34

Las pasiones de Athena se desataron a partir de ese día. A la ternura y el calor en su pecho se le sumó el fuego abrasador en su vientre. Los labios de la Hokage en su cuello y el susurro de aquellas palabras abrieron una compuerta en su interior para la cual no estaba preparada. Luchó en vano por varios días para acallar esos pensamientos —era impropio que deseara a su amiga y superior de esa manera—, pero al final se rompió.

Una noche, después de llegar de una misión, se acostó en la cama y le dio rienda suelta a sus deseos. La habitación se llenó de suspiros y anhelos contenidos mientras, con los ojos cerrados, visualizaba cada detalle: el aroma embriagador de lady Tsunade, el sabor de sus labios, el tacto de su piel suave y cálida, el sonido de su risa baja y ronca en su oído. Se permitió sentirlo todo, cada caricia imaginaria, cada beso robado en su fantasía.

Su mente le trajo la imagen de ese famoso escote pronunciado. Cómo se moría por pasar la lengua por aquellas clavículas mientras acariciaba sus pechos. El mero pensamiento de la reacción que provocaría en lady Tsunade le envío una descarga eléctrica por el cuerpo que desembocó en su centro. No soportó más, prácticamente se arrancó los pantalones y la ropa interior, pasó los dedos suavemente por su humedad y jadeó al imaginar que eran los de lady Tsunade. Se tocó hasta que se creyó satisfecha mientras susurraba el nombre de la mujer de sus quimeras. Luego se quedó mirando el techo, con el corazón aún acelerado y el cuerpo tembloroso.

Al día siguiente, cuando entró a la oficina con sus compañeros de equipo, descubrió que no podía sostenerle la miraba a la Hokage. Se sentía culpable, pues creía que, de alguna manera, había manchado su amistad. Había traspasado los límites.

Se había visto tan distraída durante la reunión, que, mientras iban saliendo de la mansión, Ren le preguntó:

—¿Volviste a pelear con la Hokage?

—Claro que no —respondió extrañada—. ¿Por qué lo preguntas?

Ren se sobó el mentón.

—Es que había cierta tensión en el ambiente. Tú ni la mirabas; ella parecía normal, pero de vez en cuando, te echaba una miradita. —Hizo una pausa y su rostro se iluminó—. ¡No me digas que ya estuvieron juntas!

Athena abrió mucho los ojos.

—¡Por supuesto que no! —contestó, espantada—. Ya sabes que ella solo me ve como amiga. —Agachó la cabeza—. Es solo que mis sentimientos han crecido y no sé qué hacer con ellos.

En ese momento, Aya se les unió.

—¿Qué pasa, Athena? ¿Y esa cara larga?

Ren respondió por ella:

—Ah, lo mismo de siempre: mal de amores.

Aya le puso la mano en el hombro a Athena.

—Esos amores imposibles son los peores. Matan lentamente. Lo siento mucho.

Athena solo asintió y esbozó una sonrisa triste.

—Oye —continuó Aya—, mañana te invito a hacer algo de chicas. ¿Qué dices? No me comparo con una Hokage, pero quizás pueda subirte el ánimo.

Ren se quedó boquiabierto.

—Oye, espero que no te le estés insinuando, porque Kenji la mataría.

La chica lo miró confundida. Después, cayó en cuenta de cómo habían sonado sus palabras y se sonrojó.

—No, no —se apresuró—. Me refería a que con un poco de distracción quizás ya no piense tanto en ella. Tú me entendiste, ¿verdad, Athena?

Ver a su compañera nerviosa le sacó una leve carcajada.

—No te preocupes, que lo comprendí a la perfección.

Aya suspiró aliviada.

—Mañana a las 6 de la tarde. ¿Listo?

Athena asintió. Esos chicos estaban acercándose cada vez más a su corazón.


Athena estaba esperando a Aya, no tenía ni idea de adónde irían, pues su compañera había sido muy enigmática al respecto.

Resultó que quería que entraran a las aguas termales.

—Vamos, Athena, no seas aguafiestas.

Athena nunca había ido a uno. La sola idea de estar desnuda frente a otras personas le generaba ansiedad.

—Pero...

—Es tu regalo de cumpleaños.

Athena entrecerró los ojos.

—¿Cómo sabes la fecha de mi cumpleaños?

Aya se encogió de hombros.

—Como ninja médico del equipo, tengo acceso a las historias clínicas de mis compañeros. Ahí la vi.

—Aaah. Oye, te lo agradezco mucho, en serio, pero...

—Allí nadie te va a mirar —insistió su compañera—. Además, hoy solo está disponible para los ninjas. No seremos muchos.

—Aya... —bajó la cabeza avergonzada—, ¿y no te incomodaría estar ahí conmigo?

