Simplemente seguir

Cora tenía un sexto sentido tan agudizado que no se había preocupado por la ausencia de Regina la noche anterior. Leopold había dejado a la señora en el apartamento de Emma alrededor de las ocho y le había pedido que regresara solo a la mansión. Cuando ella llegó a la mañana siguiente, llevada por Emma de camino al trabajo, el ama de llaves la esperaba como la fiel escudera de siempre. La mujer saludó a la enfermera de lejos y vio a Regina entrando lentamente con la ayuda del bastón. Como sospechaba, Regina estaba bien, sonriendo sin necesidad de enseñar los dientes, en calma y aparentemente dispuesta. Cora le sonrió cuando llegó a su altura en la puerta, loca por saber lo que había ocurrido de bueno durante la noche, aunque ya sospechara lo ocurrido. Ella también había aprovechado la ausencia de Regina para disfrutar de su relación con el chófer en sus aposentos. Seguro que tenía esa misma sonrisa en los labios. Y, bueno, no era novedad para nadie que estaba aceptando las entradas de Leo en esos últimos días. Aparentemente, las transformaciones en las vidas de los que vivían en aquella casa no habían dejado de suceder desde que Regina había regresado del coma.

‒ Esa sonrisa dibujada en su rostro no me engaña‒ dijo ella

Regina se quitó el abrigo, se lo dio a la mujer y suspiró como una adolescente enamorada.

‒ Sí, ha sido una larga noche, aunque me hayan dado calabazas.

‒ ¿Qué sucedió?

‒ Invité a Emma a vivir aquí y me lanzó un bello discurso para negarse. Bueno, lo entiendo y hasta me esperaba esa negativa.

Cora acompaña a Regina al sofá para que descanse las piernas. Quizás no ha entendido bien las palabras de la señora.

‒ ¿Invitó a Emma a vivir con usted? ¡Wow! ¡De verdad está enamorada!

‒ Mucho, no lo niego‒ Regina se apoya en los cojines ‒ Incluso sabiendo que se negaría, aún creo que sería maravilloso verla a mi lado en la cama todos los días. ¿Quién sabe si no cambia de idea en cualquier momento?

‒ Probablemente tiene sus motivos para rechazarlo y tendrá otros motivos para aceptar en un futuro‒ dice el ama de llaves, ayudando a Regina a estirar las piernas ‒ Tengo un recado de ayer. Helena llamó, quería hablar, saber cómo lo está pasando.

Hasta cuando no tiene intención, Helena Colter sorprende. Regina mira a Cora, sorprendida y piensa si debe llamar a su ex suegra o no. Quizás el interés en saber cómo está sea un buen motivo para tener una conversación más seria. Mills piensa rápidamente qué hacer.

‒ Llámela y pregunte si puedo ir a visitarla esta tarde. Quiero conversar algo serio con Helena‒ habla Regina.


Para una mujer retirada como Helena, recibir visitas o hacerlas no era ningún problema, aunque la segunda opción le era más agradable. La matriarca de los Colter vivía en un caserón de los años 80 en un barrio noble de Amber City. A pesar de la edad, la casa de Helena no tenía nada que envidiar. Estaba muy bien cuidada y tenía pinta de casa de gente importante. Leopold acompañó a Regina, pero ya no era necesario ayudarla a moverse. Mills entró en la casa sin tener que llamar a la puerta de la entrada y no fue recibida por ningún ama de llaves al estilo Cora. Obviamente Helena tenía empleados, pero no todos debían estar trabajando ese día. Una persona sola no podría encargarse de una casa de ese tamaño, pensaba ella.

Helena estaba en la biblioteca, organizando por orden alfabético libros tan antiguos que sus ediciones hoy debían valer una fortuna. Escuchó los pasos de Regina, aquel bastón ayudaba a identificar a alguien acercándose cuando golpeaba en el suelo de madera cada vez que daba un paso. No era necesario ser muy listo para saber que había alguien ahí, ni bajar con prisa de las escalerillas a dos metros de alto.

