23 de diciembre de 2007
El reloj digital que reinaba sobre la mesa de luz, arruinaba la homogeneidad de la oscuridad con sus fulgurantes números rojos. Ella giró su cabeza para ver la hora: eran las 05:55 de la madrugada...
Minutos antes de que la radio se encendiese para cumplir con su función de despertarla, se sentó en la cama. Se había convertido en parte de su rutina el levantarse antes de que el programa radial de Bobby Tricket iniciara, para darle la bienvenida a su cruda realidad.
Ella miró a su izquierda, y encontró ese lado de la cama impecable. Eso solo significaba una cosa: una vez más, él había pasado la noche en otra cama.
Sonrió con amargura y pensó en lo irónica que a veces la vida resulta ser. Algún tiempo atrás, le destrozaba la ausencia de su esposo y ahora ese mismo hecho la hacía sentir como una de las mujeres más afortunadas.
Adolorida, trató de sacar sus piernas de la protección de las frazadas, pero una bola regordeta de pelos que calentaba sus pies, se lo impedía. Con mucha suavidad movió a su gato para poder levantarse, mientras le rascaba el abdomen. En respuesta a sus mimos el felino ronroneó, pasó su áspera lengua por el dorso de la mano de su dueña y después volvió a acurrucarse, cubriéndose el frío hocico con su espesa cola y continuó durmiendo.
Cuando ella apenas rozó la alfombra con los pies; el radio reloj marcó las 06:00 y la voz de Bobby Tricket estalló como un trueno en la habitación:
—¡Muuuy buenos días, HIJOS DE LA GRAN!... Bretaña...—él hizo una breve y pícara pausa —Pensabais que iba a decir una grosería, ¿Verdad?... ¡Que mente sucia tenéis!
Aún sentada en la cama, la castaña rió sutilmente al escuchar el falso regaño de Bobby y las risas sofocadas del resto de los integrantes del programa radial.
—¡Acabo de darme cuenta que mis oyentes son unos cerditos! —agregó —Pero ¡ey, ey! Que sois mis cerditos... mis cerditos Sexys...
La impostada voz de Bobby calló, para cederle protagonismo a la canción que siempre daba inicio a su programa: Feeling good, interpretada por la imponente voz de Nina Simone.
Con serias dificultades la castaña se incorporó, soltó un leve quejido, mientras se sujetaba con la mano un costado del tórax para frenar inútilmente la punzada de dolor que de allí emergía. Dando pasos cortos y lerdos, se fue acercando a las puertas del baño. Sentía los músculos de sus piernas agarrotados, lo que causaba su inestabilidad al caminar. Pero eso no la detuvo, continuó con su faena. Porque como rezaba la letra de la canción:
It's a new dawn,
It's a new day...
For me.
And i'm feeling good...
Ayudándose con cada cosa que había a su alrededor, entró al cuarto de baño y se sentó en el borde de la bañera. Obstruyó la rejilla de desagüe, abrió la llave del agua, y la dejó correr. Mientras el agua cobraba tibieza; ella comenzó a desabotonar la parte superior de su piyama de dos piezas, revelando los hematomas que hacían contraste en su piel.
Las prendas acabaron en el suelo del baño. Metió un pie en la bañera, luego el otro, y agarrándose de los bordes, poco a poco fue bajando hasta sentarse. Desinhibida soltó una exhalación que provenía desde lo más hondo. La tibieza del agua la envolvió, convirtiéndose en el bálsamo de su maltratado cuerpo. Apoyando la cabeza en una de las paredes del baño, cerró sus ojos y dejó que el sonido del agua y la voz de Nina le ofrecieran el consuelo que tanto suplicaba en secreto.
Sentada allí, abrazó sus piernas y en su mente sonó la misma pregunta que la torturaba cada mañana: ¿Qué hice con mi vida?
Había abandonado sus sueños y aspiraciones, para apoyarlo en su carrera como jugador Quidditch profesional.
"Solo serán unos meses, Mione. Después de que nos organicemos, volverás a la universidad. Tú, tranquila", recordó que él le dijo.
Pero los meses se convirtieron en años... Seis crueles años casada con un tirano que frente a las cámaras fingía ser encantador, un jugador excelente y además el "hombre cariñoso" que cualquier bruja desearía tener...
Pero ninguna portada de revista ni ningún artículo de primera plana mostraban el verdadero rostro de su esposo. Ese rostro que de sobra ella conocía y que cada maldito año se veía obligada a soportar.
La fama, el dinero y las mujeres se habían convertido en la liberación de la verdadera personalidad de Ronald Weasley.
Cuando los rumores de la primera infidelidad llegaron a sus oídos, ella se negó a creer. Y solo pudo creer en estas apócrifas palabras: "¡Son mentiras, Mione! Mentiras de personas envidiosas y que quieren arruinar nuestra relación. Yo no sería capaz de engañarte nunca, ¡Créeme! Si tú eres la única para mí"
Y así lo hizo. La ingenua jovencita creyó...
Confió. Hasta que lo encontró con la amante de turno en la propia cama matrimonial. Su corazón se desgarró y quiso huir de casa. Pero Ron la retuvo con miles de excusas y un patético llanto, la convenció de que solo había sido un desliz, que ella era la mujer a la que amaba, que debían darse otra oportunidad y reiniciarlo todo.
Y ahí cometió su primer trágico error: perdonó.
Perdonó porque por aquel entonces, ella aún lo amaba y la idea del divorcio la desintegraba por completo, o al menos eso creía. Ya que su verdadera desintegración, vino disfrazada de felicidad poco tiempo después de la reconciliación: un embarazo.
Ella sintió como su bebé crecía en su vientre cada mes, y aunque nunca tuvo oportunidad de ver su carita, la amó demasiado. El embarazo de Hermione tampoco significó nada para Ron. Él continuó siéndole infiel. Sus ausencias en casa eran más prolongadas y sus excusas cada vez más pobres e inconsistentes.
Hasta que la Leona se hartó...
Con seis meses y medio de embarazo, ella lo encaró y exigió el divorcio. Ron quiso retenerla una vez más con el mismo patético numerito de antes, pero ella no iba a caer dos veces en la misma treta. Sin mucho dinero encima, sin trabajo, sin nada más que su reconocimiento como Heroína de guerra, su valentía y el amor por su bebé, Hermione armó las maletas e intentó marcharse de la Mansión Weasley, la que alguna vez creyó que sería su hogar...
Al ver que sus intentos por convencerla no eran efectivos, de forma traicionera, Ron la hechizó por la espalda, dejándola petrificada.
Hermione jamás esperó que él le hiciera esa jugada. Y mucho menos lo que vino después...
Ella soltó una amarga risa que estalló contra los caros azulejos del baño, le resultaba trágicamente cómico el hecho de que Ron ocupara el puesto de Guardián en el campo de Quidditch, mientras que en la vida real era un Golpeador. Otra ironía más para la colección de ironías de su vida...
Sesenta días después de haber estado inconciente en San Mungo, Hermione despertó con la devastadora noticia de que Rose, su bebita, no había sobrevivido. Y ni siquiera pudo verla una vez... Ni siquiera pudo despedirse de ella...
La voz de Nina Simone cantó una vez más: You know how I feel...
Ronald vendió a los medios de la comunidad mágica, la historia de que Hermione había sufrido un ataque de mortífagos que continuaban prófugos. Incluso actuó de manera magistral el papel de esposo destrozado frente a las cámaras. Pero el padre de Hermione, John Granger, no compró ese buzón.
Aún recordaba la suave voz de su padre preguntándole al oído, mientras la abrazaba: "¿Qué sucedió? ¿Qué fue lo que verdaderamente ocurrió, nena? Dile a papá".
A pesar de su dificultad para hablar, ella le dio a su padre cada detalle de lo ocurrido.
Cómo era de esperarse, el padre de la castaña montó en cólera, y aunque era un Muggle y estaba en clara desventaja frente a su yerno de igual modo lo enfrentó...
Poco después de eso, Ron se presentó con todo descaro en la habitación que Hermione ocupaba en San Mungo, solo para darle personalmente la noticia de que su padre había tenido un trágico "accidente", y que si no quería que su madre corriera el mismo destino, le convenía ser una buena chica.
Hermione buscó a tientas su varita, vengaría la muerte de su padre y la de su hija sin importar consecuencias.
—¿Buscas algo? —le preguntó Ron, colocando la varita entre ellos —Amas a tu madre, ¿verdad, Mione?...
La castaña solo podía lanzarle miradas de odio al hombre que alguna vez tanto amó, y ver cómo su varita era fracturada frente a sus ojos así como su vida...
Y aunque la muerte de su hija y la de su padre habían sucedido hace casi cuatro años, el dolor no mengüaba. Los golpes que su esposo le propinaba no eran nada comparados con ambas pérdidas.
Pero aún tenía a su madre, tenía al viejo Crookshanks y el radio despertador que había sido de su padre y que ahora sonaba haciéndole compañía en su penosa existencia. Las palabras felicidad y libertad se habían convertido en conceptos abstractos y ajenos a su vida.
Sentada en la bañera, rodeada de agua tibia, y abrazándose a si misma, escuchó el desgarrador canto de Nina:
Oh, i'm feeling good!...
Abrigada en su bata de baño, buscaba en el placard algo de ropa apropiada para salir. Necesitaba una buena taza de café y visitar la librería, luego pasaría por el supermercado. Cuanto menos tiempo estuviera en casa, mejor para ella.
Decidió usar su vestido sweater favorito, el de color celeste que insinuaba su figura y no revelaba demasiado.
Descalza caminó hasta el elegante y clásico tocador de espejo ovalado, se sentó frente a él y comenzó a cepillar su cabello. Mientras lo hacía, miraba su reflejo y pensó que sería mejor maquillarse de manera sutil. Solo para no levantar sospechas y no darles de qué hablar a los entrometidos de siempre. Después de lidiar con su cabello, se resignó. Lo llevaría suelto, no había caso. Se maquilló lo más natural posible y por último ajustó un poco más el cinto de su vestido. Antes de salir de la habitación sacó del placard su abrigo negro, una bufanda, un par de guantes, una boina y las botas clásicas.
Apresurada salió de allí, dando pasos amortiguados por la alfombra. Llegó hasta la inmensa escalera, y bajó cada peldaño con ligereza y sin sujetarse del barandal.
Lo primero que hizo al llegar a la planta baja fue dirigirse hacia la cocina, caminando por los pasillos como si el tiempo la apremiase, como si tuviera que ser puntual en algún compromiso o trabajo. Pero no: Ronald no le permitía tener una ocupación. A él le convenía (en muchos aspectos) tenerla bien controlada.
A sus veintisiete años, Hermione ya tenía muy claro que Ron nunca quiso tener una pareja. Él siempre quiso una esclava, un juguete al que pudiera tratar como se le antojase, una ama de casa sumisa, sin pensamiento propio y sin la posibilidad de decidir. Y para su infortunio, él la había escogido para desempeñar ese papel.
El pelirrojo era un estúpido sí, pero no tanto como para no percatarse del amor que alguna vez Hermione sintió por él. De ese amor se valió para manipularla, y cuando vio que sus artimañas habían perdido efectividad con ella, procedió a someterla.
Pero había cosas que él no podía quitarle, ni aunque se esmerase. No podía quitarle su agudeza mental ni su ingenio para sobrevivir, tampoco podía quitarle su pasión por los libros y los escasos buenos momentos que disfrutaba al lado de su madre (aunque esto último podía arrebatárselo, si ella cometía el error de sublevarse).
Entró en la cocina: lanzó sus prendas sobre la mesa; a excepción de las botas, que las dejó caer al suelo. Se acercó a la encimera, y buscó en la gaveta de la misma el "cereal" de Crookshanks. Tomó la colorida caja y vertió algo de alimento en el tazón que esperaba sobre la mesa.
Cuando el voluminoso gato escuchó que su alimento caía en el bowl de cerámica, entró en la cocina con la cola erguida y formando con ella un signo de interrogación. Se acercó a su dueña y se frotó entre sus pantorrillas, maullando y ronroneando de forma sonora.
—Espera, todavía no le agregué la leche —le pidió su dueña.
La castaña fue hasta el refrigerador; mientras Crookshanks la acosaba, enredándose en ella, entorpeciéndole su caminar.
—Crookshanks, me vas a hacer caer.
Pero el viejo Crookshanks no dejaba de seguirla y exigirle su "cereal".
Entre tropiezos la castaña regresó a la mesa de la cocina y vació el contenido de la caja de leche en el tazón cerealero. Solo entonces, Crookshanks se subió a una silla, luego a la mesa y acercó su cabezota al tazón.
Hermione rio con suavidad al escuchar los sonidos que él hacía al comer. Eran algo así como un: "miau uau uau uau, miau uau uau, rrrrrr".
—"Me gustan tus buenos modales" —dijo con ironía la castaña, mientras tomaba asiento en una de las sillas de la cocina.
Tomó la bufanda de la mesa, la enrrolló en su delicado cuello y prosiguió a colocarse las botas. En tanto Crookshanks, engullía emitiendo sus ruidos estrambóticos.
—Voy a salir, Crookshanks —le informó.
Él despegó la cabeza del tazón un momento para mirarla con reproche.
—No me mires así. Debo comprar lo que necesito para preparar la cena de mañana; no puedo llegar a La Madriguera con las manos vacías. Y la verdad, no tengo ánimos de soportar los reclamos de Molly de que no soy una esposa digna de su hijito. Además, tú ya no tienes leche.
Su gato bufó molesto, entendiendo cada palabra que ella decía.
—No te enojes, te compraré hígado —intentó sobornarlo.
Crookshanks agachó su cabeza y continuó comiendo, pero esta vez sin hacer ruidos raros. Ella se acercó y frotó su frente contra la de él.
—Volveré por la tarde... Sabes que no me gusta estar encerrada en esta casa...
Crookshanks le lamió la nariz cariñosamente, perdonándole su temporal abandono.
Después de calzarse las botas, la castaña se paró, se puso su largo y formal abrigo negro.
—No me extrañes, bebé.— le dijo a Crookshanks, dándole una última caricia y salió de la cocina con una pseudo sensación de alegría.
