Disclaimer: BNHA y sus personajes, no me pertenecen.

Summary: Las noches en "Dollhouse" siempre eran movidas; la gente iba y venía y las historias que las damas de compañía escuchaban, no siempre eran felices. Uraraka Ochako trabajaba allí bajo el seudónimo de Angel face y de entre todos los desdichados que pagaban por unas horas con ella, nunca esperó hallar al padre de su amiga aguardando por su compañía.

Aclaratoria: Ésta es una obra propia y todos los derechos son reservados.


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CAPÍTULO 9

Excusas. 2a. Parte.

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La sensación de estar delante de un palco lleno de personas, despojada de todo tipo de prenda que ocultara su desnudez ante la reprobatoria mirada de desconocidos, era un recurrente sueño de cuando era adolescente. El pánico de hallarse observada con el más rotundo e innegable desprovisto de censura sobre su piel, la hacía llorar y correr hasta volverse una con la oscuridad, anhelando desaparecer de la faz de la tierra, mientras recreaba una y otra vez las voces, las risas y las ofensas sobre la condición de su cuerpo.

El saberse humillada, el observarse a sí misma tan pequeña, tan indefensa y tan expuesta siempre la hacía despertarse a mitad de la noche, con la frente perlada y el llanto ahogado en su garganta, rasgando su interior, rogando por salir en un intento inútil por pedir ayuda. Era un terror recurrente a su corta edad de dieciséis años, pero la pesadilla no siempre acababa al abrir los ojos, no cuando el verdadero terror se hacía sentir al oír la puerta de su habitación abrirse a mitad de la noche.

Sí. El ser humillada frente a otras personas era un constante miedo en su subconsciente. El ser burlada o ultrajada de tantas formas era el modo en el que la desnudez de su sueño se reencarnaba para recordarle a qué temía.

De pie, frente a Bakugo Katsuki, siendo abofeteada por su propia madre a quien no veía desde hace un tiempo, le hizo recordar ese mismo sueño en donde se hallaba desnuda ante una multitudinaria ola de risas y dedos acusadores, señalándola, humillándola.

En sus casi dos años de trabajar como doll, nunca la habían hecho sentir más ajena a sí misma, expropiada de su identidad ni juzgada de una forma inhumana.

Recordar que el hombre había visto una escena tan íntima, mucho más íntima que apreciar su cuerpo en lencería ni sentarse sobre su regazo con poca ropa, la hacía querer desgarrar su garganta con un furibundo grito de desesperación. Pero por sobre todas las cosas, deseaba borrar de la tela translúcida de su mente el momento en el que su madre pronunció el nombre de la familia Bakugo con tanta confianza y tanto odio que la hizo ahogar un grito en los confines de su pecho.

¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué?

Infinitas preguntas golpeando su cabeza, creando torbellinos a partir de ideas y recuerdos, que la hacían detener su paso abruptamente a mitad de su trayecto hacia el interior de su departamento. Levantó su mirada a su madre, la mujer que se hallaba de pie frente a ella, ya ubicada en la pequeña sala compartida con su cocina, mirándola con innegable reprimenda. Por un momento, desconoció su hogar, desconoció la tranquilidad que solía producirle llegar a su pequeña casa que, con mucho esfuerzo, había convertido en lo que era, con sus pequeñas macetas, sus muebles usados y sus tonos cálidos pintando sus muros, sus cuadros, sus lienzos, su arte; ver a su madre de pie en medio de lo que, anteriormente, le sabía a un oasis, le supo irreconocible porque tantas cicatrices volvieron a abrirse, tantos traumas se volvieron realidad al ver el rostro de su madre frente a ella.

Luego de pedirle a Bakugo que se marchara, sin siquiera mirarlo a los ojos porque ya tenía suficiente con el par de ojos acusadores de su madre, el hombre se marchó casi arrastrando los pies, intentando observarla pero ella, conteniendo el aliento y su húmeda mirada, le dio la espalda para subir sus pasos por las escaleras que la llevarían a su departamento.

Y una vez solas, madre e hija, con el cubrir de sus muros y la seguridad de que ya nadie sería partícipe de la humillación que su madre podría causarle, Ochako cerró la puerta y se entregó a lo que, sabía, era una de las posibilidades a suceder una vez que abandonó su casa y se aventuró a su nueva vida lejos de su madre.

―Entonces, ¿qué piensas decir al respecto? ―Inició su madre caminando hacia su cocina. Ochako supo, por medio de la insistencia de la mujer, en abrir y cerrar las puertas de su alacena, lo que esperaba hallar.

Ochako pudo percibir el aroma a alcohol que destilaba su madre al acercarse lo suficiente a ella. El tenerla cerca, encerrada en un mismo lugar, volvía a ella el sabor amargo de un whisky barato.

Los recuerdos de su madre en la cocina de su antigua casa, bailando al son de la voz de su padre, se fueron entretejiendo con los últimos recuerdos de su madre, bebiendo sola, llorando amargamente y culpando la ausencia de su esposo a un asiento vacío y una copa de vino de tinto.

Ochako caminó hacia su madre y tocando su mano, llamó su atención. Cerró la alacena que su madre había abierto y leyó la vergüenza en los ojos ajenos.

―Si buscas alcohol, no tengo.

