Disclaimer: BNHA y sus personajes, no me pertenecen.
Summary: Las noches en "Dollhouse" siempre eran movidas; la gente iba y venía y las historias que las damas de compañía escuchaban, no siempre eran felices. Uraraka Ochako trabajaba allí bajo el seudónimo de Angel face y de entre todos los desdichados que pagaban por unas horas con ella, nunca esperó hallar al padre de su amiga aguardando por su compañía.
Aclaratoria: Ésta es una obra propia y todos los derechos son reservados.
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CAPÍTULO 4
Terapia.
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Bakugo Katsuki nació y creció dentro de una familia muy bien acomodada por ser dueños de una empresa textil, cuya historia se remontaba a finales de la primera guerra mundial, con el impulso de sus bisabuelos paternos. Su vida nunca tuvo muchas complicaciones; fue a buenos colegios, tuvo una de las mejores educaciones y no tardó en sobresalir incluso en la universidad, cuando hizo sus estudios de finanzas y contabilidad, se especializó, además, en administración de empresas e hizo un masterado en mercadotecnia en Nueva York.
Tenía veintidós años cuando su novia en ese entonces, Utsushimi Camie, había quedado embarazada. A diferencia de él, Camie no pudo continuar estudiando en la universidad porque debía cuidar de su salud y él no tardó en casarse con ella para poder asegurar que a su esposa no le faltase absolutamente nada, mientras él culminaba sus estudios.
Asumió la completa dirección del grupo Bakugo cuando su padre cumplió los cincuenta y cinco años a consecuencia de su salud, al ser diagnosticado con problemas cardíacos por recomendación de su médico, evitándose emociones fuertes que, bien era sabido, el manejar una empresa como la suya podría causar en él.
Katsuki llevó como mejor pudo al grupo Bakugo cuando tenía veintiséis años, aplicando todo lo que sus padres y su vasto conocimiento le había proporcionado. El grupo Bakugo siguió prosperando con él al mando, tuvo sus altibajos pero siguió adelante.
Cuando su hija cumplió cuatro años, Camie continuó sus estudios como diseñadora de modas; aspiraba a brindar mayor reconocimiento a la empresa de su esposo, tenía un plan de cinco años en donde daría inicio a una línea de ropa en conjunto con la empresa textil del Grupo Bakugo. Katsuki siempre admiró a su esposa y mientras ella finalizaba sus estudios, él se encargó de su hija, de su educación y cuidado y admitía no haber sido el mejor padre, no fue el más cariñoso pero hizo de su hija alguien fuerte. Camie, por el contrario, era quien más consentía a Mahoro, su niña.
Juntos eran un equipo sólido, tenían una confianza plena en el otro y sabía que podía contar con ella, tanto como su esposa como su socia.
Camie cumplió su plan de cinco años; tenía veintinueve años cuando creó la línea Athena's Silk bajo el sello del Grupo Bakugo. No tardó en volverse una línea conocida tanto nacional como internacionalmente. El equipo siguió prosperando, cada quien protegiendo sus intereses y a su hija, Mahoro.
Al cumplir los treinta años, Camie volvió a quedar embarazada y ambos estaban felices de tener un segundo hijo. Estaban decididos a ponerle por nombre Katsuma, incluso Camie diseñó las primeras prendas que su hijo usaría. Katsuki contaba los días mientras veía cómo el vientre de su esposa iba tomando mayor tamaño.
Fue una noche fría de diciembre que el susto por fuertes contracciones, provocó que Katsuki saliera de la cama al escuchar los quejidos de su esposa. Retiró las sábanas que tenía sobre su cuerpo y con horror, admiró el charco de sangre que manchó toda la cama y el vestido de dormir de su esposa. Nunca olvidaría ese día; sin importar cuánto tiempo transcurriera, aquella fría y dolorosa noche del 20 de diciembre, seguiría latente en los pechos de ambos como el día en el que su hijo perdió la vida en el vientre de su madre por un desprendimiento de placenta.
Camie estuvo al borde de la muerte ese día, fue internada con presura apenas llegó al hospital pero su hijo no tuvo la misma suerte. Katsuki sólo podía sentarse en la sala de espera, jalándose el cabello mientras se preguntaba una y otra vez por qué.
Ninguno de los dos volvió a ser el mismo de antes. Una parte de ellos murió con su hijo aquel 20 de diciembre.
Se podría decir que el inicio de la fricción en su relación se dio a partir de aquel suceso tan traumático para ambos. Él ya no quería hijos, no quería volver a exponer a su esposa a otro embarazo riesgoso e incluso la ginecóloga de Camie les explicó que un nuevo embarazo podría generar aún más complicaciones. Camie no escuchaba, no aceptaba el hecho de que su cuerpo ya no podía albergar vida; tanto la vida de un futuro bebé como la suya propia correría peligro si ella volvía a quedar embarazada.
Sí, su matrimonio tuvo muchos altibajos pero sin duda, la muerte de Katsuma fue el detonante de muchas cosas. Desde entonces, siendo sincero consigo mismo, supo que su matrimonio ya no era el mismo. Katsuki era muy orgulloso, nunca admitiría algo así pero tanto él como su esposa, buscaban excusas para no encontrarse juntos en la misma habitación. Su hija Mahoro fue la que creció viendo cómo sus padres enseñaban un rostro frente a cámaras y otro muy distinto estando en casa; no la culpó el día que decidió marcharse de la casa con la mayoría de edad, pero le dolía ver cómo cada día, su familia parecía disolverse ante sus ojos.
