a ver si puedes resolver el enigma de esta cosa?

De nuevo silencio.

—Vamos, muéstrate —prosiguió Trixie mientras sus cascos rondaban la zona—. ¿Por qué pelear? Quizás podamos llegar a algo. Sabes que soy más poderosa que tú; no hagas las cosas más difíciles, ¿quieres?

Su voz calló. Esta vez no continuó de una vez. Un sonido como el soplo del viento apareció y de pronto se escuchó como una manada de ponys galopando aquí y allá.

Tuenji se dio prisa en taparme la boca pese a que no había pasado nada todavía. Yo dejé que lo hiciera porque sabíamos bien que a la mínima podía saltar como un loco.

Escuchamos como se acercaba un repiqueteo de cascos, y ahí vimos a Trixie caminando sin prisa por delante de nosotros, sin vernos todavía. Mi corazón palpitaba tan fuerte que bien pudo habernos delatado.

Entonces Trixie miró justo hacia nuestra dirección. Yo estuve a punto de soltar algo de mi boca, pero Tuenji no me dejó, tapándome aún más la boca. Trixie no nos hizo caso, solo caminaba aquí y allá como si no fuéramos nosotros a quienes buscaba. Era una ilusión, y al parecer las ilusiones no servían como copias de uno mismo, sino más bien eran como distractores. Aun así, no había nada más incómodo que tener a esa Trixie falsa con su sombrero y capa, paseando como si anduviera por el parque.

La Trixie desapareció tras una nube negra.

—Así que no te va esto, ¿eh? —dijo Trixie que se oía fastidiada—. Ay, de verdad temo hacer esto, pero, querida, ¡a Trixie no le queda de otra!

Se escuchó una explosión, luego otra por allá, y otra por otro lado. Tuenji y yo nos miramos, ambos temblando de miedo.

—¡Seas quien seas, más te vale revelarte antes de que las cosas se tornen peor, y tú ni Trixie quieren que se pongapeorde lo que ya son —exclamó Trixie mientras destruía lo que encontraba.

Tuenji no hacía nada, se veía tan confundida y asustada como yo. Había que hacer algo antes de que Trixie nos encontrase. Pese a que yo no era el más indicado para pensar en estas situaciones, al final lo hice por el bien de ambos; tenía que haber algo que yo pudiera hacer.

De repente recordé lo que me había dicho Tuenji:

Si te sales de mi ala y te ocurre algo, no es mi problema, ¿te quedó claro?

Bueno, más le valía a Tuenji cumplir su palabra; si me quería suicidar fuera de su ala, que ni pensara en ir a salvarme.

Me descobijé del ala de Tuenji y me levanté.

¿Qué haces, imbécil?—susurró Tuenji con un pánico de muerte.

Intentó impedir que me fuera, pero, una vez que ya estuve fuera del escondite, me dejó. Solo faltaba que no metiera la nariz ni planeara un ataque sorpresa como antes.

Seguí a Trixie que continuaba destruyendo las raíces en forma de objetos cotidianos con los poderes oscuros que salían de su casco. Ella no me notaba, pues me daba la espalda y las explosiones no dejaban escuchar mis cascos dirigiéndose hacia ella.

Trixie tomó una pequeña pausa y por fin mis cascos se escucharon. Dio media vuelta tan rápido como si esperase un ataque sorpresa. Le mostré mis cascos vacíos para que viera que no pretendía hacer ningún daño.

—¡Witer! —El rostro de Trixie borró su oscuridad para cambiar a su ya muy empleada sonrisa—. ¿Qué haces aquí?

La verdad no sabía qué responder a eso, hubiera esperado otro tipo de pregunta.

—¿No vas a responder a eso? —preguntó Trixie, extrañada—. ¿Cómo llegaste aquí?

Tampoco era la pregunta que quería escuchar. Seguí en silencio con la cabeza gacha para no ver a Trixie a los ojos.

—¿Nada? —siguió preguntando Trixie mientras se acercaba a mí—. Dime, Witer, ¿dónde está Tuenji. —Su tono cambió a uno más grave.

