Disclaimer: BNHA y sus personajes, no me pertenecen.

Summary: Las noches en "Dollhouse" siempre eran movidas; la gente iba y venía y las historias que las damas de compañía escuchaban, no siempre eran felices. Uraraka Ochako trabajaba allí bajo el seudónimo de Angel face y de entre todos los desdichados que pagaban por unas horas con ella, nunca esperó hallar al padre de su amiga aguardando por su compañía.

Aclaratoria: Ésta es una obra propia y todos los derechos son reservados.


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CAPÍTULO 5

Muslos tibios.

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Con qué facilidad era posible que todo lo que la rodeaba pudiese desaparecer. La música, los olores, la sensación de estar de pie en la gran habitación llamada Golden Room. Todo pareció volverse absurdo a su alrededor, sin sentido alguno, sin significado. Las luces se percibían opacas mientras que lo único que resaltaba ante sus ojos era el hombre de mediana edad sentado en el cómodo sofá de cuero a unos metros de ella.

Los sonidos, la música que envolvía el cuarto comenzó a tornarse casi en un simple zumbido en la profundidad del sitio, dejando que lo único audible para ella fuese su propia respiración. Sus latidos cobraron fuerza y velocidad, lo sentía, sentía como su propio corazón intentaba apuñalarla desde su interior para salir corriendo; lo lamento, se dijo a sí misma, ninguno de los dos podía salir corriendo en ese momento, no con la mirada rubí penetrándola.

La mirada intensa de Bakugo Katsuki era aún más profunda de lo que recordaba al estar en la casa del matrimonio. Su cuerpo estaba completamente a merced del hombre que la observaba como cual depredador a la espera de que ella mostrara un movimiento, un simple indicio de querer huír, para que él saltara a por su punto débil.

Noticias. Ella no podía ni estarse de pie, mucho menos podría pensar en huir.

―¿Qué haces ahí? ―La voz autoritaria de Bakugo Katsuki rompió su burbuja. La arrebató de su propio trance y su sangre pareció volver a correr con normalidad. De hecho, todo a su alrededor seguía su ritmo, fue ella quien acabó sucumbiendo al miedo.

Al miedo de ser descubierta por nada más ni nada menos que el padre de su amiga, el mismo que la había llenado de preguntas incómodas, que la hizo sentirse tan inferior hace un mes aproximadamente. De entre todas las personas que pudieron haber llegado, personas con las que ella frecuentaba o conocían, ¿por qué precisamente él?

Ochako siguió avanzando hasta llegar a la mesa ratona que se hallaba entre ella y el hombre que la observaba y estudiaba en silencio. Temió levantar la mirada, temió respirar demasiado fuerte y que él llegara a las conclusiones pertinentes sobre su persona porque, al parecer, aún no la identificaba, o no del todo.

―Tu acento no es de Tokio, ¿no es verdad? ―Recordó las palabras del hombre cuando la escuchó hablar durante la cena en su casa. Cerró los ojos con fuerza, deseando quedarse muda mágicamente.

―Angelface ―habló Katsuki entonces. Ella frenó el movimiento de sus manos al depositar los vasos de vidrio, la hielera y el whisky sobre la mesa de cristal al escuchar su voz. No levantó la mirada, pero tras un segundo de contener su respiración, siguió acomodando sus elementos―. Miruko me ha dicho que eres una de las más solicitadas; no te ves muy profesional.

Nuevamente sus comentarios lacerantes, cortando cuanto podía con el sólo hecho de pronunciarlas. Se enderezó en su sitio y tratando de no hacer contacto visual con el hombre, se limitó a asentir. Lo vio extendiendo su mano hacia ella, la curiosidad la hizo dirigir su atención a su gran mano abierta a ella, parecía decir algo, parecía esperar algo de ella. Los ojos castaños de Ochako se hallaron en los rubíes de Katsuki. El rojo de sus ojos eran más oscuros de lo que recordaba, más intensos y más, mucho más intimidantes; por el contrario a sus ojos, el lenguaje de su cuerpo parecía ser más gentil. ¿Gentil? No, quizá no usó la palabra correcta, porque lo que veía en sus hombros, en su mano, en su expresión era cansancio.

¿Cansado de qué? Esa pregunta la hizo dar un par de pasos hacia él, despacio y con una precaución latente en su interior. Mientras se hallaba tomando la mano de Katsuki, pudo identificar mejor la expresión del hombre que solicitó su presencia esa noche: Bakugo Katsuki no era gentil, tampoco estaba cansado, pero sí había rastro de estar harto. Era la expresión de alguien que estuvo corriendo por tanto tiempo a mitad de la noche, buscando o escapando de algo, era el rostro de alguien que, teniendo tantos lugares a donde ir, se quedó sin opciones; que teniendo tantos lugares donde acabar bebiendo, decidió ir a donde ella se hallaba para tomar su mano y acercarla a él.

Las pequeñas y enguantadas manos de Ochako se ubicaron sobre los anchos hombros de Katsuki, una vez que la distancia fue historia olvidada entre ambos. Las rodillas de Ochako se sentían tan cerca del sofá en donde Katsuki se hallaba sentado, podía sentir el calor de las piernas del hombre a cada lado suyo, encontrándose en el interior del fuerte que Katsuki había creado para sí solo. Ochako, de pie frente a él, con las manos en sus hombros, lo observó con tanto detenimiento desde la altura que le permitía el hombre al estar sentado frente a ella.

