Todo Cambio Requiere una Chispa.

Emilia se coloca frente a mí, desde el suelo mientras yo la observo desde la tarima. Aunque está arreglada como siempre, con su peinado característico y su ropa impecable, percibo un cambio. Sus ojos. Sus ojos ya no reflejan una creciente melancolía.

Las personas se sorprenden al verla, creando una tensión aún mayor en el ambiente. Quizás piensan que, de alguna manera indirecta, ella es responsable de esta tragedia. Muchos perdieron la vida, pero a ella no le ocurrió nada.

Sin embargo, la mirada de Emilia parece estar ajena a esos juicios. Sus ojos están fijos en algo más, algo que ni siquiera yo puedo comprender. Con la espalda erguida, me lanza una mirada decidida, desentendiéndose de las expectativas a su alrededor. Entonces con un tono lleno de emoción y expectativa. Pregunta Emilia:

—¿Puedo subir? —Emilia me regala una leve sonrisa, transmitiéndome la certeza de que no hay nada de qué preocuparse. Algo ha ocurrido, algo ha cambiado en ella. No sé si fueron mis palabras, mis acciones o un giro del destino, pero puedo percibir una transformación en su ser.

—Son tu gente, al final del día, eres tú quien toma la decisión —respondo en un tono sereno y reflexivo. Me dirijo hacia los escalones de la tarima y ella los asciende a su vez. En ese instante, nuestras manos se encuentran y nuestras miradas se entrelazan, llenas de complicidad. Sonreímos el uno por el otro.

Contemplarla de esta manera me hace creer que no todo ha sido en vano, que si puedo ayudar, entonces cada esfuerzo ha valido la pena.

—Me alegra que hayas llegado —le digo sinceramente. La presencia de Emilia aquí demuestra que también desea avanzar, que desea superar la adversidad.

—Sí, aunque aún estoy triste, aunque sienta ganas de llorar sin cesar. Debo hacerlo por las personas que quiero proteger, ¿verdad? —Emilia me sonríe con determinación, mostrando su fuerza interior.

—Sí —respondo con firmeza.

Emilia sube a la tarima y me entrega su espalda, preparándose para enfrentar su primer gran desafío. Aunque ha cometido errores y ha pagado un alto precio por ellos, ahora está aquí, enfrentándose a sí misma y buscando la redención.

Desde mi posición, puedo observar cómo sus piernas tiemblan, cómo su cuerpo se tensa, anhelando huir. Sin embargo, se mantiene firme, sin retroceder. En ese preciso momento, Puck aparece de la nada y se posa en mi hombro, acompañándome en esta trascendental escena.

—Le advertí que lo tomara con calma —comenta Puck con un tono de complicidad.

—Por el contrario, creo que esto es exactamente lo que ella debe hacer —respondo mientras dirijo mi mirada hacia Emilia, quien ha girado su cabeza para observarnos.

Emilia nos contempla a ambos con una expresión ligeramente temerosa. Puck y yo nos miramos entre sí antes de sonreír y, con un impulso compartido, gritamos al unísono, dejando escapar nuestras voces llenas de aliento y apoyo.

—¡Tú puedes! —exclamamos con una voz llena de fervor y determinación. Emilia, al escuchar nuestras palabras, ilumina su rostro con una sonrisa radiante y gira la cabeza hacia la multitud expectante del pueblo.

Todos aguardan con ansias sus palabras, una mezcla de molestia y gratitud palpita en el ambiente. No sé si fue lo que les dije o lo que expresé anteriormente, pero hasta ahora no han actuado de forma precipitada. Emilia, entonces, se dispone a hablar, su voz resonando con fuerza y convicción.

—Yo provengo del bosque de Elior. He permanecido atrapada bajo el hielo durante incontables años, sobreviviendo a duras penas en solitario. Todo mi pueblo quedó congelado en el hielo, y así me encontré, completamente sola —declara Emilia, deteniendo su discurso para girar hacia mí.