La chica ladeó la cabeza confundida.

—Es que... —continuó Athena— en mi aldea, las chicas no querían estar cerca de mí por...

—Pero ¿qué clase de cavernícolas te rodeaban? —Sus ojos brillaban de indignación—. Ambas somos chicas, tenemos lo mismo, y no he conocido persona más respetuosa que tú. El hecho de que te gusten las mujeres no quiere decir que vayas por ahí comiéndotelas a todas con la mirada —Su expresión se suavizó—. No te preocupes, Athena, contigo nunca me he sentido incómoda.

Athena respiró aliviada. Eso la hizo sacar valentía y aceptar la invitación.

—Vamos —sonrió.

Su compañera había tenido razón, casi no había nadie. En el vestidor, se quitaron la ropa y se taparon con esa mini toalla que estaba permitida en el onsen. Sin embargo, cuando ya se disponían a salir de la habitación, lady Tsunade y la Srta. Shizune hicieron su aparición.

Athena no sabía dónde esconderse. De todos los lugares donde podrían encontrarse, ¿por qué tenía que ser allí, con ella desnuda? Trató todo lo que pudo de cubrirse con la toallita.

—Hola, chicas —saludó lady Tsunade.

—Lady Hokage —fue la respuesta de Aya.

—Qué sorpresa encontrarlas por aquí —y le lanzó una mirada inquisitiva a Athena.

Athena, por su parte, no podía ni pronunciar una sílaba.

—¿Puede creer que logré convencerla de venir? —comentó su compañera. Y, probablemente, sintiendo la incomodidad de Athena, agregó—: Allá nos vemos, milady. —Tomó a Athena del brazo y la sacó del vestidor.

—Me tengo que ir. No puedo quedarme aquí —dijo Athena con desesperación.

Aya le apretó más el brazo mientras la guiaba hacia las duchas.

—¿Por qué?

—¿Cómo voy a estar ahí con ella?

Aya volteó a verla.

—¿No acabamos de tener una conversación al respecto?

Athena enrojeció.

—Pero... con ella es diferente. Tú sabes que cuando a uno le gusta alguien...

Su compañera guardó silencio por un momento y luego asintió en comprensión.

—Pero no podemos irnos, eso sería descortés —dijo mientras entraban a las duchas—. Vamos a hacer algo: si noto que se te están yendo los ojos, te hago señas.

—Eso solo me hace sentir como una pervertida. —Se tapó la cara.

—No seas boba.

Se ducharon en silencio; Athena lo hizo casi a la carrera, pues no quería correr el riesgo de que entrara lady Tsunade. Descansó un poco cuando ya estuvieron dentro de una de las piscinas. El agua estaba a buena temperatura.

—Bueno, tómalo por el lado amable —comenzó Aya mientras se sentaba a su lado—, vas a poder verla con poca ropa, ¿sabes cuántos sueñan con eso? —apuntó con una sonrisa cómplice.

Athena se hundió más en el agua.

Aya soltó una carcajada.

—Solo te estoy molestando. Estoy segura de que serás respetuosa con ella. Además, puede que ni siquiera se nos una, hay otras piscinas... —Hizo una pausa mientras miraba por encima del hombro de Athena—. Ay, no, allá viene —susurró.

Athena no pudo evitar desviar la mirada hacia la mujer que la hacía suspirar, pero se arrepintió de haberlo hecho.


Tsunade se sorprendió al ver a Athena; con lo tímida y reservada que era, las aguas termales era el último lugar donde esperaba encontrarla, por eso nunca la había invitado. Notó cómo la chica enrojecía y trataba de cubrirse más, sin ser capaz de articular palabra. Pero ¿por qué estaba tan avergonzada? Tsunade ya la había visto prácticamente desnuda.

«Cuando estaba en el hospital, no en un ambiente tan informal como un vestidor», le recordó una voz en su mente. Claro, era normal que se sintiera cohibida.

Tsunade nunca había sido una mujer escrupulosa, su desnudez delante de otras chicas o sus amantes jamás le había preocupado. ¿Qué sentiría si Athena la viera desnuda? La sola idea le provocó una sensación cálida que le recorrió el cuerpo y se le instaló en el bajo vientre.

Sacudió la cabeza para ahuyentar esos pensamientos. ¿Cómo era siquiera posible que una mujer le provocara tales sensaciones? Es que una cosa era querer besar, y otra desear estar desnuda frente a ella. Además, la última vez que se habían abrazado había habido una cierta tensión sexual significativa, tanta que Athena seguía sin poder mirarla a los ojos.

Se duchó y luego se fue en busca de Athena, con la toalla apenas cubriéndola. Era consciente de que lo mejor sería meterse en otra piscina, lejos de la chica, pero ¿cómo podía negarse la oportunidad de estar cerca de ella?