―¿Por qué estás tan triste? ―Susurró Ochako. Los ojos de Katsuki enseñaron sorpresa pero no demasiada. Una mueca cansina se acomodó en sus labios; lo siguiente que sintió Ochako, fueron las manos del hombre ubicándose en su pequeña cintura, sintiendo bajo su tacto la suave tela del babydoll que la cubría o al menos, daba un poco de disimulo a su conjunto de lencería bajo el halo celestial de su tela semitransparente.

―¿Recibes a muchos hombros tristes? ―Preguntó él. Ochako, que había fingido otro acento, otra voz, otra personalidad, asintió. Él no necesitaba que ella sea la amiga de su hija, necesitaba que se convierta en una extraña que lo amparase esa noche, que lo refugiase por las horas que él pagara para no sentirse tan patético―. ¿Qué haces con ellos?

Ochako comenzó a sentir menos presión. El halo intimidante de Katsuki fue cediendo ante ella, y eso le permitió tomar la iniciativa de sujetar las manos del hombre con las suyas, alejándolas de su cintura. Ninguno apartó la mirada del contrario, fue aquel refugio lo que le permitió a Katsuki dejarse guiar por las pequeñas manos de la mujer que lo atendía.

La joven tomó asiento sobre una de sus piernas y volvió a colocar las manos del hombre sobre su cuerpo. Una de sus manos, la zurda, fue sobre sus muslos, en la unión perfecta entre su piel y el inicio de sus medias bucaneras blancas; la otra, la diestra, acabó en su cintura, permitiéndole mayor fuerza en su cuerpo. Hallarse entre los brazos del gran hombre no la tomó por sorpresa pero la hizo emular un grito interior; ¿qué estaba haciendo? le preguntaba una voz en su interior, su conciencia quizá, pero ella seguía observándolo como si no fuese el padre de su amiga, en realidad, ella lo miraba como miras a un animal herido, como a un depredador a quien acaban de herir y en cuya mirada, ya no hallaba más que miedo.

Bakugo Katsuki no estaría allí de no sentirse débil, abandonado y dolido. No era un depredador que caería ante cualquier herida, o esa era la percepción que la joven muchacha tenía de él.

―Bebo con ellos hasta que dejan de enseñar este rostro ―respondió Ochako. Estuvo tentada a tocar la barbilla del hombre pero se contuvo. Trataba de tomar a Katsuki como un cliente más, intentando olvidar la relación estrecha que tenía con su amiga.

―¿Y crees que no he bebido lo suficiente antes de llegar aquí? ―Preguntó. Había cierta gracia amarga en su expresión y en su voz. Ochako le dedicó una sonrisa dulce como la que le gustaba a sus clientes; se alejó un poco de él y tomando la botella de whisky y uno de los vasos, sirvió dos cubos de hielo y el líquido dorado para regresar a la comodidad que el muslo de Katsuki le ofrecía. Le enseñó el vaso y él enarcó una ceja.

―Puede que hayas bebido antes… Pero aún no lo has hecho conmigo ―respondió. Katsuki exhaló una sonrisa y aceptó el trago de Ochako. Verlo un poco más relajado la hizo sentirse de igual forma, olvidándose un poco de la culpa que sentía al encontrarse tan cómoda en el regazo del padre de su amiga.

―Entonces lo que dicen de ti es cierto. ―Ella lo miró con duda y él comenzó a sentirse más relajado―. De que eres muy solicitada. Puedo ver por qué.

―Todos buscan un momento de paz de sus caóticas vidas ―respondió Ochako. Él la ayudó a servirse un trago del whisky con tres cubos de hielo. La observaba detenidamente―. Beber con una extraña sabe mejor que hacerlo en la barra de algún bar de forma solitaria.

―¿Te estoy pagando para que me des lecciones? ―Preguntó entonces Katsuki y a Ochako se le escapó una risita diminuta que él no supo cómo reaccionar. Cuando halló la confusión en la mirada del hombre, ella se sonrojó e incluso bajo la opaca luz del lugar y el antifaz que traía puesto, Katsuki pudo apreciar el pigmento en sus mejillas―. Ahora entiendo qué ven los hombres en ti.

¿Qué tipo de comentario era ese? Ochako no supo cómo identificarlo ni cómo recibirlo sin que sus mejillas aumentaran su tonalidad. Estaba enfrascada en su lucha interna, en sus preguntas constantes que no notó en qué momento, la mano de Katsuki, la que anteriormente descansaba sobre su muslo y que cargaba el vaso de whisky, dejó el cristal sobre la mesa frente a ellos y viajó hasta encontrar la piel de Ochako, la visible, la de su cuello y parte de su barbilla.

El movimiento fue tan fluido y tan relajado que Ochako sólo sintió su gran mano posarse sobre su cuello delicadamente. Sus ojos se abrieron con sorpresa, su atención viajó a los ojos de su acompañante y podía seguir observando tristeza en sus pupilas. Si fuese otra persona, otro hombre, que la tocara de ese modo, ella se echaría para atrás con rapidez, cambiaría de tema, hablaría de otra cosa hasta que su cliente le siguiera el ritmo y ya no intentara tocarla de forma tan íntima.

Pero él no era cualquier hombre. Ochako lo sabía y sin embargo, ella dejó que siguiera sintiéndola. Le llamaba la atención el modo en el que alguien podía tocarla de ese modo y mirarla con tanta tristeza en sus ojos. Se sentía extraña, sentía que cada segundo transcurrido con el tacto de Katsuki sobre su piel, la hacía desear conocer más y más sobre el hombre que tenía delante.

