"Roomies"
Por:
Kay CherryBlossom
(POV Serena)
38. Confianza
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Mientras ojeo mi guardarropa, siento otra vez la bochornosa sensación de deja vú. Las semanas pasadas fueron una pesadilla. He visitado floristas, maquillistas, peinadoras y lugares diversos de decoración. He pisado al menos diez salones y terrazas de fiesta y probado muchos pasteles y vinos. Lo último no es precisamente una queja, con lo mucho que me gusta comer, pero ahora me cuestiono seriamente si me entrará el puñetero vestido de la dama de honor. Es algo ajustado, y en color verde menta. Es fresco y alegre, ideal para una boda en principios de la primavera.
Sí… aquí estoy otra vez. Sonriendo a la futura novia cuando no me causa mucha emoción los lirios o las azucenas, dando mi opinión cuando no veo ninguna diferencia entre color perla o el hueso en las servilletas, o en cuál será la canción más romántica a elegir para el primer baile, si una moderna de Bruno Mars o una clásica de Frank Sinatra.
Igual lo hago. Todo y de buen modo. Porque si hay algo de lo que me puedo jactar con gran orgullo, es que nunca incumplo mis promesas. Lita se lo merece. Yo, por otro lado, merezco un descanso… y mi preciosa libertad. Gracias al cielo al fin es viernes, pero no podré zafarme de este compromiso reglamentario que supone ser la dama de honor.
Para bien o para mal, he tenido que preguntarle a Lita si le apetece organizar una despedida de soltera. Ella ya me había advertido detalles, como que no tenía ninguna amiga de confianza hasta que me conoció, y tampoco parece ser del tipo que le guste irse de parranda. Aquello me tranquilizaba, pues sé que a lo mucho, si me decía que sí, iríamos a algún boliche o al cine sólo las dos juntas. El problema, es que sin querer se lo pregunté estando presente Unazuky, mi impertinente y entusiasta asistente. Lita, en su infinita amabilidad, no dudó en invitarla y ahora iríamos las tres. Tal vez una cena con unas cuantas copas para brindar. Hasta ahí no iba tan peor la cosa…
Pero la emoción que agregó Una a la ecuación sólo sirvió para entusiasmar más a Lita, y me pidió que por favor también invitara a Minako, aunque no fuera amiga suya. Le caía bien y según ella, no dudaba que le aportaría cierta "chispa" a la pequeña fiesta. Con cierta sorpresa y obviamente muy halagada, Mina también aceptó. De modo que ahora seríamos cuatro… dos normales y dos locas.
Lo cual quería decir que sería una despedida de soltera en toda la extensión de la palabra, y estaba entrando en pánico.
Yo jamás había organizado nada de eso. Minako no me dejó. Me conocía lo suficiente para saber que yo lo echaría todo al traste con mis geniales ideas, opuestas a las suyas, y antes de que las pusiera en una alfombra a leer a Jane Austen con unas divinas tazas de té, le pidió a una amiga suya de la universidad que lo hiciera. Una tal Katrina, o Katherine, no me acuerdo cómo se llamaba. Era algo presuntuosa y tenía mucho dinero. Fue todo lo grande, en la sala privada de una discoteca llena de globos gigantes y metálicos de corazón, juegos atrevidos, tragos de colores por montones, un bombero que claramente no era bombero (salvo por el tamaño de su manguera, quizá) y que descontroló las hormonas y el buen juicio de todas.
Para resumirlo: ese día perdí mi celular, canté muy alto y muy desafinado, vomité en un buzón y la resaca me duró una semana. Francamente, no sé cómo sobreviví.
Dejo los recuerdos a un lado y elijo un atuendo clásico: un vestido corto y gris oscuro de tela gruesa que lleva un bonito cinturón delgado, color rojo brillante. Debajo, traigo medias semi transparentes y elijo unos botines negros de charol. Mi conjunto es apropiado para una cena, en un restaurante elegante como el que me recomendó Setsuna. Ella no puede equivocarse, tiene un excelente gusto.
Cuando me bajo del taxi veo que Lita ya está ahí, aguardando. Parece muy nerviosa, pero también luce contenta. La tranquilizo y le digo que, si mis amigas ya la apreciaban, hoy la adorarán. No tiene nada de qué preocuparse. Ellas siempre son impuntuales, pero no se atreverían a dejarla plantada.
—Gracias por hacer esto, Serena —me dice, conmovida, aun antes de saludarme con un beso.
Me ruborizo, y le indico con la mano que nos aproximemos a la puerta de cristal.
—Sólo hice una llamada, Lita. Es lo menos que podría hacer. Deberíamos entrar ahora. Mi jefa dice que son muy especiales con las reservaciones en este lugar, y no queremos perder nuestra mesa. ¡He pedido la mejor!
Un mozo toma nuestros abrigos. Otro nos conduce a la mesa, justo en el centro del establecimiento, y otro nos ofrece agua fría y una canasta con pan de ajo y hierbas. Lita mira en todas direcciones, como si fuera una extranjera perdida en un país desconocido. No es que yo sea una cosmopolita, pero entre mi jefa y Diamante, he frecuentado los suficientes lugares para no sorprenderme demasiado con la formalidad. Veo su atendo, que es un vestido rosa pastel. Es relajado, casi para un picnic en domingo. Uy. ¿Debería haberlas llevado al Joe's? Empiezo a preguntarme si no voy a hacerla sentir incómoda con tanto adorno.
—Setsuna dice que aquí se sirve el mejor filete de la ciudad —la animo, dándole un trago a mi agua. Ella baja la cabeza y se pone colorada —. ¿Qué pasa?
—Soy vegetariana…
—¡Ah! —Mierda. Ya empezamos —. Bueno… seguro que la ensalada no estará tan mal, tampoco.
Me brinda una sonrisa tímida, sin saber qué decir. Antes de que empiece a ofuscarme porque la noche vaya a pique, Unazuky viene caminando hacia nosotras, guiada por el mozo. Su ceño fruncido no me augura nada bueno. Aun así, sonríe forzadamente cuando hace contacto visual con nosotras y toma su lugar en una silla vacía.
—Perdón por la tardanza, me he perdido… —se excusa, mirándome fijamente como si quisiera decirme algo más, y que no es bueno. ¿Qué le pasa?
—Los taxistas pueden ser muy despistados a veces —le sonríe Lita, como indicándole que no pasa nada —. Siempre se meten por la calle equivocada.
—En realidad, pensé que estarían en la terraza de arriba —sugiere Una, arqueando sus cejas con perplejidad, y vuelve a mirarme de la misma forma rara —. Cuando no las encontré, me vine para acá…
Yo pestañeo sin entender, pero nuevamente somos interrumpidas, esta vez por el servicio. El camarero se tarda un buen rato en hablarnos de la amplia carta de vinos y champán, y estamos tan saturadas de información que preferimos decirle que esperaremos a nuestra última acompañante antes de ordenar.
—¿Están seguras que no quieren beber algo? Minako se tarda siglos en arreglarse, no me extrañaría que se acabara de meter a bañar —bromeo, para quitarle formalidad al asunto. Unazuky se revuelve en su asiento, mientras se muerde el labio inferior.
Yo pongo los ojos en blanco.
—¿Quieres estarte quieta? Minako no va a morderte, Una —le suelto así nomás.
Ella respinga, captada en infraganti.
—No son sus dientes lo que me preocupan. Son otros… atributos —farfulla.
—Todas tenemos atributos, y hasta donde me quedé, tú estabas la mar de bien con Zafiro. ¿O no? Aún recuerdo que el martes llegaste con la misma ropa a trabajar.
—¡No tienes por qué decir eso! —se avergüenza. Yo me encojo de hombros.
—¿Qué tiene que ver tu novio con Minako? —pregunta Lita, llena de curiosidad.
—Nada, no tiene nada que ver. Unazuky sólo está siendo absurda y no recuerda que mi amiga está reconciliada con su marido, el único que le importa —sentencio firme, para apaciguarla. Bueno, eso no me consta totalmente, pero tengo que evitar cualquier posibilidad de roce entre ellas.
—Ah, yo diría que reconciliada es quedarse corta. Fueron al café esta semana, y sólo se quitaron las manos de encima cuando les recordé que tenía que cerrar —se ríe Lita de modo infantil, y mágicamente salva la situación.
—¿Ves? —me dirijo a Unazuky, riñéndola. Luego miro a mi amiga castaña. —¿En serio viste eso?
De Mina no me extraña, pero ¿Yaten, tan serio y reservado? Vaya.
—¿Por qué mentiría? Por cierto, ¡me encanta tu chaqueta! —la adula. Apostaría que es nueva. No la culpo, quiere verse lo mejor posible…
Y hablando de verse lo mejor posible, o en este caso increíble, Minako se manifiesta atravesando el vestíbulo. Trae un crop top minúsculo y cruzado con un solo tirante, en color azul eléctrico, jeans negros entallados y zapatos de tacón de pulsera del mismo color. Lleva el pelo suelto y lacio, y a cada paso, e irradia toda la seguridad en sí misma que no tienen ni la mitad de las mujeres de aquí.
Sin embargo, a pesar de lo que puede proyectar, Minako no es ese tipo de mujer que brilla opacando a otras. Al contrario, si por ella fuera, todas seríamos diosas danzando desnudas en los jardines del Olimpo, y lo empieza a demostrar. Saluda de beso a las dos chicas, a mí me da también un abrazo, luego vuelve a felicitar a Lita por su boda, le dice que su anillo es de excelente gusto y a Unazuky le alaba su color de pelo, sobre todo porque se nota a leguas que es natural. Se las echa al bolsillo enseguida, y toda preocupación o tensión se esfuma. Ya relajadas, me tomo la libertad de pedir una copa de vino espumoso para todas.
