Disclaimer: Crepúsculo es de Stephenie Meyer, la historia de Silque, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.
Disclaimer: Twilight belongs to Stephenie Meyer, this story is from Silque, I'm just translating with the permission of the author.
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EPOV
Ella se colocó entre mis rodillas separadas. Colocó el frasco en la mesita de noche y ahuecó mi mandíbula entre sus cálidas manos, inclinando mi cara hacia arriba.
―De hecho, me gustaría ayudar.
Me tomó unos segundos comprender realmente lo que me estaba diciendo, incluso con mi cerebro de vampiro. La empujé suavemente hacia atrás y me puse de pie de un salto, elevándome sobre ella.
―¡Absolutamente no!
Sin intimidarse en lo más mínimo, plantó sus puños en sus caderas, frunciendo el ceño y me dijo.
―¿Por qué no?
Balbuceé.
―Eso no es... no puedes... no sería... ¡maldita sea, Isabella!
—Bueno, ese fue un argumento convincente —resopló, cruzándose de brazos.
Tenía dos puños llenos de mi cabello, sin recordar siquiera haber levantado los brazos.
―Bella, tú... "ayudándome"... eso es simplemente... ¡completamente inapropiado!
―¿Por qué?
¡Chica exasperante!
—¡No estamos casados, Bella! Ni siquiera... y tú quieres... ¡maldita sea, mujer! —Y ahora había perdido la capacidad de articular.
Ella levantó su mano izquierda, moviendo su dedo anular cargado de diamantes.
―¿Qué significa esto, Edward?
¿Cómo podía estar tan tranquila? ¿Cómo podía estar tan excitado por la idea?
―Significa que vas a ser mi esposa. Vas a serlo, Isabella.
—Así es, voy a ser tu esposa. Y tienes que darle esta muestra a tu padre porque voy a ser tu esposa. Ni siquiera tendrías que hacerlo si no fuera por mí. —Señaló con la cabeza el pequeño frasco que estaba en la mesita de noche—. Es justo que te ayude.
—Bella, sé razonable. ¿Y si... es ... veneno puro? No podría permitir que te acercaras a eso. La idea de lo que podría pasar es horrorosa.
Para mi alivio, ella asintió. Se mordió el labio, claramente pensando furiosamente. Mi alivio duró poco cuando dijo:
―Bien, pero ¿y si te ayudara sin siquiera... tocarte?
―¿Qué...?
Pasó a mi lado, apiló varias almohadas contra la cabecera y se subió a la cama para reclinarse sobre ellas.
―Ven a sentarte aquí ―pidió, palmeando el colchón entre sus rodillas.
―Bella...
―Mira, no pasará nada con lo que no te sientas cómodo. Solo inténtalo, y si no funciona, puedes escabullirte cuando yo me duerma. Solo inténtalo. ¿Por favor?
¡Maldita mujer! Me arrodillé vacilante hacia ella en la cama mientras ella se estiraba, encendía la manta eléctrica y apagaba la luz. Sonrió suavemente y dijo:
―Recuéstate de espaldas a mí.
Me posicioné entre sus muslos y me recliné, apoyando mi cabeza en su hombro.
―¿Así?
Su suave risa vibró en mi espalda.
―Perfecto. Pero necesito que te quites la camisa.
No me moví de inmediato y ella me besó suavemente la oreja.
―Edward, te prometí que no pasaría nada que no quisieras. Pero esto funcionará mucho mejor si puedo al menos tocarte un poco.
Me incorporé, me saqué la camisa y la tiré al suelo para volver a recostarme. Ella me rodeó los hombros con sus cálidos brazos y me susurró al oído.
―Tienes que relajarte, cariño. Estoy completamente cómoda y no me vas a hacer daño.
No me había dado cuenta de lo tenso que estaba. Era un territorio desconocido y no tenía idea de lo que ella tenía planeado. Obligué a mis músculos a relajarse y me relajé en sus brazos. La luna brillaba lo suficiente esa noche para iluminar la habitación. Ella podía verlo todo perfectamente, incluso con su vista humana.
