Disclaimer: Bleach no me pertenece.
La concubina
Tatsuki Kurosaki tenía una personalidad atractiva. No era la persona más extrovertida, ni la más elocuente en ciertos casos, incluso a ojos de Yuzu pecaba de indiscreta. Y por ese motivo era tan agradable para Grimmjow.
Habían sido años desde que él la había visto por última vez, con los ojos llenos de furia mientras su madre la obligaba a entrar en el carruaje de manera torpe debido al vestido que le había dado y la seguía, dispuesta a evitar cualquier fuga que se le pudiera ocurrir efectuar en el trayecto. En sus ojos se podía vislumbrar toda la humillación que estaba sintiendo, y no podía olvidar la manera en que le había mirado antes de que cerraran la puerta del carruaje.
Tatsuki era menor que él por un par de años, y en aquel entonces él no estaba ni cerca de ostentar al puesto de su padre. De cualquier forma, él era mucho mejor que cualquier cosa que su madre pudiera encontrar para ella, por lo tanto, que una mujer se casara con un miembro del ejército no era su idea. La mente esperanzada detrás de esa sugerencia que le había hecho a Shūhei —más bien como una broma— había sido a raíz de las advertencias que Tatsuki había recibido de su madre y padre y la solución que ella, como la mujer decidida que era, había encontrado para sus problemas.
Aunque por más que ella tuviera la disposición de rogárselo, que no se lo permitió, Grimmjow no tenía ninguna forma de asegurarle que enredarse con el fuera siquiera un excusa suficiente para su madre. Era posible que ese rumor solo diera rienda a que fuera tratada con mayor desprecio, y si era informado a su marido, iba a meterla en más problemas de los que ya tenía. Tener que casarse con un hombre mayor y desconocido era de por sí el peor destino de una mujer, pero no por eso tenía que ser una relación dependiente. Muchas esposas de la alta sociedad se dedicaban a sacar partido de sus esposos, ya fuera de manera económica o para disfrutar lujos que pocos tenían. Incluso cientos de ellas escogían un amante y hacían vida de manera paralela a sus parejas ante la ley, fingiendo en eventos sociales y contando mentiras sobre las vidas maravillosas que llevaban.
Quería creer que no había sido un cobarde, que en serio él no tenía el poder para decidir casarse con Tatsuki de un día para otro.
Así que la forma en que ella lo miraba, podía ser de manera fácil catalogada como despreciativa y furiosa.
Esa había sido la última imagen que había quedado en su cabeza respecto a Tatsuki. En la actualidad, Grimmjow era un hombre consciente de que esa había sido la decisión correcta, pero no pudo evitar preguntarse si ella había entendido su postura con el paso del tiempo; sobre todo porque Ichigo le había solicitado que esperara junto a ellos para recibirla al pie del castillo, considerando que los guardianes de las murallas habían notificado de manera rápida y efectiva la entrada de dos carruajes a la ciudad.
A medida que sus ojos pudieron diferenciar los caballos del carruaje, se sintió más incómodo en su lugar. A solo unos centímetros, Ichigo esperaba con Orihime a su izquierda y Rukia a la derecha.
—¿No le parece emocionante, capitán? —Karin se inclinó en un vano intento de ser escuchada solo por él. Aún le sacaba bastantes centímetros así que intentó compensarlo de manera discreta.
—¿Qué se supone que debe parecerme emocionante? —consultó.
—La llegada de Tatsuki, por supuesto. Siempre fue una joven preciosa, mi aspiración era ser como ella cuando era una niña. ¿No tenían ustedes algo?
Algo.
A Grimmjow le estaba pareciendo hilarante que años después viniera a enterarse de que alguien creyera que tenían algo. ¿Acaso algún comportamiento los había delatado ante los demás? Aunque delatar no era la palabra exacta, porque él nunca vio a Tatsuki de esa manera. Habría sido igual de extraño que intentar ver a Karin como más que un familiar.
—En realidad no. ¿De dónde sacaste eso?