Nuestras copas hacen sus respectivos tintineos cuando recitamos solemnemente "¡Por Lita y Andrew!" y luego damos el primer trago. No puedo llegar al segundo cuando Minako me pregunta emocionada:
—¿Dónde vamos a ir?
—¿De qué hablas? —bajo mi copa hasta la mesa.
Mina mira a las demás con mortificación, como buscando refuerzos.
—¿No vamos a celebrar el compromiso de Lita?
—Pues claro. Para eso estamos aquí…
Parece que le digo que comeremos perro crudo.
—¡Estás de joda! —exclama. Varias personas se nos quedan mirando, y yo me ruborizo. Tengo que chistarla —¿Aquí?
—¿Qué? ¿Qué tiene de malo?
Unazuky empieza a reírse bajo su servilleta. Lita sólo se queda callada, pero sus ojos también son risueños. ¿Es que me he perdido de algo?
Minako seguramente intuye que ninguna va a decirme las cosas de frente. Así que, exasperada, empieza a explicarme el mundo, como siempre en ese tono de que dos más dos son cuatro:
—Sere, no puedes esperar que festejemos aquí. Está lleno de ancianos, y es más aburrido que un funeral. Pensé que estaban aquí tomando una copa rápida porque la cola del lugar de arriba da vuelta a la esquina —se horroriza.
—¡Aquí es precioso! —me desespero, sin más argumentos. Lo es, ¿no?
—Lo será cuando tengamos sesenta y cinco años, y queramos jugar al bingo después. No para la despedida de soltera Lita —ataja.
—¡Pero…!
—Estoy de acuerdo —repone Unazuky, en tono lanzado. ¡Con que por eso me miraba así!
—¡Gracias!
Sabía que se llevarían bien. Siempre lo supe, pero ahora mismo no me conviene en absoluto.
—Yo creo que este sitio tiene mucha clase, y la pasaremos muy bien —me defiendo, aunque sé que ya he perdido la batalla.
—No digas tonterías —replica Mina otra vez. Y yo vuelvo a chistarla.
—Aquí vinieron una vez los padres de Andrew —opina Lita educadamente —. Festejaron su aniversario, y les encantó.
—¿Ves? —le reto, creyendo que eso me ayudará.
—Oh, no. Perdón. Me parece que dijo que eran sus abuelos los que vinieron… —se corrige, rascándose una sien de modo nervioso.
Minako me mira de modo sugerente. Yo miro a mi alrededor. Ciertamente hay mucha gente mayor, vestidos todos emperifollados y el violín de fondo no grita precisamente celebrar tu último día en sociedad como una mujer soltera. Supongo que se me pasó decirle ese detalle a Setsuna. No el qué, sino el para qué. Miro ahora las caras de las otras, anhelantes por un poco diversión desmedida, pero demasiado cohibidas para decirlo en voz alta. Gruño, y luego suspiro.
Busco mi bolso.
—¡Oh, demonios! Está bien. Pediré la cuenta.
Minako empieza a aplaudir.
—Yo le avisaré a Andrew que llegaré un poco tarde —se desliza Lita de su silla.
—¡Y yo iré por los abrigos! —anuncia Unazuky dando un salto.
—¡Yo buscaré un taxi! —chilla Mina, pero yo le sostengo la muñeca y le atravieso con los ojos:
—Mina, te lo advierto. Nada de antros de mala muerte, ni retos de bailar en las barras. ¡Ni mucho menos strippers!
Ella se ríe de modo juguetón. Apuesto que ella sí recuerda algo de aquella noche.
—Está bien… pero yo no prometo nada sobre otras cosas que puedan pasar.
—¿Cómo qué cosas? ¡Mina, ven acá!
—Apúrate, Tsukino. ¡Ya nos robaste mucha juventud y tiempo de la noche! —se burla sacando la lengua, y se dirige a la salida, contoneándose.
Me muerdo la mejilla, algo cabreada de no haber acertado en el plan para variar, pero no puedo negar que al mismo tiempo me siento emocionada por salir en grupo de juerga. Nunca ha sido mi grupo de amigas, siempre era yo la sobrada o la que estaba fuera de lugar. No importa si es la chispa de Minako la que nos arrea como el ganado, se siente muy bien.
Sólo espero que la "chispa" no nos incendie a todas.
No conseguimos taxi, pero bastaron unas cuantas palabrillas melosas y muchos pestañeos para que el tipo gordo que custodia la terraza de arriba, que resulta ser un club muy cotizado, nos deje pasar sin formarnos. Además, Mina logra ubicarnos en una mesa alta que está casi pegada al bar, por lo que no necesitaremos rogarle a ningún mesero que nos provea la bebida toda la noche. Después de la primera ronda de daiquiris de fresa, ya estamos compartiéndonos cotilleos de todo tipo.
—¿Andrew está en su propio festejo? —le pregunta Unazuky a Lita. Ella revuelve su pajita, algo cohibida, y niega con la cabeza.
—No es su estilo. Dijo que quizá vería un partido de fútbol con los chicos el próximo fin de semana —dice Lita.
—Qué malote —dice Mina, y todas nos echamos a reír. Entonces Lita le devuelve:
—¿Y tú? ¿Qué se siente estar casada con alguien que aborrece la vida nocturna?
—La verdad… genial —alardea sonriendo.
Unazuky y yo intercambiamos una mirada furtiva. Sé lo que las dos estamos pensando. Aunque los chicos que nos ganaron el corazón parecen estar "rehabilitados", siempre quedan rastros de la evidencia, de lo que fueron las épocas de parranda y muchas mujeres. Ya lo sé, eso no garantiza nada, ni tampoco significa que eso les convierta en mala gente. Pero ah, lo admito, me gustaría tener un novio menos audaz, menos popular, y más centrado y sereno.
Trato de imaginarme a un Seiya serio, centrado y sereno y simplemente no puedo. Hasta me da repelús. Me encojo de hombros, algo liada, y bebo hasta el fondo.
La pantalla del celular de Mina está encendida, y ella salta de su taburete como si le hubiera picado un aguijón.
—Oh, ¿ya ves? Lo has invocado —le dice Mina a Lita en tono cómplice, nos guiña un ojo y luego corre hacia la fría noche para atender el móvil.
Casi al mismo tiempo, las chicas dicen que van al baño. No me molesta quedarme sola, pues estoy de muy buen humor. Me dedico a tararear la canción pop que suena a todo volumen, a mirar a la gente, y mis ojos vuelan de repente hacia el bar. Me parece haber visto una silueta conocida, cosa que me alarma, porque conocidos en lugares así nunca es buena señal para mí. Debo estar equivocada, pues este sitio no es para nada del gusto de ese tipo escrupuloso…
—¿Buscas a alguien? —me pregunta Mina en tono alto, haciéndome girar la cabeza. No me di cuenta cuando volvió.
Yo sacudo la cabeza.
—No. Bueno, el… el baño —miento—. Las chicas se están tardando.
—Estará atiborrado.
—Sí… oye, has vuelto a usar el anillo —cambio abruptamente de tema, señalando su mano izquierda.
Mina abre mucho los ojos, pestañeando, pero enseguida se recompone. Sonríe y asiente.
—Ajá…
—¿Eso significa que todo navega con viento en popa?
—Eh… significa que estamos dispuestos a seguir el matrimonio, sí. Pero no digas viento en popa, por favor. Es tan anticuado —se queja.
—¿Todo está de puta madre?
Nos reímos a carcajadas. Como seguimos solas, Mina me confiesa que mientras estuvo viviendo en mi casa, encontró la tarjeta de Amy Mizuno, mi terapeuta, en el cajón del buró de noche. No hizo nada, pero guardó el contacto por si lo necesitaba para ella, pues sabía que, si se divorciaba, sería algo duro de afrontar.
Pero su reencuentro no había sido simple casualidad. La preocupación que Mina me externó que sentía sobre él no era equivocada. Pocos días antes de que Yaten fuera a buscarla al departamento, él tuvo un accidente en su coche. Iba tan distraído, pensando posiblemente en qué pasaría con su vida de ahora en adelante, que se pasó la luz roja de un semáforo. Nada pasó a mayores, por fortuna, pero mientras le hacían varias puntadas en el área de Urgencias, se dio cuenta del terrible error que ambos estaban cometiendo, y decidió dar el paso para buscarla.
Luego, tras Navidad y una larga e intensa charla (que no me cuenta en que consistió) ella y Yaten decidieron tomar terapia de pareja para resolver sus desacuerdos. Después de todo, seguían amándose y era cruel seguir separados sólo porque sí. Amy, entre otras tareillas, les encargó visitar lugares de manera espontánea y divertida, como museos o paseos en el lago, igual que si acabaran de conocerse. Así le quitarían presión al tema de los compromisos a largo plazo, y se dedicarían a disfrutar de la compañía del otro, como cuando eran novios. Supongo que por eso Lita los vio tan acaramelados, cosa que le dije, por cierto. Ruborizada, Mina me dijo que ambos estaban más felices y relajados, pero había que trabajar en los puntos débiles de su relación para no repetir la historia.
Eso me asombra. Su resolución es más compleja de lo que yo imaginaba que sería, pero eso significa también que es más madura y determinante. Me pone feliz, y le doy un abrazo. Cuando se despega, me dice:
—¿Puedes creer que Lita me invitó a su boda? Es tan mona… aunque yo estaré de viaje de aniversario para esas fechas. Me hubiera gustado ir. Escucha, debes estar a las vivas y coger el ramo a toda costa. No dejes que la pelirroja te lo gane, y quién sabe cuándo haya otra oportunidad. ¿Entendiste?