Pero esa cena, esa maldita cena volvió a exponer la podredumbre de su relación con su esposa.
Todo había iniciado porque Camie regresaba de un viaje de negocios después de un fin de semana fuera de la ciudad. Desde hacía seis meses aproximadamente, la agenda de su esposa se había vuelto un caos y ya casi no la veía; tenerla en casa se sentía tan extraño que, cuando dormían en la misma cama, quería tenerla para él pero recibía rechazo por parte de ella. Siempre había excusas, siempre había otras cosas por hacer y él sólo pudo acostumbrarse a verla sin sentirla cerca.
Katsuki ya no se molestaba en contabilizar el tiempo que su esposa pasaba fuera de casa, ya casi no se veían y tristemente, era la única forma en la que ambos podía llevarse bien. No sabía con exactitud si la muerte de su hijo provocó aquel cisma en su relación o sólo fue el inicio de lo que ahora tenían, un patético y soso nada; un nada que cobraba una apariencia perfecta cuando se trataban de entrevistas o cenas importantes en donde debían hacer acto de presencia, ambos lucían su mejor rostro a las cámaras, él posaba su mano en la cintura de su esposa y ella sonreía como sabía hacerlo. Dos vacíos y simples maniquíes que seguían juntos porque antes de ser marido y mujer, eran socios y las finanzas no funcionan sin el otro.
Cuando la ayudó a desempacar sus maletas, Camie besó su mejilla pero tomó su bolsón de mano como si su vida entera se resguardara en el interior de su bolsón de Louis Vutton en tono pálido. Él la miró con duda y ella se excusó diciendo que tenía mucho papeleo para hacer.
―¿Has hablado con Maho-chan? ―Preguntó Camie dirigiéndose a la amplia cocina. Él la veía caminar desde la sala, su duda fue plasmada en su rostro―. Creí que te llamaría. Tiene una amiga en la universidad, ha pasado todo el semestre con ella y le dije que vinieran a cenar.
Una de las cosas que Katsuki adoraba de su casa era la amplitud en sus espacios; con la distancia que mantenía con su esposa, los espacios amplios siempre terminaban siendo muy bien aprovechados. Ella en la cocina buscando algo para beber y él en la sala, sentado con algunos documentos que su secretaria le había enviado esa misma tarde.
―¿Mahoro trayendo una amiga a la casa de sus padres? ―Preguntó con cierta ironía, regresando su atención a sus papeles. Camie se sirvió un vaso con agua, la escuchó suspirar tras sus palabras―. ¿Qué? ¿Acaso la has presionado para que venga a la casa? Camie, esa niña hizo su vida fuera de la casa, déjala en paz.
―¿No puedes sólo actuar como si tu hija te importara, Katsuki? ―El hombre la miró con molestia.
―¿Lo dice la preocupada madre que nunca está en la casa? ―Contraatacó. Camie dejó el vaso de vidrio sobre la mesada al escucharlo decir esas palabras.
―Si buscabas casarte con una ama de casa, has perdido el tiempo estos veinte años.
―¡Con una mierda, Camie! ―respondió Katsuki dejando sus papeles a un lado para mirarla. Ninguno ocultaba su hastío por el otro―. Sabes que no me refería a eso. Siempre admiré tu trabajo, lo sabes pero, ¿qué carajos hacemos casados si lo que menos hacemos es estar juntos?
Camie lo observó un momento. Katsuki no supo cómo identificar la expresión de su esposa. Lo siguiente que hizo Camie fue dar unos pasos hacia el lavabo, enguajó el vaso de vidrio del cual tomó agua y volvió a colocarlo en su lugar. Ninguno dijo nada por un momento. Katsuki trató de hablar pero ella lo interrumpió con tanta rapidez que él acabó mordiéndose la lengua.
―Estaré en el despacho. Puedo preparar la cena si no quieres…
―Camie ―intentó avanzar hacia ella pero como siempre pasaba, Camie se alejaba más y más de él.
La imagen de su esposa se perdió en el pasillo que llevaba a las habitaciones dentro del departamento. Katsuki volvió a quedarse solo con el malestar en su pecho cada vez que estaban juntos. ¿En qué momento pasó que estar junto a su esposa se sentía como si fuese una completa extraña? ¿Hasta cuándo dejaría de torturarlo de ese modo?
Katsuki volvió a servirse otra raya de whisky cuando finalizó la tarea de lavar los platos utilizados en la funesta cena de esa noche con su esposa dejando la casa como si su vida dependiera de ello y la amiga de su hija que sólo vino a dar dos bocados para ser secuestrada por Camie; dio un sorbo corto y saboreó el dulce sabor de su bebida. Dejó escapar un suspiro.
―¿Tenías que ser tan odioso? ―La voz de Mahoro a sus espaldas lo obligó a encogerse de hombros con un suspiro cansino.
―No estoy de ánimos, Mah―
―Pues yo no estaba de ánimos para que interrogues a mi amiga durante la cena como si fuese una ex-convicta. ―Se escuchaba molesta. La escuchó caminar hacia él y entonces, lo rodeó hasta quedar finalmente delante de sus ojos. Tenía la misma pose molesta que Camie y eso le crispaba los nervios―. ¿Qué demonios fue eso?
―Modula tu tono, mocosa. Sigo siendo tu padre.
―¡Es la única amiga que hice en la maldita universidad y tú la tratas de ese modo! ―Vociferó su hija aún más fuerte.
―Créeme, si te sigue hablando después de hoy, puedes llamarla amiga. ―Se llevó su vaso a los labios, dio otro sorbo corto que parecía encrispar más los nervios de su hija.