—Toda la servidumbre lo murmuraba. Decían que se reunían a escondidas en las noches y que por eso la tía se la llevó. Eso estaban contando, al menos.
Eso era un claro ejemplo de por qué los rumores eran una tontería, que por más que carecieran de sentido, para cualquier oído ajeno sería la respuesta del génesis de la creación y lo divulgaría con la misma seguridad con que Karin lo relataba.
Sí, se había reunido con Tatsuki en la noche. No, no tenían ninguna relación que se pudiera criticar. Pero a ambos lo unía más que la simpatía que sentían por el otro, y eso era la colección de licores del padre de Tatsuki. Él estaba seguro de que el viejo lo sabía, pero no los había delatado por algún motivo que se escapaba de su conocimiento.
—Es falso.
Karin hizo una mueca decepcionada.
—¿En serio? ¿No está solo evadiendo el tema, verdad? —Enarcó una ceja.
—No. Pero si te interesa saber qué animó esos rumores, fue porque robábamos la colección de licor de su padre y lo bebíamos en el laberinto.
Karin lo miró sorprendida y escéptica a partes iguales.
—Disculpen —Yuzu se inclinó para mirarlos por delante de su padre, que parecía una estatua en su lugar, con seguridad intentando hacer oídos sordos—. Todos podemos escucharlos.
Grimmjow lo sabía pero no le importaba. Aún así, las mejillas rojas de Karin la acusaron de que creía que estaba siendo discreta. Era difícil serlo cuando estaban rodeados de gente y no podían susurrarse directamente en la oreja.
—L-lo siento —musitó, intentando no mostrarse demasiado afectada.
Grimmjow volvió a mirar hacia delante, percibiendo de reojo la cabeza de Orihime enderezarse. Sabía que alguien los estaba mirando, aunque no creyó que fuera ella. Había sido tan sutil que solo pudo notarlo porque la vio moverse.
El sonido de los cascos de los caballos se detuvo cuando estuvieron frente a ellos, y sin hacerse de rogar, la persona del interior abrió la puerta sin cuidado y se dejó caer en el suelo sin esperar ser auxiliada.
El silencio que se apoderó de todos los presentes fue demasiado claro, y Grimmjow podía ver por qué. Tatsuki no solo había hecho una entrada poco recurrente, con gracia pero sin la delicadeza de una dama a la que todos estaban acostumbrados. Tenía el cabello corto —cosa impensable para cualquier mujer— y su vestuario solo se asemejaba a un vestido. Si miraba sus pies, las botas daban paso a un pantalón y luego, desde su cintura, su chaqueta había sido pensada para verse como la parte voluminosa de un vestido.
No solo eso. Estaba vestida de negro de pies a cabeza.
Eso era algo obvio. Ahora era viuda y no se esperaba menos, pero era probable que no todo el mundo supiera ese detalle.
Ella tomó un profundo respiro y miró alrededor, antes de por fin mirar a Ichigo y sonreírle. Con pasos calculados, se acercó a él y lo abrazó.
—Primo, te extrañé mucho —dijo con una sonrisa.
—Nosotros también te extrañamos, Tatsuki. Estamos muy felices de que hayas podido llegar sin inconvenientes —Expresó.
—Sin inconvenientes como tal, no. Pero no me quejo del negro —Soltó una risa.
Mientras Ichigo le presentaba a sus esposas, Grimmjow escuchó el sonido descuidado de la puerta del segundo carruaje siendo abierta con fastidio. Un hombre vestido en cuero y con una discreta armadura de malla se bajó, tal como Tatsuki lo había hecho segundos atrás. Con grandes zancadas llegó hasta su lado y se inclinó en una reverencia ante Ichigo.
—Madame, creí que iba a esperar a que abriéramos su puerta —dijo con tono controlado.
—Ah, pero podía bajar sola. No lo vi necesario —dijo—. Además, ¿puedes culparme por estar ansiosa de ver a mi familia?
Él movió la boca levemente, seguro sin argumentos que pudieran ir en contra de sus palabras, mucho menos frente al rey.
