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Después de perder de vista a lady Tsunade, se volvió a sentar. La corriente de emociones competía con las aguas frente a ella. Había tenido a la mujer que le gustaba recostada en su regazo, acariciándola con ternura; y, para su asombro, lady Tsunade se había sentido tan tranquila junto a ella que hasta se había quedado dormida.
Se llevó la mano a la mejilla; era la segunda vez que la Hokage la besaba, y el hormigueo en su piel aún persistía. No podía evitar que su corazón latiera más rápido ni que en su pecho se encendiera esa calidez cada vez que estaba con ella. No obstante, a pesar de sus sentimientos, también se alegraba de haber hecho algo por ella, de haberle regalado un momento de paz.
Se detuvo a reflexionar por un instante. Quizás esa era la forma en que podía retribuirle todo lo que aquella mujer había hecho por ella.
Puso en práctica su teoría, días después, cuando le tocó la revisión trimestral. En el momento en que atravesó la puerta del cuarto de hospital, reconoció la expresión de estrés de lady Tsunade: el ceño fruncido y los hombros rígidos mientras se mordía la uña del pulgar.
Pasaron por todas las preguntas de rutina y el examen físico.
—¿El chakra púrpura ha vuelto a manifestarse? —le preguntó lady Tsunade mientras volvía a su silla.
—No, milady. —Se estaba poniendo la camisa—. Kenji no me ha vuelto a sacar de quicio —trató de bromear, pero la Hokage no sonrió.
—Todo está normal. Estás sana. —Cogió la historia clínica y empezó a tomar apuntes.
Athena la observó.
—Milady, ¿se encuentra bien?
Lady Tsunade alzó la mirada.
—Sí, solo he tenido mucho trabajo.
Normalmente, aceptaría esa respuesta: su timidez no le habría permitido indagar más. Sin embargo, si deseaba serle útil a la Hokage, debía ser más valiente.
Se acercó a ella.
—La noto un poco tensa.
Lady Tsunade se pellizcó el puente de la nariz.
—No es nada, Athena. Solo son las responsabilidades.
—¿Hay algo que pueda hacer por usted?
La Hokage negó con la cabeza.
—Son situaciones de la aldea y esas cosas. Estaré de mejor humor en cuanto logre encargarme de unos asuntos.
Athena no se dejó amedrentar. Tomó aire y preguntó:
—Milady, ¿sería muy atrevido de mi parte si le pidiera un abrazo?
Lady Tsunade pareció reflexionar sobre eso por unos segundos, luego se puso de pie y la envolvió en sus brazos.
Athena suspiró. El calor del cuerpo de aquella mujer siempre era un bálsamo para su corazón. Con cuidado, le rodeó la cintura y trató de apagar sus propias sensaciones; no lo estaba haciendo para su deleite, sino para confortar a lady Tsunade.
Comenzó a subir y bajar las manos por la espalda de la Hokage, con suavidad, sin prisa. Con cada caricia podía sentir que la mujer se relajaba gradualmente e incluso se acercaba más a ella en busca de confort. Athena cerró los ojos e invocó a todos los dioses de los que había oído para que su cuerpo no reaccionara.
El espacio entre ellas desapareció por completo; podía sentir cada contorno del cuerpo de lady Tsunade contra el suyo. Con un repentino torbellino de emociones encontradas, decidió que no podía permitir que la situación continuara de esa manera; no era correcto ni respetuoso que se sintiera de esa manera. Dio un paso atrás y, ante la mirada confundida de lady Tsunade, le acunó la mejilla con ternura y se inclinó para darle un beso en la sien. El gesto inesperado hizo que la Hokage jadease de sorpresa.
—G-gracias por el abrazo, milady. Ah, y por la revisión —dijo con una reverencia. Luego se dio la vuelta y salió de la habitación antes de que lady Tsunade pudiera leerle los pensamientos en el rostro.
La presión arterial de Tsunade iba en aumento, con su conocimiento en medicina era capaz de leer cada una de las manifestaciones y procesos de su cuerpo. Alguna otra persona con su mismo temperamento ya habría muerto de un ataque al corazón. Menos mal, ella era casi inmortal.
Toda la semana había sido una pesadilla: misiones, un asalto cerca de la aldea, la reunión con uno de los embajadores del señor del feudal, las críticas de los consejeros, etc. El único momento de paz que había experimentado había sido aquella vez en los brazos de Athena.
Ese pensamiento la hizo pausar en el documento que estaba firmando. Siempre había sabido que disfrutaba de la compañía de la chica, pero ahora que lo analizaba, cuando estaba con ella, podía desprenderse un poco de su papel como Hokage.
Un carraspeo la trajo de vuelta a la realidad. Levantó la mirada hacia Shizune. Su asistente se encontraba a su lado, con rostro compungido y gotas de sudor resbalándole por las sienes. A veces sentía lástima por la muchacha, era la que más tenía que soportar su carácter explosivo.
