Ecos de culpa: El tormento de Asakara

Esta vez, Asakara se ha llevado a los perros a entrenar a un rincón apartado dentro del Santuario. Las palabras de Melínoe no dejan de atormentarla. Aunque la cruel diosa ha sido sellada de nuevo, los sentimientos que despertó en ella siguen vivos y latentes. Su mente da vueltas una y otra vez, reviviendo el dolor de las heridas abiertas aquel día, que parecen no cicatrizar nunca.

Los pensamientos de Asakara giran en una espiral descendente, repitiendo sin cesar el cruel veredicto de Melínoe: "Tus palabras precipitaron la trágica muerte de Aioros". Asakara daría todo por retroceder diez años y cambiar los acontecimientos de aquel fatídico día. Si tan solo hubiera escuchado el consejo de Mu.

Hace diez años, era un día nublado y oscuro en el Santuario. El maestro Shion llevaba varios días sin asistir a sus sesiones habituales, lo que causaba preocupación. Incluso Mu de Aries, el compañero de armas de Asakara en estas valiosas lecciones, encontraba inusual su ausencia. Aunque Mu sugirió ser paciente, Asakara propuso buscar al Patriarca Shion para preguntarle si continuarían con las lecciones; sin embargo, Mu le recomendó tajantemente que no lo hiciera.

Ese mismo día, la pequeña Asakara caminaba de vuelta a casa, absorta en sus pensamientos. De repente, se sorprendió al vislumbrar la figura del Gran Patriarca. Nerviosa, se acercó a él, tratando de preguntarle por sus lecciones, pero antes de que pudiera siquiera formular su pregunta, el Papa la reprendió bruscamente: "¡Cómo te atreves a hablarme así! Lárgate de aquí, mocosa malcriada". Y agitando el brazo, lanzó por los aires a la niña.

Asakara huyó con lágrimas en los ojos, sintiéndose culpable y disgustada. No entendía qué había hecho para ofender de esa manera a su Maestro. Cansada de correr, se sentó en una piedra, llorando sin cesar. Aioros de Sagitario pasaba por el lugar y se percató de la presencia de la niña. Sintiéndose consternado por su dolor, se acercó a ella con ternura.

"No lo entiendo; ¿Qué he hecho mal?", murmuró Asakara entre lágrimas y sollozos. Aioros, preocupado, pidió a la muchacha que se calmara y le explicara lo sucedido. Asakara, tratando de recomponerse, le contó a Aioros su reciente encuentro con el Patriarca. Aioros, disimulando su malestar, consoló a la chica diciéndole que dejara de preocuparse e insistiendo en que no había hecho nada malo. "No te preocupes, investigaré que ha ocurrido con el Maestro Shion", dijo con seguridad mientras se marchaba. No más de diez días después, Aiolos murió.

Asakara siente que su mundo se desmorona, aplastada por el peso de la culpa. Si no le hubiera contado a Aioros su desafortunado encuentro con el Patriarca... No puede evitar pensar que algo terrible debe haberle ocurrido al maestro Shion. Él nunca habría tratado a nadie con tanto desprecio, y menos a ella, que siempre había encontrado en él una figura paternal y protectora. Y esa voz, ronca y fría, el mero recuerdo de su sonido le produce escalofríos.

Sombras reveladas: El dilema que acompaña a la verdad

Milo camina de un lado a otro en el Templo de Escorpio mientras lucha internamente. El resentimiento y la incredulidad luchan en su mente. Cada recuerdo de Melínoe añade más sal a sus heridas. Su orgullo herido clama justicia.

No puede quitarse de la cabeza la imagen de aquella batalla contra su amigo Camus. "¿Será mi destino de verdad?", se niega a creer. Si pudiera quitarse esa maldita risa de la cabeza. Sus recuerdos le abruman, los siente venir todos a la vez: "Cuánta culpa por Aioros... ella ha preferido a Aioros... tú siempre has sido importante...". "¡Ya está, ya basta!". Milo abandona el Templo de Escorpio con un arrebato, decidido a resolver sus dudas.

Caminando por el Santuario, su confianza se desmorona a cada paso. Le gustaría resolver sus dudas, pero eso también le abriría la puerta a responder preguntas. Lo que más le molesta a Milo de esta situación es que Melínoe lo ha dejado totalmente expuesto. No se puede hacer nada para borrar sus palabras. "¡Maldita bruja!", exclama, lleno de furia.

Después de explorar minuciosamente todo el Santuario, Milo finalmente se acerca lentamente a Asakara. Aparenta estar sorprendido por la coincidencia de encontrarla. Su expresión es fría y su andar firme.

Asakara tienta a los perros lanzándoles un palo mientras les pide que permanezcan quietos y en silencio. Algunos parecen hacerlo sin esfuerzo, mientras que otros babean sin cesar.

Milo se acerca a Asakara y le dice: "Veo que estás ocupada". Asakara responde sin darse la vuelta, pero con una gran sonrisa mientras mira orgullosa a sus alumnos: "Así es. Tengo que mantener a estos chicos en forma".