—Lo siento Marco, no te lo había contado —me susurra con complicidad, guiñándome el ojo y dibujando una sonrisa en sus labios.

Vuelve su mirada al pueblo y continúa con su relato.

—Después de sobrevivir durante tanto tiempo, me di cuenta de que mi mera apariencia aterrorizaba a los lugareños de esa zona —prosigue Emilia con voz entrecortada, inclinando su cabeza por un instante—. No importaba lo que hiciera, siempre me miraban con terror.

El público se identifica de inmediato con sus palabras, aunque en este momento no se vislumbra el miedo en sus rostros. Es como si algo hubiera cambiado.

—Cuando descubrí por qué, renegué de todo lo que soy. Mi propia apariencia se convirtió en una maldición —declara con vehemencia—. Pero yo no soy ese monstruo, nadie ha visto su rostro, aunque saben que comparte mis características. ¿Es así como todos me odian?

La gente baja la cabeza, sumida en una mezcla de sentimientos encontrados. Emilia, al notar su reacción, comienza a derramar lágrimas de sus ojos, intentando en vano contenerlas. Puck intenta acercarse a ella, pero lo detengo con un gesto.

—Déjala estar, observa cómo tu hija comienza a forjar su propio camino —susurro a Puck. Él no dice nada, simplemente se queda allí, mirando fijamente a Emilia.

—Yo... yo no pedí nacer así —pronuncia Emilia mientras seca sus lágrimas con la manga—. Créanme, es extremadamente difícil ser juzgada por los prejuicios de que soy un monstruo. Lo he sufrido innumerables veces.

La gente aprieta los puños, sus rostros reflejan una compleja amalgama de emociones. No sé qué estarán pensando, ni si sienten culpa en lo más profundo de sus corazones, pero una cosa es segura: Emilia está exponiendo sus emociones con total sinceridad.

Si los prejuicios se imponen sobre los sentimientos de empatía hacia Emilia, entonces sufrirá un golpe irremediable.

—Sin embargo, no vine aquí solo a hablar de mí —proclama Emilia con voz entrecortada, inclinándose ligeramente en señal de disculpa. La tensión en el aire se vuelve palpable, la gente se prepara para escuchar lo que está por decir—. El ataque sucedió porque no verificamos adecuadamente el funcionamiento de los cristales. Además, fue mi culpa que esa última persona perdiera la vida.

La multitud queda conmocionada. Normalmente, habrían reaccionado con ira y acusaciones, pero al ver el arrepentimiento genuino en los ojos de Emilia, su actitud cambia. Se dan cuenta de que la culpa no recae exclusivamente sobre ella, sino que también compartían la responsabilidad por no prestar atención a su propia seguridad.

—No puedo devolver la vida a los muertos —continúa Emilia con una voz firme, extendiendo su mano hacia ellos—. No sé si confían en mí, pero por favor, permítanme ayudarles. Si tienen aunque sea un ápice de confianza en mí, déjenme estar a su lado.

Las personas comienzan a mirarse unas a otras, susurran entre sí y comparten impresiones en voz baja. Mientras tanto, Emilia permanece inmóvil, sin apartar la mirada de aquellos rostros expectantes. El silencio se prolonga durante unos minutos cargados de tensión.

Finalmente, un anciano de mirada cansada se acerca vacilante a Emilia. Evita cruzar su mirada directamente y dirige sus palabras al suelo.

—Disculpe, señorita, ¿puede bajar su vista? Para un anciano como yo, levantarla resulta un esfuerzo considerable.

Emilia asiente comprensiva y, con un salto grácil, desciende para ponerse frente al anciano, quien toma su mano temblorosa.

—Nos resulta complicado aceptarte por completo —confiesa el anciano con voz entrecortada—. No podemos evitar pensar que todo esto fue culpa suya.

Emilia simplemente asiente, sin decir una palabra más. Sus orejas, poco a poco, se inclinan hacia abajo, mostrando su resignación. El anciano prosigue, mirando al horizonte.