Genial, otra pesada sensiblera. Yo ignoro sus alucinaciones y exclamo:
—Yo sólo me peleo por comida, ya me conoces. Oye, ¡pero si aún falta para eso! ¿No puedes cambiar la fecha de viaje?
—Ya sabes cómo es Yaten. Ha planeado hasta qué calcetines nos vamos a poner diario y no quiero estropearle su perfecta agenda, ahora que estamos bien. Además, es consejo de la terapeuta, "respetar los acuerdos" —cita, y se encoge de hombros, como si no le hallara mucho sentido.
Hago morritos, pensando en que no puedo creer que ya haya pasado un año. El año más loco, desastroso e intenso de mi vida. Ha habido momentos espantosos, pero también otros increíbles. ¿Qué estará haciendo Seiya ahora? ¿Debería llamarlo? ¿Por qué él no me llama? ¿Y por qué me importa eso en este momento?
«Es una salida de chicas, Serena». Me dice la voz de mi consciencia. «Tienes a tu hombre. Déjate de estupideces y disfruta.»
Cierto, cierto.
En ese momento, Una y Lita vuelven, quejándose de lo llenos que estaban los servicios de mujeres, y tan vacíos los de hombres. Como ahora me siento de maravilla y mi copa está vacía, me ofrezco ir primera al bar para sustituir nuestras bebidas.
A cargo está un chico con camiseta sin mangas que se la pasa regalando sus sonrisas a cambio de buenas propinas. No se da abasto en el gentío, pero apenas me echa una ojeada y le sonrío con súplica, fija su atención en mí.
—¿Qué te sirvo, guapa?
Es muy chulo, pero como va muy sudado y mastica la goma de mascar como un mecánico, me provoca tomar mi distancia para pedirle mi orden. Mientras espero, una voz grave y desdeñosa llega a mi oído derecho:
—Una rubia con pinta de colegiala consentida es atendida antes que yo, aunque tenga diez minutos haciendo señas de humo. Qué shock.
Me giro, ofendida.
—¿Perdonaaa?
—Ya me has oído, Serena Tsukino.
Entonces la que se shockea soy yo. Como es tan alto, no había reparado en su presencia. ¡Lo sabía, sabía que le había visto entre la multitud! No podría creer que alguien como Taiki estuviera aquí. Es como mezclar las anguilas con el budín de chocolate.
—¿Qué haces aquí? —espeto, mirándole con cara de pocos amigos. No obstante, él entonces sonríe. Y eso me enfada más, porque con su sonrisa es, de hecho, agraciado.
—¿Ahora mismo? Pues tratando de conseguir mi trago. ¿Tú qué haces, aparte de robarme el turno?
—Yo no te he robado nada. El barman me ha atendido porque así lo ha querido…
—Claro, ¿y por qué será?
—¿Qué insinúas?
—Nada que no sepas, Serena. No es para que lo tomes personal —rezonga Taiki con mala leche.
—¡Contigo todo es personal, pesado! —chillo.
Él enarca una ceja. No sé qué hace este hombre para sacarme de mis casillas con dos simples frases, y más diciendo mi nombre en ese tono tan condescendiente que suele emplear. No lo aguanto.
—Pero si tú me has llamado imbécil en el ascensor, ¿recuerdas? Y acabas de llamarme pesado.
Eso sí. Me muerdo el labio.
—Pues… te lo merecías. Y tú insultaste a mi autor favorito —me defiendo, aunque suena medio estúpido cuando lo digo en voz alta. En realidad, quisiera decirle que detesto su talante intelectual y que me haya bancado el puesto, pero no podría hacerlo sin sonar… ¿cómo dijo él? Ah, como una rubia colegiala y consentida. Justo eso.
Así que cierro el pico.
En cambio, estoy lista para que me suelte otra igual, pero no lo hace. El cantinero pone las copas frente a mí, y me veo obligada a interrumpir nuestra pequeña riña para extenderle mi tarjeta de crédito. Taiki, aunque mira mis tragos rojos con cierta mofa, suspira y baja la cara para escucharle bien:
—¿No podemos hacer una tregua? Después de todo, llevarnos bien es lo menos que le debemos a Setsuna.
Huele a whisky, y a un perfume exótico, pero agradable. Como una mezcla de vainilla y especies. Yo carraspeo, haciéndome un poco hacia atrás, pero estoy apiñada con otro grupo de chicas que demandan a gritos jarras de cerveza. Bueno, en ese punto tiene razón, y además es más agotador que me caiga mal en vez de bien. Tarde o temprano, seguiremos coincidiendo en la editorial, seguramente más veces de las necesarias. Con mi suerte podría terminar, de hecho, siendo mi jefe.
—Supongo, aunque no sabría cómo —mascullo débilmente.
De modo inesperado y algo cómico, él se gira y extiende su mano hacia mí.
—Rebobinemos la cinta. Igual que en las películas antiguas.
—¿Qué? —parpadeo.
Este tipo está algo chalado.
—Pretendamos que acabamos de conocernos. Mucho gusto. Soy Taiki y trabajo en el área de contenido de Star Publishment. ¿Tú cómo te llamas?
Se me sale una risa medio tonta, y no es precisamente fingida.
—Igualmente. Soy Serena. Qué coincidencia, también trabajo ahí —la estrecho. Es fuerte, y mi pequeña mano se pierde entre la suya, firme y masculina.
—Excelente ambiente laboral, dicen por ahí —continúa, sin soltarme.
—Y las donas de los martes son excelentes —sigo yo, agitándola. Es extraño, pero ahora estoy de un repentino buen humor.
—Evita los ascensores, la gente puede ponerse muy agresiva…
—También debes evitar opinar de lo que no sabes.
Afortunadamente, volvemos a reír. El modo en el que pone la lengua detrás de los dientes para sonreír es curioso, y en un tiempo que se me figura demasiado corto, nuestras bebidas ya casi están listas.
—¿Vienes con una cita? —pregunta.
—No, sólo con mis amigas —indico en la dirección de nuestra mesa —. Pero mi novio vendrá más tarde… quiero decir, por mí. Para llevarme a casa.
Seiya debe estar roncando a pata suelta en este momento, y seguirá así probablemente hasta el domingo hasta tarde. Pero igual se lo digo, aunque no sé por qué. Es evidente que sólo estaba intentando entablar conversación. No me dice nada al respecto, ni bueno ni malo.
—Y… ¿tu apartamento queda muy cerca de la editorial, allá en Okinawa? —le pregunto, para devolverle la cortesía.
—Mi casa. Sí, relativamente. La empresa me dio un coche, pero la mayoría de las veces uso mi bicicleta o llego andando. Vale la pena disfrutar el paisaje.
«Su casa» ha dicho. Siento ganas de estamparme la cara contra la barra pegajosa del bar.
—Es fantástico —sonrío, y espero que eso sea suficiente para ocultar mi agria envidia.
—Aún estoy instalándome. Vine a Tokio para visitar a mi familia, y un amigo de la universidad quiso hacer algo porque parece que me voy a otro planeta. Aunque yo hubiera preferido quedarme en casa, leyendo o mirando televisión —hace un gesto indiferente y cansado.
Suena propio de mí, pero me reservo el comentario.
Nos despedimos, porque la gente empieza a empujarnos y enfadarse que ocupemos espacio en la barra. Cuando llego a mi mesa, no tengo ni idea de la odisea que me espera:
—¿Quién es ése? —inquiere Mina, boquiabierta.
—Oh. Sólo un sujeto del traba…
—El papucho de Taiki trabaja en Star. Tiene un cargo muy importante. También es el admirador y archienemigo íntimo de Serena —desembucha Unazuky, hablando con un retintín.
Yo casi me atraganto con los cacahuates.
—¡Madre, qué historia tan pasional! —aplaude Lita, como pidiendo más.
—¡No es nada de eso! —me arranco a corregir, mientras siento como me pongo roja, y a la par miro a Unazuky con rabia —. Sucede que tuvimos nuestras diferencias al principio, pero hemos hecho las paces. Es todo.
—Con esos enemigos taaan buenos, ¿quién necesita amigos? —canta Minako con voz afectada.
—Y vaya manera de hacer las paces —secunda Unazuky, siguiendo el rollo —. Parecían hablar de un montón de cosas interesantes. ¿Mandarse un e-mail ya pasó de moda?
Tengo calientes las orejas. Lita, como de costumbre, sólo admira el espectáculo que se le presente enfrente y lo pasa bien.
—¡No sean cabronas! —replico avergonzada, y ellas se ríen estruendosamente.
—No, tú no seas cabrona —puntualiza Unazuky riendo.
—No lo soy.
—¿Y por qué sigue mirándote? —pregunta Minako con una sonrisa maliciosa. ¿Lo hace? Dioses, no pienso girarme para corroborarlo. Sería embarazoso, y además yo tengo novio. El novio más sexy, encantador y perfecto que puede existir.
Pero no está aquí. Así que bebo mi daiquiri, dando un trago que casi lo deja por la mitad, y cuando me aclaro la garganta, les recito:
—Porque es un petulante, un creído sabelotodo que se siente superior a todos, y seguramente piensa que ustedes son unas ridículas por darle importancia. ¡No me interesaría ni en un millón de años! ¡Sólo le hice creer que lo disculpaba porque me conviene estar bien en el trabajo! ¡Por mí puede irse al diablo!
—Ufff. Menudo discurso, hermana —jadea Una.
—Ay, siempre reniegas así de los hombres que te atraen —retruca Mina.