―Como si fuese a creerte ―respondió su madre, apartándose de ella. Su caminar se acentuó hacia la sala y se detuvo apenas reconoció su primera pintura al lienzo. Pareció encontrar algo en el cuadro del paisaje de atardecer que tenía delante, algo que le fue difícil de identificar pero una vez que los ojos oscuros de Chieko viajaron a los de su hija, comprendió que la pesadilla con su madre acababa de empezar―. Intentas sacar provecho de hombres para subsistir en esta ciudad, en lugar de regresar a casa. Pudiste haberlo tenido todo con nosotros, pero preferiste aventurarte a lo desconocido para hacer esto… ―Habló señalando sin indicar mucho a qué se refería. Ochako bajó la vista al suelo―. Tu padre me había dicho que…

―Él no es mi padre ―corrigió Ochako sintiendo cómo el asco se acentuaba en su lengua con el sencillo hecho de traerlo a colación. No miraba a su madre, no podía hacerlo, no con la imagen de ese hombre en la cabeza cada vez que miraba a Chieko.

―Ese es tu problema, Ochako. Reniegas de todo, no agradeces por lo que se te dio e ignoras todo lo que tu padre hizo por ti.

―¡Que no es mi padre, carajo! ―gritó Ochako, golpeando con su palma la pequeña mesada que tenía junto a ella. El ruido acalló a su madre y Ochako sólo pudo desear desaparecer, despertar de la pesadilla en la que se hallaba―. Es tu esposo, no mi padre.

―Te ha criado desde que tenías dieciséis.

―Ha hecho de todo menos criarme. ―Ochako se acercó a su madre y apartándose de sus cuadros, abrió su pequeño mueble en donde le enseñó que lo único que guardaba en su interior, eran elementos de pintura y no botellas de alcohol. Desde el momento en el que tuvo cerca el cuerpo de Chieko, reconoció el aroma a whisky barato que destilaba su piel. Estaba ebria y molesta porque no tenía con qué continuar bebiendo―. ¿Qué no habías dejado de beber? Tu psiquiatra…

―Ese charlatán sólo buscaba quitarme dinero. Tu padre… ―guardó silencio un momento al reconocer la mirada de su hija―, Shiragaki me dijo de que estoy perfectamente bien.

―¿Él te ha dicho que vengas a atropellar mi casa de este modo? ¿Que me humillaras frente al padre de mi amiga? ―Ochako ya no podía disimular el desagrado de escucharla hablar con tanta normalidad del hombre con el cual se casó años atrás.

Chieko siempre fue dueña de una mirada dulce, de unos ojos brillantes que la hacían transmitir calma pero en esos momentos, Ochako podía ver cómo su madre no poseía más que los ojos de alguien que ya no dormía, de alguien cuya ansiedad le había destruido de a poco su estabilidad emocional y la co-dependencia al hombre con el que estaba casada, no hizo más que hundirla tan profundo como las marcas en su rostro a consecuencia del desgaste y su dependencia al alcohol.

―¿Cómo puedes llamar amiga a la hija de ese hombre? Después de todo lo que le ha hecho a la familia, no…

―¿Por qué hablas de los Bakugo como si los conocieras? ―La pregunta saltó mucho más embravecida de lo que esperaba sonar. Chieko la miró con desdén y eso no ayudó a que Ochako bajara la guardia frente a su madre.

―Olvido que eras muy pequeña cuando tu padre murió ―comentó su madre con un aire pensativo, más como palabras dichas a sí misma, pensamientos en voz alta―. Tu padre trabajó para la familia Bakugo hace mucho tiempo. Nunca olvido el apellido o rostro de ese hombre.

Ochako no supo cómo tomar esas palabras. La idea de que, en algún momento pasado, los Bakugo hayan tenido presencia en la vida de su familia la desestabilizó por completo, provocando que toda la humillación vivida momentos atrás sea aún peor. ¿Cómo se podría explicar que Bakugo Katsuki no reconociera su apellido si su familia ya frecuentaba su entorno en años pasados? ¿Por qué nunca dijo nada? ¿Acaso recordaba a una familia tan remota como los Uraraka? La respuesta era sencilla.

La vida podía ser bastante cínica.

―Eso no tiene sentido… ―Soltó Ochako, mientras maquinaba en su interior los contados encuentros con Bakugo Katsuki, buscando algún indicio que le dijera que su madre no estaba alucinando cosas. La observó con urgencia―. ¿Por qué no dijo nada cuando escuchó mi apellido? ―Soltó la pregunta dicha para sí misma. Su madre emuló una sonrisa triste.

―¿Acaso crees que somos personas que alguien como Bakugo Katsuki recordaría? ―Preguntó su madre. Dolía pero no podía negar que había verdad en sus palabras―. Tu padre trabajó por varios años para la familia Bakugo como chofer de mercaderías para su empresa textil, de seguro recuerdas que tu padre viajaba mucho y volvía con regalos e historias que adorabas escuchar. ―Ochako apartó la vista al suelo de los ojos de su madre.

Claro que recordaba esas historias y esos obsequios, eran regalos invaluables cuando eres una niña de tres años que encontraba fascinante las gomas de cabello de colores o juguetes pequeños que su padre solía traer después de cada viaje suyo.

―No fue sino unos diez años trabajando para el padre de ese hombre que fue trasladado como reemplazo del antiguo chofer privado de la familia Bakugo; trabajó para el hijo de los Bakugo cuando su padre enfermó y le dejó la empresa. Tu padre regresaba a casa emocionado, contando sus viajes como si hubiese sido piloto del Apolo 11 y no un chofer de limusina.

La mirada de Ochako esbozó tristeza y nostalgia. Podía recrear la imagen de su padre contando algo así como si en realidad fuese una hazaña magnífica, exagerando los hechos para divertirla, para hacerla reír como sólo él sabía hacerlo. Volvió a observar los cuadros que había pintado y a su madre de pie ante ella. Esos primeros cuadros de tonos cálidos, los hizo pensando en su padre, en su verdadero padre. Ver a su madre de pie ante ellos, hablando de él, provocó una sensación que hacía tiempo ya no sentía: nostalgia.