Ella empujó un pesado volumen en el estante de la letra G y dijo desde allí arriba.

‒ Confieso que estoy sorprendida de recibir tu visita, Regina. Desde que Daniel partió, pensé que nunca más pisarías esta casa.

Regina se para con un regalo en la mano, mira hacia arriba y ve a la mujer descendiendo poco a poco.

‒ Siendo sincera, tampoco planeaba venir, pero tu preocupación hacia mí no me dejó otra alternativa. Necesitaba devolverte el favor. ¿Cómo estás, Helena?

‒ Bien, estoy muy bien, gracias‒ finalmente pisó el suelo, al ver a Regina, le sonrió y le señaló una de las sillas en medio de la sala para que se acomodara.

La biblioteca de los Colter era muy bonita y espaciosa. Como de película. Parecía que Helena revelaría un escondrijo secreto si empujaba uno de los libros en un estante más bajo. Regina le entregó el paquete a la mujer, tambaleando. Era un pastel que le había mandado a Leopold ir a buscar a la mejor pastelería de la ciudad, un capricho para compartir mientras conversaban, pero Regina aún estaba intrigada sobre cómo Helena tenía la capacidad física para subirse a unas escaleras tan altas, sin ayuda de nadie. Se preguntó de nuevo dónde estaban los empleados.

‒ Es un pastel de Brienn's. Pensé que te gustaría

‒ ¡Vaya, muchas gracias! Me encantan los pasteles. Vamos, siéntate, querida. Ya vuelvo. Voy a buscar unos platos para probarlo ahora mismo.

Regina hizo lo que le había pedido, pero nada dijo, mientras Helena se alejaba para ir a la cocina. Cuando volvió, la ex suegra le dijo que había vuelto a hacer algunas cosas cuyo hábito había perdido con anterioridad. Era bueno para la cabeza, pues así estimulaba el cerebro.

‒ Pensé en hacer esto desde que Norman pidió el finiquito. Se fue a vivir a España. Va a trabajar para una familia de Cataluña‒ dice la mujer, sirviendo a Regina.

‒ Ah, pero eso está bien, después de un tiempo te vas a sentir más cómoda. Tener a una persona para organizar la casa cuando no se está es excelente, pero por otro lado nos acomoda demasiado‒ comenta Regina

‒ Eso es verdad. Ni te imaginas cuánto he hecho hoy solo aquí dentro‒ Helena mastica, sirve un poco de té para las dos y vuelve a la conversación ‒ ¿Y cómo está Emma?

Milla alza los ojos hacia ella, sorprendida con la pregunta.

‒ ¿Emma? Está bien, muy bien. Le gustó conocerte a ti y a Robin la otra noche. Tengo que agradecerte por la cordialidad y el respeto que tuvisteis con ella.

‒ Regina, nos conoces. A pesar de nuestras divergencias en el pasado, nunca hemos perdido el respeto por las elecciones que hemos hecho y no va a ser ahora que vamos a perderlo. Cora me dijo que viajaste para ir a conocer a sus padres. ¿Qué te parecieron?

‒ Son personas muy queridas, me trataron tan bien como podría esperar. Se parecen a Emma, tienen ese magnetismo que hace que caigan bien a todo el mundo.

‒ Entiendo. No son como nosotros, ¿no? Atraemos más enemigos que admiradores.

‒ Tiene que ver con lo que mejor sabemos hacer, ser personas demasiado serias a veces‒ Regina ríe

‒ Sí, ciertamente

Regina hace una pausa para saborear el pastel y el té. Ella piensa en cómo llegar al tema del pasado del que necesita hablar. Es incómodo y desagradable, pero necesario. Aún en busca de respuestas, de recuerdos que la lleven hasta la noche del accidente. Siente que necesita resolver eso consigo misma de una forma u otra. Tras dejar los cubiertos y la taza a un lado, toma aliento para hablar

‒ Helena, el motivo de venir hoy no es solo para darte las gracias, sino pedirte ayuda‒ dice mientras Helena adquiere una expresión más fría ‒ He estado lidiando con recuerdos de mi pasado, con cosas que ocurrieron antes del accidente. He descubierto que decepcioné a Daniel antes de su muerte y que estábamos en una especie de crisis en nuestro matrimonio. Nuestras diferencias, entre tú y yo, quizás fueran resultado de mi desequilibrio y me gustaría saber de tu boca si dejé explícito eso en algún momento.