―¿Ah? ¿Entonces estabas ayudándome a qué? ¿Ahuyentar gente falsa? Noticias, Bakugo-san, ya no tengo quince años para que andes metiéndote con mis amigos. ―Mahoro no disimulaba el enojo que el poco tacto de su padre para con su amiga le había provocado. Katsuki volvió a suspirar molesto―. Sé que mamá y tú tienen problemas, pero ¿necesitabas descargarte con mi amiga?
Katsuki frunció su ceño.
―Tu madre y yo no…
―¿Qué? ¿Me dirás de qué están maravillosamente bien? ―Preguntó con ironía. Katsuki estaba perdiendo la paciencia con su hija―. No tienen que mentirme, no tienen que fingir que tienen un matrimonio perfecto, no soy una maldita reportera frente a la cual deben fingir perfección, carajo.
―¡Suficiente, Mahoro! ―Katsuki apoyó con fuerza el vaso de vidrio contra la mesada de granito. El vidrio estuvo a punto de sucumbir a su fuerza.
―¡No! ―Respondió con rabia―. La razón número uno del por qué me fui de casa fueron ustedes dos. ―La joven se alejó de su padre, tomó su bolsón y antes de marcharse, Katsuki volvió a gritar su nombre, demandando por su atención sin recibir más que su espalda. Finalmente, ella volteó a verlo con los ojos húmedos y enrojecidos―. De verdad, no entiendo por qué se siguen lastimando de ese modo.
Mahoro dejó el departamento de su padre después. Katsuki apretó con fuerza el vaso en su mano, terminando por arrojar el vidrio contra el suelo, humedeciendo su piso con el líquido dorado y los fragmentos de vidrio e hielo.
Las palabras de Mahoro siguieron aguijonándolo por varios días. Tenía metida la conversación con su esposa, posterior a aquella cena. Carajo, tenía el cuerpo tenso y su paciencia nunca estuvo más agotada. Tanto su hija como su esposa parecían coordinarse para sólo tirarle pura mierda.
Transcurrió un mes desde la cena con la amiga de Mahoro; sin embargo, el apellido de la muchacha seguía rondando su mente. No conocía a demasiados Urarakas, pero sin duda, llamó su atención por algo en particular que resguardaba en el segundo cajón del escritorio de su despacho.
Finalizó su reunión quincenal con su personal. Entregó sus documentos a su secretaria y encaminó sus pasos hacia el despacho. Tenía media hora de descanso antes de retomar su agenda; era su único momento en donde podía sentarse a descansar por treinta minutos sin que el mundo se le cayera encima.
Apenas ingresó a su oficina, cerró su puerta. Bakugo Katsuki, dentro del caos de su personalidad, tenía un orden para todo, como cuando se encerraba en su oficina durante sus quince minutos de descanso antes de que toda la locura de su agenda volviera a atraparlo. Sus pasos, ritmo presuroso e intenso andar, fueron a las cortinas del sitio, las corrió con dos movimientos certeros y acostumbrados hasta que la luz de la tarde inunde todo su despacho. Era un ser diurno, sentía que su cuerpo se alimentaba y funcionaba mejor con la luz del sol recorriendolo, por ese motivo, no podía estar en un sitio sin que éste estuviese iluminado como le gustaba; además, casi todas las habitaciones de su entorno estaban pintadas en plomo, gris blanco o beige crema y toda esa mierda de tonalidades que Camie había sugerido para sus instalaciones.
Encendió el aire acondicionado del cuarto, se mantuvo observando la ciudad de Tokio a través del ventanal que tenía enfrente. Observar desde las alturas era una de sus terapias autoimpuestas para sobrellevar el caminar celérico de su vida laboral. Dio un suspiro para regresar a su escritorio, tenía aún metido el apellido de la muchacha amiga de su hija entre dientes, repitiendolo hasta que estuvo sentado en su sillón oscuro de cuero tras su escritorio de caoba; sentía su cuerpo pesarle más de lo que recordaba, como si tuviese bloques de hormigón en su interior. Cerró los ojos y tras unos minutos, el recuerdo del apellido de la amiga de Mahoro volvió a su mente.
―Uraraka… ―Susurró. Se enderezó de su asiento. Su mano fue rápida y precisa, abrió el segundo cajón de su escritorio y bajo varios papeles, halló lo que tenía metido en la mente cada vez que pronunciaba ese apellido.
Era un viejo libro, tan viejo que la portada estaba un poco decolorada, las hojas amarillentas y el aroma a biblioteca antigua se desprendía de él. Una mueca se anidó en sus labios, el volver a ver el libro que tenía ante él le traía viejos recuerdos que sin duda, lo hacían transportarse como a quince o dieciocho años atrás.
El arte de la Guerra. Sun Tzu, rezaba en la portada del antiguo libro.
El libro de Sun Tzu, "El arte de la guerra", básicamente trata sobre algunas enseñanzas que el general y estratega militar plasmó, a base de su experiencia en el campo de batalla, dirigiendo a sus hombres por su basto conocimiento en estrategia que, incluso en la actualidad, muchos recurren a la obra para librar otro tipo de batallas. Bakugo Katsuki, presidente del grupo Bakugo, lideraba muchas empresas bajo su firma; desde joven, había sido instruido para llevar adelante el cargo de su padre, una vez éste estuviese imposibilitado para continuar sus labores y siendo francos, toda su vida se redujo a estudiar lo que era el mercado, tanto nacional como internacional.