―Dime algo ―preguntó Katsuki entonces, su pulgar encontró su barbilla y lo acarició dulcemente. Sus labios se tensaron, querían abrirse, quería morderlos, quería...―, ¿crees que si te beso, ella lo estaría lamentando?

¿Ella?

Ochako no disimuló su confusión. El pulgar de Katsuki tocó su labio inferior, su labial rosa manchó un poco de su piel y él sonrió ladinamente. Ochako ya no podía mirarlo sin desear besarlo en esos momentos.

―Lo siento ―dijo entonces Katsuki―. Sé que ustedes no son prostitutas y temo que si te beso, te sientas como una.

―No, yo… ―Hazlo.

Ochako estaba perpleja, no sabía qué sentía, no sabía por qué Katsuki se veía de ese modo y decía esas cosas; sólo entendió que su incursión a Dollhouse se debía a más que pura curiosidad, más que sólo para beber con alguna desconocida que, cortésmente, lo hacía sentirse mejor. Bakugo Katsuki estaba allí por su esposa.

―Quiero hacer lo mismo que ella me hizo ―siguió hablando Katsuki sin dejar de acariciar su labio―. Quiero sentir que la estoy traicionando pero sé que sólo terminaré siendo aún más patético de lo que ya soy.

―Mal de amores ―dijo entonces Ochako. Katsuki rio, grave y casi con pena―. ¿Te han lastimado?

―Lastimar… Es una forma curiosa de decirlo. ―Ochako dirigió sus brazos a los hombros de Katsuki, se recostó en su pecho y dejó que cada uno se sintiera presa de la comodidad en el cuerpo del otro. Katsuki sonrió, ella igual―. Eres más hermosa de lo que la carta de dolls enseñaba. Sin duda mi esposa se retorcería de los celos al verte conmigo en estos momentos, pero ya debe de estar ocupada.

Ochako quedó hecha piedra al oírlo hablar de ese modo, comprendiendo por completo la razón primordial de la situación de Bakugo Katsuki. Las preguntas comenzaron a inundar su mente, los cuestionamientos sobre la cena pasada, las constantes quejas de Mahoro sobre la actitud de sus padres, sus dramas familiares. Todo cobró sentido para Ochako.

Y las ganas de tomar el dolor del hombre para apartarlo de él, la invadieron. No lo quiso, no quiso hacerlo, su cuerpo y su debilidad por los hombres lastimados la hicieron acercar su rostro al de Katsuki. Ver una grieta en la fortificada coraza de alguien como él la hizo sucumbir.

Katsuki, por su parte, la sintió acercarse, la vio morderse los labios y él no se retractó en contener los impulsos por morderlos un poco más fuerte. Quien acortó la distancia fue él, lo admitía; estaba ebrio, dolido y una mujer hermosa estaba sentada sobre su regazo. El panorama perfecto.

Pero al momento de sentir el calor de los labios ajenos, de sentir su aliento cálido y de percibir el deseo ajeno por ser besada, Katsuki se detuvo. Milímetros de distancia, la piel rozando apenas, él se detuvo.

―No puedo hacerlo ―susurró contra sus labios. Las mejillas de Ochako se encendieron y él seguía hallándola hermosa. Ese era el problema―. Tengo que irme.

La apartó despacio pero lo hizo. La hizo a un lado, dejó el cuarto en cuestión de segundos con la misma rapidez que lo hace alguien que acaba de darse cuenta cuán equivocada estaba y regresaba por donde vino. La forma en la que Bakugo Katsuki huyó de allí, dejándola sola, con los labios palpitándole y las ganas arañando su interior, le hablaba de que él aún no estaba listo para algo como eso.

Sus amigos lo vieron salir del pasillo que llevaba a las distintas habitaciones privadas que poseía Dollhouse, no pasó ni una hora para verlo retirarse y más aún con la presura y desorientación que alguien que acabó de cometer un crimen y se dio a la fuga lo hacía. La primera en ponerse de pie fue Mina, Katsuki sólo le dijo que necesitaba volver a su casa, que ya tuvo suficiente. Denki los siguió y pagaron tanto su consumición como el tiempo que Katsuki estuvo con la doll, aunque con un extra que hasta a Hawks le llamó la atención.

Katsuki no quiso hablar, no quiso decir nada relacionado al por qué de su huída repentina del sitio, tampoco del cómo lo pasó estando adentro. La ebriedad hizo lo suyo, es verdad, lo hizo ir hasta un host-club y alquilar un cuarto privado con una muchacha a quien le duplica la edad con seguridad para que al final, lo dejara a su suerte y la realidad lo golpeara de lleno justo antes de besar a la desconocida. Bendita suerte la suya.


Cuando pensaba en los sucesos más incómodos de su vida, sus recuerdos la llevaban a la secundaria, alguna que otra vergüenza en público frente a sus compañeros de clase o frente al chico que le gustaba a sus dieciséis o diecisiete años. Sí, eran memorias graciosas si se ponía a pensar en ello, trabadas de lengua, tartamudeos, caídas, sin mencionar las vergüenzas vividas con su madre. Claro, creyó que ya podía obviar la pregunta de ¿qué fue lo más vergonzoso que ha pasado en tu vida?.

Pero no. A sus veintidós años sucedió algo aún más vergonzoso que de sólo pensar en ello, la hacía levantarse a mitad de la noche, se cubría el rostro con su almohada y gritaba tan fuerte como sus cuerdas vocales se lo permitían.

