IV - Costear

Desde un risco, Clímene esperaba al chico que debía llevar a Atlantis. En realidad, no era tan joven como le había intentado hacer creer a Kanon, simplemente no estaba convencida de llevarlo. No aún.

Noches atrás, el despliegue súbito de cosmos había llamado su atención. Sabía que ambos padres descendían de atlantes, pero el hombre abandonó su credo en algún momento, sirviendo ahora a los dioses que gobernaban aquellas tierras. Y justo eso era lo que había detonado la discusión.

La mujer de ojos serenos colocaba sendas guirnaldas sobre el agua, derramaba la libación correspondiente. A pesar de los siglos de silencio, su corazón seguía fiel.

Aquello había enloquecido al otro. La pelea escaló hasta que él, haciendo despliegue de su cosmos, la asesinó de un solo golpe. Un nivel indigno de un descendiente de Crisaor, pensó la sirena. Fue entonces cuando el hijo de la pareja hizo estallar su propio cosmos. Había sido inútil, por supuesto. La mujer estaba muerta y él era inexperto. Su padre lo derribó fácilmente, pero eso era todo lo que Clímene necesitaba. Ahora resultaba evidente quién portaría las Escamas. Y aun así…

Estaba harta de su propia desidia. No, el muchacho no era joven para entrenar, pero sí para lograr mantenerse firme a palabras endulzadas y astutas. Pero no tenía otra opción. Le había dado al chico los días correspondientes al luto y ahora sólo esperaba a que terminara las últimas ofrendas. No permitiría que Kanon le echara en cara la falta del General Marina nuevamente.

Frunció el ceño, incómoda con su repentina vacilación. A pesar de haber intentado acallar las dudas que surgieron desde que tuvo en sus brazos el cuerpo inconsciente del griego, éstas se habían incrementado las últimas semanas. Había algo en él que le impedía confiar ciegamente y no lograba identificar qué.

¿Sería demasiado tarde para exponer sus temores a alguien? Después de todo, las Escamas de Dragón Marino habían sido usurpadas dos siglos atrás.

"Pero Unity estaba impregnado con el cosmos de Poseidón",se repitió,"era natural que engañara a las Escamas. Kanon entró sin problemas al Recinto Principal".Se mordió el labio inferior mientras su mirada seguía al muchacho que entraba al mar, ofrendas en mano.

No era la primera vez que Poseidón pasaba por alto que sus guerreros fuesen desertores de otros ejércitos. En realidad, la historia mostraba que, bajo las condiciones correctas, su dios estaba dispuesto a recibir holgadamente a traidores. ¿Y quién era ella para cuestionar al Agitador de la Tierra?

Ni siquiera le sorprendió ver llegar al padre, fúrico. Arrebató los tributos de las manos de su progenie, gritó algo en su melodioso idioma. El hombre elevó su cosmos, seguido por el menor. La mujer suspiró. Esperaba no tener que intervenir.

Con una mano aplacó los mechones de cabello alborotados por el viento. Jasha. Quizás Jasha…

Se puso de pie. Había pasado demasiado rápido.

Un brillo incandescente había cegado a ambos hombres. Las manos de la sirena se crisparon por la sorpresa.

En las manos del joven ahora brillaba con furia la lanza dorada de Crisaor. En una rápida estocada, el arma atravesó el pecho del mayor. No tuvo tiempo de articular palabras finales.

- o - o -

Frente a Kanon, Jasha se esforzaba por recuperar el aliento.

Dragón Marino había señalado la premura con la que necesitaban que el kybernetes lograra abrir portales continuamente, quizás incluso mantener algunos de forma permanente como en la antigüedad.

En sus primeras semanas en Atlantis se había encargado de afinar la Otra Dimensión para emular el Triángulo Dorado, técnica heredada de Dragón Marino. Luego de haber experimentado el vórtice, concluyó que su ataque compartía similitudes suficientes como para entrenar con Caribdis y acelerar así el proceso.

