PARTE 14 Secretos al Rojo Vivo
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"Papá me contó que Rhea dijo algo sobre comenzar todo de nuevo, que mi mamá había sido de mucha ayuda y que logró un gran avance, y fue cuando su mano se transformó en una especie de garra de wyvern y le arrancó algo del pecho a mamá", contaba Byleth sin soltar las manos de Edelgard. "Papá pensó que le había arrancado el corazón, el miedo no lo dejó moverse. Luego vio cuando Rhea enterró el cuerpo de mamá en un agujero que ella misma cavó y se fue. Papá fue a sacar a mamá del agujero y descubrió que seguía viva. Pudo salvarla y la escondió en su cuarto luego de cubrir la tumba".
Edelgard comprendía perfectamente bien el pavor que debió embargar al Campeón al ver semejante escena, como que ella misma aún era perseguida por los recuerdos de sus hermanos muriendo uno a uno, y en cada una de esas ocasiones el miedo y el horror la dejaron con las piernas débiles y el cuerpo temblando.
"Durante esos días él bajaba al pueblo a beber para fingir duelo y fue cuando encontró el cuerpo de un bandido muerto. Papá no lo pensó, se llevó el cuerpo y le puso sus ropas y armadura, provocó el incendio y escapó con mamá en brazos. Mamá murió cuando yo tenía tres años. Lo único que recuerdo de ella es su sonrisa y su aroma a flores".
Edelgard liberó una de sus manos para sujetar suavemente la mejilla de Byleth. "Entonces… ¿Fue después de eso que tu padre se volvió mercenario o fue antes?"
Byleth dejó descansar su rostro en la mano desnuda de Edelgard. "Mientras mamá aún vivía, papá cazaba y pescaba, cambiaba las presas en los pueblos cercanos por ropa y todo lo que necesitáramos", contó la mercenaria. "Luego de que mamá murió, papá y yo nos fuimos de esa casa. Él quería ser pescador pero la batalla lo llamó de nuevo".
El pueblo costero donde el viudo padre se asentó con su hija fue atacado por bandidos, Jeralt se vio obligado a pelear una vez más y su despliegue de fuerza sorprendió a todos. En cuestión de semanas, Jeralt ya sólo usaba una lanza y no una caña de pescar. Para no llamar la atención de los Caballeros de Seiros que constantemente pasaban por la zona, Jeralt tuvo que comenzar a viajar y a pelear por dinero. El paso solitario de Jeralt por las tres regiones de Fódlan poco a poco dejó de ser solitario y en cuestión de unos pocos años ya tenía un grupo mercenario bajo su cargo. Ahí fue donde comenzó la leyenda del Quiebraespadas.
Esa fue la historia que Edelgard atentamente escuchó. Lo que Byleth no contó pero que era obvio fue que ella aprendió todo de su padre y se hizo de su fama como el Azote Sombrío.
"Cuando papá murió el resto del grupo se separó. Me tenían demasiado miedo como para seguirme, así que quedé por mi cuenta".
"Eso fue… Cruel…"
"No los culpo, hasta ahora ustedes no me han visto como ellos tuvieron que verme desde que blandí la espada de papá por primera vez".
"Creo que te vimos una vez, en la misión donde encontramos a Monica".
"No es lo mismo. En la misión pensaba todo el tiempo en ustedes y en mantenerlos a salvo", aclaró Byleth y finalmente encaró a Edelgard. Su gesto agravado sorprendió un poco a su alumna. "Cuando peleaba en el grupo mercenario no pensaba en nada, ni siquiera en los enemigos que tenía enfrente, sólo seguía las indicaciones de papá. Nunca paré a pensar en cómo me veían los demás".
"Y ahora estás en Garreg Mach por culpa mía…"
Byleth negó. "Pude haberme ido pero no lo hice. Quería descubrir qué flores perfumaban el cuerpo de mamá, y también ver el invernadero donde ellos tomaban té y platicaban por horas. Y también quise conocer por mí misma a la mujer que marcó tanto a mis padres".
Edelgard ahora comprendía mejor porqué Byleth no se sentía cómoda con la Arzobispa. Técnicamente fue la asesina de su madre.
"Durante mi investigación me enteré que eres muy parecida a tu madre salvo por el color del cabello y los ojos", comentó Edelgard. "Me temo que por eso llamas tanto la atención de la Arzobispa, eso podría ponerte en peligro".
