35

Athena se levantó con un poco de dolor de cabeza; quizás era el cansancio, ya que no había dormido bien las últimas noches. Lo que había sucedido en las aguas terminales le había dejado varias partes doloridas, y no solo debido a la frustración sexual. Su corazón ansiaba con vehemencia a lady Tsunade, y sentía como si estuviera al borde de un precipicio o fuera una bomba a punto de estallar.

Al mirarse al espejo fue que recordó que era su cumpleaños. El año anterior, lo había pasado sola en la posada. Desde la muerte de su abuela, que había sido unos días antes de su cumpleaños número 21, dejó de importarle esa fecha. Por eso no se lo había dicho a nadie en Konoha, a excepción de doña Hana, que podía sonsacarle más información que la misma lady Tsunade. No podía negarle nada a aquella anciana; como el día anterior, que le había aceptado la invitación a cenar para celebrar su cumpleaños.

El día transcurrió normal; nadie la felicitó, ni siquiera lady Tsunade cuando fue a la asignación de la misión. Al final del día, se despidió de sus compañeros y corrió a casa para ducharse y estar lista para la cena.

A las siete, bajó al primer piso y tocó.

—Qué puntual, mi niña —la saludó doña Hana en cuanto abrió la puerta—. Y cómo estás de linda.

Athena esbozó una sonrisa tímida.

—Claro, voy a cenar con una dama muy importante.

La anciana la invitó a pasar y, cuando cerró la puerta, la casa quedó completamente a oscuras.

—Doña Hana, ¿qué hace por ahí caminando sin luz? —Había reproche en su tono.

—Ah, sí. Es que se me acaba de fundir el bombillo del pasillo.

—Bueno, déjeme voy a encender la luz de la sala para que usted no se me vaya a tropezar por ahí.

Athena dio unos cuantos pasos hasta que encontró el interruptor. Cuando lo encendió, la luz la cegó por unos instantes y un de grito de «¡Sorpresa!» casi la hace saltar hasta el techo.

Allí, en la sala de doña Hana, estaban sus compañeros de equipo, el equipo Gai y lady Tsunade, con una torta en la mesa y la habitación decorada. Athena se quedó paralizada, sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas.

Lady Tsunade fue la primera en venir a su encuentro; la miró, le acunó las mejillas, le limpió las lágrimas y la abrazó.

—Feliz cumpleaños, Athena —le susurró. Luego dio un paso atrás—. Has hecho muchos amigos —agregó con una gran sonrisa.

Doña Hana se acercó y la estrechó entre sus brazos. Después vinieron Lee, Tenten, el maestro Gai, Aya y Ren. Luego de abrazarlos a todos, Athena dirigió la mirada hacia Kenji y Neji, que estaban parados en una esquina como estatuas, y los saludó con un asentimiento de cabeza. Con ellos no había necesidad de palabras, con que estuvieran allí era más que suficiente.

Comieron y rieron, cantaron la canción del cumpleaños mientras Athena cambiaba de color a todas las tonalidades posibles. Al final de la noche, se fueron despidiendo hasta que solo quedaron doña Hana, lady Tsunade y ella.

—¿Qué tal una copa en tu apartamento, Athena? Hoy Shizune me dio permiso. ¿Puedes creerlo? —La Hokage le guiñó un ojo.

—Por supuesto, milady. Solo déjeme le ayudo a limpiar a doña Hana y...

—No, no —interrumpió la anciana—. Mañana me ayudas. Ve y diviértete.

Athena la observó por un momento.

—Pero ¿me promete que no lo hará sola?

—Sí, sí —respondió con fingida exasperación—. Ve.

Ya en el apartamento, Athena sacó dos vasos y los depositó en la mesa. Lady Tsunade tenía una botella de sake.

—Milady, ¿no me diga que usted anda con eso para todos lados?

La Hokage soltó una carcajada.

—Una mujer siempre debe estar preparada. —Le sacó la lengua—. Lo que no tengo es cerveza.

—Bueno, quizás por hoy pueda beber de ese veneno.

Lady Tsunade le dio un puñetazo juguetón en el brazo.

—Mucho cuidado que estás hablando de mi bebida favorita.

Athena rio, luego cogió la botella y le dijo con una inclinación de cabeza:

—Me disculpo, su excelentísima bebida de fermentación de arroz.

—¿Quién iba a pensar que el cumpleaños te volvería más tonta que antes? ¿No se supone que deberías ser más madura?

—Estoy en el proceso —respondió con tono burlón. Luego, su semblante se volvió más serio—. Milady, ¿sabe usted cuántas cosas le debo?

—No me debes nada. Has sido tú la que te lo has ganado con esfuerzo y el contacto con los demás.

—Aun así...

Lady Tsunade la interrumpió.

—Bébete lo que te acabo de servir y con eso quedamos a mano.

Athena la observó maravillada. Esa mujer era lo mejor que le había pasado en la vida.

