6 EMILY BRÖNTE & DORIAN GREY
—Basta, Anne. Levántate y no quieras ser la víctima, cuando aquí la que menos ha dañado, soy yo —le ofreció su mano. No pudo evitar mantener oculta una sonrisa—. La única definición de dramática es Rachel Russo.
Se sentó de nuevo en su lugar pidiéndole con la cabeza que ella también retomara el suyo.
—Lo siento, pero no podía dejar que te fueras, aún falta una parte. Existe otra razón que me une a Stephen, no solo es por mi hijo.
—¿Más? ¿Cómo qué más? ¿No fue suficiente ya lo que pasó?
Había aceptado un error, dos errores, pero ¿tres? Eso era demasiado. Aunque la amara no le perdonaría otro más. Nadie en sus cinco sentidos lo haría.
—No quiero más mentiras, Rachel. Por eso te diré toda la verdad de una vez por todas —bajó la mirada—. Hay otra mujer más en mi vida, además de mis otros dos hijos y Stephen. Se llama Emelie —colocó su mano en la frente y se recargó en la mesa esperando a que la furia de Rachel saliera a flote.
La conocía a la perfección, conocía su escasa paciencia y el poco control de sus emociones. Rachel podía ser la chica más amable, tierna y adorable, pero cuando la hacías enfurecer, podía convertirse en la más altanera, detestable y desesperante mujer.
— ¿Quién es Emelie? —preguntó con labios temblorosos.
—Es mi hija más pequeña.
—Al diablo con todo, Anne. Hasta aquí. Estás enterrada en lo más profundo de mis recuerdos a partir de ahora.
Rachel golpeó la mesa y se puso de pie para empezar con la huida antes de que Anne la viese destruida. No le daría el derecho para verla así. No después de haberle llorado por tanto tiempo. Tenía que mostrar un poco de dignidad, si es que aún le quedaba.
—Espera, Rachel. No es lo que tú piensas —la detuvo de la mano—. Ella no es mi hija biológica… Ella no es mi hija biológica —repitió desesperada.
No podía permitir que se fuera sin darle una oportunidad y un poco de su confianza. Había esperado tanto todos esos años para poder contarle su verdad.
—Te lo juro, Rachel. Te juro que no es lo que tu cabecita está maquinando ahora mismo. Por favor, solo escúchame.
—Dime de una vez entonces quién es —resopló volviendo a su lugar. Su paciencia estaba llegando a su límite permisible—. ¿Quién demonios es Emelie, Anne?
—Es mi hija adoptada, Rachel. La adopté cuando ella apenas tenía tres años de edad —se masajeó la frente—. Quizás hoy no lo entiendas, pero tenía que hacerlo, Rach, no podía dejarla en ese horrible lugar.
Rachel no dijo nada. Quería poder entender la situación. Se sentía en una dimensión paralela donde todo estaba fuera de control. Eran muchas cosas por asimilar.
—Todo comenzó cuando Stephen y yo tuvimos que viajar por un negocio respecto a la industria familiar. Ellos querían llevar más allá su producción de uvas y viajamos a Los Ángeles. Allí conocí a Emy —guardó silencio recordando el momento.
3 años atrás...
Orfanato North Hollywood. Los Ángeles, California.
—Anne, cariño, si no te apuras, llegaremos tarde —le anunció Stephen desde la puerta invitando a que su esposa terminara de arreglarse su maquillaje—. Recuerda que también debemos ir a ese orfanato para dejar parte de las ganancias del año.
La familia Lockwood Spencer no era como las demás familias poderosas del país. No, por supuesto que no, ellos eran conscientes que también estuvieron en lo más abajo, por ello, siempre que podían, dejaban una considerable donación en lugares necesitados. Esta vez se trataba de un orfanato que se localizaba en California, en donde estaban sus principales viñedos. Habían viajado hasta allí para promocionar su producción de ricas uvas, aquellas deliciosas uvas, que cada vez que estaban listas para ser cosechadas, podrían producir 30.000 botellas del más caro y selecto vino. ¿Saben qué es eso? Millones de dólares para sus cuentas bancarias.
—Ya voy, cariño —lo abrazó por la cintura—. No sabes lo orgullosa que me siento que sean parte de mi familia. Es hermoso esto que hacen con todos esos pequeños.
—Ya sabes que a papá siempre le ha gustado poder ayudar —le dio un beso en la frente—. Además, no nos quita nada, más bien nos da más felicidad y beneplácito.
—Lo sé, Stephen, lo sé —le dio la mano para poder irse y no hacer esperar a los demás empresarios.
Luego de un rato, había terminado la aburrida junta de negocios donde Anne no hacía más que sonreír y saludar a las demás personas porque desconocía completamente el negocio. Ella era una más, era la esposa de Stephen y nada más. Anne era como un maniquí detrás de un aparador a comparación de su esposo, quien se llevaba la mayor atención.