Byleth tomó aire antes de continuar. "Quizá ya lo estoy, te pedí callar sobre Shamir porque Rhea le ordenó investigar sobre mi familia".
Edelgard abrió más los ojos y mostró un gesto preocupado. "¿Confías en ella?"
Byleth asintió. "Shamir y yo estamos en buenos términos. Trabaja en el monasterio porque tenía una deuda. Ya la pagó pero sigue aquí porque es un trabajo estable y puede maltratar a todos los nobles que quiera".
La princesa soltó una involuntaria risa, breve y linda. "Yo haría lo mismo en su lugar". Además la arquera sumaba puntos porque nada le costaba haberle dicho a la Arzobispa cómo era el Quiebraespadas, en cambio mantuvo silencio y puso sobre aviso a Byleth.
"¿Y qué planeas hacer, profesora mía? Incluso si Shamir te cubre, tarde o temprano tendrá que darle resultados a la Arzobispa".
"Los mercenarios que trabajaron en el grupo podrán describir a mi papá, pero él no es el único hombre alto y con barba en Fódlan".
"Tu padre hizo bien en nunca decirle su nombre ni apellido a nadie, pero eso causa más sospecha también… ¿Y qué hay sobre tu mamá? ¿Se puede saber algo de ella?"
Byleth negó. "Papá procuró pasar desapercibido durante esos años, vivimos en una cabaña en la frontera de Adrestia con Leicester, ahí están enterrados los dos. Las tumbas no tienen nombre, sólo hay flores sembradas en la tumba de mamá, y en la de papá clavé su lanza".
"No hay nada más que pueda relacionarlo con los Caballeros de Seiros, ¿verdad?"
"Sólo su espada de cuando era Capitán, pero esa la tengo yo".
Edelgard abrió más los ojos al recordar la única vez que la vio blandir su espada. "Esos trozos de cuero…"
"Cubren las insignias de la hoja y la empuñadura".
"Gracias por decirme todo esto, ya comprendo muchas cosas y… Ahora sé que puedo confiarte mucho más que la historia de éstas cicatrices, Profesora mía".
"No tienes que decirme nada si no quieres", dijo Byleth enseguida al notar cómo las manos de Edelgard se tensaban.
La princesa negó. "Quiero decírtelo".
"Entonces te escucharé".
Edelgard tomó aire de manera profunda y decidió concentrarse en los ojos de su maestra, había algo en ellos que la hacía sentirse tranquila.
"Yo tenía diez hermanos, dos menores y ocho mayores, pero todos ellos fueron víctimas de la crueldad de unos monstruos a los que Hubert bautizó como las "Serpientes de las Tinieblas". Conoces a esas personas, Kronya pertenece a ellos, también quien secuestró a Monica", fue el turno de Edelgard de apretar las manos de la mercenaria en busca de soporte. "Y también lo era la persona que planeaba liberar a la Bestia Demoníaca el día de la Batalla de las Tres Casas… Él era el líder de todos esos monstruos".
Byleth abrió más los ojos al escuchar eso.
Edelgard reunió fuerza y coraje para decir lo siguiente. "Fue el quien dirigió al grupo que decidió crear un arma viviente contra su mayor enemigo. Experimentaron en mis hermanos para implantarles de manera artificial el Emblema de Fuego que sólo pertenece a la Diosa, pero ninguno sobrevivió a esos horribles experimentos… Sólo yo, que ya tenía el emblema de Seiros en mi sangre".
"Edelgard… Tienes dos crestas", sin avisar, Byleth abrazó con firmeza a su alumna. "¿Por qué nadie te ayudó? ¿Por qué nadie salvó a tus hermanos?" Su voz sonaba tensa.
"Porque muchos nobles de Adrestia fueron seducidos por el poder que les ofrecía ese monstruo y se volvieron cómplices. Ellos aún tienen control del Imperio, mi padre sólo ha sido una marioneta en sus manos. Nada pudo hacer por ayudarnos, al contrario, lo obligaron a ver cómo morían sus hijos".
Byleth tensó la quijada con furia. "¿Por qué le hicieron algo tan cruel a unos niños? ¿Qué enemigo lo vale?"