La estación del año que menos le sentaba bien, era el invierno. Hermione lo padecía desde que su circulación sanguínea no era muy buena y eso había empeorado después de perder a Rosie. A causa de ello, siempre tenía sus manos y pies fríos, y una marcada tendencia a enfermarse con facilidad. Aún así, para ella era miles de veces mejor, enfrentarse al gélido aire de una mañana de diciembre, que estar encerrada en la "jaula de oro" que Ron había construido.
Para levantar un poco su temperatura, Hermione comenzó a caminar con mucho ritmo por las calles de Ottery St. Catchpole (lugar donde residía junto a su esposo, y dónde también a pocos kilómetros se encontraba La Madriguera).
Las calles parecían desiertas, las veredas y jardines estaban rebosantes de nieve. Las puertas y ventanales de las demás lujosas casas, lucían elaborados adornos navideños y encantamientos que simulaban las chispas de fuegos artificiales. Al ser casi las siete de la mañana, los rayos del tímido sol aún no se presentaban y esos chispazos de colores iluminaban de forma vistosa el nevado paisaje de Ottery Saint Catchpole. Pueblo que se había convertido en lugar de residencia de muchos magos y brujas de clase alta, elitistas y acaudalados. Gente que vivía en casas de fachadas hermosas, pero con un infierno de puertas adentro...
En otras palabras, y según la visión de Hermione: gente con la cabeza hueca, los bolsillos llenos y el corazón podrido.
Con su ritmo constante y vigoroso, la castaña llegó hasta el parque, debía atravesarlo si quería llegar a su librería favorita.
En el centro del parque y llevándose todo el protagonismo, estaba el opulento árbol de Navidad que todos los habitantes habían colaborado para que fuese la lujosa decoración de ese año. Ella pasó por allí sin prestarle atención, pues uno de los que más había aportado para conseguir aquel costoso ornamento, había sido su esposo y se le revolvían las tripas de solo recordar la hipócrita cara de Ron. Él Siempre hacía ese tipo de cosas para quedar bien frente a los demás y para enrostrar su Status de pudiente.
Al llegar a la esquina del parque, divisó claramente el cartel de la librería que enuciaba: Librería "Los Tortugos, Books and Coffee".
Esa era su librería favorita y la frecuentaba cada mañana antes de realizar las compras. El establecimiento era de una arquitectura inglesa clásica, de diseño conservador, con puertas y postigos de color verde malaquita. Y le pertenecía a unos trillizos de apellido Testudine, ellos eran: Joey, Jeffrey y Joffrey. (También conocidos como Los Tortugos, por su idiosincrática lentitud).
Cuando Hermione abrió la puerta de la librería, el aroma a libros nuevos, café, nata y pan recién horneado la recibieron y le recordaron que había salido de casa sin desayunar.
—Buenos días, señora Weasley. Usted siempre tan puntual —saludó Joey, el más bajito de los Testudine.
—Buenos días,...Joey...—ella los distinguía, después de observar las escasas diferencias entre ellos.
—Ha llegado la edición especial del Caldero Gourmet por el que usted me preguntó la semana pasada, y también el nuevo número del cómic Pesadillas en vigilia que usted tanto estaba esperando. ¿Quiere que se los traiga ahora mismo? ¿O prefiere desayunar primero?...
—Ambas cosas —respondió ella, con una gentil sonrisa —Quiero comer y leer.
—Magnífica elección, señora Weasley. Enviaré a Moore para que tome su pedido, mientras, yo le traeré sus revistas —dijo Joey y luego se fue a paso lento hacia la escalera caracol de la librería.
—Estaré en la mesa de siempre, Joey.
—Magnífica elección, señora Weasley —respondió él, mientras subía los peldaños como si les pidiese permiso a cada uno para poder pisarlos.
La castaña sonrió, no importaba la elección que hiciera, los hermanos Testudine siempre le dirían que era Magnífica. Ella se acercó al mostrador. Detrás de este estaban Jeffrey, quien se encargaba de empacar y desempacar libros y Joffrey, a cargo de la caja registradora.
—Buenos días, Testudines —saludó.
—Buenos días, señora Weasley —le saludaron ambos.
—Me gustaría pagar ahora mismo las revistas que reservé, son: El Caldero Gourmet y Pesadillas en vigilia.
—Déjeme revisar el precio... —respondió Jeffrey y desenrolló un pergamino interminable...
Después de tres minutos...
—Lo suyo, señora Weasley, son: un galeón con dos sickles.
—Perfecto...— respondió ella con buen ánimo y sacó su monedero de ovejitas.—Aquí tiene, un galeón y dos sickles...
—Joffrey, factura el comprobante de compra de la señora Weasley, por favor...
—Enseguida...— respondió el más robusto y lento de los trillizos Testudine.
Minutos más tarde, Hermione recibió el ticket con forma de tortuga.
—Gracias.
—A usted, señora Weasley —respondieron ambos.
Ella volteó y se encaminó hacia la mesa que siempre ocupaba, la de la esquina al lado del ventanal. Se sentó allí y esperó a la camarera, y a sus revistas...
Mientras esperaba, jugaba con el recipiente del azúcar y veía por el ventanal.
—Buen día, Hermione, ¿Lo de siempre? —le habló una voz rasposa y femenina.
—Hola, Moore. Sí, un café con leche y tostadas con mantequilla.
Moore ni siquiera se molestó en tomar la orden. Ya se la conocía de memoria...
—¿Segura que no quieres nada más? Tenemos tortitas galesas y también Croissants de chocolate con vainilla.
—No, gracias.
—¿Qué tal unas galletitas navideñas de jengibre?
La castaña negó con la cabeza.
—¡¿No?! —Moore la miró a los ojos y le habló —No te ofendas, pero ya estás demasiado delgada. Tú no necesitas hacer régimen, Hermione ¡Porque uno de estos días acabarás desapareciendo!...
—No importa cuánto coma, Moore, no subiré de peso porque mi problema es metabólico. Y además, por las mañanas no acostumbro comer en grandes cantidades.
Moore suspiró molesta, pero con un simple movimiento de varita, sirvió la mesa de la castaña.
—¡Cómetelo todo! —dijo Moore a modo de regaño y luego regresó a la cocina.
Hermione sonrió para sí. Ya los conocía bien, tanto a los trillizos como a la temperamental camarera. Y mientras ella le agregaba un poco de azúcar a su café, Joey se acercaba (a su ritmo) con las dos revistas envueltas para regalo con moño y tarjeta incluida.
—Para usted... —dijo y depositó con suavidad el paquete de revisitas sobre la mesa —Disculpe mi demora. Jeffrey quiso envolverlas para usted, y este es un presente de parte de los tres.
Joey le entregó una tarjeta que valía por veinte Galeones, para que los gastara en la librería. Y Hermione se conmovió por el gesto:
—Oh...—susurró —no era necesario... Gracias, señor Testudine. Gracias a los tres.
—A usted, por ser nuestra clienta más fiel y por su paciencia... Con su permiso, señora Weasley. Yo debo continuar trabajando.
—Adelante, Joey.—respondió ella y lo contempló retirarse.
Guardó su tarjetita válida por veinte Galeones en el monedero de ovejitas, luego tomó el paquete de revistas. Le daba pena romper el papel con ilustraciones de tortugas navideñas, así que lo desenvolvió con paciencia. Su madre siempre le había dicho que si quería recibir más regalos, debía rasgar las envolturas, pero no era una característica propia de Hermione creer en ese tipo de cosas ni en la adivinación...
La primera revista que quería leer era Pesadillas en vigilia. El género de la historieta era una mixtura de terror con humor. Abrió la revista sobre la mesa y se puso a leer, tomando entre sus manos la cálida taza de café.
Habían pocas cosas que la devolvían a la vida, beber un buen café era una de ellas, también leer algo que la hiciera reír y tomar por las mañanas un baño tibio. Cosas simples, pero efectivas y reconfortantes...
Pasaron tres horas gratificantes para ella. Había leído la historieta y la revista de cocina El Caldero Gourmet, dónde encontró varias recetas que quería probar y una de ellas le pareció un platillo perfecto para llevar a la cena de mañana en La Madriguera.
Aunque sabía que eso le molestaría mucho a Molly. Ya que su suegra le había pedido con marcada insistencia que preparara el bocadillo favorito de Ron: Piggys in Blankets (unas salchichas pequeñas, enrolladas en panceta y asadas al horno), pero a ella le apetecía comer algo diferente y menos grasiento.
Miró por la ventana: el cielo estaba límpido, y estimó que no debían ser más de las diez de la mañana. Eso le indicaba que pronto pasarían por el parque "El club de la carreola". Apodo que Hermione le había puesto a un grupo de brujas que salían a pasear con sus bebés y a tomar el delicado sol de invierno.
No quería verlas...
Le recordaban la pérdida de Rosie y que ya no podía volver a embarazarse. El aborto provocado por los brutales golpes, la habían dejado estéril. Mirarlas pasar con sus hijos la llevaban a ilusionarse con que un día ella haría lo mismo. Pero esa imagen en su mente se desintegraba de inmediato cuando recordaba que eso ya no era posible.
—¡Hola, señora Weasley! —le saludó una alegre pequeña pecosa —¿Cómo está usted?.
—¡Hola, Marie! —correspondió con la misma algarabía —¡Que linda te ves con ese tapado rojo!
La pequeña sonrió, sin poder disimular que le había gustado mucho escuchar aquello.
—Gracias... Usted también se ve muy bonita.
—Eres adorable, Marie — le dio una caricia en el rostro —¿Viniste con tu papá?.
—No, hoy vine con mamá. Mi papá está en casa, trabajando...—Marie hizo un mohín de desagrado —Él es un aburrido sin remedio.
Hermione sonrió y le habló de manera maternal:
—No, Marie, tu papá no es un aburrido. Lo que sucede es que debe cumplir con sus responsabilidades, y lo hace por tu bienestar y el de tu mamá. Estoy segura de que cuando termine sus tareas, jugará contigo.
La pequeña sonrió con un poco más de ánimo.
—Sí, eso es cierto, después de que papá hace sus entregas, siempre se relaja y ¡Hasta sonríe! Me gustaría que trabajara menos, así pasaría más tiempo con nosotras.
—Marie, ¿Cuándo es tu cumpleaños? —preguntó para distraerla —Me gustaría saberlo.
El rostro de la niña se iluminó de repente.
—El veintiocho de febrero, y el año que viene ¡cumpliré once!.
—¿Y estás emocionada por tu carta?.
—¡Sí! Ya quiero que llegue mí carta de Hogwarts. Mí mamá y mí papá pelean porque ella quiere que yo sea una Hufflepuff; y mí papá quiere que sea una Slytherin como él.
—Y...¿Qué es lo que quieres tú?.
—¡Yo quiero ser una Gryffindor como usted, señora Weasley!. Quiero ser una heroína como usted...
Hermione estuvo a punto de decirle que no había hecho una buena elección de paradigma, pero calló porque no quería romper la ilusión de una pequeña de solo diez años...
—Señora Weasley, ¿Usted ya hizo su lista de deseos?
—No, ¿Qué es eso?
—La fábrica en la que mí papá es accionista, sacó a la venta un set de sobres y pergaminos con diseños preciosos de edición limitada (y por supuesto, papá llevó a casa uno para mi madre y otro para mí). Allí tiene que escribir sus deseos y dejarles una tilde como si ya se hubiesen cumplido. Cuando terminas de hacer tu lista, la metes en el sobre y este una vez lacrado, se plegará en forma de ave, si tus deseos tardarán en llegar; o en forma de mariposa, si tus deseos no tardarán mucho en cumplirse.
—Y supongo que tú ya lo hiciste...
—¡Sí! Y cuando lacré mi sobre, ¡se plegó en forma de mariposa! ¡Estoy muy feliz!... ¡Tiene que intentarlo, señora Weasley! ¿Quiere que le diga a mí papá, que consiga uno para usted?
—No, está bien, Marie, gracias. Creo que yo ya estoy vieja para eso...—respondió la castaña con tristeza en la mirada.
—Mí mamá dice que nunca se es demasiado viejo para jugar ni para ser feliz. Y mí madre es mucho mayor que usted.
—¡Marie!... ¡¿Marie?! —la llamó su madre —¡Oh, aquí estás! ¡Que susto me diste, hija!
La señora Caterpillar, madre de Marie, se acercó a ambas con el rostro aliviado.
—Buenos días, señora Weasley. ¿Cómo se encuentra usted? Espero que Marie no le haya molestado; me descuidé un momento de ella y se me desapareció...
—Buenos días, señora Caterpillar. Y no, Marie no es ninguna molestia. Ella es una compañía encantadora.
La mujer de unos cuarenta y pocos años le sonrió afectuosamente.
—Gracias por su amabilidad, Hermione.
—Mamá, ¿Encontraste lo que buscabas?.
—Por suerte, sí, Marie. Pero despídete de la señora Weasley, porque ya debemos regresar a casa.
—Está bien, mamá...— respondió algo desanimada.
Marie se acercó a la castaña y le dió un sonoro beso en la mejilla.
—Hasta pronto, señora Weasley. Espero que pase una Feliz Navidad y que reciba muchos regalos —dijo Marie con la mejor de sus conquistadoras sonrisas.
Hermione le dio un abrazo, conteniendo las lágrimas y dejó un beso en la mejilla de la pequeña pecosa.
—Gracias, Marie. Espero que tú también tengas una linda Navidad y te diviertas junto a tu familia.
—¡Lo haré! —sonrió Marie.
La señora Caterpillar tomó la mano de su hija y le habló a Hermione con gratitud y calidez:
—Señora Weasley, mí esposo y yo estamos organizando una merienda para toda la familia Caterpillar y también invitaremos a los amigos, desde luego usted está invitada. Alan y yo celebraremos nuestro décimo aniversario de casados en enero del próximo año. De todas maneras, le haré llegar la invitación.
—¿Irá, verdad? —preguntó Marie con ilusión.
