Disclaimer: BNHA y sus personajes, no me pertenecen.

Summary: Las noches en "Dollhouse" siempre eran movidas; la gente iba y venía y las historias que las damas de compañía escuchaban, no siempre eran felices. Uraraka Ochako trabajaba allí bajo el seudónimo de Angel face y de entre todos los desdichados que pagaban por unas horas con ella, nunca esperó hallar al padre de su amiga aguardando por su compañía.

Aclaratoria: Ésta es una obra propia y todos los derechos son reservados.


CAPÍTULO 6

Juguete

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―Quiero hacer lo mismo que ella me hizo. Quiero sentir que la estoy traicionando pero sé que sólo terminaré siendo aún más patético de lo que ya soy.

La frase dicha por Bakugo Katsuki resonaba en su cabeza con insistencia y ahínco, desde hace tres días. Tres días desde que el padre de su amiga incursionó al interior de Dollhouse. Se mordió la lengua, se mordió los labios. Se llamó tonta a sí misma pero ella seguía escuchándolo desde lo profundo de su cabeza, repitiendo una y otra y otra vez esas palabras. Quiero hacer lo mismo que ella me hizo, fueron sus palabras y la curiosidad de Ochako seguía rasgando su interior.

Tres días habían transcurrido desde entonces. Tres días en los que las clases con Mahoro continuaron y aunque ella trató de evitarla los primeros días, su amiga le hizo ser consciente de que no estaba siendo justa, claro que Mahoro no conocía la razón (la verdadera) de su distanciamiento. No, no podía hacerle eso a Mahoro siendo ella tan atenta e ignorante de lo que sucedía con sus padres.

Sus mejillas se sonrojaron al recordar a Bakugo Katsuki debajo suyo, tomando su rostro con su gran mano, mirándola como si fuese la salvación a su agonía. Se sintió deseada, se sintió tan lejos de Uraraka Ochako mientras vestía la piel de Angel Face pero aún así, la forma en la que el hombre la miraba, la hizo cuestionarse quién era ella en verdad.

Ochako tenía un grafito entre los dedos, su imaginación la remontaba hace tres días, la volvía a colocar sobre las piernas de Bakugo Katsuki y sus dedos trazaban sobre el papel de su libreta lo que era incapaz de decir en voz alta. La realidad la golpeó al percatarse de que su dibujo, el cual inició como mero pasatiempo personal en lo que su sábado lavando su ropa y haciendo un poco de limpieza en su pequeño departamento, la hizo sentarse a descansar para continuar con sus labores domésticas. Sentada en la mesa ratona de su diminuta sala, detuvo el movimiento de su mano y miró con horror el rostro en su libreta. Tan enfrascada y encantada en sus memorias con el padre de su amiga, que acabó dibujándolo con esa intensidad en su mirada rojiza que la hacía detener la respiración.

Sus dedos acariciaron el papel. Estaba avergonzada. Ella no podía estar haciendo eso de seguir imaginándolo, de seguir recordandolo como una fantasía erótica de una adolescente sin rumbo. No. Definitivamente no, principalmente porque Mahoro seguía siendo su amiga, quería seguir siendo su amiga y sabía que eso sería un problema si seguía imaginando a su padre del modo en el que lo hacía. Carajo, estaba mal, era bizarro y no tenía sentido.

Su teléfono, oportuno como siempre, comenzó a sonar despertando a su caótica cabeza del limbo mental en donde se hallaba. Dirigió su mano hasta el pequeño celular antiguo que descansaba sobre la mesa ratona, junto a su libreta. La pantalla rezaba el nombre de Mahoro y Ochako sudó frío. Cerró por impulso su libreta, presa de la culpa y la vergüenza. Contestó después.

―Maho―

―¡Abre la puerta! Traje pizza y cerveza. ―El rostro de Ochako cobró una tonalidad de rojos que nunca antes había experimentado. Con presura, tomó su libreta y la guardó en su cuarto de un movimiento preciso, guardó sus pertenencias de dibujo en su cartuchera compartimentada y corrió camino a la puerta intentando apagar el fuego en sus mejillas, repitiendo internamente actúa normal, cuando claramente, eso parecía ser una misión imposible.

La puerta se abrió y la radiante sonrisa de su amiga la contagió un poco. Pudo ver que Mahoro no mentía, en una mano traía un cartón de pizza del lugar al que solían ir cuando terminaban algún examen que las preocupó de sobremanera; en la mano contraria, una bolsa con algunas latas de cerveza se escuchaban chocando unas contra otras. Los ojos castaños de Ochako encontraron los melosos de Mahoro.

―¿A qué debemos la celebración? ―Preguntó Ochako haciéndose a un lado, permitiendo que su amiga ingresara a su pequeño departamento, quitándose los zapatos y haciendo suyo el caminar familiar por el recinto de Ochako, dejó la cena sobre la mesa ratona en donde, hacía tan solo unos minutos, Ochako se hallaba dibujando a su padre.