—Él es Toshiro, mi acompañante. El mejor espadachín que conocerás.
—Madame Regen —Carraspeó con incomodidad.
—Permíteme dudarlo, si todavía recuerdas a Grimmjow.
Ella asintió, dirigiéndole la mirada y encontrándola de inmediato con la suya.
Tatsuki se desplazó para saludar a los demás. Pudo notar, entretenido, la clara preocupación e incomodidad de Yuzu cuando fue su turno. Seguro no es que le desagradara su prima, sino más bien que iba a echarle a perder todos los planes que tenía con Karin —que cualquiera habría dicho que estaban condenados al fracaso.
—Grimmjow —Lo saludó—. Ha pasado tiempo.
—Así es.
—Espero que hayas encontrado algo para no aburrirte en mi ausencia.
—Te lo aseguro —asintió.
Tatsuki lo observó durante unos segundos y después sonrió. Grimmjow se volvió a mover, incómodo en su sitio, y ella decidió dejar de torturarlo por fin. La vio acercarse a Ichigo otra vez, donde su escolta la esperaba con clara impaciencia.
—No sonaba como una mujer con la que no tuvo una relación, capitán —musitó Karin.
Grimmjow, sin siquiera conocer al tipo, sintió tanta empatía en ese momento. Se acercó mucho más esta vez, esperando que nadie estuviera pendiente.
—Señorita Karin, ¿ha tenido una aventura alguna vez?
Ella frunció el ceño al mismo tiempo en el que el bochorno le subía a las mejillas.
—Claro no. Si la hubiera tenido, diferenciaría entre una mujer despechada y una resentida.
—¿Acaso no es similar?
—¿Similar es igual?
Karin entrecerró los ojos, sin dejar de observarlo por unos segundos, terca y con la sospecha explícita. Al final desvió la mirada y se enderezó.
—Bien, supongo que tiene razón.
Tal como se esperaba, Toshiro Hitsugaya apareció al día siguiente cuando aún podía sentirse la capa fina de escarcha que aparecía al ingresar al invierno, en su campo de entrenamiento. En ese momento, sus soldados ya estaban compartiendo una sesión de sparring o utilizando los muñecos de práctica para mantener sus facultades físicas. Posteriormente, Grimmjow los enviaba a hacer tareas para ayudar a los sirvientes que lo requirieran o a cumplir con otras obligaciones, como la escolta de las esposas del rey, de la familia real en sí, o por recados a la ciudad.
Después de unas horas, cuando el sol estuviera pronto a dar señales de ocultarse, la segunda parte del entrenamiento diario los llevaría al límite hasta la cena.
El acompañante de Tatsuki se dirigió con pasos firmes hacia él. Para cualquier General el hecho de que de manera premeditada había decidido alistarse para un entrenamiento, pudo ser signo de descortesía. En realidad, cualquier cosa podía ser una descortesía si quién tenía la última palabra era un desgraciado. No supo diferenciar, por lo tanto, si era que él tenía información facilitada por Tatsuki de su persona, o si había sido una simple muestra de practicidad.
Fuera cualquiera de las dos, a Grimmjow no podía importarle menos.
—Buen día, Capitán Grimmjow.
Se limitó a mover la cabeza, en un saludo bastante calmado. Las primeras horas del día solían entregarle una tranquilidad indescriptible, una probable señal de que los años de entrenamiento con su padre le habían aportado más que una rutina, la disciplina y fortaleza suficiente como para no convertirlo en un miserable saco de carne esparcido en el suelo, tal como sus subordinados empeñaban en mostrarse.
—Espero no importunarlo. Me agradaría poder hacer uso de sus instalaciones para llevar a cabo mi entrenamiento. Madame Regen mencionó que sería mejor hablarlo con el rey, pero además de ser un hombre muy ocupado, me parece mucho más adecuado consultarlo con usted.
Grimmjow admiró el reflejo de su rostro en la hoja de su espada, preguntándose si la forma de hablar de Toshiro se debía a un hecho personal o que, de forma sencilla, pertenecía al acento característico de la región de la que provenía.