—Por supuesto...—asintió la castaña, aunque sabía que difícilmente Ron le dejaría asistir. -me halaga mucho la invitación y que me consideren una amiga de vuestra familia.
—Y cómo no hacerlo, cuando usted es tan cariñosa con nuestra Marie —respondió la señora Caterpillar —. Bueno, ya debemos irnos. Le deseo una feliz Navidad, Hermione.
—Igualmente, Amanda.
—Pronto le enviaré su invitación —dijo la señora Caterpillar, mientras se retiraba llevando a su hija de la mano.
Hermione sonrió en respuesta. Pero cuando ambas se fueron, dejó de sonreír.
La familia Caterpillar vivía muy cerca de la mansión Weasley. Ellos gozaban de una excelente posición económica, sin embargo, eran personas de bajo perfil y muy educados. Eran los únicos vecinos que a Hermione le caían bien, y viceversa...
Miró por última vez a través del ventanal, pensando que ya era momento de ir recogiendo sus cosas e ir al supermercado. Seguro que a esa hora las tiendas y calles ya deberían estar a reventar de gente y eso era bueno, porque le daba más excusas para demorar su regreso a casa. Tomó sus revistas y las guardó en su Cambridge Satchel de cuero color cereza. Al levantarse tomó su monedero de ovejitas de la mesa y fue hasta la barra de la zona de cafetería.
Y no se había equivocado en su suposición: la barra estaba repleta de clientes y lectores adictos al café como ella.
—¡Moore! —la llamó la castaña, alzando su mano entre las cabezas de dos magos sentados a la barra de la cafetería.
La camarera de piel de ébano volteó hacia ella y con algo de malhumor, respondió:
—Ahora no, Hermione ¡Estoy muy ocupada! —y en efecto, la hechicera estaba atareadísima y con los pelos de punta.
—Solo quiero pagarte mi pedido...
—¡Me lo pagarás cuando regreses! porque sé que lo harás.
Hermione respondió:
—Mañana no vendré.
—No te preocupes, los Testudines abrirán la librería recién el veintiséis... ¡Enseguida estoy con usted!—eso último le dijo Moore a un cliente insistente y luego se acercó a Hermione —¡Vete ya! no te preocupes por lo de tu cuenta, ¿Acaso no tienes compras que hacer?
—Sí, de hecho sí...
—¡Y a qué esperas! Cuánto más demores ¡más gente se van apiñar en las tiendas!
—Eso es lo que quiero.
Moore la miró con reproche maternal y la regañó:
—¡¿Es que te quieres pasar el día entero fuera de casa?!
—Sí —respondió sin esmerarse en ocultar sus intenciones.
—¡Qué cosas! La jornada recién comienza para mí, y yo no veo las horas de regresar a casa con mis hijos; en cambio tú estás dispuesta a vivir la Odisea de Homero el día del hoy...
—Moore, ¿Sabes dónde puedo conseguir pescado fresco?
—¡¿A estas alturas?! —exclamó la bruja —¡Por Morgana!
—¡Moore!...—le llamó un cliente impaciente. —¿Planeas atenderme en algún momento del día?
—¡Espérate! ¡¿No ves que estoy ocupada conversando?! —le respondió la bruja con su voz rasposa, luego pensó un momento y le habló a Hermione —En el Mercado de Especias, seguro allí encontrarás pescado fresco en cualquier época del año.
—¿Y dónde está eso?
—En la localidad de Krakenwell, al sudeste de Inglaterra, es una localidad costera y no es muy poblada.
—¿Crees que podría ir allí por medio de vía flú?
—¡Sí, por supuesto! De hecho, hay un lugar allí, llamado La Hollinería, es una construcción en forma de largo pasillo con alrededor de cien chimeneas (que a estas alturas ya deben estar todas saturadas). Mejor dile a Jeffrey que te habilite la chimenea del primer piso, así llegarás más rápido.
—Gracias, Moore. Ya no te quitaré más tiempo, los demás clientes me están lanzando crucios con la mirada...
—¡Esos que se esperen!...—dijo Moore, luego sacó de un enorme frasco de vidrio tres galletitas de jengibre y las metió en una bolsa de papel —¡Toma! Para el camino, así tendrás algo que masticar cuando hagas las interminables colas en el mercado. Que tengas una Feliz Navidad, chica rara.
La castaña tomó la bolsa de papel con las mejillas sonrojadas y respondió:
—Feliz Navidad para ti y para tu familia también. Te veré la mañana del veintiséis.
—¡Sí, sí, sí! —respondió Moore y regresó raudamente a su trabajo, con las cafeteras, jarros y bandejas levitando a su alrededor.
La castaña guardó la bolsa de galletitas y atravesó el sector de cafetería, esquivando a los otros clientes asiduos del lugar. En su camino se topó con la persona a la que quería pedirle un favor, pero este se veía muy ocupado con una clienta que le exigía más velocidad en su proceder.
—Señor Testudine, ¡¿Quiere darse más prisa?! —exclamaba la bruja que traía puesto un costoso abrigo de piel.
—Voy lo más rápido posible, madame... —contestó él, levantando la vista del paquete que armaba. —¿Necesita algo, señora Weasley?...
—Yo puedo esperar.— respondió ella, al ver a la exasperada mujer.
—Dígame lo que necesita, tiempo es lo que me sobra —replicó él, a pesar de las protestas de su otra clienta.
—Solo me preguntaba si ¿Me permite usted utilizar su vía flú? Es que, necesito llegar a Krakenwell.
Jeffrey tomó su varita y de esta salió un haz de luz plateado en dirección al piso superior.
—La chimenea del primer piso ya está habilitada para usted. Esa tiene conexión directa con la fábrica Bells and Hams que está en la localidad a la que quiere ir.
—Gracias, Jeffrey, te debo una. ¡Que tengan feliz Navidad, Testudines!
Hermione se fue casi corriendo de allí, llevándose encima las miradas de la clienta indignada y de los hermanos Testudine.
Subió la estrecha escalera caracol que la llevó al primer piso de la librería dónde estaba el sector de novelas románticas y los libros de poesía. Un sector que ella prefería no visitar...
La chimenea que estaba al final del salón, detrás de todas las estanterías, irradiaba las habituales llamas verdes de una vía flú activada. Ingresó allí y esta la llevó directo a la recepción de una fábrica de Pergaminos y útiles escolares para magos y brujas...
Hermione se asustó un poco al ver que en la recepción de aquella fábrica, literalmente, no había ni un fantasma que pudiera orientarla y las puertas principales del edificio estaban cerradas.
Tal vez había sido mala idea...
La mayoría de los magos y brujas no trabajan en esas fechas, a excepción de los comerciantes, claro. Pero de pronto, el patronus de un cerdo alado se le presentó:
—¿Perdida? Entonces sígueme...—le pidió el cerdito con alas y luego voló hacia uno de los tantos pasillos de la fábrica.
Hermione lo siguió con la mirada, dudando en si debía, o no... De todas maneras, no tenía muchas opciones y lo siguió.
El cerdito alado la esperaba en mitad del pasillo, revoloteando graciosamente. Ella llegó hasta él y este la guió a la puerta de una trastienda. Tomó el pomo de la misma y empujó. Del otro lado, se encontró con cajas apiladas y con el stock de productos. Todos ellos llevaban grabados la marca Bells and Hams en letras doradas.
Esquivando las pilas de cajas y evitando ocasionar un desastre, ella se desplazó por el abarrotado almacén, confiando en el Patronus guía.
El cerdito llegó hasta una puerta corrediza, revoloteó en círculos frente a esta y luego se desvaneció.
Estaba claro que esa era la salida. Pero se equivocaba, porque del otro lado de esa puerta, estaba la tienda oficial de la fábrica.
Hermione se alivió al ver el lugar lleno de clientes comprando tarjetas de Navidad, envoltorios para regalos, plumas, tinteros de colores y el set del que le había hablado Marie...
—¿En qué puedo servirle, madame? —le preguntó una dependienta del local.
—Yo...—no se atrevía a responder que en realidad no quería comprar nada, así que mintió: —Solo estoy mirando, aún no me decido...
—De acuerdo, pero si necesita algo, puede solicitarme o puede llamar a cualquiera de mis compañeros. Estamos para servirle.
La castaña le sonrió por compromiso y se escabulló entre la gente y las estanterías. Y mientras buscaba la salida de la tienda, miraba los productos para disimular un poco...
De súbito, un cartel levitó enfrente suyo, interponiéndose en su camino. Este indicaba el sector de las Flying Wishlists. Al verlo tuvo un debate interno:
Por un lado pensaba que eso era infantil, o juvenil ¿Por qué no? Pero por otro lado, los dibujos y diseños de los sobres y pegatinas le parecían preciosos. Ella comenzó a ojear cada uno de los sets de correspondencia, todos le resultaban bonitos y con cada uno que veía, se sentía tentada de gastar...
—¿Necesitas ayuda? —preguntó otro dependiente de la tienda.
—Aaam... ¿Estas son las listas de deseos que luego toman forma de ave o mariposa? —preguntó ella, sabiendo claramente la respuesta.
El muchacho miró el tremendo cartel que enunciaba Flying Wishlists, luego la miró a ella con sarcasmo y por último respondió:
—Tal parece que sí... ¿Estás buscando algún motivo en particular? Los tenemos muy variados —dijo él con más amabilidad. Cómo la veía desorientada, el dependiente sacó su varita y exhibió los modelos disponibles —. Tenemos diseños infantiles, florales, de paisajes, de bicicletas, románticos...
—¿Tienes de animalitos? —le interrumpió la castaña.
—Sí, también tenemos de esos. ¿Cuál prefieres? —preguntó él, mientras hacía danzar a su alrededor varias opciones.
—¡Oh, este! —respondió encantada, tomando uno de los sets con ambas manos.
—¿El de ratoncitos escritores? Este diseño sí que ha tenido éxito, tanto como el de los Cerditos alados —comentó él —. ¿Me lo permites?
Hermione se lo entregó y luego recibió un ticket que el dependiente le extendió.
—Este es tu comprobante, pasa por caja, allí debes abonarlo y mi compañera te hará entrega de la compra —el muchacho pelirrojo se estaba retirando cuando recordó decirle —¡Oh, casi lo olvido! cuándo te pregunten quién te atendió, díles que fue Richard Bellingham, ellas sabrán qué hacer con los puntos...
—Richard Bellingham —repitió Hermione para recordarlo.
—¡Sí, ese soy yo!... —fue lo último que él dijo y se despareció entre el gentío.
Luego ella también se abrió paso entre la muchedumbre, para poder pagar lo suyo.
Había una fila inmensa delante de ella. Parecía que nunca acabaría, pero a Hermione eso no le representaba un fastidio. Aunque las dependientas que estaban detrás del mostrador, resultaron ser diligentes y gracias a eso, la cola avanzaba bastante rápido. Inevitablemente, Hermione las comparó con los hermanos Testudine y eso le recordó al cuento de la carrera entre la tortuga y la liebre. Sin lugar a dudas las dependientas de la tienda del Bells and Hams, eran un par de liebres...
Pronto llegó su turno de pagar la compra que no había planeado hacer. Le entregó el ticket a la cajera, luego los quince sickles que costaba el juego de correspondencia y por último recibió nuevamente el ticket, pero está vez con el sello de pagado.
—Ahora debe pasar por el sector de packaging, enséñele a mí compañera su comprobante y ella le dará sus productos. ¡Siguiente, por favor! —exclamó con impaciencia la chica de la caja registradora.
La castaña salió empujada por las personas que estaban detrás suyo y caminó con algo de torpeza hacia dónde le habían indicado que fuera.
—¡Hola, Buen día! Comprobante de compra, por favor —pidió amablemente la joven que envolvía los productos.
—Buenos días, aquí tienes —respondió con una sonrisa afable.
La dependienta leyó el ticket y soltó un corto:
—Ajá. —luego atrajo con un accio el paquete de la castaña y lo metió en una ruidosa bolsa blanca de plástico —¿Me podría decir quién le atendió?
—Sí, fue Richard Bellingham.
—¡Oh, señor Bellingham, gracias! —soltó con algarabía la dependienta, luego apuntó algo en un cuaderno y de inmediato se escuchó el ruido de unas gemas caer dentro de unas elegantes vasijas de vidrio.
Hermione miró hacia arriba y encontró aquellas vasijas de diseño anticuado y notó que cada una de ellas llevaba el nombre de los empleados de la tienda.
—¿Es el mismo sistema de puntos que está en Hogwarts? —preguntó Hermione, mientras tomaba su ruidosa bolsa.
—Sí, el señor Bellingham lo instaló hace muchos años, para que por cada cliente que atendiésemos, ganáramos cinco puntos; pero cuando él mismo les atiende, se nos acreditan diez puntos a cada uno de los empleados. Al final de la jornada se hace el recuento, y según la cantidad de gemas que hayamos acumulado se nos otorga una comisión extra.
—¡Oh, que bueno! tienen un jefe muy generoso, supongo —opinó Hermione.
—Sí, así son los hermanos Bellingham, son generosos —asintió la empleada con una alegre sonrisa —Le deseo una Feliz Navidad, disfrute de su compra y por favor, visítenos pronto.
—¡¿Puedo hacerte una preguntita antes de irme?! —le pidió Hermione con efusividad, agitando sus manos y la bolsa ruidosa.
—Ajá ¡Claro! —respondió ella entre risas.
—Yo no soy de por aquí. Es la primera vez que visito Krakenwell...
—Ajá —asintió, escuchándola con atención.
—Y quiero llegar al Mercado de Especias ¿Sabes qué camino debo tomar para llegar allí?
—¡Sí! te explico: cuando salgas de esta tienda, dirígete hacia tu derecha y sigue el caminito de Gardenias, este te conducirá hasta el Jardín de la parte posterior de la fábrica, después de que atravieses todo el Jardín, cruza la calle de adoquines y enfrente estará el cartel de bienvenida al sector de "Módulos Habitacionales de Krakenwell" (son unas casitas pequeñas, que parecen todas iguales). ¡Pero no te preocupes! porque apenas ingreses a esa zona del pueblo, a tu mano izquierda, encontrarás el Mercado de Especias y lo notarás de inmediato. Es realmente inmenso.
