PARTE 6 Sensaciones no tan Nuevas

~o~

Byleth aún tenía problemas para levantarse temprano y todavía le costaba conciliar el sueño por las noches, ¡no podía acomodarse en esa condenada cama! Por eso dormía contra el muro de su dormitorio, cerca de la ventana, era más fresco. La cama era demasiado suave y sentía que se hundía, las mantas eran muy cálidas y sentía asfixiarse; y de no ser porque tuvo que escoltar a Edelgard hasta su cuarto para que descansara, la propia Byleth se habría quedado dormida en los jardines frente a los dormitorios.

Según las instrucciones, debía ir a pasar lista con su grupo y luego escoltar a los que fueran a asistir al taller de Vuelo con la profesora Manuela. Y los que no se hubieran inscrito al curso eran libres de estudiar o entrenar por cuenta propia, y acudir a su maestra encargada en caso de que necesitaran ayuda.

La mercenaria quería ver cómo eran las clases de vuelo. A pesar de que el grupo de su padre era grande, nunca tuvieron unidades voladoras, eran costosas de mantener y de pagar; los pegasos requerían mucho cuidado y un corral protegido, y los wyverns comían mucho.

En el comedor ofrecían un desayuno ligero para los alumnos a primera hora de la mañana, mientras que los profesores recibían su comida directo a sus cuartos (más temprano) para prepararse a tiempo para sus clases. Precisamente Byleth se lavaba la cara y se acomodaba el cabello cuando tocaron la puerta de su cuarto, era una monja con su desayuno.

Y llegó también algo de compañía.

"Cariño, buenos días", saludó Manuela, que llevaba su propia charola en las manos. "¿Te parece si desayunamos juntas?"

Byleth asintió con un gesto que casi brillaba y le permitió el paso mientras la monja le dejaba su desayuno. Apenas Byleth le dio las gracias a la monja, ambas profesoras quedaron a solas y comenzaron a desayunar.

"Deberías aprovechar el día y explorar el monasterio", comentó Manuela.

"Me gustaría ver tus clases de vuelo", dijo Byleth, "después puedo ver el resto del monasterio". A decir verdad, su primer deseo era visitar el Invernadero, y luego buscar las tumbas que Rhea hizo para sus padres.

"Oh, serás bienvenida. Quizá te ayude a pensar en mejores maneras de entrenar a los alumnos", comentó la profesora, su sonrisa se remarcaba gracias a su labial carmín. "Pero de todos modos te recomiendo explorar el monasterio. Y seguramente necesitarás saber dónde está la enfermería para cuando los entrenamientos sean más intensos… Por cierto, la encargada de la enfermería y la Sanadora Maestra del Monasterio soy yo".

Byleth miró con más atención a Manuela, el único cambio en su rostro era que sus ojos estaban un poco más abiertos.

"Sabes sanación, sabes sobre pegasos y wyverns y también cuidas de los alumnos", murmuró Byleth, sólo un ligero cambio en su voz delataba su asombro.

"Y además fui la Gran Diva de la Compañía Operística de Mittelfrank en Adrestia", presumió la mujer con el pecho en alto, pero su gesto se descompuso al ver que Byleth lucía un poco fuera de lugar. "¿Cariño, estás bien?"

Byleth no respondió, en cambio fue por el diario de su padre y comenzó a hojearlo rápidamente. Su gesto se suavizó al confirmar sus sospechas.

"Mi madre fue una gran fan tuya", comentó Byleth con voz suave mientras seguía mirando el diario de su padre y volvía a su asiento. "Mi padre solía cantar mucho una de tus canciones".

"Oh", Manuela no evitó sentir un agradable calor en el pecho al escucharla. "¿Me puedes contar un poco más, cariño?"

"Yo tenía dos años. Mi madre siempre quiso ir a la Ópera pero su salud no era buena. Papá se las arregló para llevarnos al Imperio y aún no sé cómo consiguió el dinero para las entradas, pero lo logró", continuó Byleth sin dejar de mirar el diario. "Papá me contaba que esa noche fue mágica, que nunca había visto a mi madre tan feliz. Incluso él quedó encantado con tu voz. Ellos querían regalarte flores, pero mamá se sintió un poco mal y ya no les fue posible esperarte con los otros fans".

Manuela sentía como si algo le apretara la garganta, no se atrevía a interrumpirla.