―Cuando lo despidieron, fue un golpe duro para él. Era el único que trabajaba entre los dos y no quería preocuparme; sabes cómo adoraba mentir para hacer parecer que nada malo sucedía ―continuó hablando su madre. Ochako sintió un peso gigantesco en su estómago, tanto que quiso que su madre dejara de hablar―. Había un pago que no se le había acreditado, un último pago por su servicio a los Bakugo pero nunca consiguió que se lo dieran; cambios administrativos, la historia de siempre. Era lo que esperaba recibir para poder pagar las cuentas que teníamos en ese entonces. Unos meses después, la noticia del nuevo trabajo en Kyoto fue motivo de mudanza. Yo no estaba segura en ir, lo sabes, no soy buena asumiendo cambios pero tu padre estaba ansioso por iniciar su nuevo trabajo. Nunca esperamos que unos meses después, tu padre...

―No tienes que continuar ―dijo su hija, apartándose de ella. No podía seguir escuchando―. Sé cómo termina la historia.

Su madre guardó silencio. Aún dolía, carajo, dolía como no tenía idea y ver a su madre en ese estado de ebriedad, con ese dolor colgando de su rostro, sólo le hablaba de que no sólo su padre murió en ese accidente; parte de lo que representaba Uraraka Chieko murió junto con su esposo.

―Shigaraki se ha preocupado por ti. ―Ochako se alejó de su madre, no quería escucharla hablar de su padre y luego del maldito hombre con el que se casó años después. Pero su madre no parecía conforme con ser ignorada por su hija; se dirigió a ella y la tomó por la muñeca, consiguiendo que la mirase aunque Ochako sólo buscaba zafarse de su agarre―. ¿Cómo es eso de que estás trabajando en un club nudista? ―Ochako detuvo su forcejeo. La observó con miedo y también con mucha vergüenza―. Algún conocido de Shigaraki le pareció verte entrando en un club nudista; no pude creerlo. Él no me detuvo para venir a buscarte, por el contrario, me dio dinero para llegar hasta aquí y llevarte conmigo a casa, en donde estarás segura. Tu padre te ama, Ochako, él sólo quiere protegerte. Tienes que reconciliarte con él, elimina tu odio y…

―¿Que elimine mi odio? ―Preguntó Ochako deshaciéndose del agarre de su madre como si su tacto quemase. La miró con asco. Ochako contuvo un grito desgarrador desde los confines de su pecho. Se mordió la lengua para no decir nada más. Se alejó de su madre y tomando su bolsón, caminó hacia la salida.

―¡¿A dónde vas?! ―Preguntó Chieko. Ochako no se detuvo a mirarla, sólo respondió.

―Compraré vino. ―Sus palabras se escucharon un segundo antes de que la puerta se cerrara detrás suyo con la promesa de volver, aunque siendo francos, ella no regresaría, por lo menos no esa noche.

Caminó hacia las escaleras que la llevaban a la entrada de su departamento, reconoció al guardia del lugar y con una disculpa apresurada, dejó el recinto. No podía verlo a la cara, con mucha pena, se excusó por su madre y dejó que la noche la envolviera a medida que corría hacia su interior.

Tomó su teléfono con prisa y sin dudarlo mucho, marcó el número de la única persona que podía recibirla hecha como el desastre que era en esos momentos.


Pudo apreciar cómo el amanecer se colaba por la ventana de su sala. El tono naranja luchando por aparecer, intentando echar para atrás a las sombras de la noche que persistían por mantenerse allí, firmes en el horizonte.

Dirigió sus dedos al asa de su taza de porcelana y con la lentitud de no haber dormido mucho por la noche, dirigió la suave y cálida superficie contra sus labios para beber del café que preparó, una vez resignado a que el sueño ya no sería su compañera en esa madrugada de lunes.

Sentado en la penumbra de su sala, observando el crepúsculo, Bakugo Katsuki encendió su laptop con la excusa de trabajar pero tanto él como su computadora sabían que tenía muchas cosas en la cabeza como para dedicarle tiempo al trabajo. Depositó la computadora sobre la mesa ratona y fue cuando decidió prepararse café para despertarse por completo. Eran cerca de las seis de la mañana y él no había dormido casi nada; lo extraño, es que no se sentía agotado por ello, mucho menos con el café recorriendo su cuerpo.

Cuando trataba de acallar su mente, de silenciar sus voces para intentar conciliar el sueño, volvía al mismo lugar: la recepción del departamento de Uraraka Ochako, volvía a sentir su pequeño cuerpo temblar de impotencia ante su madre, volvía a sentir el odio en los ojos de su progenitora, observándolo con la seguridad de que el odio iba dirigido a él.

Esa mirada llena de odio y esa mirada cargada de vergüenza fueron las causantes de que él no pudiese conciliar el sueño y se dijera a sí mismo que levantarse a trabajar era una buena actividad para hacer pasar las horas hasta volver a conciliar el sueño. La mentira es que el trabajo no le interesaba y el sueño ya no lo acompañaría en su cama.

Uraraka Ochako era pequeña, pensó. La simple bofetada de su madre, logró desestabilizarla como una ventisca en mitad del invierno, logra deshojar con facilidad el follaje de un árbol. No supo por qué pero en ese momento, él trató de protegerla; fue una respuesta involuntaria, lo sabía porque había sujetado su muñeca con rabia después de escucharla hablar con la seguridad de que él era un mentiroso más pero todo cambió cuando la vio siendo atacada por su propia madre. Olvidó eso, olvidó que quería reprenderla por hablarle de ese modo pero ese pensamiento fue reemplazado de inmediato porque el árbol en donde ella se mecía como una solitaria hoja, fue violentada por la ventisca de invierno.