No es que Anne Spencer no haya concluido sus estudios, porque sí fue así. Aunque cambió de último momento su carrera de Artes Dramáticas y dejó su gran sueño de ser una famosa actriz para estudiar Abogacía, todo como deseo y capricho de la familia de su esposo. A veces se sentía un adorno más, pero esas eran las consecuencias que conllevaba decidir aceptar ser esposa de Stephen Lockwood y ser parte de su linaje. Ellos no estaban acostumbrados a ser el centro de atención de los chismes que los pudiese desacreditar ante la sociedad. Por eso amaba la última parte de los viajes, ayudar a las personas, así se sentía útil.
Al salir, se propusieron a ir al orfanato. El orfanato que cambiaría de nuevo sus vidas y su forma de verla. Entraron, e inmediatamente, tropezaron con una de las cosas que ninguna persona en toda su vida quisiera ver. Un lugar sucio, descuidado y muy alejado de ser digno para poder albergar a todos los niños que vivían allí. Tan horrible que al poner un pie adentro, te producía repugnancia, algo que en ningún instante Stephen ni Anne hicieron notar en su expresión, de por sí que vivieran allí era bastante tormento como también agregarle tener que ver a dos personas observándolos con asco.
Se adentraron en la recepción para entregar el cheque e irse, así como llegaron, rápido y sin decir mucho. Tocaron la puerta y un hombre rubio con profundos ojos azules, no muy amable, los recibió.
—Buenas tardes, señores Lockwood —saludó con una gran sonrisa ladeada—. Sé muy bien que vienen para dejarnos una considerable donación para este pobre y abandonado lugar.
—Así es, señor Stone —Stephen saludó lo más seguro posible—. Bueno, ella es mi esposa, Anne Lockwood.
—Es muy linda su esposa, señor Lockwood, o mejor dicho, Stephen ¿lo puedo llamar Stephen?
—Sí… por supuesto —Stephen la protegió detrás de él—. Si todo está bien, creo que nos retiramos.
—¿No les gustaría ver el lugar? —Robert insistió interponiéndose en su camino—. Regularmente las personas que dejan donativos les gusta recorrerlo y asegurarse que es para niños que realmente lo necesitan.
—No se preocupe. Nosotros creemos que usted hará lo mejor que puede con el dinero.
— ¡Oh, vamos! ¿O es que no tienen corazón?
—¡Por supuesto que no! —Stephen giró su cuerpo para enfrentar al hombre. Que le dijeran que no tenían corazón, era una gran ofensa para todos sus antepasados —. Anda, cariño, será rápido.
—De acuerdo —entre dientes, Anne también aceptó.
— ¡Así se habla! Yo los guiaré.
Recorrieron los oscuros pasillos de las habitaciones, que parecían más bien jaulas, donde los niños estaban descuidados y con rostros tristes y desesperanzados. Hasta que todo cambió para Anne, cuando se adentraron a la habitación donde albergaban a los más pequeños. Quedó maravillada cuando descubrió a una adorable rubia con ojos color verdes como los suyos intentando comer de un racimo de uvas. Soltó a Stephen, dejándolo desconcertado, y se arrodilló a su altura.
—Hola, ¿cómo te llamas? —saludó amigable.
—No pierda el tiempo con esa niña, señora Lockwood, nunca habla.
— ¿Y por qué no lo hace? ¿Tiene algún problema? —se interesó girando su rostro.
—No lo sabemos… desgraciadamente este lugar no cuenta con servicio médico —Robert frunció su ceño.
—Bien, yo me encargaré de ella —se levantó cargándola entre sus brazos—. Stephen, cariño, debemos hablar, pero que sea a solas por favor.
—De acuerdo… —Stephen estudió con detenimiento la interacción de ambas—. ¿Podría dejarnos un momento a solas señor Stone?
El joven asintió y salió de la habitación dándoles más tiempo para platicar.
—No podemos dejar a esta pequeña aquí, ya viste el lugar. Es horrible —susurró para que solo Stephen pudiera escucharla—. Y lo cierto es que también este hombre no me da mucha confianza.
—Lo sé, cariño, a mí tampoco, pero ¿Qué quieres que hagamos?
—¿Y si la adoptamos? —manifestó apresurada.
—Anne, sabes perfectamente que este tipo de trámites son muy tardados y difíciles de llevar. Pueden pasar incluso años para que nos den la patria potestad, a pesar del renombre de mi familia. Ya deberías de saberlo, eres abogada.
—Eso no me interesa. Yo lucharé hasta el final, así sea toda la vida —la abrazó con fuerza—. Obsérvala, Stephen, está comiendo uvas, eso quiere decir que es una conocedora de lo mejor, ya sabe que quiere ser parte de nuestra familia —finalizó con ojos de una tierna oveja. Stephen no le quedó más que negar divertido por las palabras de su esposa.
Sabía perfectamente que la que se haría cargo totalmente de la pequeña, sería ella. Pero estaba en sintonía con Anne, él también se había enamorado de ella.
—¿Y cómo la llamaremos? Porque debe tener un nombre muy bonito y especial para ser parte de nuestra hermosa familia —Stephen tomó una de las uvas y le cortó una para que la pequeña pudiera comerla con más facilidad.
—¡Emelie! Se llamará Emelie como pequeña alusión a Emily Brontë —besó la cabecita rubia que tenía entre sus brazos.