La simple mención la volvió a poner nerviosa, pero claro, Mahoro no tomó en cuenta tal detalle, estaba mayormente interesada en hablar sobre la larga fila que Al Capone 's Pizza tenía antes de que ella pudiese hacer su orden.

―¿Acaso no puedo sorprenderte con pizza y cerveza demostrando cuán buena amiga soy? ―Preguntó con gracia Mahoro, causando que la dueña del recinto emitiera una risita tímida, entre la desesperación por sonar real y la pena arañando su consciencia.

Uraraka alisó la falda que traía puesta, era un modo de serenarse a sí misma, no escuchó más, seguía con la frase una buena amiga resonando en su mente, preguntándose qué sería ella. ¿Una buena amiga que intentaba sobrevivir al mundo trabajando en algo que no podía decir? ¿Una buena amiga ocultaría el hecho de que, en ese mismo trabajo, acabó recibiendo al padre de su amiga? ¿Una buena amiga...?

Mahoro volteó a mirarla, aguardando por una respuesta; sólo al reconocer el rostro expectante de la primogénita Bakugo, Ochako comprendió que seguía hablando pero al estar tan pendiente en su autoflagelo moral, perdió el hilo de su voz.

―¿No lo crees? ―Preguntó entonces. Ochako se mordió la lengua, estaba tan enfrascada en su lapidación interna que no prestó mucha atención a las palabras de su amiga―. ¡Hola, Ochako! ¿Tierra a Ochako? Mierda, estás en las nubes.

―Lo siento ―se apresuró a decir, avanzó hasta la diminuta cocina con la idea de tomar un cuchillo para cortar la pizza que su amiga había traído―. Estos días no he dormido bien, es sólo eso…

―Ni me lo recuerdes. ¿Es por el examen de técnicas pictóricas? ―Preguntó abriendo la primera cerveza para dar un sorbo profundo―. Mierda, Tatsuma-san tiene una fuerte fijación en mí desde que me quedé dormida en su clase a inicios del semestre.

Ochako rio ante sus palabras, recordando el cómo la rubia maestra, Tatsuma Ryuko había detenido su clase a mitad al ver que la joven Bakugo acabó dormida en la penúltima fila de su clase; sí, sin duda, muchos recordaron el día en el que Tatsuma Ryuko golpeó con su libro la mesa de Mahoro y la despertó abruptamente.

―No puedo mentirte; desde ese día, te vigila y te hace más preguntas que a nadie ―comentó Ochako. Ambas rieron.

La tensión en la dueña de casa fue cesando, tomó la cerveza que le tendió su amiga y se sentó junto a ella para degustar de la pizza que Mahoro trajo para compartir juntas.

Mahoro era de esas personas que, sin importar el lugar, cuando es dueña de confianza, se siente con la tranquilidad y la comodidad de sentarse a sus anchas, reír con fuerza y hacer suyo todo lo que llega a su alcance. Era aquella personalidad refrescante la que hacía que su relación con Ochako sea fluida, porque al igual que Mahoro, Ochako disfrutaba sentirse con la confianza suficiente de sentarse frente a ella a hablar de sandeces, beber cerveza y dejar que la risa saliera de ellas como quisiera.

Esa ocasión no fue la excepción. Ochako, sentada a su lado con un poco más de alcohol en su sistema, reía por las rebanadas de pizza que cortó Mahoro con una precisión dudosa; chistes y risas de por medio convirtieron el ambiente en el acostumbrado aire de tranquilidad y comodidad. Incluso Ochako ya no hizo recuento de sus remordimientos ni oyó su reprimenda interna, se dejó llevar como de costumbre, permitiéndose disfrutar de las ocurrencias que surgían siempre que las dos amigas se encontraban juntas.

Al menos hasta que Mahoro volvió a tocar un tema sensible para Ochako.

―Ocha, no quiero sonar insistente con el asunto de mi padre ―inició Mahoro y al momento de escucharla, la castaña se abstuvo de beber más cerveza de la lata, temiendo que en cualquier momento, terminase escupiendo―. Sé que te hizo sentir incómoda la primera vez que lo conociste y que hasta hace poco, intentabas evitarme por ese motivo. Te lo dije, no quiero que mi padre sea motivo de que estemos mal nosotras dos. ―Ochako intentó sonreír con sinceridad pero antes de ofrecer algún gesto de esa índole, una mueca lastimera se escapó de sus labios―. He hablado con él, por ese motivo.

―¿Hablado con él? ―Preguntó Ochako, de prisa.

―Así es, le dije lo molesta que estaba porque te hizo sentir como una extraña en la cena. Aceptó que estuvo mal, algo que agradezco con el alma porque, uh, sabes lo testarudo que son los hombres y más cuando se ponen viejos ―rió. Ochako intentó suavizar su expresión. Mala actriz―. Así que te invita a cenar mañana. ¿Qué dices?