En tono neutro, Milo se detiene a su lado y le pregunta si siempre entrena sola a los perros. Casi disculpándose, Asakara le dice que a veces Aioria la acompaña, cuando no está ocupado, y vuelve a centrarse en los perros. Milo se cruza de brazos, luchando por mantener la compostura. Asakara intenta arreglar la situación: "Es un buen amigo. Ayuda en lo que puede".

Milo replicó con una frialdad que eclipsaría incluso al propio Camus, afirmando que él pensaba que se trataba de otra cosa. Asakara frunció el ceño y se puso tensa, sintiéndose incómoda mientras respondía: "No sé a qué te refieres, Milo. Aioria y yo sólo somos amigos". Milo dejó escapar un suspiro apenas perceptible, relajando por fin sus hombros, que hasta entonces habían estado ligeramente tensos.

El malestar flotaba como una nube espesa, haciendo que cada segundo se eternizara. Uno de los perros, al darse cuenta de la tensión, se acercó a Milo con el palo en la boca y movió alegremente la cola. Milo se agachó, acarició suavemente al perro y tiró el palo, jugando. Su voz se relajó mientras decía: "Siempre pensé que tenía una conexión especial con los animales".

Asakara se relaja y sonríe ligeramente. Se fija en Milo y le sugiere cariñosamente que la acompañe alguna vez a entrenar. Él responde: "Claro, después de todo, es bueno ayudar en lo que pueda". Antes de que Asakara se dé cuenta de la ironía de su comentario, Milo le pregunta si piensa quedarse más tiempo y rápidamente se ofrece a acompañarla al Templo de Virgo, ya que le queda de camino.

Choque de voluntades: Enfrentando a la Justicia Absoluta.

Mientras Milo y Asakara regresan a la parte más alta del Santuario tras dar cobijo a los perros, el sol poniente proyecta un cálido resplandor sobre las gruesas e imponentes montañas. La tranquilidad de su paseo se ve interrumpida por el inquietante aullido de un perro, que resuena por todo el valle con una sensación de urgencia y dolor.

Asakara corre rápidamente en su ayuda. Cuando llega hasta él, se queda petrificada ante la brutal escena; Máscara de Muerte de Cáncer, utiliza fuego fatuo para torturar a un pobre cachorro negro. Asakara aprieta los puños con rabia, y su Cosmos se enciende incontrolablemente al presenciar aquella injusticia.

"¡Basta ya!", le grita ella, enrojecida de furia. Máscara de Muerte replica burlonamente: "¿Y quién va a detenerme, tú?". La crueldad de la risa mordaz del Santo de Cáncer resuena por las montañas. Milo llega a la escena segundos después que Asakara e intenta detenerla, pero le resulta imposible; ella ni siquiera lo escucha.

Con un grito de rabia, Asakara arremete contra Máscara de Muerte, sus puños y patadas dejan estelas doradas en el aire: "Eres un Santo de Oro; se supone que debes actuar con justicia y compasión", señala. Máscara de Muerte esquiva hábilmente sus golpes. "La verdadera justicia es la fuerza absoluta. Sólo los más poderosos tienen derecho a dictar lo que es justo. Y tú, miserable, no eres ni remotamente fuerte".

Máscara de Muerte utiliza su telequinesis para lanzar escombros y piedras hacia Asakara con el fin de desestabilizarla. Asakara se defiende con agilidad, pero sabe que no podrá durar mucho si no contraataca de manera decisiva. Llena de furia se dirige a Máscara de Muerte: "Entonces, ¡toma la fuerza absoluta! ! **Om**! y desata una ráfaga de energía que desequilibra a Máscara de Muerte.

"Pensar que puedes estar frente a mí es una ofensa. Eres menos que nada", se burla el Caballero del Cáncer. Soltando una carcajada siniestra levanta la mano: "Veremos si puedes sobrevivir a esto, cucaracha insignificante: ¡**Ondas del Inframundo**!. Abriendo un portal, el Santo del Cáncer transporta la batalla a las siniestras Colinas de Yomotsu.

Todo el Santuario resuena con el estruendoso choque de dos inmensos y furiosos Cosmos, captando la atención de todos los Santos y llenándolos de una sensación de inquietud mientras se preguntan sobre lo que podría estar ocurriendo. Aioria el Caballero Dorado de Leo, reconoce rápidamente los Cosmos de Asakara y Máscara de Muerte y temiendo lo peor se apresura al lugar de la batalla.

Al llegar, ve a Milo de Escorpio sujetando a un perro herido, con el rostro desencajado y angustiado. Aioria se acerca corriendo y pregunta qué ha ocurrido. Milo lo mira de reojo y comienza a relatar lo sucedido. "¿Dónde están ahora?", pregunta Aioria con impaciencia. Sintiendo que el peso de la situación lo aplasta, Milo responde vacilante: "Probablemente en las Colinas de Yomotsu".