"Como mamá se estaba debilitando, papá decidió que volviéramos a casa", continuó Byleth y enseguida frunció el ceño de manera apenas notoria, miró a Manuela con seriedad. "Te daré las flores que ellos no pudieron darte".

Lo que Byleth no esperaba era que Manuela se levantara de su sitio sin aviso alguno y la abrazara con fuerza contra su pecho. La joven profesora no pudo moverse… Ya ni siquiera recordaba la última vez que alguien la abrazó así, su padre nunca fue muy físico en sus demostraciones de cariño, lo más que le dedicaba era una palmada en la espalda, y cuando el hombre estaba especialmente alegre (o borracho) le alborotaba el cabello.

Manuela lloraba.

"Muchas gracias por contarme eso", dijo la cantante mientras la estrechaba contra su pecho con más fuerza. "¿Puedo preguntar cuándo fueron a verme?"

La voz de Byleth sonaba ahogada por culpa de la posición. "En el año 1161, Día 18 de la Luna del Arpa", así estaba anotado en el diario.

Por ese entonces Manuela tenía tres años en Mittelfrank y su fama como la Cantante Divina recién se había cimentado e iba en pleno ascenso.

"Me encantará recibir esas flores".

"Manuela…"

"Te escucho, cariño".

"No puedo respirar…"

"¡Oh, lo siento!"

La cantante soltó a la mercenaria, ambas tuvieron que tomarse unos segundos para componerse un poco, Byleth recuperaba el aire mientras Manuela se limpiaba las lágrimas.

"Hablando en serio, gracias por compartir tu historia conmigo", dijo Manuela, continuando con su desayuno. "¿Puedo preguntar qué canción era la que cantaba tu padre?"

Byleth también siguió desayunando, aún tenía el rostro caliente por culpa del calor de los pechos de Manuela. "No sé el nombre de la canción, pero recuerdo la parte que papá siempre cantaba más fuerte", cerró los ojos y tragó su bocado mientras hacía memoria. Se aclaró la garganta. "… Me tosté en tus mejillas como el Sol en la tarde… Se desgarra mi cuerpo y no vivo un segundo para decirte que sin ti muero…"

Manuela sonrió y su hermosa voz siguió con la canción. "Me quedé en tus pupilas, mi bien, ya no cierro los ojos… Me tiré a lo más hondo y me ahogo en los mares de tu partida… De tu partida…"

La mirada de Byleth brilló al escucharla.

"Lamento no poder cantar con mi mejor voz ahora mismo, necesito calentar la garganta", se disculpó Manuela. "Esa canción es parte de una obra llamada Lluvia de Estrellas, trataba sobre dos enamorados que fueron separados por un conflicto y que hicieron todo lo posible por encontrarse una vez más".

"¿Y se encontraron de nuevo?" Preguntó Byleth.

"Sí, y vivieron felices para siempre".

Byleth asintió y guardó el diario de su padre en su abrigo, debía terminar de desayunar. Manuela hizo lo mismo.

"Cuando tengamos tiempo, te cantaré las canciones de esa obra", ofreció Manuela con una sonrisa.

"Me encantaría".

~o~

Edelgard no estaba particularmente interesada en las clases de vuelo, pero si tenía que elegir, definitivamente se veía a sí misma montando un wyvern. Nada perdía con probar una vez. Si no funcionaba como ella quería, entonces podría concentrarse en las clases de Equitación.

La princesa salió primero del comedor, tenía que revisar algo antes de que las Águilas fueran a su salón a pasar lista y a escuchar lo que sea que su profesora quisiera decirles. Y sería mentir el decir que la gloriosa imagen de su profesora en ropa ligera no abandonaba su cabeza. Edelgard suspiró, tenía que concentrarse en lo que era verdaderamente importante.

El ataque de Kostas fue un desastre. En primer lugar, ella misma casi muere a manos de ese bruto. Y en segundo lugar, parte de sus planes se arruinaron cuando la Arzobispa contrató a Byleth. La princesa admitía que tener a Byleth como maestra era maravilloso, pero hubiera preferido contratarla aprovechando que era una Espada sin dueño. Aún tenía oportunidad de salvar la situación, aún podía hacerle la propuesta a su maestra, su contrato con la Iglesia sólo era por ese año escolar. Pero con el buen trabajo que Byleth estaba haciendo, Edelgard temía que el Monasterio no la dejara ir.

"Aún tengo tiempo".

La princesa llegó a la biblioteca y casi de inmediato Tomas le puso un libro en las manos. La sonrisa del viejo bibliotecario era incómoda, casi sucia.