Y él quiso cuidarla. Quiso protegerla. Sonrió con ironía y fue a servirse más café.

Escuchó los pasos de alguien, imaginó que sería Mahoro porque la niña, a sus veinte años, aún arrastraba los pies como lo hacía de pequeña. Volteó a ver a su somnolienta hija buscando algo que él no conocía y entonces, lo reconoció de pie en la cocina con la cafetera de vidrio, sirviéndose café.

―¿Qué haces tan temprano despierto? ―Preguntó su hija, arrastrando los pies hacia ella. Katsuki sonrió al verla tan adormilada, era como volver a verla como la niña que lo seguía por donde él caminara con su pijama de gato que le regaló por Navidad, mientras se frotaba los ojitos, intentando despertarse.

―Los adultos nos levantamos temprano, Mahoro. Es hora que hagas lo mismo ―respondió con gracia. Ella frunció más su ceño.

―Pero son las seis de la mañana.

―Porque son las seis de la mañana ―reiteró Katsuki. Mahoro rodó los ojos―. Debo estar en la oficina a las siete. ¿Quieres que te acerque a algún lugar?

―No te preocupes. Iré con Tía Mina a mi departamento más tarde. Le prometí ir de compras, además olvidé decirle a Ochako que nos acompañara ―comentó al tiempo en el que caminaba hacia la sala, se echó por completo en el sofá largo que contaba el lugar y Katsuki sonrió apenas; la mención de Ochako era revivir lo pasado y no sabía si Mahoro debía escuchar esas cosas. Era su amiga pero no sabía si Ochako le había dicho algo sobre su familia―. Mierda, bebí demasiado anoche.

―Al menos lo admites ―respondió su padre.

Mahoro murmuró maldiciones para seguir recostada en el sofá.

Katsuki caminó hacia donde se hallaba Mahoro. Acarició su cabeza y ella fingió estar ronroneando como gato, como cuando era una niña aún. Ambos rieron.

Katsuki se sentó a su lado y Mahoro acomodó su cabeza en el regazo de su padre, mientras él acariciaba su cabello, bebiendo café. Ella tomó su teléfono y fue deslizando la pantalla del mismo con su índice, buscando noticias interesantes en sus redes sociales.

―¿Cómo ha pasado Ochako anoche? ―Preguntó Katsuki entonces. Mahoro lo miró con curiosidad y él no pudo evitar sonrojarse porque no quería hacerse notar como que le interesaba; buscaba la forma en abordar otro asunto pero por la forma en la que su hija lo miró, supo que no estaba dando el resultado esperado―. La dejé en su departamento pero no hablamos casi nada.

―Me sorprendería que lo hicieran ―respondió ella con gracia―. Ochako te tiene mucho miedo. No la culpo, siempre pareces enojado.

―¡Yo no…!

―¿Lo ves? ―Preguntó sin mirarlo. Katsuki se llevó a sus labios su café para beber un largo sorbo. Mahoro sonrió y se acomodó mejor―. Ochako se veía bien, bastante a gusto a comparación de la anterior cena.

―Me has amenazado lo suficiente como para no hacerla llorar. ―Mahoro lo miró con el ceño fruncido pero él sólo fingió beber su café.

―Gracias. Ella realmente disfrutó la cena ―finalizó su hija con dulzura. Katsuki acarició la frente de su hija que descansaba sobre su regazo como la niña que aún era.

Volvió a dar otro sorbo a su café y el recuerdo de la joven volvió a él. Miró a su hija y pensó que una chica de veintitantos debía preocuparse por cosas cotidianas, no por ser violentada por su propia madre. Dejó de acariciar a su hija. El recuerdo persistía. El odio en las pupilas ajenas seguía aguijoneando su pecho de una forma en la que no se animaría a confesar. Cerró los ojos, suspiró.

―Uraraka ―inició el hombre. Mahoro no lo miró pero emitió un sonido diciéndole que lo escuchaba―, ¿sabes algo de su familia?

Mahoro no pasó por alto tal pregunta. Lo miró con curiosidad y él supo que estaba siendo muy tosco, al menos si pretendía no llamar mucho la atención de su hija.

―¿Te ha dicho algo, acaso? ―Preguntó su hija.

―En realidad, se lo pregunté ―Mintió. La expresión de Mahoro hablaba de credibilidad porque se notaba triste. Supo que había dado en el clavo.

―Mala pregunta ―aseguró Mahoro―. Ochako casi no habla de su familia. También se lo he preguntado pero, al parecer, la razón por la que dejó su casa para aventurarse a Tokio, fue su madre.

Eso tiene sentido, pensó. La forma en la que el pequeño cuerpo de Ochako reaccionó al reconocer a su madre fue evidente. Sin embargo, saber eso no lo hacía sentir mejor. ¿Por qué buscaba sentirse mejor? No lo sabía pero no lo estaba consiguiendo. Quizá, estaba relacionado con lo que apreció en la mirada de la madre de esa joven. Si, quizá era eso. No sabía hasta qué punto era responsable de esa mirada pero ver a Ochako tan asustada y avergonzada no era algo que lo hiciese sentir mejor.

Mina no tardó en levantarse y Katsuki terminó de prepararse para salir rumbo a su oficina con el pensamiento latente en dos rostros. Dos mujeres. Dos expresiones que lo carcomían fuertemente.

Los inicios de semana siempre eran difíciles y más cuando los problemas personales hacían lo suyo como para absorber las energías que no se podían recuperar durmiendo todo el fin de semana (como si esas cosas pudieran hacerse con tanta facilidad). El chofer que lo solía llevarlo al trabajo lo recogió como siempre en su estacionamiento privado. Katsuki tomó su agenda y su teléfono móvil para hablar con Nejire, su secretaria, poniéndolo al corriente de sus actividades del día mientras su chofer se encargaba de trasladarlo a la oficina en donde El Grupo Bakugo se encargaba de dirigir sus empresas.