—De acuerdo, cariño, si tú lo pides, ya sabes que lo tienes —les dio un beso a ambas en la frente para salir con el hombre y anunciarle sus intenciones. Esas de tener una hija más. Una más a la que adoraría más que a su propia vida.
—Y así es como llegó Emmy a nosotros, mi amor.
Rachel estaba conmovida por su gran corazón. Y es que quién no lo haría, si era una gran muestra de amor por parte de una persona. Ella lo había vivido en carne propia, sus madres la habían adoptado y vivía agradecida eternamente con ellas. Porque un padre o una madre no son los que engendran, sino aquellos que dan todo de sí por cuidarte, por brindarte felicidad y amor. Eso es lo que realmente importaba.
—Por eso no podía dejar a Stephen, no hasta que no nos dieran su custodia, porque no se la darían a una mujer sola, de hecho, hasta hoy en día aún no la tenemos completamente, porque, incluso los padres de Stephen no están de acuerdo con esta adopción, no confían en mí y nos han dificultado los trámites, no quieren que sus amistades cercanas se enteren de esto —añadió con tristeza—. Sin embargo, lucharé hasta el final. Lucharé hasta que Emelie sea mía y no tenga que volver a ese horrible lugar.
— ¡Wow, eso es realmente hermoso! —acarició con sutileza la mano de Anne, quien ahora estaba más feliz que antes. El ver la adoración y el apoyo de su amor era lo que le bastaba.
—Lo sé, Rachel, lo sé. Emelie es una parte más de mí, una parte igualmente importante en mi vida, así como lo son mis otros dos hijos. A todos los amo por igual.
—Ya sé sobre la historia de Elizabeth y Emelie, pero y la de… ¿Cómo se llama? —cuestionó curiosa.
Aún faltaba conocer el nombre del último Spencer. Quizás del más especial, y aunque hubiese sido la razón del porqué su Anne se había alejado de ella, no podía sentir odio hacia él, y menos, sí le daba ese aire de luz y amor a su amor.
—Se llama Anthony Dorian Lockwood, Rachel. Pero mejor conocido para la familia, como Tony. Como los premios que tanto hacen gala al gen Russo. Una gran y brillante estrella.
— ¡Vaya! Todos tiene un nombre de la literatura inglesa… incluso él, no podía esperar menos de ti, Anne… aunque me gusta más el de Anthony. ¿De verdad se llama así por mí?
—Por supuesto, ¿por qué crees que le puse así? Porque me hacía recordar a la más hermosa estrella que ha nacido en esta vida, me hacía recordar que existe Rachel Julie Russo —confesó sonrojada y mordiéndose el labio—. Es un Russo sin siquiera saberlo.
—No sé qué decir —Rachel copió la misma acción que ella.
—No tienes que decir nada. De hecho, no tendrías que decir más.
—¡Basta, Anne! Deja de arruinar el momento.
—Lo siento, pero aún me muero por todo lo que te hice. Pero te prometo que lucharé hasta que me perdones, lucharé hasta que me quieras de nuevo en tu vida —cambió su mirada ridiculizada a una con más seguridad—. Y escúchalo muy bien, Rachel Russo, no descansaré hasta que estés de nuevo a mi lado así tenga que hacer lo que sea, así tenga que mover montañas o tenga que cruzar los océanos. Tienes que estar completamente segura de que te traeré de nuevo a casa… de nuevo conmigo, a donde perteneces —sentenció con el característico orgullo Spencer. El orgullo de la capitana de porristas, el cual, había perdido por tantos años, pero cuando estaba a un lado de Rachel, le brindaba esa confianza, esa arrogancia y perdía el miedo. Regresaba a ser la misma adolescente del instituto.
—Ahora mismo no sé qué pensar, estoy muy confundida. Tengo que reflexionar e intentar comprender todo. Por favor, Anne, no me presiones.
—Entiendo, y así será, te lo prometo. Sabré esperar por ti.
La atención de Rachel se perdió en su celular, de donde se distinguía: "Master of Puppets" de Metallica.
—Tienes todo el tiempo del mundo, amor.
—Por ahora preferiría que no me llames así, y si no tienes más que decir, me gustaría poder retirarme —enfocó su mirada en el mensaje que le había llegado.
—De acuerdo, sé que posiblemente estés incómoda, y lo que menos quiero, es que te sientas así. Yo no te voy a molestar más, no por ahora. Sin embargo, me gustaría que me prometieras que no te irás tan lejos de mí.
—Para mí las promesas no existen, sino los hechos —acarició sutilmente su mano y guardó la flor en su bolso—. Luego nos vemos, Anne. Y recuerda, no la tendrás para nada fácil, me oyes… ¡PARA NADA FÁCIL! —gritó teatralmente saliendo del restaurante.
—Acepto las dificultades. Nos veremos más veces de las que tú crees mi gran amor. Como te lo prometí, así tenga que subir todas las montañas y gritar en lo más alto que te amo o buscar el Titanic en lo más profundo del mar y encontrar el Cœur de la Mer para regalártelo.
Se percató de cómo su Rachel se subía a una camioneta negra, seguramente la de una actriz reconocida.