Mi vaso casi sale volando por los aires.
—¡Lo sabía, lo sabía, sí! —grita Unazuky como si hubiera ganado la lotería. Muestra la palma de su mano y Mina la choca con la suya, haciendo un gesto victorioso de equipo, como en el voleibol. ¿En qué momento se me ocurrió juntar a este par de descaradas?
Quiero taparme la cara con las manos, pero demostraría que la situación me afecta, y no me afecta. Si siento esta cosquilla en el estómago, y este tremendo calor en la cara, es porque ellas me están acosando y me avergüenzan. No más.
Me salva la campana. El móvil de Una se enciende como un faro en la semi oscuridad.
—¡Es él, es Zafiro! —grita extasiada, pero al instante baja sus ánimos —. Quedó en llamarme ayer, pero no lo hizo. Aunque le esperé hasta muy tarde…
—No importa, contéstale —le anima Lita, con toda la ternura que la caracteriza.
—Sí importa —rebato yo, que sigo alterada.
Todas miramos a Minako. La pantalla verde sigue parpadeando, y Unazuky empieza a mover el pie con ansiedad. Pronto colgará.
—Contéstale, pero dile que estás algo ocupada y le llamarás en un momento. Y no salgas, asegúrate que se escuche que estás en un club —le instruye Minako.
—¿Y luego?
—No le llamas, y ya está —resuelve burda, como si fuera lo más lógico.
—¿Nunca?
—Descuida, él lo hará. Mañana, como máximo.
—¿Cómo lo sabes? —le pregunta Unazuky con los ojos como platos, y como si Minako fuera alguna una clase de oráculo mítico —. ¿Cómo sabes que no lo tomará como un desinterés de mi parte y…?
—No sé los pormenores chica, los hombres son simples. Sólo sé, por ensayo y error, que funciona —declara impaciente.
Aquello es suficiente para Una. Se da vuelta, intercambia unas cuantas palabras acaloradas, y luego presiona con dramatismo la tecla roja. Todas le vitoreamos como si acabara de meter un gol. Unazuky se siente tan empoderada que dice que nos invitará la próxima ronda. Lita se ofrece a acompañarla.
Mmm, sí. Quiero otro daiquiri. ¿Y por qué a mí nadie me llama?
Minako me conoce bien. No se traga el cuento de que yo esté tan enfurruñada por un tipo cualquiera del trabajo. Como no quiero que se haga otro tipo de ideas raras, decido contarle la verdad. Que hace dos meses Setsuna me ofreció una plaza en la provincia de Okinawa, y como no la acepté, Taiki fue el elegido. Fin. Nada excepcional.
Pero no para ella. Al principio, Mina no parece entender qué relación tiene una cosa con la otra. Pero luego, con su pequeña pajilla a medio camino, abre la boca, atónita, y empieza a entretelar solita.
—Serena… —recita lentamente, y se inclina con ambas manos, como una leona sobre la pequeña mesa. Ha dicho mi nombre completo, ahora sé que se viene un reclamo gordo. Siempre es así. Yo me hago la loca al menos por unos segundos. Necesito más alcohol si voy a enfrentar esto —. Dime por favor que no rechazaste ese puesto por Seiya.
¿Qué? Sí. No. No sé. Tal vez. ¡Rayos!
—Yo… no. No. ¿Qué tiene que ver Seiya? Sólo no me interesó la oferta, es todo —aclaro, aunque muy atropelladamente.
Minako resopla. Menea la cabeza y se echa el pelo hacia atrás.
—Ah, ¿sí?
—Sí, Mina —respondo tratando de sonar exasperada y no ¿desesperada?
—Me has hablado de ser jefa de editorial desde que íbamos en el instituto. Creo que hasta antes. Era tu sueño —increpa.
—Bueeeno, sueño, lo que se dice el sueño dorado no sé…
No me deja terminar.
—¿No? Tenías esos recortes de revistas en un cuaderno. Y te peleaste con uñas y dientes con tus padres, en especial con tu madre, cuando elegiste profesión en la universidad. Y por lo que sé, esa editorial sí es el sueño dorado de cualquiera. ¿Y simplemente no te interesó? ¿Qué es lo que no te interesó, si se puede saber? —indaga en tono irritado.
Joder, su perfecta memoria es más perjudicial de lo que me esperaba. No puedo inventarle un cuento a estas alturas y tan rápido. Va a darse cuenta y es capaz de preguntárselo a Unazuky. Así que me decanto por soltarle una verdad maquillada:
—Tuve un año duro, Mina. Y pensé que no me convendría un cambio tan radical, pues apenas me estoy acoplando en mi puesto con Setsuna. Era lo mejor.
—Lo mejor… ¿según quién?
Me estoy dispersando.
—Pues yo. Y… Amy, Amy también me dijo que sería lo mejor.
En realidad, dijo que un entorno tranquilo y rutinario era lo que necesitaba, justo antes de darme de alta. Pero bueno, ¡es casi lo mismo! Por otro lado, la verdad es que ya había dicho que no sin siquiera consultarlo con ella, ni con nadie. Ni siquiera conmigo misma. Supongo que eso es lo que más me decepciona.
Pone los ojos en blanco, y se restriega la frente con la mano.
—Sere, cometiste un error… —empieza otra vez.
Esta vez la freno.
—Pues yo creo que no. Mira Mina, no es tan fácil como parece. ¿Qué harías si el día de mañana, Yaten te sale con que va a mudarse a otra ciudad?
—Iría con él. Iría con él a la Antártida de ser necesario, si fuera la oportunidad de su vida —resopla acalorada. Su intensidad me hace bajar los ojos a la mesa.
—Ustedes están casados, no es lo mismo.
La voz de Mina suena algo triste cuando me pregunta:
—¿Eso es lo que crees, o es lo que te dices a ti misma porque sabes que de preguntárselo, te habría dejado ir sola?
Sus palabras son tan decepcionantes que me duele el pecho. Tomo aire y sencillamente le digo:
—Supongo que nunca lo sabré.
Así como nunca sabré lo que es tener un coche nuevo, una casa con vista a la costa y ser una jefa editorial. Por alguna patética o romántica razón —probablemente ambas—, bien perder a Seiya me deprime más que perder el sueño profesional de mi vida. Mina tiene razón, sé que la tiene, pero ella no entiende lo que me ha costado que él me deje entrar, que confíe en mí y que me ponga como su única prioridad. Sé que me he equivocado, no por decirle que no a Setsuna, sino por no haberle dado ni siquiera un voto de confianza a Seiya. Me lo imagino contento, descorchando champán y ayudándome a empacar para irnos juntos, a una ciudad preciosa y nueva… una imagen que jamás se materializará. Una más.
—Perdona, Sere. Sabes que sólo quiero lo mejor para ti —dice Mina en tono más afable.
—Lo sé —le sonrío —. Y estoy bien, no te preocupes. Estoy segura que con Setsuna despegaré muy pronto.
Ella asiente, aunque no dice nada más. Ambas sabemos que es un consuelo de tontos, pero tiene la decencia de no restregármelo. Mina anuncia que va al baño. Una vez que Unazuky regresa, muy orgullosa de sí misma por tener comiendo a Zafiro de su mano (según ella) empieza la verdadera fiesta.
—¿Otra? —me sonríe Mina, cuando ve que le doy fin a mi bebida, muchas canciones después. El líquido afrutado me tiene muy entonada, y acepto. Sé que mañana lo lamentaré, pero no me importa.
Ella tiene los ojos algo vidriosos, pero sigue perfectamente compuesta. Lleva intacto su labial rojo-anaranjado. Yo, en cambio, suelto risas flojas y tengo la cabeza en el techo, con las luces neón y el humo de colores. Unazuky nos convence de irnos a bailar a la pista, justo en el centro del lugar. Ahí, la gente está absorta y eufórica a la vez. Aquí dentro hace mucho calor. Me arrepiento un poco de haberme vestido así, pues todas las chicas visten minifaldas o tops escotados con brillos. Me alegra descubrir que en parte no me importa. Me la estoy pasando tan bien que, por primera vez, no tengo miedo de hacer el ridículo.
Unazuky no deja de chismorrearle a quien se deja que Lita va a casarse, como si debiera ser noticia del dominio público. Desconocidas borrachas la felicitan y se toman fotos con nosotras, y los chicos nos regalan tragos. Eso sí, ninguna acepta bailar con ningún moscón para evitar problemas.
Mi vejiga no aguanta más, y les aviso a gritos que voy al baño. Obviamente hay cola, pero no es demasiado larga. Me lavo las manos, refrescándome también un poco el cuello. Llevo el flequillo pegado a la frente por el sudor. Luego trato de componerme el delineador, que se me ha corrido en un ojo.
Saco mi celular, pero no tengo ninguna llamada ni mensaje. Frunzo el ceño. No sé por qué me fastidia eso. ¿Y si lo llamo yo?
No, no es necesario. No tengo nada importante qué decirle. Aunque me muero por escuchar su voz, y a lo mejor, con suerte, que me diga que me extraña y que vuelva a casa de inmediato para hacerme guarradas.
Antes de razonar lo suficiente, mi dedo húmedo ya ha presionado el botón en su nombre. Suena varias veces hasta que finalmente me envía a buzón. ¿Por qué demonios no atiende?
¿Qué está haciendo?
«¿Qué podría estar haciendo a las dos de la mañana?» Me espeta mi subconsciente, y me río. No sé por qué me causa tanta gracia. Sólo es un Bello Durmiente. Creo que ya no voy a beber.
