Rebecca llegó a su departamento después de un día difícil, un día agitado, un día fuera de su laboratorio, el que era un segundo hogar para la que se consideraba a sí misma una rata de biblioteca.

Se acostó en su colchón para agarrar una almohada y morderla.

Empezó a gritar con todas sus fuerzas a través de ella mientras que las lágrimas caían copiosas encima de su edredón.

Era mucho por procesar.

Billy seguía vivo.

Su pasado había resurgido de su tumba y la perseguía.

Enfrentaba una acusación por encubrimiento.

Su baja temporal como asesora de la B.S.A.A.

Y Billy podría perder su vida por reabrir su caso.

"¿Por qué no simplemente me morí en la Mansión Spencer?", pensó cuando todos aquellos recuerdos la atacaron abruptamente después del remedo de jornada que le había tocado y que le habían movido las fibras más delicadas de su ser.

Pero igual que cuando entró a esas instalaciones en 1998 y salió del lugar con Billy, no podía permitir que la culpa y sus emociones guiaran sus actos, tenía que mantenerse firme.

Tenía que actuar.

Agarró su teléfono y borró la llamada del número de Billy, fingiendo que ese hecho nunca pasó, tomando al pie de la letra las indicaciones del abogado, pero por su parte, esperaba que Billy hiciera lo mismo, o algo similar.

Por su parte, el exmarine volvía a un pequeño cuarto de hotel, donde su teléfono, uno pequeño sin aplicaciones yacía ahora destruido y en la basura. Se echó en su cama y con la ayuda de un trago de tequila, logró conciliar el sueño, pero ahora era un poco más tranquilizador.

No era partidario de las drogas, ni siquiera de las legales, pero en ese momento le había sentado bien ese trago.

Había sido un día muy duro.

Llegar a Nueva York.

Encontrar el número de Rebecca y su ubicación, contactarla.

Hablar con ella, darse cuenta de que no era una fantasía.

Pero lo más duro fue darse cuenta de que su reencuentro se debía a una triste realidad, que el pasado lo perseguía, y ahora por partida doble porque Rebecca se había visto involucrada en sus mierdas.

Billy salió del cuarto de hotel y agarró un teléfono público con todas las precauciones posibles, se puso guantes, ocultó su rostro y marcó a Rebecca, así no le siguiera la conversación, sentía que necesitaba escuchar la voz de alguien que le comprendiera.

Y quien mejor para comprender a culpable que otro culpable.

Rebecca contestó al ver que era un número desconocido.

—¿Hola? —dijo con la voz más tranquila que encontró, pero Billy simplemente no se atrevió a seguir el hilo de la conversación.

Colgó la llamada y salió de la cabina. No podía hacerle eso, mucho menos cuando el abogado les dijo que debían mantener las apariencias y fingir que nunca se conocieron.

¿Pero podía? Rebecca fue una parte sumamente importante en aquel fatídico día, un día que le remarcó el trauma que ya llevaba, pero que se hizo un poco más sobrellevable al ver en la entonces joven médico de campo una persona a la cual cuidar.

Sí, ese era Billy Coen, un hombre noble, con sentido de la justicia y consciencia que buscaba el bien común para todos, un hombre que motivado por su necesidad de ser el protector, se involucró tal vez demasiado con la niña de los S.T.A.R.S.

Pero no podía probarlo, y tampoco podía mantenerse verdaderamente lejos de ella, porque para empezar, ella era la razón por la que había hecho el viaje desde Washington hasta Nueva York, porque cuando se enteró de que su caso podía reabrirse, también supo que lo estaban buscando, y que Rebecca había salido mal parada con el informe que mandó.

De alguna manera, esa pequeña prodigio de la medicina y amante de los dulces, se volvió un ancla a la realidad. Si podía hablar con ella, entonces dominaría la sensación de que lo que está ocurriendo es real.

Aunque también existía un debate en su interior, y se preguntaba si eso era verdaderamente pertinente.

"La mejor opción entonces es no estar cerca de ella", dijo mientras caminaba directamente a un bar cerca de Broadway, consolándose con las pocas canciones que escuchaba desde afuera del afamado teatro.

Con el vaso de un coctel sin alcohol en la mano, comenzó a pensar en la razón por la que sentía que necesitaba hablar con ella.

—Una piña colada, por favor —escuchó una voz aguda, familiar.

No era familiar, era la de ella.

Rebecca estaba ahí.

Billy pensó en qué podía decirle, llegando a la conclusión de que no tenía que decirle nada, pero no contó con el hecho de que ella sí lo había reconocido.

—Muchas gracias —dijo la chica mientras se llevaba la bebida a los labios —entonces así es la situación —comenzó a decir mientras bebía el dulce elíxir de alcohol. Le hacía efecto rápidamente —¿qué opina usted, caballero? La vida me colocó a un viejo ex amor enfrente y no sé cómo decirle lo que tengo atorado.