—Mmm, qué bien. ¿Estás cómodo, cariño? —preguntó, obviamente sin hacer ningún movimiento para asustarme. Empezaba a sentirme como un animal salvaje al que ella intentaba domar. Desafortunadamente, no estaba tan lejos de la realidad, ya que me sentía inquieto y propenso a salir corriendo. Esto era una locura total y no podía imaginar qué era "esto" o cómo podría llevarme a mi objetivo. Giré la cabeza para mirarla a los ojos.
—Bella, no creo que esto vaya a funcionar.
Ella sonrió y me besó tan suavemente que casi no podía sentir sus labios.
―Ten fe, dulce prometido. Ahora, coloca tus manos planas sobre la manta. Debería calentarse muy pronto.
Puse mis palmas sobre la manta, sintiendo ya el calor que se absorbía en mi piel. Tenía que admitir que mi hermosa y sexi prometida me tenía intrigado. Acostado en la cuna de su cuerpo, su aroma me rodeaba. También tenía que admitir que el solo hecho de estar en esa posición y sentir su cuerpo contra el mío estaba haciendo la mitad del trabajo por ella.
Dobló un poco las rodillas, presionando sus muslos contra mis costados, y se sintió casi como un abrazo. Comenzó a acariciar suavemente mis hombros y brazos, rozando con sus labios el costado de mi cuello. Puso esos dulces labios contra mi oído y, en un susurro, comenzó a hablar.
―La primera vez que te vi, en Filadelfia, quedé hipnotizada por tu música. Pero cuanto más te veía tocar, más hipnotizada estaba... por ti. Estaba en un palco a la izquierda del escenario y solo podía verte de perfil, pero podía ver tus manos, tan fuertes en las teclas, y comencé a sentir un poco de atracción. ―Deslizó su mano izquierda por mi brazo y tomó mi mano izquierda, deslizando sus dedos entre los míos. Su toque y su cálido aliento en mi oído me tenían cautivado. Ya era su esclavo, pero ella continuó, tejiendo su hechizo sobre mí.
»Me dije a mí misma que era una niña tonta que tenía sentimientos por una celebridad muy superior a mí. Después, compré todos tus CD en el vestíbulo y casi los gasté. Seguí tu carrera y sabía que vendrías a Nueva York este año. Me aseguré de tener una entrada. Luego descubrí que estabas donando un concierto privado para la subasta benéfica del Hospital de Niños y tomé medidas para ganarlo. No me hacía ilusiones, no creía que tuviera una verdadera oportunidad contigo, sabía que era solo una chica normal, nada especial. —Giré la cabeza para refutar su suposición, pero me hizo callar con un beso y una pequeña sonrisa. Me sostuvo la mirada mientras continuaba.
»Pero entonces llegaste a mi puerta y me miraste como si hubieras encontrado el santo grial. Por primera vez en mi vida me sentí hermosa, porque lo vi en tus ojos. Me dejaste sin aliento, mi hermoso vampiro. En ese momento, mirándote a los ojos, parado en mi puerta, mi tonto enamoramiento de colegiala floreció en los inicios de amor por ti. Al final de esa noche, supe que eras el amor de mi vida y que nunca amaría a otro.
No pude evitarlo y reclamé sus labios y la besé con todo el amor que desbordaba mi corazón ante sus palabras. Pasó sus dedos por mi mandíbula mientras yo introducía mi lengua en su boca y ella la succionó suavemente, enviando una sacudida de placer directamente a mi ingle.
Parecía que su pequeño plan estaba empezando a funcionar. Sentí que me hinchaba y me ponía duro.
Ella interrumpió el beso y pasó sus dedos sobre mis labios.
»Recuéstate, ahora. No he terminado.
Me relajé contra su hombro y de repente me encontré ansioso por ver qué era lo que ella tenía planeado para mí.
»Esa noche, mientras intentaba dormir, todo lo que podía ver era tu cara, tus ojos, tus labios, tus... manos. Seguía viendo tus antebrazos flexionarse y relajarse mientras tocabas, tus dedos largos y elegantes mientras sostenías mi mano. —Soltó un pequeño escalofrío, y estaba seguro de que no era por mi cuerpo frío. Volvió a acercar sus labios a mi oído y... Dios mío, me los lamió. Yo también temblé—. Sentí deseo real por primera vez en mi vida, y era todo por ti. La noche siguiente, cada vez que me tocabas, imaginaba tus manos sobre mí, por todas partes —resopló una pequeña risa, su aliento cálido en mi oído—. Pensé que algo estaba mal conmigo, que me estaba convirtiendo en... no sé qué. Una chica loca por los chicos. Pero sabía que te deseaba. Desesperadamente. Cuando me besaste en mi puerta, ya estaba excitada. Dormir esa noche fue aún más difícil. ―Su voz se hizo aún más suave―. Yo... yo tenía que... tocarme. Pensé en ti y me di... placer.