Aioria, apretando los puños, le reprocha duramente a Milo: "Diablos, Milo, ¿Cómo ha llegado esto tan lejos? ¿Por qué no has intervenido?", se le nota la angustia en la cara mientras añade: "¡Maldita sea, ahora ninguno de los dos puede hacer nada!".

Las colinas Yomotsu se alzan imponentes entre el mundo de los vivos y el de los muertos. La tierra es oscura y carente de vida. Una espesa niebla cubre a miles de espectros que caminan sin descanso hacia el inframundo. El lamento constante de las almas resuena como el murmullo de una multitud oprimida, como si una fuerza invisible las arrastrara hacia el abismo.

Sin embargo, ocurrió algo inesperado. Cuando Máscara de Muerte y Asakara llegaron al Yomotsu, los poderes de Asakara se intensificaron sorprendentemente. El corazón de Máscara de Muerte comienza a acelerarse al notar que el Cosmos de su oponente parece absorber la energía de los alrededores. Intenta sorprender a Asakara utilizando la técnica: ¡** Llamas Demoníacas **! Invocando una serie de llamas azules que envuelven a Asakara.

Asakara manipula las llamas con sus manos como si dirigiera una sinfonía de energía pura. De repente, se detiene bruscamente y lanza sin piedad el fuego contra su creador, que ahora está inmerso en su propio ataque.

El Santo del Cáncer grita: "¿Qué demonios te crees que eres? Has cavado tu tumba; las almas de los muertos te pisotearán por toda la eternidad". Entonces ataca nuevamente: !** Ataúd de Ondas Infernales**! Al intentar capturar a Asakara con una combinación de ondas, Máscara de Muerte se sorprende cuando éstas se desvanecen sin siquiera acercarse a ella, dejándolo descompuesto y desconcertado, luchando por comprender lo que está sucediendo.

Enfurecido, lanza un ataque definitivo: ¡ ** Onda de Transformación de Espíritus **! Aunque menos utilizada, esta técnica le permite a Máscara de Muerte manipular las almas circundantes y transformarlas en una energía devastadora dirigida ahora hacia Asakara.

Asakara retrocede rápidamente y se defiende usando su defensa ¡**Khan**!, esquivando el ataque por poco. Hablando firmemente pide la ayuda de los espíritus: "¡Todo aquel que esté de lado de la justicia: ¡Únanse a mi lucha hasta vencer a este despreciable maltratador de almas!". Con determinación alza el brazo y exclama: !**Invocación de Espíritus**! Las almas responden, y miles de espíritus aparecen de entre la niebla, dispuestos a atacar sin piedad a Máscara de Muerte. En ese momento, Máscara de Muerte sólo ve un camino posible: retirarse a la tierra de los vivos.

El Santo del Cáncer aparece en el Santuario, jadeante, con la cara sudorosa y los ojos llenos de pánico. Unos segundos después, aparece Asakara. Máscara de Muerte no puede creer cómo esa escoria, que ni siquiera tiene una armadura, logró salir intacta del Yomotsu.

Con una voz fría y llena de desprecio, Asakara se dirige al Santo del Cáncer: "No vale la pena ensuciarme las manos con alguien tan despreciable", mientras le da la espalda. Milo y Aiora observan incrédulos la escena que se desarrolla ante ellos, con los ojos luchando por comprender el espectáculo surrealista.

"¿Adónde crees que vas, perra infeliz? Esta batalla no ha terminado; ¡voy a mandarte a ti y a todos tus malditos perros al infierno!", grita furioso Máscara de Muerte, encendiendo una furia incontrolable en Asakara.

Un gigantesco perro espectral de tres cabezas emerge del Cosmos de Asakara. Sus ojos rabiosos están fijos en su enemigo, y sus gruñidos resuenan como un trueno, sacudiendo todo el Santuario. La aterradora bestia se dirige rápidamente hacia Máscara de Muerte.

"¡Asakara, detente!" La voz sobrecogedora de Shaka rompe el aire tenso. Su aura dorada actúa como un faro de racionalidad entre el caos. La bestia espectral detiene su paso, y el rostro de Asakara refleja la lucha interna entre su rabia y el respeto que siente por su hermano.

Shaka se da cuenta de lo que ocurre y, con voz suave pero autoritaria, vuelve a dirigirse a su hermana: "Calma tu espíritu. La rabia no traerá ningún beneficio. Siente mi Cosmos y busca la paz que siempre has tenido dentro".

Bajo la influencia calmante de Shaka, Asakara se tranquiliza poco a poco, y el terrorífico perro desaparece al mismo ritmo que calma su rabia. Tras emitir esa cantidad de Cosmos, Asakara se tambalea, y Shaka la detiene para evitar que caiga al suelo.

Preocupado y confundido, Milo pregunta: "¿Qué demonios ha pasado ahí?", "Máscara de Muerte, ¿estás...?". La risa de Aioria interrumpe a Milo: "¡Vaya, todo el Santuario hablará de tu derrota Máscara de Muerte! Ya era hora de que alguien te diera tu merecido".

Las tensiones entre los Santos de Oro son más pronunciadas que nunca, y todos saben que este enfrentamiento es sólo el preludio de futuros conflictos.