Helena piensa en una respuesta y tiene que buscar en su mente. Decidió dar un hondo suspiro, pues no fueron tiempos fáciles para la familia mientras Regina y Daniel vivían sus problemas particulares que afectaban indirectamente a Robin y a ella. Se acordaba de algunos episodios, pero nada lo bastante esclarecedor. Miró a Regina con pena, comprendiendo aquella mirada llena de dudas, la mente obnubilada con una serie de cuestionamientos. No debía ser fácil estar en su pellejo.

‒ Daniel no solía hablar de sus problemas conyugales, aunque yo sabía que no estabais bien antes de que muriera. Estaba muy enamorado de ti, Regina, sin sombra de duda y creo que, en el fondo, sentía remordimientos por algo. Las dos sabemos que él bebía, que tú bebías y que los problemas entre los dos pudieron haber comenzado por eso. Lo único que puedo afirmar con certeza es que él se lamentó con mucha tristeza sobre el hecho de internarte antes de que fuera tarde.

Regina se mueve bruscamente en la silla.

‒ ¿Nunca presenciaste algún episodio de desequilibrio por mi parte?

‒ No sé a lo que llamas desequilibrio, pero si hablas de algún momento en que estuvieras borracha, sí. Más de una vez‒ Helena intenta ser sincera ‒ La primera vez a todos nos pareció muy gracioso, porque todos en la vida pasamos por momentos iguales, pero cuando comenzó a ser algo habitual, empezamos a asustarnos.

‒ ¿Qué hacía, Helena? No recuerdo nada. No consigo recordar absolutamente nada de lo que hice.

‒ ¿Estando borracha? Bueno, de repente te ponías muy alegre, hablabas más alto que todo el mundo, contabas chistes malos y de muy mal gusto, era inconveniente. En realidad, Regina, muchas veces dejé de llamaros para celebrar algo aquí, en casa, porque tú, de alguna manera, ibas a armarla. Sé que Daniel también tuvo sus momentos, pero por ser mi hijo, quizás tardé en darme cuenta. De cualquier manera, estabas empezando a dar trabajo y Daniel se cansó. Tenía miedo por los niños y temía que, un día, ellos lo notaran. Me ofrecí para que los gemelos pasaran una temporada conmigo mientras los dos viajabais a una segunda luna de miel, pero eso nunca sucedió. Entonces llegó un punto en que Daniel ya no lo soportaba más y se quejó. Me dijo que la bebida te estaba afectando en tu trabajo en la tienda, volviéndote una persona peor de lo que nunca fuiste. Sentí que se echaba la culpa.

‒ Sé esas cosas. Incluso recordé que tenía una botella de whisky escondida en el despacho de dirección. Tiene todo el sentido que estuviera herido, pero culparse…No entiendo. Cora también me dijo algo parecido cuando le pregunté.

‒ Daniel, tal vez, pensase que te indujo al vicio sin querer. Partió de uno de los dos. En la casa hay una bodega y siempre quiso mantenerla. El bar, la colección de bebidas. Tú puedes haber comenzado a beber simplemente por querer sentirte mejor tras un día duro en el trabajo o a causa de alguna pelea con Daniel. La bebida era un refugio, lo es en algunos casos.

‒ Ah, Dani, lo siento tanto…‒ se lamenta Regina, cerrando los ojos

‒ A pesar de los pesares, sé que Daniel nunca dejó de amarte. Estaba dispuesto a curarte de lo que fuera.

‒ Tiene más sentido ahora el hecho de que viviéramos en pie de guerra, Helena. No era solo que no sintiéramos simpatía la una hacia la otra, yo tampoco ayudé hundiéndome en la bebida.

‒ Aún creo que el alcohol fue solo un detalle más que echo leña al fuego para nuestras diferencias.