"Página 98", fue lo único que dijo el bibliotecario antes de dejarla a solas.

Edelgard no hizo gesto alguno, simplemente se sentó y abrió el libro. En la página indicada había una carta.

Escuché que tu pequeño plan no funcionó, mi querida sobrina.

Lo lamento por ti.

El Caballero de la Muerte tiene mejores cosas qué hacer que jugar al profesor en la Academia, así que lo mandaré a llamar cuando lo necesite.

Tú no serás capaz de saciar su sed.

También escuché que una donnadie está a cargo de tu clase, pero que la Arzobispa tiene mucho interés en esa donnadie.

Investiga. Y si la donnadie te estorba, sabrás deshacerte de ella.

Suerte en tus primeros días de clase.

Atte. Volkhard von Arundel.

Edelgard arrugó la carta pero de todos modos la guardó entre su chaqueta, su quijada estaba tensa y su furia tardó varios segundos en apaciguarse. "Aún te atreves a firmar con el nombre de mi tío… Bastardo", murmuró la princesa mientras se calmaba. Y no necesitaba verlo para saber que Tomas se regocijaba con su furia.

Lamentablemente, ese bastardo tenía razón. Si la sed de batallas del Caballero de la Muerte no era saciada, se saldría de control y a saber qué desastres haría en el Monasterio.

La princesa tuvo que tomar una discreta bocanada de aire para recuperar el piso. No podía dejarse vencer por las eventualidades del camino, debía sacar el mejor provecho de la situación. Lo mejor que podía hacer era averiguar más sobre su profesora y comprar su servicio a la primera oportunidad. Y saber cuál era la razón por la que la Arzobispa favorecía a una mercenaria también sería de ayuda.

Más compuesta, Edelgard se puso de pie y fue al salón de las Águilas. Siendo sincera consigo misma, la princesa quería sentirse como una alumna normal y nada más. Tenía derecho a aferrarse a esos pequeños momentos de normalidad y genuino júbilo, o se perdería en la oscuridad de aquellos que se arrastran entre las sombras.

Al llegar al salón, ya sólo faltaban Linhardt y Bernadetta y seguramente no tardarían, los demás ya estaban ahí. Hubert recibió a su princesa con una educada inclinación.

"Milady".

"Hubert".

"¿Alguna novedad?" Preguntó el subordinado en baja voz.

"Me echaron en cara los inconvenientes de los eventos más recientes", respondió la princesa en voz igualmente baja.

"¿Me permite una sugerencia, Milady?"

"Te escucho".

"Todos los alumnos sabemos que la profesora revisa mucho su diario, seguramente…"

"¿Estás proponiendo que robemos su diario para leer sus secretos?" Edelgard no estaba tan sorprendida en realidad, de hecho era la idea más inofensiva que Hubert había tenido nunca.

"Sólo iba a decir que lo tomáramos prestado", agregó Hubert sin un solo ápice de vergüenza, "pero será complicado si siempre lo carga consigo". Y no estaba de más mencionar que la inexpresiva profesora atesoraba mucho ese diario.

"Es un buen plan, pero debemos esperar la mejor oportunidad para ponerlo en acción", respondió la princesa. "Por mientras, sigamos aprendiendo más de ella".

Hubert asintió y ambos tomaron sus lugares. Las campanas comenzaron a sonar, avisando que todos los estudiantes debían estar en sus salones. Edelgard miró con singular orgullo que todos sus compañeros ya estaban reunidos y sentados. Ésta vez, Shez se sentó al lado de Edelgard y le miraba de manera traviesa, la princesa arqueó una ceja.

"¿Hay algo que te divierta?" Preguntó Edelgard.

"No todavía", rió Shez.

En el asiento de atrás, Dorothea y Petra compartían escritorio, a Hubert le tocó compartir con Ferdinand mientras que Caspar y Bernadetta estaban en la otra fila, y detrás de ellos, Linhardt estaba dormido y desperdigado en todo el escritorio, incluso traía una almohada.

"Soy la princesa de Adrestia, lo sabes, ¿verdad?"

"Y yo soy una mercenaria de Leicester, no tienes autoridad sobre mí", presumió Shez. "La única que me manda es la Capitana Berling… Y en la escuela me manda la profesora Byleth", agregó con exagerada seriedad.