Se puso de pie dejando su espada con cuidado sobre la mesa auxiliar y lo miró sin decir nada por un segundo. No vio rastro alguno de temor, algo a lo que estaba bien acostumbrado con todas las personas que se lo cruzaban en Karakura. Le agradaba no ser un motivo de conmoción en la gente, sobre todo porque después de un tiempo se volvía aburrido. Al menos el tiempo en Uldamar le había entregado esa nueva sensación, de que era muchas veces más satisfactorio tomar a la gente por sorpresa.
—Es bienvenido a usar las instalaciones, comandante. No me atrevería a dejarlo practicando con un muñeco de paja, así que si me permite, Kira podría ser un buen compañero.
Buscó al susodicho con la mirada y ajustó la voz para darse a escuchar por sobre los sonidos metálicos y conversaciones triviales de los soldados. El rubio levantó la cabeza cuando escuchó su nombre y en cuestión de segundos estaba junto a ellos.
—Agradezco el gesto, pero no pretendo molestar —dijo Toshiro.
—Lo dejo a su criterio, pero no es molestia. Kira, practica con el comandante si él lo desea —Ordenó, recibiendo un asentimiento de parte de su subordinado.
Toshiro tardó solo un momento en decidirse y asentir, agradeciendo de paso la disposición a permitirle estar ahí. Cuando Grimmjow vio su espalda, se vio obligado a llamarlo de nuevo.
—Comandante —Él volteó—. Considerando que sirve a la señorita Tatsuki, entiendo que una mujer como ella no es alguien que lo espante. De cualquier manera, la señorita Karin Kurosaki tiene autorización para entrenar junto a mis soldados —Informó—. Le agradecería si lo trata como un asunto cotidiano.
—Comprendo. No hay problema, capitán.
Con un asentimiento satisfecho, ambos se despidieron. Él volvió a su trabajo, limpiando y afilando su espada con calculados movimientos. No lo conocía, pero confiaba en lo que percibía de ese hombre. No iba a causarle problemas y tampoco a Karin.
No faltó mucho tiempo para que ella apareciera ante su rango visual, sin dudas con aspecto molesto y agotado. El cabello que de forma recurrente llevaba liso, sin peinados elaborados ni accesorios, lucía una trenza pegada que seguía un camino desde su sien.
—Es tarde, Karin.
Acostumbraba a verla a primera hora del día cuando se acercaba a pedir autorización para rondar las instalaciones. La hora de la comida estaba pronta a llegar y no quedarían muchos soldados entrenando por ahí.
—Mi hermana consiguió atraparme. Es afortunado de nacer hombre, capitán, o la tortura anticuada de convertirla en una muñeca de trapo para ver qué vestido le queda mejor, ya habría acabado con su estabilidad mental.
Soltó una pequeña carcajada sin poder evitarlo, sintiendo compasión, pero también admiración por la forma tan elaborada y calmada de decirlo. A Karin no parecía darle gracia, en cualquier caso, así que tuvo que reprimir su sonrisa tanto como le era posible.
—No necesitaba decirlo, con mirarla me es suficiente para concluir que no fue por voluntad propia —Indicó su propio cabello. Con rapidez llevó su mano para palpar su cabeza, encontrando con los dedos la prueba del crimen de Yuzu.
—¡Dioses! Voy a asesinarla —gruñó con las mejillas rojas.
Toshiro que iba acercándose por su costado la miró con curiosidad.
—Me parece que es una trenza bastante linda como para tratarla de esa manera... Aunque es mi opinión, no necesita tomarlo en cuenta.
Karin se detuvo abruptamente, con la expresión más confusa que había visto en ella. No podía decir si estaba avergonzada, sorprendida o horrorizada. Era probable que las tres a la vez.
—Disculpe, no pretendía incomodarla. Capitán —Se volteó hacia él, que se limitaba a mirarlos a ambos—, le agradezco de nuevo.
—Espero verlo mañana.
—Sin dudas —sonrió, dándole una reverencia como despedida y luego a ella—. Señorita Karin.