Dirigir una empresa textil y ser un gran productor y distribuidor, lo hacía ser consciente de que, a medida que los tiempos cambiaban, la demanda cambiaba. Su esposa, Bakugo Camie era su socia comercial y también la encargada de lo relacionado con la línea de ropa que el Grupo Bakugo se encargaba de producir. Con el transcurrir de los veinte años de matrimonio y el avance de la empresa Athena 's Silk dentro del mercado de modas, el grupo Bakugo se hizo más fuerte e imparable entre la competencia gracias a la empresa de su esposa.
Poseían un grupo profesional de empleados que le asesoraban sobre lo que es tendencia en la actualidad y con la ayuda de la tecnología en los últimos tiempos, saber lo que la gente buscaba, ya no era una preocupación.
O eso pensaba.
Una baja en la productividad de algunas tiendas que trabajaban para el grupo Bakugo fue lo que detonó una avalancha de desestabilidad en los primeros años de haber asumido la total dirección del grupo Bakugo, por ende, las tiendas asociadas fueron las más perjudicadas (algunas, incluso, tomaron la decisión de desvincularse de Athena 's Silk). Muchos acusaron de tal suceso al traspaso de mando y puso en tela de juicio la capacidad del nuevo presidente. La situación fue a consecuencia de una mala inversión y aún podía sentir el cosquilleo de la ansiedad subiendo por sus piernas; tenía veinticinco años cuando eso, tenía una hija de tres años, pensar en ella e imaginar perderlo todo, hizo que el miedo causara estragos en él.
Tenía una importante entrevista con un posible y gran inversor, era la única alternativa para seguir subsistiendo en el mundo comercial y volver a poner a flote la empresa de su familia. No podía fallar en ese momento.
Con veintisiete años recién cumplidos, subió al vehículo de la empresa con destino a la entrevista que lo podría definir todo. El chofer ya lo aguardaba dentro. No dijo nada, sólo ingresó a la cabina trasera del vehículo y continuó repasando sus apuntes para la gran entrevista; en ese trayecto, reconoció algo interesante ubicado en la parte inferior del asiento del conductor: un libro.
Su curiosidad lo hizo tomar el libro bajo el asiento y quizá fue el movimiento repentino que provocó que los ojos del chofer lo vieran a través del espejo del retrovisor.
―¡Oh, disculpe, Bakugo-san! Olvidé que dejé mi libro allí ―habló enseguida el chofer de su vehículo.
Katsuki no prestó atención, estaba ensimismado leyendo la portada del libro de Sun Tzu, El arte de la guerra. Una sonrisa ladina se formó en su rostro, había leído ese libro durante su formación académica, era uno de los favoritos de su padre. Los recuerdos aflorando en su interior, le habían hecho olvidar un poco la ansiedad pasada.
―¿Lees en tu tiempo libre? ―Preguntó Bakugo sin mirar a su chofer.
―Sí, es uno de mis libros favoritos. Lo leo cada tanto ―respondió. Los ojos rubíes del presidente fueron a la mirada del chofer ubicada en el retrovisor. Avellanos y gentiles, así los recordaba―. De seguro lo ha leído también.
―Sí, pero ha pasado mucho tiempo desde entonces ―continuó Bakugo―. ¿Te importa si le doy una leída? ―Preguntó.
―Para nada ―se apresuró a contestar su empleado.
Releer las páginas del antiguo libro le ayudaron a recobrar un poco de confianza en sí mismo, en todo lo que había aprendido, en todo lo que sabía que podía hacer y convertir al grupo Bakugo. El libro habla de la importancia de saber vencer sin luchar, en el engaño y confusión del enemigo, en buscar estrategias que catapulten al éxito asegurado, pero también sobre aprender a ajustarse a las condiciones, a ser capaces de defender lo que se posee, a ver las ventajas y saber cómo volverlas oportunidades.
Necesitó encontrar aquel viejo libro en su camino para volver a tener un poco de esa confianza que le caracterizó mucho tiempo. Levantó la vista al chofer que seguía conduciendo con la vista puesta en su trayecto.
―Es un libro que disfruto leer. ―Lo escuchó decir con calidez.
―Tienes buen gusto literario ―respondió con diversión.
Continuó hablando con el hombre que lo condujo hasta su importante cita y fue el dueño del libro quien le dijo que llevara consigo en caso de necesitarlo. No quería que el personal de su empresa lo viera como alguien débil, así que sólo volvió a hacerle entrega del libro en lo que duraba su reunión.
Tras varias horas de reunión, Bakugo Katsuki terminó ganando inversores, terminó por asegurar la continuidad del grupo Bakugo y la prosperidad de sus finanzas y empresas. Forjó alianzas e hizo promesas, volvió a darle una oportunidad al Grupo Bakugo de ganarse la confianza de las personas.
Cuando regresó al vehículo y retornó a la sede del grupo, el chofer le regaló el libro alegando que él tiene más posibilidades de utilizar las enseñanzas del libro que un simple chofer. No supo cómo tomar esas palabras pero acabó por aceptar el libro.
En la primera página se leía el apellido Uraraka Kiyoshi. Un tiempo después, supo que desvincularon al chofer de la empresa y no volvió a saber de éste hasta unos cinco años después en el que, la muerte del hombre fue noticia. A consecuencia de un accidente automovilístico, el hombre acabó falleciendo en el sitio mientras que su esposa y su hija de diez años se encontraban hospitalizadas con un panorama muy delicado.