Sin embargo, el Triángulo Dorado no exigía tanto de su ejecutor; no así aquel vórtice que parecía devorar la energía misma del guerrero que se atreviese a abrirlo. Jasha había logrado crear ya tres portales aquel día y Kanon, aunque complacido con el rápido avance, se percató de que el otro luchaba por mantenerse en pie.

–Detengámonos por hoy –dijo, listo para terminar aquel día de entrenamiento. El pelinegro no se movió.

–No, una vez más – Caribdis retomó su posición defensiva. –Lanza tu Triángulo Dorado de nuevo.

El rubio lo observó; el cabello negro meticulosamente recogido, las palmas de las manos curvadas frente a él, el brazo derecho alzado ligeramente más que el zurdo. Sonrió, entretenido con la necedad del guerrero. –Muy bien. Pero si no vuelves, no iré por ti a donde sea que termines.

Alzó su brazo listo para lanzar nuevamente su ataque, pero se detuvo cuando vio a Alanis, la portadora de la Sirena verde, acercándose a ellos.

–Me alegra encontrarlos juntos. Hay noticias del Santuario de Atenea –sus palabras parecieron flotar en el aire mientras le lanzaba a ambos una toalla. –Ha pasado algoextraño.

Desde su llegada, ninguna noticia del Santuario de Atenea era importante. En realidad, no creía que ocurriese algo siendo que la diosa apenas había reencarnado. Si esperaba los informes por táctica, curiosidad u odio, era algo que a él mismo no le quedaba claro. –Explícate ya, mujer.

–Sagitario ha muerto.

Casi al mismo tiempo, ambos hombres fruncieron el ceño.

–Pensé que Sagitario era uno de los Santos de Oro más fuertes.

Alanis asintió a las palabras de Jasha. –Eso no es todo –sus ojos verdes pasearon en los alrededores; otros Cetus y sirenas entrenaban cerca–, pero deberíamos hablar en privado –concluyó mirando a Kanon, que se limitó a asentir.

- o - o -

Observó su reflejo sobre la superficie del agua. Aunque aparentemente inofensivas, las suaves ondas que se formaban le causaban una sensación más de peligro que de calma.

Aun así, dejó que el suave pulso del mar golpeara su pecho desnudo. Extendió los brazos como rodeando al océano mismo; sus manos buscando desesperadamente la purificación. Ya no tenía más sangre en la piel, pero sin importar cuánto se limpiara, seguía sintiéndose sucio.

Su cosmos seguía ardiendo, violento. No sabía de dónde había llegado aquella arma, pero estaba dispuesto a usarla de nuevo.

Cerró los ojos y deseó que el dios al que su madre oraba tanto lo reclamara y se lo llevara lejos. Pero ella estaba muerta y con su muerte había demostrado que los dioses no escuchan plegarias.

Entumecido aún por lo que acababa de hacer, comenzó a escuchar una suave voz entonando una melodía armoniosa. Abrió los ojos para encontrarse un par de pupilas avellanas viéndole fijamente. Pero era imposible porque, ¿cómo pues podrían mirarle desde debajo del agua?

Aún aferrando la lanza, se sintió presa de un extraño mareo. La canción retumbaba en sus oídos, su origen imposible de localizar. Notó la sonrisa que iba apareciendo mientras la silueta femenina emergía del agua.

Escamas azul oscuro brillaban bajo la luna. Quiso moverse, gritar, pero era como si su cuerpo estuviera clavado en la arena; su mirada cautiva en las pupilas de la sirena, cuya voz –ahora sabía era su voz– arropaba su piel.

Las imágenes de lo que había ocurrido comenzaron a desdibujarse; su consciencia era un vago recuerdo. Su nombre, ¿cuál era su nombre?

El sutil parpadeo de una historia latió en su mente. Sabía lo que era ella, sabía lo que le haría, pero no le importó. La tentación iba apoderándose de él. Bajo el agua su piel ardía, sus piernas flaqueaban; cada centímetro añorando aquel cuerpo húmedo y brillante.

