El joven Gohan observó atónito el rostro de su padre mientras trataba de hacerse cargo de aquella situación desesperada. Cell estaba a punto de implosionarse, y con él, el resto del mundo. No había salvación, o por lo menos ninguna que no implicase un sacrificio; en este caso, el de su padre. Son Goku pretendía usar la Transmisión Instantánea y llevarse a aquel enemigo lejos de sus amigos, compartiendo el mismo destino que aquel horrendo ser que los había sentenciado. Una lágrima se deslizó veloz por la mejilla de Gohan, intuyendo de antemano las intenciones de su padre, y su corazón pareció golpearlo cual martillo. No, no podía dejar que eso ocurriese, no otra vez, no por su culpa por tanta arrogancia en batalla. La expresión del joven cambió, dejando atrás la tristeza y tiznándose sus facciones de pura rabia; rabia por Célula, enfado por los sacrificios reiterados de su padre, ira para consigo mismo por no estar a su altura. Así pues, se alzó del suelo con fiereza y rapidez en un fugaz salto con el que desapareció en el aire.
Desde la perspectiva de Goku, quien hasta hacía poco dirigía la mirada hacia sus amigos, y de éstos al joven, le bastó un parpadeo para percatarse de que su hijo se encontraba suspendido en el aire frente a él, desafiante, y apenas se le concedieron unas milésimas de tregua antes de recibir una patada en el costado que lo mandaría junto al resto de guerreros Z. Esquirlas doradas se desvanecieron desde su cabello conforme el Son salía despedido y se desmayaba, retornando a su estado base; tal poder y destreza en el golpe evidenció para los demás que el hijo pretendía que el padre no regresase a la batalla, que él se haría cargo de la situación.
Cell por su parte lo miró atónito, ya en las últimas y dispuesto a volarse en mil pedazos, cuando vislumbró cómo una esfera de energía a modo de cúpula encerraba a ambos contrincantes, Gohan y él mismo, en un espacio más que reducido. Ambas miradas se cruzaron, la de Cell apavorida, la de Gohan con una fulminante y triste decisión. Éste último apretó los puños momentos antes de que su cuerpo empezase a brillar con un aura dorada que al bioandroide se le antojó una nueva barrera, una que no resistiría tanto como la cúpula, pero que intuía le haría ganar unos preciosos segundos al saiyan en su nueva estrategia:
—¡No! ¡Niño estúpido!... ¡No lo lograrás! —Los primeros estertores del villano dieron comienzo a ambas explosiones, la propia y la que Gohan empezó a desatar desde su cuerpo. Lo último que vio Cell fue un extraño y fugaz destello carmesí en los ojos del híbrido; lo último que escuchó fue un salvaje grito que no olvidaría ni siquiera en el Infierno por el resto de la eternidad.
En el exterior de aquella vorágine de poder, los demás guerreros contemplaban cómo aquella esfera de energía hacía estragos por contenerse a sí misma. El suelo se resquebrajaba, las nubes se desvanecían, y el viento era tal que nadie era capaz de permanecer en su posición, saliendo despedidos a una distancia considerable. Finalmente, la esfera se resquebrajó cual cáscara de huevo, primero a jirones, emergiendo de aquellas fisuras haces de luz fulminantes, para finalmente desatar una explosión que, si bien no se comparaba a la amenaza inicial del villano, logró destruir todo atisbo del lugar con los últimos resquicios de energía de ambos contrincantes. La cuadrilla de guerreros habían logrado escapar de ser engullidos por aquella colosal amenaza, no por mucho realmente, y tan solo se detuvieron cuando dejaron de sentir los kis del bioandroide y de su aliado. Habían desaparecido, los dos, sin dejar rastro alguno. Los ánimos, pues, estaban devastados pese a la inesperada victoria. Gohan había salvado el mundo y a los suyos, aun habiendo pagado con su propia vida. Quién lo hubiese dicho de aquel pequeño con cola que lloraba constantemente unos años atrás.
—¡Gohan, no! —gritó su maestro Piccolo en darse cuenta, más afectado de lo que le hubiese gustado admitir. Observó de reojo a Goku, inconsciente todavía, y a Krillin al otro lado de éste, pues le había ayudado a cargarlo lejos de la explosión. Ambos tensaron la mandíbula, intuyendo lo destrozado que se sentiría el saiyan cuando recibiese la noticia; y qué decir de su esposa. En cuanto fuese posible lo revivirían con las esferas del dragón y lo colmarían de elogios como el héroe que era.
—¡Preparaos! ¡Cell podría volver en cualquier momento! —anunció Vegeta, precavido, mas sin creerse tan siquiera sus propias palabras. El hijo de su rival había hecho un buen trabajo, ninguna célula había logrado escapar a aquel encuentro, pero la mente del príncipe guerrero se negaba a aceptar que aquel niño, un descendiente de un saiyan de clase baja, había tenido que lidiar con todo cuando él había sido incapaz. Ni tan siquiera su hijo, sangre de su sangre, había dado la talla pese al duro entrenamiento al que se sometieron en la Cámara del Tiempo Hiperbólico. Si más no, debía concederle a Gohan el respeto que se merecía; a sus ojos se había convertido en un gran guerrero.