Seguía conservando el libro del hombre. Seguía abriéndolo cada vez que sentía inseguridad alguna y cada vez que leía el apellido Uraraka, recordaba cuán importante fue la presencia de ese simple chofer a todo lo que representa el Grupo Bakugo en la actualidad. Muchas veces, pensó en buscar a la familia del hombre fallecido, hacerle entrega del libro y saber si necesitaban algo pero muchas veces, acabó sin hacer nada porque siempre hubo otras cosas en las que poner su atención.
Dejó escapar un suspiro más. Volvió a abrir el libro y pasó unas páginas como siempre lo hacía. Cada tanto, volvía a abrir el libro y repasaba lo que ya sabía, muchas veces sólo para tratar de relajar sus nervios y pensar que siempre terminaría hallando una solución a sus problemas. Lastimosamente, el viejo Sun Tzu no elaboró un libro sobre cómo lidiar con tu esposa e hija, porque estaba seguro que le vendría de maravillas.
Fue a la página inicial. Uraraka Kiyoshi iba escrito en la primera hoja. Lo recordaba, por supuesto, era un hombre sonriente con cabello castaño, ojos brillantes y parecía siempre estar de buen humor. Ver a la amiga de su hija, ver sus ojos, ver su sonrisa era recrear un poco en ella la amabilidad de aquel simple chofer. Uraraka, pensó de vuelta.
―Mi padre falleció cuando era pequeña. Mi madre… Bueno, ella sigue en Kyoto. Volvió a casarse cuando yo tenía dieciséis años. ―Recordó las palabras de la muchacha al hablar de su familia. No, no tenía muchos motivos para sonreír del modo en el que Kiyoshi lo hacía.
Dejó escapar un suspiro sin dejar de observar el apellido Uraraka escrito con tinta en la primera página del libro.
Quizá era su hija, quizá no, lo único que sabía era que seguía siendo una completa extraña de la cual Mahoro no sabía ni de dónde provenía; fue su acento, su dialecto de Kansai y otras actitudes las que lo hizo poner en tela de juicio todo lo que saliera de su boca. Actuó como un cretino, es verdad pero no quería que gente malintencionada siguiera acercándose a su hija o a su familia. No había que ser muy listo para saber quiénes eran los Bakugo.
Escuchó unas voces fuera de su oficina, zapateos y un volumen alto. Venían hacia su oficina. Guardó el libro tan rápido como las puertas de su oficina se abrieron de par en par, dejando ver tanto a su secretaria intentando frenar a la otra mujer que, con ambas manos, tiró por delante las hojas de sus puertas. Su ceño se frunció al reconocer a una de las modelos de Athena's Silk irrumpiendo su despacho.
―Lo siento, Bakugo-san, le traté de explicar a Toga-san que usted no recibe visitas en este momento, pero… ―Su secretaria habló con pena en su rostro. La otra mujer no se inmutó en lo absoluto, por el contrario, avanzó con paso decidido hacia el interior de su despacho, repiqueteando con los tacones altos que traía puesto, dejando que su cabellera rubia se meciera con el movimiento de sus hombros y caderas. Una sonrisa filosa se dibujó en los finos labios de la mujer de ojos dorados y el ceño fruncido en Katsuki se hizo notar desde su lugar.
―Descuida, Nejire ―habló su jefe y con un gesto con su mano, le ordenó que saliera de su oficina. La mujer de cabello azulado asintió y cerró las puertas de vidrio templado para dejarlos solos. Su atención regresó a la mujer rubia, vestido holgado de gran escote y una sonrisa coloreada en rojo pasión―. ¿Qué haces aquí, Toga?
―Vine a verte, eso es claro ―respondió caminando hacia su escritorio. Tenía una pequeña cartera blanca, metió su mano en su interior y sacó un pequeño pendrive, tan diminuto como sus uñas pintadas en negro―. Lo que me pediste.
―No te pedí una mierda. De hecho, ni siquiera deberías estar aquí. Trabajas con mi esposa y―
―¡Oh, claro! Tu esposa, la que te ha dicho que se encuentra en un viaje de negocios, ¿no es así? ¿O fue una reunión urgente con algún cliente? ¿Recuerdas cuál ha sido su excusa ésta vez? ―Preguntó enarcando una ceja. Katsuki frunció aún más su ceño―. Sólo vine a dejarte estas fotos. ¿Sabes cuánto es el honorario de detectives que hacen estas excelentes fotografías?
―¡¿Detective?! ¿Qué mierda te sucede? ―Katsuki se levantó de su asiento, rodeó el escritorio y no se contuvo en tomarla por la muñeca, consiguiendo que el pendrive diminuto cayera al suelo―. Ya me cansé que trates de meterte con Camie y conmigo. ¡Mi matrimonio no es de tu incumbencia!
―Oh, amo cuando te pones agresivo ―susurró lascivamente. Katsuki no disimuló el desagrado que le provocaba la mujer. La terminó soltando con fuerza.
Katsuki se alejó de regreso a su escritorio, tomó asiento, no tardó en sacar su chequera, Toga la conocía a la perfección. La atención de la excéntrica modelo fue volcada en la pluma de tinta oscura que iba trazando dígitos en el cheque.
―¿Qué estás haciendo?
―Es tu indemnización por desvincularte de Athena's Silk ―respondió sin mirarla. La tensión en Toga aumentó.
―¡No puedes despedirme! No trabajo para tí, trabajo para Camie.
―No te olvides que soy el mayor inversor y propulsor de Athena 's Silk. Te lo advertí en ocasiones anteriores pero al parecer, eres una de esas modelos sin cerebro. ―Dio una última firma, arrancó el cheque y se lo arrojó a Toga―. Desaparece de mi vista.