—Lady Tsunade, los consejeros insisten en que...
Tsunade no la dejó terminar.
—Ya sé lo que quieren esas bolsas de huesos, pero están muy equivocados si creen que me van a manipular como al Tercero. —Le dio un golpe al escritorio.
Alguien tocó la puerta, y Tsunade se pasó la mano por el rostro con impotencia. Seguramente otro problema que arreglar.
—¡Adelante! —gritó.
La puerta se abrió para darle paso a Athena. Justo ese día, de todos los días, le había dado por aparecer, cuando Tsunade quería partir su escritorio en dos.
La chica pausó a medio camino para observarla, luego su mirada se dirigió hacia Shizune.
—Athena, ahora no tengo tiempo —dijo Tsunade con tono mordaz—. Si es algo urgente, escúpelo de una vez, si no, vuelve más tarde.
Vio cómo la chica se encogía. Normalmente, no era así de tajante con ella, pero había poco por hacer cuando su mal humor estallaba.
Athena tragó saliva, se paró más derecha y volvió a mirar a Shizune.
—¿Me regala un momento a solas con la Hokage, por favor?
La expresión de su asistente contenía confusión y alivio a la vez. Asintió y, prácticamente, salió corriendo de la oficina con Tonton en los brazos.
Tsunade apretó la mandíbula.
—¿Acaso no escuchaste lo que te acabo de decir? —gruñó.
—L-la escuché perfectamente, milady —respondió, acercándose más a ella—. Pero tengo que hacerle una petición con urgencia.
—Bien, bien, pero hazlo rápido —e hizo un gesto de «desembucha de una vez» con la mano.
Athena la miró con vacilación.
—U-un abrazo, milady.
La impertinencia de esa chica no tenía límites. Tsunade estaba dividida entre echarla de su oficina o apretujarla en sus brazos hasta que no hubiese un mañana. Se levantó de golpe y prácticamente se abalanzó sobre ella.
—Eres una mocosa insolente —le murmuró contra el hombro.
—U-una mocosa que adora sus abrazos —le susurró ella de vuelta.
¿De verdad? Pues daba la casualidad de que ella también disfrutaba de los de Athena.
La apretó con más fuerza. Y, como aquella vez en el hospital, la chica comenzó a acariciarle la espalda y luego los costados, mostrándose cada vez más audaz en sus gestos.
Escondió el rostro en el cuello de Athena. En momentos como ese, era un poco más consciente de la diferencia de estatura; solo eran unos centímetros, pero que le daban a la chica una apariencia más imponente, a pesar de su juventud y semblante amable. Tsunade se sentía... ¿Cómo decirlo? ¿Protegida? No, ella no era una mujer débil como para sentirse de esa manera. Quizás ¿apoyada? Sí, eso era. Athena entendía sus responsabilidades y emociones; además, a pesar de su mal genio, no se había dejado intimidar y le había pedido lo que deseaba.
Eso la hizo parar en seco. Athena casi nunca había iniciado el contacto físico por más que lo deseara —Tsunade se lo había visto en la mirada muchas veces—, entonces, ¿por qué...?
—Esto es por mí, ¿no es así? —le preguntó al oído.
Athena pausó sus caricias. Se demoró en responder.
—Sí, he notado que puedo servirle de calmante.
Tsunade se rio entre dientes.
—Tonta, eso suena como si fueras un medicamento o algo así. —Apoyó la frente en el hombro de la chica—. Tú me haces sentir bien. Me brindas calma. —Levantó la cabeza y le besó el cuello—. Me gusta cómo me acaricias.
Athena se tensó ligeramente, lo suficiente para que Tsunade creyera haber dicho algo inoportuno. Sin embargo, al notar la respiración más rápida de la chica, su cerebro al fin se puso al día con lo que había dicho y la connotación que podría haber tenido. Aunque, si era sincera, la connotación era verdadera.
Athena salió de entre sus brazos y, al instante, Tsunade se sintió vacía. Miró a la chica para preguntarle si todo estaba bien, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta. El rostro de Athena estaba sonrojado y sus pupilas dilatadas, haciendo que sus ojos cafés se vieran incluso más oscuros.
Tsunade fue testigo de cómo las facciones de Athena se transformaban en deseo puro, sin máscaras ni censura. Tenía una mirada incluso más intensa que la de esa noche en la cocina de Hana. Sin embargo, el lado respetuoso y caballeroso de la chica resurgió; se aclaró la garganta y, con voz entrecortada, dijo:
—M-me disculpo, milady, p-pero hoy la emoción me está superando. Será mejor que me vaya. —Y sin esperar repuesta, giró sobre sus talones y salió de la oficina.
Tsunade se llevó la mano al pecho, tenía el corazón desbocado. Dios, era casi ilegal que una chica de 22 años pudiera afectarla de esa manera.
