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Érase una vez tres hermanas que vivían en un pueblo pequeño que practicaba el comercio de ganado y agricultura. La familia cruzaba por un mal momento pues el padre había recién fallecido, dejando al mando a Mako, madre de Sakura, Ino y Nanna.

—Trae los huevos que pusieron las gallinas esta mañana, ordeña las vacas y trae su leche, luego tendrás que ir a- ¡Nanna, te estoy hablando!

—¡Ah!, mamá… S-Sí te escuché…

—¿Qué es lo primero que tienes que hacer?

—Recoger los huevos y la leche.

Nanna era la menor de las tres, tez blanca de ojos azules y cabellera castaña rizada, cuerpo pequeño y delgado, una niña tímida y reservada.

La mujer mayor agarró dos baldes de madera que estaban en la mesa y se los dio a la joven. —Entonces inicia con eso.

La joven de cabellos castaños agarró los recipientes y se acercó a la puerta que daba al patio.

—Y no se te olvide la canasta. —le recordó.

Al tomarla se escuchó el cerrar de la puerta.

Suspiró. —Buenos días Bella, —acarició la vaca—¿cómo amaneciste?

—¿Por qué sigues hablando con los animales?

—Sakura, ¿qué haces?, ¿no deberías estar en la tienda?

Sakura, la primera, tez blanca, pelo lizo castaño, con sus ojos color jade que la caracterizaban tanto, delgada pero no tan alta, era de un carácter pasivo y a veces un poco rebelde con las órdenes de su madre, pero al fin y al cabo responsable al momento.

—Debería, pero se me hace tan tedioso eso, —se recargó en un árbol—ver a las mismas personas todos los días con esos harapos, la verdad me fastidia.

—¿Y qué?, todos en este pueblo se visten así, hasta tú. —la miró de reojo mientras se dirigía al corral de las gallinas.

Rodó los ojos. —Y es por eso que odio vivir aquí. Quisiera ir más afuera, lejos, pero totalmente lejos de toda esta gentuza sin modales.

—Por favor, Sakura, ni en un millón de años podríamos irnos de aquí, está prohibido que algún pueblerino salga, si es que no está asociado con el comercio.

—Nosotras lo estamos. —comentó ésta.

—Pero sólo mamá puede, está al mando del negocio desde que papá murió. —salió del corral y cerró la puerta de este.

—Pero se nos pasará el mando luego a nosotras. —cruzó los brazos.

—Mamá nos casará. —se escuchó una voz femenina, viniendo de las ramas de un árbol.

—Ino, ¡¿qué haces ahí?! ¡Baja! —dijo temerosa la castaña de ojos azules, temía que su madre la encontrara así.

La hija del medio, Ino, con los atributos más lindos, alta, delgada, blanca, ojos azules y cabellera rubia platinada ondulada, la cual se encontraba corta en ese momento, prueba del castigo de hace unas semanas, dicho esto, ya sabemos cuál es la hija problemática.

—Escuché a mamá hablar con algunos señores del pueblo—de un salto bajó—, era el señor Hiroshi y Akiko, le aconsejaron a mamá que nos casara lo antes posible por si enfermaba saber que nos deja en buenas manos y que el negocio siga.

—¿Por qué le dirían eso? —preguntó Nanna.

—Es obvio, Nanna, no creen que seamos capaces de seguir el trabajo como mamá lo está haciendo. —respondió Sakura.

—Y por lo que pude deducir—Ino continuó—, quieren que nos casemos con sus hijos.

—¡Ah, no!, ¡eso sí que no! —negó rotundamente la ojijade.

—No tenemos de otra, sabes las reglas de la comunidad, sólo en caso de que el hombre muera, el mando se lo pasa a su mujer, pero nunca a las hijas.

—Maldito pueblo ignorante. —la mayor de las tres hermanas estaba furiosa.

Una leve cachetada recibió por parte de la castaña con canasta en mano. —Nunca maldigas—dijo seria—, ¿qué no sabes que puedes atraer a demonios u ocasionar una desgracia?

Recibió otra cachetada, ahora dada por la ojijade. —¿Y qué no sabes que todo eso es una gran tontería? —hizo una pausa—Pero, aun así, si fuera verdad, eso mismo quisiera hacer. ¡Que todo este pueblo se vaya a la mierda junto con su gente que no vale la pena! —esa última oración la gritó.

—¡Sakura! —una mujer mayor se asomó por la ventana de la cocina—¿Qué no estabas en la tienda atendiendo?

—¡Ya regreso! —le contestó.

—Y tú, Nanna, —la nombrada empezó a temblar—ya te tardaste mucho, te voy a enseñar a hacer las cosas rápido y a tiempo, niña.

El miedo en sus ojos claros se vio reflejado y sus hermanas se dieron cuenta de esto.

—Ino. —intercambió una mirada cómplice con la segunda.

—Vamos.

Acto seguido, tomaron su mano y empezaron a correr hacia el bosque que estaba atrás de la casa.

—Ahora sí me vas a… —se detuvo al ver que no estaban sus hijas por ningún lado, ni la canasta, sólo los baldes de madera en el césped al lado de la vaca. Frunció el ceño. —¿Dónde se metieron?

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Capítulo 1. Érase una vez…

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Tres jóvenes se encontraban corriendo por el bosque sin dirección alguna.

—¡Sakura, para!, ¡no puedo correr más! —le pidió su hermana menor, tratando de seguirle el paso.

—¡Sí!, creo que ya podemos dejar de correr… —dijo la rubia, tratando de controlar su respiración.