El aliento se detuvo en Uraraka Ochako por, al menos, unos segundos. Veía el rostro expectante de Mahoro y sabía que ella lo hacía con la mejor intención, sabía cuán importante era para ella que su padre de una buena impresión a sus amistades (las que ella considera como tal) y comprendía hasta qué punto, la opinión de su padre, era importante para ella. Pero sencillamente no podía. No podía permitirse volver a ver a su padre porque ella ya no lo haría con los mismos ojos y aunque él no la reconoció en su momento, la idea de que lo hiciera al volver a verla llegar a su casa, la hizo estremecerse en su sitio.

―Oh, Mahoro yo…

―Escucha, esta vez ya no habrá conversaciones incómodas, lo prometo. ―Las manos de su amiga fueron a las suyas. Los melosos ojos de Mahoro pedían con súplica que aceptara.

―Gracias por tus buenas intenciones pero en verdad no guardo ningún tipo de rencor o incomodidad a tu padre ―respondió la castaña. Ésta vez, hablaba desde lo profundo de su corazón y rogaba porque Mahoro lo comprendiera―. Seguiré siendo tu amiga, eso está claro, pero no necesitas presionar a tu padre. No tenemos por qué caerle bien a todo el mundo.

La desilusión en la mirada miel de Mahoro fue suficiente para que Ochako apretara las manos de su amiga, no quería lastimarla pero si algo debía evitar, era que esa mirada de desilusión se hiciera más y más grave. Sabía que si su amiga conociera la naturaleza de su trabajo nocturno, no sólo desilusión se dibujaría en sus dulces facciones.

―Diablos, el viejo sí que te intimidó ―comentó Mahoro, desganada. Las mejillas de Ochako se encendieron de vuelta―. No tienes que excusarte con eso, entiendo si no quieres volver a toparte con él. Mi padre es algo difícil y sé que no se lo he puesto fácil tampoco yo. Es sólo que últimamente… ―Mahoro bajó la vista a las manos de Ochako tomando las propias. Una sonrisa triste se formó en sus labios. Una sonrisa que eliminó todas las barreras de Ochako―. Mierda, no quería que esto se vuelva una sesión de terapia ―dijo antes de beber un sorbo, el último, de su lata de cerveza―. Mira, casi nunca hablo de él porque ha sido de ese tipo de padres un poco fríos que, sabes que intentó darte lo mejor porque te ama, pero no sabe cómo demostrártelo, no sin sonar a que todo es estricto. Es tosco y autoritario, pero lo conozco, sé que ha estado tenso desde hace un tiempo y mi madre no hace más que ausentarse. Su relación es caótica y es una de las razones por las que he dejado de vivir con ellos pero me apena, carajo, mi padre no es de piedra. Sé que algo le sucede cuando trata de aparentar que no pasa nada. Mi relación con mi madre es mucho mejor, hablamos con sinceridad siempre y aunque ella trata de que no me preocupe por ellos, no puedo evitar hacerlo.

Ochako se mordió los labios, cerró los ojos y bajó la cabeza. A veces, saber muchas cosas era una terrible carga.

¿Alguna vez deseó leer la mente y el poder saber qué piensa la otra persona le supo atractivo? Quizá sí, cuando era más joven. A sus veintidós años, sentía que tenía un poder similar. Un poder que su alter ego le otorgó y era el conocer lo que Mahoro desconocía pero intuía. Mahoro no era tonta, es verdad, conocía a su padre y reconocía su conducta cuando algo lo traía mal. Ella tenía mucho de Katsuki, por lo poco que podía intuir, y es que ambos muestran una fachada de fortaleza y confianza que los hace saberse dueños del mundo, una cualidad que le atraía en las personas.

Pero Ochako no sólo veía esa fachada, también conocía lo que había detrás. Sí, ella conocía lo que traía mal al padre de su amiga y ser dueña de tal conocimiento la afligía. Apretó la mano de Mahoro con pesar, porque quería decirle que no podía hacer mucho por su padre, no cuando el asunto no dependía de ella.

Pero así como lo único que su papel como Doll dictaba, ella sólo podía escuchar a sus clientes. Mahoro sólo podía encontrar en Ochako un desahogo, una amiga que la escuchara sin juzgar, que la tomara de la mano y le hiciera sentir que no estaba sola. Siendo una doll, ella escuchaba, sonreía y hacía sentir mejor a los hombres con sólo sonreír y entregarles tragos que apaciguaban su frustración. No había mucha diferencia.

Pero el sentir que estaba cumpliendo el papel de doll frente a su amiga la hizo maldecir contra sí misma. Ella podía hacer algo más que sólo sentarse allí a escucharla y beber.

―Mahoro ―llamó Ochako. La mirada melosa fue a la castaña. Ochako le dedicó una sonrisa sincera, pequeña pero sincera―. Entiendo. Quieres ayudarlo. ¿Crees que una cena conmigo pueda contribuir en eso?

