— Entonces, ¿estáis teniendo citas?
— Sí —Me cambié el teléfono de hombro para sacar una cuchara de madera y dar vueltas a la cazuela.
— ¿Y él está bien con… ya sabes?
Suspiré. ¿Cuánto podía costar usar una palabra de cinco letras?
— Lo está, Gin.
— Pero aún no habéis tenido sexo —insisitó.
— Vamos despacio.
— Ya.
Conocía ese tono cortante y seco. Ginny había cogido la costumbre de llamarme cuando se alojaba con el equipo en hoteles no mágicos porque tenían teléfono. El teléfono permitía percibir los matices en las voces mucho mejor que el flu, pero con ella no era necesario, seguía siendo bastante hostil con Draco despues de casi tres meses saliendo juntos.
— ¿Qué es lo que te molesta, que sea Draco o que no resulte ser un imbécil intransigente y tránsfobo? Porque no tengo el cuerpo para adivinanzas, la verdad.
— Es que no lo entiendo, se supone que deberíais estar teniendo sexo como locos, ¿no? Y tú me dices que no te ha tocado un pelo.
El pelo sí me lo había tocado. A los dos nos gustaba soltarle el pelo al otro para pasar los dedos entre los cabellos cuando nos besábamos. Y nos besábamos bastante.
— Si consideramos lo que se supone que debería pasar no estaríamos en esta situación. Yo soy un licántropo atípico y él tiene diez años de entrenamiento del autocontrol.
Que empezaba a flaquear, porque tanto besuqueo y la natural reacción de nuestros cuerpos al olor del otro ya había dado pie a un par de sesiones de tocarnos a la desesperada sobre la ropa.
— No te enfades, yo solo… Estoy preocupada.
Suspire y apagué el fuego bajo la cazuela.
— Solo me gustaría que tuvierais un poco más de confianza en mí.
— ¿Estamos todos dándote la brasa con esto?
— Vamos a dejarlo en que no eres la primera.
— Entiéndenos, estás ahí lejos, solo, no podemos cuidar de ti de otra manera.
Guardé silencio y miré por un momento por la ventana. La nieve parecía no tener fin ese invierno.
— ¿Harry?
— Estoy bien, Gin. Muy bien. Sé que tenéis buenas intenciones, pero de verdad que no tenéis que preocuparos, Draco es increíble conmigo. ¿Te he dicho que está trabajando en una poción matalobos modificada para que sea compatible con mi poción T y ayudar con los dolores de la transformación?
— No lo sabía. Vale, mensaje captado. ¿Nos vemos en casa en un par de semanas?
— Claro.
Al otro lado escuché que alguien la llamaba, supuse que su compañera de habitación.
— Tengo que irme, Harry. Un abrazo.
Y colgó antes de que yo pudiera decir nada más.
— James, el caballero guapo está aquí.
En vez de avisarme desde la tienda, Jen esta vez había entrado hasta el obrador y me miraba con abierta curiosidad. no era la primera visita, pero yo no tenía ganas de dar explicaciones que correrían por todo el barrio rápidamente, porque mis vecinos eran tan buenos como cotillas.
— Dile que pase aquí, por favor.
Sentí su presencia antes de la sutil vibración de sus pasos. Se acercó silencioso hasta colocarse a mi espalda y abrazarme por la cintura. Le gustaba ese gesto porque le permitía meter la nariz entre mi pelo con disimulo.
— ¿Tienes mucho trabajo?
Su voz sonaba ronca, como si estuviera resfriado. Dejé la manga pastelera y me limpié las manos antes de darme la vuelta con cuidado de no mancharle.
— ¿Estás bien? —pregunté, poniéndole la mano en la frente.
— Se me ha irritado la garganta con unos vapores, pero ya me he tomado algo.
Me puse de puntillas para besarle.
— ¿Y esta visita entonces? —cuestioné después de que me soltara, volviendo a la mesa de trabajo.
— Te echábamos de menos.
Me sonrojé, claro, me decía esas cosas a posta, sabía que me daba el sonrojo.
— Ohh. ¿Te pongo a trabajar entonces para poder irme antes?
— No he hecho dulces nunca, ya sabes que yo soy de cocina de supervivencia.
— Haces crepes.
— Lo mismo es… —protestó.
— ¿Haces complicadas pociones y no puedes ponerle chocolate a una galleta? Seguro. Déjame que te busco un delantal.