‒ Y pensar que ha sido necesario que tu hijo y mis hijos hayan partido para apaciguarlo todo‒ Regina mira en dirección a una mesa. Había una foto de Helena y sus dos hijos junto a ella.

‒ No pienses que lo sucedido con Daniel y los pequeños es un castigo. Fue un accidente y sabemos que no había una gota de alcohol en su sangre. Lo dijeron los médicos. Tenía que ser así. Te duele a ti tanto como me duele a mí, y no habrá un día en mi vida en que no me acuerde de mi hijo.

‒ Y yo de los míos

‒ Sigue, Regina. Sigue adelante como estoy haciendo yo. No hay elección. Haz exactamente lo que estás haciendo. Solo sigue adelante.

Era lo que estaba intentando hacer, seguir, sencillamente seguir. Avanzar no significaba olvidarlo todo, sino dejar que las respuestas surgiesen solas. Así lo había entendido tras esa conversación.


Killian había cogido la hora del almuerzo para hablar con Emma tras pasar más de un mes sin verla. Obviamente, los dos tenían asuntos para poner al día y eso requería mucho más que una hora de conversación. De todas formas, estaban aprovechando el tiempo que quedaba en la cafetería del hospital, intentando no reírse muy alto de las historias de la luna de miel que el muchacho le contaba a la amiga. Killian había vivido los mejores quince días de su vida junto a Ariel tras recibir un permiso para viajar con su esposa. Entre tantas artimañas de pareja, el enfermero contaba que no hubo día en que no pasaran por una situación inusitada durante el viaje. Emma, a su vez, se tapaba la boca con las manos para no hacer ruido ante las ganas de reír. Le gustaba mucho Killian y a él, ella, cosa de hermanos que no sabían explicar. En ciertos momentos, viendo que la amiga se perdía con algo que dijera, mirando hacia el café tras el almuerzo, sabía que algo había cambiado en su vida. Iba a preguntarle por Regina desde el comienzo, pero acabó por olvidarse cuando se llevó una pequeña bronca de la rubia por haber desaparecido en los últimos días. Ponía como pretexto que la vida de casado era muy buena y que los horarios de los turnos habían cambiado. Y, además, con Emma cambiando los turnos las semanas anteriores, fue difícil verse por los pasillos del Amber City Hospital.

En una de esas pausas, riendo discretamente, Killian miró hacia el reloj y vio que aún faltaban quince minutos para volver al trabajo en la segunda plata. Había tenido suerte al encontrarse a Emma quien, últimamente, según se enteró, estaba trabajando en estado de gracia, mejor de lo que ya era, más dispuesta que nunca, divertida cuando era necesario, mejorando el ambiente y convirtiéndose en la preferida de los pacientes de la tercera planta por quincuagésima vez en un periodo de dos años. El hospital debería crear un premio para los trabajadores que destacaban cada semana. Emma ganaría siempre a no ser cuando Ruby o Brandi la sustituían.

Killian rio cuando vio a la amiga mover la cucharita dentro de la taza, sus mejillas sonrojándose como si se hubiese acordado de algo reconfortante. Él sabía de quién se trataba.

‒ ¿Y Mills y tú? ¿Todo bien? ‒ pregunta

‒ Estamos super bien ‒ Emma no alzó los ojos, pero sonrió tímidamente ‒ Es una persona muy especial

‒ Se nota, hermanita. Piensas en ella sin ni siquiera pensar

Esta vez Emma vuelve a mirarlo

‒ ¿Cómo es eso posible?

‒ La forma en que paras las veces en que comento algo relacionado con mi boda, algo que hice con Ari…Llevas moviendo esa cuchara hace bastante tiempo, te pones colorada de la nada como si te acordases de algo muy íntimo y personal. Sé que piensas en ella‒ dice él ‒ ¿Qué habéis hecho?

‒ Estamos saliendo de verdad, como nunca pensé que volvería a suceder. Me presentó a la familia de su fallecido marido. En retribución, la llevé a conocer a mis padres y ellos la adoraron. Pero Regina ha tenido algunos problemas con la memoria, que está volviendo poco a poco. No está cómoda con lo que ha recordado.