No había podido dormir bien desde esa noche. No, dormir nunca fue una opción porque cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Bakugo Katsuki se colaba a su mente, observándola detenidamente, de arriba abajo. Y no, para su suerte o castigo, él no tenía idea de quién era o si lo sabía, no lo dijo.

Escuchó unos pasos acercarse a ella con prisa. Volteó a ver a quien menos deseaba encontrarse ese día en los pasillos de Tokai pero Mahoro la halló y fue a por ella con los brazos extendidos y una sonrisa radiante.

Evitarla no era tan sencillo como creía que sería.

―¡Ocha! ―Dijo su amiga al colgarse por su cuello tras saltar por ella. Ochako la recibió como pudo para evitar caer al suelo. La melosa mirada de Mahoro encontró la suya y ella trató de huir sin posibilidad alguna―. ¿Qué has estado haciendo estos días? ¡Hace días que no sé nada de ti!

Ochako la observó un momento e intuyó preocupación en los ojos de su amiga. Se sintió aún más culpable pero la idea de frecuentar, con la idea de que su padre la haya reconocido en Dollhouse o incluso al ser consciente de que el hombre acudió a su trabajo teniendo esposa y una hija, la torturaban enormemente. ¡No queria que Mahoro supiera de su trabajo nocturno! Y tampoco sabía cómo hablar con ella con la normalidad que alguna vez existió antes de saber que Bakugo Katsuki iba a un sitio como Dollhouse; sabía que el matrimonio de los Bakugo no estaba en el mejor de los momentos, por lo que Mahoro le había dicho en alguna que otra ocasión, pero aún no podía asimilar la idea de que Dollhouse recibiera al hombre el otro día y además, sucediera todo lo que acabó pasando en cuestión de minutos.

Su rostro volvió a colorearse en un rojo vivo. ¡No, no podía mirar a Mahoro teniendo la información actual en su sistema!

―Yo… ―Trató de hablar. Trató de explicarse con su amiga; sabía que desaparecer de la nada, sin explicación alguna estaba mal en todos los sentidos posibles pero no podía simplemente verla como si nada hubiese pasado.

―¿Acaso estás molesta conmigo? ―Preguntó Mahoro alejándose de ella. La ansiedad creció en Ochako al verla tan triste―. ¿Es por mi familia? De verdad lo lamento, Ochako, no quise…

―¡No! ―Se apresuró a negar la muchacha. Mahoro estaba sorprendida por su repentina reacción de Uraraka. Las mejillas de Ochako se enrojecieron, víctimas de su ímpetu inoportuno―. Disculpa, es sólo que… Tengo algunas cosas en la cabeza desde hace unos días. ―Mentía. Mahoro frunció su entrecejo, haciéndola sudar.

―No siento que seas del todo sincera, Ocha ―respondió su amiga. Ochako la sintió dolida y eso la hizo tomar su mano antes de que Mahoro se alejara de ella. La rubia se encogió de hombros―. Mi padre no es perfecto, tiene un montón de defectos y quizá sea la razón por la que, tanto mi madre como yo nos alejemos de él… Entenderé si estás diferente conmigo por su culpa, por el modo en el que te trató en la cena ―Mahoro volteó a verla con las mejillas sonrojadas―. Pero sólo sé sincera conmigo. No quiero perderte como amiga.

Ochako se sintió terrible. Bajó la mirada a su mano sosteniendo la de su amiga y tembló de impotencia porque ella sentía un gran cariño por Mahoro. Cerró los ojos y volvió a ver al padre de ésta hace un par de noches en la Golden Room.

―Mahoro, yo… ―No podía decirle la verdad a su amiga, ¿o sí? Hablar de su padre ingresando a un sitio como Dollhouse, era hablar de ella como trabajadora nocturna en ese mismo lugar. Se mordió los labios―. Lamento si mi comportamiento no fue el correcto. Me sentí un poco intimidada por tu padre, eso es todo. No quise ponerme extraña contigo, es sólo que…

―Descuida ―interrumpió Mahoro sonriéndole. La rubia la atrajo hacia ella para abrazarla―. Hablaré con él. ―Ochako intentó hablar pero Mahoro se adelantó―. No perderé amistades porque él no sabe comportarse frente a otras personas.

A Ochako no le quedó otra más que asentir y sonreír como podía. No quería tocar el asunto de su padre en lo que iba el resto del día y lo llevó bastante bien en su tiempo dentro de las instalaciones de Tokai. Ambas continuaron sus clases y conversaron sobre el proyecto en pareja que llevaban adelante para finalizar el segundo semestre de la carrera.


Camie marcó por quinta vez el número de una de las modelos que debía sacar la colección de inverno. Toga Himiko era una muchacha de veinticinco años, alta, esbelta, mirada dorada y cabello rubio, tenía una mirada que conquistaba las cámaras, por eso Camie soportaba su carácter porque era una de las mejores modelos que Athena's Silk contaba; sin embargo, en ese día, su maldita empleada no contestaba su teléfono.

Estaba atrasada con la producción, lo sabía, por eso la sesión de fotos debían hacerse cuanto antes. Tenía la cabeza metida en otro sitio, lo reconocía pero estaba tratando de no empeorar la racha de entregas de la línea de Invierno.

Camie recorrió unas cinco veces su propia oficina mientras aguardaba que Toga contestara su línea. Cuando le informaron que la muchacha no había hecho acto de presencia desde hacía tres días, la preocupación en Camie creció, no dudó en hablar con ., buscando alguna señal de dónde se encontraba Toga y cuando le dijeron que su esposo, Bakugo Katsuki, la había despedido, se quedó atónita.