—Entendido... —respondió Hermione, tomando nota mental de cada indicación. —Te lo agradezco muchísimo, sin tu ayuda estaría perdida.
—¡Oh, no es nada! De todas maneras hubieses llegado. Krakenwell no es un pueblo muy extenso que digamos.— le restó importancia con una sonrisa.
—Muchas Gracias, Hasta pronto,...—Hermione leyó el gafete de la dependienta y concluyó —Melissa.
—Hasta pronto, Hermione. —respondió Melissa, reconociéndola después de haberla visto bien —¡Que tenga un buen día!
La castaña le dedicó una sonrisa débil y se dirigió hacia la puerta de la tienda. Al abrirla para egresar del local, el tintineo de las campanillas la despidieron...
Parada en la vereda de la tienda, un frío aire salado le golpeó el rostro. Ese era el inconfundible aire del mar. Tan frío y tan cargado de esa energía extraña, que ella sabía sentir, pero no describir. Siguiendo las instrucciones que le había dictado Melissa, Hermione se encaminó siguiendo el sendero marcado por las Gardenias plantadas a los costados de la fábrica.
—Me parezco a mí madre: —rezongó Hermione en voz alta —siempre acabo comprando lo que en realidad no tenía intención de comprar...
Se detuvo un momento y sacó el Set de correspondencia para mirarlo mejor. Este incluía: tres sobres, tres hojas, un cuaderno de pegatinas, ceras para lacre y dos sellos para realizar el lacrado. Todos tenían la misma temática de adorables ratoncitos. Volvió a guardarlo todo en la ruidosa bolsa y continuó su camino de Gardenias. Dobló al llegar a una de las esquinas de la fábrica y se encontró con: El Jardín del Buen Amor.
Hermione quiso reírse a carcajadas cuando leyó aquel letrero de madera en el arco de entrada. ¡En su vida había visto que un jardín se llamase de esa forma tan cursi!
—"El Jardín del Buen Amor" —repitió ella en voz alta en un tono burlón. —Como si eso existiese...
Aquel amplio Jardín, repleto de Gardenias, parecía una porción de paraíso. Las flores de aroma delicado estaban por doquier y dónde ellas crecían la nieve no podía tocarlas, ni aproximarse siquiera.
Hermione caminó por la rústica veredilla hecha de piedras, para no pisar ni las flores ni el césped. Estaba claro que si no se hubiera puesto un encantamiento invernadero sobre el jardín, el microclima de este no estaría sobreviviendo al cruel invierno de la costa inglesa.
Cómo todo jardín elegante, este tenía algunas estatuillas, mesas y sillas adecuadas al paisaje y por último, una colosal fuente de agua.
De pronto la castaña se vio obligada a detener su caminata, pues esta fuente, en vez de lanzar el agua en forma sincronizada y estética; lo hacía en forma de lluvia copiosa y también como erráticos chorros de agua que salían disparados aleatoriamente. Lo cual significaba que si pasaba por allí sin una sombrilla, acabaría empapada de pies a cabeza...
¡Cuánto extrañaba a su varita! Si la tuviese, ese problemita lo hubiera resuelto con un simple hechizo de impermeabilidad; en cuanto al problema de su esposo, con un certero Avada Kedavra.
Finalmente ella tomó el camino de la veredilla que rodeaba el jardín y así evitó empaparse con el agua de la fuente. Caminó por sobre las rústicas piedras, como si estuviese dando un paseo y no como si tuviera cosas pendientes que hacer. Se tomó el tiempo de notar los detalles de la monumental fuente:
Esta no tenía los clásicos querubines tocando el arpa, el clarín u orinando; en vez de eso, en el centro estaba un envejecido mago Merlín, sentado al lado de una joven y bella bruja, tomados de la mano y mirando hacia la salida del Jardín, alrededor de ambos habían peces y perlas hechos en nácar. La estatua de ambos era imponente, una magnífica obra de arte en verdad, pero los caóticos chorros de agua y esa lluvia constante que lanzaba, hacían que la obra se viese fallida e imperfecta.
Y así como fue conducida a la entrada del Jardín por un Caminito de flores; la salida del mismo (y de la fábrica Bells and Hams), era un camino de piedras rodeado de tiernos pimpollos, protegidos por encantamientos mucho más fuertes.
Al estar fuera de la protección del efecto invernadero del jardín, la nieve caía sin impedimento por la ancha calle de adoquines. Hermione atravesó esa calle desierta, pero tan pronto llegó a un letrero que señalizaba: Módulos Habitacionales, Mercado de Especias y La Hollinería. La castaña comenzó a escuchar el sonido del gentío, de los carruajes desplazándose por las calles empedradas y una música alegre que sonaba a lo lejos.
No tuvo que esmerarse en buscar el Mercado porque, como le había dicho Melissa, el edificio era colosal y resultaba imposible no encontrarlo.
Sin dudarlo, ella ingresó al Mercado por sus gigantescas puertas abiertas de par en par.
Y cómo describir el intenso olor a romero, tomillo, cúrcuma, canela y otras especias y hierbas que se mezclaban en el aire. El aroma del lugar era un festival para los amantes de la cocina; pero una verdadera tortura para los alérgicos.
Cómo todo resultaba ser nuevo para ella, caminaba "a paso de un Testudine", mirando cada puesto y notando las señalizaciónes colgadas en los muros.
—¡Muérdago encantado! ¡A mitad de precio, señoritas!...—ofertaba un anciano mago.
Hermione pasó por enfrente de él distraída, y el mago se le acercó con los muérdagos listos para ser vendidos.
—¡Señorita! ¿No le interesa comprar unos ramilletes? ¡Están a mitad de precio! —le ofreció a la castaña, caminando a su lado y esquivando a los demás transeúntes.
—No... Yo... —intentó responder Hermione
—¡Le aseguro que no encontrará un precio más conveniente que este! Y mucho menos con un encantamiento más efectivo. ¿Usted tiene algún mago al que quiera conquistar?
Ella intentó responder, pero el vendedor arremetió con sus intentos de persuasión:
—Este muérdago puede retener a su amado bajo el umbral de la puerta hasta que usted lo bese, pero el beso debe durar más de diez minutos. —dijo la condición, guiñando un ojo.
—Soy casada —dijo Hermione, muy a su pesar.
—¡Oh!... —soltó algo desorientado el mago comerciante. — Bueno, en ese caso ¿No le gustaría jugarle a su esposo una dulce broma?
—¿Tiene usted algún muérdago con el encantamiento que se asemeje al Beso de un Dementor?. -preguntó la castaña, deteniendo su caminar y clavando la mirada en los ojos del anciano comerciante.
El mago negó con la cabeza, sin dejar de mirar los intensos ojos chocolate de Hermione.
—Entonces, amigo mío, me temo que no estoy interesada en su producto.
Ella siguió su camino, dejando pasmado al mago que le había acosado para encajarle los muérdagos a toda costa.
El estómago se le revolvió de solo imaginarse a sí misma dándole un beso de más de diez minutos a Ron. Eso no podía ser más repulsivo, antes prefería darle un beso apasionado a un dementor...
Varios puestos más adelante, se encontró con el sector de ventas de lácteos y helados artesanales. Un sector que le recordó que debía comprar leche para Crookshanks y crema para la salsa del pescado. Así que hizo una pequeña escala en ese sector y compró ambas cosas, luego continuó caminando por el abarrotado lugar, buscando el sector de frutas y verduras.
Muchos magos y brujas que pasaban a su lado y la reconocían, y no era para menos: sin haber llegado aún a sus treinta años, Hermione ya cargaba con el reconocimiento de ser una heroína de guerra, con el galardón de la Orden de Merlín Primera Clase y un premio Bagshot (llamado así en honor a la célebre historiadora Bathilda Bagshot), que le fue otorgado por sus aportes de conocimiento histórico a la comunidad mágica.
No era de extrañar que le dirigiesen miradas de admiración, pero como bien dicen los muggles: una moneda tiene una cara; pero también una cruz...
La cruz con la que ella cargaba, era tener que soportar a los cotillas que siempre estaban a la orden del día, "buscando carroña de la que alimentarse"...
Pero no todas las miradas que la castaña recibía eran de admiración y respeto. Algunas eran de pena y compasión, porque: ¿Quién no conocía la tragedia que había vivido la intelectual del Trío Dorado? La violenta pérdida de su bebé y meses después, el asesinato de su padre "a manos de vengativos mortífagos".
Y por último, estaban las miradas que ella más asco le tenía: las miradas envidiosas de brujas que anhelaban estar en su lugar, de brujas que deseaban ser la señora Weasley, la esposa de "El Rey", apodo que los fans del Chudley Cannons le habían otorgado a Ron, por todas las victorias que él había logrado para el equipo y por haberlos sacado de lo que parecía una infinita mala racha.
Pero cada vez que la castaña sentía esas miradas sobre ella, adoptaba una postura indiferente y solo seguía su camino sin cruzar palabras con nadie. Ciertamente no le gustaba ser reconocida, además de extrañar la posesión de su varita, extrañaba el poder pasar desapercibida...
Después de caminar por media hora, Hermione encontró el sector que buscaba:
El sector de hortalizas y frutas, que era extenso y bastante variado, porque además de ofrecer productos comestibles, se ofrecían ingredientes para pociónes; y en otros puestos, las pociónes listas para ser usadas. Allí también los olores y vapores de los preparados habían impregnado todo el aire.
Como un imán, el inconfundible olor a su adicción la llevó hipnotizada hasta un puesto de venta de granos de café, dónde también preparaban la infusión y la servían en medianos jarros de vidrio, con base y asa de lata. Su aroma la tentó cruelmente: ¡tenía que probar ese café! Pero lo dejaría para otro día, esa sería su excusa para regresar y visitar la localidad de Krakenwell con más detenimiento (y sin tanta gente chismosa merodeando cerca).
Por lo pronto, terminaría sus compras y luego se marcharía a su "Jaula de Oro", utilizando el servicio de la vía Flú que ofrecía "La Hollinería".
Compró brócolis, espárragos, limones, espinacas y champiñones; ya solo le restaba comprar el protagonista del platillo que prepararía para la cena de mañana: el salmón rosado. Entonces buscó el sector de carnicerías y pescaderías, y no tardó mucho en encontrarlo; pero sí en abrirse paso entre la muchedumbre para llegar allí. Ese sector era el más concurrido, pero la inmensa mayoría de los consumidores compraba aves o carne de res. Por lo que a ella no le costó conseguir lo que buscaba.
Después de comprar lo que necesitaba, buscó con la mirada el gran reloj incrustado en uno de los muros del mercado. Este se asemejaba a los relojes de las estaciones de trenes. Cuando lo divisó, vio que ya eran más de las doce del mediodía y como su atención estaba dirigida en ello, no pudo esquivar el empujón que un joven le dio al pasar corriendo a su izquierda. Pero si esquivó a otro muchacho; que al igual que el primero, pasó corriendo a toda prisa y sin contemplación de nadie.
La leona se fastidió mucho por eso, casi se la llevaban puesta y cuando volteó para mirarlos, se topó con que habían atropellado a una bruja delgadita, y esta había caído de bruces al suelo. Hermione había visto toda esa secuencia y se indignó aún más. Si las miradas pudieran pulverizar, ese par de chicos ya hubiesen pasado a mejor vida. Sin embargo, aunque la castaña quería ajusticiarlos a ambos, dejó sus bolsas tiradas en el suelo para correr hasta la bruja caída y ayudarla a levantarse.
—¿Se encuentra usted bien?... —preguntó Hermione, mientras le servía de apoyo a la bruja —¿Puede mantenerse en pie?
La delgada bruja se quejaba al levantarse con la ayuda que le ofrecían, y entre quejidos de dolor contestó:
—Gracias... Gracias, niña... Sí, creo que...puedo —solo cuando estuvo completamente erguida, la bruja volteó para mirarla —¡¿Granger?! —dijo sorprendida.
—¡Profesora Trelawney! —replicó Hermione con el mismo asombro.
Ambas se miraron con incomodidad, pues ellas habían tenido sus abismales diferencias durante el pasaje de la vida académica en Hogwarts.
—Le ayudaré a recoger sus cosas. —dijo amablemente Hermione rompiendo ese silencio.
—No es necesario, señorita Granger. Yo lo haré.
Trelawney sacó su varita y en dos movimientos de la misma, recogió sus cosas y también las de su ex alumna.
—Gracias. —dijo Hermione, tomando las bolsas con sus compras.
—Gracias por socorrerme. —correspondió Trelawney.
La castaña solo asintió con la cabeza y sin poder evitarlo, dirigió su mirada a las sangrantes rodillas de su ex profesora de adivinación.
—¿Segura de que puede caminar sin dificultad? —insistió Hermione.
—Eeehh... Sí, sí... —respondió Trelawney sin estar muy convencida, pero en cuanto quiso dar unos pasos, demostró lo enclenque que había quedado después de la brutal embestida.
Hermione sintió el impulso de ayudarla, un rasgo que tan bien la caracterizaba, entonces noblemente se ofreció:
—Puedo ayudarle a cargar sus cosas y a trasladarse, si así lo necesita.
—No, no hace falta... De seguro debes tener cosas que hacer, antes que estar cargando conmigo.
—Lo que vine a hacer, ya está hecho y yo dispongo de mi tiempo en lo que considero realmente necesario.—habló la leona con autoridad.
—Veo que ese carácter fueguino que tienes, por fortuna no ha sido apagado... —soltó Trelawney con una sonrisa simpática.
—Precisamente, es mi carácter lo que me mantiene con vida. —se sinceró la castaña.
Trelawney la miró con curiosidad por unos segundos, y entendiendo que la Leona no la dejaría marchar sin antes asistirla, terminó por aceptar su ayuda:
—Mi casa está a escasos metros de aquí, así que no le robaré mucho de su tiempo, señorita Granger. —explicó Trelawney.