—¿Qué demonios le pasa? —masculló cuando Toshiro se había perdido de vista. Karin seguía intentando soltar el cabello, de manera torpe y brusca.
—Si lo haces con cuidado es menos tedioso.
Ella alzó las cejas, de pronto interesada en su tono conocedor.
—¿Ha deshecho muchas trenzas, capitán?
—Las suficientes para haber encontrado la técnica —dijo con simpleza.
—¿Acaso es de esos hombres que dejan su dinero en las casas de placer? —preguntó, rindiéndose finalmente y tomando asiento en la banca del otro lado de la mesa.
Grimmjow no pudo esconder su sonrisa esta vez. Había algo en su interior que creía que era divertido llenarle a Karin la cabeza de información que, la mayoría de mujeres, aprendía en la alcoba gracias a su primera noche como esposas. Era una forma segura de molestar a Yuzu, cosa que debía admitir, disfrutaba. O incluso, más allá de su placer personal, era información valiosa que a Karin podía servirle como salvavidas.
No había encontrado la técnica para deshacer trenzas debido a las noches en que se entregaba al placer que una mujer podía entregarle, más bien lo había hecho ante las quejas y lloriqueos de Tatsuki. Su madre estaba obsesionada con llenarle el cabello de trenzas y accesorios cada vez que tenía la oportunidad. Eventualmente Grimmjow había cedido a sus pedidos de ayuda y había tenido que arreglárselas para que mantuviera la boca cerrada.
Considerando la pregunta sobre la relación que habían tenido que Karin había hecho; no, no iba a admitir algo así frente a ella.
—El día que encuentre un hombre que no haya gastado dinero en eso, señorita Karin, probablemente será porque le ha robado toda la buena fortuna a la humanidad. Puede ser un problema, o no, según lo que busque en un hombre.
—Preferiría no tener que buscar algo en este momento —Respondió—. Aunque algo de decencia y buenas costumbres me parecen algo mínimo.
—Así como esos son sus requisitos mínimos, a los hombres les parece un requisito mínimo haber disfrutado de las noches de jolgorio antes de encontrar una esposa a la que amarrarse ante la sociedad —Explicó, acomodando los implementos en un cajón de madera dispuesto al lado de su pierna—. Si un hombre le dice que tener sexo es una necesidad básica, miente. No existe eso como tal, solo hombres adictos a la sensación que el sexo mismo ofrece. A la sociedad le gusta que los hombres tengan el poder, así que como dije, el día que encuentre a un hombre que no haya acudido a esos lugares... Quizás ni siquiera llegue.
El rostro de Karin había pasado por muchas emociones en pocos segundos mientras escuchaba con atención sus palabras. Cuando hablaba con confianza, a Grimmjow le desagradaba usar el tono pretencioso que la mayoría de nobles usaban para mantener las apariencias. Añadirle un tinte crudo y directo a su explicación seguro iba a evitar malentendidos con Karin.
—Me parece que es injusto. Los hombres pueden tenerlo todo antes de casarse, mientras que nosotras... somos criadas para ustedes.
—No hay mucho que puedas hacer... Tendrías suerte si encuentran a alguien a quién no le importe tu manera de ser —dijo, soltando un breve suspiro.
—Mi hermano dejó encargada a la señorita Orihime para eso... A Yuzu le molestó, sin dudas. Imagino que ese fue el motivo por el cual me atrapó hoy.
—Su hermana no necesita un motivo para eso.
Karin soltó una risa divertida.
—Hablé con ella ayer, parece bastante empeñada en reunir información. Me pregunto si hay algo que podría hacer, considerando que la mayoría de la información que posee la corona es sobre los mismos ciudadanos de Karakura. ¿No hay alguien a quién pueda sugerir, capitán? Usted estuvo en Uldamar un año, algo debe haber.
—El mejor candidato es el idiota que me hizo esta cicatriz. Así que no, no hay.
—Debió ser fuerte como para alcanzarlo, capitán.
—Tuvo todas las cosas a su favor.