Me deleité en verlo quitarse el jersey y remangarse la camisa. Todos sus gestos medidos y precisos me dejaban sin aliento. Puse sobre la gran mesa, frente a mí, las bandejas de galletas que se estaban enfriando y un gran bol de chocolate fundido.
— Huele bien —comentó mientras se ataba el delantal.
— Prueba —mojé la punta del índice y se lo llevé a los labios.
Yo y mi inconsciencia no pensamos en lo erótico que era el gesto hasta que mi dedo estaba dentro de su boca. De repente, la temperatura del obrador subió como diez grados.
Lo miré con los ojos muy abiertos, porque podía sentir su lengua acariciando mi dedo y algo más que definitivamente tenía pinta de ser un colmillo muy muy afilado. ¿Había tenido yo hasta ese momento un fetiche con los colmillos afilados? pues no, y eso que al parecer morder estaba en mi naturaleza. ¿Acababa de cambiar eso? pues sí.
— Draco… —murmuré, incapaz de articular otra cosa.
— Delicioso —comentó con intensidad, como si hablara de otra cosa.
— Creo que…—carraspeé— creo que deberíamos revisar una cosa arriba. Ahora.
— Puede ser buena idea.
Eché a andar, sofocado, directo a la puerta trasera.
— Harry —me llamó a mis espaldas.
Me giré. ¿En qué momento se había quitado el delantal? ¿Y por qué me miraba así, entre divertido y exasperado?
— ¿Qué? —cuestioné finalmente.
— ¿No deberías avisar a Jen?
— Me trastornas la cabeza, Malfoy —mascullé al pasar por su lado, sacándole una carcajada.
En cuanto estuvimos dentro de mi piso, me acorraló contra la pared del vestíbulo y comenzó a besarme. Yo pensaba que nos habíamos besado mucho, pero eso no era nada en comparación, parecía que podría devorarme.
Sentí que me hervía la sangre y, a ciegas, comencé a atacar los botones de su camisa hasta abrirla y poder anclarme a su cintura desnuda. El tacto de su piel era electrizante y pensé que entraría en combustión cuando empezó a besar y morder mi cuello.
—Draco…
Sentí una risita contra mi cuello.
— Me encanta como gimes mi nombre.
— Vamos al dormitorio por favor.
Se apartó y me miró con las dos cejas alzadas.
— No pretendía…
— ¿No quieres?
Su cara expresó claramente que era una pregunta estúpida. Y la elevación en sus pantalones. Me cogió de la mano y me llevó al dormitorio.
— ¿Por qué pensarías que no quiero tener sexo contigo? —cuestionó mientras terminaba de quitarse la camisa.
— ¿Y tú?
— Querías ir despacio. —Dio unos pasos hacia mí y cogió los bajos de la camiseta que llevaba puesta— ¿Puedo?
— Por favor.
Tiró despacio de la prenda hacia arriba, hasta sacármela por la cabeza. La dejó sobre la cama y alzó los dedos para trazar las líneas de mi pecho, hasta llegar al costado deformado por la cicatriz del mordisco.
— ¿Creías que tendría alguna duda al verte sin ropa? —preguntó con suavidad, inclinándose de nuevo para besar mi cuello e ir bajando, dejando marcas en el camino.
— No. No sé… —suspiré.
Con cuidado, me empujó para que quedara tumbado en la cama y se cernió sobre mí.
— De ninguna —Mordió con un poco mas fuerza justo debajo de la clavícula— manera dejaría pasar la oportunidad de tocarte, besarte— Dejó un reguero de besos hasta uno de mis pezones y lo pellizcó con los dientes delanteros— y hacerte mío.
— ¿Tuyo?
— ¿No sabes ya que eres mío? creía que lo habíamos dejado claro.
Alcé los brazos para pasárselos por detrás del cuello y atraerlo a un beso.
— ¿Ahora somos posesivos? —bromeé.
— Me temo que va en ser criaturas que muerden —Me siguió la línea con diversión—. ¿O lo de morder es por ser posesivas? no lo tengo claro — Se tumbó junto a mí de lado, con la cabeza apoyada en la mano.
— Respecto a lo de los mordiscos… me estaba gustando bastante.
Me acarició la cara con la mano libre y se inclinó para darme un beso muy suave en la mejilla.
— No te operaste, no hay cicatrices —comentó con suavidad.
— Tenía poco pecho y con las pociones y el crecimiento de ser lobo, no lo vi necesario. No me molestan. Suficientes cicatrices.
Al decir la palabra fue cuando me fijé realmente en el torso ahora desnudo de Draco.