—Muy bien, entonces ¿Cuál salida tomaremos? —preguntó, mientras cargaba con las cosas y miraba hacia las diferentes salidas del mercado
—¡¿De qué habla, Granger?! No iremos caminando ¡¿Cómo piensa que la haré cargar a usted sola con todo esto?! Nos apareceremos en la entrada de mí módulo habitacional. Usted solo sírvame de apoyo y yo haré el resto.
—Claro... Sí... bien pensado, Trelawney. —dijo la castaña con las mejillas rojas y esquivando la mirada curiosa de Sybill.
—Venga, párese al lado mío, niña.
La castaña obedeció y Sybill Trelawney recargó su escaso peso en el hombro derecho de Hermione. Y en la velocidad de un parpadeo, ambas se desaparecieron del Mercado.
Sybill y Hermione se aparecieron en el jardín de una de las casitas del vecindario.
—Este es mi módulo habitacional, aunque... próximamente dejará de serlo... —le contó Trelawney, mientras apuntaba con su varita la puerta de entrada y esta se abrió de inmediato —Adelante, puede pasar.
La castaña ingresó a la pequeña casa, seguida de la rengueante Sybill.
Estando dentro, Hermione echó una mirada panorámica al lugar: se encontró con los muebles cubiertos por telas blancas, con cajas de mudanza y maletas avejentadas listas para emprender viaje.
Trelawney, al percatarse de que su ex alumna observaba todo, se excusó:
—Disculpe que la reciba en estas condiciones, pero es que me estoy mudando... —la delgada bruja se encaminó hacia la diminuta cocina —,y ciertamente, es usted una visita inesperada, señorita Granger.
Hermione que aún cargaba con las compras de ambas, dijo:
—Yo creía que usted vivía en... Hogwarts
Trelawney que había estado buscando una poción dentro de una gaveta, se giró de manera brusca y preguntó:
—¿Cómo dijo?
—¡En Escocia! —se apresuró a corregir la castaña —Yo creía que usted vivía en Escocia...
Sybill destapó el vial y antes de beberse la poción analgésica, respondió:
—Vivía en Escocia hasta que me jubilé. Decidí retirarme cuando mi madre enfermó hace tres años y me mudé aquí para cuidar de ella... Pero ahora que mí madre no está, ya no me queda más nada que hacer en este lugar.
La mirada melancólica de Sybill se vio amplificada por las gruesas lentes de sus gafas.
—Lamento lo de su madre, Sybill —Hermione soltó esas palabras con genuina compresión.
Trelawney le agradeció con la mirada y asintió con la cabeza, mientras reprimía su llanto. Luego se bebió de un trago la poción analgésica.
Hermione le echó una mirada a la estrecha cocina. No había mucho en ella, solo una encimera con lavaplatos, gavetas y cajones, una estufa donde cocinar y una barra desayunador que las separaba. Pero no había refrigerador...
—¿Qué busca? —preguntó Sybill, como si le hubiese leído el pensamiento.
—El refrigerador ¿Dónde está?.
Su ex profesora volvió a mirarla con extrañeza.
—¿Refrigerador? Pero...¡¿Para qué quiere eso?!
—Necesito guardar allí algunas cosas que compré, porque son perecederas.
Trelawney la miró no creyendo lo que escuchaba y con paciencia le dijo:
—Deje sus bolsas aquí. —y le señaló una caja de madera que estaba sobre un taburete.
Hermione obedeció y Sybill le aplicó a los alimentos un hechizo de refrigeración.
—Estoy sorprendida:...— le confesó a Hermione, mientras le quitaba la sábana a un taburete —una bruja de su calibre, olvidándose de como utilizar los hechizos más básicos. Eso sí que es surrealista. Tome asiento, por favor.
La castaña se sentó en el taburete que Trelawney había despejado para ella y se aproximó a la barra desayunador que las separaba.
—No creí que usted me tuviera en una alta valoración,...—replicó la castaña, para evadir el cuestionamiento —si mal no recuerdo, usted me dijo que carezco de apertura mental...
—Sí, y no he cambiado de opinión, pero eso es una cosa; y otra muy distinta, es que usted siempre ha tenido notables e innegables facultades para el razonamiento lógico y para los encantamientos.
—Pero tengo una pésima memoria, y a veces suelo olvidar que soy una bruja. Entiéndame, soy hija de Muggles y me cuesta desarraigarme de mis orígenes.
Trelawney la miró sin creerse esas palabras llenas de sagacidad, pero lo dejó pasar y reflexionó en su interior que, ya sean válidos o no, la castaña tendría sus motivos para mentir.
—¿Le apetece beber algo? ¿un té quizá? —ofreció Sybill con cortesía, zanjando el tema anterior.
—Sí, ¿Por qué no? —aceptó Hermione.
—¡Oh, pero mire la hora que es! ¡Ya pasamos del mediodía! ¡Y yo ofreciéndole té!... —exclamó Trelawney —No, no, mejor almorcemos.
La bruja atrajo con un accio una caja, unos platos y cubiertos. Los depositó sobre el desayunador y luego preguntó:
—¿Qué prefiere beber? ¿Zumo de zanahoria o una copita de Jerez?
Hermione pensó unos segundos antes de responder:
—Zumo de zanahoria.
Sybill le sirvió a la castaña la bebida de su elección; y para sí misma, la segunda opción. Luego abrió la caja que había convocado y de allí salió un aroma estupendo.
—Espero que le guste la tarta de riñón... —dijo Trelawney, mientras cortaba la tarta y le dirigía una mirada tímida.
—Sí me gusta, de hecho es mí tarta preferida —confesó.
—¡¿En serio?! —exclamó Sybill, abriendo enormemente sus ojos.
—Sí, no entiendo porqué eso le sorprende tanto.
— Bueno eso es porque...— Sybill sirvió una porción generosa de tarta en un plato y prosiguió —supuse que usted tiene gustos más refinados y además, también es mí tarta preferida.
Trelawney le sirvió primero a la castaña y luego a sí misma. Hermione se aproximó un poco más a la barra del desayunador con su taburete y tomó sus cubiertos con delicados modales.
—Gracias por la cortesía, Sybill.
—No hay de qué...—respondió la adivina y comenzaron a almorzar —La verdad es que hace meses no comparto un almuerzo o una cena con alguien.
—Yo igual... —confesó la castaña.
Las dos intercambiaron miradas y luego continuaron almorzando.
Hermione probó un poco del zumo de zanahoria y le pareció buenísimo. Era ligeramente dulce y fresco.
—Todo está muy sabroso, Trelawney. ¿Usted lo preparó?— le halagó con sinceridad.
—¡Oh, no! a mí no se me dá muy bien la cocina. La tarta la compré en el Mercado de Especias; pero el zumo sí, lo hice esta mañana.
Sybill se bebió la copita de jerez de un solo trago y preguntó:
—¿Y su varita?
Hermione se demoró a propósito en masticar el pedacito de tarta que tenía en la boca, luego bebió algo de zumo, mientras pensaba en una inocente mentirilla...
—La olvidé en casa. ¿Por qué lo pregunta?
Trelawney abrió enormemente sus ojos y parecían más grandes de lo que en realidad eran por culpa de sus lentes.
—Pues, porque prácticamente no la he visto usarla desde que nos encontramos —observó Trelawney. —¿Y cómo es que se conduce usted por la vida sin varita?
—Bueno... No piense que todos los días es así. Es solo que, el estrés me vuelve distraída y... Olvido cosas. Incluso las más esenciales, como salir de casa con mí varita o con la billetera, cosas así suelen sucederme.
Respondió Hermione, ocultando que si se conseguía una nueva varita, su esposo lo detectaría en el acto y quién pagaría las consecuencias de eso sería su madre.
—Sí, el estrés ocasiona desequilibrios en una persona, cualquiera sea esta. Y sobre todo cuando no puedes deshacerte de lo que te estresa...— reflexionó la bruja, entendiendo que el esposo de la castaña era la principal razón de su estrés.
Hermione se percató de que su ex profesora algo había vislumbrado, a pesar de sus intentos por esconder los secretos de su vida. Entonces ella decidió cambiar el eje de la conversación:
—Y... ¿A dónde piensa ir? ¿regresará a Escocia? Sí... Si me permite saberlo, claro.
Su ex profesora le contó:
—Sí, regresaré a Escocia. Viviré en el bosque, con mí pareja.
—¡¿Qué?! —exclamó, sin poder disimular su asombro.— ¡¿Usted tiene pareja?!.
Su ex profesora la miró con molestia, del mismo modo como cuando ellas eran profesora y alumna.
—¡Sí! —respondió ofendida —Y contra todo pronóstico que usted,el señorito Potter Y los Weasley dobles hicieron, porque no crea que he olvidado esa apuesta que ustedes hacían sobre que yo nunca conseguiría quien me quiera... ¡Sí!, tengo a alguien que me quiere.
La castaña se sintió avergonzada, porque era verdad: Harry, los gemelos y ella hacían apuestas sobre la vida amorosa de su ex profesora, cuando eran adolescentes. Algo que en la actualidad no le enorgullecía...
—Éramos unos críos inmaduros en ese entonces. Lamento si la ofendí o lastimé de alguna manera sus sentimientos, Sybill.
Trelawney no le dijo nada, pero la perdonó al percibir sinceridad en esas disculpas.
—¿Puedo preguntar quién es él?.
—Firenze. —respondió, con sus mejillas huesudas teñidas de rosa.
Hermione quedó en shock, preguntándose internamente: ¿Cómo es que un centauro y una humana podían?... ¿Cómo hacían para?... La castaña negó con la cabeza para disipar esas preguntas indiscretas que venían a su mente y luego le dijo a su ex profesora:
—Le felicito. Me alegra mucho por usted y le auguro una vida matrimonial maravillosa.
Sybill le sonrió con simpatía y respondió:
—Gracias por sus nobles augurios, señorita Granger, pero yo nunca dije que me casaría con él. Solo que conviviremos,... Sucede que... en nuestra comunidad no existe una legislación que contemple la unión entre humanos y otras especies, en realidad eso no está permitido. Por eso es que él y yo viviremos en el bosque.
—Aaah,...—suspiró Hermione, mientras ponía toda su atención —bueno, de todas maneras, deseo que ambos sean felices y puedan llevar una vida apacible en donde decidan residir.
Sybill sonrió con ternura.
—Gracias, señorita Granger.
Ambas hechiceras terminaron su almuerzo y continuaron hablando, como si nunca hubiesen tenido sus rispideces y diferencias.
—¿Puedo confesarle algo, Hermione? —preguntó Sybill que se sentía un poco afectada por el jerez que había bebido durante el almuerzo.
La castaña no respondió, solo se preparó para escuchar, mientras bebía lo poco que quedaba de zumo en su copa.
—Necesito olvidarlo...
—¿Olvidar a quién? —preguntó curiosa la castaña, mientras se relamía los labios.
—Severus... —confesó Sybill Trelawney.
Hermione levantó ambas cejas con asombro. ¡Eso sí que había sido inesperado!
—El próximo año se cumplirán diez años de su muerte y aún no logro superarlo... Y para completar, ahora lo de mí madre...
Hermione reconoció los ojos de la melancolía en su ex profesora, pero no la interrumpió. Solo prestó sus oídos para que ella se desahogara.
—No sabe cuánto amé a ese hombre, pero Lily Potter lo era todo para él... Todo... Yo jamás tuve una oportunidad...
—¡Pero ahora la tiene! —replicó Hermione, a modo de aliento.
—No...—soltó Trelawney con dolor.
—¡Sí, Sybill! —insistió Hermione —A lo mejor, ahora que usted tiene una relación con Firenze, logra olvidarlo y encuentra en él un amor correspondido.
—No es igual, señorita Granger... —le contradijo Sybill —Firenze...no es él...
Hermione se quedó sin argumentos y solo reflexionó:
—En ese caso, creo que es usted quien debe darse una oportunidad...
Los ojos de Trelawney se posaron en ella, mirándola sin entender.
—Me refiero a que, usted dijo que para Snape, Lily lo era todo y por eso él nunca le dió una oportunidad. También me dijo que Firenze sí la quiere, pero él tiene un pequeño defecto: no es Severus Snape. Y ahora la que está negando una oportunidad a otra persona es usted. Sybill, yo no soy la persona más idónea en temas como este, pero entiendo que la vida le está dando un regalo y ¿Sabe por qué no lo ve?
Trelawney solo la escuchaba, mirándola con atención.
—Porque está deprimida —dijo la castaña, mientras colocaba su mano sobre el hombro de Sybill.— .Yo sé lo que es estar en ese mundo putrefacto, dónde todo pierde sentido y las cosas se vuelven insípidas, y ya nada nos consuela.
Algunas lágrimas rodaron por las mejillas huesudas de Sybill y con la voz estrangulada le dijo a la castaña:
—Tú sí me comprendes...
Ambas se miraron y luego comenzaron a reírse por el surrealismo del momento y porque para sorpresa de ambas, tenían cosas en común.
Cuando las dos cesaron sus risas, Trelawney reflexionó:
—Tal vez, usted tiene razón, señorita Granger, y la vida está dándome esa oportunidad que tiempo atrás tanto pedí... La vida tiene sus cosas, ¿No?... tiene sus vueltas, sus ironías y esa excéntrica generosidad que muchas veces no sabemos entender.
Hermione asintió con la cabeza, mientras jugaba con la copa en la que había bebido, luego agregó:
—¿Ahora lo entiende, Sybill? Si usted le niega esta oportunidad a Firenze, en realidad estaría negándosela a sí misma.
Trelawney se quedó pensativa por varios minutos, mirando fijamente un punto en el suelo. Pero el molesto ruido que hacía Hermione al sorber las últimas gotas de zumo la sacó de sus reflexiones.
—¿Quiere más? —le preguntó la bruja.
—¡Sí! —asintió sonriendo la castaña, mostrando sus dientes anaranjados y con restos de fibras entre ellos —,por favor.
—Enseguida se lo preparo... —respondió Sybill, aguantándose la risa.
Trelawney se levantó de su taburete y fue hasta la pequeña encimera de su cocina. Allí tenía una maquinilla ruidosa con la que extraía el jugo de las zanahorias y después de unos escasos minutos, le entregó a la castaña su copa nuevamente llena.