Mahoro la observó con duda, fue una fracción de segundo hasta que asintió, respondiendo su pregunta. Ochako sonrió con mayor soltura. No podía negarle su apoyo a su amiga, por más miedo que tuviese, ella le ofrecería su amistad tanto como ella lo necesitara y si cenar con su padre la hacía sentir que no estaba afrontando sola la idea de ayudar a su padre, ella lo haría.

Porque si la situación fuese distinta y su padre siguiera vivo, ella querría que Mahoro la acompañara en su caminar.

―Entonces, ¿por qué no cocinamos algo para él? ―Preguntó Ochako, de pronto. Los ojos de Mahoro se iluminaron en una señal de haber descubierto la mejor idea que pudo haber concebido su mente―. Ya sabes, quieres que se distraiga. Invitalo tú a cenar, podemos preparar algo.

―¡Suena genial! ―Respondió. Su efusividad se fue tan rápido como llegó. Ochako no supo por qué―. Pero estamos hablando del hombre más terco del mundo. Nunca aceptaría una cena si sabe que es para no hacerlo sentir solo.

―Vaya, la vena Bakugo sí que es fuerte ―bromeó Ochako.

―¡Hey! ―Mahoro se echó a reír. No podía alegar nada en contra de eso. Abrieron otra lata de cerveza, brindaron y continuaron riendo―. Como sea, el cocinar es un tipo de terapia que tiene mi padre. Disfruta cocinar, dejémoslo así. Llevaremos algo para beber y asunto arreglado.

―Perfecto. ―Un brindis entre latas de cerveza fue el modo en el que cerraron el trato.

Llegada las siete de la noche, Ochako comenzó a prepararse para ir a su trabajo nocturno. Mahoro seguía comiendo pizza en la sala en lo que a Ochako le tomó asearse y vestirse con unos pantalones ajustados oscuros, una camisa rosa y unos zapatos deportivos blancos. Observó su reflejo en el espejo de su habitación, alisó su camisa. Sólo tienes que decir que vas al bar en donde trabajas. No es del todo mentira, se decía internamente la muchacha castaña, presa de sus miedos y sus dudas.

Dejó su cuarto y Mahoro la reconoció ya lista para dejar el departamento. Depositó el cartón de pizza en el basurero, juntó las latas vacías y sonrió a la dueña de casa.

―Bien, yo… ―Iba a repetir sus líneas ensayadas pero Mahoro se adelantó en interrumpirla.

―Hey, ¿puedo ir al bar contigo? ―Preguntó. Ochako quedó hecha piedra en su sitio, volvió a preguntar qué acababa de decir y eso causó que Mahoro ampliara su sonrisa―. ¡Quiero ir contigo! Quiero ver el lugar donde mi amiga trabaja. Mierda, te conozco desde el inicio de la carrera y aún no he ido al lugar donde trabajas. Soy una pésima amiga.

Ochako comenzó a sudar frío. Eso no estaba en los planes aunque, muy internamente, sabía de que ese día llegaría en algún momento. Como bien lo había dicho Mahoro, llevaban siendo amigas casi dos semestres y la curiosidad de Mahoro por conocer el sitio en donde trabajaba, era un constante miedo en Ochako. Sonrió y asintió. No podía mostrarse sospechosa, no podía negarle el no conocer su puesto de trabajo porque eso sólo generaría más preguntas.

―Claro, pero debo hacer una llamada antes. ―Mahoro asintió, permitiéndole alejarse de ella con teléfono en mano. Ochako sólo podía hablar con alguien en ese momento, sólo podía pedir respaldo de alguien en particular. Básicamente, su amistad y su doble vida como la conocía, dependía enteramente de una sola persona.


Bakugo Katsuki había postergado ese momento por tres días. Había dejado que transcurrieran día tras día para procesar todo lo que fue para él, la incursión en el host-bar denominado Dollhouse. El innegable deterioro de su matrimonio, la caída a la realidad y el enfrentamiento con su esposa, fueron los antecedentes más recientes en la toma de decisiones de aquel miércoles de noche.

Sí, había pagado por una mujer que le hiciera compañía por las horas que él encontrara necesarias, pero al momento de tenerla sentada sobre su regazo, a centímetros de besarla, la imagen de su esposa regresó a él. No, no pudo besar a la muchacha extraña, de hecho, salió corriendo del cuarto, alarmando no sólo a la pobre muchacha que, al parecer, estaba dispuesta a corresponder al beso que nunca fue, sino que también, dejó con incógnitas flotantes en sus amigos que lo acompañaron hasta allí.

Denki fue el primero en detenerlo, al salir del recinto de Dollhouse, Mina no tardó en llegar a ellos, pero no pudo decir mucho. Sus palabras sólo dejaron en claro que no era el momento, que él no estaba listo. Mina no volvió a presionarlo, se retiraron de allí.