—Sin embargo, si no hubiera sido por ti, muchas más personas habrían perdido la vida. No solo nos curaste, sino que lo hiciste hasta desmayarte. Cometiste un error, sí, pero al mismo tiempo, salvaste innumerables vidas. Todo eso mientras luchabas por proteger a aquellos que no dejaban de mostrarte repudio.

Varias personas se acercan lentamente hacia Emilia, buscando compartir un momento junto a ella, expresando su gratitud sincera.

—Gracias por compartir tu historia con nosotros. Al conocer todo lo que has tenido que soportar, nos hace reflexionar sobre nuestra propia maldad —dice con emoción aquella mujer que había visto en la primera casa, la madre de Petra.

Emilia, con los ojos nuevamente humedecidos, deja escapar pequeñas lágrimas. Sin embargo, estas no son lágrimas de tristeza, estoy seguro de ello.

—¡Gracias por curar a mi papá! —exclama un niño mientras le entrega a Emilia un ramo de flores.

Varias personas abruman a Emilia con su gratitud, en una avalancha de emociones que se plasman en expresiones de agradecimiento por haberles protegido sin pensar en sí misma. Es la nobleza que emana de Emilia lo que la ha llevado a actuar, y ahora está cosechando los frutos de esa virtud.

Mientras tanto, mi mirada se encuentra con la de Puck, compartiendo una felicidad indescriptible en nuestros rostros.

—Te lo dije, mira cómo comienza tu hija con orgullo —le digo a Puck, alzando mi mano en forma de puño.

Puck choca su puño con el mío al instante, contagiado por la emoción.

—No podría estar más orgulloso de mi hija —responde Puck, sus ojos llenos de felicidad se dirigen hacia Emilia.

La creencia de que las personas cambian con el tiempo es una vil mentira que las historias nos venden. Las personalidades son espontáneas, no esperan a que pase el tiempo para manifestarse. Aquellos que dejan de ser como eran lo hacen por un momento de reflexión, por una situación determinada.

A veces, todos necesitamos ese pequeño empujón. No importa quién sea, siempre y cuando sea sacado de su estado actual. Es una verdad inmutable: todos anhelamos estar bien, pero a veces es más fácil seguir fracasando que esforzarse por mejorar.

Mientras buscamos el camino entre un sinfín de posibilidades, solo cuando seguimos una pequeña luz somos capaces de vislumbrar algo más, algo que alguien nos muestra desde otra perspectiva.

La gente continúa expresando su agradecimiento a Emilia, hasta que finalmente todos al unísono se inclinan ante ella.

Emilia no puede evitar cubrir su boca con las manos, sorprendida por lo que está presenciando. Bajo del estrado y coloco mi mano en su hombro, tratando de transmitirle seguridad.

—Ves, todos cometemos errores. La diferencia está en cómo los enfrentamos —le susurro a Emilia.

Emilia dirige su mirada hacia la multitud, y todos comienzan a sonreírle. Aunque las lágrimas de felicidad siguen surcando su rostro, ella las ignora, enfocada en el amor y la gratitud que se despliegan ante ella.

—¡Muchas gracias! ¡De verdad! —exclama Emilia, intentando hacer que el anciano cambie su posición—. Prometo que me esforzaré el doble por ustedes, de verdad. ¡Muchas gracias!

Un momento sin duda conmovedor. La gente del pueblo aún tiene sus dudas, pero a pesar de todo pudieron guardar todas sus emociones y ayudar a esa pequeña niña que les salvo.

Son gente que de verdad vale la pena cuidar.

Después de un momento, Emilia vuelve a subir a la tarima. Esta vez no tiene miedo, esta vez su sonrisa es incontrolable. Destellante como si el día volviese a salir.

La oscuridad de la noche envuelve el pueblo de Irlam, pero la sonrisa radiante de Emilia se erige como la luz más resplandeciente en este momento.