Katsuki pasó su atención de su agenda hacia el chofer que lo conducía cuando éste se detuvo en un semáforo. No faltaba mucho por llegar pero el movimiento lo hizo levantar su rojiza mirada hacia el hombre de uniforme que manejaba su vehículo.

―¿Cómo te llamas? ―Preguntó sin previo aviso; la pregunta fue tosca y el hombre pegó un respingo al oírlo tan de repente. La atención del chofer fue a su jefe por medio del reflejo de su retrovisor. Pudo leer nerviosismo en su mirada.

―Amajiki Tamaki, señor ―respondió con voz temblorosa.

―¿Hace cuánto trabajas aquí? ―Siguió preguntando. El hombre que lo escoltaba no parecía comprender su seguidilla de preguntas, parecía temer lo peor.

―Dos años. ―Se animó a responder. Katsuki frunció su entrecejo y eso pareció alarmar un poco más al chofer―. Disculpe si he hecho algo que lo haya molestado, yo no…

―Has trabajado poco tiempo aquí ―continuó hablando Katsuki, regresando su atención a la agenda que tenía entre sus manos―. No has conocido a Uraraka Kiyoshi, ¿no?

―No, lo lamento ―fue su última respuesta, sin saber muy bien por qué la repentina pregunta.

Katsuki dejó el asunto allí. Llegó hasta las puertas de su entrada privada para ingresar al edificio. No se molestó en despedirse de su chofer, sólo tomó sus cosas y caminó hacia el elevador que lo llevaría a su oficina en el último piso de su edificio. Su posición y su educación le habían enseñado que personas como él no necesitaban recordar nombres ni detalles de sus empleados.

Eran las siete de la mañana, su agenda iniciaba a las siete y cinco minutos, así que una vez llegó al piso correspondiente, se abrió paso a su oficina en particular.

Las voces de muchas personas llamaron su atención; normalmente, el silencio reinaba su piso en particular, porque odiaba trabajar con voces sonando a su alrededor, imposibilitando escucharse a sí mismo, pero ese día, inició de otro modo. No hubo silencio que lo recibiera y en cuanto vio a Nejire con una horda de personas que no dejaban de reclamar algo inentendible para él, mientras su secretaria intentaba calmarlos. Su humor cambió deprisa, no permitiría que empleados revoltosos hiciesen lo que quisieran de su oficina.

Caminó hacia ella y le tomó sólo un momento comprender quienes osaban llegar a su oficina de ese modo. Eran empleados de Athena 's Silk.

―Bakugo-san, disculpe que no pude organizarle su oficina. Muchos empleados de Athena's Silk han llegado. ―Nejire se hizo escuchar con pena. Él no pudo suponer otra cosa al ver a la mujer siendo avasallada por hombres y mujeres claramente molestos.

―¿Qué mierda está pasando aquí? ―Inquirió a las personas que se reunían como una horda enfurecida; a la imagen sólo restaba que tuviesen estacas encendidas y tridentes para completar el cuadro.

Uno de los hombres que encabezaba el tumulto se pronunció ante Katsuki con mucha seguridad.

―¿Dónde está su esposa? ―Preguntó molesto.

―Eso deberían de saberlo ustedes ―respondió sin ganas de sonar diplomático―. Ustedes trabajan para ella. ¿Por qué no están trabajando?

―¡Porque no ha aparecido por más de tres días! ―Respondió otra mujer mucho más alterada.

Katsuki frunció su entrecejo, el descontento se hacía sentir no sólo en las personas que buscaban respuestas, sino también en él porque su esposa no sólo faltó a la promesa marital, también a su trabajo.

―Tenemos entregas que hacer. También una colección de primavera que debe prepararse y no podemos iniciar sin ella ―siguió hablando el hombre que encabezaba el gentío. Katsuki dejó escapar aire con frustración. Claro que tenían muchas cosas por hacer y su esposa no aparecía.

―Mierda ―susurró. Miró a Nejire y ésta comprendió que había que hacer un espacio en su agenda―. Regresen a su departamento. Yo me encargaré de dar con Camie.

―¿Qué hacemos mientras eso sucede? ―Preguntó molesta otra mujer.

―Pasen su cronograma a Nejire. Necesito ver su programa para trabajar en base a eso. Quiero sus muestras. Preparen los diseños solicitados para el miércoles, sin retraso o los despido. Tienen un margen de tiempo acorde a su urgencia, yo veré que Camie regrese a trabajar cuanto antes. ―El hombre rugió con tanta fuerza sus órdenes que la horda furiosa acabó por guardar silencio y a acatar sus órdenes. No pretendieron ir contra sus palabras porque si había alguien en quien podían confiar para sacar adelante los trabajos que tenían pendiente era Bakugo Katsuki.

El hombre no esperó que alguien se retirara antes para caminar hacia su correspondiente oficina con los nervios saltando con fuerza y sus ganas de destrozar algo incrementaban minuto a minuto. Cerró la puerta tras de sí, tomó su teléfono y no dudó en marcar el número de su esposa con rabia.

Uno. Dos. Tres pitidos y aún no daba con la mujer que se encargó de arruinar su lunes en tan solo unos cinco minutos. Tras el cuarto pitido, la voz de Camie se pronunció con la somnolencia de alguien que acababa de ser despertada.

¿Katsuki? ―Habló.

―¡¿Qué mierda te sucede?! ―Bramó sin un ápice de pena por ser oído por alguien fuera de su oficina―. ¡¿Dónde estás?! Tienes una empresa que no puede funcionar sin ti, carajo. Ven de una puta vez o reconsideraré el despedirte de Athena's Silk.

