Monologo de Beatrice
Lo que Escondes dentro de ti.
Mi vida dio un giro inesperado cuando te encontré. Eras la pieza que había buscado incansablemente.
Cuatrocientos años de espera, ya no importan.
Las tramas que mi madre tejía perdieron relevancia en el momento en que entraste en mi vida. Antes, veía un solo color, ahora, un caleidoscopio de tonos se despliega ante mí, creando un mundo reluciente y armonioso.
Sin embargo, en esta transformación también han surgido dolores ineludibles.
He aprendido a valorar cada detalle, a convertir la creación en una pasión. Lo que una vez odié, aquello que con mi madre me lastimaba, ha cobrado nuevo significado.
No creamos para destruir ni para experimentar.
Aunque nuestras máquinas puedan ser armas, las forjamos para proteger, no para segar vidas.
La máquina a vapor y sus infinitas formas me llenan de asombro cada día. Es sorprendente cómo una sola invención puede dar vida a incontables manifestaciones.
Una frontera ilimitada se dibuja ante mí, y no puedo sino sentir gratitud.
Mi felicidad es genuina, incluso entre mis lágrimas matutinas, porque lloro con un propósito: buscar la alegría.
Mi caballero ha traído una luz que ha hecho que el mínimo tributo sea derramar lágrimas en su nombre. Las sensaciones de nuestro pacto reducen el dolor en mi pecho, pero no logran disipar el vacío, el temor, las ganas de huir que persisten.
Tú escondes secretos, sombras que temes revelar. Pero eso no importa; solo deseo aliviar tu sufrimiento.
Anhelo que veas el mundo con los colores verdaderos, que te sientas encajar, que dejes atrás esa tristeza profunda.
No puedes ocultarlo de mí.
Afirmas amarme, mas no confías tus penas.
Dices amarme, más niegas mi capacidad para compartir tu carga.
Mi vida cambió por ti, y ahora, quiero cambiarte por mí.
Mi mayor felicidad sería ver, al fin, tu sonrisa pura, llena de amor y dicha.
Tú escuchaste mis pesares, mis lamentos, y aun así me amaste. Las sombras en tu interior las intuyo, pero temes que, al revelarlas, nos alejaremos.
No, Marco, no será así.
Aunque me cueste, romperé el estado actual. Te amaré en tu vulnerabilidad, en tu quebranto. Te ayudaré a ver la luz, aunque cambies, te amaré en todas tus formas.
Por ello, te pido perdón en silencio, sin palabras.
Prologo
¿Quién eres?
La risa que resonaba en el ambiente se desvanece en un silencio inquietante. Los ojos de Crusch me miran, revelando una comprensión instantánea de la tragedia que acaba de ocurrir, la peor de las calamidades.
Su expresión, generalmente imponente y firme, se quiebra. Con una decisión palpable, se levanta y se acerca a Félix, agarrándolo por los hombros. El rostro de Félix muestra sorpresa genuina, lo que me asegura que esto no es una de sus bromas habituales.
Ha cambiado.
Ahora luce más serio, más formal, irradiando un aura que no tiene parangón con su antigua versión.
Mientras Crusch sostiene a Félix en silencio, bajo mi mirada hacia mis propias manos. El aire se siente denso, cargado de tensión. La situación es claramente incómoda, y aunque la postura de Crusch tiene un matiz protector, también puedo percibir el dolor no expresado que la embarga.
—Disculpa, me estás lastimando —musita Félix, sus palabras resuenan incómodamente en medio de la atmósfera tensa que se ha formado.
Mis ojos se deslizan entre sus cabellos, captando el agarre firme de Crusch, y noto cómo sus labios se aprietan en una línea tensa mientras sostiene la mirada con determinación.
—¡Félix Argyle! —exclama Crusch con desesperación, su voz resuena con una mezcla de emociones, desde la angustia hasta la determinación—. Eres Félix Argyle, te rescaté de los abusos de tu padre, Biehn Argyle.
Un detalle desconocido emerge frente a mí. El semblante de Félix se vuelve más serio, un matiz que confirma la veracidad de las palabras de Crusch.