—Uh, suena como una historia interesante.
Grimmjow la miró con atención, admirando el estambre de pelo que se había formado al costado de su cabeza. Negó con la cabeza, poniéndose de pie y dando la vuelta a la mesa. Karin lo siguió, curiosa, hasta que estuvo de pie a su costado. Él acomodó las mangas de su camisa antes de acercar las mano a su cabeza, tomarla y hacer que la enderezara.
—No lo es, pero de todas formas, se la contaré cuando sea más grande.
—¿Qué define eso?
—Tener esposo.
Karin volvió a girar la cabeza hacia él, para nada contenta con su respuesta. Sin dudarlo, Grimmjow volvió a hacer lo mismo para enderezarle la cabeza.
—Eso bien podría no ocurrir.
—No hay mujer que se libre de eso, Karin. Si no te casas, estarás a la deriva. El rey jamás te abandonaría, pero que tú estés con alguien que pueda protegerte le haría mucho más fácil la vida.
—Tal vez pueda visitar esas casas que tanto adoran los hombres... —Gruñó con resentimiento.
Grimmjow chasqueó la lengua, intentando desatar con muchas dificultades el desastre que Karin se había provocado en el cabello.
—Más te vale no mencionarlo frente a su familia —Respondió—. Esas mujeres son tan oprimidas por lo que dicta la sociedad como tú e incluso más, Karin. No hay hombres dispuestos a casarse con ellas, todo lo que reciben son falsas promesas y lo saben. Lo único que tienen asegurado es el dinero, siempre y cuando se mantengan hermosas. Si creyera una sola palabra de lo que dices, tendría que insistir en que es el peor error que pudieras cometer.
—¿Y qué debería hacer entonces?
—Ayuda a la señorita Orihime y pon de tu parte. Lo quieras o no, tendrás que vestirte para impresionar a alguien un día. Así que empieza por dejar de avergonzarte por una simple trenza o arruinarla con tu torpeza —Le dio un tirón que le sacó un pequeño quejido. Ella intentó amortiguarlo de inmediato—. Si no me crees a mí, acude a la señorita Tatsuki. Si la pones de tu parte, existe la posibilidad de que encuentren a alguien adecuado.
Karin asintió con suavidad, para segundos después removerse un poco en completo silencio. Grimmjow no sintió deseos de aportar nada más, así que continuó con lo suyo hasta que su cabello se veía menos como un nido de codornices.
—¿De verdad tenían una relación platónica?
—Karin —Gruñó con tono de advertencia.
—Bien, lo siento.
Grimmjow deslizó los dedos por su cabello para peinarlo y se alejó de ella.
—Eres libre ahora. Vuelve más tarde, ya casi es hora de comer.
Sin protestar ni comportarse como una niña caprichosa, Karin asintió y se puso de pie. Antes de darse la vuelta, le dedicó una suave sonrisa.
—Gracias, Grimmjow. Por todo.
—Lo que digas, niña.
Su sonrisa se hizo más grande y se dio la vuelta para irse.
No era posible que existieran solo dos hombres que apreciaran la manera en que Karin era. Grimmjow se empeñaba en ser realista, pero de vez en cuando deseaba que la casaran con un hombre decente que no la obligara a dejar de ser ella reiterativamente, como si hacerlo un mantra le fuera a traer del cielo a un hombre adecuado.
Si la maldita niña quería ser una guerrera, los dioses sabían que él hubiera estado más que dispuesto a convertirla en una, pero para su desgracia no era quién tenía la última palabra. Nunca la tenía. Su poder no trascendía a la familia real o las decisiones que se tomaran respecto a los miembros que la componían, y había tenido la mala fortuna de ser obligado a quedarse de brazos cruzados para dos de ellos.
En ciertas ocasiones, eso lo inquietaba; hasta el punto en que beberse una botella de licor no sonaba como algo tan disparatado.
