Juan pudo reponerse de su encuentro con Dalila, saliendo del sótano justo antes de que la cerradura de la puerta principal girase con un sonido habitual.

-Al menos estáis aquí.- dijo el cochero al ver a Juan y Gideon en el lugar.

-¿cómo va la negociación con el alcalde?- dijo Juan apartándose de la puerta del sótano hacia el salón intentando disimular.

-Mal, no cede, está desesperado, pero es un cobarde.-

-¿Y qué hacemos? No vas a liberarla hasta que elimine el toque de queda para los niños, pero tampoco podemos mantenerla aquí mucho más tiempo.-

-Se quedará el tiempo que sea necesario.-

-Pero ¿Y si escapa otra vez?-

-Ese es tu trabajo, y si fallas de nuevo en la única tarea que debes cumplir no solo no verás ni una moneda del dinero que acordamos, me encargaré de desollarte personalmente para usar tu pelaje como una alfombra. ¿Ha quedado claro?- EL zorro asintió atemorizado.

-Pero... si la seguimos reteniendo solo empeorará la situación, esto se está yendo de las manos.-

El cochero tuvo que admitir que el zorro tenía razón, pero él no estaba dispuesto a renunciar a su fuente de ingresos solo porque el alcalde fuera testarudo.

-Abre la puerta Juan, voy a hablar con ella.-

-¿la vendo los ojos?-

-No, ya me vio la vez que intentó escapar.- el cochero dejó que el zorro le entregase las llaves y abrió la puerta del sótano.- Bueno, ¿estás más dispuesta a colaborar esta vez?.- dijo mirando a la joven encogida sobre la cama.

-¿qué quieres? - preguntó ella asustada.

-Ven aquí.- dijo el cochero posicionándose frente a la mesa.- ¡vamos!-

Con miedo Dalila se levantó y caminó lentamente hacia él, podía sentir el frío suelo bajo sus pies desnudos haciendo más evidente el calor de su cuerpo.

Se quedó frente a la mesa, cara a cara con el cochero, temblando de miedo, con ojos rojos por el creciente mar de lágrimas que se acumulaba en sus ojos oscurecidos por las ojeras debidas al estrés.

-Voy a enviarle otra carta a tu padre, parece que el cabello no le sorprendió mucho.- ella no contestó y se limitó bajar la mirada.- Así que habrá que subir la apuesta.- el cochero se giró hacia el zorro.- Ponte detrás de ella y sujétala las manos sobre la mesa.- indicó antes de agarrar a la chica y desencadenarla para acercarla a la mesa.

Juan miró a Dalila con miedo y confusión por un momento en que los ojos se encontraron.

-¡Vamos!- insistió el villano impaciente.

-¿qué vas a hacer?- preguntó Juan temeroso.

-Parece que el mechón de pelo no impresionó al alcalde, probemos con algo más.- entonces el cochero sacó de uno de los bolsillos de su abrigo unos alicates algo viejos y oxidados. -Pon sus manos en la mesa.-

-No lo hagas.- pidió Juan al ver como ella empezaba a soltar ríos de lágrimas mientras negaba con la cabeza.- No merece la pena.-

-Si tengo que devolverle a su hija en sobres pieza por pieza hasta que ceda lo haré, seré bueno y empezaré por uno de los meñiques, ahora... pon sus manos en la mesa.- amenazó el hombre de cabello canoso mientras miraba con rabia a ambos con sus ojos verdes brillando como si ardiesen de ira.

Juan miró a Dalila antes de obedecer, pero algo diferente hizo que Dalila se diera cuenta de las intenciones del animal, apartó su cuerpo del suyo y aflojó el agarre en sus muñecas, la estaba dando la oportunidad de escapar.

El cochero agarró el meñique de su mano izquierda y justo cuando estaba a punto de colocar los alicates para rebanar el apéndice a la joven ella se apartó caminando hacia atrás, Juan fingió tropezar soltando a la joven en el proceso y ella quedó libre, sin pensarlo corrió hacia la salida, la puerta estaba abierta y corrió todo lo que pudo.

-¡NO!- farfulló iracundo el cochero antes de subir las escaleras y encontrar la puerta principal abierta.- ¡Maldita sea!- Gideon se asomó desde la cocina a ver que ocurría y vio a Juan y al cochero frente a la puerta. -Vamos tras ella, idiotas.- ordenó el hombre, vosotros id por la entrada principal, yo por la entrada trasera, no ha tenido tiempo de ir muy lejos.-

Juan obedeció desapareciendo junto a Gideon por la puerta principal perdiendo de vista al malvado hombre, revisó rápidamente la zona, no podía ver nada, pero… podía oler, la fragancia de su cuerpo, la misma que había sentido al estar con ella, podía encontrarla y rastrearla, hizo una señal a su compañero y se pusieron en nunca había agradecido ser un cánido tanto como en aquel momento, su olfato animal le permitía saber por el lugar exacto por el cual Dalila había pasado y afortunadamente su posición estaba muy alejada de la del cochero, caminó a toda prisa por el descampado cubierto de hierba alta, seguramente ella se abría escondido en algún lugar, era humanamente imposible que corriese tan rápido.

-Dalila.- susurró.- Dalila soy yo...¿dónde estás?- El zorro caminó por el exterior en busca de su amada.