Pero habían transcurrido tres días y Camie finalmente fue conocedora de que su mentira, su amorío, ya era algo que su esposo estaba al tanto. Fue un enfrentamiento que él no deseaba hacer en la oficina, pero Camie no le dio otra opción, no después de intentar remediar su infidelidad con frases vacías. De sólo recordarla llorando, hervía su sangre.

―¡No fue así! ¡Claro que te amo, Katsuki! ¡Es sólo que…!

Su voz seguía rondando su cabeza, seguía repitiendo como un disco rallado, recalcando que a pesar de amarlo, no era suficiente para seguir a su lado, que ella se merecía algo mejor.

Volcó el vaso de whisky en su boca, con amargura, con desagrado y con rabia. Fue un golpe de sabor, un golpe en donde el alcohol le hizo ser consciente de que ya estaba listo para volver a ver a la mujer de antifaz blanco.

Pero ella aún no estaba allí. Bakugo Katsuki levantó la mirada y paseó su atención por todo el sitio principal en donde se ubicaba el área compartida. Veía muchas dolls acompañando a otros hombres, algunos dolls hombres siendo la cita perfecta para mujeres solitarias en cuyas mejillas se delataba la satisfacción de su servicio e incluso, hombres acompañando hombres y dolls femeninas a otras mujeres; él ya había visto muchas cosas a lo largo de sus cuarenta y dos años como para sorprenderse con un bar abiertamente inclusivo.

Dejó escapar un suspiro. Se sentía como un idiota, sentado en la barra del bar, bebiendo hasta que la mujer por la que él solicitaba, apareciera.

Miruko le ofreció otras dolls, estuvo tentado a aceptar pero veía el catálogo de dolls sin hallar mucho. Le gustaba el modo en el que los ojos de la joven lucían cuando lo miraba, como si comprendiera su dolor, su rabia, como si ella también lo sintiera.

Cuando llegó al bar y pidió por Angel face, Miruko le explicó que ella aún no había llegado. Por un momento, creyó que era una excusa dicha para que él ya no pudiera acceder a sus servicios, teniendo en cuenta que casi la besó en su anterior visita. Se sonrojó. Estaba avergonzado, él ya no era el chiquillo impulsivo que se llevaba al mundo por delante como cuando tenía dieciséis años, ni siquiera se consideraba bueno con las mujeres pero aún así, insistía en volver a ese bar a ver a la misma mujer de hace tres días.

El bartender volvió a acercarse a él, Bakugo levantó la mirada al hombre de cabello platino y sonrisa puntiaguda, le enseñó su vaso vacío de whisky, no necesitó decir nada más, el hombre lo comprendió al instante. El líquido dorado volvió a ser servido en su vaso translúcido, reflejando las luces tenues del bar. No esperó a beberlo, lo depositó casi de golpe en su interior, golpeando un poco su garganta.

El alcohol era un muy mal compañero cuando uno no sabe a quién más recurrir, suele ser amargo pero es la única compañía que no te cuestiona nada, solo hace que te sientas un poco menos miserable, pintándote una realidad que no es, abandonandote en su sabor, en su juego.

Vio que el bartender volteó la mirada a un lado, percibiendo la llegada de alguien más; otro bartender llegó, acomodándose el uniforme negro, peinándose el cabello rojizo para finalmente, situarse cerca de su compañero.

―¿Dónde estabas? ―Preguntó molesto el de cabello plateado. Katsuki no tenía nada mejor que hacer más que prestar atención a su conversación―. Miruko preguntó por tí.

―Lo lamento, Ocha me llamó a pedirme un favor, sólo eso ―respondió con clara pena. La mención de la llamada "Ocha" llamó la atención en el hombre sentado frente a la barra. El pelirrojo notó su presencia, la inercia por voltear hacia su dirección fue más rápida, tenía la mirada y atención del cliente de mediana edad, ojos rojizos y vaso de whisky en su mano.

Bakugo siendo observado por el muchacho pelirrojo quien detuvo sus acciones al instante de prestarle atención, lo hizo elevar una ceja, claramente sin comprender por qué esa actitud en alguien a quien no conocía.

Pero claro, Bakugo Katsuki no sabía que hacía apenas una hora atrás, Uraraka Ochako había llamado al joven que lo observaba como si acabara de caer en cuenta de algo.

―Dime, Kiri ―había dicho la voz de Ochako tras la línea cuando le había llamado hace una hora atrás―. ¿Podrías hacerme un favor enorme?

―Claro, Ocha ―respondió inmediatamente. Claro que lo haría, por ella haría cualquier cosa.

Estaba saliendo de su departamento cuando recibió la llamada repentina de la llamada angelface. No dudó en contestar, de hecho, lo hizo con una sonrisa de oreja a oreja, sin saber que esa llamada tendría tanto por confiarle en una llamada de cinco minutos.