El hecho de que mi chica, mi hermosa prometida, se hubiera dado placer mientras pensaba en mí era electrizante. Saber que yo había hecho lo mismo solo aumentó la emoción. Estaba duro como una piedra y comenzaba a palpitar. Un hecho que era bastante obvio, dado que vestía pantalones de pijama de algodón fino y nada más. Pero de repente quise que ella lo viera. Quería que supiera lo que me hacía.
También quería que ella siguiera hablando.
»Acostarme en la cama todas las noches y sentir tu cuerpo contra el mío es la tortura más dulce, Edward. Intento con todas mis fuerzas ser buena. Conozco tus sentimientos, los respeto y los comparto. Pero tú eres la tentación encarnada. Soy sólo un ser humano y me duermo todas las noches en los brazos de mi propio Adonis. Y sueño, cariño. Oh, sueño cosas maravillosas.
Sus manos habían comenzado a deslizarse por mis hombros hasta mi pecho, y se sentía delicioso. Podía sentir sus pechos presionados contra mi espalda, y sus pezones rígidos eran pequeños puntos de calor. Sus dedos rozaron mi pezón, y tomé una bocanada de aire rápidamente. Gemí.
―Bella...
―Déjame verte, cariño. Déjame mirarte. Quiero mirarte, por favor...
Movió sus pequeños pies y enganchó los dedos de los pies en la cinturilla de mis pantalones. Los bajó un poco y, Dios me guarde, levanté las caderas para ayudarla. Quería que me viera, que me deseara como yo la deseaba a ella. Usé mis propios pies para bajarlos aún más, pateándolos y colocándolos al final de la cama. Estaba acostado desnudo en los brazos de mi amante, completamente expuesto y erguido.
Fue glorioso.
Fue una tortura.
Ella jadeó suavemente, presionando su sexo caliente contra mi espalda baja, y me costó todo lo que tenía no darme vuelta, arrancarle los pantalones cortos y enterrar mi polla tensa en ese fuego húmedo.
Ya no había vuelta atrás. Tenía que dejarla completar su plan.
—Edward, Dios mío, eres tan hermoso. Tan perfectamente hermoso. Tengo tantas ganas de tocarte. —Sus manos continuaron recorriendo mi torso y sus labios volvieron a mi cuello, lamiendo y mordiendo, volviéndome loco. Gruñí involuntariamente y temí por un instante haberla asustado, pero ella se acercó más a mí al oír el sonido, hundiendo una mano en mi cabello para hacer palanca con sus labios, dientes y lengua.
Tenía los dos puños llenos de mantas y traté de relajarlos para no dañar el cableado interior. Me faltaba el aire que en realidad no necesitaba.
―Bella, Dios, por favor… ―Esta pequeña niña humana me hacía temblar de necesidad.
―Tócate, cariño. Tócate como quieres que yo te toque. Muéstrame qué te hace sentir bien ―jadeó. Se frotaba abiertamente contra mi espalda y podía sentir su humedad.
Obedecí su orden. Solté la manta y envolví mi pene hinchado con mi mano derecha. El calor de mi mano se sentía tan extraño, tan "ajeno" que casi podía imaginar que era su mano, sus dedos agarrándome, acariciándome lentamente desde la base hasta la punta. Pasé mi pulgar sobre la cabeza, esparciendo la gota de pre-semen sobre mi eje. La fricción, combinada con su aroma y su cuerpo cálido envolviéndome, fue la sensación más increíble. No iba a durar mucho. Acaricié un poco más rápido.
—Edward, oh, cariño... Te deseo tanto. ¿Puedes sentir cuánto te deseo? ¿Puedes sentir lo mojada que me pones? —jadeó entre lamidas y mordiscos.
Ah, sí, lo podía sentir. Aceleré el paso y ahuequé mi otra mano tibia sobre mis testículos, tirando ligeramente. Estaba tan cerca...
