24 de diciembre de 2007
Llevaba más de una hora sentada en la bañera, dejando que el agua de la regadera le cayera encima para que se llevara por el desagüe la suciedad...
Se sentía así, sucia por haber estado con Ron. Y aún más, porque no lo había consentido.
Se abrazaba a sí misma y escondía su rostro entre las rodillas, sin abrir sus ojos.
Unos violentos golpes en la puerta la sacaron de su remordimiento...
—¡¿Te piensas pasar el maldito día encerrada en el baño?! ¡Sal ahora mismo y empieza a preparar el desayuno! Tengo cosas importantes que hacer fuera y no tengo tiempo para tus crisis, ¡¿me oíste?!
Él reafirmó sus palabras con más golpes en la puerta.
Hermione quería gritarle que la dejara en paz, o que si quería el desayuno, que se lo preparara él mismo o su maravillosa madre... pero como no le quedaba opción, respondió:
—Ahora salgo.
Lo escuchó retirarse y caminar escaleras abajo.
Ella luego salió de la tina, y se abrigó con un grueso albornoz, se puso unas mullidas pantuflas y bajó apurada las escaleras. Luego se vestiría. No quería demorarse más para no hacer enojar al "Rey", y lo que más deseaba era que él se marchara pronto y la dejara en paz.
Cuando entró en la cocina, encontró a su esposo usando una lupa mágica para examinar con ahínco una buena cantidad de folletos y panfletos. Lo notó bastante irritado, como si él no lograra dar con algo...
Ella se abocó a preparar el desayuno: con suma diligencia sacó una sartén, algunas cosas del refrigerador y de las alacenas. Puso la sartén a calentar y en ella comenzó a freír huevos, tocineta, salchichas para desayuno, solo le faltaba agregar las alubias en salsa de tomate. Entonces buscó en una gaveta de la encimera un abrelatas y comenzó a maniobrar para abrir una lata de Heinz Beanz.
Resoplaba molesta, haciendo esfuerzo, porque ni siquiera tenía fuerzas para abrir una estúpida lata de frijoles. Después los agregó en la sartén junto con la salsa de tomates en la que venían. Y mientras eso se hacía, puso a funcionar el tostador.
Con la excusa de que solo quería rebanar la hogaza de pan, la castaña se fue a la mesa, dónde se encontraba Ron, leyendo concentradamente El Profeta. Ella estaba muy curiosa por saber tras qué negocio sucio andaría ahora su esposo. Estaba segura de que algún día toda la información que recaudaba le serviría para hacerlo colapsar.
Simulando que su único interés era terminar de preparar el desayuno, sacó un cuchillo dentado del cajón de la mesa y comenzó a rebanar el pan en una tablilla de madera, mientras le echaba discretas ojeadas a todos los papeles que estaban sobre la mesa...
Para Hermione eran papeles ordinarios, que no contenían nada que realmente mereciera su atención. Entonces pasó su mirada al diario, y el encabezado que leyó la dejó como piedra:
Dicen que el Diablo está en los detalles...
Sin poder evitarlo el cuchillo se le resbaló de la mano e hizo un estruendo al caer sobre la mesa.
Molesto, Ron levantó su vista de lo que leía y en un tono para nada amable le dijo:
—¿Y ahora qué carajos te pasa? Mira la cara que me llevas, parece como si lo hubieras visto a Lucifer en persona.
—Casi me corto con el cuchillo —se excusó ella. Luego tomó las rebanadas que había cortado y se alejó.
Después de poner a tostar el pan, Hermione volteó y volvió a mirar dónde había leído ese encabezado. Pero ya no estaba...
Pestañeó varias veces, y pensó que tal vez solo había sido una absurda coincidencia o una jugada de su mente inquieta, producto del estrés con el que vivía.
Mientras buscaba un plato playo dónde servir todo lo que había preparado, vio por el rabillo del ojo que su gato se acercaba a la entrada de la cocina. Seguramente atraído por el olor de la comida y el chisporroteo de la sartén. Ella giró su rostro para mirarlo e indicarle con la mano que se quedara allí. No era conveniente que entrara, Ron no lo toleraba.
El inteligente gato obedeció a su dueña y se sentó, esperando la señal para poder entrar.
Hermione llevó el plato con el desayuno y las tostadas a la mesa. Ron comenzó a comer sin una pizca de modales, luego la miró y con la boca llena le ordenó:
—¿Te vas a quedar ahí parada mirándome? Siéntate y come algo. ¡Mírate! ya ni tetas tienes. Bueno, por lo menos tu coño sigue siendo estrecho, realmente es el único punto que tienes a tu favor. La putilla cara con la que iba a revolcarme anoche se hizo la demasiado interesante y acabé por dejarla plantada... Recordé que tengo en mí mansión una esposa, poco agraciada, pero que al menos da satisfacción.
Ella se contuvo de responderle... Por un momento, Hermione vislumbró la posibilidad de tomar el cuchillo que estaba sobre la mesa y clavárserlo en la yugular... pero solo apretó su mandíbula y fijó sus ojos en el piso.
Ron malinterpretó su silencio y dijo:
—¿Qué? ¿te vas a poner a llorar ahora? Creí que a estas alturas ya tenías asumido lo de mis "amigas"
—Yo no preparé nada para mí, Ron. Todo lo que hice, lo hice para ti.
—¡Pues cocina entonces! ¿no estarás esperando a que yo te prepare tu comida?
Hermione no le replicó, solo volteó y se fue hasta la encimera. Con las rebanadas de pan que habían sobrado se hizo unas sencillas tostadas y se preparó su acostumbrado café con leche. Después de preparar el sencillo desayuno, se sentó a la mesa.
Solo para fastidiarla, Ron le ordenó:
—Trae el registro de compras. Quiero revisar cada movimiento que hiciste ayer.
Resoplando, ella se levantó y fue a buscar el registro. Entró en su "oficina", lo sacó del cajón del escritorio y regresó a la mesa. Se lo entregó a su esposo en mano y se dispuso a comer sin mucho ánimo, pero él volvió a interrumpirla:
—Hermione, ¿y el zumo?
Lo había olvidado...
—Ahora lo preparo —respondió ella como una autómata.
—"Ahora lo preparo" —se burló de su esposa.