—Aquí tiene —dijo Trelawney, mientras depositaba la copa frente a su invitada. —. Sí que le gustó, ¿eh?
—Mmm...— respondió ella, bebiendo de la copa por quinta vez.
Cuando dejó de beber por un momento, Hermione tenía un bigote de espuma de color zanahoria. Y Sybill no pudo aguantarse más la carcajada.
—Necesito conseguirme una de esas. —Hermione señaló a la maquinita extractora.
—Tome —le dijo Sybill, acercándole una servilleta—, límpiese, tiene toda la boca anaranjada.
Hermione se limpió y vio como su ex profesora de adivinación se dirigía a lo que parecía ser el cuarto de baño de la planta baja.
La casa era muy pequeña para más de dos personas, pero era muy acogedora y tenía un estilo Shabby chic adorable. Hermione pensó que si su madre viese la casa, seguro quedaría enamorada de ella y sin dudar, se la compraría a Trelawney.
Su ex profesora regresó del baño con un botiquín y se sentó en una mecedora que estaba cubierta por una tela blanca, como los demás muebles.
—¿Quiere que le ayude con eso? —preguntó Hermione.
—Usted ya hizo bastante.—respondió Sybill, depositando el botiquín sobre una mesa ratona que tenía enfrente.
La castaña se levantó de su taburete, llevando su copa de zumo en la mano derecha y sin hacer caso, se sentó en la mesa ratona frente a Trelawney y se dispuso a ayudarle.
—Tengo que decirlo: usted es tenaz, Hermione.
La castaña sonrió, y tomó gasas y un vial del botiquín.
—Limpiaré la herida primero, ¿Está bien? — le dijo a su ex profesora, mientras humedecía una gasa en la poción antiséptica.
La bruja solo asintió, ya que veía que su ex alumna ya había tomado la posta.
Con calma, Hermione limpió y luego desinfectó las heridas de las rodillas de Sybill.
—¿Venderá esta casita? —preguntó Hermione, mientras le atendía.
—No, este módulo no me pertenece ni siquiera le pertenecía a mí madre.
—¿Ah, no?...
—No, los módulos Habitacionales de Krakenwell son propiedad de la fábrica Bells and Hams. Los hermanos Bellingham, dueños de la fábrica, le prestan a sus empleados una residencia para darles comodidad. Mí madre trabajó muchos años para ellos y los Bellingham fueron muy generosos en permitirle vivir aquí hasta sus últimos días. Incluso me ofrecieron que me quedase el tiempo que necesitara, pero yo decliné la oferta porque ya no me hace bien permanecer aquí.
Sin desatender lo que hacía, Hermione la escuchaba y terminaba de colocar unas gasas en la zona herida.
—A propósito, ¿Sabe quién también tiene un módulo habitacional a su disposición en esta costa?
—No —respondió la castaña, mientras fijaba la gasa con cinta de tela —¿Quién más?.
—Remus Lupin.—comentó Trelawney, mientras jugaba con su collar de cuentas de vidrio multicolor y le dedicaba una mirada picarona a su ex alumna.
—¿El profesor Lupin?
—Sí, su profesor Lupin —recalcó con picardía, guiñándole un ojo y jugueteando con su collar de manera coqueta.
Hermione no entendía porque tanta picardía y solo se dedicó a terminar de cubrir las heridas de Trelawney.
—¿Sabe qué tenemos en común Lupin y yo? —preguntó Sybill con una sonrisa divertida.
—Queee:...—Hermione pensó un momento y dijo —ambos fueron profesores en Hogwarts y a los dos les gusta empinar el codo de tanto en tanto.
A Sybill se le borró la pícara sonrisa del rostro, entonces tomó un diario viejo que tenía cerca, lo enrolló y le dió un golpecito en la cabeza a Hermione.
—¡Pero si es la verdad! a los dos les gusta beber mucho. —replicó la castaña, después de recibir el golpe, que en realidad no le había dolido.
—¡No! ¡No era eso a lo que me refería! —soltó con énfasis y luego, adoptando nuevamente su actitud picarona, Sybill le contó: —su profesor, al igual que yo, hace muchos años que está prendado de alguien y no puede sacarla de su mente ¿Tienes idea de quién es Ella?...
—No, la verdad no...— respondió pensativa, y luego agregó:—, pero solo deben ser rumores, la gente siempre habla de más e inventa cosas. El profesor Lupin siempre ha sido un hombre responsable y bondadoso, no me lo imagino siéndole infiel a su esposa ni siquiera con el pensamiento.
Luego de decir aquello, terminó de curar las rodillas de Sybill, y ella le comentó:
—Aaaay, querida, Se ve que tú no tienes ni idea...—Trelawney soltó aquello entre risas traviesas. —Te propongo algo, ¿Qué dices?. Es para agradecerte tu amabilidad.
Hermione guardó algunas cosas en el botiquín y mientras lo hacía, respondió:
—Bueno... sí... ¿por qué no?...
Trelawney dio unos aplausos de algarabía y a la castaña le pareció gracioso ese entusiasmo casi infantil que mostraba su ex profesora.
—Deje eso ahí y venga conmigo.— le pidió Sybill.
Hermione obedeció y dejó el botiquín sobre la mesa ratona, se levantó de allí y siguió a su ex profesora. Caminó con ella por un estrecho pasillo que conducía hasta una escalera al final de este. Subieron al único piso superior del módulo habitacional y allí solo habían dos habitaciones y un baño con tina.
—¡Es por aquí! — le señaló Sybill, abriendo la puerta de una de las habitaciones e ingresó allí rengueando levemente.
Hermione entró siguiéndola y miró el interior de la habitación sin poder ocultar su curiosidad. El cuarto tenía un lustroso piso de madera y en medio había algo inmenso oculto bajo una sábana como los demás muebles del módulo.
—Hace mucho tiempo que quería estrenarlo, pero no encontraba una persona tan escéptica como lo es usted, Hermione (con todo respeto).—explicó Sybill, y luego descubrió aquel artefacto que se escondía bajo la sábana blanca.
El artefacto que había estado oculto, era una especie de mesa extraña que soportaba una cilíndrica cápsula de cristal de dos metros de alto, esta contenía un líquido cristalino similar al agua. Y adherida a dicha mesa, estaban dos cómodas sillas con respaldo y reposabrazos.
—¿Qué es este mamotreto? —preguntó la Leona.
—Usted siempre dice lo que piensa, ¿No, Hermione? —dijo Sybill con los párpados a medio caer.
—Sí —contestó taxativa —¡Siempre!.
Después de suspirar con pesadez, Trelawney le explicó:
—Este artefacto es el Illustro modelo 2002, (cabe aclarar que esta herramienta para clarividentes está un poco desactualizada, pues el año pasado sacaron a la venta un modelo renovado).
Hermione se acercó y rodeó aquella cosa aparatosa que ocupaba casi toda la habitación. Ella lo examinaba de arriba a abajo, dando una vuelta alrededor, como hacen los gatos cuando curiosean algo. Ya solo le faltaba olfatearlo para terminar de verse como una felina cazadora.
—¿Qué opinas? —preguntó Sybill.
—Se ve lujoso y muy innecesario.
A pesar de la cruda sinceridad de su ex alumna, Trelawney se tomó muy bien la opinión y sonrió complacida.
—¡Genial! —exclamó entusiasmada la bruja.
—¿Mmh?— Hermione la miró con intriga.
—Es que este instrumento solo funciona con personas escépticas. Para las personas que sí creen en la adivinación, el Illustro se comporta como un objeto obsoleto.
—¿Y por qué?... "Si es tan maravilloso"...—preguntó Hermione, cruzándose de brazos y mirando con sorna al mencionado aparatejo.
—Porque fue diseñado para personas que necesitan ver para creer. Y usted es perfecta para que pueda usarlo por primera vez...
—¿Nunca lo ha usado?
—No, usted tendrá el honor de ser la primera.
—Y Entonces, ¿Cómo sabe que funciona?.
—Porque el líquido que contiene te lo advierte. Si está cristalino es porque funciona perfectamente; pero si por el contrario, se torna opaco, es porque necesita alguna que otra reparación.
—Mmm...— soltó la castaña con desinterés.
—¿Me hace el honor?...—le pidió Trelawney, haciendo un gentil ademán.
—Yo no creo en estas cosas, Sybill. —respondió rezongando.
—Hermione...
—¿Qué?...
—¡Cállese y siéntese! —ordenó Trelawney, perdiendo un poco la paciencia con ella.
—De acuerdo, lo haré, pero solo para darle el gusto a usted y para demorarme en regresar a casa. —respondió la castaña, tomando asiento en una de las sillas del Illustro.
Hermione notó que en los reposabrazos de su asiento había unas perillas, pero no las tocó.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—Oh, eso es para operar el artefacto, pero eso debo manejarlo yo. Su asiento es este...—le indicó Sybill, mientras posaba sus manos en el respaldo de la otra silla.
Hermione se levantó y fue a ocupar el lugar que le estaba indicando su ex profesora.
—¿Cómoda?.
—Sí, bastante, gracias. —respondió la Leona.
—Bien, ahora...—comenzó explicando Sybill —¿Ve esas argollas adosadas en los reposabrazos de su asiento?
—Sí, ¿Qué debo hacer?.
—Pase sus dedos por cada una de ellas, como si fueran anillos.
—Mmmh —asintió la castaña, obedeciendo —¿Así está bien?
—Perfecto, ahora yo tomaré mí lugar y usted mirará lo que acontezca dentro de la cápsula.
—¿Solo eso debo hacer?
—¿Quién es la clarividente aquí, usted o yo?
—Usted — respondió Hermione, como si estuviese en un examen, obligada a dar la respuesta correcta.
—¡Entonces déjeme hacer mí trabajo, niña!.
—Está bien, ya no diré más...
Trelawney ocupó su lugar y segundos después, aquel líquido cristalino comenzó a emanar un brillo atrayente.
—Solo concéntrese en mirar lo que acontezca dentro de la cápsula. —recalcó Trelawney con voz sedosa.
—En eso estoy.— respondió Hermione bruscamente.
—Sshhhh... —replicó Sybill.
Hermione guardó silencio y sin esperar demasiado de aquel artefacto inútil (según su apreciación), descansó su espalda en el respaldo de la silla y sus ojos chocolate miraron hacia la cápsula, sintiéndose hipnotizada por el vistoso brillo que irradiaba y sin darse cuenta comenzó a relajarse...
Y cuando sus ojos iban a cerrarse involuntariamente por el profundo estado de relajación en el que había caído, unas piedras preciosas aparecieron desde las profundidades de la cápsula.
Al ver aquello, la castaña separó su espalda del respaldo, dando un respingo eléctrico y con la voz agitada exclamó:
—¡Trelawney, veo algo!
—Shhhhh... —respondió Sybill otra vez. —Relájese...
—Estoy relajada.
—¡Relájese más! —ordenó Sybill, con voz de urraca enojada.
Hermione volvió a acomodarse en la silla y miró hacia la cápsula. Esta vez expectante...
Dentro de aquel recipiente traslúcido, comenzaron a aparecer gemas, cristales y piedras preciosas de todo tipo, tamaños y colores.
Poco a poco unos diamantes, cristales, cuarzos rosados y piedras ambarinas conformaron la estatuilla de una niña con alas angelicales y rizos abundantes. La pequeña muñequita hecha de gemas, danzaba felz dentro de la cápsula, revoloteando libremente con sus alas de cristal y sin ocultar su rosado corazón de cuarzo.
—Que tierna...—le dijo Trelawney a Hermione. —Esa estatuilla que ve allí, es la representación suya...
La bruja abandonó su asiento, rodeó la mesa y fue a pararse junto a la castaña, para mirar con ella todo lo que estaba aconteciendo dentro de la cápsula.
Hermione miró a su ex profesora con intriga y Trelawney entendiendo esa mirada, le explicó:
—Mi parte ya está hecha, el resto del trabajo es del Illustro. Lo que debo hacer ahora, es una correcta interpretación de lo que le muestre.
La castaña asintió y nuevamente dirigió su mirada hacia la cápsula con gran concentración...
La pequeña muñeca hecha de piedras preciosas, llevaba entre sus manitos una rosa hecha de rubíes y el tallo de esmeraldas. Ella giraba con su rosa, llena de amor, y la abrazaba con adoración...
—Rosie... —susurró Hermione con sus ojos anegados en lágrimas.
Detrás de la angelical estatuilla y su Rosa, se apareció la imponente figura de un Rey con corona de oro y corazón de carbón. Este le arrebató la rosa y la pulverizó, luego atrapó a la angelical muñequita y fracturó sus alas de cristal.
Trelawney miraba e interpretaba lo que el Illustro estaba enseñando, pero no soltó ni una palabra. Porque era evidente lo que había ocurrido...
La estatuilla de rizos abundantes cayó indefensa con sus alas fracturadas y su corazón de cuarzo rosa fisurado. Cayó sobre un mar de piedras oscuras que por momentos parecían engullirla. La figura del Rey no conforme con el daño que había infligido, le pisó la cabeza a la pequeña de alas rotas, asfixiándola y ejerciendo todo su poderío sobre ella.
Cuando la arrolladora estatuilla del Rey retiró su pie, la miró con sus ojos de zafiro de manera burlona y arrogante, pocisionándose en un plano superior.
La estatuilla de alas rotas intentaba levantarse una y otra vez, pero la figura del Rey volvía a demolerla con sus gigantescos puños. Hasta que la pequeña muñequita creció de tamaño y su cuerpo se cubrió de una armadura hecha de diamantes. Cuando esto sucedió, ambos iniciaron una batalla encarnizada que duró varios minutos.
La figura del Rey intentaba volver a herirla y someterla, pero ya no tenía éxito. La pequeña estaba bien protegida bajó su armadura de diamantes, le daba batalla y le ofrecía resistencia, llevándolo a cansarse y quitándole energía para continuar.
El Rey cayó diezmado y la estatuilla de alas rotas se acercó a él, le quitó la llave dorada que colgaba de su grueso cuello y corrió con ella hasta una puerta dorada.