Eso es lo que crees, o es lo que te dices a ti misma porque sabes que de preguntárselo, ¿te habría dejado ir sin él?
Me detengo a medio camino a tirar la toalla en la papelera. No sé qué es peor, sí que me ría de mi consciencia, o que ahora la voz de Mina lo sea. Lo cual quiere decir que seguiré bebiendo, siempre y cuando no pierda el conocimiento.
Con el dispare de la música de la discoteca, también se disparan las pasiones por todas partes. Unazuky no deja de atormentar a Lita sobre sus rollos con Zafiro. A veces parece que va a llorar, y otras que brinca de felicidad. Mina calienta braguetas a la distancia con sus meneos y yo bebo e intento bailar.
Alguien ha tirado parte de su bebida, porque siento que resbalo, y casi estoy a punto de irme de culo en la pista. Colisiono con la espalda de un hombre alto y corpulento, que forma parte de un grupo mixto que se encontraba lejos de nosotras, y con el empuje, le tiro su trago al piso. Cuando se gira con ferocidad para ver quién ha sido el chistoso en cuestión, cambia su cara sañuda por una peor. Su sonrisa es lasciva y perversa. Por desgracia, también lo conozco.
—Qué pequeño es el mundo… hola, nena.
—Hola —grazno, con una voz quebrada —. Perdona, yo… no me he fijado…
Él me recorre con la mirada. Rubeus es más temible de lo que recordaba a plena luz del día. Su pelo rojo y levantado en picos llamea como un verdadero diablo. Incluso me parece que, con las luces, su cara está distorsionada. El brillo de sus ojos me pone la piel de gallina.
—Te has portado mal. Me has derramado el trago y me has manchado la camiseta —dice en tono triste, pero acercándose peligrosamente.
—Lo siento —repito, con voz de pato mecánico, y retrocedo entre los cuerpos sudorosos —. Te… te compraré otro.
—¿Dónde está Seiya? —pregunta, mirando sobre mi cabeza.
Me muerdo la boca para hablar. Sé que no debo decirle que estoy sola, pero alguno de sus amigotes se encarga de decírselo al oído, porque sonríe de oreja a oreja, como un arlequín siniestro.
—Te disculpo, siempre y cuando bailes conmigo —me extiende la mano, como si de verdad fuera un verdadero caballero. Yo formo las mías en puños, y las pongo detrás de la espalda, defensiva. Seiya me advirtió sobre él. No hay manera de que confíe en este sujeto.
—No puedo, lo siento.
—¿Por qué no, nena?
—Tú sabes por qué —le devuelvo, sintiéndome valiente. Si son unos cotillas, supongo que sabrán que no estoy libre.
Rubeus sonríe, evasivo.
—Es un club. Se supone que deberías bailar, y pasarla rico. No es un pecado.
Dice la palabra como si fuera algo obsceno. Me da asco.
—¿Por qué esa niña viene vestida para ir a misa? —se burla un chico de pelo negro detrás de él.
—¿Qué importa? Es muy bonita —opina otro, mirándome con deseo.
Hablan de mí como si estuviera en una revista. Son repugnantes. Rubeus los calla con una mano, y vuelve a extenderme la mano para que la tome.
—No les hagas caso. Venga, vamos a bailar. Sólo una canción.
—No puedo. Además, ya… ya nos vamos —invento —. Mis amigas y yo, estábamos a punto de marcharnos.
—No me lo parece, rubita —discrepa Rubeus, ladeando la cabeza —. Creo que deberías quedarte aquí, relajarte un poco y ponerme de buen humor. Después de todo, me lo debes.
Pone su mano en mi cintura, y una alarma, antigua y dormida en mi psique aúlla con todas sus fuerzas. Desgraciadamente, estoy demasiado arrinconada entre una pareja para salir corriendo. Siento mi corazón latir como loco, pero aún no he perdido la estabilidad para hacerle frente.
—Seiya se va a enterar —le amenazo lánguidamente.
Todos ríen. Se ríen de mí.
—Nena, Seiya no es más que un cabrón, igual que yo. No tendría nada que reprocharme, y, ahora que me acuerdo, no sería la primera vez que compartimos una chica.
—¡No es cierto! —bramo.
Se inclina, como para susurrarme y revelarme un secreto oscuro:
—¿Qué no es cierto? Mira, no puedo darte nombres porque parte de la diversión era olvidarlos. Pero en cuanto a lo de cabrones se refiere, dime, si es tan noble como crees… ¿Entonces por qué jugó con mi hermana, Kakyuu? Oh, ya sabes quién es. Bien. Pues resulta que se la folló hasta que se aburrió, y encima se encargó de que todo el mundo se enterara. Destruyó su reputación. Ella sí estaba enamorada, creía que él la quería y él sólo la desechó como si fuera un trapo usado, y fue a por la siguiente. Y no es la única. Te apuesto que tu querido Seiya no te dijo eso, ¿a qué no?
Siento como si me hubiera dado un empujón, y ya estuviera tirada en el piso. De hecho, no sé cómo no me he caído. Estoy pasmada, noqueada y herida, pero en mi interior sé que miente. Tiene que mentir. Como si se manifestara la misma voz devota en mi cabeza, oigo que alguien habla fuerte detrás de mí:
—¡Tu hermana está como una cabra y no era ninguna virgen María cuando se le regalaba a Seiya, así que no te andes con chorradas!
—Miren, una Barbie de playa —dice el mismo tipo que se burló de mi atuendo.
Rubeus asiente, mirando a sus amigotes, que también se la comen con los ojos.
—Ahora tenemos a Barbie y Stacie. Me encanta para un trío. ¿Qué dijiste de mi hermana, Barbie? ¿Insinúas que es una zorra, o que estoy mintiendo?
Minako se ha puesto delante de mí, dejándome atrás, pero tengo miedo por ella y porque pase cualquier cosa. La gente, ajena a nosotros, grita, bebe y baila. ¡Dios, no sé qué hacer!
—No insinúo nada. Sólo digo la verdad —sisea Minako tranquilamente.
—La verdad es muy relativa, sobre todo si quien te la cuenta es un hipócrita. Sé que las rubias tienen su fama, pero nena… ¿Eres idiota, o es que Seiya también te folló a ti, para le defiendas así?
—¡Es mi cuñado de quien estás hablando, macarra de quinta! —grita desafiante.
Por fortuna, hago amague de sujetarla por los hombros.
—¡Mina, no! —forcejeo un poco con ella y miro a Rubeus con desprecio —. No vale la pena. No le creo ni una palabra, y si lo que quiere es que deje de confiar en Seiya para entretener su miserable vida y la de su hermana, se va a joder. Vámonos.
—Yo creo que la jodida va a ser otra —se mofa él, cuando ya nos hemos dado la vuelta.
Qué gran hijo de puta.
Me pincha el orgullo, y sin siquiera detenerme a pensar lo que digo, me devuelvo, y le escupo:
—Yo no soy la ramera de tu hermana, así que no me compares. En cuanto a Seiya, lo único que te diré es que cuando se entere de esto, no voy a detenerlo si te quiere regalar una cara nueva. ¡No es que quedes más horrendo de lo que ya eres, de todas formas!
La sonrisa artera de Rubeus se borra. Sus amigos lejos de apoyarlo estallan en risas, y eso lo enfurece. Ha sido objeto del rechazo y la burla de una chica de la mitad de su talla. Entorna los ojos como un toro a punto de lanzarse a la bandera roja, pero justo en ese momento siento unas manos pesadas en mis hombros. No es ninguna de las chicas. Son manos de hombre.
—El taxi está esperando. Vámonos —le oigo intervenir en voz alta, para que todos le escuchen.
Miro hacia arriba.
—¡Taiki! ¿Qué haces…?
Inclina la cabeza hasta mi oído.
—Ellos son cinco y yo uno. Y tus otras amigas no se acuerdan ni de su propio nombre, así que te sugiero que me sigas la corriente —me indica clara y pacientemente, como lo haría un profesor.
Asiento, algo desorientada, y jalo a Minako de la mano para salir de la pista, antes de que quiera dar más pelea. Hemos tenido muchísima suerte, y no pienso jugármela otra vez.
Decidimos no contarle nada del penoso incidente a Unazuky ni a Lita. La primera va como una cuba y bueno, la segunda también, un poco, pero sobre todo va muy feliz. No deja de agradecerme lo buena que soy, y que nunca se la había pasado tan bien como hoy, que soy lo máximo...etcétera. Unazuky la acompaña con otras ideas delirantes, propias de la borrachera, como que quieren irse a la playa a ver el amanecer o llamar a Zafiro para pedirle que se case con ella, y así podrían hacer una boda doble.
Y Taiki… bueno, él se limita a llevarnos a cada una de nosotras a su respectiva casa, junto con su amigo, primo o lo que sea que me dijo que era. Seguramente nos juzgan, pero en prudente silencio. Ninguna quiere llamar a su pareja y cagarla peor, así que nos toca aguantar ir apretujadas en dos taxis. Yo voy de última. Antes de entrar al edificio, Taiki hace un ademán de hablar, pero finalmente decide no decir nada. Yo me despido de él con la mano, aunque no sé si me ve.
Desde aquel momento dictamino que Taiki no es más mi archienemigo, rival ni nada por el estilo. Hay algunas cosas que no se pueden compartir sin terminar siendo, si no amigos, sí aliados. Y salvarme del imbécil de Rubeus y sus bravucones en la despedida de soltera de Lita sin duda alguna es una de ellas.
Al día siguiente me siento hecha mierda. Tuve sueños raros y preocupantes, y me duele la cabeza cuando me despierto.