—Deberíamos... —empezó Ten Shin Han, tan solo para ser interrumpido al segundo por el saiyan puro:
—Ya sabéis qué hay que hacer —espetó, cortante, con rabia—, no es momento para lloriquear. —La tensión del ambiente era más que palpable. Tien lo dejó pasar, sabiendo lo afectados que estaban todos aquel momento, y simplemente asintió. Acordaron separarse y buscar las bolas de dragón para reunirlas en el palacio de Kami cuando fuese el momento. Entretanto, Piccolo y Krillin llevaron al saiyan de anaranjado uniforme a su casa, temerosos ahora por la reacción de Chi-chi. Vegeta, por su parte, también partió en seguida, seguido de su hijo bien de cerca, separándose del resto del grupo.
En un lugar muy alejado, y tras la paz que ofreció el final de aquella explosión, Gohan abrió los ojos con pesadez. Frente a él, unas oscuras alas, un augurio de muerte para quien las contemplase. Las reconoció al instante: Célula. Gritó estupefacto y dio un par de pasos hacia atrás, su cuerpo en tensión, y observó sus alrededores con desconcierto. ¿Qué era aquel lugar? ¿Cuándo habían llegado a un edificio, si estaban en mitad de la nada? ¿Cómo habían logrado sobrevivir?
—Te felicito, chico, no creía que tuvieses las suficientes agallas, y mucho menos que fueses capaz de vencerme. —El Son miró a su enemigo con dudas, en especial en ver aquella aureola sobre la cabeza de la que ahora hacía gala el que estaba frente a sí. Alzó la vista para confirmar su teoría; sí, él tenía otra. El más alto, mirando de reojo a sus espaldas, esbozó una pequeña sonrisa en contemplar la expresión del pequeño: —Supongo que te subestimé, o que el Dr. Gero no tuvo en cuenta algún que otro parámetro. Viejo estúpido... —El joven híbrido, pese a que escuchaba sus palabras, focalizaba más su atención a la fila de gente que había al lado opuesto de Cell, que se dirigían todas hacia un gran escritorio, coronado por un rojizo y gigantesco ser con cuernos. Era inconfundible, debía de tratarse del Rey Enma, juez de los difuntos.
Gohan parecía haber enmudecido, y contemplaba a su adversario con recelo sin pasar por alto que éste conservaba su última forma. Al parecer, haber expulsado a C18 no le suponía un problema en el Otro Mundo, o quizás habría logrado conservar ese estado mediante alguna técnica o similares. Aun con todo, allí plantado, parecía exageradamente tranquilo, no por bondad, sino porque ya no tenía caso seguir combatiendo.
—Debiste haber escuchado mis advertencias, Célula —espetó, recibiendo tan solo una pequeña risotada del contrario, quien seguía esperando pacientemente en la fila sin dignarse siquiera a girarse por completo, fruto de su rabia y orgullo herido—. Ninguno de los dos estaríamos aquí si hubieses atendido a razones...
—Culpo a mis células de Vegeta por ello. —Se excusó, encogiéndose de hombros. —No te preocupes, Gohan, tú seguro que estarás de vuelta en muy poco tiempo. —Con un tono algo más lúgubre, auguró: —Y yo ya encontraré la manera de vengarme de vosotros. Que no te quepa duda al respecto. —La amenaza de Cell cayó en saco roto para sus oídos, y es que él no estaba tan convencido tampoco sobre si regresar tan pronto, no por falta de ganas por parte de sus compañeros, sino porque aquel evento había reconducido la mentalidad del saiyan hacia nuevas ideas. Si bien siempre había deseado ser un erudito y estudiante, había tardado toda una vida en comprender que aquello, quizás, no era para él, y que su potencial quizás sería desperdiciado si no lo empleaba para combatir a amenazas como la que tenían ahora enfrente. Había acabado con él, sí, ¿pero cuándo habría una nueva amenaza? ¿Y qué pasaría cuando su padre, Vegeta o los demás ya no pudiesen combatir? ¿No le correspondería a él tomar aquel relevo?
—No sé si es buena idea... —comentó, desviando la mirada, más para sí mismo que para el monstruo que tenía enfrente. Éste lo miró de reojo, extrañado, alzando una ceja. Debía corroerle la culpa por dejarse guiar por su orgullo en lugar de acabar con él cuando llevaba las de ganar, o eso supuso en ver a aquel muchacho, cabizbajo.
Como habían predicho, no pasaría demasiado tiempo hasta que los cielos se tornasen oscuros y el eterno dragón Shenron se alzase imponente de nuevo frente a los guerreros Z. Esperaban con ansias el retorno de su compañero, mas los rojizos orbes de aquel místico ser no se iluminaron como de costumbre. En su lugar, con una voz poderosa, les reveló:
—Aquel a los que mencionáis no desea ser devuelto a la vida por el momento. No os puedo conceder tal deseo. —Aquella noticia no tenía sentido alguno, ¿por qué iba a negarse? ¿Acaso el dragón se estaba negando a sus peticiones?
—¡Ya lo tengo! Debe de haber decidido entrenar con Kaito, como hizo Goku hace años —sugirió Krillin. Aun con todo, éste último, al igual que Piccolo, no las tenían todas consigo. El Son ya había logrado cualquier objetivo que el entrenamiento con el Kaiō-sama del Norte pudiese brindarle, conocimientos que bien podría transmitirle él mismo allí en la Tierra. Debía de haber otra explicación.
—Es posible —mencionó nuestro héroe, alzando la vista al cielo, como si allí viese a su hijo. Sonrió levemente—. Confío en él. Si así lo quiere, es que es lo mejor. —Ya lidiaría él con su esposa cuando se lo explicase. Aun con todo, tenía ganas de ver a su descendiente de nuevo, aunque fuese para expresarle lo orgulloso que estaba de él. —¿Qué tramas, hijo? —susurró para sí mismo.