La ojijade paró, al igual que sus hermanas estaba agotada.

—¿Por qué me trajeron aquí? —preguntó Nanna, confundida.

—No lo sé, yo sólo le hago caso a ella. —excusó Ino, tampoco sabía porqué corrieron hasta ahí.

Sakura ignoraba las miradas de sus hermanas dándoles la espalda, pero en un parpadear se percató de algo que antes no estaba ahí, como si recién apareciera.

—¿Ese pozo ya estaba ahí? —preguntó.

—¿De cuál pozo hablas?, aquí está más seco que ni al caso. —dijo Ino, mirando las hojas secas de los árboles.

—De ese. —señaló el pozo que estaba a escasos metros de ellas.

—Pues por lo que se ve ese pozo debe ser del tiempo de las cavernas. —bromeó la rubia, no dándole tanta importancia a la situación.

La castaña mayor empezó a dirigirse hacia el pozo, asomándose, para encontrarse con un fondo totalmente negro, la cuerda desgastada se perdía en la oscuridad del pozo. Tomó una roca que estaba cerca suya y la tiró en el interior, esperando un sonido, pero nada.

—¿Qué esperas, Sakura?, ¿un regalo? —seguía con sus comentarios sarcásticos la segunda hermana.

La rubia se puso al lado de la castaña y también se asomó.

—Vaya… Nunca había visto uno tan profundo.

—¿Podemos irnos ya? —habló la menor, se estaba desesperando, no podía dejar de pensar en el regaño que recibiría en casa.

—Tranquila, enana, no va a pasar nada con mamá—la rubia se alejó del pozo y volvió con su hermana menor—, hemos hecho cosas peores y seguimos vivas.

—Aun así, no quiero que se oscurezca y seguir aquí.

—No tengas miedo, estás con nosotras, nada te pasará, ¿verdad, Sakura?

Las voces de las chicas empezaron a sonar cada vez más bajo para la ojijade, de repente ya no escuchaba nada, sólo sentía la pequeña brisa que movía delicadamente sus cabellos, sus ojos estaban clavados en aquella oscuridad del interior del pozo abandonado, sentía que algo iba a salir de él, pero no sentía miedo, no sabía qué estaba sintiendo en ese momento, fue que poco a poco su reflejo apareció, como si de la nada el agua apareciera, pero algo no le cuadraba, ya que eran sus mismos rasgos faciales, los mismos ojos, pero el cabello era color… ¿rosa?

—¡Sakura! —el jalón de su hermana Ino la hizo volver en sí—Ya vámonos si no Nanna se va a orinar del miedo.

—¡Ino! —se quejó de la burla que le hizo la rubia.

—S-Sí, vamos…

Las tres reanudaron su camino a casa, volviendo por donde habían venido, en un momento Sakura volteó atrás, pero ya no estaba el pozo, creyó que habían caminado ya mucho y que se había perdido a la vista, pero a las tres se les hizo extraño el que volvieran demasiado pronto a casa, como si no se hubieran alejado tanto.

—¡Hasta que llegan! —les recibió la voz furiosa de su madre, una mujer castaña con ojos azules, igual que su hija menor, pero ella tenía el cabello ondulado.

—Mamá, podemos explicarlo- —sonrió la rubia, pero la voz de su madre la interrumpió.

—¡A la casa!, van a aprender a no hacerme enojar de nuevo. —cerró con fuerza la puerta de la casa cuando sus tres hijas habían entrado.

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—Me arden las manos… —se quejó entre lágrimas la menor, acostada en su cama.

—Todo gracias a las ideas locas de Sakura. —la rubia veía con enojo a su hermana mayor mientras soplaba las palmas de sus manos rojizas.

Sakura ignoraba todo lo que le decían, su mente estaba todavía dándole miles de vueltas hacia aquel pozo y lo que vio en él, ¿había visto bien?, ¿ella misma?, pero, ¿cabello rosa?, nadie nace con ese color fantasía.

—Mejor hay que dormir, perdimos casi el día entero estando en el bosque. —comentó la castaña menor.

—Sí, estoy harta, ojalá mañana sea diferente. —la ojiazul se quitó los zapatos y se metió a la cama—Buenas noches. —se dio la vuelta, dando la espalda a las demás.

—Buenas noches, Sakura.

—Buenas noches, Nanna…

La mayor apagó la pequeña vela que sólo servía para alumbrar la habitación cuando el sol se iba.

Tuvieron que pasar unos cuantos minutos para que la ojijade pudiera conciliar el sueño.

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Una mujer adulta se encontraba afuera de su casa, apoyada en el gran árbol que tenía en su patio, mirando silenciosamente a su ganado dormir.

Traía encima un suéter delgado, del cual se aferraba pues hacía bastante frío afuera.

De repente, en una de esas brisas, sintió que algo envolvía su cuerpo, cerrándolos al momento y tensando la mandíbula, cuando una voz femenina le habló al oído: «Adiós, Mako.»

Aquello la hizo abrir los ojos de golpe, dejando de sentir aquello que la rodeaba.

—No… No… —sus ojos empezaron a lagrimar—Todavía son muy pequeñas…

Tapó su boca con una de sus manos para evitar que el sollozo saliera. Sabía que no podía hacer nada, que su misión había sido cumplida y había llegado a su fin. No le quedaría mucho tiempo ya, sus hijas pasarían a manos horribles para seguir cometiendo actos perversos, los mismo que ella alguna vez hizo.

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Continuará…