Mientras ella se ponía en la tarea de exprimir un par de naranjas, él la hostigaba:
—¿Quién fue el imbécil que dijo que tú eres la bruja más brillante de nuestros tiempos? Un fan de tu almejita debe de ser para darte un título que te queda muy grande.
Continuó ignorándolo, y le sirvió el vaso de jugo. Finalmente ella se sentó a desayunar.
—¡Cuánto demoras en cocinar! —se quejó Ron —Mi madre cocinaba para todos nosotros. Y sin demorarse más de la cuenta o quemar la comida mucho menos.
Hermione bebía en silencio, como ausente, pero en su interior gritaba: "¡Es fácil cocinar para todo un equipo de quidditch si tienes una varita a tu disposición!"
—Si la bebé hubiese sobrevivido, de igual manera tú la hubieras terminado matando de hambre hasta que le tuvieras la papilla lista.
No lo toleró... No toleró que le tocara la herida que él mismo le había abierto y que ella aún no lograba sanar.
Hermione actuó sin poder frenarse: tomó el vaso y le arrojó el jugo de naranja a la cara.
—¡Rosie no murió de inanición por negligencia mía! ¡Ella murió por tu culpa! ¡Asesino de tu propia hija! —después de gritarlo, ella le estrelló el vaso contra el rostro —¡Maldito, maldito!
Ron se levantó furioso de la silla, la tomó de los cabellos para jalarle la cabeza hacia atrás y con su varita inmovilizó los brazos y piernas de Hermione.
Los ojos de ambos se encontraron y ella reconoció esa mirada asesina que Ron ocultaba ante las cámaras y todos los demás.
—Golpea, vamos golpea —dijo la desafiante Leona —Luego puedes llevarme a La Madriguera como una inferi. Total, nadie notará la diferencia porque a eso me has reducido.
Se notaba que él quería extrangularla, pero apretando los dientes se contuvo.
Ella no quería que lo último que viese sean los ojos azules de su asesino y el de su hija... Hermione cerró los ojos y en su mente solo resonó: Espérame, Rosie.
La brutal golpiza nunca llegó. En su lugar una risa perversa le hizo abrir los ojos.
—Tienes agallas... —asentía Ron y reía —; realmente las tienes...
Él le apuntó a la cara con el dedo índice de manera amenazadora y le dijo:
—Solo te salvas por la cena de esta noche. —Ron aflojó su agarre y la deshechizó —Prepara lo que te pidió mi madre y arréglate bien. Tú te irás a la Madriguera sin mí. Necesito que llegues y entretengas a mis padres porque no llegaré a horario, tengo cosas más importantes que hacer. Tú les dirás a mis padres que no pude llegar temprano porque estoy en un entrenamiento particular, ¿está claro?
Ella asintió, mientras se acariciaba las muñecas dónde las cuerdas invisibles la habían sujetado.
Después de darle las directivas a su esposa, Ron tomó sus cosas de la mesa y se encaramó a la salida. Al pasar, Crookshanks le bufó de manera horrible y le lanzó un arañazo. Y después el felino por poco esquivó la patada que Ron le había lanzado.
—¡Quitaaa! ¡adefesio! —gritó Ron.
Agazapado, Crookshanks entró en la cocina y se subió a los muslos de su dueña.
—No debiste bufarle —le dijo Hermione
Y en su idioma, Crookshanks replicó:
—Y tú tampoco debiste mostrarle tus garras...
Ambos escucharon cuando "El Rey" se marchaba, dejando una momentánea tranquilidad en la casa.
Ella tranquilizó con caricias al erizado Crookshanks y después de unos minutos se levantó de la silla. Lo alimentó y terminó de beber su café. En esos momentos, cayó en cuenta de lo que había sucedido...
Había hecho cabrear muchísimo a Ron, y él no pudo desquitarse de ella. Se rio sola, contenta de haberle devuelto las atenciones a su esposo y de salir ilesa de ello.
Sintiéndose de mejor humor pensó en llamar a su madre, pero recordó que ella no era madrugadora. Entonces decidió que la llamaría por la tarde. Luego recordó que el set de correspondencia que había comprado en el Bells and Hams la esperaba en un cajón de su escritorio y quiso probarlo cuánto antes. Luego cocinaría la cena...
Corriendo entró en su oficina y tomó la bolsa ruidosa de color blanco con el logo y el nombre de la fábrica en dorado. Sacó la caja donde venía el juego de correspondencia, la puso sobre sus muslos y la abrió.
Los sobres, los pequeños pergaminos, las pegatinas y sellos para lacrar tenían los motivos de tiernos ratoncitos escritores. También había una cuchara para cera y un frasco pequeño que contenía pastillas de cera amarilla.
Ella lo dejó todo sobre la mesa y entusiasmada como una niña, sacó un tintero con una pluma.
Tomó uno de los pergaminos del set para escribir su primer deseo y la caricatura de un ratoncito larguirucho con un bastón y gafas oscuras se presentó en su hoja y le habló por una viñeta:
"¡Hola! ¡Gracias por comprar en nuestra tienda oficial del Bells and Hams! Déjame contarte que con tu compra has contribuido a beneficio de los niños y adolescentes damnificados por la segunda guerra mágica. ¡Muchas gracias!
Yo soy Remie, y seré tu instructor guía para que utilices correctamente esta Flying Wishlist.
Estos son los pasos a seguir:
1. Lo primero que debes hacer es pensar en cinco deseos. Tómate tu tiempo, ¿ya los tienes?
2. Una vez que hayas redactado tus deseos, a continuación les colocarás a cada uno una tilde. ¡Porque tus deseos ya han sido cumplidos!
3. Luego meterás el pergamino con tus deseos dentro de uno de los sobres que contiene el set.
4. Para el siguiente paso necesitarás ayuda de un adulto, si eres menor de ocho años. Con mucho cuidado colocarás dos pastillas de cera en la cuchara y la pondrás a calentar a fuego moderado, hasta que la cera se derrita.
5. Por último, vierte la cera sobre la solapa del sobre, séllalo y ¡Listo! ¿sabes? ¡Ahora viene lo divertido!
Si tus deseos están próximos a cumplirse, tu carta se plegará en forma de mariposa; pero si aún falta tiempo para que se materialicen, entonces se plegará en forma de ave. No te desanimes si esto sucede, recuerda que las cosas pueden demorar, ¡pero un buen día van a llegar!