El cabello castaño hacía poco por cubrir sus formas. No parecía que a ella le importase. Después de todo, sus coloridas escamas, amoldándose a cada suave curvatura, eran suficientes. Sintió su deseo arder, enloquecido. Se sabía desnudo, presa fácil. Su palma apretó tanto la lanza que por un momento sintió que se fundiría con ella.

Cuando la fémina abrió los brazos, invitándole, y la canción que escuchaba incrementó el ritmo, se supo perdido.

Cegado por la pasión, por el calor, comenzó a adentrarse más en el agua.

¿Vengaría aquel monstruo marino a su padre, a su madre?, su cabeza se llenaba de bruma. Ya no podía pensar. El deseo había dominado a la razón; el canto retumbando en sus oídos le indicaba que todo estaría bien. El ansia voraz entre sus muslos exigía tributo inmediato.

Lo último que vio fueron los cabellos castaños en los que hundió el rostro mientras sentía la fría piel que envolvía su cuerpo febril y las aguas del mar cubriéndole.

- o - o -

Tras las puertas cerradas de las estancias del Trierarca, Alanis había terminado de contar lo ocurrido en el Santuario de Atenea.

Despreocupada como era, descansaba su cuerpo contra el borde del escritorio, sus larguísimos cabellos oscuros cayendo en cascada sobre los papeles que Kanon había dejado ahí en la mañana.

Jasha estaba sentado a la derecha frente a ella, sopesando aún sus palabras. Dragón Marino les daba la espalda a ambos.

Aiolos, muerto.

No, no sólo muerto.Traidor.Atenea había sido atacada en su propio territorio, por sus propios Santos. Ahora tenían un guerrero menos, una armadura desaparecida y la sombra de una traición que, Kanon asumió, consumiría al hermano menor de Sagitario.

Algo no cuadraba.

–Así que ahora quedan ¿diez Santos Dorados? – habló Jasha por fin. Atlantis estaba bien versado sobre Libra, que se mantenía inactivo desde hacía más de 200 años.

–Oh, se pone mejor.

El griego se giró hacia la mujer; ¿qué más podía haber? –Géminis lleva meses desaparecido. Todos esperaban que volviera de su misión después del atentado, pero no hay rastro de él.

–Parece que alguien está acabando con los Santos por nosotros.

–Y los que quedan son muy jóvenes, sin la experiencia de Sagitario y Géminis. Quizás las próximas semanas tengamos noticias de más muertes.

Kanon enfocó la mirada en el mapa que señalaba los puntos clave del Santuario Ateniense. Cerró los puños, los abrió de nuevo.

Saga.

Era Saga. Nadie tenía que decírselo. El muy cretino le había arrebatado no sólo la armadura de Géminis, sino sus planes contra Aiolos y el Santuario.

No estaba seguro de cómo, perosabíaque Saga había estado involucrado de alguna manera en el asesinato de Aiolos. Aquel bobalicón podía ser muchas cosas, pero no un traidor. No, su voluntad jamás había flaqueado, su lealtad nunca había sido frágil como el alma atormentada de su hermano.

La imagen del santo abnegado y fiel que exhalaba por cada poro no era un espejismo como el que Saga luchaba por proyectar con meticuloso cuidado.

Pero no era momento para pensar en eso. Ahora ambos pelinegros miraban en dirección al Pilar del Océano Índico; ellos también habían sentido la llegada de Clímene, acompañada por un cosmos cuyo dueño no supieron identificar. Las Escamas de Dragón Marino pulsaban intranquilas en su pedestal, como si quisieran dar la bienvenida al nuevo residente de Atlantis.

–Parece que Atlantis tendrá dos buenas noticias esta noche –musitó, con una sonrisa forzada.

"No me equivocaba, nunca me equivoqué. Lo querías tan muerto como a mí".

Kanon salió de la habitación; los puños cerrados con furia.

"Hipócrita".

- o - o -

Ligeia le extendió a Clímene una toalla que la otra usó para secar su cabello. – ¿Dónde está? Quiero verlo.