Es curioso que lo menciones ―siguió hablando Camie con gracia en su voz―. Por un momento, creí que no querías verme. Cómo cambian las cosas.

―Si me dices que has dejado de asistir al trabajo sólo para hacerme enfadar, tú…

Estaré allí para las nueve. Que Nejire me preparé el café´que me gusta. ―Sin otra acotación, la llamada finalizó. Katsuki apretó su teléfono con tanta fuerza que por un momento, creyó que lo partiría por la mitad. Su esposa sabía cómo ponerlo de malas, cómo alterarlo y cómo hacer que las reglas de juego cambiasen a su conveniencia.

Había algo que Camie poseía y que lo enamoró cuando eran jóvenes: su capacidad para conseguir lo que deseaba con el sólo hecho de pestañear y era esa actitud lo que le estaba sacando más canas de lo que esperaba. Camie lo conocía y sabía que si ella quería hablar, haría todo lo posible porque así fuese y no, no le importaba que le haya dicho él en un principio, ella conseguiría lo que quisiese.

Pidió un café recargado y que su agenda fuese modificada para darle espacio a la jodida de Camie, que al parecer, se abría camino hacia él con la misma sutileza que un tsunami.


La madrugada del lunes, no sólo Bakugo Katsuki fue privado de su sueño por tener la mente sobrecargada como si una estampida de animales estuviese dentro suyo; Uraraka Ochako había dejado su casa con su madre en ella para buscar refugio en otro sitio, el único lugar al cual sabía que podría encontrar un hombro amigo en donde apoyar la cabeza en esos momentos.

Kirishima Eijiro la recibió en su departamento compartido con sus compañeros de cuarto, le hizo un espacio en su propia habitación mientras él se acomodaba en la sala, algo que Ochako trató de oponerse, sin embargo, la amabilidad y dulzura de Eijiro la hizo aceptar su oferta de emplear su habitación como suya mientras la noche pasaba.

Pero muy por el contrario a su pronóstico, Ochako no pudo conciliar el sueño porque cerraba los ojos y el cansancio deseaba llevarla de la mano a lo profundo de los sueños pero el recuerdo de su madre, el recuerdo pasado de su vida en Kyoto y la imagen de Bakugo Katsuki la hacía abrir los ojos nuevamente, hallándose en un cuarto que no era suyo y sintiéndose fatal por estar quitándole espacio a su amigo en su cama.

Eran las tres de la mañana cuando Ochako supo que ya no dormiría y estaba harta de fingir que rodar de un lado a otro en el colchón de Eijiro tendría un efecto distinto; se puso de pie y salió del cuarto para ir al baño, halló a Eijiro durmiendo, totalmente desparramado en el gran sofá que contaba la habitación, con la sábana en el suelo y la boca abierta. Sonrió con pena y fue hacia él para volver a colocar la sábana sobre su cuerpo. A pesar de la penumbra, ver el cuerpo de Eijiro en camisilla y pantaloncillos era apreciar cuán fornido era el hombre; se sonrojó terriblemente porque ella no podía mirarlo de ese modo, no siendo su amiga.

Fue a la cocina y buscó algo que pudiese preparar para el desayuno de su amigo, debía compensar de alguna forma su hospitalidad. Acabó preparando una pequeña tarta rápida de queso que no necesitaba más de veinte minutos de preparación. Se encargó de limpiar la cocina y un poco el pasillo, intentando no hacer mucho ruido. Ella no era muy fan del orden en su departamento, de hecho solía dejar el arreglo para los fines de semana, pero en esos momentos, limpiar parecía ser la mejor forma de hacer pasar el insomnio.

Llegado las cinco de la mañana, la puerta principal se abrió y Ochako pegó un respingo del susto al hallarse tan concentrada en lo suyo. Vio a un hombre alto de gafas y cabello oscuro, portaba uniforme policial y supo que se trataba del compañero de piso del que hablaba Eijiro. El hombre la vio de pie en la cocina con el trapeador en la mano y la confusión fue clara.

―¿Eres la novia de Eijiro? ―Preguntó de pronto el hombre. Ella negó deprisa.

―No, sólo somos amigos. Dejó que me quedase esta noche porque… ―No podía entrar en detalles sobre su vida personal.

―Porque quiere que seas su novia ―concluyó con una sonrisa ladina. Ochako se sonrojó y él pasó por alto su presencia allí. Fue hacia donde se hallaba y encontró cuán limpio estaba todo―. Te doy mi bendición. Haz dejado impecable la cocina. ¿Es una tarta de queso? ―Preguntó mirándola con curiosidad.

Ella asintió sencillamente.

―Disculpa, no nos presentamos formalmente ―dijo el hombre dándole una reverencia de respeto―. Me llamo Iida Tenya.

―Uraraka Ochako ―correspondió a su saludo.

―Eijiro es sin duda un pésimo novio. No puede dejarte haciendo estas labores cuando eres invitada.

―Nosotros no…

―¿Quieres café? ―Preguntó sin escucharla ya, caminando hacia la alacena en donde guardaban sus frascos de café, azúcar y cuántas cosas más una casa de 4 hombres podrían necesitar. Ochako no se negó pero pidió uno con leche y azúcar.

Iida Tenya. Oficial de la Policía Metropolitana de Tokio. 30 años. Acababa su turno de patrulla y tenía unas horas para regresar a su departamento compartido, asearse, descansar un poco y retornar por la tarde para hacer papeleo. La plática con el oficial era agradable, el hombre resultó ser todo lo que Eijiro ya le había comentado, el hermano protector y estricto de una camada de cachorros que no acaban de asumir que ya rondaban los 30. Sonrió.