De sólo recordarlo, Kirishima humedeció sus labios con su lengua, necesitaba recordar al hombre que Ochako le había mencionado.

―¿Sucede algo? ―Preguntó Bakugo, ya sin disimular el desagrado generado por la insistente mirada que el bartender pelirrojo le dirigía. Esa pregunta bastó para que Kirishima retornara a la realidad del Dollhouse y no a su nube de recuerdos recientes con la clara imagen de Bakugo Katsuki enfrente suyo.

―No, disculpe ―se apresuró a decir―. ¿Ha venido el otro día, no es así? ―Preguntó, formulando una sonrisa amigable del cual era característico. Katsuki frunció su entrecejo, al parecer no tan halagado por la sonrisa del bartender―. Recuerdo a sus amigos. La bonita señora pelirosa y el dueño de Kaminari 's Bar, ¿no?

―¿Qué hay con eso? ―Katsuki ya no dirigió a sus labios su bebida, como lo había hecho con ahínco marcado desde que se sentó a beber en ese bar.

―Nada. Sólo que me pareció extraño verlo salir tan rápido de la Golden Room ―acotó el pelirrojo. El hombre rubio no disimuló el disgusto de escucharlo hablar de ese modo―. ¿Decepcionado por nuestras dolls?

―Si lo estuviera, no estaría aquí esperando a que Angelface se apareciera ―respondió tajante, sin ánimos de no ser un completo idiota con el bartender.

Esas palabras fueron suficientes para que la sonrisa en el bartender se borrara por un momento, no era algo que esperaba escuchar de seguro. Katsuki lo notó.

―¿Sabes por qué aún no está aquí?

―Tenemos a otras dolls ―se apresuró a decir Kirishima. Bakugo enarcó una ceja―. ¿Por qué no elige a otra?

―Porque la quiero a ella. Quiero a Angelface, no quiero a otra doll.

Sus palabras sonaron con dureza, como si al afirmarlo, como si al decirlo con tanto deseo, resquebrajaba algo en el pecho del hombre que lo atendía, pero no, Katsuki veía sorpresa en el rostro del bartender pero antes de que fuera producto de sus palabras, comprendió que la atención del hombre se hallaba detrás de su interlocutor. Bakugo supo que si quería hallar la razón de esa mirada, abstraída por la sorpresa, debía voltear a sus espaldas.

Lo hizo. Volteó a ver qué causó tanto asombro en el pelirrojo hombre como para mirar detrás suyo como lo hizo, pero la imagen de la mujer por la que había esperado tanto, la que se había sentado en su regazo y le había hecho sentir con la misma inseguridad de un adolescente, fue la imagen que halló detrás suyo.

Por su parte, la dueña del nombre Angel face yacía de pie ante ellos, a unos metros, sí, portando su acostumbrado atuendo, su pulcro antifaz blanco, su peluca rosa, su cuerpo curvilíneo y su rostro inmaculado, observándolos con una clara sorpresa en sus ojos. Cuando el rojo de los ojos de Katsuki halló el otoño en los de la mujer, ella pareció recuperar su compostura. Su andar se inició en dirección a la barra, a un ritmo que aceleró los latidos en el solitario hombre de la barra con el whisky en mano.

Pero antes de llegar a él, antes de que Katsuki estuviese tentado a estirar su mano a la mujer revestida en blanco, el andar de la dama virginal se detuvo abruptamente, sometida por una fuerza contraria a su andar. Angel face volteó la vista con similar confusión a la que el presidente del Grupo Bakugo enseñaba en sus facciones, pero a diferencia de él, el semblante de Angel face se tornó en uno que denotaba enfado, reconociendo que su muñeca fue presa de la mano del hombre que respondía al nombre de Todoroki Toya.

Tarde, pero Bakugo Katsuki reconoció al hombre de treinta y tantos sujetando con fuerza, quizá demasiada, la muñeca de la joven mujer, deteniendo su paso y todo intento por acercarse a la barra. Los ojos celestes cían, herencia de la intensa mirada de su padre, se posaron sobre los castaños de Angel face, mirada que el antifaz blanco ayudaba a disimular su expresión clara de enfado.

―Te has tardado, ángel ―fueron las palabras que salieron de los labios de Toya, observando el rostro de la doll que seguía sujetando―. Tú sí que tienes agallas para hacerme esperar.

―Todoroki-san, lamento mi demora ―respondió cordialmente la mujer y en un intento por determinar sus límites, se soltó del agarre del hombre―. Pero el hombre en la barra fue el primer cliente que llegó buscándome.

Bakugo afiló la mirada al escucharla hablar. Su acento seguía siendo extraño, pero sus palabras denotaban cansancio y hastío bajo un intento de dulzura que, más de uno, habrá intuido en cuán falsa era su naturaleza. La vio dedicándole un asentimiento de respeto al hombre que, hacía tan solo unos minutos, la sujetaba posesivamente; Angel face no miró atrás para encaminar sus pasos hacia la barra y fue por la fuerza con la que encaró al hombre o quizá el modo en que sus pasos se sentían determinados, que Bakugo se puso de pie, seducido por la fuerza en los ojos de la joven mujer.