Su voz estaba cargada de deseo.
―Espero que tu semen esté a salvo. Quiero tocarte por todas partes. En nuestra noche de bodas, quiero probarte... Quiero chuparte...
Mi mente pasó a una visión de mi Bella con su boca llena con mi polla, sus mejillas hundidas y mirándome con ojos ardientes, y eso fue todo lo que hizo falta.
—¡Bella! —grité con voz ronca mientras me sacudía la mano, chorreando gruesos chorros sobre mi estómago y mi pecho, gimiendo de manera ininteligible.
Estaba tan feliz que casi olvidé el motivo de este... ejercicio. Tomé el frasco de la mesita de noche y saqué una buena muestra, volví a enroscar la tapa y corrí al baño a buscar una toalla. Me quedé de pie junto a la cama y me limpié, mirando a Bella, todavía reclinada en la cama. Estaba sonrojada y rosada, todavía jadeando. Recuperé mis pantalones de pijama y me los volví a poner, por su seguridad, ya que tenía mi propio plan. Los vampiros no necesitan tiempo de recuperación, así que todavía estaba duro y seguía siendo un peligro para ella.
Me apresuré a volver a la cama, y antes de que ella supiera lo que estaba haciendo, la levanté, me acomodé en su lugar cálido con aroma celestial y la coloqué entre mis piernas, nuestras posiciones de antes exactamente invertidas.
—¿Qué...? —empezó a decir, pero incliné su rostro hacia el mío y la hice callar con un beso profundo.
—Quítate la ropa, amor. Es lo justo. —Le quité la camisita antes de que se diera cuenta, luego la ayudé a bajar sus pantalones cortos y la acomodé contra mi pecho. Era demasiado pequeña para apoyar la cabeza en mi hombro, así que la levanté un poco más y cerré las piernas para que las suyas cayeran a ambos lados. Mi erección estaba situada entre las dulces y redondas nalgas de su trasero y tenía acceso a su oreja—. Ahora me toca a mí —murmuré. Le eché el cabello al hombro opuesto, dejando su cuello expuesto a mis labios.
Comencé a acariciarle los hombros y los brazos de forma lenta y suave, tal como ella me había hecho a mí antes. Coloqué mis labios en su oído, asegurándome de utilizar un poco más de volumen, y le conté mi historia de amor.
―Tenía sólo diecisiete años cuando me convertí y nunca me habían interesado las chicas. Mi atención se centraba en la Gran Guerra y en lo mucho que anhelaba ser soldado. Después, me estaba muriendo y renaciendo en esta vida. Seguía sin tener ningún interés en el amor. Durante los siguientes ochenta años, conocí a otras vampiresas, pero ninguna de ellas despertó nada en mi corazón ni en mi cuerpo. Y un día, fui a dar un concierto privado para unas ancianas de pelo blanco. Para mi sorpresa, la señorita que abrió la puerta no era ni vieja ni de pelo blanco.
Ella se rio.
»Era joven y dolorosamente hermosa, y sus ojos me atravesaban el alma. Sabía que era mía.
Bella se giró y me miró a los ojos. Le di otro beso lento.
―Tuya ―susurró.
―Desde ese momento supe que había encontrado mi amor. Supe que no podría vivir un día más sin ti, Bella. Todos esos largos y vacíos años fueron una preparación para ti. Me aceptaste con tanta gracia que, incluso cuando supiste quién era yo, seguiste amándome. Ese es el milagro, el amor. Que me conozcas y que todavía me quieras.
—Te amo, Edward. No me importa lo que seas. —Sus ojos eran enormes y luminosos a la luz de la luna, y mi corazón casi palpitaba con fuerza.
—Lo sé, querida. Así que fuimos a nuestra primera cita y no pude quitarte las manos de encima. Tu piel, Bella, era tan suave. Olías tan bien. Nunca tuve deseos de morderte. Sin embargo, sí te deseaba. Entonces estábamos aquí, en mi casa, y tú dormías en mis brazos. Dices mi nombre mientras duermes y haces ruiditos sensuales que me vuelven loco. Nunca deseé con tanta desesperación poder ver dentro de tu mente como en esos momentos.