Toga lo observó un momento en silencio, apreciando el cómo el hombre le extendió el cheque con su indemnización. Sonrió.
―Incluso el gran Bakugo Katsuki tiene miedo ―dijo acercándose a la mesa para tomar el cheque―. ¿Quién lo diría, no?
―No me provoques, Toga.
―No necesito hacerlo. ―Sonrió―. Te dejaré las fotos en el pendrive. Ya es cosa tuya si te interesa ver qué hace tu mujer cuando te dice que está fuera, en alguna reunión o viaje de negocios. ―La vio guardar el cheque en su bolsón―. Si te sientes solo, no dudes en llamarme. Por cierto… De nada. ―Y con una sonrisa felina, se alejó de allí.
Katsuki estuvo tentado a destruir algo con sus propias manos en ese preciso momento pero contuvo sus impulsos al recordar que no estaba en su casa y que, finalmente, no podía darse el lujo de regresar a sus años de adolescente en donde destrozar cosas era parte de su vida. Aspiró cuanto pudo, contuvo el aliento y soltó el aire finalmente.
Su mirada fue al diminuto dispositivo sobre la superficie de su escritorio. Las ganas de tomarlo eran tan fuertes como el deseo por destruirlo. Cerró los ojos un momento.
Toga Himiko era una de las modelos de Athena's Silk, una de las favoritas de Camie y la razón por la que aún no la despedían se reducía a que era una de las pocas modelos que reunían los requisitos de Camie a la hora de portar sus diseños. Pero había un detalle que Camie no sabía o prefería ignorar: tenía una fascinación por el esposo de su jefa. La muchacha sabía cuán deseada era por otros hombres y mujeres, sabía lo que causaba su retorcida personalidad y su incapacidad para forjar lazos con la empatía. Toga Himiko no hallaba el mismo deseo en los ojos del presidente del grupo Bakugo a pesar de las tantas ocasiones en las que ella se le insinuó y fue aquel mismo rechazo por parte del hombre mayor que ella lo buscaba aún más.
No era la primera vez que la muchacha de veinticinco años le hablaba con coquetería ni le halagaba con dobles sentidos. A Katsuki nunca le agradaron las modelos que Camie contrataban, pero Toga en particular, era de las que le sacaban de quicio por su comportamiento infantil e intento por seducirlo.
Siempre que se encontraba en su despacho a solas, ella iba a buscarlo con ropa provocativa pero nada parecía alterar la calma en sus pantalones. Katsuki se había vuelto un capricho, un capricho de niña rica que poseía la modelo y a pesar de trabajar bajo el sello de Athena's Silk, de trabajar para la esposa del hombre que la hacía morderse los labios, ella seguía muy interesada en conseguir su atención.
La encontraba irritante e inmadura, sin mencionar que él no era de los que se fijaban en jovencitas de veinte años, a diferencia de otros hombres que superan los cuarenta y tantos años.
Pero la razón principal por la que Katsuki no toleraba a Himiko se debía a que, en cualquier oportunidad que existía, la muchacha recalcaba que Camie no era del todo sincera con él, de que cuando decía ir a una reunión imprevista o algún viaje de negocios, no decía la verdad. Fueron varias las veces en las que Toga le había hablado de que Él le había dejado en claro que nada le haría desconfiar en su esposa y esa ciega fe en Camie la volvía loca. Literalmente.
Escucharla decir que su esposa mantenía un romance a sus espaldas fue incómodo y molestoso pero la gota que colmó el vaso fue el atrevimiento de espiarla para tirarle pruebas al respecto. Él confiaba en Camie, sabía que, a pesar de los altibajos en su relación, ella nunca le haría eso… ¿Verdad?
Se llevó una mano al rostro, se lo masajeó con brusquedad intentando arrebatarse a sí mismo la frustración que la presencia de Toga le había causado. Sin embargo, la tentación de ver el interior del pendrive que Himiko le proporcionó gritaban en su interior. Volvió a mirar el diminuto dispositivo. Se odio a sí mismo después.
Encendió un cigarrillo y le indicó al barman que le recargue más whisky a su vaso. Dio una calada profunda, exhaló el humo y ahogó parte de su frustración con whisky costoso. La música en el bar le sonaba lejano, distante, como si él estuviese metido en otro sitio, porque su mente recreaba en bucle todas las veces en las que su esposa le había dicho que tenía una cena con inversores, viajaba por asuntos de trabajo o directamente, inventaba cualquier excusa para engañarlo.
Dio otro sorbo. Sus dedos apretaban con fuerza el vaso de vidrio, no tenía intenciones de romperlo pero su mano estaba aferrada a ella como si hacerlo estallar en fragmentos fuese una opción viable para él. En esos momentos, estaba muy adormecido por el alcohol como por el shock de lo que repetía una y otra vez en su mente.
―¿Estás seguro que quieres seguir bebiendo, Kats? ―Escuchó la voz del barman. Levantó la mirada a su amigo rubio. Su respuesta fue sencilla: otro sorbo profundo de whisky.
―Si vine a tu puto bar fue para beber, no para hablar contigo, Denki de mierda ―respondió. El vaso volvió a extenderse hacia el barman y dueño del lugar en donde Katsuki acabó acudiendo porque beber en su casa con la única compañía de su soledad, le sabía insípida y desagradable.