—¿Cómo...?
—¡Fourier! —interrumpe Crusch, soltando los hombros de Félix y desenvainando su espada, el mango esculpido en forma de un león majestuoso—. Fuimos nosotros quienes decidimos luchar por él, los tres juntos, siempre unidos y...
—¿Cómo sabes eso? —Félix interrumpe con seriedad, su mirada clavada en Crusch—. Esa es una información que solo el señor Frey y yo compartimos en profundidad.
Félix adopta una postura defensiva, mientras que Crusch mantiene su mirada intensa y firme. Los gestos se convierten en un baile tenso de emociones y secretos enterrados.
Félix, con un gesto cauteloso y sin mostrar vacilación, se acerca a Crusch, sus manos se mueven en el aire con una cierta autoridad.
—No voy a quedarme callado. No sé cómo has obtenido esta información, pero necesito saberlo —declara Félix, su tono firme y sin temor alguno.
En ese momento, intervengo, tomando su mano para detener cualquier desarrollo que empeore la situación. Mi intervención separa a los dos, y siento la mirada irritada de Félix clavada en mí.
—No vas a tomar ninguna medida ahora —digo con calma, intentando mantener el control de la situación—. Es posible que alguien cercano a ambos esté atrapado en los efectos de Gula.
Félix reflexiona durante unos instantes, y luego se inclina en una especie de disculpa forzada.
—Lamento mi actitud. Necesitamos hablar con el señor Frey sobre esto —dice Félix, dándose la vuelta y alejándose en busca de alguien que aún no logro reconocer.
Las piernas de Crusch ceden bajo la carga de sus emociones y cae al suelo. Observo su figura derrotada, y la impotencia se apodera de mí. Ha perdido más que cualquier otra cosa en este momento: su identidad, sus logros, todo ha sido usurpado.
Sé que es en parte mi culpa.
Ella se vio envuelta en todo esto por intentar salvarme.
Aprieto los puños, una mezcla de sentimientos se agita dentro de mí. La tentación de usar el punto de control para deshacer esta situación es fuerte, pero algo en mi interior me advierte que no es la solución.
Un temor inusual se arraiga en mi mente, un temor a lo desconocido.
Mientras las celebraciones resuenan a mi alrededor y el ocaso pinta el escenario con tonos dorados, todos festejan la victoria. Los rescatistas atienden a los heridos, los magos celebran su magia y los soldados de Irlam organizan la retirada de los cañones.
Desde mi posición, puedo ver cómo el cadáver de la ballena se cristaliza con el tiempo.
Está perforado en todas partes, su cabeza separada del cuerpo. Aunque se toman precauciones, no puedo evitar preguntarme cuál es el plan ahora que Crusch ya no existe.
Aunque se espera que el mundo llene el vacío dejado por sus acciones, alguien tan influyente y significativo no puede ser reemplazado con facilidad.
—Lo siento —susurro al viento, observando los eventos con una sensación abrumadora.
Beatrice se acerca a mi lado, su presencia reconfortante. Sus ojos me miran con preocupación, pero en este torbellino de pensamientos, no puedo encontrar respuestas claras: Pandora, el culto, los sabios, Irlam y ahora esto.
¿Qué debería hacer?
Crusch, perdida en sus pensamientos, examina sus propias manos. No sé en qué está pensando, pero sospecho que se culpa por haberme rescatado.
Luego de unos momentos, alguien capta mi atención.
Se acerca, caminando junto a Emilia.
Es un hombre de cabello verde largo, con un mechón que cubre su ojo derecho. Su figura delgada contrasta con la definición de sus brazos. Empuña una espada con un mango esculpido en forma de león, y su presencia irradia un aire majestuoso.
Cada detalle en él parece hablar de elegancia y belleza. Su piel pálida y tersa, sus rasgos simétricos, todo en él es una muestra de belleza y encanto. Pero hay algo más allá en su mirada, algo que me dice que es más que solo una apariencia.