Una idea cruzó la cabeza de Edelgard y le devolvió la sonrisa a Shez. "¿Y si yo contratara a tu grupo mercenario, entonces yo tendría autoridad sobre ti, verdad?"

Shez abrió la boca pero ninguna palabra salió de ella, sólo frunció el ceño y eso coronó la victoria de Edelgard. A decir verdad, contratar al grupo de Shez no sería mala idea, lo primero era ver cómo se desenvolvían en el campo de batalla, pero ya habría tiempo para eso.

Y de nuevo, ninguno de ellos percató cuando Byleth entró al salón. Todos callaron de inmediato, y Linhardt despertó y puso su almohada en el otro asiento.

"Buenos días", saludó Byleth y sus alumnos respondieron el saludo al unísono. De hecho la profesora volvió sobre sus propios pasos y se detuvo junto a Bernadetta para darle el postre que ella no se terminó durante su desayuno. "Lo guardé para ti, pensé que te gustaría".

"¡Gracias!" Una feliz y nerviosa Bernadetta comenzó a comer el postre de frutas.

"¿Cuántos de ustedes van a asistir a las clases de vuelo de la profesora Manuela?" Preguntó Byleth en voz alta y vio que Edelgard, Petra, Caspar y Shez levantaron la mano. Asintió. "Los que no van a asistir, pueden practicar magia o entrenar por su cuenta", continuó Byleth. "Si alguno de ustedes necesita ayuda o guía, pueden llamarme", Byleth se rascó la cabeza y miró a sus alumnos. "¿Alguno de ustedes ha ido al invernadero?"

Bernadetta levantó tímidamente la mano.

"¿Se puede hacer algo ahí o sólo se pueden ver las plantas?"

"Oh, puede ayudar a regar las plantas y también sembrar semillas y cuidar de ellas, profesora", respondió la arquera.

Byleth asintió. "Estaré un rato en las clases de vuelo para ver cómo son, y después estaré en el Invernadero, por si me necesitan".

Shez levantó la mano. "¿No te ha dado tiempo de explorar el monasterio, verdad?" La profesora negó. "Deberías hacerlo, el sitio es enorme, incluso tienen un estanque donde puedes pescar, está a espaldas del comedor y lo que pesques te lo pueden cocinar y…"

Y todos notaron cómo el gesto de Byleth pareció brillar.

"Si me necesitan, estaré pescando", corrigió Byleth.

A la profesora de verdad le gusta la pesca, fue la anotación mental de Edelgard, recordando que la primera vez que se conocieron, Byleth le dijo que estaba pescando tranquilamente hasta que escuchó ruidos de batalla.

"¿Hay algo que necesitemos saber antes de ir a las clases de vuelo?" Preguntó Caspar luego de levantar la mano.

Byleth asintió. "Sujétense bien de las riendas y no se pongan nerviosos. Si caen, no se preocupen, no pasarán del suelo".

Si eso fue un intento de broma, fue bastante lamentable.

~o~

Manuela estaba particularmente contenta por la cantidad de alumnos que tuvo en su clase de vuelo. De parte de las Águilas Negras se presentaron Edelgard, Petra, Caspar y Shez; del lado de los Leones Azules llegaron Ingrid y Ashe, y de los Ciervos Dorados llegaron Marianne, Hilda y Claude. Byleth estuvo presente como prometió hacerlo, pero sólo para observar y cuidar que los alumnos lo estuvieran haciendo bien y no se pusieran nerviosos. Entre Manuela y Byleth les aseguraban a todos que estarían a salvo.

Apenas vio que los alumnos estaban tranquilos y seguían las instrucciones de Manuela al pie de la letra, Byleth hizo una parada en el sitio que quería visitar primero desde que llegó al Monasterio: el Invernadero. Quería confirmar algo.

Al entrar al invernadero, lo primero que le dio la bienvenida a Byleth fueron los brillantes colores de las plantas y árboles frutales que vivían ahí. Respiró hondo y entonces lo sintió, un aroma familiar que estrujó su pecho. Siguió olfateando el ambiente de manera discreta mientras recibía con un cortés movimiento de cabeza una bienvenida de parte de la encargada.

El aroma que reinaba ahí era similar al que siempre tuvo su mamá encima. Podría no recordarla del todo pero su aroma siempre ha estado en su memoria. Siguiendo el aroma cual sabueso, Byleth se topó con dos de sus alumnas, Bernadetta y Dorothea regaban unas flores.