Sí. Cayó por su propia boca en asegurar de que su esposa nunca le habría hecho tal atrocidad como el engañarlo. Lo aseguró y se lo dejó en claro a la zorra de Toga Himiko. Pero pecó por ingenuo, pecó por haber sido un idiota y no haberse percatado antes de las señales de que su matrimonio ya no era más que una farsa que sólo él intentaba mantener en pie para ¿qué? ¿Qué ganaba con eso?
Las fotografías del detective que contrató Toga Himiko eran excelentes, tan buenas que hasta le dio pena haberle pagado tan poco a la tonta modelo, le hubiese dado más, ¡carajo! ¡Las tomas eran las ideales! No había forma de poner en duda que la mujer recostada en la arena con ese bikini diminuto y esa sonrisa radiante, quien besaba al hombre mucho más joven era su maldita esposa. Tampoco podía negar las tantas otras fotografías en distintos lugares en donde se la veía agarrada de la mano o abrazada por el muchacho que la veía con ojos de enamorado a través de sus gafas de nerd.
Repetía y repetía en su interior las escenas y sólo podía desear seguir bebiendo.
―¡Katsuki! ―A la tercera vez que su nombre sonó en la boca de su amiga, Sero Mina, el hombre que bebía solo en la barra del bar, levantó su vista a la pelirrosa mujer―. Carajo, cuando recibí el mensaje de Kaminari no comprendí a qué se refería "código rojo". ―La mujer tomó asiento junto a él y le quitó el vaso de whisky a punto de ser quebrado por su diestra―. ¿Qué pasó? ¿Por qué estás aquí en este estado?
Katsuki emuló una sonrisa irónica. Miró a su amiga un momento, aún estaba con la frustración arrebatándole de la realidad; aún tenía las fotografías de su esposa besando a otro hombre metido en la cabeza.
―¿Recuerdas lo que te había dicho sobre la actitud extraña de Camie en los últimos meses? ―Mina asintió. Katsuki sacó su teléfono y con la pantalla iluminando una fotografía en particular, la sorpresa de Mina fue suficiente para hacerlo tomar posesión del vaso de whisky que su amiga le quitó.
―Mierda… ―Susurró Mina tomando en sus manos el teléfono de su amigo. Compartió una mirada con Kaminari Denki quien sólo se encogió de hombros en respuesta. No había nada que acotar―. Carajo… Creí que… ¿Cómo conseguiste estas fotos?
Katsuki dio un sorbo profundo a su vaso, Mina tampoco le apresuró; no era momento de presionarlo más de lo que la realidad ya lo hacía.
―La modelo que trabaja con Camie creyó hacerme un favor en contratar a alguien para que siga a Camie ―dijo. La mirada de Mina fue con urgencia a la suya―. No me mires así; no fue idea mía. Lo hizo y me trajo las fotografías en un pendrive. No sé qué esperaba con darme esta información. ¿Chuparmela? ¿Que terminemos teniendo sexo? No lo sé. La terminé despidiendo; es una maldita lunática.
Mina bloqueó el teléfono de Katsuki para ponerlo de regreso sobre la mesa. Lo miró un momento y no pudo reconocer al Bakugo Katsuki a quien ella conocía. No, sólo veía a un hombre dolido y amargado bebiendo y fumando con la fotografía de su esposa siéndole infiel en el teléfono.
―¿Le has dicho a Camie que tú…, bueno, lo sabes? ―Katsuki negó a su pregunta.
No, no lo hizo pero por casi media hora estuvo con la pantalla encendida, enseñándole el número de su esposa. Quería llamarla, por supuesto, quería llamarla y gritarle, quería decirle muchas cosas pero cuando lo pensaba mejor, ¿qué le podría decir? ¿Gracias? Una risa profunda salió de él, asustando aún más a Mina.
―Mierda… ―Mina nunca había visto ese estado en Katsuki; ni siquiera sabía cómo calificar el cómo apreciaba a su amigo de años en ese momento.
Sero Mina es una de las pocas personas que podrían decir conocer a Bakugo Katsuki; eran amigos desde la universidad, de hecho, era un grupo de varios amigos, pero Mina era una en particular muy especial porque era la que, a pesar del carácter difícil de Katsuki, era quien mejor lo entendía.
Sí, sus años en la universidad se resumían con su grupo de seis integrantes, entre ellos, Sero Hanta, Kaminari Denki, Jiro Kyoka, Bakugo Katsuki, Utsushimi Camie y ella, Ashido Mina. Un grupo de seis amigos que terminaron casándose entre ellos, como fue el caso de Katsuki y Camie (los primeros en hacerlo), Mina y Hanta, Denki y Kyoka fueron los últimos y los primeros en divorciarse hace unos cinco años atrás.
El tiempo transcurrió y a pesar de que cada uno tomó su camino en la vida, trabajos, familias, hijos, etc., Mina, Denki, Kyoka y Katsuki seguían en contacto, principalmente después de que Mina quedara viuda hace dos años.
Sí, continuaron siendo amigos a pesar de los años, a pesar de la distancia y a pesar de los dolores. Katsuki estuvo con ella cuando su esposo murió y ella estaba con él en esos momentos en el que su matrimonio no se encontraba en el mejor de los momentos.
Desde hacía unos meses, tanto Kyoka como ella pudieron percibir que la realidad en el matrimonio Bakugo no era la que las revistas de chismes mostraban. Ambas conocían a la pareja desde hace más de veinte años y aunque Katsuki no lo dijera, dio a entender en algunas oportunidades, que Camie actuaba extraña aunque nunca se animó a asumir nada negativo sobre su esposa. Sin embargo, cuando recibió el mensaje de Denki alegando un código rojo, el código de la infidelidad en el lenguaje que se manejaba entre ellos, no supo qué esperar con exactitud. Lo llamó y supo que Katsuki se hallaba en su bar.
