Debo hacer lo que tengo que hacer

Toco mi labio, reconociendo que fui descuidada.

Decirle esas palabras, después de todo lo que ha hecho por mí. Nunca había visto esa expresión en él.

Miro mis manos, apretándolas con fuerza.

El pasado de Marco, lo que vi, fue ciertamente horrible. Las cosas que siempre quise saber, las historias que él omitía. Las cosas que tuvo que vivir, lo que apenas alcancé a ver.

Marco y yo nos parecemos mucho; sin embargo, duele realmente en mi corazón.

Soy tan débil, a pesar de querer crecer o madurar, como siempre dice Marco.

Permanezco siendo la misma niña de siempre, atrapada entre las paredes que exhalan un aroma a polvo que se filtra en mis sentidos.

Mi mirada explora el entorno, revelándome las paredes frías y secas que me rodean, un ambiente implacable que no concede tregua.

Debo enfrentar este desafío si quiero liberar a las personas de este lugar, si anhelo escapar de esta prisión que aprisiona no solo mi cuerpo sino también mi alma.

Sin embargo, una sombra de duda se cierne sobre mí.

Me inclino hacia adelante, sintiendo cómo mi cuerpo tiembla, no solo por el frío de las paredes, sino por el recuerdo que amenaza con desgarrar mi ser.

No es solo un recuerdo, sino las emociones de Marco, sus deseos, que se han bloqueado en mi interior, congelándome en una marea de sentimientos no experimentados en su totalidad.

Marco lo soportó, presenció cada detalle ante sus ojos, y ahora me enfrento a la tarea de engañarme a mí misma. Trato de secar mis lágrimas, pero la sensación de inutilidad me envuelve implacablemente.

A pesar de mis esfuerzos, me siento impotente.

Puck, ha tenido que alejarse, y Betty, en las puertas de la muerte, es un recordatorio sombrío de la fragilidad de la vida. Marco, aparentemente, ha capitulado ante la desesperanza, rindiéndose no solo ante el mundo que lo rodea, sino ante mí misma.

—Dijiste que no te rendirías. —Mis ojos se posan en el suelo, mientras las gotas de lluvia caen sin piedad. Solo sé llorar, esperar y aferrarme a la creencia ilusoria de que, por mi esfuerzo, algo cambiará.

Me siento perdida, sin saber cómo enfrentar estas emociones que amenazan con devorarme.

Me levanto con determinación, dejando atrás el santuario que se ha convertido en mi refugio y mi condena. Sé que debo hacer algo, enfrentar la oscuridad que se cierne sobre mí.

Sí, como él me instó a hacer en alguna ocasión.

—Tengo que hacer lo que debo hacer. —Tapo mis ojos de los fuertes rayos del sol. Tengo el día para prepararme, y en la noche debo enfrentarme a la prueba que aguarda como un monstruo hambriento.

Otto me saluda, pero opto por ignorarlo, consciente de que mi actitud no debería ser así. Sin embargo, en mi lucha interna, el mundo exterior se desvanece.

Sé que debería mostrarme alegre.

A veces me cuestiono qué sería de mí si no hubiera tomado la mano de Marco, si la ignorancia fuese preferible. Me pregunto si la felicidad se encuentra en la inconsciencia de lo que aguarda en el futuro.

Son reflexiones que mi yo del pasado nunca habría imaginado, pensamientos que ni siquiera se me habrían cruzado por la mente.

Me doy cuenta de que mi yo del pasado ya no existe, ahora que conozco las historias y las vidas de las personas, ahora que sé que me necesitan, ahora que entiendo que debo ser el pilar para aquellos que lo requieran.

Sin embargo, a pesar de todo, persisto en mi debilidad, sigo siendo esa niña atrapada tras el cristal.

Mi corazón duele y, a pesar de mis esfuerzos, no puedo hacer más que llorar.

Justo cuando necesito apoyar a los demás, me siento impotente. Cierro la puerta de mi habitación con cerrojo y me lanzo a la cama. Siento la suavidad del colchón, como si intentara absorber mi alma por completo.