Seiya no está a mi lado. Es casi mediodía, y debe haber salido a algún sitio… o eso supongo, porque tampoco tengo ningún mensaje en mi celular que me avise su paradero. Gruño, sintiendo un sabor amargo en la boca y dolor en los músculos del cuerpo.
Hay un vaso de jugo de naranja servido en la mesa de la cocina. Sonrío, y lo bebo de un trago. Estoy muerta de sed. No debí tomar tantos daiquiris…
También me ha dejado varias tostadas hechas, y aunque están algo resecas, me las como con ahínco.
Luego me doy una ducha, esperando que el agua rehidrate mi cuerpo. Me tomo una aspirina y una hora después me siento mucho mejor. Me tiro en el sofá a ver la tele. Hoy es sábado, y Seiya no trabaja en el bar ni tiene clases. En toda la duración de No me quites a mi novio, rumeo acerca de preguntarle o no sobre lo que me dijo Rubeus. No es diferente de lo que me dijo la propia Kakyuu, con la diferencia de que en sus ojos vi verdadero resentimiento por su hermana. Una parte de mí podría ignorarlo, como me aconsejó Minako en su momento. La otra parte, la curiosa e intuitiva, por desgracia, no descansará hasta no saber la verdad, o al menos que me lo aclare de sus propios labios.
«La verdad es relativa, sobre todo si te la cuenta un hipócrita…» dijo ese fulano. «Cuando se pierde la confianza, se pierde todo…» dijo mi mejor amiga sobre su matrimonio. «Lo que no se ve, no existe…» dijo Unazuky cuando le advertí que fuera con cuidado con el coqueto de Zafiro.
¿Y yo, qué puedo pensar?
Pienso que no puedo vivir sin Seiya. En serio, creo que me moriría si algo, o alguien, lo apartase de mi lado. Que él es lo que siempre esperé y soñé. Que podría volver a hacer oídos sordos y ojos ciegos ante las pequeñas pero agudas dudas sobre su pasado que han crecido en mi interior, como las espinas de un rosal. Puedo mirar la rosa, bella y perfumada. Pero sé que lleva sus espinas, y que me van a pinchar si las toco.
Si tan sólo él me dijera qué pasó con Kakyuu, o con esas otras chicas… quizá yo me quedaría tranquila, y podría ignorar al mundo entero, y ser feliz para siempre. El problema es que, y si destapo la caja de Pandora, o si me cuenta algo que no me guste… ¿podré seguir confiando en él? ¿Seguirá siendo mi héroe, mi puerto seguro? ¿O se convertirá en el motivo de mis inseguridades y lágrimas? No quiero ser la chica que se deja pisotear y maltratar, nunca más.
Francamente, no lo sé. Pero si no me entero, seguirán pasándome estas cosas. Desconocidos susurrando como grillos en la noche, tirando mala leche y metiéndose donde no los llaman, cuando esto debería ser sólo entre Seiya y yo. Suena extremo, pero quizá también necesite terapia de pareja.
Me quedo dormida en el sofá, y el ruido de la puerta al cerrarse me despierta. Cuando levanto la cabeza y me incorporo, veo que Seiya enciende la luz de la estancia. Es de tarde aun, pero como es invierno, oscurece mucho más temprano. Me tallo los ojos aun con sueño, aunque tengo la sensación de haber dormido todo el día. Supongo que será mi cara de zombi, mis pelos hechos un nido o mis ojeras, que lo hacen sonreír con cierta lástima.
—Vaya, Bombón… parece que fuiste gran material para la fiesta.
—¿Dónde estabas? —pregunto con la voz ronca por el griterío de ayer.
—Fui a tramitar mi licencia de conducir y recoger el auto del servicio —contesta sin mirarme, dejando una bolsa de plástico sobre la encimera de la cocina.
—Ah….
A veces se me olvida la existencia del cacharro, aunque reconozco que haberlo usado en Año Nuevo para ir a casa de mis padres fue mucho más cómodo y divertido que el tren.
Él nota mi tono extraño al hablar, y entonces me mira.
—Te lo dije anoche, ¿no recuerdas? —pregunta acercándose. Yo niego con la cabeza —. Te traje ramen del tipo de la estación. Te va a resucitar, ya verás.
Ahora que lo pienso, sí dijo algo del auto, pero yo estaba corriendo rumbo a la ducha, porque se me hacía tarde para ir con las chicas. Mi expresión se relaja, a la par que me ruge el estómago. Salvo el par de tostadas, no he comido nada en todo el día.
—Sí, gracias. Eres un ángel.
—Yo sé —sonríe altanero, y se gira para destapar la comida.
¿Lo es?
Me muerdo el labio inferior. Me estoy poniendo nerviosa, o dudosa. No lo tengo claro. Mientras Seiya acerca las cosas para que cenemos, en mi cabeza sólo se reproducen dos preguntas: ¿Vale la pena hacer esto, y arruinarlo todo con tu paranoia? y ¿Vale la pena no hacerlo, y arruinarlo de todos modos con tu desconfianza? Paso todo el rato que comemos rumiando, sin ponerle atención a una película del típico policía que persigue al asesino serial.
La noche de ayer está algo borrosa, pero recuerdo los puntos más importantes. Para cuando salen los créditos y Seiya empieza otra vez a saltarse el catálogo y quiere hacer palomitas de maíz, rompo el silencio.
—¿Puedo preguntarte algo? Es importante —añado, cuando sólo se limita a asentir, sin despegar los ojos de la pantalla.
—¿Sobre qué?
—Es más bien sobre alguien —contesto, y pulso el botón rojo. Seiya frunce el ceño, algo descolocado por la acción, pero no se enfada.
Lo que le dije a ese cerdo de Rubeus era verdad, no me importaría que Seiya lo buscara y le pateara el culo. Pero no parece ser un tipo legal, y no puedo arriesgarme a que le haga daño. Así que omito la fuente de mi información, al menos por ahora.
—Recuerdas que hace mucho, cuando recién me mudé aquí… pasábamos algún tiempo con tus amigos —digo con un suspiro.
—Eh… sí, creo —se rasca el cuello.
No lo culpo por estar algo desperdigado. Aquello es como si no hubiese sucedido nunca, es como si siempre hubiéramos estado juntos y no atrapados en un montón de tornados de emociones, de idas y venidas.
—Hubo una vez en que fuimos a la pizzería. La primera vez que me llevaste ahí. Cuando conocí a… bueno, a Andrew y los demás —tanteo, omitiendo los personajes obvios e incómodos.
—Bombón, ve al grano por favor. Sabes que me cargan los prólogos… —rezonga.
Bueno, él lo pidió. Le tomo la palabra, y girándome, le suelto de sopetón:
—Quiero saber algo. ¿Qué pasó realmente con Kakyuu, y por qué te odia tanto?
De primera instancia, no dice nada. Simplemente analiza mi rostro, aunque sus hombros se ponen rígidos y su mandíbula se cuadra, en señal de defensa.
—¿Quién te habló de ella? —me pregunta, apenas en un susurro.
—Contesta la pregunta, Seiya.
—Lo haré, pero necesito saber quién te ha ido a contar esas mierdas —dice, acortando aun más las distancias entre nosotros en el sofá.
Ah, ya estamos con las verdades relativas, ¿no?
—La misma Kakyuu —contesto.
—Fue el día del Shadow Galáctica, ¿verdad? —indaga, y detecto preocupación en su voz. Yo asiento con la cabeza —. Sí, la vi entre la audiencia. Sólo es una chica que conocí hace mucho.
—No creo que sea sólo eso —me atrevo a replicar.
Él me lanza una mirada críptica y arisca.
—¿Qué quieres saber entonces?
—Sólo quiero saber tu versión. ¿Qué le hiciste? Porque le hiciste algo malo, ¿verdad? —inquiero, aunque sé la respuesta antes de que me lo diga. De hecho, su prolongado silencio y su repentina palidez es una afirmativa. Dios…
—Está bien, te contaré, pero prométeme que intentarás entenderlo. Y que sepas, que no me jacto de estar orgulloso de eso, ¿vale?
Yo inspiro hondo. Ni siquiera ha empezado, y sé que no me va a gustar. Seiya se lleva las manos al pelo y se lo revuelve. Seguramente dentro de él, esta conversación quisiera estarla retrasando lo más posible. Levanta los ojos al techo, como si se esforzara por recordar, y por fin le da inicio:
—Después de que murieron mis padres, ya te dije que empecé a ser un desastre y un caos. Bueno, desastre sería muy diplomático de decir. Fui un verdadero infierno. Me metí en un montón de problemas, porque mi grupo de amigos, Andrew y los demás, empezó a cansarse de mí. Dejaron de aguantarme el ritmo, de oír las mismas quejas. Odiaba estar en casa. Odiaba a Yaten y a mis padres, y eventualmente a mis amigos también. Entonces busqué otros que me hicieran segunda, gente que no supiera nada de mí, que no hiciera preguntas incómodas. Y que claro, no eran mis amigos en absoluto. Sólo salía con ellos a fiestas o clubes y hacíamos estupideces. El líder de ese grupo de escorias era Rubeus.
Retengo el aire. Vale, no vamos tan mal…
—Entre esas fiestas a las que íbamos a veces estaba su hermana menor, Kakyuu. Era muy diferente a como es ahora. Supongo que era… no sé, inocente y alegre. Era agradable y divertida.
Se me revuelve el estómago. Quiero preguntarle si le gustaba, pero por fortuna él me interrumpe volviendo a hablar:
—Cuando el alcohol o alguna otra droga ya no eran lo suficientemente evasivos o emocionantes para mí, empecé a entrar en sus juegos de mierda. Podían consistir en romper la ventana de un coche, iniciar una pelea, robar una botella de la licorería o… bueno, acostarte con una chica.