Recuento de daños: Reclamaciones y secuelas

El Santo del Cáncer irrumpe insolente en la sala del Patriarca. Sus ojos brillan de rabia y su armadura está visiblemente dañada. El Gran Patriarca, sentado en su trono, lo observa con indiferencia. "¡Esto es inaceptable!", exclama Máscara de Muerte, y su voz resuena en la inmensa sala.

El Gran Patriarca fastidiado, lanza una mirada fulminante al Santo de Cáncer mientras lo cuestiona con ira y desdén: "¡Cómo te atreves a interrumpir mi meditación! Debería castigarte por la falta de respeto que has cometido". Inmediatamente exige una explicación, su voz resuena dura y cruel en la sombría cámara.

"Asakara se ha saltado todos los códigos de los Santos y ha luchado con métodos oscuros y deshonestos", afirma Máscara de Muerte. El Patriarca le recuerda que, "técnicamente", ella no es una Santa, con un dejo de desprecio.

"¿Oscuros y deshonestos, dices? ¿No es más bien tu debilidad la que ha salido a la luz?", pregunta ácidamente el Patriarca. Máscara de Muerte se retuerce ante la insinuación. Da un paso al frente mientras cierra los puños, su figura es imponente y visiblemente se encuentra a la defensiva: "¡No sabes de lo que estás hablando! Utilicé mis técnicas más poderosas, pero aun así resistió inexplicablemente. Esa maldita zorra es una aberración".

¿Me estás pidiendo Justicia?" El Patriarca deja escapar una fría carcajada. "Si el poder pertenece al que tiene más fuerza, como siempre has predicado, entonces esta lucha habla por sí sola, ¿no crees?". Su tono está cargado de sarcasmo.

La mirada de Máscara de Muerte se ensombrece: "¡No entiendes lo que quiero decir!", su arrebato se intensifica: "¡Fue ayudada por miles de...! El Patriarca, harto de sus quejas, lo interrumpe con firmeza: "Basta, estoy harto de tu insolencia", la voz ronca y autoritaria del Papa sacude la sala.

Máscara de Muerte fija firmemente su mirada en los ojos de Patriarca. Conociendo su verdadera identidad, se dirige a él: "Saga, estoy seguro de que comprendes la gravedad de mis palabras. No querrás que esto se convierta en un problema mayor, ¿verdad?".

Saga suspira, su paciencia claramente al límite. "Muy bien, Máscara de Muerte. Me ocuparé de este asunto, pero no esperes más consideraciones especiales. Una derrota es una derrota". Máscara de Muerte asiente, su furia aún está latente, pero sabe que ha ganado un pequeño respiro. Se da la vuelta y sale de la habitación.

Tras la molesta intrusión de Máscara de Muerte, el Patriarca decide darse un baño para reflexionar sobre los acontecimientos que acaban de ocurrir. El baño del Gran Patriarca es lujoso y solemne. Espacioso y con columnas de mármol blanco, tiene una bañera central de mármol con bordes dorados y agua perfumada cuya calma refleja la luz. El olor a perfumes y ungüentos se entremezcla con el vapor del baño, envolviendo el lugar.

Saga entra en la bañera. El vapor sube suavemente, cubriendo su atlético cuerpo. El agua acaricia su torso musculoso mientras desciende lentamente los escalones hasta sumergir los hombros. Con los ojos cerrados, se permite un momento de paz y silencio.

Reflexiona en silencio sobre su reciente conversación con Máscara de Muerte mientras sus dedos juguetean suavemente sobre el agua, Saga piensa en voz alta: "Asakara es un peligro, no sólo por su destreza en combate; podría saber más de lo necesario sobre la muerte de Aioros".

El recuerdo de cómo sintió la agresividad en el Cosmos de Asakara durante su lucha con Máscara de Muerte le inquieta y le encanta al mismo tiempo; se sentía tan parecido a su Cosmos, el mismo que ha estado intentando ocultar vehementemente a los demás. Debe pensar en un plan para asegurar su dominio absoluto y eliminar las amenazas.

El Papa cierra los ojos y respira tranquilamente el vapor, acompañado por el olor a rosas. Tras unos minutos de relajación, rompe el silencio: "Mientras Asakara esté en el templo de Virgo, no podré hacer nada. Sería demasiado arriesgado. Shaka podría darse cuenta fácilmente. Debo sacarla de allí", dice con determinación.

De nuevo, el silencio y la paz impregnan el ambiente mientras Saga sigue calculando posibilidades en su mente. Asakara ha demostrado un gran poder, ¿tiene razón Máscara de Muerte al advertirle de que esto podría convertirse en una amenaza: "Debo debilitar su mente poco a poco... sí, eso es".

Asakara está desolada. Lleva días encerrada en el templo de Virgo, aislada del mundo exterior. Aunque muchos piensan que su última hazaña ha sido impresionante, ella se siente humillada por haber perdido el control. La atención y la preocupación de Shaka no hacen sino aumentar su sensación de fracaso, pues sabe que lo ha decepcionado enormemente.

