¿Qué quieres hacer?

Firmando un pacto silencioso de camaradería, estrecho la mano de Frey, y en su rostro vislumbro una complicidad que trasciende las palabras. Emilia, a mi lado, también sonríe, irradiando el alivio compartido.

—Será un honor brindar por esta victoria. Después de todo, hemos triunfado sobre una de las mayores adversidades. —Mis labios se curvan en una sonrisa, ocultando la urgencia que late en mi interior.

La sugerencia de Frey de que descanse llega como un bálsamo a mi fatigado cuerpo. Agradezco su oferta y me retiro con Emilia y Beatrice.

Con su magia, Emilia evita que agote aún más mí ya mermada reserva de maná. A pesar de las energías consumidas, su aspecto revela una vitalidad sorprendente; Emilia es, indudablemente, una maga poderosa.

—Gracias... —expreso, mi mirada reflejando un aprecio genuino hacia Emilia. Ella es una de las pocas personas en las que puedo confiar plenamente.

Aunque no puedo compartir los acontecimientos actuales con ella, sé que su apoyo es inquebrantable.

—¡Hmpf! Siempre te pones en peligro de hecho —escucho la murmuración airada de Beatrice, seguida de un gesto enérgico que posa su mano en mi pecho—. Deberías cuidarte más supongo. No quiero ni pensar en la posibilidad de que un día no regreses de hecho.

La gravedad de sus palabras me llega. Nuestros rostros, tensos por la preocupación, se encuentran. Comprendo lo que debo hacer. Con delicadeza, tomo la mano de Emilia con mi izquierda y coloco mi mano derecha sobre la cabeza de Beatrice.

—Lo siento, sé que las preocupé. Pero ahora todo está bien... —las palabras, afirmativas, se convierten en un mantra que resuena en mi mente—. Sí, todo está bien...

Un intento de sonrisa se dibuja en mis labios, y antes de que pueda reaccionar, ambas me envuelven en un abrazo reconfortante. Siento su alivio palpable, su aliento contenido por la ansiedad que las asedió.

Sé que Beatrice experimentó un eco de lo que sentí en el campo de batalla, un vínculo que conectó nuestros corazones en el fragor del combate.

Deberé aprender a mentirles. De alguna manera, debo mantener en secreto la verdad de lo que está ocurriendo.

Sin embargo, es un enigma que ni siquiera yo puedo resolver.

—Me has preocupado supongo —murmura Beatrice, sus palabras teñidas de reproche, mientras se aferra a mí con determinación—. Eres un tonto, eso es seguro de hecho.

Un atisbo de humor se entrelaza con mi respuesta.

—El deber de un caballero es proteger a su princesa, a ambas princesas —mis palabras son como un voto, un compromiso que sello con mis emociones—, y eso es lo que haré, sin importar los desafíos que surjan.

La negación se manifiesta en sus gestos y miradas, aunque sus cabezas se sacuden en rechazo sincero.

—Si eso implica que tendrás seguir arriesgando tu vida, preferiría que no siguieras siendo nuestro caballero. —Emilia suspira, un velo de tristeza en sus ojos—. Siempre llevando esa expresión...

Mi mirada se desvía, mis pensamientos encajando con sus palabras.

¿Expresión?

Suspiro, resignado ante la verdad de sus emociones.

Mi compromiso con ellas es un lazo que trasciende el tiempo y el espacio. Estoy dispuesto a afrontar el abismo si eso significa protegerlas, aunque ello suponga enfrentar la oscuridad de mi propio corazón.

—No voy a morir, se los aseguro. Solo dejaré este mundo después de haber compartido una vida plena juntos... ¿Entienden? —mi respuesta brota con un ímpetu resuelto, mi intención es infundirles certeza y calma en un momento turbulento.

Las cabezas de ambas asienten en sincronía, y nuestros gestos provocan sonrisas en algunos caballeros cercanos.

Observo el afecto y la comprensión en sus ojos, pero no puedo evitar sentir que esto es solo un acto momentáneo. Me disculpo internamente por mis pensamientos, por la falta de conexión emocional en un instante que debería ser emotivo.

Luego de unos minutos, Emilia y Beatrice se deslizan suavemente de mis brazos.

—Voy a atender a los heridos. ¿Vienes, Betty? —Emilia toma la mano de Beatrice, sorprendiéndola con el apodo.