"Rhea… El enemigo al que más aborrecen las Serpientes es Rhea", Edelgard tomó aire de manera honda, el calor y el calmante aroma de su profesora le daban fuerzas para seguir hablando. "Las Serpientes ya tienen una larga historia con Rhea. Y a su vez Rhea y el sistema de Crestas que mantiene es lo que ha permitido no sólo a los nobles de Adrestia, sino a los de las otras dos regiones, a hacer lo que deseen sin importar el daño que causen".
Byleth frunció el ceño. Solía escuchar a Caspar decir que al no tener una cresta como su hermano mayor y su padre no tenía derecho a tierras ni a título nobiliario alguno. Más de una vez Byleth había regañado a Sylvain por coquetear descaradamente con mujeres, pero el chico llegó a expresar con amargo gesto que ellas le seguían el juego por tener una cresta. Dimitri tenía un emblema de poder puro pero ese poder era tan destructivo que el príncipe no podía controlarlo, seguían ayudándolo y el avance era lento. Incluso escuchaba a los plebeyos de los Ciervos Dorados decir que tuvieron que pagar mucho e incluso endeudarse para entrar a la Academia, porque no tenían una cresta que los posicionara como nobles. Muchos de sus alumnos no la pasaban bien por tener, o no, una Cresta.
La nobleza de Fódlan estaba en manos de las familias con Crestas y hasta ese momento se estaba dando cuenta.
"Si las Serpientes no son humanos, ¿entonces Rhea tampoco lo es?" Preguntó Byleth.
"Exacto. Rhea es algo peor que un monstruo. La garra parecida a la de un wyvern de la que tu padre te contó… Rhea es un dragón milenario. Lo sé porque las Serpientes me contaron todo, su plan era prepararme para enfrentarme a ella". La princesa finalmente encaró a su profesora, sus ojos se notaban cristalinos pero sin seña alguna de lágrimas, sólo una sonrisa aliviada. "Cuando tú mataste a su líder… Me liberaste. Muchas gracias, Profesora mía".
"Edelgard…"
"Aún hay más cosas que podría contarte…"
Byleth negó y sujetó dulcemente a la princesa por las mejillas, pegó su frente a la de ella. "Sólo cuando tú lo creas conveniente. Ya me contaste mucho. Gracias por confiar en mi".
"Lo mismo digo", respondió una ruborizada Edelgard, sobrepasada por la calidez ajena. "Ahora conozco el oscuro secreto del Azote Sombrío, me pregunto qué podré hacer con semejante conocimiento", dijo la princesa de manera jocosa mientras sonreía.
"Eres la futura Emperatriz de Adrestia, puedes hacer lo que quieras ahora", dijo Byleth, calmada al ver a Edelgard un poco más tranquila.
No se soltaban.
"¿Puedo saber qué planes tienes, Profesora mía?"
"Ninguno en realidad. Vine al monasterio por ti y por las razones que acabo de contarte. Por ahora sólo quiero seguir enseñándoles… Y quiero ver toda la belleza de tu poder".
La pobre princesa enrojeció tanto que tuvo que escapar del gentil toque de su maestra. Miró a un lado mientras trataba de componerse. "Aprenderé todo y haré buen uso de ese conocimiento para mejorar éste mundo, te lo prometo".
"¿Esos son tus planes, Edelgard?" Preguntó Byleth de repente.
"Yo…" ¿De verdad estaba a punto de revelarle a su maestra su gran plan de comenzar una guerra abierta contra la Iglesia de Seiros? La princesa volvió a levantar el rostro para mirar a la mercenaria y lo único que encontró fue un par de ojos como trozos de cielo nocturno, unos ojos que contagiaban la silenciosa calma de una noche serena y sin luna. "Quiero crear un mundo donde nadie pase por lo que mis hermanos y yo tuvimos que pasar…" Dijo la princesa con un respiro, hipnotizada por ese par de hermosos ojos. "Quiero un mundo libre del poder de las Crestas… Quiero derribar el sistema nobiliario que se sostiene en esas Crestas", continuó, sujetando nuevamente las manos de Byleth. "Una vez que tome oficialmente el trono del Imperio, voy a declararle la guerra a Rhea y a la Iglesia de Seiros".
Byleth abrió más los ojos, sorprendida. Esas palabras eran poderosas.