—Gente del pueblo Irlam. Puedo sentir vuestra pena, sé que han ocurrido muchas desgracias, pero también entiendo que hay mucho por hacer —dice Emilia, mientras coloca su mano sobre su pecho, dejando que su voz resuene en el silencio de la noche—. A todas las personas que han perdido sus hogares, los acogeremos en la mansión. A los familiares del hombre que murió por mi culpa, les cederé mi habitación y les daré el dinero necesario para sobrellevar su pérdida.

En ese instante, Ram interrumpe.

—Las palabras de la señorita Emilia son las mismas que las de nuestro señor Roswaal —declara Ram solemnemente.

Emilia asiente en dirección a Ram y prosigue.

—Por eso, mientras trabajamos en la solución de todos los problemas, les pido la colaboración de todos ustedes. Donen prendas que ya no usen para aquellos que las necesiten, y brinden ayuda a los demás para que puedan subsistir. —Extiende su mano con la palma hacia el cielo, como si estuviera invocando el espíritu de la solidaridad—. Mi nombre es Emilia, soy una semi elfo proveniente del bosque de Elior. Ahora que me conocen mejor, les pido que confíen en mí. Permítanme mostrarles la diferencia entre yo y aquel monstruo del que nadie quiere hablar.

Con esas palabras, Emilia concluye su discurso, y un torbellino de aplausos irrumpe, lloviendo sobre ella. Las personas del pueblo se sienten conmovidas por la sinceridad y determinación de Emilia. Aunque su presencia haya generado más trabajo para todos, no puedo reprochárselo. Después de todo, es exactamente lo que yo tenía planeado hacer.

Una vez que todo ha terminado, Ram, Emilia y yo nos ocupamos de recibir las solicitudes de las personas afectadas. Utilizando las carrozas, comenzamos a transportar a la gente hacia la mansión. Algunos deciden quedarse en las casas de sus familiares, brindando así la oportunidad a otras personas. Todos colaboran entre sí para superar esta crisis, una prueba palpable de la bondad inherente en el corazón humano.

Debido a la llegada de la noche, acomodamos a las familias con niños en habitaciones del primer y segundo piso. La mansión se llena hasta los rincones con personas en busca de refugio y consuelo.

Voy a la cocina, donde me encuentro con Rem. Entocnes, me veo en la obligación de explicarle detalladamente la situación.

—¿Emilia hizo todo esto? —pregunta Rem, sorprendida por la magnitud de los actos de Emilia.

—Hablas como si fuera algo imposible para ella —respondo.

Rem niega con la cabeza, entendiendo que subestimar a Emilia sería un error imperdonable.

—No, no. Es solo que nunca la vi como esa clase de persona, fue desde que llegaste —dice Rem, entrelazando tímidamente sus manos y sonriendo—. Sí, desde que llegaste...

—Fue solo un pequeño empujón, a veces todos lo necesitamos —le respondo a Rem mientras saco un gran caldero delante de nosotros.

Los cuartos de la mansión se llenaron rápidamente, acogiendo a las ochenta y siete personas desplazadas. Un total de veintidós habitaciones fueron ocupadas, dejando el primer y segundo piso repletos, pero logramos dar refugio a todos.

Esta mansión es realmente gigantesca; hospedar a medio pueblo no supuso un problema.

Rem y yo empezamos a sentirnos abrumados al preparar tanta comida, pero afortunadamente fuimos salvados por un grupo de madres compasivas que se ofrecieron a ayudarnos en la cocina. Las lágrimas amenazaban con brotar de nuestros ojos, conmovidos por su bondad y por la velocidad a la que comenzaron a cocinar. Pasado un tiempo, la noche ya estaba avanzada y decidimos postergar hasta el día siguiente las conversaciones detalladas sobre los daños sufridos por cada individuo, ya sea en sus negocios o granjas. Es crucial saber cómo se verá afectada la economía del pueblo.

Por suerte, tengo un plan clave para generar ingresos. Solo necesito esperar la llegada de Roswaal.

Dado que el tiempo fue escaso, Emilia y yo no tuvimos oportunidad de hablar en profundidad. Nos despedimos con una mirada significativa.

—Hasta mañana. Que la bendición de los espíritus te acompañe —dice Emilia con una sonrisa.