–Lo dejé en las habitaciones de su pilar –dijo, estirando una mano presta para tomar del brazo a la otra a tiempo. –Estaba demasiado alterado, no es buena idea ir ahora mismo. Tendrás el tiempo suficiente cuando despierte y se adapte.

La menor frunció los labios, decepcionada. – ¿Y es él? ¿Estás segura?

Asintió. – ¿Es joven? ¿Cómo es? ¿De verdad es un atlante? –La proreus sonrió divertida ante la curiosidad incesante de la chica.

–Ligeia, no puedes ponerte así cada que uno de los Generales llegue. ¿Estás buscando novio, acaso?

La menor cruzó los brazos, ofendida, pero de pronto una sonrisa maliciosa se dibujó en su joven rostro. – ¿Por qué lo trajisteasí? Pensé que no te gustaba mostrarte ante los terrestres.

Un rubor coloreó las mejillas de la castaña. Endureció la mirada para contrarrestar aquella reacción involuntaria. –Ya te lo dije, estaba alterado. Y no es de tu incumbencia cómo haya decidido traerlo –concluyó, lanzándole la toalla a la cara en cuanto vio que Kanon se acercaba. –Está hecho. El General Marina de Crisaor ha llegado a casa.

–Sabía que podía confiar en ti, Clímene.

Odió la sonrisa de complacencia que su superior le dedicó, pero se esforzó por no perder la compostura, no frente a su compañera. –Temo que no despertará hasta dentro de unas horas. Tuve que traerlo a la fuerza.

El griego dejó de caminar hacia el pilar y se giró hacia ella. –Bien. Que las Escamas de Crisaor sean traídas aquí.

–Ya di la orden.

Otra vez esa mirada altiva. –Por supuesto. Como siempre, tienes todo bajo control. –Kanon hizo un gesto con la cabeza a ambas a modo de despedida. Parecía tener prisa por marcharse; el interés hacia el General ahora esfumado.

Lo observó marcharse sin ningún pensamiento particular en la cabeza. Ni siquiera notó cuando Ligeia se colocó junto a ella y se acercó a su oreja.

–El trierarca es guapo, ¿no?

Giró los ojos. –Ligeia, por favor.

- o - o -

La zona del Pilar del Océano Índico había tenido una noche larga. Clímene estaba agotada, pero también inquieta. A paso intranquilo pero constante, llegó hasta los alrededores del Pilar del Océano Ártico.

No se molestó en tocar la puerta. Se anunció con cosmos y se sentó directamente a la mesa.

–Creí que estarías descansando –sin preguntas de por medio, Jasha colocó una taza de café frente a ella. Agradeció el calor que proporcionó a sus manos.

Asintió mientras daba un sorbo. Dejó que el silencio se instalara entre ellos mientras el otro terminaba de ordenar cosas en la cocina.

Las cabañas donde vivían Cetus y Sirenas eran modestas, pero acogedoras. Clímene agradeció la distancia entre éstas y las habitaciones de los aprendices; sabía que nadie interrumpiría.

–Finalmente logré abrir tres vórtices –soltó Caribdis de pronto, sentándose frente a ella. La taza casi cayó de sus manos.

– ¿Te obligó?

–Es el trierarca, Clímene, puede ordenarnos lo que quiera –contestó el otro, riendo. –Estábamos entrenando. Es ilógico que Atlantis se mantenga aislado. En realidad –Jasha dio un trago a su propia taza–, me sorprende que no supiera desde su llegada que había alguien capaz de abrir portales. Pensé que querías que estuviera bien informado.

La castaña se removió en su silla, incómoda. –Necesitaba vivir más tiempo entre nosotros antes de volver a la superficie. Además, Kanon no parece el tipo de persona que se compadece de otros. Te hubiera hecho abrir vórtices una y otra vez, hasta agotarte.

– ¿Es por eso que ordenaste a los Eretai no pedírmelo?

Silencio. Subió la mirada para encontrarse los ojos grises de Jasha clavados en ella. No encontró reclamos, tan sólo curiosidad sincera. –No hay nada para nosotros allá arriba.