"Edelgard…"
La princesa soltó una única y nerviosa risa. "¿Sabes? Cuando salvaste mi vida y supe que eras el Azote Sombrío, lo primero que pensé fue en contratarte para la guerra que pretendo comenzar", confesó, aún roja hasta las orejas. "Y después que te contrataron como maestra, mi intención era conseguir tus servicios apenas terminara el año escolar…"
"¿Y ahora?" Preguntó Byleth, igualmente perdida en los ojos de la princesa.
"Ahora… Ahora temo que pienses que no soy mejor que esos monstruos porque voy a iniciar una guerra que costará muchas vidas".
"Ya se están perdiendo muchas vidas", dijo Byleth de inmediato mientras volvía a abrazar a Edelgard y sentía que ésta se relajaba entre sus brazos casi al instante. "Por eso los mercenarios siempre tienen trabajo, porque nobles los contratan para mantener el control en sus territorios, o porque sólo les importan los bandidos cuando estos roban sus propiedades". La mercenaria no resistió acariciar el cabello de la princesa. "Papá aceptaba trabajos de escolta y de protección a pueblos, rara vez trabajó para nobles, salvo que no fuera para hacernos atacar a su propia gente".
Edelgard sentía alivio al saber que Byleth no la estaba reprendiendo ni recitando la esperada respuesta de "debe haber otra manera". La princesa sabía que los rezos no funcionaban, tampoco los acuerdos pacíficos como su padre, siendo el Emperador, lo intentó. Incluso la idea de ir con la Arzobispa y pedirle que dejara de hacer creer a la gente que las Crestas eran bendiciones de la Diosa, era algo todavía más inverosímil.
"Ya sabes que voy a liderar una guerra contra la Arzobispa y los Caballeros de Seiros, ¿qué vas a hacer?"
Byleth le miró con curiosidad, parecía casi divertida. Casi, su gesto decía poco pero su mirada brillaba. "¿No vas a contratarme?"
Edelgard sonrió. "A decir verdad, preferiría que te unieras a mi causa por tu propia voluntad. Estás aquí pero no por venganza, sólo querías saber más de la vida de tus padres mientras estuvieron en el Monasterio".
Byleth asintió. "Ahora que lo sé, ustedes son mi única prioridad, nunca lo ha sido la Arzobispa". Enseguida miró ligeramente a la puerta. "Puedes decirle todo a Hubert si quieres, es tu hombre de confianza y quizá deje de vigilarme tanto si conoce mi historia".
Ésta vez la princesa rió. "Ya que me das tu autorización, le contaré todo", también a Monica, seguramente no le molestaría a su profesora. Un suspiro relajado abandonó su cuerpo. "Entonces… ¿Qué harás con todo lo que te dije?"
"Primero, seguir ganándome tu confianza para que termines de contarme todo lo que te guardaste", respondió Byleth y no le dio tiempo a Edelgard de decir nada a eso, ambas sabían que era cierto y la princesa no dijo todo. La mercenaria la comprendía. "Segundo, aconsejarte que le digas sobre esto a tus compañeros, al menos a las Águilas. Dorothea me dijo que la mitad de ellos estarán en los asuntos políticos de Adrestia a futuro".
Edelgard tragó saliva y enseguida llegaron a su mente Ferdinand, Linhardt, Caspar y Bernadetta. Monica y Hubert la apoyaban. Petra era un caso especial y arrastrarla a ella al conflicto significaría declarar la alianza de Brigid con Adrestia ante las otras dos regiones. Dorothea no era una noble y le gustaría dejarla fuera de todo ese desastre, pero Shez y su grupo sin duda serían de mucha ayuda.
"No puedo ir con ellos y pedirles que se unan a mí en una guerra".
"No, pero puedes exponerles tus ideales y saber de sus problemas. No sólo de ellos, también de los Ciervos y los Leones. Escucha lo que te quieran contar, aprende de sus experiencias y con todo eso tendrás un panorama más amplio de las cosas. Eso te ayudará a futuro", dijo Byleth sin trastabillar ni dejar de mirarla a los ojos.
"¿Palabras de tu padre?"
Byleth asintió. "Y cuando mi contrato con el Monasterio termine, entonces te pediré la recompensa que me debes".
"¿Cuál es tu precio, Byleth Eisner?"
"Que me dejes ver la belleza de tu poder".
La sonrisa de Edelgard se hizo enorme, su sonrojo también pero eso no evitó que tratara de decir algo para aligerar el ambiente. "¿También la mejor cerveza del Imperio?"