—Tu sonrisa es mi mayor bendición —le digo a Emilia, buscando ver su reacción, pero su respuesta realmente me sorprende.

—Cuando haya una mejor oportunidad, hablemos a solas los dos —responde Emilia subiendo las escaleras.

Yo, por mi parte, me dirijo hacia mi propia habitación. Al llegar, me detengo frente a la puerta sin entrar.

—Beatrice, con tanta gente aquí se ha vuelto muy incómodo. Si es posible, por favor, permíteme entrar —murmuro mientras abro la puerta lentamente, sin saber qué me deparará al cruzar el umbral.

El dulce aroma a libros impregna mis sentidos, indicando que estoy a punto de adentrarme en la biblioteca. Al cruzar sus puertas, mis ojos se posan en la niña que una vez tomó mi mano, quien ahora me fija una mirada intensa desde su cama. Me quedo observándola por unos instantes, sin pronunciar palabra, lo cual la irrita al instante.

—Si vas a entrar, al menos di algo, supongo —comenta con un tono de molestia.

La mirada de Beatrice contradice sus palabras. A simple vista, su expresión muestra serenidad y calidez al encontrarme. Sin embargo, tras esa fachada se esconde una profunda tristeza.

Me acerco a ella. Los papeles siguen revoloteando a su alrededor y parece estar absorta en el diseño de la máquina de vapor. Supongo que sigue intentando perfeccionarlo.

—Gracias por salvarme —le expreso con sinceridad.

En respuesta, Beatrice hace una mueca, gira la cabeza y frunce el ceño.

—¡Hmpf! Fue una apuesta después de todo, supongo.

Intentando mantener una postura firme, Beatrice no espera lo que estoy a punto de decirle.

—Pero nunca dije que gané, así que todavía siento que te debo mi gratitud. —Me recuesto de espaldas en su cama.

Beatrice da un pequeño salto, me da la espalda y murmura:

—Eso es porque casi te mueres, de hecho. —Aprieta sus manos contra sus piernas—. No es que me importe, supongo, pero trajiste esto y dijiste que me darías más, de hecho.

Mientras observo el magnífico techo de esta vasta biblioteca, trato de comprender los cuatrocientos años de soledad que tuvo que pagar, se siente atrapada, sin conocer el rumbo de su futuro y sin saber qué desea lograr en esta vida.

Encarcelada por un contrato hecho por tu propia madre.

Me pregunto, que tendrá Beatrice en su cabeza en estos momentos.

—Lo siento, supongo que te hice preocupar —me disculpo, sintiendo la necesidad de aclarar mis sentimientos.

Beatrice se voltea hacia mí, arrodillada en su cama mientras yo estoy acostado, cerca uno del otro pero en posturas diferentes. Con un gesto enfadado, Beatrice me señala con el dedo.

—¡No te creas tanto, de hecho! Eres solo un humano, para mí, no eres nadie.

Ignoro sus palabras y planteo una pregunta.

—¿Crees que sea posible volver a mi mundo? He estado ocupado y he pasado por muchas cosas. Sin embargo, todavía no logro adaptarme, como si todo lo que me rodea fuera una ilusión.

Alzo mi mano, señalando el techo.

—Siento una gran sensación de soledad, como si el mundo me estuviera excluyendo.

Beatrice baja la mano, su expresión se vuelve difícil de describir. Claramente, mis palabras la han impactado, pero hay algo más. Entonces, ella dice:

—La única forma de que vuelvas es a través del ser que te trajo.

La bruja de la envidia, supongo. Pero dudo que quiera devolverme. Además, realmente no quiero volver. Regresar a un lugar donde debo esconderme, sin saber si podré comer al día siguiente, desconfiando de todos y viendo cómo todo lo que me importa muere.

—No importa, de todas formas. Ese mundo ya no me acepta. —Dirijo mi mirada hacia Beatrice—. Beatrice, si tuvieras la oportunidad de elegir irte a otro mundo, sin ninguna consecuencia, dejando todo atrás, ¿lo harías?