—¿Ex amor? —preguntó Billy confundido, pero la miró de reojo, sin voltear totalmente. Reconoció que Chambers se encontraba ebria, y no era por la piña colada.

Llevaba alcoholizada un tiempo considerable.

De inmediato captó el mensaje. Estaban teniendo una charla, la charla. Y para evitar que la gente los asociara de alguna manera, ella aún en su ebriedad, estaba utilizando términos en clave.

"Esas mansiones causaron estragos", pensó el chico mientras recordaba las claves y los acertijos complicados que tuvo que resolver para poder encontrar una salida en la mansión junto con la médico, y pensó que posiblemente ella está usando una estrategia similar para poder hablar. Que inteligente mujer.

Y al mismo tiempo que tonta.

—Sí, caballero —dijo con un tono de borracha, ligeramente más elevado, como si hubiera algo fingido ahí. Posiblemente no estaba tan ebria, o no tomaba con frecuencia. A estas alturas cualquier opción era plausible —ese viejo ex amor no está tan lejos. Hace veinte años, señor, salí una noche con un hombre bastante peculiar, y la noche nos salió… tan peculiar como él.

—¿Y cómo fue la cita, señorita? —preguntó intentando encontrar algo más que solo silencios y explicaciones más técnicas sobre las vacunas, virus y actualizaciones.

—Yo estaba de viaje en un tren, cuando me invitó a salir los dos juntos —enfatizó en la palabra 'juntos', referenciando a que hicieran equipo —pero este se accidentó y tuvimos que salir de ahí. Confié en él, me ayudó, me cuidó, me dejó cuidarlo, y no me arrepiento de eso, creía que estaba muerto, y resurgió de las cenizas con una llamada telefónica. Fue una noche fatídica, pero él fue lo único bueno de esa tragedia.

Halagado, pero sorprendido, el chico pidió un vaso de agua para la señorita a su lado, mientras que ella volvió a pedir otra piña colada.

—Supongo que el chico quería cuidarla no solo porque la viera como una 'lindura' —dijo Billy en referencia al primer apodo sarcástico que le había asignado en el tren en esa noche, en el Ecliptic Express —sino porque sentía que tenía que hacerlo, porque no podía permitir que ese lugar dañara a nadie. Tal vez el chico tenía un instinto de protección que en el momento estalló, aunque ella se viera reacia a aceptarlo.

—Y tal vez acepté cuidarlo tanto como pudiera para sentir que era útil en esa 'relación' —volvió a beber más de su bebida y entonces procedió a reírse —ese 'ex amor' me hizo sentir útil después de la tragedia —dijo con lágrimas cayendo sobre la barra —fue el único que siguió vivo en mi corazón después de todo.

—Por vivo usted se refiere a…

—A que fue el único que ha dado señales de vida. Otros ex amores, otros 'excompañeros' no volvieron a pesar de todo lo que intenté. Y a veces por las noches me siento culpable.

Lo que parecía ser una conversación acerca de un despecho amoroso llamó la atención del barman, quien le dejó un trago de piña colada, ahora por su cuenta, con la finalidad de que se sintiera más relajada.

—Señorita, no entiendo quien no querría volver con usted siendo que es tan bonita y por lo que veo tan entregada —exclamó el empleado del bar —¿o no, señor? —le había preguntado a Billy.

Apenas la había visto con detenimiento, y de los ojos enormes de cachorro triste que la chica siempre había sostenido, no encontraba un gran cambio en ella con respecto a la primera vez que se conocieron, pero tenía que admitir que era una chica atractiva y sobretodo tierna.

—Sí —contestó visiblemente incómodo —la chica es linda, y muy dedicada. Pero no se quiebre la cabeza, señorita —continuó —ese chico posiblemente volvió para hacerle saber que a pesar de los problemas, recuerda con afecto como le ayudó.

—Pero él me cuidó más —remarcó ya una ebria Rebecca —sin él, yo me hubiera muerto sí o sí en ese accidente de tren.

—Y estoy seguro de que sin ella, él también hubiera quedado tendido en cualquier sitio sin nadie que se preocupara por él.

Sentenció, entonces le dejó un dinero extra al barman y le pidió que regresara a la chica a su casa en un taxi.

Billy pagó su cuenta y salió del bar, recargándose en el muro cercano a la entrada.

Rebecca salió cargada por el barman, quien le pidió un taxi de aplicación y la subió, dejándola sola.

"No así, idiota", maldijo al barman, y cuando este dejó la puerta, él se aproximó al automóvil, notando que Rebecca estaba acostada en el asiento trasero, dormida, y al ver esto, se subió de inmediato, pero cubriéndose el rostro.

—Yo la acompaño —explicó.

Entonces la llevó a una zona de clase media alta, en un apartamento de planta baja, donde él le pidió a la recepcionista que se hiciera cargo de la señorita Chambers.

—Claro —dijo la mujer, quien le habló a Rebecca con familiaridad.

Billy decidió irse mientras meditaba todo lo que había platicado entre líneas con ella.