No podía verla, pero su fragancia era fuerte, estaba cerca, movió sus orejas para intentar localizar algún sonido, pero no oyó anda, algo lo agarró del tobillo y lo tiró al suelo, haciendo que diera un jadeo mudo por la impresión.

-Juan tranquilo, soy yo.- dijo Dalila.

El animal antropomórfico se dio cuenta de que lo había agarrado de los tobillos.

-Dalila vete, está muy alejado ahora ha ido en dirección contraria.-

-Ven conmigo.-

-No puedo, no ahora, pero me reuniré contigo de nuevo, te lo prometo.- levantó la vista para asegurarse de que seguían solos.- Ahora márchate ve hacia la izquierda y corre, él no está por aquí, tal vez sea tu última oportunidad.-

Ella se inclinó para besarlo una vez más como despedida mientras nuevas lágrimas caían de sus ojos.

-Si puedes regresar.- dijo ella entrecortadamente.- Te estaré esperando con gusto.-

Juan volvió a echar un vistazo, no había moros en la costa, le hizo una señal a la muchacha que salió corriendo hacia la carretera en donde se había encontrado con el cochero la noche que trató de escapar.

El zorro la vio marcharse, su corazón se hundió, esperando que no la ocurriese nada más, que volviera a casa sana y salva. Dalila corría a toda velocidad, perdió la pequeña casa de vista muy rápidamente y eso la tranquilizó, solo esperaba que aquel hombre que la había retenido durante días no hubiera decidido coger de nuevo ese carruaje con el que la descubrió en su primer intento de ó a su alrededor, la carretera no debía de estar lejos, pero quiso ser cautelosa, se agachó entre la hierba alta y se deslizó sobre sus rodillas y codos, sus pies se habían cubierto de tierra al huir descalza. Pequeñas hierbas rozaron su piel causando un leve enrojecimiento por el contacto, un poco de viento sopló desde el cielo, y Dalila sonrió, no había sentido el frescor del verano desde la noche de su secuestro, con algo de indecisión levantó la cabeza, pudo ver que a unos metros de ella la cantidad de maleza se reducía hasta desaparecer, la carretera, era un milagro que la hubiera encontrado. Se fue arrastrando poco a poco hasta divisar un camino, una carretera de tierra, lo supo por las marcas de rueda que había sobre la arena. Se alegró al ver aquello, si había un camino significaba que conducía a algún pueblo, pero, ¿en qué dirección ir? Se encogió y se escondió lo mejor que pudo cuando escuchó el sonido de un carruaje pasar cerca de ella, seis burros tiraban de un carruaje oscuro conducido por el hombre de abrigo rojo, se quedó congelada en ese lugar, por suerte el villano iba demasiado deprisa como para darse cuenta de que ella estaba allí. Suspiro aliviada y volvió a revisar el terreno, despejado, empezó a pensar, si el cochero había huido hacia el este significaba que tal vez había ido a buscarla al pueblo, por lo tanto debía seguir esa dirección, pero también debía tener cuidado, salió de la maleza y empezó a caminar al lado de la carretera, estaba agotada, pero sabía que no podía quedarse allí, pensó en Juan ¿qué habría pasado con él? ¿También habría huido? Ojalá no se hubieran separado, tal vez de esa forma estarían juntos y podría ayudarla a saber cómo volver a casa, solo esperaba no equivocarse de dirección y acabar más perdida de lo que ya ó el traqueteo de una ruedas sobre la tierra y se asustó, se dio la vuelta temiendo que fuera ese hombre nuevamente, pero no, pudo ver una carreta llena de heno tras ella, tirada por cuatro burros pequeños que trotaban lentamente encima de la ó a hacer señas a un costado del camino con la esperanza de que el conductor notara su presencia.

-¡Por favor! ¡Pare!- pidió moviendo los brazos en un gesto de ayuda.

El conductor, un hombre de mediana edad, de barba y pelo rojizo con un sombrero de paja, una camisa de cuadros verde y pantalones de igual color con zapatos negros detuvo su vehículo al ver a la joven demacrada.

-¡Por Dios muchacha! ¿Qué haces aquí? ¡¿Y de esa forma?!-

-Por favor ayúdeme,- lloró.- necesito alejarme de aquí.-

El hombre no se atrevió a preguntar, pero era obvio que esa joven huía y necesitaba ayuda.

-Vamos sube.- dijo señalando el asiento a su lado.

-¡Gracias, gracias!- ella se sentó y el campesino movió las riendas de los burros que retomaron la marcha.

-Siento ser maleducado, pero en sus condiciones ¿Puedo preguntar de dónde ha salido señorita?-

-Me llamo Dalila, vivo en Collodi y...- empezó a explicar la joven antes de ser interrumpida.

-¡Tú eres la hija desaparecida del alcalde!-

-¡Sí! ¿Vive usted allí?-

-No, soy de un pueblo vecino, pero llevo alimento para ganado allí habitualmente.- sacó uno de los panfletos que el alcalde había impreso para buscar a su hija.- Desapareciste hace cuatro días...-El hombre notó como Dalila empezaba a llorar nuevamente.- Tranquila, estás a salvo ahora, te llevaré a casa.- la consoló él mientras el carruaje se alejaba de la zona bajo la luz anaranjada del atardecer.