‒ ¿Qué recuerdos serían esos?

‒ Ella bebía. Parece que estaba fuera de los límites antes de sufrir el accidente y no le gustó enterarse de eso.

Él sabe lo que es lidiar con un alcohólico, cómo afecta eso a la familia, ya que durante un tiempo sucedió en su casa. Emma demuestra madurez, pero tal vez no sepa en qué dirección ir con una Regina traumatizada.

‒ Por lo que me has contado, Regina perdió la memoria cuando despertó del coma y se volvió alguien completamente diferente a lo que era antes. Si por un lado eso es bueno, por otro es desestabilizador. ¿Has pensado en llevarla al terapeuta que tenemos aquí? Mi padre lo veía antes de morir, sabes, ¿no?

‒ Lo sé y me acordé de ti cuando ella me contó lo que había descubierto de sí misma. Glass me parece muy competente, es quien da apoyo a los familiares que pierden a alguien aquí. Creo que será una buena recomendación para Re

‒ ¿Entonces? Incluso con ese problema, ¿te gusta tanto como te gustaba Belle?

Emma piensa, sonríe, se muerde el labio inferior y suspira. Todo de una vez.

‒ Creo que me he enamorado de ella más de lo debido. Tengo miedo, Kill. Miedo de que vea en mí el único apoyo capaz de frenar lo que ha estado sintiendo. Se ha odiado por lo que le hizo al marido y a los hijos. Me ha llegado a pedir que me vaya a vivir con ella.

‒ ¿Estás hablando en serio? ¿Qué respondiste?

‒ Que no debía, que no podía. Le expliqué que ahora, en este momento no podemos avanzar tanto. Han sido los dos meses más deliciosos de mi vida gracias a ella, pero aún no puedo mudarme a su casa como si estuviésemos casadas.

‒ Ella está carente de afecto, tienes que entenderlo, hermanita. Llévala a que hable con Glass, pide cita con él. Déjale claro a ella que estáis juntas y ella superará lo que tenga que ser superado.

‒ Ya se lo he dicho algunas veces, ella todo eso lo sabe.

‒ ¿Se lo has dicho de la manera correcta? Quizás necesite más señales. Recuerda que salir con una mujer es algo nuevo para ella, hay un deslumbramiento entre vosotras por estar al comienzo, pero os gustáis por encima de todo. ¿Cuántas veces os habéis declarado ya la una a la otra?

‒ ¿Cómo? ¿Por qué preguntas eso?

‒ ¿Cuántas veces le has dicho que la amas? ¿Realmente la amas?

‒ Pues claro que amo a Regina. La amo desde el día en que llegó al hospital. No me quedé a su lado durante el coma sin motivo.

‒ Entonces déjaselo claro. Si ella te ofreció flores, dale el doble al día siguiente. Debe sentirse sola, no tiene a nadie a quien recurrir. Te has convertido en su puerto seguro‒ coge los finos dedos de su amiga por encima de la mesa y juguetea con ellos ‒ Haberte permitido amar a alguien de nuevo ha sido un gran paso, Emma. Ahora, parece que esa mujer te gusta, pero aún hay algo que te frena. Los problemas psicológicos de ella no son una disculpa. Consejo de un amigo que conoce a las mujeres: ama cuando tengas la certeza de que has encontrado a la persona correcta.

Emma se muerde los labios, piensa en lo que el amigo le ha dijo y alza la cabeza.

‒ Tienes razón. Aún estoy presa por lo que sucedió con Isabelle. Regina necesita saber que también la amo tanto como ella a mí.

‒ Tengo la ligera impresión de que eso será lo que resuelva sus cuestiones. Tenerte cerca en cuerpo y alma.

La rubia lleva una mano a la mejilla del amigo y aprieta.

‒ Ariel, Ariel…Qué mujer afortunada, ¿eh? ¡Tiene al marido más mono de esta ciudad! ‒ Ríen juntos una vez más.


