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Tomó una bocanada de aire esforzándose por resistir el impulso de dejar salir más chakra. Había progresado muchísimo, y lograba controlarlo en pequeñas cantidades, pero había momentos en que ese poder parecía tener vida propia, ansioso por adueñarse de su cuerpo. Logró parar la patada que venía directamente a su rostro. La ahora chunnin Sakura la había estado usando como saco de boxeo. Con sus capacidades incrementadas, la chica no tenía que contenerse, aprovechando cada oportunidad para atacarla con dureza. Para Athena, era una prueba a su resistencia y, al ser más poderosa que la pelirosa, una práctica de dominio y precisión sobre su propia fuerza.
Se agachó para esquivar un puñetazo, lista para devolver el golpe, cuando una extraña sensación la hizo congelarse. Era como un cosquilleo en la nuca, la inquietante sensación de ser observada. Sin embargo, sabía que ese presentimiento no provenía de algo externo; el observador estaba dentro de su mente. La imagen de lady Tsunade le apareció súbitamente en el pensamiento, clara y vívida. Cerró los ojos, tratando de sacudirse la visión, de expulsar la intrusión mental, pero, en ese instante, la voz firme de la Hokage llamando sus nombres resonó por el campo de entrenamiento.
Abrió los ojos, encontrándose con la mirada de Sakura, quien también había detenido el ataque al percatarse de su cambio. Ambas voltearon a ver a la Hokage acercándose a ellas en compañía de la Srta. Shizune. Athena aún se sentía un poco aturdida, preguntándose si era posible que hubiese presentido la llegada de lady Tsunade.
—Maestra —saludó Sakura.
—Lady Tsunade —fue su saludo, y exhaló lentamente para hacer disipar su chakra.
La Hokage la miró fijamente, sus labios curvados en una suave sonrisa. Tenía un brillo diferente en los ojos, una dulzura que Athena no recordaba haberle visto. Su corazón traicionero dio un brinco, y sintió cómo el amor que aún le quemaba las entrañas se le agitaba en el pecho.
—¿Cómo has estado? —le preguntó lady Tsunade con calidez.
Athena se sintió un poco incómoda. A pesar de que Sakura también estaba allí, la atención de la Hokage estaba completamente centrada en ella.
—B-bien, milady. Sakura aún no me ha roto ningún hueso —trató de bromear, aunque la voz le tembló un poco.
—Y que ni lo haga —replicó, lanzándole una mirada de advertencia a la aludida.
Sakura soltó una risa nerviosa. Luego, con un leve movimiento de cabeza, la Hokage le indicó a ella y a la Srta. Shizune que se retiraran.
Athena se limpió el sudor de las manos en el pantalón. Quedarse a solas con lady Tsunade le avivó el nerviosismo que solía sentir recién había descubierto sus sentimientos por ella. Percibía algo en el aire, una tensión palpable, aunque no del tipo inquietante.
—Estoy orgullosa de ti. Lo has hecho muy bien —dijo lady Tsunade de repente.
Athena sintió que las cejas se le elevaban hasta el cielo. Las palabras la tomaron totalmente desprevenida.
—Yo... —trató de hablar—. G-gracias, milady.
La Hokage dio un paso adelante, y Athena tuvo la impresión de que quería tocarla o quizás abrazarla. Sin embargo, desde el día de la discusión, el contacto físico entre ellas era inexistente. Athena extrañaba su calor, pero, por el bien de su corazón, había preferido mantener las distancias.
—Hay algo que me gustaría preguntarte... —Lady Tsunade se mordió el labio inferior. ¿Estaba nerviosa?—. ¿Te gustaría cenar conmigo el viernes?
Si el elogio la había sorprendido, esa pregunta la dejó totalmente descolocada.
—¿C-cenar?
—Sí, en mi casa.
—En su casa...
—¿Te parece bien a las siete?
—A las siete...
—Athena, ¿vas a repetir todo lo que te diga? —preguntó con una sonrisa juguetona.
—Yo... no. —Se pasó la mano por la nuca, tratando de organizar sus pensamientos—. Es que...
La voz de la Srta. Shizune las interrumpió.
—Milady, hay una situación que requiere su atención.