"Oh, profe Bylie, qué alegría verte por aquí", dijo Dorothea con su hermosa sonrisa.

"Profesora", Bernadetta era la que tenía la regadera en las manos. "Estábamos estudiando, lo juro".

Byleth negó. "Está bien relajarse".

"¿Y tú cómo te relajas?" Preguntó la arquera.

"Pescando".

Dorothea soltó una risita, pero notó que Byleth miraba los alrededores como si buscara algo. "¿Pasa algo, profe?"

Byleth negó suavemente y siguió respirando hondo, rastreando el aroma que más tenía marcado en la memoria… Y entonces las vio, unas flores de color azul cerca de donde estaban sus alumnas. Se puso en cuclillas y olió con fuerza las flores.

Sí, ese era el aroma de su madre. La profesora miró a las chicas. "¿Saben qué flor es ésta?"

"Oh, es la flor pincel", respondió Bernadetta de inmediato. "Huelen muy bien y también se usan como plantas medicinales. Se plantan en los campos para alejar a las plagas, y también sirven como desinflamatorios y para atender heridas y relajar ojos cansados".

"Wow, Bernie, sabes mucho sobre flores", exclamó Dorothea con una sonrisa y Bernadetta se sonrojó mientras se cubría el rostro con la regadera.

En la cabeza de Byleth eso tenía sentido, su madre fue una monja y solía atender las heridas no sólo de su padre, seguramente también de otros soldados. La mercenaria miró a Bernadetta con un gesto suave. "Muchas gracias", ya encontré lo que estaba buscando, pensó.

Bernadetta se sonrojó por la alegría mientras Dorothea no perdía de vista la manera en que el gesto de la profesora se suavizó, y la manera tan especial en la que miraba las pequeñas flores azules.

Antes de que alguna dijera algo más, pudieron escuchar la voz de la encargada del invernadero exclamar algo.

"¡Su Excelencia, es un honor tenerla de visita!" Dijo la mujer entre repetidas inclinaciones. "¿Puedo hacer algo por usted?"

Rhea estaba ahí.

Dorothea y Bernadetta se pusieron serias mientras que Byleth se tensó. Y eso no solamente Dorothea lo percibió, también Bernadetta. La arquera más que nadie era familiar a la sensación de incomodidad que podía generar una persona, su propio padre la primera de esas personas.

"Pequeñas, ¿me permiten hablar con su profesora en privado?" Preguntó Rhea con maternal voz pero con su porte recto y serio, con una severidad que se escondía tras su semblante siempre sereno.

"Sí, Su Excelencia", fue Dorothea la que tuvo que responder y llevarse a Bernie por un brazo, la pobrecilla quedó tiesa por los nervios de tener a la importante e imponente Arzobispa tan cerca. "Nos vemos después, Profe Bylie". La joven cantante casi se sintió mal de dejar a solas a la profesora, pero había un algo en la voz de Rhea a lo que era imposible decir que no.

Incluso la encargada salió del invernadero y se quedó escoltando la entrada principal. Byleth tuvo que ponerse de pie y encarar a la mujer.

"Buenas tardes", saludó la mercenaria con educación.

"Oh, no es necesario que te tenses demasiado, pequeña. Sólo vine a ver cómo te sientes luego de tus primeros días como profesora", dijo Rhea con un tono de voz más endulzado. "Eres una mercenaria y temí que tuvieras complicaciones al adaptarte a un trabajo más… Sedentario".

Byleth no iba a decir que aún le costaba trabajo dormir en sus aposentos, y lo que menos mencionaría era que el sólo ver a Rhea de frente le provocaba una desagradable sensación en el estómago. Tuvo que tomar aire de manera discreta.

"Me estoy acostumbrando", respondió Byleth sin relajar su posición. Sin embargo, había algo que no podía negar. "Ser profesora es una experiencia…" La mercenaria cerró los ojos mientras buscaba la palabra adecuada… "Enriquecedora".

La sonrisa de Rhea se hizo más grande. "Me alegra escuchar eso, espero que te lleves bien con los alumnos. Y recuerda que si necesitas ayuda o un consejo…"

Byleth se sorprendió con las siguientes palabras de Rhea.

"…Puedes acudir a mi cuando lo necesites, no importa la hora".

La mercenaria no sabía cómo funcionaba Garreg Mach con exactitud, pero estaba absolutamente segura de que la Arzobispa de la Iglesia de Seiros no estaba por ahí brindando su tiempo y espacio a todo mundo. La sensación de incomodidad no la abandonaba.