Un guiño cómplice de Emilia confirma que ella ha captado mis intenciones. Sí, hay alguien que ha perdido todo y que está sumida en la soledad.

Camino en busca de esa figura, dando vueltas alrededor del árbol. La culpa y el remordimiento pesan con cada paso. Si tan solo hubiera sopesado las decisiones con más cautela, tal vez esta situación no hubiera ocurrido.

Aunque, en un rincón de mi mente, me susurra que incluso una elección diferente podría haber tenido consecuencias igualmente devastadoras.

Frente a mí se extiende el mismo campo de flores en el que compartí conversaciones cruciales en el pasado. En ese lugar, la figura de ella se destaca: su cabello verde ondea con la brisa nocturna, y su silueta se ilumina con la tenue luz de la luna.

Sin embargo, esta vez, el entorno parece haber experimentado una transformación; su belleza ahora está teñida de un matiz frío y desolado.

Mientras a mi alrededor, el bullicio de los caballeros que manejan los asuntos victoriosos contrasta con esta escena, creando una dualidad entre la celebración del triunfo y la sombra de una pérdida desgarradora

Me acerco con pasos lentos, cada uno más pesado que el anterior.

La necesidad de consolarla me embarga, pero me siento desamparado ante la magnitud de su dolor. No tengo respuestas ni consuelo que ofrecer, ya que ni siquiera entiendo completamente lo que está sucediendo.

Mi mente busca desesperadamente a la única persona que tal vez pueda arrojar algo de luz sobre esta oscuridad: Pandora. Desde el encuentro en el quiosco, su misteriosa habilidad ha sido un enigma.

Si tiene el poder de alterar la realidad, ¿podría haber influido en esta tragedia?

Cuando estoy a pocos pasos de Crusch, ella voltea su rostro hacia mí, su sonrisa apagada, pero con un dejo de aceptación. Un suspiro prolongado, cargado de arrepentimiento y tristeza, parece arrastrar su alma consigo.

—He luchado, luché con todas mis fuerzas y ahora... —Crusch alza la mirada al cielo estrellado, su mano extendida hacia lo alto.

Un peso aplastante cae sobre mi corazón. De alguna manera, esto es culpa mía.

Mi mera existencia ha desencadenado esta tragedia. Me pregunto si el destino de Crusch es ahora mejor o peor que el que la novela le deparaba, donde caía en la trampa de la Sangre del Dragón, perdiendo sus recuerdos y su libertad.

Pero la verdad es que no tengo respuestas.

No lo sé.

—¿Cómo me recuerdas? —resuena su voz en un tono amargo y frustrado.

—Es una bendición divina —respondo, tratando de confirmar si su don todavía está activo, si puede percibir las mentiras y, de ser así, detectar cualquier peculiaridad en la habilidad de Ley.

—¡No trates de engañarme! —exclama Crusch con fuerza, su mirada acusa, sus ojos amenazan con derramar lágrimas que retiene con todas sus fuerzas—. Aunque nadie más me recuerde, aún puedo detectar mentiras.

—Lo siento, solo quería confirmarlo.

La sorpresa cruza sus ojos al ver mi sincera reacción. En este momento, estoy tan desorientado que ni siquiera sé qué expresión debería tener, ni qué expresión tengo.

Me dejo llevar por la corriente del momento, exhausto de toda esta confusión.

Estoy cansado, profundamente exhausto de todo esto.

—Te explicaré todo cuando tengamos tiempo...

—Si prefieres no hablar, no lo hagas. Al final, ya no puedo hacer nada. —Sus ojos se desvían hacia el campo de flores, algunas de las cuales se cierran al llegar la noche, sus pétalos ocultos ante la oscuridad que se avecina.

No puedo hacer nada. No soy el tipo de persona noble que arriesga su vida por alguien con quien apenas ha entablado una conversación. Pero ¿no hice eso mismo por Emilia?

La duda me abruma mientras el viento nocturno susurra secretos inaudibles.

...

Es absurdo, completamente absurdo. Mi mente da vueltas en círculos, tratando de encontrar un camino claro, una idea, una respuesta. Pero todo está en un caos, sin sentido, sin rumbo.

¿Dónde está la solución?

¿Dónde está la luz que me guíe?

Todo lo que tengo es una carga pesada en mis hombros. Puedo soportar ese peso, pero si el puente que cruzo no aguanta, ¿entonces qué?