Seiya me mira. Me aterra lo que va a decirme, porque ya he empezado a atar cabos con facilidad. Saltaba a la vista que se habían acostado, pero jamás me imaginé que fuera realmente un juego vil para él. Empieza a dolerme el pecho, y tengo que darle un largo trago a mi refresco como aliviar mi garganta seca.
—Bombón, creo que lo mejor es ya no…
—No, quiero saberlo. Por favor —insisto con firmeza. Él suspira sonoramente.
—Pero te estoy lastimando, ¿no? —pregunta con voz trémula, y mirándome con cierta lástima.
Tengo que recordarme que ha cambiado y me quiere. Aquel mantra me da fuerzas, y le digo:
—Estoy bien. Sigue.
—Yo no sabía que era hermana de Rubeus, ella no me lo dijo hasta después. Un día, que para variar ya iba muy borracho, nos enrollamos. No habría accedido a tener relaciones con ella si lo hubiera sabido, y también porque era… bueno… era virgen.
Cierro los ojos. De modo que sí era una Virgen María, no tal como había alegado Minako. Primera mentira en la versión.
—Aparentaba ser muy experimentada con su personalidad, además se juntaba con esas chicas punk, y se supone que ya estaba en la universidad. En fin, las apariencias engañan. El caso es que ella quería, y lo hicimos —admite, y se cubre el rostro con una de sus manos, como si se avergonzara de eso.
—¿Ella estaba ebria? —pregunto con temor. Que Seiya haya desvirgado a una chica que ni siquiera sabía lo que hacía me da náuseas.
Pero él se encoge de hombros, confuso.
—No tengo idea. Pero no creo que se fuera una mala experiencia o arrepintiera, porque quiso repetir…
Ni siquiera me atrevo a preguntar cuántas veces. No quiero machacarme con eso.
—El problema fue que hubo un video…
Me quedo perpleja. Alucinada.
—Dios mío, ¿¡la grabaste?! —grito. Él se crispa ante mi reacción.
—No, no fui yo —me quedo de piedra —. ¡Bombón, créeme, no fui yo! ¿Por qué me ves así? ¿Me crees capaz de hacer algo tan ruin? —se enoja.
Niego con la cabeza, algo aturdida. No imaginé que esta historia fuera a tomar este rumbo. Imaginaba a una chica loca, ruda y obsesionada con el vocalista guapo de una banda. No más.
—¿Quién fue, entonces?
Él se encoge de hombros.
—No lo sé. Esas fiestas eran viciosas y depravadas, cualquiera pudo haber puesto una cámara en las habitaciones. Cuando salió el video supe que empezaron a molestarla, a insultarla en las fiestas, y tuvo que aislarse un tiempo. Un día, Rubeus muy cabreado, me dijo que para que la dejaran en paz a su hermana era que nos hiciéramos pareja, para que se pudiera o borrar la mala reputación que le habían inventado. No sé, pero honestamente…
—No te importaba —adivino con amargura.
—No —dice en voz baja.
Ni qué decir a eso, así que lo dejo continuar:
—Asumo que de alguna manera Kakyuu me culpaba, y la entiendo. Este mundo es una mierda. Yo me tiré… quiero decir, me acosté con un montón de chicas y nadie me llamó de ninguna forma denigrante. Creo que hasta me respetaban y me aceptaban más. Y para una mujer es diferente. Apesta, lo sé, pero en mi caso Kakyuu sólo fue un vehículo más para que yo escapara de mis problemas un rato. No me importaba el dolor de nadie más. Ni siquiera estaba capacitado para cuidarme a mí mismo. Seguía odiando a todo el mundo, principalmente a mí. Así que hacerme su novio no cambiaría nada, lo único que haría sería arrastrarla a mi infierno. Así que los mandé al carajo a los dos. No volví a salir con Rubeus ni con sus amigos.
Siento su mirada en mí. Es su manera de preguntar qué tanto quiero indagar en el asunto. Yo frunzo el ceño y miro al suelo de nuevo.
—¿Qué pasó después?
—Cuando ya no podía encontrarme tan fácil, en algún punto empezó a deschavetarse y me perseguía a todos lados. Me saboteaba los ligues que tenía con otras chicas, les decía que yo era "suyo", inventaba chismes y cosas así. Allí cambió su manera de vestir, se hizo más bravucona y ofensiva. Creo que así pensó que no se meterían más con ella. A mí me seguía diciendo que me quería, me rogaba que estuviéramos juntos, se inventó un embarazo, vamos, hizo de todo. Pero entre más me acosaba menos empatía sentía por ella y más me desagradaba. De hecho, creo que me chantajeaba con lo del video, para que yo no la despreciara. En mi hartazgo, lo único que se me ocurrió para quitármela de encima fue decirle que yo había difundido el video y los rumores, la llamé puta y entonces conseguí que me detestara.
—Vaya…
Su tremenda sinceridad me golpea como una ola de mar, y me duele. Y por primera vez añoro los días en los que me ocultaba todo. En los que no sabía con quién salía o dormía, o si su fama de rompecorazones era una infamia de las fans y mi desazón sólo se debía a que él sólo podía aspirar a ser mi amor platónico, y el hermano del novio de mi amiga.
Miro las pelusas de mis pantalones deportivos. Por alguna razón no quiero mirarle ahora.
—Ella te creyó, asumo —digo yo.
—Sí. La traté de la mierda para convencerla. Lo sé… es una estupidez. Ahora lo veo claro, pero antes Bombón, yo no pensaba con normalidad. Escucha, mi vida estaba hecha pedazos, y tener a una chica colgada a una pierna rogando mi atención sólo sumaría un problema más más para mí y mi auto destrucción. Sólo le habría hecho más daño.
Mi voz suena frágil cuando digo:
—Pero… es decir, ella se te entregó. Fuiste el primer hombre en su vida íntima. Es normal que se enganchara contigo, y tú, estando consciente de eso, sólo la usaste para tener sexo, y luego le rompiste el corazón con aquella mentira —concluyo, mirándole finalmente.
Él suspira y con ambas manos se limpia la cara.
—Te dije que no estaba orgulloso de eso, Bombón —me recuerda con seriedad. Noto su mano deslizarse para ponerla sobre mi rodilla, pero yo la aparto, aunque sin brusquedad.
—¿Lo lamentas, al menos?
—Sí…
¿De verdad, o porque me acabo de enterar? Porque algo no me encaja, y suelto:
—El día de la pizzería no parecías lamentarlo. Parecías… arrogante y burlón. Me usaste para hacerla sentir mal, ¿por qué?
No me doy cuenta de que al final ya estoy levantando demasiado la voz, hasta que Seiya se sobresalta.
—Ese día estaban los chicos ahí. Tenía que controlar la situación —me explica acaloradamente.
Yo resoplo, indignada.
—¿Hacerte el macho insufrible era controlar la situación? ¿En serio? ¡Creí que eras mejor que eso, Seiya! —le recrimino, poniéndome de pie.
—¡Lo soy! Tú me has convertido en alguien mejor. Te lo he dicho mil veces —se defiende, aunque me da la impresión que suena como un ruego —. Al poco tiempo supe que Kakyuu coqueteaba y salía con muchos tipos. Pensé que sólo estaba encaprichada, aun lo creo. No creo que sienta nada especial por mí, salvo odio quizás, por eso no la tomé en serio en la pizzería.
Ladeo la cabeza, mirándole con recelo.
—Para odiar a alguien primero tiene que importarte, Seiya. Tú mismo lo dijiste, era una chica alegre e ingenua. Por algo era virgen y quiso esperar. Quizá le gustabas mucho. ¿No crees que se enamoró de ti, y lo que le dijiste que hiciste la hirió?
Él resopla con sarcasmo.
—¡Sólo estás especulando, eso no lo puedes saber! La realidad de los hechos es que sólo follamos, y créeme que fue mutuamente consentido.
—¡Tal vez para ella no era sólo sexo!
—¡Tal vez ése no era mi problema! —ruge, por primera vez, poniéndose histérico.
Me deja muda y detecto como los ojos se me humedecen. Ese chico del que habla no es mi Seiya. Sé que no es una mala persona, como sé que no lo era tampoco en aquél entonces. Sé que hay gente buena que puede hacer cosas malas. Cometer errores. Pero incluso cuando le conocí, desfachatado, pícaro y algo irresponsable, me parecía que su faceta de chico "maloso" era solamente parte de su estilo. Nunca me imaginé que sus acciones de verdad tuvieran repercusiones negativas para alguien. ¿Cuántas Kakyuu hubo? ¿Cinco, diez, cincuenta? ¿Cuántas de esas lloraron por su rechazo como yo, o cuántas sólo disfrutaron de una noche casual? ¿Cuántas habría si él no se hubiera enamorado de mí?
—Después de lo de la pizzería… ¿no volviste a verla o hablar con ella? —Él sólo niega rotundamente con la cabeza.
A pesar de lo perra que fue conmigo, siento algo de lástima por Kakyuu, y celos también. No debería sentirlos, pues sé que él no la quiso, pero lo tuvo. Y no sólo una vez. Fue su primer hombre. Y a mí me habría gustado tener esa oportunidad, haber amado y ser amada mientras hacía realmente el amor, no una farsa. No la justifico tampoco. Me trató como basura y no lo merecía, aunque la entiendo… o eso creo.