"Desde luego". Y entonces Byleth sonrió. Un gesto apenas notorio y pequeño, secreto; sólo para que Edelgard pudiera verla.
La princesa tocó las mejillas de Byleth. "Estás sonriendo".
"¿Lo estoy?" Byleth puso un gesto confuso.
"Me gusta tu sonrisa", Edelgard tuvo que separarse de su profesora, comenzaba a acalorarse. "Gracias por escucharme. Prometo contarte más, pero no dudes que desde ahora tienes toda mi confianza. Y si necesitas ayuda con el asunto de la Arzobispa…"
"Ya tienes suficientes problemas encima, yo me encargaré de lo mío".
Ambas guardaron silencio unos segundos y Byleth se puso de pie, lo mejor era irse y dejar a su alumna descansar. Las dos tenían muchas cosas en qué pensar.
"Tendremos más tiempo para todo lo demás, ahora debes dormir", dijo la profesora con recuperada neutralidad.
"Profesora mía", la princesa también se puso de pie, seguía ruborizada. "¿Está bien si te pido algo más antes de dormir?" Ahora se sentía nerviosa. "Espero no sea inapropiado…"
"¿Inapropiado?" Byleth ladeó ligeramente la cabeza.
"¿Me abrazarías una vez más?"
La única respuesta de parte de la profesora fue abrazar de manera cálida y firme a la princesa. Edelgard hacía muchísimo que no experimentaba la sensación de ser protegida, el calor de otro humano le fue ajeno desde su encierro en los oscuros calabozos de su propio castillo. Tener los brazos de su profesora alrededor la hizo sentir como metal derritiéndose al rojo vivo. Suspiró hondo, llenándose del aroma de su profesora.
"Gracias".
"Cuando quieras".
Y fue el corazón al rojo vivo de la princesa la que buscó más fuego, giró ligeramente su rostro buscando el de Byleth, intentó besarla dejándose llevar por el momento, pero la yema del dedo pulgar de su profesora detuvo sus labios. Pensando que había cruzado una línea que no debía, Edelgard intentó pensar una disculpa pero no fue necesario.
"Aún no", dijo Byleth en baja y tersa voz mientras acariciaba suavemente los labios de Edelgard con su pulgar. "No te estoy rechazando", aclaró, "pero justo ahora estamos un poco sobrepasadas y no quiero aprovecharme de eso. Prometo que sucederá en un mejor momento".
Las palabras de Byleth tranquilizaron a una ruborizada Edelgard. "Aun así me disculpo".
"No lo hagas", dijo la profesora, besando la frente de la princesa. "Descansa y toma las cosas con calma. Todavía tienes mucho que aprender y cosas por preparar. Si me necesitas, sólo dilo", otro beso más, ahora en la cabeza ajena.
"Gracias", Edelgard no podía sentirse lo suficientemente agradecida con su maestra. Se abrazó a su pecho con fuerza y de pronto se sorprendió al escuchar el acelerado corazón de Byleth. "Profesora mía, esto… Tu corazón…" Latía tan rápido.
"Si nos besamos ahora me voy a desmayar, deja que me vaya con mi dignidad en alto, por favor", sonó en forma de ruego la voz de Byleth, hablaba contra la cabeza de su alumna.
Edelgard rió dulcemente y soltó a la mercenaria. "De acuerdo, reservemos esto para una ocasión más tranquila".
La sonrojada mercenaria asintió. "Hasta mañana, Edelgard, descansa".
"Descansa tú también, profesora mía. Y gracias por todo".
Alumna y profesora se despidieron por esa noche.
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"La misión de éste mes será darle cacería a un bandido llamado Miklan en el Reino de Faerghus, en las tierras de Fraldarius", le dijo Seteth a Byleth, pero a quien le dio los documentos fue a Monica, que estaba de pie junto a la profesora.
"Entendido".
Otro bandido, bien, Byleth no tenía problema con esa misión. Monica le dio un rápido vistazo a los documentos por mientras.
"Lo primordial de la misión es recuperar la Reliquia de los Héroes que el bandido robó", continuó Seteth. "Tiene en su poder la Lanza de la Ruina y él no posee la cresta que le dé el derecho a empuñarla".
Ni Mónica ni Byleth comentaron nada a eso. Luego de su plática con Edelgard, la mercenaria estuvo leyendo todo lo referente a las Crestas en libros recomendados por Hanneman. Aprendió que había armas que pertenecieron a los diez Héroes y que éstas habían pasado de mano en mano entre los descendientes que poseían las respectivas crestas.