Aprieto las sábanas con fuerza, temblando.

Cierro los ojos, tratando de contener el flujo de lágrimas.

—Debes ser fuerte, Emilia. —Aprieto más los ojos, luchando por mantener la compostura. Sí, eso es lo que debo hacer. No puedo permitirme mostrar debilidad, no puedo continuar así.

Quiero, deseo ser fuerte como él me ha enseñado.

He intentado imitarlo, he sido testigo de su sufrimiento y su capacidad para soportarlo todo por sí mismo. Desde que lo conocí, mi deseo más profundo ha sido alcanzar la fortaleza que él personifica.

La Emilia que existía antes de su llegada no era adecuada para asumir el trono, pero ahora, incluso puedo mirarme al espejo sin sentir asco.

He aprendido a admirar mis propias facciones y a aceptarme. He desarrollado la habilidad de relacionarme con mucha gente, he conocido la vida y el cariño de muchas personas.

—Betty... —Sin fuerzas, las lágrimas vuelven a brotar sin control.

No quería que esto sucediera, todo por querer instaurar un cambio, por ser yo misma. Yo, sin mi presencia, quizás no habrían ocurrido eventos tan horribles. Tanta gente ha muerto, tantas vidas perdidas por mis decisiones.

Aunque era la única opción, lo sé, Otto me lo dijo una vez.

"Si no tenemos la guerra, no solo lo construido caerá, sino que toda la gente será sacrificada por los intereses de los demás."

«Lo sé, pero... ¿No es eso lo mismo que pasó?» Los demihumanos que entraron a la guerra fueron transformados en esas abominaciones. Fue una masacre completa, sin tregua, tanto para nosotros como para los inocentes.

Cubro mi rostro, intentando esconderme del mundo.

—Yo... —mi voz se quiebra, mientras intento pedir ayuda—. Puck...

Lo extraño, sé que él me ocultaba cosas, pero siempre estuvo para mí.

—Madre Fortuna. —Ella fue mi luz, la persona a la que más amo junto a Puck—. Padre Guise.

Te vi morir, te vi morir cuando tu alma fue consumida. Te vi morir cuando Marco te arrebató la vida. Sé que estabas sufriendo, que hubieses deseado partir.

Pero, yo quería poder hablar contigo asi sea una última vez.

—Agh... —No puedo parar de llorar, no puedo, aunque quiera.

Cuando me enfrenté a todos, cuando pude protegerlos contra la gran ballena, cuando tuvimos esa celebración; Me sentí viva, sentí que por fin estaba haciendo algo.

¡Toc! ¡Toc! El sonido de la puerta detiene mi llanto.

Intento limpiarme, pero las lágrimas no dejan de salir. Si hablo, se darán cuenta de que estoy llorando. No quiero eso; si la gente del pueblo o quienes esperan de mí se dan cuenta, seré una carga otra vez.

—Soy yo. —Crusch me habla a través de la puerta.

Ya veo, supongo que se dio cuenta de todo. «¿Será que habló con Marco?»

—Pa... pasa. —Limpio mi rostro, intentando no verme tan mal. Recuerdo que la puerta estaba cerrada con llave, por lo que me fuerzo a levantarme.

Me siento pesada, todo el peso de la responsabilidad recae ahora en mí.

«¿Es esto lo que he de llevar siempre?» Este peso, estas náuseas. Los recuerdos de lo sucedido, sus emociones, sus pensamientos.

Él carga con todo eso, mientras siente el peso de sus decisiones.

El peso de las decisiones y el eco de los recuerdos atormentan mi mente, como sombras danzantes en un rincón olvidado.

Me sumerjo en mis pensamientos, tratando de ahogar el susurro de la desesperación que se cierne sobre mí. Cierro los ojos y siento el frío tacto de la realidad, un recordatorio implacable de las elecciones que he tomado y las consecuencias que arrastro.

La habitación se vuelve un reflejo de mi alma, un lugar donde la luz apenas se atreve a penetrar. Me enfrento a sus fantasmas, a la carga de un pasado que se aferra a mi ser como una sombra ineludible.