Aioria está intranquilo. Hace días que no ve a Asakara y teme por su bienestar. Decidido a ayudar, se dirige al templo de Virgo y se lleva al cachorro negro que Asakara rescató del maltrato de Máscara de Muerte. El perro, ahora sano y con las heridas curadas, podría ser vital para reconfortar a su amiga.

Al llegar al templo, Aioria se encuentra con Shaka, que le cierra el paso. "Asakara está meditando", dice Shaka, "no desea ver a nadie". Pero Aioria insiste: "Confía en mí, como cuando me confiaste tu vida para que te defendiera de los Titanes". Shaka recuerda su deuda con Aioria y, a regañadientes, le deja pasar. Aioria avanza hasta el jardín del templo de Virgo, donde encuentra a Asakara meditando.

Le habla a Asakara en voz baja pero firme: "He traído a alguien que quiere verte". Asakara abre ligeramente los ojos y se conmueve al ver al cachorro sano con un brillo en los ojos. El cachorro se emociona al verla y se acerca, moviendo la cola agitadamente.

Aioria sonríe y explica que Marín, Santa de Plata del Águila, le ayudó con el cachorro. Utilizando un tono burlón, Asakara le pregunta cómo van las cosas entre ellos; Aioria se sonroja y, en tono desafiante, responde: "¿Por qué no vienes conmigo un día y lo investigas por ti misma?".

Aioria carraspea y endereza la postura, mostrando seriedad: "No deberías sentirte mal por lo ocurrido". Asakara aparta la mirada; su confesión suena casi como un susurro: "Me siento culpable por haber perdido así el control. No debería haberme dejado llevar así". Aioria sacude la cabeza, con los ojos fijos en los de ella. "Lo que hiciste en tu combate contra Máscara de Muerte fue impresionante. No es nada de lo que avergonzarse". La mención del combate y el recuerdo del rabioso perro espectral incomodan visiblemente a Asakara. Aun así, Aioria no se contiene: "Cualquiera pierde la cabeza cuando se trata de ese desgraciado de Máscara de Muerte. No estás sola en esto".

El cachorro se acurruca junto a Asakara, ofreciéndole el calor y la compañía que necesita desesperadamente. Asakara siente que una parte de su carga se aligera y, por primera vez en días, una pequeña sonrisa aparece en su rostro. "Lo llamaré Sombra", dice con firmeza, acariciando al perro cariñosamente.

Memorias de Milo: El Medallón de Eris

Milo está inquieto en el templo de Escorpio. No puede digerir lo ocurrido y no sabe qué pensar de Asakara. La ira desatada ese día es opuesta a la personalidad tranquila y serena con la que la conoce. Camina de un lado a otro, con sus pensamientos arremolinados. Busca en sus recuerdos algún atisbo de esa personalidad irascible, alguna señal que le hubiera mostrado otra faceta de Asakara, pero no encuentra ninguna.

Se apoya en una columna y cierra los ojos, intentando concentrarse. Nada. Lo único que consigue traer a su mente son imágenes de sus aventuras de niños.

Milo lo recuerda como si no hubieran pasado diez años. Todos los caballeros dorados estaban reunidos entrenando cuando, de repente, el Gran Patriarca Shion interrumpió la sesión con urgencia, llamando a Aioros y a Saga con urgencia: "¡Saga! ¡Aioros! El Caballero de Centauro ha traicionado a Atena y al Santuario; ¡intenta huir! Lleva el Medallón de Eris, una reliquia que representa un gran peligro en las manos equivocadas. Deben ir cuanto antes y recuperarlo".

Soroth de centauro había sido un respetado Santo de Plata hasta ese momento, pero consumido por la ambición de poder, robó el medallón, tratando de reclamarlo para sí. El artefacto puede hacer crecer el Cosmos del portador y corromper su alma.

El Medallón de Eris es un antiguo artefacto de oro. Representa una figura femenina con expresión desafiante y cabellos al viento, que sostiene una manzana dorada con la palabra "kallisti" escrita. Tiene un fondo tormentoso e inscripciones escritas en griego antiguo en el borde.

El corazón de Milo latía deprisa al escuchar las palabras del Patriarca Shion. Emocionado, bajó la voz y se dirigió a sus amigos: "¿Escucharon eso? ¡Tenemos que ir! Va a ser una aventura increíble". Camus le rebatió con cautela, diciendo que, si el Patriarca había confiado esta misión a Aioros y Saga, era porque debía de ser peligrosa.

Aioria estaba de acuerdo con Milo. Sorprendentemente, en aquellos tiempos casi siempre estaban de acuerdo en todo. Asakara, pensativa y serena, confirmó que, aunque era un plan arriesgado, si todos permanecían unidos y se cuidaban mutuamente, esta aventura podría ser una gran oportunidad de aprendizaje. Aldebarán, como siempre, no tardó en ofrecerse a protegerlos a todos. A pesar de tener siete años, su altura y tamaño le hacían parecer mucho mayor.