―Y esta es la situación actual ―habló Kaminari desde la barra, se encogió de hombros. Kaminari era el payaso del grupo, quien siempre terminaba aportando gracia en las conversaciones para aminorar la tensión pero no se animaba a hacer algo similar, no cuando el dolor y frustración de Katsuki era tan palpable―. Me sorprende que esté aquí en lugar de mandar a la mierda a Camie.
―Pienso lo mismo ―convino Mina.
Katsuki gruñó al mirar a sus amigos.
―Son un par de idiotas ―dijo molesto. Dio otro sorbo a su vaso―. Si vine aquí fue para beber, no para hablar con ustedes. Yo sólo… ―Katsuki sólo no quería encontrarse en su departamento con nada más que su soledad. Su esposa lo engañaba, no era algo que lo deprimera pero sí le dolía el maldito orgullo y se encontraba bebiendo porque deseaba sentir algo más amargo que su actual realidad―. Sólo quiero distraerme.
―Es una excelente forma de afrontar esta situación ―dijo su amigo sonriéndole. Tomó una botella de cerveza y se lo tendió a Mina, ella no dudó en aceptarlo―. Cuando me divorcié de Kyoka, tuve una epifanía y un coma alcohólico… Quizá lo primero provino de lo segundo, pero eso es detalle ―comentó para sí―. Como sea, deberías de ahogar tu soledad en otro sitio y no solo bebiendo aquí como si el mundo se te acabara.
―No estoy…
―Cállate ―dijo Mina―. Denki ha dicho algo brillante en mucho tiempo.
―¿Gracias? ―No sabía si tomarlo como un cumplido, pero Denki continuó hablando; apoyó los codos sobre la barra, su cabello rubio recogido en una coleta baja cayó sobre uno de sus hombros, dedicándole a Katsuki una sonrisa pícara―. Pero lo que realmente iba a sugerir es: necesitas ahogar tu soledad en un bar diferente.
―¿Diferente? ―Preguntó Katsuki. Mina frunció su ceño al escuchar las palabras de Denki.
―Sí. ¿Recuerdas a Todoroki Enji? ―Ambos asintieron―. Tiene un bar para adultos en la calle Kuyakusho, en Shinjuku. ―Tanto Katsuki como Mina fruncieron su ceño al escuchar el barrio en particular.
―¿Kabukicho? ―Inquirieron al unísono.
―¡No es lo que piensan! En verdad sólo es un Host-bar. ―La dura mirada en sus amigos seguía presente―. Oh, vamos, lo que necesita Katsuki es ver rostros nuevos, pechos nuevos, tener nalgas nuevas sobre su regazo y…
―Me retracto ―dijo Mina de inmediato―. Nada brillante parece salir de ti, Denki. ¿Cuántos años crees que tiene Katsuki? Es una…
―No es una mala idea.
Los ojos de Mina como los de Denki fueron a Katsuki tras escucharlo decir esas palabras. No había ninguna mueca o expresión que hablara de alguna broma, era difícil que Katsuki bromeara pero de todas maneras, les tomó por sorpresa aquella frase, y no solo por darle la razón a Denki.
Lo demás es historia. Acabaron en el barrio de Kabukicho, Denki cedió su bar a su encargado y los acompañó porque no se perdería por nada del mundo ver a un Katsuki yendo a un host-bar para tener de acompañante a alguna mujer joven. La idea de alquilar la Golden Room fue del propio Katsuki, deseando privacidad sin que nadie lo notara, porque como se lo había dicho Denki, muchas personas influyentes terminaban en Dollhouse buscando compañía.
Mina y Denki terminaron en la barra, mientras aguardaban que su amigo finalizara su terapia de cornudo dolido, como se lo había dicho Denki.
Katsuki no estaba completamente ebrio pero sí lo suficiente como para tomar tal decisión de terminar en un sitio como era Dollhouse. La encargada de nombre Miruko le tendió la "carta" de dolls y él fue viendo los nombres y características de cada uno de los empleados.
Angelface, leyó en la carta femenina. Su rostro estaba cubierto por un antifaz blanco, llevaba una peluca rosa y todo su atuendo se caracterizaba por ser blanco con detalles en rosa, enseñando una imagen más virginal y angelical. Le gustaba el aire que enseñaba en su mirada castaña y todo el halo inmaculado que enseñaba. No supo por qué, las mujeres tiernas y de aspecto frágil no eran lo suyo pero le gustaba lo que veía en la llamada angelface.
Miruko le había dicho maravillas de la muchacha, tenía dos años de trabajo allí y era una de las más solicitadas; sin embargo, cuando la vio entrar en la Golden Room, los pasos de la catalogada como "solicitada" se detuvieron abruptamente, como si hubiese pegamento en el suelo, deteniendo el avance de sus stilettos. La mujer lo veía como si éste fuese un fantasma y no entendía por qué.
Su imagen lo dejó mudo por un momento. Era mucho más hermosa estando delante suyo, pero la curiosidad por saber qué la detuvo de ese modo, pudo más con su paciencia.
―¿Qué haces ahí? ―preguntó molesto, con la tosquedad que lo caracterizaba.
La muchacha dio un respingo y se apresuró a avanzar hacia él al tiempo en el que él regresó su cigarrillo a los labios. No supo qué llamó más la atención de la muchacha frente a él: su cuerpo, su cicatriz en el pecho o el modo en el que lo miraba.