Las lágrimas resbalan por mis mejillas, testigos mudos de la tristeza que se anida en lo más profundo de mi corazón. ¿Cómo he llegado a este punto, donde la esperanza parece un destello lejano en la sombra de la desolación?

Respiro hondo, intentando contener la tormenta emocional que amenaza con desbordarse.

Mis manos buscan ansiosas un apoyo invisible en el aire, una respuesta que se escapa entre mis dedos como el humo de un sueño efímero.

En el silencio, escucho el latir apagado de mi propio ser, una melodía melancólica que resuena en la oscuridad de mi alma. La carga de la responsabilidad pesa sobre mis hombros, y me pregunto si algún día podré liberarme de este sufrimiento.

He enfrentado tantas pruebas, pero esta carga emocional parece desbordar mis límites, dejándome vulnerable en un mar de incertidumbre.

Mis manos, temblorosas, buscan el valor para abrir la puerta que separa mi soledad del mundo exterior. Al hacerlo, encuentro a Crusch, con una expresión que refleja preocupación y pesar.

¿Qué secretos alberga su corazón?

—¿Puedo pasar? —sus palabras resuenan como un eco de compasión, y asiento en silencio, permitiendo que la penumbra de mi habitación abrace también su presencia.

Crusch, a pesar de haber rozado la muerte, sigue adelante con una fortaleza que admiro en silencio. Sin embargo, mi confianza en ella se tambalea cuando pronuncia la palabra temida:

—La prueba...

Mis manos, ahora inquietas, reflejan la tormenta que se desata en mi interior. La sangre parece abandonar mi rostro, dejándome pálida ante la revelación que está por acontecer.

Me desplazo con cautela hasta la cama, evitando el contacto visual, como si así pudiera ocultar las cicatrices emocionales que llevan mi nombre.

—¿Qué viste en esa prueba? Tu una vez contaste sobre ti, pero, sé que lo habrías superado —pregunta, y en su voz puedo sentir la preocupación que siente. Yo mantengo la cabeza baja, mientras escucho sus pasos acercarse a mí.

Crusch se sienta a mi lado, y en sus ojos descubro la búsqueda de respuestas que ni yo misma poseo.

«¿Debería confiarle lo que vi en la prueba?»

¿Cómo puedo transmitir la desesperación, el dolor y la tristeza que me acechan sin traicionar la confianza de Marco?

—¿Tiene que ver con Marco? —su pregunta me sorprende, abro mis ojos y la miro directamente.

Asiento con un gesto que revela más de lo que estoy dispuesta a decir con palabras.

Mi respiración agitada se esfuerza por encontrar la calma, pero en el silencio que sigue, las lágrimas amenazan con desbordarse, como un río que encuentra su cauce después de una tormenta.

Crusch deposita con delicadeza su mano en mi espalda, comenzando a acariciarla con suavidad, un gesto de consuelo que apenas logro sentir al estar al borde del colapso.

—Yo... hable con él. —Sus palabras hacen que mi corazón lata con fuerza, sintiendo un punzón que toma el aire de mis pulmones. Probablemente apoyó a Marco de las palabras que le dije y al regreso de sus recuerdos.

—E- Entonces… lo sabes... —mi voz, quebrada por la tristeza, apenas logra articular las palabras.

La confirmación se dibuja en el gesto de Crusch, quien muerde levemente su labio, reflejando su preocupación y, quizás, decepción.

—Parece que se ha rendido, que ya no quiere hacer nada —sus palabras resuenan como un lamento en la soledad de mi habitación—. Intenté hablar con él, pero creo que empeoré las cosas.

El suspiro que escapa de los labios de Crusch parece llevar consigo el peso de nuestras propias frustraciones. La decepción se cierne entre nosotras, una sombra que amenaza con engullir cualquier atisbo de esperanza.

—¿No puedes confiar en mí? —la pregunta de Crusch, directa y penetrante, me perfora como una flecha. Temo herir la confianza que nos une, pero también quiero respetar a Marco.

—Sí, confío en ti. —Tomo sus hombros, buscando su mirada con determinación—. Lo hago, pero lo que vi...