Esto era inaudito. Dejó su oficina y fue directo a donde su esposo. ¿Quién demonios se creía para despedir a su propio personal? Será un inversionista y propulsor de Athena's Silk, pero finalmente, quien decidía sobre los empleados era ella.

No prestó atención a la secretaría de Katsuki cuando ésta la intentó frenar, diciendo de que su jefe se hallaba ocupado. Katsuki la escucharía porque no podía decidir despedir como si Athena 's Silk fuese suya. Abrió la puerta del despacho de su marido con la voz de Hado Nejire tras su espalda, vio a su esposo sentado tras su escritorio, pluma en mano y sus lentes de vista sobre el puente de su nariz. La atención del rubio fue a su esposa.

―¿Qué mierda…?

―¡Qué mierda hiciste! ―Katsuki no pudo terminar de maldecir cuando Camie lo interrumpió para hablar con claro enfado.

Muchos de los empleados en el piso detuvieron sus quehaceres al escuchar la voz de la esposa del presidente del Grupo Bakugo con tanta fuerza, incluso Nejire se encogió de hombros en su sitio. Su mirada fue a la de su jefe y los rojizos de Katsuki dejaron de observar atónito a su esposa para posar su atención en su secretaria, le dedicó un asentimiento de cabeza, indicando que se marchara de su oficina. No dudó en hacerlo.

―¿Despediste a Toga sin decírmelo siquiera? ―Preguntó Camie acercándose a su escritorio.

Katsuki dejó escapar un suspiro profundo, se desabotonó el saco y se acomodó mejor en su sillón. Camie odiaba ver cuán tranquilo parecía, sabía que lo hacía a propósito para sacarla de quicio porque lo último que era Bakugo Katsuki era ser alguien tranquilo. Los ojos rojizos del hombre fueron a los de su esposa.

―Esa mocosa no respetaba a nadie, te hice un favor.

―¿Un favor? ―Preguntó con una risa seca―. ¿Por qué sería un favor el despedir a una de mis mejores modelos justo antes de presentar la colección de invierno? ¿Qué te hizo para que tomes esa decisión tan precipitada?

Katsuki rió por lo bajo, tomó su teléfono para teclear en este. Camie estaba perdiendo los estribos.

―¿Qué me hizo? ―Preguntó Katsuki. Se puso de pie y le enseñó su móvil con una fotografía en particular―. Es curioso que me preguntes eso.

Los ojos de Camie enseñaron genuina sorpresa, sus hombros tensos perdieron fuerza y su mandíbula endurecida se aflojó tan rápido que debió cerrar sus labios. La mujer cerró los ojos y se alejó de Katsuki, le dio la espalda.

―¿Qué me hizo? ―Volvió a preguntar Katsuki observando su propio teléfono―. La mocosa tenía sospechas de ti y se tomó el atrevimiento de investigar, de seguirte cada vez que decías tener una reunión, cena o viaje de negocios… Carajo, la mocosa es lista, más lista que yo que, veinte años siendo tu esposo, no noté que tu cambio de actitud se debía a que estabas con alguien más. ―Katsuki se acercó a su esposa―. ¿Quieres saber por qué la despedí? ―Los ojos de Camie se humedecieron y él estuvo tentado a tocar su rostro como siempre lo hacía, siempre que la veía al borde de lágrimas, intentaba tocarla pero nada era lo mismo―. Pude haberme retractado después de ver las fotografías pero sentí vergüenza… Já, qué maldito chiste de esposo, ¿no? Enterarme de que mi propia esposa se divertía con alguien más y que una veinteañera fue más intuitiva que yo para notarlo. Carajo, en verdad me hubiese retractado en despedirla pero a pesar de todo, habló mal de ti, Camie. ―Katsuki se alejó de ella para regresar a su escritorio, tomó su pluma y siguió firmando más documentos.

―¿Por qué? ―La voz de Camie volvió a escucharse con temblor, ya no tenía el mismo aire molesto que hace un momento. Él la volteó a ver y halló vergüenza y pena en su expresión―. ¿Por qué tardaste tanto en decírmelo? ¿Por qué no me gritas? ¿Qué haces sentado ahí? ¡Dime algo, Katsuki!

Su esposo formuló una sonrisa por lo bajo. Soltó su pluma y la miró a los ojos.

―¿Eso te hará sentir mejor? ―Preguntó―. No te lo dije antes porque aún no puedo creerlo. Veinte años de casados, tenemos una hija, tenemos un negocio juntos y te ayudé en todo lo que pude para que lances tu propia marca de ropa… No, no quiero tener esta conversación ahora mismo porque sé que querré romper toda la oficina y tú no vales la pena. ―Camie comenzó a llorar, no lo notaba pero la pluma de Katsuki estaba por partirse por la mitad ante la tensión que ejercía el hombre sobre ésta. Se estaba conteniendo demasiado, no podía seguir mirándola a la cara y ver que era ella quien lloraba―. No quiero verte, Camie. Lárgate antes de que en verdad quiera romper algo.

―Katsuki, yo… En verdad yo no quise…

―¿Engañarme? ¿Faltar al respeto nuestra relación? ―Katsuki tomó sus documentos, no podía mirar a Camie y tampoco quería permanecer mucho más tiempo allí; mientras más tiempo pasaba junto a su esposa, más recuerdos pasados llegaban a él y las ganas de romper todo en pedazos lo asaltaban. Estaba molesto, famélico, le dolía el orgullo como nunca pero más que nada, estaba tan decepcionado de ella―. No llegaré a casa. Si quieres quédate o ve a donde está el idiota ese, pero no quiero verte.

