Ese día, el comportamiento de Madoka distaba mucho de ser normal.
Como era fin de semana y estaban libres de sus respectivas ocupaciones, la pareja más curiosa de Mitakihara decidió tener una cita en uno de los centros comerciales más concurridos de la ciudad.
Después de horas caminando, mirando tiendas, tomando fotos —esto último lo hacía Madoka y obligaba a Homura a participar en las selfies con ella—, las chicas se encontraron con aquél puesto de vistosas, brillantes y deliciosas crepas de los más variados sabores y presentaciones.
La reacción de Homura fue instantánea.
—No suelo comer cosas dulces con regularidad —explicó Homura al ver que Madoka, su novia, miraba el puesto de crepas con ojos brillantes y una gotita de saliva resbalando por su mentón.
Homura no supo que pasó como para que Madoka, que era una chica muy tranquila y sumisa, además de dulce y blanda como malvavisco, cambiara de forma tan radical con aquellas palabras.
—¡¿Eh?! ¿Cómo de que no? —inquirió Madoka, escandalizada—. ¡¿Ni siquiera las crepas?!
—Ni siquiera las crepas. —afirmó Homura—. No les veo el chiste...
—¡Es que no hace falta verles ningún chiste! —Infló las mejillas, consiguiendo uno de los pucheros más adorables que la pelinegra hubiese visto—. Sólo debes comerlas y ya, Homura-chan —comenzó a fantasear con ojos soñadores—. Ya sabes, saborearlas, sentirlas, deleitarte con su dulzura...
—No, yo paso —la cortó y comenzó a alejarse en dirección contraria al puesto de crepas—. Si tanto quieres comerlas, puedes comprarte una y yo...
—¡Olvídalo! —bufó la de cabello rosa, molesta—. Tú vienes conmigo, ¡vamos! —Sin esperar repuesta de su novia, Madoka tomó la mano ajena y la arrastró con ella hacia el negocio de comida rápida.
—¿Qué? —Ahora le tocaba a Homura exclamar con exaltación—. ¿Qué parte de «no suelo comer cosas dulces» fue la que no entendiste? —preguntó, igual de molesta que Madoka.
—La parte de que nadie, absolutamente nadie en el mundo, puede decir que no le gustan las crepas.
—Ahora soy nadie, excelente.
—¡No quise decir eso, Homura-chan!
—Pero lo hiciste —sonrió—. Eres realmente mala, Madoka~
—¡C-Cállate! —Su rostro enrojeció por la vergüenza—. ¡Y-Y no creas que con eso te salvarás de comerte una crepa!
De súbito, y sin esfuerzo alguno, Homura impidió que su novia la siguiera arrastrando a cumplir sus deseos cuando apoyó, de manera firme, los pies en el suelo; demostrando quién era la más fuerte —al menos físicamente— de las dos.
—Dije que no comería crepas y punto. —sentenció Homura—. Puedes comer una si quieres, pero no me obligarás a ello.
Madoka, quién por lo general solía ser muy sumisa y poco insistente, pero que ese día era todo lo contrario, se giró de inmediato y, con expresión anormalmente firme, centró aquella rosada mirada en la purpúrea de su novia. Frunciendo el ceño, habló:
—Así que no puedo obligarte, Homura-chan —murmuró, inusualmente seria.
—No puedes —repuso ella, firme y sosteniéndole la mirada a su novia.
—No puedo obligarte, ¿verdad?
—Por supuesto que no —gruñó—. No puedes obligarme.
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—¡Muchas gracias, señor! —exclamó Madoka, feliz mientras sostenía sus crepas (sí, eran dos) con ilusión.
Rellenas hasta el tope con helado de fresa y mucha fruta cortada en cubitos, las brillantes golosinas eran todo un hermoso espectáculo visual, además de culinario.
—Gracias... —emuló Homura, sombría. A diferencia de las que tenía Madoka, ella sostenía sólo una crepa, repleta de frutas con tonalidades oscuras, con ambas manos.
—¡Gracias a ustedes, chicas! —respondió el sonriente vendedor, cuya amabilidad les hizo recordar al señor Tomohisa—. ¡Espero que las disfruten!
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—Al final, si me convenció... —murmuró Homura, pensativa, mientras se alejaban del dichoso puesto para postres.
Caminaron hasta la banca de un parque cercano y poco transitado; tomaron asiento y se dispusieron a comerlas en tranquilidad.
Apenas hubo oportunidad, Madoka, ni corta ni perezosa, comió sus golosinas con adorable voracidad, cosa que no pasó desapercibida para su novia quien, embobada, la miraba con fijeza hipnótica.
«Qué linda», pensó para luego sacudir la cabeza rápidamente, consiguiendo que el purpúreo pendiente de su oreja izquierda tintineara con suavidad. «Concéntrate, Homura, no dejes que su lindura... bueno, su hermosura... también es muy bella...». Muy bien, esto no estaba funcionando. «¿Podrías dejar de hacerte tan débil cuando se trata de Madoka? Recuerda, no dejes que nada de eso... (preciosa) ... ¡te distraiga!».