Es una pregunta compleja de responder. Después de todo, está relacionada con su situación. Encarcelada por su voluntad y responsabilidad. Al final, es su decisión estar atrapada en este lugar.

No es algo realmente malo, el problema radica en que ella está aquí a pesar de no quererlo.

Beatrice se toma unos segundos antes de hablar.

—No quiero hablar de eso, supongo —murmura en un tono bajo.

Una negativa rotunda. Afortunadamente, ya esperaba este tipo de respuestas. Aún no nos conocemos lo suficiente, dejar que estos momentos fluyan hará que piense más en ello.

—No importa, mejor hablemos de la apuesta.

Lo dejo pasar casualmente, como si no tuviera importancia alguna.

—Nunca dijiste la respuesta, de hecho —Beatrice intenta cambiar su tono, pero su tristeza aún se hace evidente.

Parece que soy un experto en hacer sentir mal a los demás. Tal vez debería dejar de pensar tanto y actuar de manera más extrovertida y alegre. Al fin y al cabo, en las novelas todos parecían estar felices a su manera.

En este punto, el protagonista estaría disfrutando de una vida plena, trabajando y conversando con todos.

Sin embargo, yo tengo que lidiar con numerosos problemas, además de asegurar mi propia supervivencia, debo llevar a Emilia al trono, aunque no recuerdo que ese fuera el tema principal en la novela.

Sería fácil seguir la misma ruta si no fuera porque todo está cambiando a un ritmo absurdo.

—Casi lo lograste —digo a Beatrice—. Efectivamente, es una máquina capaz de generar fuerza, pero no descifraste cómo lo hace.

En ese momento, el rostro de Beatrice se ilumina como si le hubieras dado un dulce a un niño. Se acerca más a mí, poniéndose a mi lado. Es extraño ver unos ojos con forma de mariposa. De hecho, al observar de cerca, hay ciertos aspectos que no parecen humanos.

Su piel parece perfecta, sin poros ni imperfecciones, sus ojos son más grandes de lo normal y la forma de sus pupilas es sin duda lo más extraño. Su cabello tampoco parece tan real como se podría esperar, se ve fijo y estático desde cerca.

Quizás sea la magia.

Me pregunto si es posible.

Con un movimiento rápido, dirijo mi mano hacia su cabeza. Mi objetivo es el listón de su coleta derecha, pero justo cuando estoy a punto de alcanzarlo, me detengo. Por suerte, logro frenarme a tiempo y evitar un desenlace fatal.

Mi mano cae por la sorpresa de lo que casi hago inconscientemente, y toco suavemente su cabeza.

—Bien hecho, a pesar de no tener idea y de mis respuestas vagas. Eres realmente increíble, Beatrice.

En un instante, Beatrice aparta mi mano de su cabeza.

—¡Qué crees que haces mientras dices eso, de hecho! —Beatrice se queja, pero se mantiene firme en su posición.

—Una recompensa, supongo —respondo con calma, sintiendo cómo mi paciencia se desgasta.

—¿Qué clase de recompensa basura es esa, supongo?

Ya me estoy acostumbrando al patrón de sus muletillas repetitivas.

—Oh, entonces dime qué desea el gran espíritu.

Miro a Beatrice con curiosidad, aunque en mi interior ya puedo anticipar una respuesta como "Lárgate de mi habitación y no vuelvas", pero solo si la situación lo ameritara.

—Te concedo cualquier deseo a mi disposición —afirmo con solemnidad.

—¿Qué podría querer un gran espíritu de un fracasado como tú?

En ese instante, me levanto abruptamente de la cama. Sin decir una palabra, me encamino hacia la salida, decidido a marcharme.

—Entonces no hay nada más que hacer. —Abro la puerta e intento marcharme, pero Beatrice grita.

—¡Espera!

Giro rápidamente para mirarla. Su expresión refleja sorpresa ante mi actitud enérgica. No sé si es parte de su diseño de personalidad o si está genuinamente sorprendida, pero no estoy dispuesto a permitir que me trate así constantemente. Sobre todo ahora, cuando mi mente está plagada de tantas preocupaciones.