Escuchó unos pasos y supuso que debía ser Eijiro quien ya se habría despertado por el sonido de sus voces o el ruido en la cocina. Pero antes de hallar la imagen de su amigo pelirrojo, otro hombre con el cabello bicolor se presentó ante ellos, con una bata de dormir, ojerosos ojos con heterocromía y una cicatriz considerable en su ojo izquierdo. Ochako lo observó, le dedicó un cabeceo de respeto un momento después, sin entender por qué sus ojos le resultaban extrañamente familiares.

―Oh, Todoroki-kun. ¿Ya va siendo hora de tu patrulla? ―Inquirió Iida como saludo. Ochako contuvo el aliento un momento, volviéndose a fijar en el hombre de cabello rojizo y blanco que tenía frente a ella, hallando el por qué le resultaba tan familiar.

Todoroki, pensó.

―¿Es la novia de Eijiro? ―Preguntó dirigiéndose a la alacena de frascos, tomó una caja de té de hierbas y puso agua a hervir.

―No, sólo somos amigos ―respondió Ochako, un poco cansada de estar explicando su relación y el por qué acabó durmiendo en el departamento de su amigo.

―Dice ser amiga suya. ¿Has visto la cocina?

―Me agrada. Puede quedarse ―siguió hablando Todoroki como si Ochako no estuviese presente. Ochako se sentía un poco frustrada por la situación. Sintió la mirada del hombre con heterocromía―. ¿Trabajas como doll?

La pregunta la tomó por sorpresa, no pudo negarlo. Su cuerpo y su rostro denotaban que no estaba preparada para tal pregunta, su sonrojo sólo lo confirmó. El único que pareció notarlo entre los dos hombres fue Iida, procediendo a hablar.

―Todoroki-kun, no es forma de preguntar algo así.

―No es que eso sea algo malo ―insistió el hombre de tono bicolor en sus hebras y en sus ojos―. Eijiro trabaja allí. Supuse que se conocieron allí, porque no deja de hablar de una doll en particular.

Ochako lo miró con curiosidad. A medida que el hombre hablaba con tan poca preocupación en sus palabras, la joven se dio cuenta de que no poseía filtros. Decía todo lo que se le venía a la mente. Una sonrisa se escapó de sus labios, más aún al escuchar cómo el oficial Iida reprendía la falta de tacto en su compañero de departamento.

―Sí, soy una doll ―respondió Ochako con tranquilidad, ganándose la atención de ambos hombres―. No sé si se refiera a mí, después de todo, hay mujeres muy bellas trabajando como doll.

―Eso no pongo en duda. Mi padre es muy estricto con respecto a quien deja trabajar allí ―respondió Todoroki bebiendo un poco de su té. La miró entonces con curiosidad. Ochako pudo sentir la misma fuerza que poseía Todoroki Enji a través de los ojos de su hijo. Tragó despacio―. ¿Has conocido a mi hermano?

Ochako no disimuló la mueca de inquietud al escuchar esa pregunta, porque con su pregunta, recuerdos de vivencias incómodas de la mano del mencionado hermano, la hizo bajar la vista al suelo. ¿Hasta qué punto el nombre de Todoroki Toya podría generar inquietud en una persona que se encontraba ciertamente a merced suyo? Una sonrisa ladina se acomodó en los finos labios del hombre frente a ella, eso provocó que ella lo mirara con urgencia, temiendo ser demasiado translúcida ante la mirada bicolor del hombre; por su parte, el hombre sólo se limitó a beber un poco más de té. Lo que siguió fue un suspiro.

―Sí, conozco esa expresión. ―Ochako no pudo evitar sorprenderse de ver más que dureza en los ojos del hombre. También halló cansancio y dolor. Por un momento, pudo sentir ese dolor como suyo. Por un momento, pudo entenderlo sin conocerlo mucho―. Supongo que mi familia no es la más agradable, no desde que mi madre se encargó de que eso fuese un hecho evidente.

―Supongo que muchos terminamos huyendo de familias así. ―Ochako respondió sin apartar su mirada de la del hombre. Todoroki se detuvo en el otoño de su mirada por más de un segundo. A Ochako le pareció ver en los orbes ajenos lo mismo que ella encontró en ellos: un dolor similar. Él asintió después―. No sé qué tan prudente sea decir algo así, pero tu padre es un buen jefe. Tú mejor que nadie sabe que Toya es otra historia. ―Todoroki asintió despacio. Ochako no supo si lo dicho fue suficiente o fue demasiado.

―Prudente no ―convino, acercándose a ella. Le dedicó una pequeña sonrisa―. Pero sincera sí.

Ochako correspondió a la sonrisa del hombre.

―El negocio que montó mi padre a partir del espectáculo que los cuerpo de hombres y mujeres pueden ofrecer no es algo que me enorgullezca, no como oficial de policía ―observó a Eijiro aún durmiendo en la sala y luego su mirada fue a la de Ochako―; pero sé que la vida no es amable con todos y trabajo es trabajo.

―Tienes razón en eso ―asintió la mujer.

Todoroki Shoto se dispuso a dejar la cocina para ir a prepararse para su turno en la comisaría, pero antes de dejar el sector que compartió con Tenya y Ochako, volvió a girar para verla a ella en particular. Ochako prestó atención a lo que saldría de labios del hombre.

―Si Toya te vuelve a causar problemas, no dudes en decírmelo. ―Ochako sonrió con mayor confianza―. Tienes razón, muchos huímos de familias como las nuestras, por eso ahora formé una nueva con ellos ―acotó mirando a Tenya y a Eijiro aún durmiendo en la sala―. Eres la novia de Eijiro y Eijiro es parte de mi familia ahora.