Lady Tsunade suspiró.
—Bien, bien. —Miró a Athena—. Te espero a las siete —le dijo guiñándole un ojo con una complicidad que le hizo acelerar el corazón.
Se quedó congelada, viendo a las dos mujeres alejarse. ¿Desde cuándo lady Tsunade extendía invitaciones a cenar? ¿Era su forma de premiarla por su entrenamiento? Volteó a ver a Sakura, que se estaba aproximando a ella. Quizás había invitado a todas sus aprendices. Abrió la boca para preguntárselo a la chica, pero un pensamiento la interrumpió: «Tal vez sea una cita». Sacudió la cabeza, tratando de acallar esa idea. Era su lado soñador y fantasioso el que hablaba.
Se dio una suave palmada en la mejilla para centrarse. Se había prometido no albergar más esperanzas con respecto a lady Tsunade. Había aprendido a convivir con sus sentimientos y a guardarlos en lo más profundo de su ser.
Miró al cielo. El viernes cenaría con su mentora.
La cancelación de la cena llegó a las seis.
Athena había estado hecha un manojo de nervios toda la tarde —aunque no sabía por qué si no era una cita—, buscando un atuendo apropiado. Se había probado la poca ropa formal que tenía, pero ninguna le había gustado. Odiaba los vestidos, se sentía prácticamente disfrazada con ellos.
El mensaje que entregó el ANBU la alivió y la decepcionó a partes iguales. Muy en el fondo, había deseado volver a pasar tiempo con lady Tsunade; que mantuviera una cierta distancia de ella no significaba que no extrañara su compañía. Con o sin sentimientos románticos, la mujer era despampanante, inteligente y divertida.
Miró las prendas descartadas en el suelo. Al menos ya no tendría que martirizarse seleccionando qué ponerse. Ordenó, se preparó algo de cenar y se recostó a leer en el sofá. Quería distraerse lo máximo posible para evitar que la decepción se apoderara de ella.
Mientras se estaba poniendo la pijama, la misma sensación de hacía tres días la volvió a invadir. Sintió que todos los vellos de la nuca se le erizaban, y la imagen de lady Tsunade le resurgió en la mente. Antes de que pudiera racionalizar lo que estaba ocurriendo, unos golpes en la puerta la sobresaltaron.
Se dirigió a abrir un tanto extrañada y preocupada, a esa hora un llamado así solo podía significar malas noticias.
Casi se le cayó la mandíbula al suelo al descubrir la figura al otro lado de la puerta.
—¿Milady? —logró decir, su voz apenas un susurro.
La Hokage la miró con una expresión que Athena no pudo descifrar de inmediato, una mezcla de cansancio y algo más profundo, algo que hizo que su corazón comenzara a latir con fuerza.
Se hizo a un lado para dejarla pasar.
—Disculpa por venir tan tarde —dijo lady Tsunade apenas entró—. Tenía que verte.
Todas las preguntas y dudas se le arremolinaron en la mente, pero solo una logró salir de sus labios.
—¿Q-qué hace aquí?
La Hokage la miró a los ojos.
—No quería terminar el día sin verte. Esta noche... ansiaba estar contigo.
El mundo pareció detenerse.
—Toda la semana estuve pensando en nuestra cena —lady Tsunade apretó la mandíbula—, pero hoy hubo un incidente a las afueras de la aldea que requirió mi intervención. —Se mordió el labio inferior—. Y tuve que cancelar. —Sus ojos reflejaban arrepentimiento—. Lo siento. Sé que era mi oportunidad de hacerlo bien.
Athena no supo cómo interpretar esas palabras.
—¿Ha-hacer bien qué?
—Cortejarte.
Athena se quedó muda. ¿O sea que el susurro de su lado soñador había sido verdadero? ¿Cómo era eso posible?
Lady Tsunade se acercó más a ella, levantó una mano y le acarició la mejilla con una delicadeza que Athena apenas podía soportar.
—Milady..., n-no me hiera más, n-no soy tan fuerte —se le quebró la voz.
Los ojos de la Hokage brillaron con lágrimas no derramadas.