"Lo tendré en cuenta, Arzobispa Rhea", fue lo único que Byleth pudo responder.

"Oh, pequeña, no hace falta tanta formalidad, sólo llámame Rhea", dijo la Arzobispa.

De lo otro que Byleth estaba segura, era que no todos en Garreg Mach llamaban a la líder de la Iglesia de Seiros por su nombre de pila.

"No me gustaría incomodarla", murmuró Byleth.

"No me incomodas, pequeña, te lo aseguro. Espero no ser yo quien te incomode…"

Oh, si tan sólo pudiera leerle los pensamientos…

"Es sólo que… En verdad me recuerdas a alguien", dijo Rhea. "A una persona que perdí y que era como una hija para mi…"

Esas palabras encendieron algo en el pecho de Byleth y estuvo a nada de apretar sus puños. Para suerte suya, alguien llegó buscando a la Arzobispa. La mercenaria nunca se había sentido tan feliz de ver a Seteth.

"Su Excelencia, lamento la interrupción, pero llegaron unos documentos urgentes que necesita revisar", dijo Seteth y luego le dirigió una severa mirada a la mercenaria. "Profesora Byleth, te suplico que no distraigas a la Arzobispa, puedes ir a mi oficina o acudir a tus colegas si tienes alguna duda".

Byleth asintió. "Entendido", y escapó antes de hacer alguna estupidez. No se atrevió a mirar atrás.

Ahora sí necesito pescar, pensó Byleth. Aún tenía el cuerpo tenso y el pecho pesado. Cuando Jeralt le decía que era muy parecida a su madre, al parecer hablaba muy en serio, salvo por el color del cabello y los ojos. Fue camino al estanque mientras se miraba los mechones de su propio cabello.

Mientras tanto, Seteth se mostraba descontento. Caminaba con Rhea de regreso a las oficinas. "Por mucho que los alumnos se sientan cómodos con ella, te pido por favor que recuerdes que hay una razón por la que esa mercenaria tiene el apodo de Demonio", dijo Seteth con gesto preocupado. "Mi gente ha estado investigándola como marca el protocolo, también a la otra mercenaria. Los Mercenarios de Berling hablan bien de Shez y la respaldan incondicionalmente, pero Byleth es ampliamente conocida por matar a sus oponentes sin mostrar ningún tipo de sentimiento, ni bueno ni malo".

Rhea no cambiaba su gesto. "¿Y qué hay de sus familias?"

Seteth miró largamente a Rhea antes de responder. "Shez es de Leicester y quedó huérfana de madre, se desconoce la identidad del padre. Pasó de un grupo mercenario a otro desde temprana edad hasta que llegó al grupo de Berling y ellos la acogieron", contó Seteth. "En cuanto a la familia de Byleth, aunque la fama del Quiebraespadas todavía es bien conocida, nadie sabe el verdadero nombre del mercenario, y en todo caso, muy pocos mercenarios saben el nombre del Azote Sombrío". El consejero frunció el ceño, como si quisieran ocultar quiénes son, pensó.

Rhea, en cambio, no cambiaba su gesto entusiasmado.

"Todos tienen razones para mantener en privado sus asuntos personales y familiares", comentó Rhea y miró a su compañero con una sonrisa casi traviesa. "Creo que eres el menos indicado para reprochar que alguien prefiera no revelar su árbol genealógico completo".

Seteth bufó. "Y tú no me puedes reprochar que cuide de tu integridad cuando despiertas un interés espontáneo en una desconocida de fama cuestionable".

"Ya te lo dije, me recuerda mucho a alguien a quien consideré casi como a una hija", murmuró Rhea. "Alguien a quien no conociste, ella murió antes de que tú y Flayn llegaran a Garreg Mach".

"¿Puedo preguntar quién era esa persona?"

"Una monja de buen corazón llamada Sitri".

"¿Sitri?" Seteth abrió más los ojos. "Esa monja está enterrada aquí, junto a…"

"Sí, junto a Jeralt Eisner, uno de mis campeones y el hombre que más amaba a Sitri, la amaba tanto que no pudo soportar su ausencia y murió en un incendio".

"¿Quizá la mercenaria es familiar lejana de la monja?" Preguntó Seteth, ahora curioso.

"No, eso es imposible", dijo Rhea de inmediato, "simplemente se parece a ella".