Shaka, en postura de meditación, abrió un ojo y dio su veredicto: "Hacer esto no sería sensato. Si quisieran ayuda, la habrían pedido. Sólo nos meteremos en problemas". Dirigiéndose al siempre solemne y sensato Mu, le preguntó si estaba de acuerdo.

Mu miró a todos y asintió con serenidad: "Cierto, no suena brillante...". Antes de que pudiera terminar de decir su idea, Aioria lo interrumpió y, con tono sarcástico y desafiante, se dirigió a Shaka: "Como siempre, eres un aguafiestas... ¿Vas a detenernos?". Tranquilo e indiferente, Shaka respondió que podían hacer lo que quisieran pero que él, Shaka de Virgo, no se metería en problemas y volvió inmediatamente a su estado meditativo.

Milo preguntó persuasivamente a Camus y Mu cuál había sido su decisión. Insistió en que el grupo los necesitaría. Mu finalmente cedió y declaró que lo haría sólo porque, en efecto, todos acabarían metidos en más problemas sin él. Al final, Camus también aceptó, aunque les recordó con calma y cautela que estuvieran atentos y fueran precavidos. Aioria, confiado, les asegura: "Con un poco de suerte, ni siquiera sabrán que hemos salido".

Los jóvenes Santos siguieron discretamente a Saga y Aioros en la persecución del Caballero de Centauro que huía del Santuario. A lo lejos, se oye el grito de Soroth: "Ya no seré una sombra tras la gloria de otro; esta vez, ¡haré mi destino!".

De repente, Milo descubrió que Afrodita y Máscara de la Muerte seguían la persecución y se preguntó qué hacían allí. Observó cómo Máscara de Muerte lanzaba una estructura que complicaba el camino de Saga. Aioria, alarmado, se acercó a Milo y casi le susurró: "Están intentando retrasar a Saga y Aioros; ¡debemos detenerlos!".

Viendo que Saga y Aioros tomaban direcciones opuestas, Milo dio instrucciones al grupo: "Aioria, Mu, y Aldebarán, vayan tras Aioros. Asakara, Camus y yo iremos tras Saga". Milo echó a correr. Detrás de él, oyó los pasos de Camus y Asakara corriendo tras él. Siguió corriendo. Se detuvo cuando notó que Saga disminuía la velocidad. Parecía que estaba tendiendo una trampa para atrapar al tonto Soroth de Centauro.

Al cabo de unos minutos, Milo se dio cuenta de que Camus se había detenido a su lado y comenzó a señalarle la ubicación de Saga. Milo empezó a inquietarse al darse cuenta de que Asakara no llegaba y preguntó a su amigo por ella, pero Camus, sin saber qué responder, se limitó a encogerse de hombros.

Milo intentaba descifrar el plan de Saga, pero lo distraía la duda de dónde podría estar Asakara, si venía justo detrás de él. Cada minuto que pasaba le parecía una eternidad. Su angustia creció más cuando le pareció percibir un siniestro Cosmos en las inmediaciones.

Milo estaba profundamente preocupado cuando por fin vio aparecer a Asakara. Con el corazón acelerado, a la vez molesto y aliviado, susurró: "Asakara, ¿dónde estabas?". Ella parecía un poco confusa y se agarraba la cabeza como si le doliera mucho. Ella respondió: "Creo que me caí; debo haberme golpeado la cabeza".

Inmediatamente después, Aioria, Mu y Aldebarán se unieron rápidamente al grupo y señalaron que Aioros y Saga ya tenían acorralado a Soroth. Milo se entusiasmó al ver que el combate estaba a punto de comenzar.

Soroth lanzó su primer ataque contra Saga, gritando: ¡**Látigo de Fuego**! Saga, con imperturbable calma, detuvo el ataque con una sola mano. Aioros, con firmeza y tono conciliador, intentó razonar con Soroth: " Soroth de Centauro, no vale la pena luchar. Sabes que somos más poderosos que tú; te derrotaremos fácilmente. Danos el medallón y hablaremos con el Patriarca a tu favor".

Pero Soroth, en un arrebato de exasperación, se puso el medallón, y su Cosmos se hizo exponencialmente más fuerte. "¡Silencio!", gruñó, y lanzó su ¡**Látigo de Fuego**!, esta vez contra Aioros. Aioros contuvo inicialmente el ataque, pero la fuerza incrementada de Soroth lo hizo luchar para contenerlo. De repente, Aioria gritó preocupado: "¡Hermano!".

Esa distracción hizo que el ataque de Soroth alcanzara a Aioros, aunque no lo hirió de gravedad. Entre el caos, Saga y Aioros se dieron cuenta de que los niños los habían seguido en secreto y ahora estaban atrapados en medio de la batalla.

Con tono autoritario, Saga ordenó a Aioros: "¡Llévatelos! Yo me encargaré de Centauro". Aioros advirtió a Saga que el medallón había elevado el Cosmos de Soroth y ahora era más peligroso.