Suspiro, tratando de calmar el torbellino de emociones que me envuelve. Un miedo profundo, una sensación de desesperación. Me acerco a Crusch, coloco mi mano en su hombro en un intento de transmitirle algo de fuerza.

—Lo siento —murmuro, desviando la mirada hacia las flores—. Esto se ha salido de control.

El punto de guardado debe haber cambiado. Estoy en un lugar seguro, lo que significa que la batalla y lo que ocurrió está grabado en esta realidad. Estoy seguro de eso.

—No puedo salvarte.

Mis palabras caen como un martillo. Crusch empieza a temblar, se sienta en el suelo y me hace señas para que me una a ella. Lo hago, dejándome caer junto a ella.

Observo la luna que empieza a salir, preguntándome si debí tomar la mano de Emilia.

Quizás debí escapar después de ser derrotado por Puck.

Tal vez el protagonista siempre debió ser él, alguien capaz de mantener una sonrisa en todas las circunstancias. Quizás soy un error, alguien que no debería estar en este mundo.

Busco los rasgos característicos en la luna, pero no encuentro nada. No hay cráteres grandes ni ninguna señal de que sea un satélite natural. La observé con mi celular hace tiempo y parecía construida de manera artificial.

—Ese hombre, lo conozco —Crusch habla, su voz cargada de odio y rabia—. El hombre que ocupó mi lugar, él debería estar muerto.

Ella arranca trozos de tierra con sus manos, apretándolos con fuerza. Se muerde el labio, dejando que la sangre gotee al suelo.

—¿Lo conoces? —pregunto, tratando de descifrar quién podría ser. No recuerdo a alguien así, sé que la historia incluía personajes secundarios, pero nunca me interesé en leer sus historias.

—Sí, era una persona a la que valoraba mucho —Crusch murmura, su mirada llena de un dolor profundo—. Aunque haya cambiado mucho, lo reconocería al instante. Su aura, su forma de hablar, su tono de voz. Aunque haya modificado su cabello y sus ojos, puedo ver a través de eso.

Los ojos de Crusch se encuentran con los míos. En su mirada puedo ver la desesperación, la tristeza y el odio.

Un vacío parece tragar todo a su alrededor.

—Aquel que pensé que sería el rey, el que pudo haber tenido el título de Rey León. —Crusch muestra la inscripción de león en su espada—. Fourier Lugunica.

Fourier Lugunica. Recuerdo ese nombre, era alguien de la familia real que murió a causa de una extraña enfermedad que afectó a toda la línea de sangre de los Lugunica.

No sabía que ellos dos estaban tan conectados, pero si las palabras de Crusch son ciertas, entonces...

—¿Ha regresado de entre los muertos? —pregunto, intentando encajar todas las piezas.

Crusch niega con la cabeza.

—No lo sé. Fui a su funeral, vi cómo murió frente a mí. —Crusch aprieta sus manos, pero con suavidad tomo una de ellas para evitar que se lastime—. Él... no, él es alguien a quien respeto y aprecio profundamente, por eso...

No tengo una imagen clara de cómo era Fourier, pero en teoría, todos los miembros de la familia real deben tener una apariencia similar a Felt, para que Crusch lo reconozca de esta manera.

Y ahora esta persona ha vuelto de entre los muertos y ha tomado el lugar que Crusch debería haber ocupado en este mundo.

—Parece que no me recuerda, pero yo lo sé. Su manera de hablar, su forma de moverse, todo en él es idéntico.

—Reconocido por la insignia del dragón.

Mis palabras hacen que Crusch abra los ojos de par en par. Ella se inclina hacia mí, sorprendida. Siento un impulso y retrocedo un poco.

—¿Lo has visto? —sus labios tiemblan mientras aprieta mi mano, y con su otra mano busca en sus pertenencias, pero después de unos segundos no encuentra nada—. No está... La insignia.

Utiliza ambas manos para buscar en su ropa, pero cuando no encuentra nada, me mira con incredulidad—. No está.

—Levántate y revisa de nuevo.

Ella se pone de pie y busca frenéticamente durante unos minutos, pero finalmente se detiene.

—No está.

¿Es posible? Podría ser que su presencia haya sido reemplazada, pero eso no tendría sentido.

¿Podría estar relacionado con su importancia? Tal vez un objeto único como ese tendría que ser absorbido por el mundo de alguna manera.