Se acerca, acompañado por Félix. Emilia no parece sorprendida por su presencia, incluso parece reconocerlo. Al llegar, antes de que las palabras fluyan, Crusch levanta la mirada y sus ojos se llenan de sorpresa y reconocimiento.
—Tú... —susurra Crusch, su voz llena de emoción contenida. Crusch, normalmente tan imperturbable, parece haber perdido su compostura. Su piel palidece y su respiración se agita.
El hombre, Frey Karsten, la mira con curiosidad, pero no muestra sorpresa ante su reacción.
—Eres idéntica a mi madre, no cabe duda. Algo extraño está ocurriendo —comenta con tranquilidad, cruzando sus brazos sobre el pecho.
Esta es la primera vez que escucho su voz, una voz profunda y rica en matices. Crusch aprieta los puños, su mirada fija en él con una determinación inquebrantable.
—¿Quién eres? —cuestiona con firmeza, sin dejar de sostener su mirada intensa—. No sé qué planeas, pero no permitiré que me arrebates mi identidad.
Frey mantiene la calma, cruzando sus brazos con una expresión serena.
—¿Mi nombre? —dice con un tono que refleja su seguridad—. Soy Frey Karsten. Si no me conoces, es probable que no tengas relación con este campamento. Pero no es momento de centrarnos en eso.
Frey Karsten. Ahora, una presencia ha emergido en lugar de Crusch.
No es solo que haya sido olvidada, sino que el mundo ha encontrado un sustituto para sus acciones. No logro vislumbrar a esta figura enigmática, pero estoy seguro de que algo inusual se cierne en la sombra.
Si intento unir los fragmentos dispersos...
La única silueta que se forma en mi mente es...
—Soy Crusch Karsten, hija de Helena Karsten y Meckart Karsten. —Crusch sostiene su temple sin permitir que la intimidación se refleje, guardando su expresión mientras oculta sus sentimientos en lo más profundo de sí.
—Aprovechar el olvido para asumir la identidad ajena es un delito de alta envergadura, tu similitud con mi madre, Helena Karsten... —el tono de Frey se hace más fuerte, entreviendo cierta molestia.
Crusch refuerza su postura, aferrando la indumentaria de Frey con frustración y resolución. Aun cuando sus uñas rasguñan su propia piel, ello parece no inmutarla.
Emilia entra en el diálogo en un gesto de empatía hacia Crusch. Wilhelm se adelanta, deteniendo el arrebato de Crusch en medio de su angustia. Una cadena de reacciones que desvela la intrincada naturaleza del momento.
—¿Wilhem? ¡Wilhelm! ¡Soy yo! —Crusch se esfuerza por liberarse, pero él mantiene su semblante sereno e imperturbable.
Crusch se debate entre resistirse y ser restringida por Wilhelm. Ahora, ella ha sido olvidad por completo gracias a Gula.
—Tendré que detenerte. No puedo permitir la descortesía hacia el señor Frey —responde Wilhelm, sin destellos de reconocimiento en sus ojos
Emilia se intercala inmediatamente, observando a Crusch con inquietud.
—Señor Wilhelm, parece estar aturdida por la situación. Recién ha recobrado el conocimiento, así que probablemente está confundida —expone Emilia con gravedad, lanzándome una mirada apenas perceptible.
Al notar la iniciativa de Emilia, Wilhelm suelta a Crusch, quien se aparta velozmente de su agarre. Su mirada viaja de Frey a Félix, de Wilhelm a Emilia y, finalmente, se encuentra con la mía.
No tengo el menor indicio de cómo socorrerla. A diferencia de antes, no existe un vacío discernible.
El hueco ha sido rellenado, tornando su existencia en algo trivial en este instante.
Ella cierra los párpados y se aparta en silencio, ofrendándonos su espalda.
Intento aproximarme a ella, más Frey me detiene.
—¿La conoces? —interroga, su rostro impregnado de perplejidad y una intriga profunda.