¡Ah! y por cierto, deja las ventanas abiertas..."
Después de dar las instrucciones, el caricaturesco ratoncito se hizo una bolita y rodó hacia una de las esquinas del pergamino, dónde se quedó echado en una pose perezosa.
Hermione sonreía con inocencia, porque cada pasmoso movimiento que esa caricatura había hecho mientras explicaba, le recordaron mucho al profesor Lupin. Y recordó que Trelawney le había comentado que él trabajaba para la fábrica. Entonces tomó la caja y buscó algo que le confirmara que esa caricatura estaba inspirada en él, pero lo que leyó fue el siguiente reconocimiento: Ilustraciones y diseños por Phillip Feathers, caricaturista y apasionado fabricante de plumas.
Dejó la caja a un lado, mojó la pluma en la tinta y pensó en su primer deseo, el problema fue que no sabía lo que quería... después de tantos años se preguntaba a sí misma lo que deseaba...
Y un sentimiento vengativo la embargó, e impulsada por ello iba a escribir su primer deseo, pero el ratoncito interpuso su redonda barriga entre la pluma y el pergamino. Con la pancita manchada de azul, le dijo por una viñeta: "Solo puedes desear cosas que sean saludables para ti o para tus seres queridos."
Hermione se relajó y se quedó mirando a Remie, que se había vuelto a hacer un ovillo para rodar hacia su esquina. Pensó varios minutos, antes de que se le ocurriera escribir dos cosas que deseaba desde hace tiempo, lo primero fue:
Proteger a mí madre.
Y el segundo deseo:
Pasar más tiempo con ella.
Luego miró a la caricatura, y este levantó sus pulgares como aprobación, y luego le sugirió: "¿Por qué no pides algo solo para ti?
Lo tercero que ella deseó fue:
Una varita nueva.
En un primer momento, Hermione creyó que con eso era suficiente, porque no se atrevía a pedir nada más...
Pero el perezoso Remie, intervino una vez más, comunicándose con ella por medio de la viñeta: "Solo te quedan dos deseos, pero todo para ganar..."
Ella lo leyó y en un susurro dijo:
—Qué curioso: es como si me alentaras.
Miró por la empañada ventana de su "oficina". Afuera nevaba demasiado...
Ella volvió su atención a la carta y con ojos llorosos, escribió:
Estar con mi bebé.
Remie le festejó y luego sacó una chocolatina con la que hizo el gesto del brindis, y comenzó a llenarse los mofletes con chocolate.
Con una sonrisa tierna, Hermione tocó a la caricatura para hacerle cosquillas y dijo:
—Sí. Es usted profesor Lupin... —y apretó las llenas mejillas del ratoncito ciego.
Y este, con cara de alelado decía: "OooOoohh"
Hermione dejó de jugar con él y volvió a mojar su pluma en el tintero. Pensó que tal vez lo último que escribiría era el deseo de una adolescente... que ya no tenía sentido desearlo... pero... ¿qué podía perder?
Lo escribió:
Un amor genuino.
Dejó una tilde al lado de cada deseo, como las instrucciones lo indicaban, metió el pergamino en el sobre y sacó de su pequeña biblioteca una vela de vainilla y almendras que le había regalado su madre. La encendió y allí puso a calentar la cuchara que contenía la cera. Después de que la cera se fluidificara, la vertió prolijamente sobre la solapa del sobre y eligió el sello con el diseño de un ratón aullándole a una luna de queso para lacrarlo...
Abrió la ventana de su "oficina" y se quedó observando: ante su expectante mirada, el sobre comenzó a vibrar sobre el escritorio. Los extremos del papel se juntaron para plegarse como una figura de origami hecha por manos invisibles... Finalmente, la forma que adoptó, agitó sus alas preparándose para sobrevolar por la "oficina"
Una mariposa de papel. Que primero revoloteó vigorosa por todo el lugar, y después se posó sobre la nariz de su creadora, abriendo y cerrando sus alas.
Hermione soltó unas lágrimas de emoción y vio a su mariposa marcharse por la ventana que había abierto...
La tarde de ese día en la residencia Lupin...
Con la vista fija en algún punto de la ventana, y con un cigarrillo entre sus picudos labios. El licántropo de ojos descoloridos, planchaba la camisa que pretendía usar esa misma noche.
En el pequeño cuarto de lavandería de la casa de los Lupin, el humo del cigarrillo se confundía con el vapor que la plancha producía cada vez que Remus aplicaba agua y calor en simultáneo.
Luego de depositar la plancha en un costado de la mesa, pasaba sus manos por sobre la tela, buscando pliegues en ella y cuando percibía alguna imperfección, volvía a emprolijarla y a pasar la plancha con calma, sin prisa, como si el tiempo fuese su aliado.
Y en verdad, él no tenía ningún apuro. Apenas iban a ser las cinco de la tarde. Todavía faltaban cuatro horas para que fuera con Teddy a pasar esa Nochebuena en La Madriguera...
Su lobo se agitó al pensar en ello...
Aunque por fuera Remus parecía estar tranquilo, y mostraba una aparente serenidad, la verdad es que se sentía muy excitado. Sabía que ella también estaría en la cena de Navidad.
Después de tantos años, volvería a escuchar su voz...
A sentir el olor de su piel...
Y con suerte, podría intercambiar unas palabras con ella, o encontrar alguna excusa para robarle una caricia, sin dar indicios de su deseo.
El licántropo soltó un gruñido al imaginar cómo se sentiría tocar su piel...
Para calmar sus ánimos, Remus dejó la plancha en un costado de la mesa, y buscó a tientas su varita, cuando la encontró, encendió la radio que estaba en una repisa colocada detrás de él.
Escuchar música le ayudaría a distraerse de esos pensamientos que lo estaban estimulando demasiado...
Él continuó con su labor de planchar la camisa, mientras escuchaba el especial de Navidad de Bobby Tricket.