»Y ayer aceptaste llevar mi anillo y ser mi esposa. Nunca he sido tan feliz en mi larga existencia. Me has cambiado de muchas maneras. Sé que nuestra noche de bodas será una revelación, cuando finalmente pueda hacerte el amor, como tu esposo.
Me había quedado sin palabras, pero ya no las necesitábamos. Recorrí con los dedos su cuello hasta la clavícula y luego bajé hasta la curva de sus pechos perfectos. Rodeé suavemente ambos pezones al mismo tiempo y sentí que se tensaban y endurecían mientras ella jadeaba y arqueaba ligeramente la espalda.
Su piel tenía un brillo perlado a la luz de la luna y no pude evitar decirle.
―Eres tan hermosa. ―Estiró sus brazos alrededor de mi cuello, enredó sus dedos en mi cabello y empujó sus pechos hacia mis manos.
―Te amo ―suspiró ella.
―Te amo ―respondí.
Me fascinaban sus pechos, acariciando, pellizcando, apretando y luego alisando, hasta que ella gimió suavemente, retorciéndose contra mi cuerpo.
—¿Estás mojada para mí, Bella? —le gruñí al oído.
―¡Sí! ―jadeó ella.
Deslicé mis manos hacia la parte posterior de sus muslos, levantando sus piernas y abriéndolas aún más.
―Desliza tu mano izquierda entre tus piernas, amor. Lentamente.
Ella obedeció.
―Desliza tu dedo medio hacia adentro.
Ella obedeció de nuevo, respirando con dificultad.
―¿Te sientes bien, querida chica?
―Sí ―gimió.
—Bien. Añade otro dedo —ronroneé.
―¡Oh!
―Ahora, frota tu clítoris con tu mano derecha. Lentamente.
―Oh.
—Muéstrame, amor. Muéstrame cómo quieres que te toque —jadeé. Estaba casi tan excitado como ella, frotando su trasero ligeramente contra mi erección. La observé mientras hacía círculos y hundía los dedos, mientras su cuerpo se apretaba más entre mis brazos. Mantuve sus muslos acunados en mis manos para evitar apartar sus dedos y terminar el trabajo yo mismo. O bajarme los pantalones de pijama y sumergirme en ella.
»Sí, amor. Imagina que esos son mis dedos. Quiero hacerte sentir bien. Quiero hacer que te corras para mí. Quiero saborearte, hacerte correr con mi lengua...
Su espalda se arqueó y se separó de mi pecho, y gritó, temblando y desmoronándose por mí. Gritó mi nombre una y otra vez, y yo casi me desmayé.
Se quedó quieta en mis brazos, su respiración se hizo más lenta, su cuerpo se relajó contra el mío mientras yo le daba besos en el cuello y la mejilla. Después de unos minutos, tomó la toalla que había usado antes, se secó el dedo y se retorció hasta que quedó acostada sobre mí, mirándome de frente, apoyando la barbilla en sus puños cerrados, apoyados sobre mi pecho.
―Hola ―sonrió tímidamente.
―Hola ―le devolví la sonrisa.
―Gracias. Eso fue muy... agradable ―se sonrojó.
—Mmm, sí lo fue. Gracias por su ayuda, señorita Swan.
—Estabas dudando de mis habilidades como asistente —indicó ella sonriendo.
—¡Jamás! Tomaste lo que iba a ser una tarea y lo convertiste en algo... ¿cómo se dice? Ah, sí; "agradable".
Ella se rio y enterró su cara en mi pecho.
―Mentí. No fue agradable. Fue increíble. ―Sabía que probablemente ya estaba muy roja, pero lo ocultó detrás de su cabello.
—Eres increíble, mi amor. Y nunca más dudaré de tus habilidades como asistente, lo juro. —Se rio y luego bostezó en mi pecho. Bajé la manta y la acomodé en su lado de la cama—. Duerme un poco, Bella. Estoy seguro de que Alice tiene un gran día de planificación de bodas para ti mañana.
Ella se rió entre dientes.
―Estoy segura de que tienes razón. Buenas noches, cariño. Te amo, lo sabes.
—Lo sé —le sonreí mirándola a los ojos—. Y tú sabes que te amo.
Ella asintió mientras sus ojos se cerraban y la tomé en mis brazos, tapándonos a ambos con la manta.
¿Cómo carajo iba a esperar un mes más por esto?