―¿En verdad tengo que explicarte el mundo, Ángel? ―Toya no dejó que Angel face se alejara mucho para volver a tomar su brazo pero el modo violento de hacerlo, fue motivo suficiente como para que, incluso el bartender dejara de atender tragos, pendiente de la situación actual. Angel face no pudo frenar el quejido de dolor al ser tironeada al antojo de Toya, opuso resistencia, por supuesto y fue esa respuesta por su parte la que más molestó al hijo del dueño―. ¿Si sabes que tengo preferencia por encima de cualquier basura de aquí, no? ¡Si te digo que es mi hora, te callas y―

Una mano bloqueó el forcejeo de Toya sobre el brazo de la empleada del bar. Ojos cargados de sorpresa, incluidos la de los protagonistas de tal escena, observaron al hombre mayor deteniendo apretando la muñeca de Toya.

Bakugo Katsuki fue el hombre que, con sólo un movimiento, infligió el suficiente dolor en la muñeca de Toya como para que éste terminara soltando el brazo de la Doll, quien se echó para atrás. La mirada furibunda de Todoroki fue a la del hombre que, sin inmutarse en absoluto, seguía acentuando dolor en su muñeca. Toya se soltó de él, bramando con rabia pero del hombre no se escapó nada más que un semblante molesto.

―¡¿Quién mierda te crees, viejo?! ―Vociferó Toya, pero al momento de reconocer su mirada rojiza y su cabello rubio, una sonrisa ladina se formó en sus labios―. Já, ¿quién diría que Bakugo Katsuki, el del matrimonio perfecto, se encuentre aquí?

El ceño fruncido en Katsuki lo puso en evidencia y eso fue suficiente para Toya.

―Ah, así que tu esposa no lo sabe.

―Es el negocio de tu padre. Si estoy aquí es mi problema, no tuyo.

―Y aún así, insistes en meterte en mi camino ―retó Toya, acercándose a él sigilosamente―. Esa perra es una empleada y si le digo que soy prioridad, es porque debe atenderme primeramente a mí. No te metas en mi camino, viejo.

―Enji no te ha enseñado nada ―respondió Bakugo mirándolo con una sonrisa cínica en los labios. La tensión creció. Toya no se mostraba confiado, si no dolido―. Tu padre sabe hacer negocios, pero tú sólo eres un niño que cree que con llorar, puede conseguir lo que quiere.

―¡Repite eso! ―Toya ya no le interesó estar en un sitio público, tampoco volvió a hacer caso de las reprimendas de la encargada. Estaba dispuesto a enfrentar a un cliente con puños de ser necesarios porque se sentía humillado, no dejaría que se diera el gusto de insultarlo en el propio local de su padre.

Angel face detuvo su atención un momento del par de hombres que se encontraban enfrentados para apreciar cómo el ambiente fue rápidamente inyectado en una tensión general; muchos clientes detuvieron sus conversaciones e incluso muchos empleados, tanto dolls como los bartenders, yacían pendientes de la situación vivida frente a ellos. Sabía que no era bueno que Toya iniciara un pleito, sabía que ella no debió contradecirle pero sencillamente, odiaba estar cerca suyo y ahora estaba por ver cuánto valía su rebeldía.

―¡¿Qué mierda está pasando ahí?! ―Como un golpe, la voz de la encargada de Dollhouse se escuchó con fuerza. Miruko era una mujer de complexión atlética, era pequeña de estatura pero todo en ella gritaba fortaleza; sus pasos, resonando con el repiqueteo de sus altos tacones, se hicieron eco a medida que se acercaba al sitio en donde la disputa entre clientes se hallaba desarrollada. Sin oportunidad de correr, todos quedaron hechos piedra ante la imponente presencia de la mujer de tez oscura, ojos rojizos y cabello platino. Su andar se detuvo cerca de Toya, pero su mirada se hallaba puesta sobre la doll de peluca rosa―. ¿Por qué tanto alboroto, Ángel?

Bakugo frunció su ceño, molesto porque la mujer sólo parecía mirar con acusación a su empleada y no al hombre que la estaba forcejeando; sin embargo, su indignación quedó en segundo plano cuando la voz de la dulce mujer se escuchó con precisión.

―He llegado tarde, Miss Miruko ―habló Angel face ofreciéndole una disculpa hecha reverencia―. Me informaron que este hombre aguardaba por mí, así que me encaminé hacia él.

―Pero se le olvidó que tengo prioridad en este lugar. ―La voz de Todoroki Toya sonó entonces por encima de la de Angel face y sólo entonces, la mirada rubí de Miruko fue hacia él―. Como sea, tomaré las primeras dos horas de Ángel. Luego el viejo puede jugar con ella si aún la quiere ―respondió mirándolo con una sonrisa burlesca.