Seteth ya no insistió. Seguía confundido por el comportamiento de Rhea. "Seguiré vigilándola si no te molesta".

Rhea negó. "Has lo que creas conveniente. Lo importante ahora es que los alumnos están muy contentos con ella".

Y eso era algo que Seteth no podía negar.

~o~

"Muchas gracias por los consejos de vuelo, Ingrid, tienes talento natural", comentó Edelgard a su compañera de los Leones.

"No fue nada, Lady Edelgard".

"Sólo llámame Edelgard, por favor. Aquí todos somos alumnos y no me debes lealtad", dijo la princesa de inmediato.

"Yo también tomé consejos de Ingrid, estoy muy agradecida", dijo Petra. "Profesora Manuela ayudó mucho también".

"Por cierto, Shez, ¿te sientes mejor?" Preguntó Marianne, preocupada.

"Sólo vomité dos veces", se defendió Shez. "Desayuné mucho, ¿de acuerdo? Fue mi culpa, lo haré mejor la siguiente vez".

"Quizá te iría mejor con un caballo", comentó Hilda. A ella le fue bastante bien en realidad.

"A mí me gustó montar un wyvern, son fuertes como yo", dijo Caspar con alegría.

"En mi caso, tengo un wyvern albino esperándome apenas tenga el nivel suficiente", Claude sonrió. En su caso, era natural para el vuelo, Manuela lo confirmó.

"Y creo que yo me las arreglaré bien montando un wyvern, pero de todos modos asistiré al curso de equitación", dijo Ashe.

"¿Les parece si vamos a comer?" Propuso Shez con una sonrisa. "Tengo el estómago vacío", agregó de mala gana, no había necesidad de decir el porqué.

"En un momento los alcanzo, iré a lavarme", se disculpó Edelgard y se separó del alegre grupo, pero antes de ir a la zona de duchas y baños, decidió asomarse a la zona del estanque. La princesa quería confirmar si su maestra estaba ahí, pero en el camino se topó con Dorothea.

"¡Edie! ¿Qué tal la clase de Vuelo?" Preguntó la alegre cantante.

"Nada mal, me animo a pensar que tener un wyvern no es mala idea", respondió Edelgard.

"Eres la princesa de Adrestia, te lo puedes permitir", agregó Dorothea. "¿Y los demás?"

"En el comedor, los alcanzaré apenas me asee".

"Oh, ¿está bien si voy contigo? Necesito lavarme también, estuve con Bernie en el Invernadero, y Bernie huyó a su cuarto apenas terminamos".

Edelgard se aclaró la garganta. "Primero quiero ir al estanque a ver si nuestra profesora está ahí, debo informarle cómo nos desenvolvimos en la clase de vuelo", y contrario a las inocentes provocaciones que esperaba, lo único que recibió de su amiga fue un tenso silencio. "¿Dorothea?"

"Um… Edie, ¿está bien si vamos primero a lavarnos? Éste no es un sitio para… Hablar".

La súbita seriedad en la cantante puso alerta a Edelgard y asintió. Ambas se apresuraron a la privacidad de la zona de baños para lavarse cara y manos, y quitar las manchas de sus uniformes. Dorothea revisó que no hubiera nadie en los alrededores, pero eso no evitó que se acercara más a Edelgard.

"Me preocupa la profe Bylie", murmuró la cantante.

"¿Le pasa algo malo?" Preguntó la princesa, tensa.

"No sé qué tan malo, pero sí puedo decir que no es algo bueno. Nuestra profesora fue al invernadero cuando Bernie y yo estábamos ahí, todo estuvo bien hasta que apareció la Arzobispa".

Edelgard frunció el ceño, no era usual ver a Rhea rondando el monasterio. "¿Y qué sucedió?"

"La profe Bylie estaba incómoda, incluso Bernie pudo percibirlo", continuó Dorothea. "La Arzobispa nos pidió salir del invernadero para hablar a solas con ella y tuvimos que obedecer. No sabemos qué platicaron, pero Bernie y yo no nos fuimos muy lejos. Vimos cuando Seteth fue a buscar a la Arzobispa, pero quien salió primero fue nuestra profesora. La vimos… Agitada. Tenía los puños apretados y lucía incómoda".

"¿Crees que la Arzobispa la regañara por algo?"

"No lo creo, ella lucía feliz cuando entró al invernadero y también cuando se fue".

Edelgard se llevó una mano al mentón, preocupada.