Según lo estudiado, la Lanza de la Ruina era el arma que sólo podían usar los descendientes del Héroe Gautier. Byleth de inmediato pensó en Sylvain… Y ese mes era el turno de los Leones Azules de salir en batalla. Byleth no sabía si reír por la ironía o darle un golpe a alguien, eso debía ser una muy mala broma.
"Si hay una Reliquia de los Héroes en juego, ¿no sería mejor que los Caballeros de Seiros se encarguen?" Preguntó Byleth con seriedad.
"Por ahora los Caballeros están ocupados en otros asuntos de importancia y los bandidos de Miklan ésta vez cruzaron la raya. Se nos pidió ayuda y también es deber de los alumnos de Garreg Mach ayudar al prójimo", explicó Seteth con más seriedad.
Una respuesta muy escueta a opinión de Byleth y Monica, pero tampoco podían decir que no. Lo que Seteth no tenía pensado explicarles es que desde el incidente con Tomas, Solon, los Caballeros de Seiros y sus mejores elementos tenían por misión primordial rastrear a todos los Agarthianos posibles. Para la cacería y supresión de herejes problemáticos, como lo eran los miembros de la Iglesia Occidental, estaban poniendo a trabajar a los grupos mercenarios que tenían bajo contrato y a los soldados de bajo rango de la Orden.
"Entendido", fue todo lo que dijo Byleth.
"Considerando el tipo de misión que les estamos encomendando, te daré fondos extra para que tus alumnos contraten mercenarios como batallones de apoyo", dijo Seteth y le dio a Byleth una considerable cantidad de dinero en un pequeño costal de cuero.
Byleth tampoco se quejaba tanto, era buen momento para ir preparando a sus alumnos para liderar grupos pequeños. Era una Academia de Oficiales después de todo, se esperaba de los alumnos que supieran dirigir y organizar, de no ser por ese importante detalle no podrían distinguirse de soldados comunes.
"Antes de que se vayan, debo advertirles que el bandido Miklan es un renegado de la familia Gautier, para ellos será un alivio que deje de manchar el nombre de su familia", dijo Seteth con dureza.
Byleth estuvo a punto de refutar algo, pero Monica supo leer la inconformidad en el ceño de la mercenaria y rápidamente tomó la palabra.
"Aquí dice que podemos llevarnos hasta dos alumnos más como apoyo en la misión. ¿Pueden ser de cualquier grupo?"
"Sí, y no olviden contratar batallones para ellos también", respondió Seteth de inmediato. "¿Alguna otra duda?" Ambas negaron. "Bien, pueden retirarse".
La mercenaria y la maga salieron de la oficina de Seteth, Monica notó que Byleth tenía los puños apretados.
"Me sorprende que aún no le rompas la cara a nadie de aquí", comentó Monica en baja voz. Ya estaba más que al tanto de la historia de Byleth Eisner, y Byleth ya sabía que ella sabía.
"Si me meto en problemas me separarán de ustedes. Gracias por ayudarme ahí dentro".
"También me enfadé si eso te sirve, profesora", Monica volvió a revisar los documentos. "Partimos mañana a primera hora, tenemos que avisar a los Leones y contratar a los batallones para que se preparen. Pediré víveres y monturas si te parece bien, y también debes decidir a quiénes te vas a llevar como apoyo".
"A Edelgard y a Claude", dijo Byleth de inmediato. "La presencia de los otros líderes ayudará a Dimitri a controlar su propia fuerza".
"El Príncipe Dimitri está haciendo buenos avances, el otro día lo vi bordando con Mercedes en uno de los jardines".
"¿Bordando?" La profesora casi sonaba sorprendida.
"¿Increíble, verdad? Nadie pensaría que un joven tan poderoso como el príncipe…"
"Yo también quiero aprender a bordar", fue la infantil queja de Byleth.
Tal vez aún le faltaba práctica a la joven maga para aprender a leer a la mercenaria. "Si se lo pides, Mercedes seguramente permitirá que te unas".
Byleth negó. "Debo esperar, ese es el momento de Dimitri", y vaya que el chico necesitaba todo el apoyo posible para ayudarlo con el problema que Manuela ya había identificado.