Crusch parece sorprendida por mi gesto, como si este acto de apertura fuera un territorio desconocido entre nosotras. Pero hay secretos que pesan más que la lealtad, y tengo que compartir la carga que amenaza con desbordarme.

—Sé que la prueba se trata sobre el pasado, pero precisamente por eso no entiendo. —Sus ojos penetran en lo más profundo de mi ser—. No entiendo cómo tú...

—¡Marco! ¡El pasado de Marco! —las palabras escapan de mí, un grito desesperado que libera la marea de lágrimas contenidas.

Crusch me envuelve en un abrazo reconfortante, mientras dejo que la verdad fluya junto con mis lágrimas.

—Otto me había dicho que había algo raro, pero con eso y lo que dijo Marco, creo que ya entiendo todo. —Crusch acaricia mi cabello con ternura, mientras mi desesperación encuentra refugio en sus brazos.

—Marco... él, no sé cómo siquiera está de pie —confieso entre sollozos, sintiendo el abrazo de Crusch como un ancla en medio de la tormenta—. Crusch, él...

Ella detiene sus caricias, pero su abrazo se intensifica. Es una fortaleza silenciosa, un eco del espíritu de Marco que ella también comparte. Ambos siempre se mantienen fuertes, sin importar cual sea la situación.

Aunque Marco…

—Él siempre ha sido así, aguantando todo y siguiendo adelante. En cambio, yo... yo lo intento, intento tomar esa actitud como ustedes. Cuando personas vienen con problemas siempre intento ayudar a quien lo necesite —mis palabras se deslizan entre los sollozos, revelando la brecha que siento entre mi anhelo de fortaleza y mi propia fragilidad.

Por eso estudio, por eso me sumerjo en la medicina, porque es mi refugio, mi vía para entender y aliviar el sufrimiento de los demás.

Entre sollozos, confieso a Crusch la terrible verdad: he dicho cosas horribles a Marco, y siento que he arruinado todo.

Su imagen, maltrecha y derrotada, se proyecta en mi mente, y el peso de la pérdida de Betty se mezcla con el tormento de conocer su pasado.

—Le dije a Marco cosas horribles, se dio cuenta de que vi su pasado y por eso ahora... —mis palabras titubean, ahogadas por el nudo en mi garganta—. ¡Ahora lo arruiné!

Crusch me envuelve en su abrazo compasivo, sosteniéndome mientras me deshago en lágrimas. La pérdida de Betty se entrelaza con la comprensión de lo que Marco ha sufrido, y la angustia que me consume.

—¡Acabamos de perder a Betty! ¡Sé lo importante que es ella para él! —expreso entre sollozos, la urgencia de ayudar a Marco palpita en cada palabra—. A mí también me duele, cuando me enteré sentí que el mundo desaparecía. Luego vi a Marco, sonreírme a pesar de todo y no pude hacer nada, no pude decirle nada.

Las lagrimas fluyen con fuerza, siento todo mi cuerpo doler, todo mi cuerpo arder. Siento que todo se desmorona lentamente, y que no puedo hacer nada para arreglarlo.

—Amo mucho a Betty, pero, no puedo ser débil ahora. —Aprieto mis labios, sintiendo el peso en todo mi cuerpo.

Ahora, más que nunca, deseo aliviar su carga, ser el apoyo que necesita.

Mis lágrimas son un torrente, y Crusch, con su paciencia y ternura, sigue acariciando mi cabeza, ofreciendo consuelo en medio de la tormenta emocional.

—¡Yo quiero ayudarlo! —exclamo con el corazón afligido, sintiendo que una parte crucial de mí se desvanece con el dolor que Marco lleva a cuestas.

Quise ser fuerte, ocultar mi tristeza cuando él habló de Betty, pero al ver su rostro derrotado, me confronté con la realidad de su sufrimiento. Quería que él se abriera, que encontrara consuelo en mi compañía.

Pero ahora me enfrento a la realidad de no saber cómo ayudar.