Sin querer darse por vencido, el Rey dio varios manotazos para retenerla, pero la inteligente muñequita los esquivó con destreza y mientras lo hacía, no abandonaba su tarea de abrir la puerta que la conducía a su libertad. Aquella contienda duró muchos minutos, hasta que la pequeña de armadura de diamantes logró abrir la puerta...
Del otro lado había una escalinata de plata con barandal. En la cima de esta, se encontraba sentado un diablo hecho de rubíes, fumando, y alrededor de él, habían siete serpientes de esmeraldas. De pronto un cuervo hecho de ónix, que estaba sentado en el hombro de aquel diablo, le arrancó los ojos. Y él se retorció de dolor, mostrando cuánto daño le había ocasionado aquel cuervo.
La pequeña de alas rotas quiso socorrerlo: ella intentó subir por las escaleras y algunas de las serpientes enrolladas en el barandal de la misma, quisieron atacarla, pero la figura del Diablo se los impidió. Él se interpuso y les advirtió a las serpientes que no se atrevieran a acercarse a ella y estas, siseando, obedecieron...
El diablo de rubíes, con lengua negra y alas tortuosas, fue a su encuentro. La envolvió con sus alas y le quitó la armadura, pieza por pieza, mientras la estatuilla de alas quebradas se entregaba a él...
Alrededor de ambos se formó una espesa neblina que mutaba del color rojo al color rosa permanentemente. Esa neblina espumosa, cubría lo que ocurría entre ambos, pero algo dejaba entrever de aquella escena apasionada.
Las mejillas de Hermione se tornaron rosadas y sintió mucha incomodidad por la situación y porque además, su ex profesora estaba mirando todo sin perderse ni un detalle...
—Creo que ya he visto suficiente...—soltó avergonzada la castaña.
—Espere, espere, que quiero ver cómo se define esto. —respondió Trelawney, acercándose más y acomodándose los gruesos lentes.
—No, ya es suficiente, además...—buscó un pretexto y lo soltó —, esto es incomprensible para mí.
—Pero no para mí —le contradijo Sybill —, esto está bastante claro: la figura del Diablo, representa el deseo y los placeres de la carne, el romance prohibido. Hay en su vida un hombre que guarda una fuerte pasión por usted, pero... ¿Ve la espesa neblina que se forma alrededor de ambos?
—Sí ¿Eso qué significa?...— la castaña miró a su ex profesora con expectación.
—Que este hombre no está siendo claro consigo mismo, él no se atreve a definir sus sentimientos por usted. El color rosado es la representación del amor por excelencia, mientras que el rojo es el deseo, la lujuria, el apasionamiento y está claro que él tiene mucho de eso por usted. ¡Pero mire bien! el color de esa aura que los envuelve, no se define... Creo que debemos esperar y ver qué sucederá...
Tolerando la incomodidad, Hermione dirigió su mirada a la revelación de su futuro:
Descubrió que aquel Diablo le había restaurado sus alas; y ella a él, sus ojos. Ambos se envolvían entre sí y se ocultaban en la neblina que no paraba de mutar del rojo al rosado. La estatuilla angelical se arqueaba entregada hacia atrás y el Diablo que la sostenía entre sus brazos, abrigándola con sus alas tortuosas, le pasaba su oscura lengua por todo el cuerpo.
Hermione daba gracias que aquella algodonosa neblina que los rodeaba, ocultara la mayor parte de lo que ocurría entre ellos...
Ambas hechiceras esperaron la definición del color de la espesa bruma, pero la espera se hacía larga. Incluso Trelawney que estaba muy interesada en ver el desenlace, se impacientó y exclamó:
—¡Pero!... ¡Decídase, señor Diablo! ¡Decídase!: ¡¿La ama o no la ama?!
—Sybill... —la llamó Hermione con voz apacible.
Trelawney giró su rostro para ponerle atención.
—Ya ha sido suficiente...—Hermione retiró sus dedos de las argollas del reposabrazos, y las gemas regresaron al fondo de la cápsula. —Estoy cansada y ya es hora de que regrese...
—¿Con el tirano? —soltó sin más Trelawney.
La castaña se levantó de su asiento y preguntó:
—¿De quién habla?
—Sabes de quién: Del Rey. —respondió Trelawney y Hermione esquivó su mirada amplificada por los lentes —. La figura del Rey nunca es buena. Un Rey es un tirano, un egocéntrico sin sentimientos hacia los demás. Alguien que subordina sin piedad a cuánto pueda... Aléjese de él, Hermione, usted sabe de quién le hablo.
La castaña estaba parada frente a Sybill, con la mirada perdida en algún lugar y sintiéndose débil, posó sus manos en la silla que antes había ocupado.
—Creo que su estanque de gemas está descompuesto, Trelawney —le contradijo ella, conteniendo las lágrimas.
—Argumente lo que usted quiera, señorita Granger, pero en el fondo una persona siempre es consciente de su realidad, aunque intente engañarse a sí misma.
Hermione la miró sin poder replicar aquello. Porque su ex profesora tenía razón, cada vez que volvía a la jaula de oro, su realidad la golpeaba de manera aplastante, tal cual había hecho la figura del Rey con la pequeña alada.
—Pero lo que vimos, ¡no es mí realidad! ¡No, no lo es!...—rugió la Leona, agitada y dolida, intentando ocultar lo que ya había sido expuesto.—Por ejemplo, yo no conozco a ese hombre diabólico que vimos allí, ¡y tampoco quiero conocerlo! ¡No lo necesito!... ¡Estoy bien así como estoy!... Además, si un "Rey" ya es suficiente para herirme, no quiero ni imaginarme lo que me haría un "Diablo"...
—Cálmese, señorita Granger. Usted no tiene que convencerme de nada. —dijo Sybill, con voz tranquila y depositando su mano en una de las húmedas mejillas de la pecosa leona. —Escúche, la figura del Diablo siempre ha generado mucha controversia. Mas sin embargo, esta figura nunca ha sido bien interpretada...
Antes de continuar su explicación, Sybill secó las lágrimas de la castaña y con bonhomía le detalló:
—Y puede que usted esté en lo cierto y ésta aún no sea su realidad. Pero lo será, el Illustro mostró que es solo cuestión de tiempo para que le haga frente al tirano y se libere de él. Aún eres joven, pero llegarás a la adultez y te harás más fuerte. Y la figura del Diablo no es alguien malo como todos asumen. Él simboliza el fin de algo pernicioso. Un Diablo no es más que un ángel caído al que le han humillado y desterrado, un pillo encantador con una visión picarona de la vida y que sabe bien cómo utilizar su encanto y artimañas para salirse con la suya... Ya ve, Hermione, él y usted comparten algunas similitudes.
Hermione la escuchó y se quedó pensativa por muchos segundos, sintiéndose curiosa, pero a la vez reacia hacia ese diablillo.
Con la voz apagada y su mente exhausta, le anunció a su ex profesora:
—Debo irme ya...
Ambas brujas salieron de la habitación en silencio y bajaron las escaleras sin prisa. Cuando llegaron a la planta baja, la leona buscó las bolsas de compras y se despidió de Trelawney:
—Le agradezco por su hospitalidad, Sybill. Y... le deseo una feliz Navidad y una buena vida.
—Igualmente, señorita Granger.— le correspondió su ex profesora con una sonrisa dulce, y con algo de preocupación, preguntó —¿Qué piensa hacer ahora? Me refiero a ¿Cómo volverá a su casa?
Las dos brujas salieron de la casita y estando en la entrada, la joven respondió:
—Iré a La Hollinería. Tengo entendido por las indicaciones que me dieron, de que es un lugar con cien chimeneas de vía flú.
Trelawney se cerró el abrigo y se abrazó a si misma para resguardarse del frío y mientras lo hacía, asintió:
—¡Oh, sí! Lo olvidé, es que nunca utilizo esa vía. A propósito, ¿Sabe cómo llegar allí?...
Hermione miró hacia el horizonte nevado, para no mostrar sus ojos hinchados y luego de morder su labio de forma pensativa, respondió:
—No lo sé...
—¿Quiere que le acompañe hasta allá? No queda lejos.
La castaña miró las rodillas vendadas de Sybill y se negó.
—Solo dígame cómo llegar. No se preocupe por mí, no me perderé. Además, este pueblo no es muy extenso, ¿No?...
—No, la verdad no...—confirmó Sybill —debe recorrer la calle principal hasta el final para llegar a La Hollinería, la distinguirá porque es una larga construcción como si fuese un pasillo interminable.
Hermione asintió con una leve sonrisa y luego dijo:
—Gracias por todo. Hasta luego, Trelawney.
—A usted, señorita Granger. Solo antes de que se vaya...
La castaña que ya estaba de salida, se volteó y la miró atentamente.
—Cuando se encuentre con ese "Diablo"...¿me lo contará?...
Hermione se sonrió y asintió con la cabeza, aunque internamente no creía que el encuentro con ese ser fuera a ocurrir.
—Seguramente, mañana yo ya no estaré aquí. Así que le enviaré una carta por medio de un fénix para contarle dónde resido, apenas Firenze y yo nos asentemos en algún lugar y así usted sabrá a dónde enviarme su carta, para cuando se encuentre con ese pícaro.
—La verdad es que... No creo que eso ocurra; pero lo haré, si... en caso llega a suceder.
—Sucederá y hay algo más que casi se me olvida decirle, cuando un Diablo se aparece en una ilustración, significa que la suerte empezará a estar de su lado.
—Yo no...
—No cree en esas cosas, ya lo sé.—le interrumpió Sybill.
Hermione le sonrió y se encaminó a la puerta de la cerca enana que rodeaba la casita, y antes de irse se despidió:
—Hasta pronto, Sybill.
—Hasta luego y tenga una Felíz Navidad, señorita Granger.
Hermione asintió con una leve sonrisa en su rostro y se marchó de allí, caminando sin prisa por la vereda de la calle principal.
No tenía ni idea de la hora que era, pero tampoco le importaba...
Iluminada por los rayos de un tímido sol de atardecer, la castaña caminó en dirección norte, cargando sus bolsas de compras y divagando con la mente en un algún recuerdo lejano...
Antes de llegar al final de la calle principal del vecindario de Krakenwell, ya se podía divisar esas luces verdes que se proyectaban desde las chimeneas de La Hollinería. Aquellos rayos se reflejaban en las plomizas nubes, provocando un efecto maravilloso en el cielo. Cómo si hubiera una pequeña aurora boreal sobre el techo de La Hollinería.
Hermione ingresó por la puerta principal de aquel recinto en forma de largo pasillo. A cada lado de este, había chimeneas; y al lado de cada una, había un pequeño dispenser dónde se depositaban cinco sickles y este te entregaba un puñado de polvos flú. Ella introdujo las monedas en la ranura del dispenser y recibió en su mano diestra la cantidad justa para regresar a casa.
Se paró dentro de la chimenea número ocho, y antes de lanzar los polvos y decir su destino, vio a una felíz familia que salía de la chimenea de enfrente, y su corazón se estrujó antes de mencionar:
—Mansión Weasley...
—¡Crookshanks!...—canturreó la castaña al apenas pisar el piso de la sala —¡Ya regresé, fru frú!...
—¡Miaooohh!
Escuchó ella, que le respondían desde la cocina.
Hermione se encaramó hacía allí, mientras le contaba:
—Hoy compré muchas cosas, bebé. ¡Y a qué no te imaginas con quién me he encontrado!
Hermione ingresó en la cocina y encontró a su gato echado en el suelo, en una pose teatral y exageradamente dramática...
—¡Miaaaooh! A cra crao, míau uau uau uau, ¡ah miao! —se quejaba Crookshanks, y la traducción de esos estrambóticos maullidos era: "¡¿Cómo puedes abandonarme así?! ¡Aliméntame! ¡Ámame! ¡¿No ves que estoy desfalleciendo?!"
—No exageres...—dijo Hermione, dejando las bolsas sobre la mesa. —No es como si me hubiese ausentado un mes, Crookshanks... Te traje hígado, como te prometí.
El felino abandonó su postura convaleciente y fue a frotarse en las pantorrillas de su dueña, o como él la veía, su propiedad.
Mientras la castaña se quitaba el abrigo y la bufanda, le contaba:
—Hoy ha sido un día curioso, ¿Sabes?.—Hermione sacó la leche y el pescado y se fue hacia la nevera —Me he encontrado con Sybill Trelawney...
Su gato estaba relamiéndose al sentir el olor del salmón, mientras ella guardaba las cosas dentro del refrigerador.
—No, el salmón no es para ti. Es para preparar lo que llevaré a la Madriguera mañana. —le advirtió la castaña, mientras cerraba la puerta del refrigerador. —Mejor te preparo el hígado. Debes de estar famélico.
Hermione comenzó a desempaquetar la porción de hígado que había comprado y mientras lo hacía, Crookshanks se acercó a ella con un par de sobres en la boca y le empujó con su cabezota para que lo mirase.
—¿Mmh, para mí?... —dijo ella al verlo. Luego le quitó los sobres y abrió uno de ellos.
El primero que leyó era de su esposo. Lo único que decía la nota era:
Hoy no llegaré para cenar, no me esperes.
—Nunca lo hago... —soltó ella y luego lanzó la nota junto con el sobre al cubo de la basura.
Después, abrió el segundo, este era de su madre y la nota era un poco más larga:
Cariño, te extraño demasiado. Como no respondes mis llamadas, decidí enviarte esta carta.
Mi intuición me dice que este año tampoco pasaremos juntas Nochebuena y mucho menos Navidad. Pero si estoy equivocada en mi presentimiento, dímelo y yo te estaré esperando. Pasaré estas fechas en casa de tu tío Alec.
Llámame cuando puedas. Te añora y te ama.
Mamá.
Algunas lágrimas cayeron sobre el papel de la carta. Ella la dejó en la encimera y regresó a su labor de cocinar para su gato.
Crookshanks se sentó a su lado, haciéndole compañía y apoyó su cabeza en la pantorrilla de su propiedad.
Hacía mucho que quería pasar una Navidad con su madre, celebrar algo, o simplemente pasar un poco más de tiempo con ella. Pero Ron, hasta en eso la regulaba.