La Tragedia de Duscur marcó al príncipe de mala manera y debían ayudarlo a enfocarse en algo que no fuera el pasado. Además, que supieran (gracias a Felix) que Dimitri escuchaba en su cabeza las voces de los caídos aquel fatídico día había alarmado a Manuela, desde entonces citaba al príncipe a lo que era una fiesta de té semanal, pero en realidad era la profesora ayudando a Dimitri a entender que las voces pertenecían a su cabeza y nada más.
Era un proceso lento y el príncipe mostraba avances pequeños pero significativos.
"¿Y es una buena idea llevar al Príncipe Dimitri a una misión como ésta?" Monica se sintió súbitamente preocupada. "Enfrentarán a la familia de Sylvain en los territorios de la familia de Felix", la maga se preguntaba si lo habían hecho a propósito.
"Sé que es una mala idea pero no podemos hacer nada, y quizá a los Leones no les guste que las otras Casas apliquen justicia en sus territorios aunque sea en el nombre de la Iglesia de Seiros", dijo Byleth con seriedad. "Debo ir a preguntarles algo a Hanneman y a Manuela, ¿podrías pedirle a los Leones, a Edelgard y a Claude que se reúnan en el salón de los Leones? Te espero en mi oficina".
"¿Qué tienes planeado?"
"Aplicar los primeros exámenes de especialización, con simples armas de hierro y marchando a pie no podrán enfrentarse a una misión como ésta".
"Comprendo. No tardo".
Y ambas se pusieron a trabajar.
Menos de veinte minutos después, los Leones y alumnos de apoyo estaban reunidos en el sitio indicado. Los Leones se mostraban emocionados por finalmente ir a una misión. Las otras Casas saldrían a hacer actividades de asistencia y ayuda a unas aldeas cercanas.
Monica rápidamente colocó el mapa de las tierras de Fraldarius en la pizarra mientras Byleth tomaba la palabra. Llevaba una pila extra de documentos que dejó en el escritorio.
"Ya tenemos la misión de éste mes para la Casa de los Leones Azules. La Iglesia nos encomendó recuperar la Lanza de la Ruina de un bandido de nombre Miklan", dijo Byleth a todos sus alumnos y de inmediato notó cómo todos miraban a Sylvain.
El coqueto chico sólo dibujó una sonrisa despreocupada. "Ya se estaba tardando en hacer algo más que sólo asaltar aldeas", fue el simple comentario del lancero. "Por mí no se preocupen, Miklan hace mucho que no tiene nada qué ver con mi familia".
Felix gruñó. "Supongo que la guardia de mi inútil padre nada ha podido hacer para detener a ese canalla".
"Felix, el Duque Rodrigue tiene muchas responsabilidades, no pediría ayuda a menos que realmente la necesite", dijo Dimitri, tratando de aligerar el ambiente.
El resto de los Leones esperaba con clara incomodidad que Felix respondiera a eso como solía hacerlo cuando los ánimos se calentaban, pero ésta vez el espadachín sólo hizo un sonido de desagrado y se cruzó de brazos. Lo cierto era que el Profesor Hanneman habló con Felix y le dijo que los profesores harían lo posible por ayudar al príncipe, pero que necesitarían la cooperación de todos los Leones Azules en el proceso. Felix extrañaba a su amigo, quería a Dimitri de regreso y al Cernícalo fuera, estaba dispuesto a ayudar.
Por su lado, Edelgard estaba atenta a cómo se comportaban los Leones en su guarida, mientras que Claude se mostraba divertido.
"Quería esperar a la siguiente clase con ustedes para esto, pero es una buena oportunidad para que den un paso más en su preparación", dijo Byleth y asintió a Monica.
La joven maga repartió los documentos que estaban en el escritorio, también a Edelgard y a Claude. Eran los exámenes de aptitud para la primera especialización de clase. Hanneman y Manuela le dieron el visto bueno a Byleth para aplicarles los exámenes a los Leones y a los estudiantes de apoyo. Ya estaban más que listos.
"Respondan el examen con calma, no hay nada nuevo ahí, sólo lo que los profesores ya les han enseñado", dijo Monica con voz firme, aprovechó para desearle buena suerte a su princesa en baja voz. "Los que pasen el examen tendrán acceso oficial a monturas y nuevas armas. Podrán con éste examen, se los aseguro".