—¿Y si te lo quitaron durante la batalla? —pregunto, tratando de encontrar alguna explicación.

Es improbable que se haya caído.

Ella me mostró el bolsillo donde lo tenía guardado en su traje, un bolsillo interno cerca del costado izquierdo. Aunque el bolsillo está ligeramente rasgado, tendrías que atravesar la parte frontal del traje para que se rasgara por accidente.

—¿Crees que pudo haberlo robado Gula? —me pregunta ella con una expresión preocupada.

—No lo sé, es posible. Pero si eso fuera cierto, entonces la rasgadura en el bolsillo no tendría sentido.

Frey Karsten.

—Sangre real. Sin duda, la insignia resonó por la sangre en sus venas, confirmando que es Fourier Lugunica —afirmo, y Crusch asiente.

Eso explicaría el misterio detrás del cambio en la lectura del dragón. Al tener a Fourier vivo, sin importar...

—¿Cómo sabría el dragón que es Fourier? Si alguien ha tomado su cuerpo...

Ella niega con la cabeza.

—Es la sangre y su alma. Como te mencioné antes, no es que hayan tomado su cuerpo, sino que han traído a Fourier de vuelta a la vida.

Su alma, la mente del candidato más cercano al trono de Rey León. La piedra del dragón lo reconoció de inmediato como un candidato y cambió su profecía para acomodar al Rey León en el trono.

Felt posee la sangre necesaria para ser una candidata.

Pero si se trata del dragón, podría ser la figura del Rey León, alguien capaz de percibir el aura de un rey.

Por eso me sentí intimidado cuando lo vi, porque es alguien que puede penetrar en la esencia de los demás, alguien agudo de mente e inteligente. Si él está vinculado con el culto, si Pandora tiene alguna relación con todo esto...

—Marco —Crusch me saca de mi tren de pensamientos, dirigiéndome una mirada intensa—, ¿qué debería hacer?

Su pregunta me llena de tristeza. Nunca, ni en mis pensamientos más lejanos, imaginé que escucharía esa pregunta de alguien como Crusch. Siempre la idealicé, pero ahora comprendo su situación.

En este momento, Crusch no es más que una fuente de información, información que podría ser imprecisa y confusa. Si sus acciones han sido exactamente reemplazadas, no habría problema con la información que proporciona.

Sin embargo, si la persona llamada Frey Karsten ha introducido ligeros cambios, si la realidad que existía antes ha sido ligeramente alterada...

Por supuesto que ha cambiado.

No peleé solo; las personas que perecieron han sido eliminadas. En este nuevo escenario, no tengo idea de qué esperar de ella, pero seguiré lo que mi intuición me dicta.

—¿Qué deseas hacer? —pregunto, empleando una respuesta en forma de pregunta, aunque sé que eso podría interpretarse como una falta de respeto.

No obstante, en este momento, Crusch es más que una noble, más que una candidata al trono; es una persona en busca de su identidad y lugar en esta realidad, sus ojos, los reconozco.

—Yo... —murmura, su mirada fija en el suelo, como si tratara de encontrar respuestas en las baldosas bajo sus pies.

Supongo que un pequeño empujón podría ser lo que necesita.

—Crusch, te admiro. Tu manera de ser, tu forma de actuar, esa actitud desafiante que siempre me atrapa cuando estoy contigo. —La observo con determinación—. Recuerda quién eres, recuerda tu propósito. Aunque te sientas perdida en este momento, mantén presente esto.

De rodillas, una pierna apoyada en el suelo para mantener el equilibrio, tomo su mano entre las mías. La miro a los ojos, tratando de calmar el revuelo en mi interior.

—Cuando te encuentres en un túnel, y ese túnel comience a derrumbarse, quedando solo oscuridad, mira con atención hacia adelante. —Coloco mi mano sobre su hombro y le ofrezco una sonrisa tranquilizadora—. Confía en la luz que llevas dentro de ti. Estoy seguro de que esa luz será tu guía, la que te sacará del túnel antes de que se desmorone por completo.

Me pongo de pie, dejándola sola para que pueda reflexionar sobre lo que quiere hacer.

En este momento no es momento de sufrir; me permitiré un descanso cuando llegue a Irlam. Sin embargo, ahora tengo que continuar, sin importar lo que me espere.

No puedo permitirme caer en este momento crucial; de hacerlo, todo se vendrá abajo.