Toya volvió a tomar de la muñeca de Angel face pero Bakugo fue más rápido y volvió a detener su forcejeo. Todoroki observó con desagrado al hombre que lo sujetaba con fuerza.

―Suéltala ―exigió el hombre de mirada rojiza.

―Viejo, conoce tu lugar ―respondió Toya con sorna. Se soltó de su agarre con fuerza, dispuesto a iniciar el contacto físico que podría poner en juego la poca calma que había en Dollhouse.

Pero antes de que todo iniciara, antes de que incluso Miruko frenara al hijo de su jefe o que alguno de los bartenders dejara su puesto para frenar cualquier acto violento entre los dos clientes que se hallaban mirándose retadoramente, la llamada Angel face, se interpuso entre ambos, apegando su cuerpo contra el de Todoroki Toya, posando sus diminutas manos enguantadas sobre su pecho, consiguiendo que toda la atención del hombre, bajara a su pequeña figura.

Bakugo Katsuki la vio de espaldas, la vio tocando a Toya con, quizá, más familiaridad de la que se animaría admitir y retrocedió un paso.

―Toya-san, ¿le parece si iniciamos su hora? ―Preguntó con dulzura la mujer.

Miruko miró a su empleada y luego al cliente en cuestión. Una sonrisa en los labios de Toya y una mirada triunfal dirigida al mayor entre los dos hombres bastó para que tomara a Angel face por los hombros y se alejara de allí, como cual niño que acabó consiguiendo el juguete por el que hacía una pataleta.

A penas la figura de Todoroki Toya se perdió con la doll de peluca rosa, todo pareció volver a tomar su ritmo propio; los clientes retomaron sus conversaciones con sus acompañantes, los meseros y meseras dolls siguieron con su trabajo de entregar bebidas o comidas, los encargados del bar retomar sus actividades y el hombre, el que había visto marcharse a la joven envuelta en esa aura etérea, apretó sus manos hechas puños, conteniendo las ganas de estrellar sus nudillos contra el rostro del idiota que llevaba el apellido de su ex socio.

―Bakugo ―habló la encargada del host bar, regresando a la realidad. Bakugo observó a la mujer de casi su misma edad, ofreciéndole la carta de dolls―. Puede disponer de cualquier otra compañía. Le exoneramos una hora por los problemas causados por…

―¿El mocoso de Enji acostumbra a hacer esto? ―Preguntó ignorando la carta frente a él. Miruko se encogió de hombros, sacando aire tras un suspiro profundo. Fue la respuesta que obtuvo.

―Elige a quien quieras ―inició Miruko―, sólo trata de evitar a Angel face cuando Toya está presente. Es un mocoso, lo has dicho tú, pero su padre es dueño del lugar.

―Menudo lugar ―fue su respuesta, apartando la carta de su vista y sin más, dejó a Miruko sola en medio del pasillo en donde se hallaban hablando. No soportaba estar ni un minuto más en ese lugar, no con el sabor de asco que Todoroki Touya había causado al tratar a Angel face de ese modo.

Sabía que eran empleadas del lugar, sabía que el padre de Touya era el dueño pero le ardía las entrañas al apreciar con qué facilidad, el mocoso de Enji tocaba y mangoneaba a Angel face, como si fuese un objeto, como si fuese su maldito juguete. Carajo, estaba asqueado y lo peor de todo, fue el modo en el que ella lo permitió, en el que lo tocó y tranquilizó.

Dentro de la cabina de su vehículo, Bakugo Katsuki yacía en camino a su casa, repasando una y otra vez el desenlace dentro de Dollhouse, en el cómo la mujer por la que él aguardó tanto tiempo, acabó siendo tomada como si de un juguete más por las manos de un imbécil.

El timbre de su teléfono móvil golpeó su mente, aturdiendo sus recuerdos para volcarlo a la realidad nuevamente. Yacía aguardando a que el semáforo diera en verde cuando su móvil sonó y él lo tomó con poco ánimo aunque al leer el nombre de su esposa en su pantalla, los ánimos se extinguieron. Maldijo en su interior, su noche no parecía mejorar.

El color verde en el semáforo se encendió. Él no contestó la llamada, pero la devolvió cuando estaba ya en su casa. Sea lo que sea, su noche ya estaba arruinada, no le confiaba mucho a su esposa como para superarla.


Notas de la autora

Muchas gracias por continuar leyendo ésta historia. Me disculpo por la tardanza pero al iniciar mi nuevo trabajo, tengo el tiempo muy muy limitado. Espero poder traer cada una semana un capítulo nuevo.

¡Muchas gracias a todxs por sus comentarios! Adoro leerlxs y lxs estaré respondiendo en un momento :3

Sigan cuidándose y nos estaremos leyendo pronto~