Las risas que provenían de la radio, le hicieron saber que Bobby se había mandado uno de esos chistes subidos de tono que tanto lo caracterizaban. Cuando las risas cesaron, Bobby agregó:
—Por favor, llamen a la radio y coméntenos. ¿Cómo piensan pasar su navidad, mis cerditos sexys?... —Bobby hizo su clásica pausa antes de lanzar su típica "bomba" —¿Piensan pasarla bien, o en familia?
Remus rompió en una carcajada, casi escupiendo el cigarrillo. El licántropo sabía bien a qué se refería su locutor favorito...
Después de secarse las lágrimas que había soltado por reírse tanto, Remus apagó lo que quedaba del cigarro en el cenicero de cerámica. El que Teddy le había hecho el año pasado en su clase de arte.
—¡Venga, Billy! —le ordenó Bobby a su Dj —Pon una canción. Ponme algo nostálgico, que tengo ganas de bailotear.
Los primeros sones de una vieja canción comenzaron a escucharse en la radio. Una canción que Remus recordaba, había sido un éxito en el verano del '86.
—Cerditos míos, si ustedes son de los que su carne ya no se cocina con el primer hervor, y están casi pisando los cincuenta, seguro recordarán esta banda.
—Claro que sí, Bobby. Claro que sí...— respondió Remus y luego le dio un sorbo a su taza de té.
—Pero, si por el contrario, tú eres un cochinillo de carne tierna, y que corre peligro de formar parte del menú de la cena esta noche... Te cuento que Scotch, fue una de las Bandas más icónicas del género Italodisco en la salvaje década de los '80. Y aunque, esta banda italiana no cuenta con un amplio trabajo discográfico, cada una de sus pocas canciones fueron éxitos veraniegos en toda Europa. Les dejo escuchando: Mirage... de Scotch.
Remus bebía su taza de té, mientras escuchaba la radio: la canción sonaba como una perfecta combinación de nostalgia y alegría.
Él tanteó con su mano derecha sobre la mesa de planchar, rozó el cenicero, su varita, y el mango de la plancha hasta que encontró un espacio donde depositar la taza. La dejó en aquel costado de la mesa con todas las demás cosas que había tocado. Tarareando un poco, tomó la camisa y volvió a acomodarla. Ahora debía hacer lo que menos le gustaba: planchar las mangas.
Claro que podía usar su varita facilitarse el trabajo, pero él prefería hacerlo por su cuenta. La frase que se había convertido en el "eslogan" de su vida era Puedo hacerlo solo. Y la satisfacción de saberse útil, era superior a cualquier dificultad que se le presentase.
Sujetó el mango de la plancha y siguiendo la línea que había marcado en la tela, el licántropo le dio los toques finales a su labor con su clásica parsimonia, mientras se daba el lujo de cantar suavemente la letra de la canción.
Estaba solo en casa. Teddy y su esposa habían salido hace unas cuantas horas para realizar compras de último momento; así que él no molestaría a nadie con sus aullidos...
—Stasera la luna, ci porterà fortuna la luna —cantó suavemente Remus al unísono con Vince Lancini —Stasera la luna Ci porterà fortuna, la luna... Ci porterà...
El licántropo no sabía italiano ni siquiera tenía tenía nociones de ese idioma; y por lo tanto, él no se daba una idea de lo que estaba repitiendo, pero lo que sí sabía, es que definitivamente, esa era su parte favorita de la canción.
—¡Ya estás cantando esas cosas viejas! —dijo una voz burlona e infantil desde la puerta.
—¡Teddy! —exclamó sorprendido, luego soltó unas risas y dijo —Perdón, creí que estaba solo en casa...
Teddy corrió hacia él y se colgó del cuello de su padre, demostrándole todo su cariño de manera torpe (como siempre lo hacía).
Remus lo abrazó y preguntó:
—¿Hace mucho regresaron? la verdad es que no los escuché llegar.
Teddy se separó de él y respondió:
—¡Pues claro! Cómo te ibas a enterar de que llegamos, si tú estabas escuchando esos vejestorios que solo a ti te gustan.
—Hijo mío, esas canciones no son vejestorios...No, no, no,...no, no, no— negaba Remus, mientras movía rítmicamente el dedo índice.
Teddy reía al ver a su padre hacer aquello, y mientras lo escuchaba, se quitaba el gorro de lana, revelando su cabello anaranjado.
—Esas canciones, Teddy, son clásicos. Son joyitas.
—Sí, papá, tienes razón. Son joyitas... Joyitas de la tatarabuela, jajaja.
Teddy largaba carcajadas, sujetándose con ambos brazos el abdomen.
Remus sonrió al escucharlo reír, y retomando su tarea, le dijo, fingiendo sentirse ofendido:
—Ríete, Ríete de tu padre... ¡Mis nietos me vengarán! Cuando te digan:"Oh, oh, qué cosas más feas y viejas te gustan, papá".
Teddy paró de reír y replicó:
—¡No! ¡No!. Eso no me va a pasar a mí porque yo soy, y siempre seré un Vanguardista.
—Me has dejado sin palabras, Teddy...
—¡Ah! Te ha gustado eso, ¿No, papá?.
—Me ha gustado, me ha gustado. Y cuéntame, ¿Te divertiste comprando con mamá?.
—Más o menos... —respondió el pequeño de nueve años, ladeando su cabeza —¡Papá! No te imaginas la inmensa cantidad de gente que hay en las calles y en las tiendas, sobre todo en las tiendas. Apenas sí se puede caminar...
—Mmh...— Remus asintió con simpleza.
—¿Y sabes lo que hice, aprovechando el amontonamiento?...
El licántropo detectó un tono de picardía en esa pregunta.
—¿Qué hiciste, Teddy?
—Mamá y yo estábamos en una fila del supermercado, y delante nuestro había un hombre que no paraba de mirarle el culo a una chica que estaba frente a él. Como mamá no estaba atenta a mí, pasé por entre las piernas de ese hombre ¡y le di una palmada en el culo a esa chica!...
—¡¿Cómo?! —exclamó Remus, sin poder disimular su diversión.
—La chica se dio vuelta y ¡le dio al tipo un mordisco en la nariz!
Remus se cubrió la cara con ambas manos, mientras se partía de la risa.
—Él le juraba que había sido yo, pero ella no le creía, y lo insultaba y le golpeaba con la cartera.
—Y a todo esto... ¿Tú madre que hizo?.