Ochako ya no se molestó en corregir el tipo de relación que tenía con su compañero de trabajo. Se limitó a asentir para después verlo marcharse. Ochako pudo comprender los ojos del hijo de Todoroki Enji porque ella también cargaba con una familia difícil, con cicatrices que tardaron en sanar (y algunas seguían abiertas) como también, un nuevo círculo al cual llamaba familia y hogar.

Iida Tenya fue a descansar y Eijiro no tardó en despertar. Ochako ya no se sentía tan sola como cuando llegó al departamento de los hombres que vivían con su amigo; de hecho, después de aquella pequeña charla con Shoto, supo que ya no estaba sola. Miró a Eijiro limpiándose las legañas en los ojos como un niño, sonrió para acercarse y recostar su cabeza en su hombro.

―¿Ochako? ―Preguntó sorprendido y sonrojado por su cercanía. Ella cerró los ojos y se entregó al sueño.


Veinte años de matrimonio. Una hija de veinte años. Una empresa que dio a luz un nombre singular para la industria de la moda. Una pareja que parecía invencible, que lo había conseguido todo pero, al parecer, sólo a los ojos de Bakugo Katsuki. Su madre solía decirle que olvidaba muchas veces a las personas que lo rodeaban por estar ocupado cumpliendo sus metas, creyendo que eran las mismas que las de los demás. Odiaba cuando su madre tenía razón.

Camie llegó a las nueve de la mañana, entre el caos y la desesperación que había hecho sentir con su ausencia, mostrando tanta seguridad como el día que la conoció. Una parte de él recordó al adolescente que se enamoró de esa seguridad, tenían diecisiete años, creía saberlo todo, creía que Camie era la mujer que debía estar a su lado pero en esos momentos, a sus cuarenta y dos años, ya no sabía qué esperar de Bakugo Camie.

No llegó sola. Una abogada la respaldaba y no cualquiera. La maldita Camie había contactado con Todoroki Fuyumi y al parecer, su desagrado al reconocer a una Todoroki causó en Camie lo que esperaba. Él no pudo sino fruncir su ceño ante la seguridad que alguna vez amó en Camie.

Se ubicaron en su sala de reuniones. Café y agua de por medio. Katsuki no pretendía durar mucho con esa reunión, porque sabía a la perfección por qué Camie vino armada de ese modo.

―De verdad tienes ovarios como para faltar al trabajo de ese modo y además, llegar con un Todoroki a empresa ―inició Katsuki con asco. No se molestó en mirar a Fuyumi ni pretendió notar su mueca de disgusto al escucharlo hablar de ese modo de su familia―. Si quieres el divorcio, me parece bien pero, con una mierda, Camie, ¿crees que Athena's Silk pasará a ser tuyo porque sí? Te recuerdo que tomas parte de mi materia prima. Tus diseños lo puede hacer otra persona y…

―¿Me dejas hablar? ―Interrumpió Camie. Katsuki dejó escapar un suspiro para cederle la palabra.

Camie dirigió su atención a Fuyumi y ésta asintió, comprendiendo qué esperaba de ella. Katsuki sólo la vio ponerse de pie para dejar la sala de reuniones al mismo ritmo con el que ingresó. El hombre la vio con una ceja enarcada sin entender muy bien las acciones de su esposa.

―¿Entonces? ―Preguntó Katsuki.

Camie asintió y abrió su cartera para sacar una carpeta blanca. A medida que el silencio se prolongaba, Katsuki perdía más y más su paciencia.

―Sé que me odias, o quizá me detestas a tal punto de no soportar estar aquí ahora mismo ―inició Camie con calma―. No quise que las cosas tomaran este rumbo, te lo juro. Simplemente, conocí a alguien que me volvió a hacer sentir que era más que sólo una mujer de cuarenta y dos años, con un matrimonio estancado, sintiendo que mi esposo estaba a mi lado por un compromiso social.

―No me hagas ver como el villano, Camie. No te obligué a que te acostaras con otro hombre ―respondió Katsuki. Ella asintió.

―Lo sé, sé que ninguno de los dos quiso llegar a este punto pero henos aquí. Hice algo que te lastimó y lo lamento como no tienes idea pero no te mentiré, no cambiaría nada. ―Katsuki rodó los ojos con hastío―. Así que sí, quiero el divorcio y también quiero Athena's Silk pero no quiero ir a juicio por ello.

―¿Y esperas que te lo ceda? Estás loca. ―Katsuki tenía intenciones de ponerse de pie. Ya había escuchado lo suficiente, no le daría el gusto a su esposa (casi ex) de quitarle más tiempo; sin embargo, antes de que pudiese dejar la comodidad de su sillón, Camie abrió la carpeta blanca que había traído consigo, congelando a Katsuki en su sitio.


Notas de la Autora

¡Buenas, buenas!

Muchas gracias por llegar hasta aquí. Lamento la tardanza con la actualización, pero éstas semanas han sido muy muy ajetreadas en el trabajo. No puedo prometer que el ritmo de las actualizaciones mejoren, pero sí puedo decir de que ésta historia da pa rato y con muchas movidas que estoy pensando implementar.

El avance aún es lento porque no es una relación que se pueda dar de buenas a primeras y sin contratiempos, además de que existen muchos asuntos que impiden que la relación amorosa de los protagonistas pueda iniciar, porque ambos lidian con sus infiernos personales.

Espero que la historia les siga llamando la atención y disfruten de leerlo como yo de escribirlo. Ansío poder leer sus comentarios y sólo puedo decir que espero traerles la actualización.

El siguiente capítulo habrá más acercamiento entre los protagonistas pero con oleadas agridulces, así que nos leemos en el siguiente capítulo.

Un beso a todxs 3