Soroth exclamó amenazante: "¡De aquí no sale nadie!" y lanzó su ataque directamente hacia donde se encontraban Milo y sus amigos. Mu se adelantó valientemente y lanzó su técnica: ¡**Muro de Cristal**!, deteniendo el impacto con su barrera protectora.

Aioros, decidido, lanzó una Flecha de Oro hacia Soroth. Saga, exasperado, le gritó: "¡Aioros! Te lo dije; ¡yo me encargo!". Aioros se acercó urgentemente a los niños y, uno a uno, comenzó a alejarlos en dirección opuesta a la del combate.

Mientras caminaban apresuradamente junto a Aioros, se escuchaban fragmentos del combate. Una voz que sonaba como muchos Sagas a la vez hizo retumbar incluso a las piedras: "Ahora dime, gusano traidor, ¿quién de nosotros te atacará primero?". A lo que siguió la respuesta de Soroth: "¡Basta ya de trucos de Géminis: ¡**Desesperación de Llamas**!".

A medida que se alejaban, se alcanzaban a oír las palabras de Soroth con una voz entrecortada que mezclaba dolor y desesperación: "¡No... el medallón! Cómo has podido... Devuélvelo, ¡Saga!", pero Saga le interrumpió rápidamente con su técnica: ¡**Otra Dimensión**! De repente, Milo pudo sentir como el Cosmos de Soroth desaparecía por completo, dejando un inquietante silencio.

Milo y Asakara caminaban un poco detrás de los demás, enfrascados en una discusión. Milo le contaba emocionado a Asakara cómo Saga era el mejor, impresionado por su demostración de poder y estrategia. Como un crack, había derrotado fácilmente al Santo de Centauro.

Mientras relataba las hazañas de Saga, pudo notar como el rostro de Asakara se iba poniendo cada vez más molesto hasta que ella lo interrumpió de repente, diciendo: "Aioros abandonó la lucha para protegernos. Eso también es importante. No se trata sólo de poder. Un verdadero Santo comprende el valor de cuidar a los demás". Milo no estaba del todo convencido y estaba parcialmente de acuerdo con ella, pero recalcó que no se podía ganar una batalla sin fuerza.

Asakara respondió con serenidad: "Aioros es fuerte y tiene un gran corazón. Se preocupa por nosotros en lugar de quedar como el héroe. Eso también es fuerza, Milo". Las palabras de Asakara lo dejaron pensando que tal vez ella podría tener algo de razón, y finalmente reconoció la grandeza de Aioros y añadió: "¡Aioros es grande, pero Saga es más grande!".

Milo está absorto en el recuerdo; su respiración es tranquila mientras recuerda aquellos momentos felices, y en su rostro relajado se dibuja una leve sonrisa. De repente, su memoria avanza, y su cuerpo se tensa de inmediato. La sonrisa se desvanece bruscamente al recordar a Asakara riendo y sonrojándose, diciendo: "¡Sí! Los dos son fantásticos, pero Aioros siempre será el mejor para mí. Pero no le digas que he dicho eso".

Sombras al acecho: El juego del cazador y la presa.

Asakara ha sido convocada a la Cámara del Gran Patriarca; ahora, está de pie junto a la puerta, armándose de valor para entrar. Está aterrorizada. No es el miedo a una posible reprimenda lo que la perturba; es la idea del propio Patriarca lo que le resulta escalofriante. Hasta ahora, Asakara había logrado mantenerse fuera de la vista del Papa. Lleva diez años ocultando a todo el mundo su desconfianza y sus sospechas.

La idea de estar frente a alguien cuya verdadera identidad desconoce le revuelve el estómago. Algo terrible debe de haber ocurrido, y lo más probable es que ese desconocido de voz ronca y fría tenga algo (o todo) que ver con las desapariciones de Shion y Saga y, tal vez, con la muerte de Aioros.

No puede permitir que este extraño lea sus pensamientos; debe borrarlos antes de cruzar esa puerta. Asakara inhala y exhala repetidamente, tratando de llevar su mente a un lugar pacífico, blanco y luminoso.

Al abrir la puerta, se encuentra con un gran vestíbulo. La frialdad del lugar es inquietante. Da un primer paso y siente como el eco de la sala acentúa su inseguridad. Al fondo, se ve el Patriarca sentado en su trono, una figura inmóvil que parece más una estatua que un hombre.

Saga espera impaciente. Ha esperado ansiosamente conocer a la chica en persona -la que consiguió sellar a un Dios y derrotó sin piedad a Máscara de Muerte-, aquella cuya dualidad le recuerda a la suya propia. Con autoridad e indiferencia, le pide a Asakara que se acerque. Ella mide cuidadosamente cada paso, luchando contra el instinto de querer huir.

El Papa se dirige con firmeza a Asakara: "Me parece que es la primera vez que te presentas ante mí". Al oír su voz, Asakara siente que la atmósfera se vuelve sofocante. Asiente, temblorosa y sin habla. El Papa inspecciona minuciosamente a Asakara, que mantiene la mirada en el suelo para evitar la molesta intrusión. Interrumpiendo el silencio de la sala con su fría actitud, afirma: "He oído muchas cosas sobre ti últimamente: tu hermano Shaka de Virgo estuvo aquí; está preocupado por ti. A pesar de todo el entrenamiento y la inversión que el Santuario ha hecho en ti, te has negado a unirte a los Santos de Atena, desperdiciando tu fuerza y tu talento."