—Después de pagar, cuando salimos del supermercado, ella me regañó de lo lindo, y me dijo: "¡Teddy! ¡A ver si ya te comportas! ¡Eres igual de baboso y pervertido que tu padre!".
El pequeño imitó a la perfección la voz de su madre y eso hizo reír aún más a su papá.
—Y yo le respondí a mamá: "Sí, sí, Soy un pervertido como mí padre, a mucha honra; ¿Y qué con eso?".—remató su relato, mientras su cabello se volvía del mismo tono castaño claro de su papá.
—No, de eso nada...
—¿Qué cosa, papá? ¿De que tú no eres un depravado?.
—No, de que, yo no le hubiese palmeado el culo sin pedirle su autorización.
Teddy largó una tremenda risotada y volvió a colgarse del cuello de su papá. Padre e hijo se abrazaban, riendo socarronamente de sus tonterías de hombres...
Luego, el pequeño pícaro miró de reojo la camisa que estaba sobre la mesa de planchar y separándose un poco de él, le preguntó:
—¿Piensas ponerte eso, papá?.
—Sí, ¿Por?...
—¿Qué quieres hacer? ¿Usurparle el puesto al arbolito de Navidad?.
—Pero ¿Por qué me dices eso, Teddy? ¿Es que no te gusta como le queda el verde a tu viejo?.
—Te queda mejor el Azul, pá...— respondió con sinceridad, poniendo sus manitos en los brazos de Remus. —Además, esta es la camisa que te pones a veces para ir a trabajar. Creo que deberías estrenar algo esta noche, ¿Por qué no te pones la camisa azul que te regaló mí padrino?
—No lo sé, Teddy... Esa camisa es muy cara, y a mí me gustan mis habituales harapos.
—¡Vamos, papá! Ponte esa camisa, ¡Así iremos los dos a tono! Pienso llevar mí cabello y mis ojos de color azul; y además, a ti te sienta bien ese color.
Remus sonrió y accedió:
—Está bien, señor de la Vanguardia. Tú ganas, trae esa camisa, ahora tendré que plancharla a esa también.
—Sí, papá. Ya verás, no te arrepentirás, las nenas se van a volver todas locas por ti...
—¿Cuáles nenas, hijo? ¿De qué hablas?... —el licántropo se sonrojó y agregó —Ve y trae lo que te pedí . Y de paso, trae también lo que tú te pondrás.
—¡Sí! —respondió con energía y salió corriendo a toda prisa.
Mientras esperaba a Teddy en el cuarto de lavandería, Remus buscaba a tientas la cajetilla de cigarrillos, dónde creía haberla dejado. Al no encontrarla, tomó su varita e iba a usar un accio, cuando la voz fría de Nymphadora le saludó desde la puerta:
—Hola...
—Hola, Dora. —le saludó sin voltear hacia ella.
La tensión entre ambos podía cortarse con el filo de un alfiler...
En las últimas semanas, el matrimonio se la había pasado peleando y discutiendo.
¿Las razones?... la metamorfomaga quería pasar esa Nochebuena en la actual Mansión Malfoy, junto a su madre, su tía Narcissa y Draco. Pero Remus no quería tener que convivir con ellos ni aunque fuese algo momentáneo. Ya estaba bastante cansado de recibir los solapados y elaborados insultos de esa gente, cada Navidad.
Y Como si fuese un ángel salvador, Molly Weasley apareció para invitarlos a él y a Teddy a pasar esa noche vieja en su humilde hogar.
Y por supuesto, dónde fuera Remus, iría Teddy.
A Nymphadora no le molestaba que su hijo quisiera pasar tiempo con su papá. Le molestaba que su esposo no quisiera pasar tiempo con ella, pero esa en realidad no era la única razón de su ira...
—Una vez más te estás saliendo con la tuya, ¿No, Remus?. Debes estar muy satisfecho —soltó ella, con veneno en su voz.
—Oh, aquí vamos otra vez... —dijo el licántropo muy cansado. Luego tomó su varita y apagó la radio.
—¡Si, sí! Aquí vamos otra vez. ¡Porque tú no quieres entrar en razón!
Teddy, vuelve pronto y rescátame de esto, hijo mío, pensaba el licántropo, mientras una vez más, la escuchaba despotricar.
—Esta es una fecha para pasarla en familia ¡¿Y tú te vas con los Weasley?! ¡Tú estás chocheando ya! —se burló de su esposo —¿Me puedes decir, qué parentesco tenemos con ellos?
—¿De verdad lo preguntas, Dora? ¿De verdad?... Harry es el padrino de nuestro hijo, tú eres la madrina de Albus Severus. Y te lo recuerdo, Dora, por si ya lo olvidaste, Molly te salvó la vida en batalla; y nada más y nada menos, que de las pezuñas de la misma mujer que a mí me dejó ciego. Que no tenemos parentesco, ¿Dices?. ¡Venga ya, mujer! ¡Cuéntame otra! Que eres mejor humorista que Bobby Tricket.
—Tú sabes que yo no me llevo bien con Molly, y además ella a mí no me invitó —replicó su esposa, cruzándose de brazos —Y tampoco me importa mucho, ¡es más! le agradezco que no me haya invitado. No me interesa estar escuchando sus delirios de cómo ser una "maravillosa ama de casa", "una madre ejemplar" y esas canciones melosas que pone cada año. Canciones que solo a una persona lamentable y deprimente podrían gustarle... ¡Fíjate! dos cualidades que tú tienes en abundancia, Remus.
—Gracias por los cumplidos —respondió él sin mosquearse. —A propósito, nunca me explicaste qué fue lo que sucedió entre ustedes dos ¿por qué tú y Molly dejaron de ser amigas?.
—Nunca fuimos amigas —contestó de manera tajante —.Y cuánto más lejos esté de esa cerda, mejor.
—Ella te salvó la vida, Dora —dijo su esposo con voz grave.
—¡Y ya se lo agradecí! ¿Qué más quieres? ¡¿Que le haga un monumento?!.
—No, pero... No entiendo porqué le insultas. Y si yo estuviese en tu lugar, la trataría con deferencia, como mínimo; porque lo merece. Pero es evidente que tú y yo no compartimos el mismo pensamiento.