—Marco no te culpa por nada —las palabras serenas de Crusch intentan calmar mi agitación—. Sabes, hacer este tipo de cosas era impensable para mí.

La miro a través de las lágrimas, su visión distorsionada por el dolor y la confusión. Crusch, con su mano, limpia suavemente mis lágrimas, pero estas persisten en brotar.

—Creí que mostrar cariño o afecto era una muestra de debilidad, era una forma de decir que las personas no podían soportar las cosas. —Crusch sonríe débilmente, compartiendo un fragmento de su propia historia—. Yo, siempre creí que todo eso me haría ver débil. Que haría que me subestimasen y no me tomasen en serio.

La revelación de Crusch, una mujer fuerte y resiliente, me sorprende.

«¿Ella también tuvo que luchar contra la vulnerabilidad?»

¿Crusch tenía esos pensamientos? Entonces, cada vez que jugábamos o salíamos a divertirnos... ¿Estaba pensando en ello?

—Pero fue solo al comienzo, es algo que no le he dicho a nadie. —Ella me guiña débilmente el ojo—. Pero, gracias a ustedes me he dado cuenta de que el cariño es, al contrario, una muestra de fortaleza.

Sus palabras me sorprenden, y mi intento de contener los sollozos y la respiración se ve desbordado por la emoción. Sin embargo, a ella no parece molestarle mi descontrol emocional.

—No me molestaban las muestras de afecto hacia mi persona, pero nunca di esas muestras a los demás. —Ella me toma de la mejilla, secando mis lágrimas con ternura—. Pero, al estar con ustedes, al ver cómo se acercaban a la gente, cómo avanzaban y se hacían más fuertes.

Quedo sorprendida ante sus palabras, conteniendo mis sollozos en pequeñas respiraciones, asi como intentando detener mis lagrimas mientras la miro a los ojos.

¿Cómo percibía yo esas interacciones? ¿Habré sido una molestia para ella con mi necesidad de cariño?

Sin embargo, su expresión y gesto indican lo contrario.

—Logré ver que toda mi vida lo estaba mal entendiéndolo. Mostrarse seria, mostrarse formal, mostrarse como alguien que no muestra afecto o alguien que se ve imponente es algo fácil.

Niego con la cabeza, asimilando sus palabras.

Para mí, mostrar seriedad y formalidad nunca fue fácil; siempre lo intenté, pero a pesar de ello no pude mejorar, no pude cambiar. Crusch sonríe ante mi negativa, pero hay algo en su mirada que no termino de comprender.

—Es fácil mostrarse seria y fría, créeme que es lo más fácil del mundo. —Ella suspira, entrecruzando sus manos con las mías—. Pero, lo realmente difícil es mostrarse como una luz para los demás.

«Ser una luz para los demás…» Realmente yo lo he intentado, y creo que mis esfuerzos han dado frutos poco a poco. Sin embargo, no puedo ser una luz como lo es Marco, o puedo ser una luz tan firme como lo son todos mis amigos.

Crusch se levanta, dirigiéndose hacia la salida, y sigo sus movimientos con la mirada.

—Estás viendo mal las cosas, Emilia —dice mientras se inclina un poco hacia mí desde la puerta.

—¿Qué quieres decir con eso? —le pregunto, tratando de comprender sus palabras.

Ella abre la puerta y mira hacia el exterior con una sonrisa clara y cálida que siempre me ha parecido hermosa.

—Para poder mostrar cariño, para poder sonreír y acercarte a los demás, para poder ser una luz cálida en todos los corazones. —Continúa Crusch, mientras observa el horizonte—. Para poder dar afecto de verdad, primero necesitas ser fuerte, no dejarte llevar por la tristeza, no dejarte llevar por la ira, no dejarte llevar por las emociones negativas.

Me levanto, intentando alcanzarla, pero ella me detiene con un gesto de su mano.

Sus palabras resuenan en mi interior, y divago sobre lo que debo hacer ahora. Realmente no sé que decir, no sé que hacer. Si quiero ser una luz debo controlar el vacío emocional en mí.

«¿Cómo supero ese dolor?» Lo que experimentó Marco, no hay forma que pueda soportar esas emociones.