No iría mañana a La Madriguera porque quería hacerlo, sino porque era su obligación para con "El Rey".
Ni bien comenzó el sonido del chisporroteo de la carne en la sartén, el viejo Crookshanks enloqueció y comenzó a enredarse entre las piernas de ella, ronroneando fuerte.
Luego de cocinar, llevó el hígado a una tablilla y lo picó con mucha habilidad y de forma veloz. Finalmente le sirvió a su gato el falso paté que había preparado para él.
—Bon appétit...—le dijo a Crookshanks, mientras vertía la comida en su plato de cerámica.
El voluminoso felino se dispuso a comer, emitiendo sus habituales ruidos extraños y su sonoro ronroneo.
La castaña se acuclilló a su lado y le rascó detrás de la oreja, mientras le decía:
—Voy a "mí oficina", Crooks. Come sin prisa, nadie te quitará el plato.
Ella se incorporó y escuchó un amortiguado "miau uau uau uau... ruau ruau".
Se lavó las manos y luego se preparó un café. Tomó su taza, la bolsa con las galletitas que Moore le había regalado y su bolsa ruidosa del Bells and Hams. Y cargando todo eso se metió en una pequeña habitación que estaba pegada a la cocina, allí solo había un escritorio, una silla, una pequeña biblioteca y una ventana con vista hacia el paisaje nevado. Esa diminuta habitación escondida tras una puerta de la cocina, era el estudio de Hermione. En ese reducido espacio se pasaba las horas estudiando, investigando y escribiendo. Había sido una ardua tarea para lograr que Ron le permitiese tener ese rincón solo para ella, en dónde podría poner en uso sus facultades mentales.
Se sentó en la silla y depositó las cosas sobre la mesa. De uno de los cajones del escritorio, sacó un cuaderno dónde apuntaba todas las compras que había realizado. Debía registrar desde la compra más banal hasta la más esencial y adherir los tickets de compra. Pues Ron le exigía ese registro para revisar los movimientos que ella hacía y controlar que no hubiese algún "gasto extraño".
Después de terminar esa tarea humillante para ella, le dio un sorbo a su café y tomó el tubo del viejo teléfono a disco que tenía sobre su escritorio y discó el número que bien conocía. El tono de llamada sonaba, mientras ella partía una galletita de jengibre contra la mesa y sentía su corazón latir emocionado. El sonido monótono del teléfono cesó, indicándole que habían respondido a su llamada...
—¿Diga? —respondieron del otro lado.
—Hola, Mamá.
—¡Cariño! ¡Ooooh, mí bebé! —exclamó con algarabía su madre y con dulzura le preguntó —¿Cómo está mí bebé? ¿Cómo está mi nena hermosa?.
—Mamaaá,...—se quejó la castaña con sus mejillas pecosas ruborizadas. —Ya no soy una bebé...
—Eres mi bebé. Siempre lo serás...
Hermione sonrió y respondió:
—Yo también te extraño muchísimo, mamá.
—¡No te creo! No me llamaste en estas dos semanas y tampoco respondiste mis llamadas. Me vi obligada a comunicarme a la antigua contigo y enviarte una carta. Me siento toda una dama del romanticismo...
La castaña soltó unas risitas y su madre continuó:
—¿Estás alimentándote bien? ¿Cómo estás pasando el frío?.
—Estoy bien, mamá. Estoy bien.
—Me preocupa lo de tu metabolismo bajo y tu mala circulación, cariño... Cuando salgas abrígate en exceso, ¿Sí?. Es mejor estar abrigada de más, que pescarse una neumonía viral.
—No te preocupes, mamá, probablemente me muera de otra cosa y no por una neumonía viral.
—¡No hables así! ¡Sabes que lo detesto!
—Lo siento, no te enojes. Dije algo estúpido, perdóname.
—Te perdonaré, si me dices que pasarás la Nochebuena conmigo.
—No podré, mamá. Ya me comprometí con los Weasleys.
—Ah, esos... —soltó con repudio su madre.
—Pero iré a visitarte la mañana de Navidad ¿Me dijiste que estarás en casa del tío Alec, verdad?
—Sí, cariño. Entonces ¿Si vendrás a almorzar con nosotros?.
—Sí, iré. Venderé mí alma alma al Diablo, si es necesario para estar con ustedes pasado mañana.
La madre de la castaña se rió alegre y de pronto, Hermione recordó lo que había visto en el Illustro de Sybill.
—Mamá, tengo que contarte algo...
—¿Has encontrado por fin el amor? ¡Dime que sí, hija!
—¿Eh? No, mamá. No es eso...—la castaña mojaba la galletita en el café, mientras le relataba —Hoy, visité un pueblito costero llamado Krakenwell...
—¿Krakenwell? ¡Que nombre tan curioso! Pero ¿Dónde queda eso? No me suena de nada...
—Es un pueblito al sudeste de aquí, de Inglaterra y me atrevo a decir que la población es cien por ciento Mágica. Por eso es que no lo tienes registrado.
—Debí imaginarlo ¿Y, cariño, qué tal el lugar?.
—Es pintoresco y las casas tienen ese estilo avejentado y con colores pasteles que a ti gusta. Quedarías enamorada del lugar, ¡lo sé! En fin, la cuestión es que compré allí algunas cosas que necesitaba y...¿A qué no sabes con quién me encontré?...
—¡Ay, por dios! ¡No me digas nada!...—exclamó enloquecida su madre y continuó —¡Con Harry Potter! Y te dió un beso apasionado, luego te tomó de la mano y te confesó que te ama. ¡Oh, es el día más feliz de mí vida!
—¡¿Qué?! ¡Mamá, no!. Me encontré con Sybill Trelawney.
—No rompas así mí corazón, hija.
—¡Pero si eres tú la que se ilusiona en vano, mamá!.
—Insisto, cariño. Debiste haberte casado con Harry. Él siempre me gustó para ti. Aunque a estas alturas, ya cualquier hombre me parece ideal para ti y no ese zángano con el que estás.
—Mamá, Harry es mí mejor amigo y está casado, al igual que yo.
—Eso no es impedimento para vivir un amor.
—Querrás decir, para vivir una aventura.
—Si tú un día le devuelves los favores a tu esposo, yo te voy a apoyar incondicionalmente, hija. Él se tiene muy merecido que le pongas una buena cornamenta.
—¡Mamá! Nunca imaginé que me dirías algo como eso... —soltó sorprendida y le dio una mordida a su galletita.
—¿Ahora mismo estás comiendo, cariño?.
—Mmmh...—asintió Hermione con la boca llena.
—Me alegra oír eso.
—Mamá, ¿La recuerdas?...
—¿A quién?...
—A Trelawney.
—¿No era tu profesora de?... ¿Quiromancia?
—No, mamá, de adivinación. Me la encontré en el Mercado del lugar, unos chicos le hicieron caer de bruces y le ayudé a ir hasta su casa porque estaba herida, después me invitó a almorzar con ella. Aún me parece irreal lo que me sucedió hoy... Hermione le dio un sorbo a su café y continuó —Me confesó que todos estos años estuvo enamorada de Severus Snape, ¿Te acuerdas de él?
—¡Sí, como no voy a acordarme de ese viejo tonto que te apodó como insufrible sabelotodo!.
—No le guardes rencor a un difunto, mamá...—dijo entre carcajadas.
—Mmm...— fue lo único que respondió su madre.
—Deberías perdonarlo, porque de forma discreta Snape siempre jugó de nuestra lado y más de una vez nos salvó el pellejo a Harry y a mí. Pero eso no era lo que quería contarte en realidad.
—¿Y qué es? —preguntó con ansiedad su madre.
—Trelawney tiene en su casa un artefacto aparatoso, que sirve para ver el futuro de alguien escéptico.
—¡Oh, no digas más! Ella te mostró tu futuro al lado de Harry. ¡Bendita seas, Trelawney!
—¡Mamá! ¡No!... Y sí...
—¿No o sí?, Cariño...
—No sabría responder...
—MmmMmm,... ¡Relación complicada! Pero esas son las más apasionantes.
Hermione se rió con ganas, era algo clásico de su madre ver las cosas de ese modo.
—Mejor, te lo contaré cuando nos veamos pasado mañana, mamá. Es que es un poco largo de explicar.
—De acuerdo, cariño, pero cuéntamelo con todos los detalles. Siento que por fin mis plegarias han sido escuchadas...—soltó su madre con algarabía.
Hermione casi se atragantaba con el sorbo de café que había dado, y controlando su risa, preguntó:
—¡Esto no me lo creo!... ¿Tú rezas, mamá?
—Últimamente sí, aunque te cueste creerlo. Ruego que se aparezca en tu vida un hombre que te ponga la piel como una fresa y te dé ánimos para abandonar a la porquería de esposo que tienes.
—Eres tremenda, Jean Granger.
—Lo sé, es lo que me hace irresistible —respondió su madre, haciéndola reír más —Y cuéntame, cariño ¿Compraste muchas cosas allá en Krakenwell?
—Más o menos... Empiezo a parecerme a ti, ¿Sabes? compro cosas que no necesito.
Su madre se rió por el comentario.
—Solo por curiosidad, ¿Qué cocinarás para mañana?
—¡Oh! Se te hará agua la boca, mamá, prepararé salmón rosado con salsa de champiñones y para acompañar, ensalada inglesa de espinacas.
—¡Ahora mismo estoy babeando!... Déjalos plantados a esos Weasleys y ven a casa con el salmón, nena.
La castaña se echó hacia atrás en la silla y rió.
—No puedo, mamá... Ya me comprometí. En verdad no puedo...
—Cariño, no me falles, ¿Sí? Ven a casa cuando puedas. Te extraño.
—Yo también, aunque no me creas...—Hermione sintió un nudo ajustándose en su garganta que le dolía —Te amo, mamá.
—Yo te amo mucho más.
—Hasta pronto.
— Hasta pronto, mi bebé.
Ella colgó, antes de largarse a llorar y de que su madre notara lo sensible que se encontraba. Aunque conociendo a su madre, seguramente lo había notado.
En su interior había un dolor teñido de nostalgia, un vacío que no encontraba como erradicar y el fuerte deseo de huir... Ya no importaba dónde, solo ser libre otra vez...
Pero en su oscura vida, no veía ni siquiera un tenue haz luz que la guiara, algo que le ayudara a salir de ese dolor de la pérdida de lo que ya era irrecuperable.
Secó su rostro con furia y luego, con sus dedos recorrió los lomos de los libros de su pequeña biblioteca. Eran libros que pertenecían a la biblioteca de Hogwarts y la actual directora se los había confiado para que los corrigiera. Al haber fallecido Severus Snape, la tarea de corrección de textos la asumió ella. Para ocupar su mente en algo productivo y no en pensamientos homicidas o suicidas.
Tomó uno de ellos y se puso a realizar su tarea, mientras bebía lo que se había convertido en su adicción...
Después de un largo día, la castaña se preparaba para ir a la cama y descansar. Mañana sería otro día, con otra rutina. Mismo infierno.
Sentada frente al espejo del tocador de diseño vintage, cepillaba su cabello para que a la mañana siguiente la tarea fuese menos dura. Ella llevaba puesto su elegante pijama de una pieza y Crookshanks ya se encontraba durmiendo en la cama, hecho un ovillo.
Después de cepillar su rizado cabello, se acostó, cuidando de no golpear a su gato con las piernas, tomó su reloj despertador digital y la programó para que sonara a las seis, luego se recostó y apagó la luz del velador.
Cómo pocas veces le ocurría, se durmió profundamente, sin la necesidad de leer algo antes. Se había cansado bastante.
Por unas horas, durmió plenamente. Hasta que el ruido de la puerta siendo azotada la despertó...
Tardó unos minutos en distinguir qué ocurría y tomar conciencia de su alrededor.
Parecía que Ron había regresado de dónde sea que había estado. Ella miró el radio reloj, eran casi las tres de la mañana, luego escuchó los ruidosos pasos que Ron hacía al subir las escaleras.
Su corazón comenzó a latir a mil por segundo, rogando en silencio que él pasara de ella...
Cerró sus ojos y fingió estar dormida. Escuchó cuando su esposo se aproximó a la habitación y entró sin delicadeza, azotando también esa puerta. También escuchó que renegaba de algo y lanzaba epítetos a alguien...
—Maldita zorra frígida...—insultaba Ron a otra mujer.
Hermione continuaba con sus ojos cerrados, fingiendo, pero escuchaba como su esposo se quitaba el abrigo y luego como se acercó a la cama con furia.
Él tomó a Crookshanks del lomo y el gato se quejó. Solo entonces la castaña abrió sus ojos y vio como Ron le daba una patada a su gato y este luego salió de la habitación asustado.
Cuando Ron volteó, la encontró sentada en la cama y con los ojos encendidos de rabia.
—¡Cuántas veces te dije que no quiero a esa cosa roñosa en la cama! —soltó con desprecio el pelirrojo, pero no la agredió físicamente.
Y la castaña pensó que lo que se venía era algo peor que los golpes...
Ella no respondió y con su cuerpo temblando, se recostó otra vez, suplicando que sus sospechas no fuesen acertadas...
Ron entró al baño y se demoró unos veinte minutos allí. Y aunque ella intentaba volver a dormir tranquila como lo había hecho antes de que él llegara, no lo pudo hacer...
Solo pudo cerrar sus ojos y fingir que dormía.
Escuchó cuando salió del cuarto de baño y luego sintió cuando él se acostó a su lado.
Ella tragó saliva, sintiéndose terriblemente infeliz cuando él posó una mano en su cadera...
—Deja de hacerte la dormida —dijo Ron, soltando su aliento rancio por la bebida.
Ella no quiso voltear ni tampoco responder a las torpes caricias que él le daba.
Su esposo le levantó la falda de su camisón y bruscamente le bajó las bragas hasta la mitad de sus muslos.
Con su labio inferior temblando ella se negó:
—No quiero... Para...
Ron le tapó la boca con una mano y pasó por encima de su voluntad...
Mientras que ella miraba las paredes de la habitación, sollozando y suplicando que todo terminase pronto...