—¿Pensamiento?... ¿Cuál pensamiento, Remus? ¡Si tú no tienes capacidad para pensar ya! Las pocas neuronas que tenías y que te funcionaban, las quemaste todas con tus cigarrillos.
—Hablando de eso ¿Has visto dónde los dejé?...—preguntó él con excesiva calma.
—No puedo creerlo... ¡No puedo creerlo! —soltó furiosa al ver lo pasmado que era su esposo.
—¿Están peleando otra vez? —preguntó Teddy desde la puerta, cargando con ambos brazos la ropa que había ido a buscar.
—No, Teddy... Solo... —respondió Remus sin creerse ni a sí mismo —¿Por qué demoraste tanto?.
—¡Oh, eso! Es que, tuve que hacer una expedición dentro de tu guardarropas, papá, porque dejaste la camisa en el fondo de todo. Como para que ni tú mismo la encuentres.
—Sí, eso es muy propio de tu padre, hijo. Él suele esconder cosas en lo más profundo... —Dora lanzó esa indirecta
—Sí, estaban peleando... —dijo Teddy, pero está vez con certeza. —Mamá, ¿Por qué no vienes con nosotros? Y así se acaban de una vez todas estas discusiones sin sentido.
Nymphadora puso un rostro de reprobación absoluta y Remus, entre risas le dijo a su esposa:
—¿Escuchaste eso? Nuestro hijo tiene más madurez que nosotros dos juntos.
—Solo es un niño. ¿Qué puede saber él?
Escucharla decir aquello molestó mucho al licántropo. Le molestaba más eso; que los insultos que ella le dedicaba a diario.
—Teddy, ¿Le harías un favor a tu viejo?...
—Claro que sí, pá. ¿Qué quieres que haga? ¡Tú solo pídelo!
—Cuelga aquí las camisas. —dijo señalando un tendedero plegable que tenía al lado.
Teddy obedeció y dejó las prendas en aquel sitio.
—¿Y no te molesta si te pido otro favor?
Teddy sonrió, se cruzó de brazos, y adoptando una actitud adulta, respondió:
—Te escucho.
—¿Prepararías el té? —Remus hizo levitar su taza hasta ubicarla dónde provenía la voz de Teddy —Me gustaría merendar ahora mismo contigo.
Su hijo tomó la taza y su cabello adoptó el color amarillo brillante, cómo cada vez que algo le entusiasmaba o le ponía de buen ánimo.
—Y si quieres, puedes hacer tu sandwich favorito para acompañar el té.
— ¡Sí! ¡Sí! ¡Mermelada con mantequilla de maní! —Teddy tragó la saliva que se le había acumulado en la boca y agregó— Tú espérame, que cuando yo tenga lista la merienda, vendré a buscarte, papá.
El pequeño picarón salió corriendo del cuarto, sujetando la taza con su mano hábil, la izquierda. Otra característica que también había heredado de su padre.
Cuando Remus percibió que su hijo se encontraba lejos, tan lejos como para no ser escuchados, solo entonces él se autorizó a hablar:
—Nymphadora, a mí puedes llamarme descerebrado, gilipollas, estúpido, inútil y todo lo que se te venga en gana. Pero a Teddy no, a él no le subestimes. Yo tolero que te metas conmigo todo lo que tú quieras; pero con él no.
De forma silenciosa, la metamorfomaga empuñó su varita, y aguardó...
—Remus —dijo ella, fingiendo amabilidad en su voz —, te lo pido por última vez, por favor, excúsate con Molly, dile que no podrán ir, invéntate cualquier excusa, tú eres bueno para eso. Y ven conmigo. Lo único que quiero es que estemos los tres juntos, como lo hemos estado haciendo cada Navidad...
Remus la escuchaba y percibía en la voz de su esposa algo que no terminaba de convencerle y mucho menos de agradarle. Pero aún así le prestaba atención, mientras que con un accio, atraía la tan ansiada cigarrera.
—¿Por qué tiene que ser diferente este año? —continuaba diciendo ella. —Te pusiste a pensar qué clase de ejemplo le estamos dando a Teddy, yendo tú por tu lado y yo por el mío...
Remus encendió un cigarrillo, y comenzó a fumarlo con calma.
—Solo creo que no deberíamos separarnos esta noche y... ¡¿Me estás escuchando?! —preguntó ella, empezando a perder los estribos.
Remus exhaló un poco de humo y respondió:
—Perfectamente.
—Porque siento que no me estás prestando atención. Y que solo estás ahí, ocupado en ser la chimenea inerte de siempre.
No había cosa que irritase más a la metamorfomaga, que lo alelado que se mostraba Remus.
—Dora, ya te dije que sí te estoy escuchando, sí te escucho. Es más, antes de que tú llegaras, yo estaba aquí de lo más feliz y tranquilo, escuchando la radio, planchando un poco, fumándome un cigarrito... y todo eso al mismo tiempo. Ya ves, aún me funcionan las neuronas de la coordinación, eso sí, no me pidas hacer más de tres cosas porque ahí me complicas la existencia.
Esa diversión en la voz de su esposo, la enardeció y la metamorfomaga abandonó su falsa ecuanimidad:
—¡Apreciaría mucho que tuvieses el detalle de disimular frente a mí!—gritó Nymphadora.
El licántropo comenzaba a sentir un punzante dolor gestándose en el fondo de su cabeza, así que optó por no responder, como hacía cada vez que consideraba que ya había sido suficiente. Pero su esposa no lo veía del mismo modo, ella continuaba hostigándolo:
—¡Ya ni disimulas!... ¡No tienes ni la sutileza de disimular!... Ahora mismo podrían llover bolas de fuego allá afuera, pero a ti, ¡ni te importa! ¿Verdad, Remus? ¡Porque nada ni nadie te puede arruinar la noche!
La voz de la metamorfomaga parecía golpearlo con cada palabra. Pero él continuó en su postura de no discutir, y en silencio, tomó las prendas de su hijo y retomó su trabajo de planchar.
—Y ahora... La clásica tuya ¿No, Remus?: "no respondo, no escucho, básicamente no me interesa tu vida, Dora" —soltó ella con acritud, mientras lo veía planchar y fumar.
—Dora... me está empezando a doler la cabeza y si te soy sincero, no sé de qué hablas; no sé qué es lo que tengo que disimular...