Levantó el vaso.

—En su nombre, milady —y se lo bebió de un solo trago.

Puaj, sabía horrible, pero podía soportarlo.

Conversaron por un largo rato. Athena solo bebió dos tragos más; no le gustaba la sensación que acarreaban las borracheras. Lady Tsunade, por otro lado, ya tenía las mejillas sonrojadas, pues se había bebido esa botella y ya casi terminaba otra que Athena había sacado de la alacena.

—¿Quiere agua, milady?

—No, gracias. Pero ya va siendo hora de irme.

A Athena se le encogió el corazón.

—Por supuesto.

Se levantó y fue a coger la chaqueta para acompañarla a la mansión. Una vez lista, tomó las llaves de la mesa y, cuando iba a dar un paso hacia la puerta, lady Tsunade la sujetó del brazo.

—Espera.

Athena se giró.

—¿Ocurre algo, milady?

—Es que aún no te he dado mi regalo.

Athena abrió muchos los ojos.

—¿R-regalo?

—Sí. —La Hokage se metió la mano al bolsillo del pantalón y sacó una cajita. Se la ofreció—. Espero que te guste.

Athena la tomó con manos temblorosas. Dentro había un hermoso collar de oro blanco, con un dije del ave fénix.

—Es hermoso, milady. —Tenía un nudo en la garganta.

—Ven, te lo voy a poner.

Athena le dio la espalda y lady Tsunade se lo abrochó. Se sentía bien tenerlo en su cuello. Jamás se lo quitaría. Se giró y, en un impulso, le besó la mejilla a la Hokage. Antes de que otras sensaciones se apoderaran de ella, se alejó, volviendo a encaminarse hacia la puerta; sin embargo, la voz de lady Tsunade la detuvo una vez más.

—Aún queda algo.

Athena se volvió para mirarla.

—¿Más?

—Sí. Un deseo. Esta noche puedo concederte un deseo.

Athena arrugó el entrecejo.

—Pero hoy tuve más de lo que imaginaba. No deseo nada más.

La Hokage la miró con tanta intensidad que le hizo retorcer el estómago.

—¿Estás segura? —le preguntó alzando una ceja.

A Athena le estaba dando vueltas la cabeza. Lady Tsunade no podría estar sugiriendo algo de esa índole, ¿verdad? Pero la expresión que tenía le decía lo contrario.

—Milady, creo que tomó más de la cuenta, no...

La Hokage esbozó una amplia sonrisa, sus ojos eran pura picardía.

—¿Tantas noches bebiendo conmigo y no te habías dado cuenta de que puedo recuperar la sobriedad a mi voluntad?

A Athena casi se le cae la mandíbula al piso.

—Así es —continuó lady Tsunade mientras se le acercaba—. Mira, ya no tengo ningún indicio de licor en mi cuerpo.

Athena la observó. Sí, era verdad, se veía completamente normal.

—Ah... —fue lo único que pudo pronunciar.

—Entonces... —dijo la Hokage cuando estuvo parada frente a ella—. ¿Qué deseas?

—Yo... —«Muchas cosas», casi dijo, bajando la mirada a los labios de la Hokage.

—Eso te lo puedo conceder —susurró lady Tsunade—. Solo por hoy.

Athena sentía el corazón en la garganta, y un tambor le retumbaba en los oídos. ¿Debía aceptar esa oferta? ¿Y si las cosas se tornaban extrañas después de eso? ¿Por qué la Hokage estaba haciendo tantas concesiones con ella? ¿Tanto era el cariño por Athena que no le importaba besar a otra mujer?

Sacudió la cabeza y trató de apagar su parte racional. No podía mentirse a sí misma: se moría por besarla; así que inhaló con fuerza y se inclinó lentamente, sintiendo cómo el cuerpo entero le vibraba de anticipación. Cuando el aliento de lady Tsunade le rozó los labios, cerró los ojos y se quedó ahí, inmóvil, paralizada entre el miedo y el deseo que luchaban en su mente. Al final, fue lady Tsunade quien terminó de cerrar la brecha, presionando su boca contra la suya, con una mezcla de urgencia y delicadeza. Los labios de la Hokage eran más suaves y cálidos de lo que había imaginado en sus fantasías más íntimas.

Apretó las manos en puños, intentando no dejarse llevar, resistiendo el impulso de tomar más de lo que debía. Los roces delicados y tentativos de sus labios eran una tormenta contenida, cada toque amenazaba con desatar un incendio en su interior. Después de unos instantes, decidió que era suficiente. No quería cruzar los límites y arriesgarse a perder lo que tenían. Hizo el ademán de alejarse, con el corazón desbocado; sin embargo, lady Tsunade extendió la mano, agarró un puñado de su chaqueta y tiró de ella con firmeza.

—No te contengas, Athena —gruñó casi sin aliento antes de volver a capturar sus labios en un beso abrasador.