–Ya. Pero ocultar información y registros a quien nos debe dirigir…

–No creo que…–se detuvo. ¿Qué iba a decir, realmente? ¿Que dudaba del hombre que ella misma había llevado ahí?

–No confías en él.

– ¡Yo no dije…!

–No necesitas hacerlo –la mirada del Cetus se clavó en ella. – ¿Qué es exactamente lo que te inquieta?

Ah. Eso era algo que a ella misma le gustaría saber, pero Jasha no le dio tregua. – ¿Te inquieta que pase el tiempo ayudando en las restauraciones, que descanse después con una cerveza en mano junto a los soldados? ¿Te incomoda que pasee entre las calles sin sus vestiduras de trierarca? ¿Que haya aceptado la sugerencia de Alexandros de ir a la superficie?

– ¡Todas esas son sus obligaciones! Aquí se espera que los Generales apoyen, lo sabes bien. Al contrario de ese pueblo patético de Rodorio, que adora a los Caballeros Dorados si siquiera los miran. Los Generales son guerreros con deberes.

Quiso desviar la mirada, pero no pudo. –Ah. Te molesta, entonces, que cumpla su deber –Jasha siguió disfrutando su café, los delgados labios acariciando la taza. Clímene apartó la mirada, derrotada.

Comenzó a tamborilear los dedos contra su taza, ya vacía.

–Atlantis estuvo bajo tu cuidado mucho tiempo, es natural que te preocupe. Quizás debas recordar que ya no depende todo de ti.

Dejaron que los minutos pasaran sin decir nada. Jasha se había convertido en su confidente casi al instante de su llegada al Santuario Submarino. Entonces, era ella quien arreglaba todos los problemas que surgían y agradecía tener a alguien que no solo se hiciera cargo de tantas cosas como ella, sino que escuchara sus diatribas sin juzgarla.

Por años, se había quejado de tener que hacerlo todo. Ahora que alguien más tomaba las riendas parecía perder el equilibrio. De pronto se sintió estúpida.

–Escuché que tuviste una nocheinteresantecon el nuevo General –dijo de pronto el pelinegro con una sonrisa pícara en sus labios.

El rubor cubrió el rostro de la atlante. – ¡Esa tonta de Ligeia, la voy a-!

–Quizás te haga bien –continuó el ruso sin inmutarse–, te ayudaría a relajarte.

Le dieron ganas de quitarle la sonrisa a golpes. – ¡Es un mocoso!

–Entonces la próxima vez podrías venir conmigo a la superficie a buscar algún terrestre más apropiado, sé exactamente dónde buscar.

Clímene se contuvo de lanzarle la taza a la cara sólo porque él mismo había preparado el café. Se rindió y comenzó a reír junto a su amigo.

Sabía que no podría seguir su consejo, pero de momento tampoco tenía pruebas. Se relajaría, pero eso no implicaba dejar de vigilarlo.

- o - o -

Kanon estaba casi recostado sobre las escaleras que llevaban al Pilar del Océano Índico. Sus codos reposaban contra los escalones y estaba por estirar las piernas cuando sintió el cosmos del chico despertar y, minutos después, escuchó los pasos. Recuperó su postura, pero no se giró.

En aquel silencio sintió al otro maravillarse ante el océano sobre ellos; pasear la mirada por la magnificencia de Atlantis. Casi podía ver sus labios abiertos.

–Era… era verdad. Siempre fue verdad.

El griego agradeció portar las Escamas, estaba seguro de no haber escuchado aquel idioma antes. Finalmente, se puso de pie y evaluó al chico con la mirada. Clímene tenía razón, era joven, pero había aprendices a Santo mucho más pequeños. Y, después de todo, las Escamas que cubrían su juvenil cuerpo no dejaban espacio a dudas.

–Bienvenido, Crisaor –el esrilanqués despertó de su ensueño, sus ojos ahora fijos en el rubio. –Hay mucho qué explicar, pero deberíamos ir a desayunar primero. Hoy tendrás un día largo.

Costear: navegar a lo largo de la costa sin perderla de vista.