La primera vez que se reunió con la concubina del rey para tratar el asunto de Karin, no había sido una gran experiencia. En vista de que Grimmjow comenzaba a tener problemas para contener su curiosidad por esa mujer, el tiempo que se mantuvo charlando con ella se le hizo eterno de forma en que se asemejaba más a un método de tortura.
Una vez que todos tomaron su papel en ese teatro, Grimmjow ya podía mantener la cabeza fría, pensando en las consecuencias que traerían insultar de cualquier manera a un miembro de la corona. En todo caso, Orihime le estaba haciendo más fácil el trabajo, considerando los cambios que había sido capaz de ver en ella desde que había tenido el placer de conocerla. De vez en cuando aún podía vislumbrar un rastro de duda, pero se esforzaba por no demostrarlo frente a él, quién no podía hacer menos que observarla con atención.
No solo eso, el motivo —encontrar a alguien para Karin— era de su interés y la única opción que tenía para influenciar la elección del futuro esposo de la niña. No iba a arruinarlo bajo ninguna circunstancia.
La segunda vez, en la actualidad, ya sabía a lo que iba.
Y habría pecado de ingenuo si se decía a sí mismo que no lo complacía pasar unos minutos al día con ella, en un salón, con la ausencia de la sirvienta porque la misma Orihime había solicitado privacidad. De vez en cuando la mujer hacía acto de presencia, ofreciendo bebidas o postres, pero nada digno de mencionar. Ya fuera por los colores que usaba, por el peinado o por el simple paso del tiempo, Orihime ya no se veía como una joven recién salida de los brazos de su madre, pequeña e ingenua. Su cuello esbelto le daba un aspecto elegante, el cabello pelirrojo era siempre el centro de atención gracias a los tonos que usaba en los vestidos que, al mismo tiempo, acentuaban su cintura; y sus ojos pardos, que a la luz del sol se notaban un poco grises, le mantenían la mirada con la dignidad y seguridad que se esperaba de un miembro de la realeza.
Su actitud y forma de moverse había dejado de ser torpe e inexperta, ya no se veía como un cervatillo a penas nacido.
Un año atrás no se le hubiera pasado por la cabeza, pero en cuanto ingresó al salón durante la cena y la primera cosa que sus ojos percibieron junto a Kurosaki fue a ella; se arrepintió de haber regresado, de decirle que se comportara como la mujer del rey que era y de haberle dicho al rey que el acuerdo no podía ser cancelado. Sin dudas, ella habría terminado casada con un horrible anciano al que no le interesara su pasatiempo ni su bienestar, pero él no habría tenido que verla y recordar que era la concubina del rey.
Era un pensamiento egoísta, incluso a veces se asqueaba de sí mismo, pero tampoco podía sentirse completamente culpable por desear que su vida no se complicara.
Quería tener su maldita rutina, su maldito puesto y el desinterés habitual por la mayoría de mujeres nobles que tenía que soportar en los eventos sociales. Quería sentirse como antes.
Su lado más inhibido, sin embargo, no ponía de su parte y lo mantenía con la vista fija en su rostro.
¿Podía una mujer ser tan atractiva como para ser comparada con una sirena?
Ichigo podía compararla con su madre e Isshin pensar que nunca superaría a su esposa, pero era mentira. Masaki no era más hermosa que Orihime, ni tampoco había tenido la dulzura de su personalidad.
—Ha pasado un rato, ¿le gustaría beber algo de té, capitán?
—Si usted me lo recomienda.
—¿Prefiere los sabores dulces o amargos? —Consultó, alineando y dejando el pequeño montón de papeles con información sobre la mesa.
—¿Punto medio es una respuesta?
—Ah, sin dudas. Algo puedo hacer —Sonrió—. Deme un momento, por favor.
Se puso de pie, en apariencia poco intimidada por ser seguida con la mirada. Quizás ni siquiera lo sabía, pero en ese segundo, un poco abrumado después de mantenerse con ella en una habitación que encerraba su perfume; pocos remordimientos sentía. Con pasos seguros se acercó a la puerta y la abrió, en busca de su sirvienta. Desde su lugar escuchó las indicaciones que le daba, con su característico tono alegre y suave sonrisa.