La encontró en una de las piscinas exteriores y, mientras se acercaba, no podía quitarle el ojo de encima, ansiosa por observar su reacción al verla.

Cuando Athena posó los ojos en Tsunade, sus mejillas se volvieron carmesí, y la expresión de su rostro se transformó en admiración y deseo mientras la contemplaba de arriba abajo. Tsunade se sintió casi una diosa bajo ese escrutinio. Tener ese efecto en alguien podía ser hasta adictivo. Sin embargo, cuando iba a dar el paso para meterse al agua y retirar la toalla que cubría sus partes íntimas, Athena apartó la mirada. Esa era una de las cosas que más le gustaba de la chica: lo respetuosa y consideraba que era. Athena jamás haría algo para incomodarla, nunca se atrevería a mirar su desnudez sabiendo que no habría inocencia en ello. Eso también la diferenciaba de sus tantos admiradores; hasta Jiraiya, que decía amarla, se le iban los ojos a sus pechos cada vez que podía.

Se sentó frente a Aya y Athena, y Shizune tomó lugar a su lado.

—El agua está perfecta, ¿no creen? —les preguntó con un suspiro de satisfacción.

Aya asintió con una sonrisa. Athena, por su parte, seguía mirando a todos lados menos a ella.

Tsunade, Shizune y Aya entablaron una conversación, sin embargo, Tsunade miraba de soslayo Athena y, de vez cuando, se aventuraba a lanzarle una mirada directa. Después de unos minutos, no se resistió y dejó conversando a las otras dos.

Se movió lentamente hacia el lado de Athena.

—¿Cómo has estado? No has vuelto por la oficina —le dijo en voz baja—. Solo te he visto para las misiones. Te he extrañado.

—Ah... sí... he... he estado un poco ocupada.

—Tu cumpleaños es la próxima semana. ¿Tienes planes?

—N-no creo. C-casi nadie sabe. Solo u-usted, doña Hana y Aya.

Tsunade se inclinó un poco para susurrarle.

—¿Por qué estás tan nerviosa?

Athena le lanzó una mirada de pura impotencia.

—Milady, p-por favor... U-usted sabe por qué.

—Temes incomodarme, ¿no es así?

—Por supuesto.

—¿Y si te dijera que no me siento para nada incómoda? —Tsunade estaba jugando con fuego.

—E-eso me alegraría, pero no cambiaría cómo me siento.

—¿Y cómo te sientes?

«Detente, Tsunade, que, si continúas con esa línea de preguntas, alguna de las dos dará un paso en falso», le gritaba su voz interior.

Athena la observó. Luego, deslizó la mirada a sus labios.

—N-no puedo decirle, milady. No sería correcto.

Tsunade alzó una ceja; así que era esa clase de sensaciones. Un fuego ardiente se encendió en su vientre. Buscó la mano de Athena bajo el agua y la apretó suavemente. La chica suspiró y cerró los ojos, dejándose llevar por el momento.

La imaginación de Tsunade se desbordó; anhelaba que Athena se inclinara y la besara, que extendiera la mano y le acariciara el muslo, subiendo lentamente hacia donde más le dolía.

—Milady, ¿cómo es que se llama el ingrediente base de la medicina que fabricamos la semana pasada?

La voz Shizune cortó el hechizo. Tsunade sacudió la cabeza para despejar la nube de excitación que la había cegado por un momento. ¿Qué le estaba pasando? ¿De dónde había surgido tal necesidad?

—Ve a visitarme de vez en cuando —le dijo a Athena antes de volver al lado de Shizune y retomar la conversación.

Después de un rato, Athena le anunció a Aya que se iba.

—Voy contigo. Creo que ya fue suficiente por hoy —contestó Aya.

Athena se puso de pie, y Tsunade, a diferencia de la chica, no pudo evitar observarla detenidamente hasta que se cubrió con la toalla. Como médica, siempre había sido profesional y nunca se había detenido a contemplar el cuerpo de Athena, pero ahora lo veía bajo otra luz: las piernas largas y tonificadas, los abdominales marcados pero suaves, los senos pequeños y firmes...

La vergüenza la alcanzó. Era una mujer madura mirando de manera lasciva a una mujer joven. Tanto que había criticado y golpeado a Jiraiya por ello, y estaba haciendo exactamente lo mismo.

Se pasó la mano por la cara, incómoda. No solo era el hecho de que se estaba comportando como una pervertida, sino que también sentía como si estuviera jugando con los afectos de Athena, pues la chica no era consciente de que ella también sentía cosas.

—¿Se encuentra bien, lady Tsunade? Está un poco roja. Quizás también deberíamos salir del agua.

Tsunade no quería arriesgarse a volver a encontrarse con Athena.

—No. Unos minutos más.