Tenía que ser rápido y sorprendente para Emma. Terminó su turno al final de la tarde y se cambió apresada para que le diera tiempo de pasar por la floristería. Las cosas que Killian le había dicho quedaron en su mente como una música pegadiza cuyo estribillo se repite cada cinco segundos. No iba a dudar ni dejar escapar esa oportunidad. Sentía que Regina era su amor y que estaba retenida por cosas que ya no tenían sentido. Si Isabelle no le dio lo que quería, ¿qué culpa tenía Regina? Recordaba lo que habían hablado, de la forma en cómo Mills le pidió que olvidara a su ex, que era la forma más sencilla de superar lo que había salido mal. Emma sabía que podía hacer más por Regina que solo escuchar sus lamentos o calmarla con besos. Al final, una relación era mucho más que pasión y tensión sexual.

Le dio tiempo a llegar a la mansión Mills antes de oscurecer, coincidiendo con Leopold que metía el coche por el camino. Emma estaba allí con flores, agarrando el ramo de rosas a la espalda, pero totalmente en vano porque era tan grande que más de la mitad sobresalía por los lados. Regina vio a Emma antes que la verja se abriera y bajó del coche sola, olvidándose incluso de ayudarse con el bastón, pero ni Leo desde dentro del coche consiguió retenerla o salir a tiempo cuando ella puso los pies hacia fuera y cerró la puerta. Viendo la escena, Emma corrió hacia Regina, pero la mujer extendió un brazo, pidiendo que se quedara dónde estaba, pues quería intentar, quería demostrarle a Emma que las sesiones de fisioterapia estaban funcionando.

Se acercó sonriendo, muy despacio, paso a paso, casi llorando con su propia evolución. Emma le sonrió también. Amaba ver la felicidad brotando en el rostro de Regina de forma tan natural como una flor abriéndose. Entonces, Regina llegó hasta ella y la enfermera sacó de detrás lo que tenía escondido.

‒ ¡Emma, son hermosas! ‒ Regina las cogió, parecía un balancín que iba y venía, aún le era difícil mantener sola el equilibrio.

Emma agarró sus brazos levemente, la miró y de repente Regina notó que estaba más bonita que todas las veces que se habían visto. Se detuvo a mirarla profundamente a los ojos. Fue una eternidad.

‒ He venido para contarte una cosa muy importante ‒ dice Emma ‒ Te amo

Regina sonrió aún más, tan dulce, tan feliz y enamorada, desprovista de los recelos sobre los que habían conversado hacía días. Se siente en las nubes, derritiéndose de amor y sigue mirando aquel par de ojos verde oscuro con el fin de hundirse en la vida de Emma para siempre.

‒ ¿Has venido a mi casa a darme flores y a decirme que me amas? ¿Por qué suena todo tan dulce? ¿Tienes que ser así todo el tiempo, enfermera Emma?

‒ En realidad, estas flores son las que debes cambiar, exactamente como yo hacía en el cuarto del hospital donde nos conocimos. Y ese "Te amo" es una disculpa bastante sincera para pasar la noche contigo. Ven, vamos a salir juntas. Vamos a cenar, vamos al cine, vamos a hacer lo que las personas enamoradas hacen.

‒ ¿Y quién dice que estoy enamorada de ti? ‒ Regina hace un gracejo

‒ Tus ojos cuando me miran, exactamente como ahora

Mills mira hacia las flores, se muerde el labio y ríe. Llama a Leopold que estaba alejado y le da las flores.

‒ Leo…Pídale a Cora que ponga estas rosas en agua y dígale que no ceno en casa hoy.

Él obedece y se retira.

‒ Sí, señora

Regina gira el rostro hacia Emma y cuando se da cuenta, ya esta pegada a ella, lista para usar y abusar de ella como su apoyo.

‒ ¿Entonces? ¿Lista para dar una vuelta con su enfermera?

‒ Solo si me va a dar una vuelta por el mundo.

‒ Sí, de cierta manera hoy vas a conocer el mundo. Mi mundo.