"Y cuando terminemos aquí, iremos con el Encargado de los Batallones, es hora de que se les asigne uno", dijo Byleth mientras caminaba entre los escritorios. Cuando vio que todos tenían sus exámenes en manos, asintió. "Comiencen".
~o~
"¿Y qué opinas de nuestros amigos Leones, Alteza Imperial?" Preguntó Claude de forma juguetona apenas terminaron los preparativos para la misión. Ellos fueron los primeros en salir de la guarida. "A veces se notan un poco tensos".
"Y no es de sorprenderse cuando la mitad de ellos fueron afectados personalmente por la Tragedia de Duscur", respondió Edelgard. "Pero tengo entendido que ya están trabajando en ello, nosotros también debemos cooperar, somos compañeros después de todo".
Claude se estiró y miró el cielo que se estaba oscureciendo ya. "Tienes razón, lo último que necesitamos es a un salvaje Rey de Faerghus".
Edelgard enarcó una ceja. "Faerghus ya tiene un Rey y es el tío de Dimitri, el Rey Rufus".
"Oh, Alteza Imperial, entiendo que tienes las manos llenas con los asuntos de tu propio territorio, pero incluso tú debes saber que la situación en el Reino no es la mejor y no muchos están contentos con el Rey Rufus", dijo Claude sin abandonar su voz juguetona.
Edelgard volvió a mirar al frente. "E incluso tú debes saber que la situación actual de Fódlan en general dista mucho de ser la mejor", refutó la princesa. "Sé los problemas del Imperio y tú más que nadie sabes lo que tendrás que enfrentar apenas tomes el liderazgo de la Alianza", agregó cual codazo al estómago, porque Claude puso un gracioso gesto dolido.
"No me lo recuerdes, princesa", gruñó Claude, pensando en los constantes intentos de invasión de Almyra y cómo la familia de Hilda era la que se encargaba de proteger la frontera. Sólo un salvaje y ridículamente fuerte Holts era capaz de contener la constante amenaza. Tenía que enviarle muchos regalos al hermano de Hilda, se lo debía.
Ambos siguieron caminando en silencio al comedor.
"¿Alguna vez has imaginado un continente unido?" Preguntó Claude de repente.
"¿Un continente unido?" Edelgard se sorprendió un poco ante la idea. "Pues… No es mala idea que las tres regiones de Fódlan se unan bajo una misma bandera, pero considerando las condiciones actuales, sólo un tirano como el mismísimo Némesis podría lograr algo así".
Claude se sorprendió ante la respuesta. "¿Un tirano? ¿En serio?" Claude se llevó las manos a sus bolsillos. "Debería bastar con una persona inteligente y carismática, ¿no lo crees?"
"Debería bastar, sí, pero actualmente el poder lo mueven quienes portan las crestas, y cada una de esas personas ve por sus propios intereses y tiene sus propios problemas", explicó Edelgard. "Sin importar qué tan carismático sea el hipotético líder que mencionas, no todos los nobles ven por el bien de sus pobladores. Y sin importar qué tan inteligente sea ese líder, no podrá aplicar una igualdad de poder entre los dirigentes, los que tienen más que los otros no querrán ceder".
El arquero abrió la boca y nuevamente la cerró antes de sonreír. "Ahora que lo mencionas, conozco a un par de personas que creen que ser noble es un deber divino otorgado por la Diosa, y que deben ser ellos y sólo ellos los que carguen con el futuro de los plebeyos".
Edelgard asintió. "La igualdad para todos suena bien y me encanta tu idea, pero con la situación actual de Fódlan es imposible lograr algo así. Muchos de esos nobles son una peste… Y tú sabes lo que se debe hacer con las pestes".
Claude se encogió de hombros. "Entonces… Dices que sólo un tirano podría lograr algo así".
"Un tirano que derribe lo establecido por el poder actual… O un enemigo en común que obligue a las tres banderas a dejar de lado sus diferencias para trabajar juntas, ¿cuál opción crees que sea la más plausible en estos momentos?"
La única respuesta de Claude fue una sonrisa traviesa. "Me encantaría jugar ajedrez contigo. Quizá pueda ganarte a ti", porque a la profesora Byleth todavía no.
Edelgard también sonrió. "Me encantaría".
La hora de la cena estuvo plagada de buenos ánimos y los mejores deseos para los Leones Azules en su primera misión.
CONTINUARÁ…