―¡Espera! ―Camie tomó de la manga de su saco cuando cruzó frente a ella, intentando detenerlo. La mujer estaba haciendo más difícil todo, él sólo quería marcharse de allí―. Katsuki, quiero que lo hablemos y me escuches.

―Bien, hablemos ―respondió y dejó caer todas sus cosas al suelo, asustandola. Camie retrocedió unos pasos, soltando su manga finalmente―. ¿Por qué lo hiciste? ¡¿Por qué?! ―gritó por primera vez―. ¿Fue por Katsuma? ¿Querías volver a quedar embarazada y por eso has ido a pedirle el favor a este niño? ¡¿Cuántos años tiene, eh?!

Camie comenzó a llorar con más fuerza y eso lo puso aún más nervioso. Veinte años de casados que acabaron en la basura por la infidelidad de su esposa. No, Katsuki no podía contenerse a sí mismo de la rabia y frustración que emanaba de su interior.

―No… No quise que las cosas pasaran de ese modo… ―Dijo Camie intentando calmarse, intentando secarse las lágrimas―. Él es… Tiene treinta años, trabaja en la policía y nos conocimos por pura casualidad… No tuve esa intención, yo…

―¿Y ahora me dirás que fue un accidente? ―Katsuki dejó escapar una risa sarcástica―. Por favor, Camie. ¿Cuántos años tienes? Carajo, te creería si me dijeras que nunca me has amado y que querías cogértelo por pura calentura.

―¡No fue así! ―gritó la mujer―. ¡Claro que te amo, Katsuki! ¡Es sólo que…! ―Su voz fue apagándose y a medida que lo hacía, Katsuki comprendió que no quería seguir escuchándola.

Claro que te amo, pero ya no me es suficiente con sólo "amarte". No, él no quería escucharlo, no quería sentir que no era suficiente para su esposa, que no la satisfacía ni la hacía feliz. No quería saber que alguien mucho más joven que él le terminó dando lo que él no podía.

Bakugo Katsuki, aunque muchos lo pusieran en duda, era alguien con muchas inseguridades. A pesar de su edad, de su herencia, de su dinero, de su apariencia era alguien súmamente inseguro. Durante mucho tiempo en su juventud era alguien rudo, no le importaba blandir golpes con tal de hacer callar a quienes se burlaban de él, sembró respeto a base de temor porque no dejaba que nadie se atreviera a dudar de él porque ya tenía suficiente consigo mismo.

A sus cuarenta y dos años, volvía a sentirse como un adolescente famélico e inseguro que proyectaba sus propios demonios en otras personas. Su esposa le dejó en claro que no era suficiente para ella y acabó revolcándose con alguien mucho más joven y no, no pasaba por una cuestión de dinero o apariencia y saberlo, le dolía aún más.

―Llama a Nejire por la línea interna y pídele pañuelos o lo que sea que necesites para disimular tu aspecto. No salgas de aquí con ese rostro de Magdalena. ―Dijo poniéndose de rodillas para tomar sus papeles, sus carpetas desperdigadas por el suelo, juntó todo lo que pudo―. No quiero que te vean en este estado tan lamentable. Puedes hacer lo que puta quieras, pero no dejes que mis empleados hablen de nosotros.

―Katsuki, espera… Nosotros―

―Nosotros nada, Camie. ―No la miró al decirlo pero tuvo que haberlo hecho, tuvo que haberla mirado a los ojos y decirle que no le dolía, que no le agobia pero no podía―. No quiero verte por, al menos, unos días. Inventa otro viaje de negocios como estás acostumbrada.

No la miró, sólo dejó la oficina que le pertenecía con zancadas fuertes, cerró la puerta detrás de él con tanta fuerza que, muchos de sus empleados levantaron la mirada para saber qué fue aquel azote de violencia a la puerta de su jefe pero al reconocerlo caminando como si el suelo fuese el culpable de sus problemas. Nejire trató de avisarle sobre su agenda pero Katsuki se perdió en el pasillo hasta desaparecer de la vista de todos, cuando las hojas metálicas del elevador se cerraron frente a él.

Bakugo Katsuki siempre fue alguien muy explosivo. Durante su infancia, su adolescencia incluso en sus primeros años de adultez, fue alguien muy conflictivo, temperamental y muy mal genio. Sin embargo, al ascender como presidente del Grupo Bakugo, muchas de esas actitudes infantiles y explosivas fueron quedando atrás para dar paso al hombre que era en la actualidad.

Pero a pesar de los años, el saber que su esposa le fue infiel con alguien diez años menor que ellos, le supo como una bofetada descarada; pero el verla a los ojos, llorando ante él y diciéndole que ella no quiso que las cosas terminaran de ese modo, sólo le dejó en claro una cosa.

Necesitaba destruir algo.

Las fotografías de su boda, de sus viajes con Camie, de toda su vida en noviazgo y matrimonial se convirtieron en su punto de ataque de su ira. Odió llegar a su casa y ver tantas fotografías en sus muebles con rostros falsos, sonriendo a la cámara, sintiéndose tan ajeno a ellos, como si lo que observaba en esos momentos fuese más que nada una ilusión ante sus ojos, como si acabara de quitarse la venda de los ojos y todo lo que observara fuera una fantasía y completa ironía.