— Lo siento —susurré pesaroso, repasando las suyas con cuidado con los dedos.
Secuestró mi mano y se la llevó a los labios.
— Te defendiste. Aún no sé como pude levantar la varita para intentar cruciarte. Bueno, no sé como sobreviví al curso la verdad. Me olvidaba hasta de comer y encima me seguías a todas partes justo cuando no quería que lo hicieras.
— Esto tuvo que doler mucho.
— Las veelas curamos rápido. Por eso cicatrizó así. Pero eso es pasado. —Cambió a un tono más ligero—Ahora estamos aquí y habíamos quedado que eras mío. Y que me encantaría acabar de desnudarte. Pero hay otra cosa que yo...
— No es problema —le corté entre dos besos—. Mi vagina y yo nos llevamos mejor últimamente. Aunque soy más cercano a mi clítoris por culpa de tu olor.
— ¿Cómo sabías que iba a preguntar eso? —cuestionó, empezando a desabrocharse los pantalones.
— Porque te voy conociendo. No sé como he podido dudar de ti antes.
— Es porque piensas demasiado —Me golpeó la sien con el índice—. Lo entiendo. Respecto al quien se lo hace a quien, estaría encantado de ser pasivo contigo —confesó con tierna timidez—. Pedí un catálogo de juguetes sexuales, si quieres, en algún momento.
Reí y me incorporé para abrir el cajón de la mesilla.
— Desde que tu olor me devolvió la libido, he tenido que arreglarme, yo también tengo un catálogo. Y según George mucho vicio. Hicieron esto para mí.
Saqué mi arnés del cajón y se lo mostré.
— Ohhhh, es… muy realista.
— Y sensible —lo guardé y volví a subirme a la cama, a horcajadas sobre él—, pero hoy quiero ser tuyo.
Puso sus pálidas manos en mi cintura y pareció estar un rato deleitándose en las vistas antes de comenzar a desabrochar mis pantalones.
— Eso es una gran idea.
A partir de ese momento hablamos poco. Yo sobre todo gemí, extendido en la cama como una estrella de mar mientras él me llenaba de besos y tiernos mordiscos en su camino hacia mi clítoris, que lo esperaba impaciente. El primer roce de su lengua en la sensible carne de la punta me hizo dar un bote en la cama.
— ¡Mierda, Draco!
— Esa boca, Potter —me riñó, juguetón, mordiendo mi muslo.
No le contesté para no distraerlo y que volviera a lo que había comenzado. Lo hizo, claro, porque si algo caracterizaba a Draco era ser concienzudo. Y aullé como buen lobo, agarrando dos puñados de su pelo cuando sostuvo mi clítoris entre los labios. Nada de miradas extrañadas o dudas, como las escasas citas que habían llegado a la fase desnuda desde que estaba tomando las pociones. Directo y seguro, como si no fuera la primera vez que le hacía una felación a un clítoris que se asemejaba a un pene pequeño.
— Voy a correrme, Draco —jadeé después de unos minutos.
— En mi boca, quiero bebérmelo todo.
La frase, ronca por la excitación y su garganta irritada, funcionó como el estímulo definitivo para que mis caderas se dispararan hacia arriba y gritara, fuerte.
Cumplió, me lamió hasta dejarme limpio, casi demasiado porque me sentía muy sensible.
— Ven aquí —lo llamé, abriendo los brazos para que subiera a besarme.
Se arrastró sobre mí y me besó con calma, compartiendo conmigo mi sabor. Podía sentir su dureza contra mi vientre, larga y caliente.
— Necesito un momento, ¿quieres subir un poco más y dejarme probar esto? —le ofrecí, metiendo las puntas de los dedos entre nosotros para rozarlo.
— Si me chupas ahora me correré. No sé como he aguantado y quiero —se sonrojó un poco—quiero correrme profundamente dentro de ti.
— Oh, joder —Le agarré del pelo para volver a besarlo, esta vez sin calma, dándolo todo, disfrutando del roce de sus colmillos, nuestras lenguas enredadas.
— Efectivamente, joder.
Solté una carcajada, porque él no solía decir malas palabras.
— Jodamos entonces, cariño. Dame todo lo que tengas —le provoqué, abriendo las piernas todo lo que podía bajo él.
La sonrisa que me dio me avisó de que me arrepentiría de provocarle. Y agradecí que mi casa estuviera mágicamente insonorizada, porque si no la calle entera me habría oído gritar y pedir más. Dos veces.