—Sé que te he lastimado —dijo en un susurro—. Perdóname por haberme resistido tanto a ti, por haber retrasado lo inevitable. —Le tomó la mano y se la llevó a los labios para besarla con devoción.
A Athena se le cortó la respiración.
—No hay una hora del día en que no piense en ti —continuó lady Tsunade—. Siempre que cierro los ojos, estás ahí. Extraño tu presencia, tu sonrisa, tu voz, tu tacto, tu aroma... —su voz temblaba. La mano en la mejilla de Athena se deslizó hacia su nuca—. ¿Sabes cuántas noches he pasado en vela recordando tus besos? ¿Sabes cuántos días he añorado tus abrazos?... Estoy loca por ti —soltó casi sin aliento.
Las palabras resonaron en el pecho de Athena, haciendo añicos las barreras que había construido alrededor de su corazón. Todas las emociones que había tratado de suprimir salieron a la superficie con una fuerza devastadora: esperanza, miedo, deseo, alegría. Incapaz de contenerse por más tiempo, se lanzó hacia delante con un movimiento decidido y capturó los labios de lady Tsunade en un beso demoledor. Ya no había espacio para toques tentativos y gentiles; sus bocas se movían con una urgencia casi desesperada, como si estuvieran tratando de compensar todo el tiempo perdido.
Los sentidos de Athena estaban abrumados. El perfume de lady Tsunade llenaba sus fosas nasales, embriagándola con una dulzura intoxicante que la hacía estremecer. Las uñas de la Hokage raspándole la nuca y el cuero cabelludo le provocó escalofríos. Cada terminación nerviosa de su cuerpo parecía cobrar vida ante el contacto.
Meses de anhelo y deseo reprimido se derramaron mientras sus manos vagaban, descubriendo curvas y planos que antes solo había soñado con tocar. Sus dedos trazaron la elegante línea de la mandíbula de lady Tsunade, luego se deslizaron por su cuello hasta acariciarle las clavículas. La respiración de la Hokage se entrecortó cuando pasó las manos sobre sus pechos como fantasmas.
Rompió el beso por unos segundos y quitó del camino el haori de lady Tsunade, buscando explorar más de su exquisita figura: rastreó la caída de su cintura, el ensanchamiento de sus caderas, recorrió los músculos tonificados de su espalda. Rozó el dobladillo de su blusa y, con dedos temblorosos, deslizó las manos por debajo de la tela sedosa, presionando con las palmas la piel tersa de la parte baja de su espalda. Lady Tsunade jadeó suavemente contra sus labios, arqueándose ante sus caricias.
La piel que recorría con las yemas de los dedos era como un cálido satén, tan acogedora que no quería dejar de tocarla. Había acariciado antes a lady Tsunade, pero nunca lo había hecho en su piel desnuda, y la sensación era tan cautivadora que le robaba el aliento. Intentó subir las manos, ansiosa por más, pero se topó con la rígida barrera de la banda del obi. Gruñó en frustración, sintiendo fuego en las venas. Nada podía interferir entre ella y el cuerpo de su amada. Tenía que tocarla, devorarla entera, llenarla de caricias hasta que no recordara ni su nombre. La necesidad era un pulso frenético que resonaba en todo su ser.
En el momento en que sintió las manos de lady Tsunade deslizarse entre sus cuerpos para desatarse el obi, se percató de que estaba empezando a perder el control. El deseo la consumía, transformándola en algo primario, casi salvaje. Ya no era completamente ella.
—No —susurró contra los labios de la Hokage, tomándole las manos con dedos trémulos. Posó la frente sobre el hombro de lady Tsunade y trató de respirar para recuperar la compostura. Estaba segura de que sus ojos tenían ese brillo púrpura: señal de la fuerza que luchaba por liberarse. Se moría por tocarla, pero no así. No de esa manera descontrolada y peligrosa.
La Hokage pareció comprender lo que ocurría, pues la rodeó con los brazos y le besó la sien con ternura. Athena podía sentir los latidos erráticos del corazón de lady Tsunade, el ritmo frenético que coincidía con el suyo. La cercanía de ese palpitar desbocado calmó un poco la tormenta en su interior, llenándola de una sensación de alivio y conexión profunda.
Al menos no era la única navegando las aguas del deseo.