Arrojó los cuadros y fotografías con Camie, pisoteó el vidrio que los recubría, rompió algunos marcos y dejó en total caos su sala. Su respiración agitada mientras recuperaba el aliento, teniendo bajo la suela de sus zapatos las fotografías con su esposa, lo hicieron dar otras pisadas más, con más fuerza, con más frustración. Siguió repitiendo en su mente la secuencia de fotografías con el hombre que tenía agarrada por la cintura a su esposa; era alto, cabello corto y oscuro, lentes y por el modo en el que sujetaba a Camie, podía ver cuán fuertes brazos poseía.

Es oficial de policía, siguió repitiendo en su mente con la voz de Camie confesándoselo. Tiene treinta años, trabaja en la policía y nos conocimos por pura casualidad… No tuve esa intención, yo… Dio otro golpe al suelo, sentía el vidrio quebrarse bajo su peso. Lágrimas de amargura empapaban sus mejillas. ¿Por qué estaba llorando? Había resguardado su enfado, su ira y todas sus emociones por tres malditos días, los trató de contener porque no quería enfrentar a Camie, aún no estaba listo para escuchar que era verdad, que la mujer a quien él amaba acabó traicionando.

Acabó sentado en el suelo, las manos cubriendo su rostro y maldiciendo todo lo que sabía sacro. Veinte años… Veinte malditos años, se decía a sí mismo mientras jalaba su cabello. Estaba ebrio, estaba ebrio de alcohol pero también de rabia. Destilaba amargura y dolor. Sólo podía imaginarse a su esposa desnuda, acostada en la cama de otro hombre, gimiendo el nombre de alguien más.

Y en medio de su remolino de emociones destructivas, su teléfono comenzó a sonar en el bolsillo de sus pantalones. Dudó un momento en tomarlo, sea quien sea, no quería contestar pero la insistencia con el timbre del teléfono lo obligó a tomarlo. Su pantalla se iluminó con la fotografía de su hija y su pecho adoleció un poco más.

Dudó. Por supuesto, ¿qué padre desearía que su hija lo escuche sucumbiendo o en un ataque de ira y frustración como estaba él en esos momentos? Cerró los ojos, aspiró profundo y finalizó la llamada. Abrió el chat de su hija y escribió un mensaje.

Me:

¿Qué sucede? Estoy en una reunión.

Enviado.

Mahoro.

Sólo quería hablar contigo.

¿Podrías llamarme después?

Es sobre mi amiga.

Recibido.

Katsuki cerró los ojos. Apretó su teléfono con fuerza y dejó pasar un par de minutos. Su respiración se fue normalizando, la tensión en sus hombros pareció alivianarse así que volvió a tomar su teléfono entre sus manos para continuar escribiendo.

Me:

Dime qué necesita tu amiga.

Enviado.

Mahoro.

Una disculpa, por supuesto.

Recibido.

El hombre dejó escapar un suspiro cansino. En verdad, lo último que quería escuchar en esos momentos era algún reclamo porque el único que se sentía con el derecho de hacer algún reclamo o reprimenda, era él.

Me:

No tengo tiempo para esto.

Te llamaré después.

Enviado.

No recibió respuesta posterior a su último mensaje. Se puso de pie y fue a por una escoba, juntó los fragmentos de vidrio y las fotografías destrozadas, las separó para envolver los fragmentos de vidrio en papel y las fotografías las hizo añicos para ponerlas en el basurero. Terminó con algunos dedos rasguñados por los fragmentos de vidrio que acabó tirando. No le interesaba, su cuerpo parecía moverse por cuenta propia.

Le había dejado en claro a Camie que no deseaba verla por unos días y siendo franco consigo mismo, hacía tiempo que ya no se veían si no era en el trabajo o algunas pocas noches que la mujer llegaba temprano.

Volvía a repetir en su cabeza las tantas excusas que le inventaba Camie para ausentarse, para desaparecer por un fin de semana entero, trabajos extras, reuniones prolongadas, cenas con clientes. Sonrió con amargura. ¿Por cuánto tiempo le vio la cara de idiota? ¿Seis meses? ¿Un año? Darle la vuelta al asunto sólo le provocaba más y más dolor de cabeza y las ganas de seguir rompiendo cosas lo atacaron. No podía darse el lujo de destruir toda su casa, intentando apaciguar su propia ira.

Como ya se lo había dicho a su esposa, ella no lo valía. No valía darle más trabajo a su equipo de limpieza, tampoco que sus empleados hablaran de ellos. No, él no quería estar en la boca de los demás y menos por una infidelidad como la que su esposa cometió.

Su teléfono volvió a sonar. Lo miró por pura inercia creyendo que podría tratarse de su hija, pero su sorpresa se vio reflejada en sus ojos al leer el nombre de su esposa en la pantalla. Frunció su entrecejo, no dudó en cortar la llamada. No tenía ganas de escuchar su voz, más de lo que su mente se empecinaba en recrear para torturarlo.

Tiene treinta años, trabaja en la policía y nos conocimos por pura casualidad… No tuve esa intención, yo… Apretó su teléfono en su mano. Fue a su bar personal y continuó bebiendo. Se autorizó a sí mismo que se tomaría el día libre porque lo último que deseaba era pensar en su trabajo o en su esposa.

Recostó su cabeza contra el respaldo del sofá, exhaló un suspiro cansino, cerró los ojos.