Cortó el extraño rumbo que tomaban sus pensamientos y decidió propinarle un buen mordisco a su comida para distraerse. Suponía que el sabor de semejante postre no le gustaría y acabaría por empalagarla. Más su sorpresa fue mayúscula al notar que no estaba nada mal.
«¡Está deliciosa!», se dijo, anonadada. Dio otros dos bocados y luego regresó a su característico estado meditabundo.
—Me pregunto cómo lo hace... —susurró, inconsciente de que pensaba en voz alta, mirando su crepa como si ésta fuera a entregarle algún tipo de respuesta—. ¿Será que, al final, si tiene más poder sobre mí que el que yo tengo sobre ella? —frunció el ceño—. ¿Acaso no le había quitado más de la mitad de sus poderes?
—¿Dijiste algo, Homura-chan? —preguntó Madoka, curiosa, frente al apenas entendible monólogo de la pelinegra.
—No —respondió la mencionada, nerviosa y evitando el contacto visual. Más bien centró su atención en las manos ajenas y, al hacerlo, notó que las crepas de Madoka habían desaparecido por completo.
—Oh, que raro. —sonrió Madoka, limpiándose la comisura de los labios con un pañuelo rosa de tonalidades más suaves que las de su cabello—. Me pareció haberte escuchado decir algo.
—Debió ser tu imaginación —intentó escabullirse Homura y le dio otro mordisco a su comida.
—Homura-chan...
—¿S-Sí? —inquirió, sintiéndose inexplicablemente nerviosa.
¿Acababa de... tartamudear?
—No desperdicies la crepa~ —dijo Madoka, soltando una risita.
—¿Eh? —No entendía a qué se refería con ese comentario.
—Que tienes crema en la mejilla~ —canturreó la más baja.
Homura entendió a lo que se refería y, decidida a molestarla un poco para vengarse por obligarla a comer crepas —que no estaban nada mal, la verdad sea dicha—, comentó:
—¿Por qué no me la quitas, Madoka? —sonrió, divertida—. Es que no puedo ver dónde la tengo y pensé que, como fuiste tú quién lo notó, podrías limpiarla... ¿no?
Cuando Homura hizo tal propuesta, no imaginaba —ni por asomo— lo que pasaría a continuación, después de todo, sus intenciones originales radicaban en sólo molestar un poquitín a su novia. Sabía que Madoka se avergonzaba con mucha facilidad y pensaba que su comentario provocaría esas reacciones que ella tanto disfrutaba ver.
El problema con la jugada radicaba en que, esta vez, Madoka no reaccionaría de la forma a la que ella estaba acostumbrada a ver. Algo que caracterizaba a la pelirrosa, además de su desmedido gusto por el azúcar, eran los efectos que ésta última provocaba en su sistema. Cuando los niveles de glucosa superaban los límites establecidos, aunque fuera por unas pocas milésimas, el comportamiento de Madoka trocaba a uno más... diferente, por así decirlo. Todo esto aunado al hecho de que, ya de por sí, el comportamiento de Madoka no era el de siempre.
Osada, hiperactiva, impulsiva y decidida; habían liberado a una Madoka desconocida a los ojos de su novia.
Antes de que Homura pudiera decir otra cosa, Madoka, sin pensarlo demasiado, y guiada por sus desbocadas emociones, recortó la distancia entre ellas y quitó la crema —que era tan violácea como la mirada de su novia— empleando su lengua; como si fuera lo más normal del mundo.
Decir que Homura estaba sorprendida era poco, la chica había quedado sin habla.
—¿Q-q-qué haces?
Madoka, relamiéndose y sin responder, regresó a su posición original.
Miró en todas direcciones de forma instintiva, notando que, muy convenientemente para lo que acababa de ocurrir, no había nadie cerca. Oh, sí, olvidaba que ese lugar apenas y era visitado por alguna que otra persona una vez a la semana.
Ladeando la cabeza, y con expresión adorablemente confundida e inocente, Madoka la miró como si no entendiera el porqué de su exaltación.
—¿Qué pasa con esa reacción, Homura-chan? —inquirió Madoka y sonrió con satisfacción por haber ganado ese pequeño juego—. ¿No me pediste que te limpiara? —Se relamió con calma, consiguiendo que la más alta siguiera estas acciones con suma atención—. Sólo me limité a hacer lo que me pedías.
Homura abrió la boca, intentando decir algo, sin embargo, ningún sonido pudo escapar porque, siendo sinceros, no tenía algo que aportar. Seguía aturdida por lo que acababa de ocurrir. No se lo esperaba y, si alguna vez llegaba a contárselo a alguien que conociera a Madoka —Sayaka, tal vez—, era muy probable que no le creyeran.
Tras el silencio que sobrevino a su atrevido —según Homura— movimiento, Madoka se incorporó de su lugar y, sin tener que pedirla, tomó la crepa a medio consumir de entre las rígidas manos de su estupefacta novia y empezó a comerla con deleite mientras caminaba de regreso a la parte «habitada» de aquellos lugares relajantes para pasar el rato.
Y Homura, que aún se recuperaba de aquel movimiento por parte de su novia, se levantó de igual forma y la siguió casi en automático.Había cosas de su novia que aún no conocía y todavía, tal como acababa de ocurrir, podían llegar a sorprenderla bastante.