—Ya lo has dicho, ¿no? Si tú no quieres nada, entonces mejor me acuesto a dormir. Si no te interesa a ti, ¿por qué debería interesarme a mí? Después de todo, quien se beneficia aquí eres tú.

Beatrice parece impactada por mis últimas palabras. Desde su perspectiva, la gente suele aprovecharse de ella, acudiendo a ella para buscar ayuda y esperando que cumpla sus deseos. Incluso el protagonista en la novela acude a ella para hablar y desahogarse.

Sin embargo, yo nunca he hecho eso. Hasta ahora, nuestras conversaciones han sido formales, centradas en temas como la máquina a vapor y anécdotas cotidianas. He excluido cuidadosamente todos mis problemas y preocupaciones, hasta hace poco.

Es lo normal, no voy a revelar mis problemas a un desconocido. Aunque esté dispuesto a ayudar y escuchar en la medida de lo posible, eso no implica que deba hacer lo mismo en reciprocidad.

Mis problemas son solo míos, no tengo por qué molestar a los demás con ellos.

Beatrice, sin moverse de su cama y en un tono apenas audible, susurra:

—Dime... Mundo.

Incapaz de comprender sus palabras, me acerco lentamente a ella. Se ve arrepentida por lo que ha dicho, pero no logra expresar con claridad lo que desea.

—Dilo fuerte y claro. Después de todo, esto es por ti y para ti.

Mis palabras parecen hacer que Beatrice se remueva ligeramente. Su mirada, entre enfadada y triste, revela lo difícil que le resulta expresar sus verdaderos deseos. Parece como si hubiera grilletes en su boca, impidiéndole hablar con libertad.

¿Acaso todas las personas en este lugar llevan consigo traumas tan profundos? Emilia, Rem, Roswaal, Beatrice. A excepción de Ram, todos parecen cargar con traumas que han moldeado su personalidad.

Es algo inquietante.

—Quiero que me hables más sobre tu mundo de hecho —logra decir Beatrice finalmente, sacando las palabras de su interior con esfuerzo.

Me acerco a ella y coloco intencionalmente mi mano en su cabeza, acariciándola con suavidad. Ella no rechaza mi gesto, lo que me indica que no le desagrada.

—Me alegra que me lo hayas dicho. Con gusto te hablaré sobre mi mundo.

La cargo en mis brazos, sorprendiéndola. Ella intenta liberarse de mi agarre, pero no le doy tiempo y nos arrojó a la cama juntos. Beatrice cae en un extremo y yo caigo a su lado.

—¿¡Qué crees que haces, de hecho!? —exclama Beatrice, sorprendida por la inesperada caída.

—Acomodándonos para hablar —respondo entre risas.

A partir de ese momento, comienzo a contarle cosas sobre mi mundo. El tiempo pasa mientras debatimos y discutimos acaloradamente sobre la máquina de vapor, mientras le explico su funcionamiento.

—El vapor a altas presiones puede convertirse en un mecanismo para generar una respuesta. El aprovechamiento de la velocidad que genera y su transformación en fuerza es lo que convierte a la máquina de vapor en una herramienta versátil para todo tipo de situaciones.

Después de todo, fue el primer motor.

Le hablo sobre descubrimientos científicos, anécdotas casuales y momentos históricos. Le cuento sobre el arte y la música, sobre la arquitectura e ingeniería, sobre la vida misma y los cambios que han ocurrido en mi mundo.

Sin darme cuenta, el cansancio de la jornada empieza a apoderarse de mí y me quedo adormecido mientras continúo hablando.

Poco a poco, el murmullo de mis palabras se desvanece en la habitación, dejando espacio para el silencio y los sueños.

—Descubrir la felicidad no es tarea sencilla para nadie, pero aquellos pocos que lo logran encuentran la dicha en las cosas más simples de la vida.

Digo antes de caer dormido.