Los recuerdos de alguien más se inmiscuyeron a su cabeza sin pedir permiso alguno. Cuando comprendió que tenía grabado el recuerdo de la joven muchacha de peluca rosa y babydoll blanco, supo que su mente no era tan sádica consigo mismo. Podía recordar la calidez de sus muslos sobre su regazo y el calor de su aliento al golpear su mejilla, hablándole al oído con aquel acento que no supo identificar muy bien y la suavidad que sus labios tenían. Pudo haberla besado en ese momento, pudo haber ahogado en ella la frustración que su esposa le había causado. Pudo… pero no lo hizo.

Dio un largo sorbo a su whisky. Recordar a aquella muchacha era recordar su patético intento por hacerle a su esposa lo mismo que ella le hizo, aunque claro, con diferencias abismales y desenlaces completamente distintos.

Echó a reír. Era un completo idiota. Nunca fue bueno con las mujeres, desde joven no sabía cómo hablar con ellas porque nunca fueron una prioridad para él, siempre existieron otras cosas en su cabeza. Camie acabó siendo su novia y posteriormente su esposa porque ella así lo quiso, ella fue quien dio el primer paso, quien deseó hacer las cosas y lo incentivó a seguirla.

Abrió los ojos por un momento, visualizando el techo encima suyo. Quizá, Camie no fue la única culpable después de todo. Quizá, él tampoco fue muy fiel a sus votos dando pie a que ella deseara ya no estar junto a él.

Tomó su teléfono y volvió a observar el número de su hija. Apretó con fuerza el móvil entre sus dedos.

Él también tuvo parte de culpa por el estado actual de su matrimonio y su familia en sí. Priorizó otras cosas en lugar de su esposa y su hija. Sí, él tampoco estaba exento de culpa.

Marcó el número de Mahoro.

Y hasta que me llamas, papá ―escuchó la voz de su hija. Sonrió con cansancio. Él no llamaba papá o mamá a sus padres, daba gracias que al menos en eso, su hija no se le pareciera.

―Lo siento, Mahoro ―respondió por lo bajo―. ¿Qué necesitas con tu amiga?

¿Hola? ¿No recuerdas cómo la trataste en la cena del otro día? ―Dijo su hija. Ha transcurrido un mes desde entonces, ¿por qué sacaba a colación algo de hace un mes?―. Escucha, Ochako ha estado actuando extraño conmigo por tu culpa. ¿Podrías hacerte responsable por ello?

―¿Qué quieres que haga? Es tu amiga, no mía. Que le importe una mierda si soy un malhumorado. ―Fue su respuesta. La escuchó suspirar y él dio un sorbo a su vaso. Estaba agotando el líquido dorado y su paciencia casi en partes iguales.

Papá… Mamá y tú son mi familia pero siento que cada día estoy más alejada de ustedes dos. Si alguien me agrada, ¿te importaría ser amable con esa persona? Quiero que compartan conmigo, que no sean solo dos figuras públicas… Quiero que sean mis padres también. ―Katsuki detuvo el avance del vaso de whisky a sus labios al escuchar las palabras de su hija. Un momento de silencio los mantuvo unidos, mucho más unidos que las palabras que parecían alejarlos más y más.

―Lo lamento, Mahoro ―soltó Katsuki cerrando los ojos, lo hizo con fuerza, con rabia. Había hecho mal tantas cosas pero una de las que más le pesaban era no haber dado prioridad al vínculo con su hija―. Trae a tu amiga a cenar mañana. Les prepararé algo que les guste.

¿Qué? ¿Lo dices en serio? Ah, genial, hablaré con mamá y…

―No ―interrumpió su padre. Se mordió los labios y enfocó su mirada en el mueble en donde, anteriormente, descansaban sus fotografías con su esposa―. Tu madre estará fuera por unos días. Asuntos de la empresa.

Oh, entiendo. ―Podía escuchar su decepción. Casi nunca pasaban tiempo juntos, la relación con su madre era mucho mejor que con él―. Estará bien de todas formas. Gracias, papá.

No hablaron mucho más. Él cortó la llamada y siguió observando el mueble en donde iban sus fotografías con Camie. De pronto, el vacío en las repisas de madera fue tan satisfactorio como el pisotear el marco de las fotografías de su boda. Quizá estaba ebrio, demasiado, pero dar el primer paso con Camie, el enfrentarla y asumir el hecho de que ella lo estaba engañando dio pie a que se deshiciera de las malditas fotografías de su sala. Ahora, sin nada más que lo observara con sonrisas falsas y promesas vacías, Katsuki solicitó un taxi. Era sábado por la tarde, cerca de las dieciocho y treinta. Los bares en Kabuchiko iban abriéndose y él sabía que la ebriedad era una pésima compañía, porque daba pésimos consejos.

Como el consejo de ir de vuelta al mismo Host bar a buscar a la muchacha de antifaz blanco y muslos tibios.


Notas de la autora:

¡Muchas gracias por continuar con ésta historia! Me hace mucha ilusión el buen recibimiento que ha tenido. ¡Ya ha llegado a las mil visualizaciones en wattpad! Estoy tan feliz.

Quisiera disculparme por la demora. He tenido semanas muy tensas a consecuencia de la situación política de mi país, la ansiedad sufrida en este tiempo me ha imposibilitado el poder concentrarme a escribir.

He comenzado a trabajar, así que es probable que mis actualizaciones se tomen un poco más de tiempo pero les aseguro que ésta historia no se detendrá. Muchas gracias por la oportunidad que le han dado.

Les deseo lo mejor, queridxs lectores. ¡Un abrazo enorme!