—Bombón —me llama Seiya, tomándome de la mano. Esta vez no me aparto—. Ya no soy esa persona. Sé que puedo parecerte horrible, y lo entiendo sí es así. Si de algo sirve, en aquel tiempo yo sólo quería desaparecer de la faz de la Tierra, sólo que no tenía el coraje para hacerlo, por eso era un cobarde y hacía esos disparates. No voy a decirte lo que quieres escuchar, no me importó Kakyuu entonces ni me importa ahora. Pero sí puedo asegurarte que el Seiya Kou que ves ahora es quién soy realmente. El que se rehabilitó, consiguió un empleo fijo y se reconcilió con sus amigos y su hermano y que va al cementerio cada año. El que haría lo que fuera por ti. Soy el que se deja tomar fotos, aunque lo deteste, o bailará contigo en todas las bodas a partir de ahora. Y también soy el que le aterra que le dejes. Lo sabes. No dejes que mi pasado arruine lo nuestro. Nuestro presente y futuro, espero…
Mientras veo que él busca en mi rostro pistas de lo que estoy sintiendo, me pongo a cavilar. No tolero verlo sentirse mal consigo mismo, incluso a pesar de que me inquieta lo que ha hecho. Sé que no todo se limita a mujeres, sino gente golpeada o delitos menores. Pero lo que me importa es que esta vez no sólo ha evadido la verdad o la conversación, sino que además se abre conmigo plenamente, y aunque no siempre ha hecho lo correcto, ¿Quién sí? ¿Quién puede jactarse de ser moralmente superior? Él ha pasado por alto mis comportamientos también. Se ha esforzado por demostrarme lo importante que soy. Detesto admitirlo, pero me resulta satisfactorio, hasta lírico, que nunca nadie le haya importado más que yo. Es una manera de sustituir lo físico con lo emocional.
Finalmente, le sonrío con terneza. Él suelta todo el aire que parecía guardar en sus pulmones, y también sonríe, de modo más amplio, pero también más vulnerable.
—Has tardado mucho en sonreír… —acusa, ligero —. Tal vez debería hacerte sonreír más a menudo.
—En eso estamos bien. Más bien, deberías dejar de darme dolores de cabeza —bromeo.
—¿Quieres saber algo más? —pregunta, cauteloso.
—No. Pero yo quiero decirte algo Seiya Kou: Jamás me has parecido horrible, y estoy muy orgullosa de ti. De tenerte conmigo.
Le paso una de mis manos por el pelo y enrosco mi otro brazo alrededor de su hombro. Él sube una de mis piernas sobre las suyas.
—¿Me das un beso?
Asiento, me inclino y junto mis labios con los suyos. Pero no basta. Nunca bastará. Volvemos a besarnos y Seiya desliza su lengua en mi boca, masajeando la mía. Me pego con fuerza a su cuerpo y no desaprovechamos la oportunidad de disfrutar del sabor y el calor del otro. Después se lanza a llenarme de besos cortos la frente, el pelo, las mejillas, en toda la cara. Me hace reír y olvidar la turbia conversación. Me encanta cuando se pone así de cariñoso.
Sólo nos separamos porque su celular empieza a vibrar y sonar. Alcanzo a leer en la pantalla el nombre de Zafiro, y le doy algo de privacidad quitándomele de encima. Tomo de nuevo el control remoto y busco algo interesante que ver antes de irme a dormir temprano, porque sigo frita de la trasnochada.
Entre que leo las reseñas de las películas, alcanzo a entender frases como «Vaaaya. ¿Y qué bicho le ha picado? ¿Y quieren ir ahí? ¿Es en serio? No, ese lugar es nefasto. Mejor elijo yo, tú vas a cagarla. No, creo que hay que… ¿cómo? Ufff, a buena hora avisas. Está bien, hazlo a tu manera. Qué grano eres. Vale, lo haré. Sí, sí, no fastidies. Sé dónde es, he pasado por ahí cien veces cuando voy al centro, zoquete. Adiós.»
No quiero evidenciarme en que he escuchado prácticamente toda la conversación, y que para peor de males, he más o menos entendido el contexto. No quería salir, de hecho, estaba a punto de ponerme el pijama y…
—No vas a creerlo, pero Andrew ha decidido tener hoy su despedida de soltero —me informa, dejando el aparato sobre la mesita de la sala.
—¿Qué? Quiero decir… pensé que no era del tipo de los que parrandean —le digo, tratando de no parecer disgustada. ¿Por qué me disgusta?
Él se encoge de hombros, y se dirige a la cocina a tomar un vaso con agua.
—Parece que Lita le contó lo bien que se la pasó con ustedes, y lo ha persuadido para que no se pierda la… ¿experiencia? Ni idea.
—Ah… ¿e irás? —pregunto estúpidamente, y me arrepiento al instante.
—Soy el padrino, ¿recuerdas? —dice en tono monótono, mientras tira la basura de la comida.
Me muerdo la mejilla. Una burbuja extraña y acibarada se empieza a inflar en mi interior. Me pongo rígida y a la defensiva. No entiendo el motivo. Sin querer, he seleccionado una película de terror, algo que yo jamás haría, pues soy una miedosa.
Y Seiya lo sabe, así que se percata de que algo no cuadra cuando regresa al sofá.
—¿Estás bien?
—Sí, claro. ¿Y a dónde van a ir? —pregunto con un interés inocente.
—No lo sé, Zafiro lo ha organizado todo —responde, aun mirando la pantalla y a mí intercaladamente —. ¿Pasa algo, Bombón?
Le sonrío, y es la sonrisa más acartonada que seguramente he esbozado en mucho tiempo. Totalmente opuesta a la que acababa de regalarle tras nuestra plática, a pesar de las circunstancias.
—No pasa nada —le aseguro, y vuelvo a poner los ojos en la tele.
—¿No quieres que vaya? —se aventura a preguntar, arqueando una ceja.
No, no quiero. Pero no sé por qué. Estoy bien. Estamos bien. Todo está bien.
Entonces, ¿por qué no se siente bien?
—No digas tonterías. Eres el padrino, y Andrew es tu mejor amigo. Claro que debes ir —le digo a trompicones. Incluso mi risa suena demasiado aguda. Él vuelve a subir la ceja con ironía.
—Vaaale, entonces iré a ducharme —avisa nada más, sin insistir.
Una vez que ha desaparecido en la habitación y escucho como cae el agua de la ducha, empiezo a masajearme las sienes. ¿Dónde irán? ¿Algún lugar con strippers o algo así? No, no. Andrew no sería capaz. Es demasiado fiel y responsable. ¿Debería preguntarle a Lita, por si las moscas?
Sacudo la cabeza. ¿Qué me pasa? Me estoy portando como una cría insegura y paranoica otra vez. Él no me ha dado motivos para desconfiar, ni me va a mentir, y menos ahora que me ha contado todo su pasado con aquella chica.
Todo pasa demasiado rápido. Sus murmullos incomprensibles sobre que ya va tarde, que no conseguirá taxi y que no lo espere despierta me aturden. Cuando menos me doy cuenta, sólo queda la estela de su perfume por todo el departamento.
Aunque me voy temprano a la cama, tengo un sueño interrumpido y desosegado. Busco la silueta de Seiya en la oscuridad y no la encuentro. Son las dos y quince de la mañana. Tardo mucho en volver a dormirme, pensando que llegará en cualquier momento, pero no lo hace. Ningún ruido me despierta. La siguiente vez que abro los ojos sé que ya es de mañana. La luz gris indica que es demasiado temprano, y mi barrena mental demora en regresar, pero cuando lo hace, es con una fuerza demoledora. El lado derecho de la cama no sólo sigue vacío, sino que está completamente intacto que anoche. Seiya no volvió a casa.
Con urgencia, miro mi celular. Son las siete y diez de la mañana, y no tengo ninguna llamada o mensaje suyos.
Entonces salgo disparada de la cama. Por un esperanzador instante, pienso que habrá llegado demasiado borracho para llegar a la cama, y está durmiendo la mona en el sofá. No hay nadie. Sólo estoy yo, con mi corazón atormentado latiéndome a toda velocidad.
No se llevó el coche, pero ¿y si le pasó algo malo? No puedo evitar pensar en la experiencia que me compartió Mina. El hilo invisible del que habló tener con Yaten, y cómo su mal presentimiento resultó ser un hecho contundente. ¿Eso era lo que sentía ayer? La garganta se me cierra formando un nudo insoportable para tragar. Y si no fue un accidente, pero… me detengo ahí. No sigo ese pensamiento.
No sé qué hacer. Mi primer instinto es llamarlo, y cuando me manda directamente a buzón, sin siquiera dar línea, empiezo a hiperventilar de verdad.
Me dejo caer en el taburete de la cocina, con las manos unidas sobre la frente, y lucho inútilmente por calmarme. Podría simplemente haberse quedado sin batería. Podría ya venir en camino. Podría esto ser una nimiedad, una anécdota que resultará graciosa.
O podría, en una sola noche, haberse hecho realidad el peor de mis miedos.
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Notas de autora:
Muchas gracias a todas las personas que comentan, votan y leen mi historia, a pesar de ya tener tantos años en desarrollo. Siempre procuro decirlo, aunque sea repetitivo, porque cada comentario que recibo es valiosísimo para animarme a continuar.
Sé que muchas estarán formando teorías al respecto, con la información revelada en este capítulo y el anterior. Me gustaría mucho saber qué ideas se cuecen en sus cabezas.
Tengo pendiente la actualización del fic de Mina y Yaten, ¡Mil perdones! Procuraré que la siguiente publicación sea de ellos, que para gusto de muchas, han vuelto a ser una feliz pareja casada. Taiki por otro lado, demostró ser un buen chico.
Besos de cereza, 3
Kay