"Puedo asegurarte que la presencia de la Arzobispa no solamente pone incómoda a la profe Bylie, la tensa por completo", agregó Dorothea.

Y esa información tranquilizó a Edelgard por más de una razón.

"Comprendo", pero al ver la preocupación en Dorothea, la princesa decidió tranquilizarla. Se lo debía por confiarle semejante información. "Quizá nuestra profesora tuvo alguna mala experiencia con los caballeros de Seiros o algún representante de la Iglesia. Y de pronto se ve forzada a quedarse aquí… Me atrevo a asegurar que a los otros profesores y a nosotros, sus alumnos, nos tiene en buena estima, pero la gente de la Iglesia es asunto aparte".

"Tienes razón. Debe ser eso, Edie", murmuró Dorothea. "Quizá si platicamos con ella…"

"No sería mala idea, pero sugiero que le demos tiempo, ya sabes cómo es ella. Sólo dice lo que debe decir, y explica lo que cree que nos será de ayuda".

Dorothea no tardó en sonreír. "Tienes razón, Edie, hay que darle tiempo a nuestra profesora. ¿Sabes? Deberíamos invitarla a tomar té apenas esté un poco más libre".

"Esa es una gran idea".

~o~

Era todo un espectáculo para los que pasaban por la zona.

La nueva y más joven profesora de la Academia de Oficiales de Garreg Mach estaba sentada en una orilla del estanque, tenía una caña de pescar en manos, una canasta con peces recién pescados y a toda la población felina del Monasterio a su alrededor esperando por un bocadillo. Byleth les compartía los peces más pequeños, uno de los gatos estaba recostado en su regazo, otro a su costado y otros simplemente esperaban por más comida.

Hasta ese momento Byleth se sintió tranquila luego de la inesperada visita de la Arzobispa.

"Veo que ya te hiciste bastante popular, joven Byleth", dijo una alegre y fuerte voz. Se trataba de Alois.

Byleth le miró por encima de su hombro e hizo un leve pero educado saludo con la cabeza. "Sir Alois, es bueno verlo de nuevo".

"Sí, recién llegué de una misión y vine aquí a pescar, es algo que me relaja mucho", dijo el caballero.

Byleth no necesitó hacer mucha memoria para recordar que su padre le contaba que solía pescar mucho con su escudero. Y también con su madre. Al parecer, Alois continuó pescando.

"Veo que ya tienes varios", dijo el hombre, señalando la canasta.

"Necesito más para hacer un platillo de pescado para la cena, quiero que mis alumnos lo prueben", dijo Byleth.

"¡Oh, esa es una gran idea! ¡Permite que te ayude a alimentar a tus jóvenes alumnos!" Exclamó Alois y se sentó a un par de metros de distancia de ella. "Jo, digo eso y tú rondas la misma edad que ellos".

Byleth no dijo nada, tenía su atención en la caña de pescar en sus manos, en los movimientos del agua del estanque.

"Joven Byleth".

"¿Um?"

"Comprendo si estás incómoda porque te hice venir aquí casi a la fuerza", se disculpó el caballero. "Terminaste trabajando en lugar de recibir la recompensa que te prometí… Tú y la joven Shez", el hombre suspiró. "Si hay alguna manera de compensarte…"

Byleth se encogió de hombros. Comprendía las acciones de Alois y no tenía nada que reprocharle al hombre.

"No puedo hablar por Shez, pero trabajar aquí no está mal", dijo Byleth y rápidamente pescó otro pez. Los gatos fueron los primeros en emocionarse, pero Byleth no les permitió tocar ese, lo guardó en la canasta y aseguró la tapa. "Les daré el siguiente".

Alois sonrió. "¿Sabes? Me recuerdas mucho a alguien".

Byleth se tensó pero supo ocultarlo. Tragó saliva. "No es la primera vez que lo mencionas, ¿a quién te recuerdo?"

"A una monja que trabajaba aquí cuando yo era escudero. No hablaba mucho pero era muy amable, mi Capitán la cortejaba y los dos estaban muy enamorados", contó Alois. "Ellos ahora están bajo el cobijo de la Diosa".

Byleth no dijo nada a eso.

"Espero que la cobija sea cálida", agregó Alois.

Silencio.

"Tú sabes… Cobija, cobijo…" Y el caballero soltó una carcajada.

Sólo mi padre se reía de tus bromas… Pensó Byleth y pescó otro pez. Ese era para los gatos.

CONTINUARÁ…