Pronto cerró la puerta tras ella y se posicionó frente a él en el sillón, acomodando la falda de su vestido para estar cómoda.
—Ha sido de mucha ayuda, capitán. Sé que es un tema de interés para usted, así que no podría esperar menos, pero de cualquier forma se lo agradezco —Expresó con sinceridad.
Grimmjow asintió, sin una respuesta clara para darle.
—Me gustaría apartarme de ese tema, si no le importa.
—Si así lo desea...
Orihime soltó un suspiro ligero y posicionó las manos, sus dedos unos sobre otros, en su regazo.
—Hace poco más de un año usted me escoltó hasta el castillo. Le di muchos problemas —Sonrió apenada—. Quisiera disculparme por eso.
—Acepto sus disculpas —Accedió. De inmediato ella se notó más feliz.
—Meses después, me dijo intentara entrar en el laberinto cuando no tuviera preocupaciones.
El recordar la escena le trajo un gusto amargo que lo hizo arrugar las cejas.
—Eventualmente comprendí que sus palabras eran el mejor consejo que podía tomar, capitán. Incluso si no fue esa su intención —dijo al percatarse de la expresión que había puesto—. Fui en verdad afortunada de que me hayan escogido, no se puede decir que esta vida sea mala. Lamento haberme comportado como una niña cuando ya no lo era, y no demostrar que soy digna de los privilegios que me han otorgado. Es posible que me tome años poder entrar a ese laberinto, pero espero que usted aún esté cuando lo haga.
Era difícil definir cómo se debía reaccionar y proceder ante una declaración como esa, pero a Grimmjow no le había agradado del todo su forma de verlo y de eso sí que estaba seguro. Se había comportado como un idiota aquella vez, su paciencia había sido sobrepasada y ella, tan ingenua, solo había conseguido empeorar las cosas. Grimmjow quería que se diera cuenta de la importancia que tenía su presencia en el salón, con dignidad y seguridad; pero no quería tener que entrar en el papel de testigo de su evolución.
Al menos, la impresión que le había dado al decirlo, algo íntima —considerando que él era solo el capitán del ejército; se sentían como una responsabilidad.
—Alteza —Comenzó, no muy seguro de sus palabras—. Soy un hombre bastante egoísta. Que usted me diga que tomó mis palabras, dichas en medio de un arranque de emociones, como un consejo... Se me hace surreal e incómodo. Yo no soy alguien a quién deba demostrarle algo, y mucho menos debo tener el poder para alejarla de su deseo de entrar al laberinto.
—Lo entiendo —Asintió, poco afectada con sus palabras—. Pero fue mí decisión, capitán. Necesitaba algo que me impulsara a mejorar y desarrollarme en el castillo como un miembro más de la corona. El día que considere que no tengo más problemas que resolver, entonces quiero que lo sepa. Porque usted no es mi amigo, no está ni estará de mi lado nunca más que por deber, y porque es usted quien ha conocido al rey desde niños. Es la perspectiva ajena que necesité en su momento y que me encantaría conocer a futuro.
Fuera porque era lo más parecido a una sirena, o porque él era un completo idiota, fue incapaz de seguir llevándole la contraria. Después de todo, él mismo lo había dicho, sus deseos valían más que cualquier cosa que pudiera objetar. Si eso involucraba que debía observarla, por petición de ella, y brindarle perspectiva... Entonces no tenía muchas opciones.
—Si es lo que desea, alteza, cumpliré con eso.
—Gracias, capitán.
Él asintió, pensando en que era el momento perfecto para largarse. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo o siquiera decidirse, la puerta se abrió, dando paso a la figura extravagante de Tatsuki entallada en vestiduras negras. Justo tras ella, Karin le sonrió como saludo.
Aún no había comunicado el motivo de su presencia, pero Grimmjow lo tenía más que claro, teniendo en cuenta la presencia de Karin y la conversación que había tenido con ella días atrás. No podía escapar, estaba atrapado entre esas tres mujeres y él mismo había sido el causante.