—¡Tu felicidad por volver a encontrarte con ella! —rugió, sin poder callarlo por más tiempo.
Remus quedó petrificado, eso no se lo esperaba... Nymphadora lo sabía, sabía quién era ella...
—¿Desde cuándo lo sabes?
La metamorfomaga soltó una risa burlona, que se intensificó al ver el rostro alelado de Remus.
—Deja de burlarte y responde, Nymphadora.
—Lo sé, desde el mismo día en que perdiste la vista —mintió —. Ella es la razón por la que te quedaste ciego, y aún así sigues amándola...
—¿Qué locuras estás diciendo? —la interrumpió él —¡¿Qué locuras estás diciendo, Nymphadora?! ¡Por el amor prohibido de San David! ¿Tú te escuchas cuando hablas, mujer?... ¡¿ Cómo puedes culpar a?!... Culparla a Ella, ¡cuando fue tu tía la que me hizo esto! —el licántropo señaló sus propios ojos muertos.
—¡¿Qué fue lo que nos dijo Kingsley?! ¿Lo recuerdas? —preguntó Dora, refiriéndose al día de la Batalla en Hogwarts —¿Recuerdas lo que nos ordenó?... ¿No lo recuerdas? Pues yo te lo recordaré: "¡No rompan filas! ¡No rompan filas!" eso nos ordenó. ¿Y tú qué hiciste?... ¡Desobedeciste!. Desobedeciste ¡y saliste corriendo tras ella!
—Para ya... —le pidió Remus con una voz quebrada, pero su esposa no le escuchó.
Ella arremetió más:
—¡Corriste tras ella como su perro faldero! Nunca olvidaré el día en que te fuiste con la excusa de que ibas a ayudar a Harry a encontrar los horrocruxes. "Sí, claro, como no" ¡Mentiras! Tú te fuiste para estar con ella ¡Y yo estaba embarazada! ¡Ni siquiera te importó Teddy, solo te importó ¡ir tras el coño de esa sangre sucia!...
—¡Basta ya!... ¡detente!...
Los ojos claros de Remus se anegaron en lágrimas. El licántropo lo recordó todo...
Recordó como el instinto protector de su lobo lo había empujado a ir tras ella:
Cuando vio que Dolohov iba a segar la vida de la Leona, Remus interfirió, salvándola y cubriéndola, para que pudiera seguir su camino al lado de Harry y de su actual esposo.
—Niégalo ahora, Remus. Di que no fue así, ahora di que son alucinaciones mías... y que Hermione no existe. —Dora se burló una vez más —Di que Hermione es producto de mis delirios.
Esa era la primera vez, en diez años de matrimonio, que se dejaba explícita la identidad de ella. La mujer que volvía loco al licántropo y que tiraba por culo la vida matrimonial de la metamorfomaga...
—¿Recuerdas cuando me dijiste?... Qué creías que todo lo que te había sucedido, tal vez te lo tenías merecido, ¡Pues ya deja de planteártelo, Remus! Porque yo te lo puedo asegurar: ¡Te lo mereces! ¡te lo tienes bien merecido! ¡Por haber perseguido a tu adorada sangre sucia!.
—No puedo creer lo que escucho... ¿Tú?... ¿tú celebras que me haya quedado ciego, Nymphadora?...
Su esposa no respondió, y bien dice el refrán: Que quien calla, otorga.
La metamorfomaga no sabía que acababa de cometer un grave error, no se daba cuenta de lo que había hecho. Y ese error, le costaría el inicio del fin de su matrimonio...
—Es la verdad, tú te lo buscaste, y lo que ahora tienes, te lo mereces —ratificó su postura la metamorfomaga
—Te juro, Dora, que esta es la primera vez en estos diez años que llevamos de casados que siento miedo de ti. Lo sabías, y lo callaste, por años... Y además festejas, celebras lo que yo sufrí. De verdad que siento miedo de ti, porque haces que me pregunte: ¿Qué otras cosas me escondes?
—¡Tú no tienes cara para horrorizarte de mí! Eso es como si el Conde Drácula se horrorizase de una triste sanguijuela —le interrumpió ella —¡Eres tú el que oculta cosas!
—¡Pero yo no celebro tu mal! —enfatizó el licántropo.
—No, porque eres tú y la asquerosa sangre sucia las causas de mi mal...
—Entonces si tanto daño te hago, ¡pídeme el divorcio de una puñetera vez!
—¡NUNCA!... ¡¿Escuchaste, Remus?! ¡Nunca te lo pediré! ¡Métete eso en tu paupérrimo cerebro! —rugió Nymphadora, mientras sujetaba peligrosamente su varita. —¡¿Piensas que te haré la solicitud de divorcio así sin más?! para que tú la apruebes felizmente, y luego te vayas corriendo a arrojarte a los brazos de tu amada Leona... ¡Ni estando bajo un imperio te pediré el divorcio! ¡¿Me has oído, lobo imbécil?!
El cabello de la metamorfomaga se había tintado de un color rojo intenso, como un fuego devastador.
—Me acusas a mí de esconderte cosas... —soltó ofendida —Cuando tú no has hecho más que... amarla a ella en silencio, ¡Por diez malditos años! ¡A ella! ella, que nunca te vio ni siquiera en cuenta te tiene... ¡Para ella solo existe Weasley y nadie más!. ¿Cuándo vas a entenderlo?... ¡Yo! ¡Yo soy la que estuvo a tu lado todos estos años soportándote! ¡tolerando tus vicios y tus mañas de lobo viejo!; ¡y no ella!...
—Sí, es verdad. Tú estuviste todos estos años a mi lado. Para burlarte de mi escaso intelecto, de mi inutilidad y para disfrutar de verme sufrir. "¡Vaya! Qué afortunado me siento de tenerte a mi lado, Dora" —ironizó Remus con un nudo en la garganta que no le dejaba respirar bien. —Yo no estoy enamorado de ella, te lo he dicho demasiadas veces ya... y eres tú la que no entiende eso.
Nymphadora se ofendió por lo último que dijo su esposo y retomando su postura agresiva, volvió arremeter contra él:
—Ya deja de negarlo, ¡Deja de negarlo! Tantos años babeando por ella, trayéndola con el pensamiento para ponerla entre nosotros y todavía dices: "No, no estoy enamorado" ¡Aprende a mentir, imbécil!... ¡¿En serio piensas que me vas a engañar y a tomarme el pelo otra vez?!