Asakara lucha consigo misma y finalmente levanta la vista. Ahora, sus ojos están fijos en el Papa, que continúa condescendientemente: "Tu hermano... el hombre más cercano a Dios... un orgullo entre los santos. Debe haber sido un duro golpe crecer juntos, tanto para él como para ti. ¿Cómo llevas esa carga, Asakara? La de preocuparte constantemente por no estar a la altura.

Asakara siente como un dardo en el corazón, su deseo de no avergonzar a su hermano le quema por dentro. Ella le responde, tragando saliva, que nunca ha querido avergonzar a nadie, y mucho menos a su hermano.

El Patriarca continúa confrontando a Asakara con sus faltas, ahora refiriéndose a la pelea con Máscara de Muerte: "Este incidente... muestra una inquietante falta de control por tu parte. Ese Perro Espectral es prueba de ello. Sin disciplina, eres un peligro no sólo para ti, sino para todos". Las palabras del Papa golpean sus inseguridades más profundas. La ira contra sí misma por ser incapaz de controlar su temperamento arde en su interior, y reconoce que no debería haberse dejado llevar por la cólera.

"La ira es una emoción peligrosa, sobre todo para alguien como tú", afirma el Patriarca mientras se levanta, con su figura imponente. Comienza a caminar amenazante en dirección a Asakara; con cada uno de sus pasos, el nerviosismo de la joven se intensifica. En el aire, se puede sentir cómo se le eriza la piel con cada paso del Papa.

El Patriarca se pasea a su alrededor, con los ojos llenos de oscura fascinación. Su presencia se vuelve más aterradora a medida que se acerca. Se dirige a ella seductoramente: "Sabes, a veces los impulsos incontrolados pueden tener consecuencias devastadoras, ¿no te parece?". Asakara responde con voz temblorosa que lo entiende y que ha aprendido la lección, aunque a un alto precio.

La mirada del Patriarca se detiene en ella, evaluando cada movimiento de su cuerpo: "Te enfrentaste a Máscara de Muerte y saliste ilesa; eso es todo un logro, pero con sus consecuencias", comenta. Asakara, con el rostro ligeramente inclinado, la boca seca y casi en un susurro, le responde: "Debo aprender de mis errores".

Inclinándose hacia ella, con la cara a centímetros de la de Asakara, le dice: "Es curioso que pienses en errores cuando en realidad... hay heridas más profundas". Inclinándose aún más, le susurra al oído: "Heridas como las que dejó la traición de Aioros...". Asakara puede sentir la respiración del Patriarca, haciéndole sentir incomodidad y miedo. Siente como si el aire se le escapara.

Saga disfruta cazando a su presa; el miedo de Asakara alimenta su ego. Disfruta percibiendo su vulnerabilidad. Con un tono insinuante, continúa: "No quiero verte sufrir; la culpa puede consumirnos...". Tras unos segundos, finalmente se endereza. Al notarlo, Asakara siente que puede volver a respirar.

Asakara lucha por recomponerse y responde: "Sólo sé que debo ser más fuerte, más disciplinada". El Papa añade manipuladoramente: "No me malinterpretes; quiero ayudarte a redimir esos errores". Asakara intuye que el Patriarca no hace más que jugar a un retorcido tira y afloja con sus emociones.

Consciente de que no podrá obtener hoy lo que tanto busca, el Patriarca se aleja y vuelve a sentarse en su trono, sonriendo tras la máscara. Su tono cambia drásticamente, y en un tono frío y firme, explica: "Te enviaré junto con Aldebarán de Tauro a Jamir; llevarás la armadura de Cáncer para que sea reparada, al fin de cuentas fuiste tú quien la dañó". Asakara relaja ligeramente los hombros y responde humildemente: "Sí, Gran Maestro, estoy dispuesta a cumplir cualquier tarea".

Finalmente, el Patriarca concluye con condescendencia: "Tu buena voluntad es admirable. Considéralo un castigo benévolo, dado tu grave error. No hagas que me arrepienta. Por tu bien y el de tu hermano".

Asakara siente un gran alivio al salir de la habitación. Aldebarán, que había estado esperando afuera la saluda con gran entusiasmo, como de costumbre, pero ella apenas responde. "¿Te encuentras bien? Estás un poco pálida", pregunta preocupado Aldebarán. Asakara intenta hablar, pero no consigue hilvanar las palabras.

Aldebarán, tratando de hacerla sentir mejor, le explica cariñosamente que el Papa puede ser intimidante y que no debe preocuparse: "Ya se le pasará el enfado". Al ver que Asakara sigue sin reaccionar, se dirige a ella: "El aire fresco te sentará bien". Amablemente, la toma del brazo y la acompaña fuera del templo de Atena.