—No está aquí, Trixie —respondí fingiendo cansancio, lo cual no fue muy difícil porque en parte lo estaba.

—¡Oh sí, claro! —se burló Trixie—. ¿Tú? ¿Aquí? ¿Sin Tuenji? No vas a engañar a Trixie así, Witer.

No así, pero sí de otra forma.

—Tenías razón —dije fingiendo pesar.

—¿Disculpa? —preguntó Trixie cuando llegó justo frente a mí. Su sonrisa desapareció para mostrar más interés.

—Tuenji me dejó acá tirado. Quería saber lo de esa cosa. —Señalé al cáliz misterioso del quiosco.

—¿Y qué le dijiste? —Trixie mostró una seriedad preocupante.

—Lo mismo que te conté en el remolque sobre la visión, y creo que lo que le falta es una esfera ahí arriba.

Trixie me miró en silencio con el ceño fruncido.

—Había una esfera en tu remolque, ¿no es así? —continué—, cubierta con un pañuelo. Pensé que esa esfera podría encajar en eso, y se lo conté a Tuenji. Ahora se está dirigiendo a buscarla.

Mi temor ahora era que esa esfera fuera en realidad un juguete que se había ganado en un bingo.

Trixie se mantuvo en silencio un momento. Respiró hondo y alzó su casco. En él, tras una pequeña nube negra, apareció una esfera celeste y tan brillante que cerré un poco los ojos para no cegarme, pero era de verdad la pieza que faltaba. Esa esfera calzaba muy bien con la imagen que tenía en mi mente con el cáliz.

—¿Te suena una esfera así? —me preguntó.

—Así es. —No dudé en afirmar.

Trixie asintió, comprensiva.

—No estás equivocado, Witer. Esta esfera de verdad tiene algo que ver con ese extraño objeto. —Trixie hizo desaparecer la esfera—. Esta es una ilusión, pero la verdadera está bien oculta desde el día en que la viste. Es importante que Tuenji no la encuentre, pero no creo que pueda encontrarla tan fácilmente, y no lo vamos a permitir ahora que le dijiste la verdad. —Puso su casco en mi hombro.

»Siento mucho queesaponyte haya engañado de tan ruin manera, dejándote acá tirado para su propio beneficio. Es lo que te había dicho, ¿no, Witer? Pero olvida eso; has sido honesto conmigo y Tuenji ya no tiene nada más que hacer. Twilight se encargará de todo una vez que le cuentes todo. —Dibujó en su rostro una linda sonrisa, bastante tierna para ser Trixie, en mi opinión.

Me puso su casco en mi barbilla para levantar mi cara. Se acercó aún más a mí y sus labios atraparon a los míos.

Perdí la respiración de golpe, se me puso duro el amiguito, y sentí como si tuviera las patas al revés.

No sabía si Tuenji nos estaba viendo, pero si lo hacía, debía estar aguantándose las ganas de desnucar a Trixie, y a mí también por disfrutarlo. Quizás fue uno de los momentos más sorpresivos de ese día, y mira que el día apenas había iniciado y ya me habían pasado cosas locas hasta ese momento.

Apartó sus labios y me sonrió. Yo me sentía hecho de cemento. Aún después de recibir el beso todavía tenía pegada esa suave sensación en mis labios, como si Trixie nunca se hubiese separado de mí.

—Te sacaré de aquí —me dijo Trixie luego de darme dos golpecitos en la mejilla.

Dio media vuelta y la seguí de camino a la entrada de la cueva. No me atreví a mirar atrás por temor a delatar la posición de Tuenji, pero lo hubiera hecho para darle la señal de que todo estaba bien.

A pesar de que ninguna parte de mi plan había salido mal, me sentí como un hijo de puta. Era cierto que habíamos evitado la confrontación con Trixie, pero con mentiras que me dolieron hasta mí. No solo engañaba a Trixie, sino que también sentía que estaba traicionando a Tuenji, pues la dejé sola en ese horroroso lugar y ahora tenía que decirle a Twilight al menos una parte de la verdad.

Al menos tenía un largo trayecto para pensar mi siguiente jugada.