Permanezco observándolo durante unos instantes, comprendiendo que este no es el momento para un espectáculo, sino para proceder con cautela. Quién es esta figura aún es un enigma para mí, desconozco cómo llegó hasta aquí, pero la prudencia debe guiar mis acciones.
—Sí, luchó contra Gula junto a mí, pero ha eliminado su identidad —respondo con una medida franqueza.
No estoy seguro de si las bendiciones divinas pueden transferirse al portador, o si residen como un atributo inherente del alma. Los contratos con espíritus pueden perderse, pero el funcionamiento de las bendiciones divinas sigue siendo un misterio para mí.
—Ya veo, pero hay algo raro. —Frey cruza los brazos, su expresión serena parece capaz de atravesar cualquier fachada—. Su parecido con mi madre es mucho más que una coincidencia, debería llevarla conmigo para investigar.
No puedo permitir que se la lleve, algo en mi interior se rebela.
—Antes de proseguir, permíteme hacer una pregunta. —Dirijo mi mirada hacia Emilia, tratando de encontrar una respuesta ante la enigmática identidad de esta persona.
El asiente con calma, como si ya supiese que voy a preguntar.
—¿Eres un candidato al trono? —inquiero, buscando en sus ojos una chispa de verdad que arroje luz sobre esta situación.
El reemplazo de Crusch contradice la profecía de la piedra, que hablaba de cinco mujeres jóvenes elegidas. La sucesión de Crusch debería ser protagonizada por una mujer, por lo que un hombre no puede ocupar su lugar.
—¿Sigues confundido por la lucha? —Frey introduce la mano en su bolsillo con gesto reflexivo. Un objeto emerge lentamente entre sus dedos, una luz carmesí se cierne sobre nosotros en la postrera iluminación del sol.
Mi corazón late con fuerza ante la inusual escena que tengo ante mis ojos. Reconozco la insignia que sostiene en su mano, no hay duda alguna: es el emblema del dragón.
Un escalofrío recorre mi espina dorsal, la emoción y la incertidumbre se entremezclan. Mis pensamientos se vuelven turbios, la aprobación otorgada por el dragón a esta persona es innegable.
¿Acaso me equivoqué en lo que oí?
No, la reunión dejó claro este hecho enunciado.
En un susurro apenas perceptible, balbuceo:
—Cinco mujeres jóvenes...
Sin embargo, en lugar de asentir a mi afirmación, Frey esboza una sonrisa intrigante que me llena de perplejidad.
—Pareces confundido, y es comprensible después de haber luchado solo contra el arzobispo de la Gula. Sin duda, debes estar exhausto —responde con una calma que parece emanar de la profundidad de su ser. Emilia se acerca a mí con preocupación evidente, brindándome apoyo mientras me sostiene.
Mi mirada se posa en Frey, quien todavía sujeta la insignia en su mano, el símbolo del dragón resplandece ante mí.
—Soy un candidato seleccionado por el dragón. La interpretación de las señales del dragón cambió hace años, cuando tomé la decisión de seguir el camino trazado por mi gran amigo Fourier —expone con una tranquilidad que sugiere que esto ha sido urdido con premeditación.
Una sonrisa leve aflora en mis labios.
—Mis disculpas, hemos ganado esta batalla, y aquí estoy formulando preguntas triviales —mis palabras se entrelazan con un ligero atisbo de cansancio—. La práctica de la magia es algo en lo que apenas incursiono, y mis reservas de maná son limitadas en este momento, así que mi cuerpo necesita descansar.
Frey estalla en risas amistosas, guarda la insignia con un gesto firme y luego extiende su mano hacia mí. Nuestros ojos se encuentran, su mirada inquebrantable me genera cierta inquietud.
De alguna manera, percibo que ante mí se encuentra una amenaza más imponente que Ley y Petelgeuse.
—Partamos hacia la capital, allí debemos celebrar. Parece que el culto se ha replegado por ahora. —Su sonrisa se amplía, contagiando también a Wilhelm y Félix, cuyos semblantes reflejan el asombro y la emoción de este encuentro—. A pesar de nuestra competencia, estoy seguro de que podemos forjar una poderosa alianza.