—No te miento, Nymphadora. Digo la verdad, ¡en verdad yo no la amo!
La metamorfomaga soltó una carcajada siniestra, pensando que Remus le tomaba por estúpida, tal cual ella lo hacía con él. Después de reírse, Dora le recordó cosas que a Remus le lastimaba rememorar:
—Te fuiste corriendo tras ella cuando yo estaba embarazada, Remus. Me abandonaste, NOS... abandonaste, a Teddy y a mí.
Y ahí estaba ella, hurgando la culpa de su esposo por millonésima vez...
—Ni la vida de tu hijo que venía en camino te importó. Solo te importó perseguirla. Cómo si ella fuese a notarte alguna vez... ¿Y así quieres convencerme de que no la amas?
—Ya te pedí perdón por eso, Dora... Te pedí perdón...y también a Teddy, aunque él ni siquiera sabe de lo que le hablo. Pero me disculpé ¡Y no volví a hacerlo!... No volví a abandonarlos. Y Ya sé, ya entendí. Tú nunca me vas a perdonar, pero eso, a esta altura... ya ni me importa... Lo que me importa es estar para mí hijo y que cuando él necesite de la mierda de su padre ¡la mierda de su padre esté ahí para él!... Porque ¡Sí! ¡Sí! ¡soy una mierda!...pero una mierda que se responsabiliza de sus actos... O al menos eso intento.
Remus sintió que su dolor de cabeza comenzaba a intensificarse, entonces apagó el cigarrillo dentro del cenicero. Y con la voz quebrada, le dijo a su esposa:
—Sé que esto... Esto es en vano, pero... Volveré a decirlo, volveré a pedirlo: Lo siento... perdón. Lamento haberme desaparecido cuando estabas embarazada, lamento mucho esa cobardía que tuve. Pero no volverá a pasar, no voy a abandonar a mi hijo. La única forma en que yo lo abandone es que estire la pata. Y hasta en ese momento, de seguro te la apañaras para decirle a nuestro Teddy: "Mira, hijo. El mierdas de tu padre volvió a abandonarte, ese irresponsable tuvo que venir a morirse"...
Remus tragó saliva y luego terminó por decirle a su esposa:
—Lamento mucho lo que hice, pero no es lo único de lo que me lamento, no... Lamento haberme casado contigo. Jamás debí cometer el error de decirte sí. Yo solo debí asumir mi paternidad; y no lo de ser tu pareja. Pero... ¿De qué sirve lamentarse? Cuando no se puede borrar lo que ya está hecho.
Eso último, hirió profundamente a la metamorfomaga, pero no la abatió. Porque si de herir sentimientos se trataba, Nymphadora era ampliamente superior respecto de él...
Ella le apuntó con su varita, sabiendo que él no tendría oportunidad de defenderse. Quería hacerle pagar por lo que le había dicho, y por (según lo que Dora creía) mentirle en la cara. Pero desistió de hacerlo, y se le ocurrió una idea...
Bajó su varita, y entendió que había una mejor manera de herirlo:
—Nunca te había escuchado decir tantas verdades juntas, Remus; ¿Sabes algo? ¿Sabes qué es lo que más me gusta de todo esto? Es que, a tu modo, admites las cosas... Pero aunque yo te liberara y te pidiese el divorcio; ella no te va a mirar, no te va amar nunca como lo hago yo, eso es seguro. No te va a tolerar todo lo que yo sí. ¿Y sabes por qué?...
—Ya no quiero continuar con esto... —dijo él, en defensa propia.
—Sí, sí lo sabes... Sabes bien que tú no estás a su altura. Qué ella es demasiado para ti. Solo mírate, bueno... (Si pudieras hacerlo, claro) una mujer como ella, jamás se fijaría en ti. Eres demasiado viejo y cargas con demasiadas fallas. ¿Cómo una mujer como ella, podría enamorarse de alguien como tú? Cuando ya tiene a alguien a su lado que le provee de todo lo que tú nunca, nunca podrás.
La respiración agitada del licántropo anticipaba la inminente explosión de su fuerte carácter...
—Sigue soñando, Remus, sigue soñando ¡Que sé que lo haces! Sigue soñando con que algún día, ella corresponderá tu amor.
Eso fue todo, eso fue lo que terminó por colmarle la paciencia:
—Por... No sé qué número de vez, Nymphadora... No estoy enamorado de ella. ¡No estoy enamorado!... —su respiración era irregular, y al no poder tranquilizar a su lobo posesivo, cada palabra nació de él como un rugido pasional —¡¿Y qué si ella no me ama?! ¡Me da igual que no me ame! Si lo único que quiero es que se entregue a mí... ¡sueño con poseerla! Con tenerla encima mío o debajo mío. ¡Solo Quiero hundirme entre sus piernas y descargarme en ella hasta quedarme seco!... ¡Es lo que tanto he deseado todos estos años! Incluso mucho antes de que tú irrumpieras en mi vida, ¡Mujer pesada y fastidiosa!
Los rugidos del licántropo habían sido tan fuertes que hasta Teddy, que estaba en la cocina, los escuchó. El deseo que Remus expresó en palabras rugidas, estaba tan cargado de sentimientos que hasta el Universo escuchó.
Nymphadora sintió como si él le hubiese abofeteado con cada palabra. Pero ella no se quedó callada, al contrario, la metamorfomaga fue la que se quedó con la última palabra:
—Sí... creo que ahora entiendo: Si le confesabas a ella todo eso que acabas de decirme, Hermione te hubiese hechizado, te hubiera mandado a la mierda, y no solo eso, hubiera sentido asco de ti. En el fondo, sabes bien que te rechazará. Así que, puedes ir tranquilo a La Madriguera con Teddy. Yo no tengo de qué preocuparme: por un lado, tú no tienes el valor para afrontar su rechazo; y por otro, ella no tiene el mal gusto que yo sí... Luego me cuentas, si Hermione tiene ojos para un viejo ciego...
Después de dar la última puñalada con sus palabras, Nymphadora se marchó, dejando a Remus con el autoestima ultrajada...