—Debes descansar, prepárate para la noche. —Cierra sus ojos y muestra una última sonrisa antes de cerrar la puerta y dejarme sola.

Queda el silencio, un silencio que se cierne sobre mí como una sombra.

Observo el tejado, intentando encontrar respuestas en las formas y contornos que se dibujan en la oscuridad. Otra vez, parece que la soledad se convierte en mi única compañía, y la sensación de impotencia amenaza con ahogarme.

Tengo que encontrar una respuesta.

Me recuesto en la cama, sumida en pensamientos turbulentos. Creí que bastaría con desahogarme de vez en cuando, actuar y luego liberarme. Es lo que había aprendido, pero ahora siento que estoy pagando las consecuencias.

Mi cuerpo me envía señales, pidiéndome un cambio.

Yo, Emilia, debo entenderlo.

Debo reconciliar lo que debería ser con lo que soy. «¿Existe una manera de fusionar ambos sin perderme en el proceso?»

Mis pensamientos se pierden en la búsqueda de una solución que no me cause esa sensación de pérdida que tanto temo.

«Betty, Puck... ¿Qué debo hacer?»

No es momento de preocuparme por las expectativas de los demás. Debo buscar la respuesta por mí misma.

En menos de un año, he vivido más de lo que jamás imaginé. He presenciado eventos extraordinarios, pero también he enfrentado desafíos que me han llevado al límite. Ahora, debo aprender de esas experiencias, encontrar respuestas y lograr la paz interior que tanto anhelo.

Si, ahora que puedo verme sin asco, ahora que he aprendido a apreciarme, debo aprender de lo bueno y de lo malo para seguir creciendo.

Pero ¿cómo lo hago?

Sé que quiero ser mejor, pero mi corazón y mi mente parecen estar en conflicto. Marco me ha enseñado que el cuerpo se opone al cambio, que debo ser fuerte y persistir.

Sin embargo, las palabras de Crusch plantean una perspectiva diferente.

¿Quién tiene razón?

Abro los ojos y me encuentro sumida en la penumbra. La luz del sol ha desaparecido, sumergiéndome en la tranquilidad de la noche.

¿Me quedé dormida?

Me incorporo de la cama, sintiendo el peso del colchón intentando seducirme para permanecer recostada.

—Debo hacerlo, por Marco. Si quiero comprenderlo, si quiero ayudarlo. —Observo mis manos, que tiemblan por el temor a revivir ese tormento.

La Emilia antigua se habría rendido, se habría sumido en la desesperación, pero yo, ahora soy diferente. Soy más fuerte, puedo enfrentarlo.

Aprieto mis manos, buscando fuerzas.

Limpio mi rostro en el baño, enfrentándome al reflejo en el espejo y ajustando mi cabello. Puedo ayudar, puedo ser un apoyo, pero mi corazón duele.

«Betty... Si estuvieras aquí, todo sería más fácil. Te extraño. Fuiste mi confidente, como una hermana.»

Desearía haber hablado contigo antes, cuando tenía miedo de hacerlo, cuando pensaba que estabas bien así. Pero ahora, que estaba siendo feliz contigo, te encuentras en peligro.

Me observo en el espejo, intentando forzar una sonrisa.

Mis manos no hacen más que revelar ligeras ojeras, algo que siempre creí imposible en mi raza. Roswaal y Betty me lo dijeron, pero ahora, siento una extraña incomodidad.

Salgo del baño y me encamino hacia las pruebas. En la salida de la casa, me encuentro con Ram. Ella mira al cielo, perdida en sus pensamientos.

—¿Ram? —me acerco lentamente, intrigada por su comportamiento.

Ram no responde, como si estuviera siendo hipnotizada por la majestuosidad del firmamento. Aún tengo tiempo, así que no debería ser un problema.

Toco suavemente el hombro de Ram, y ella se voltea hacia mí, sorprendida.

—¿Estás bien? —mi intriga crece, ya que sus ojos parecen cristalinos. «¿Ram, a punto de llorar?»

¿Qué está sucediendo?

Creo que ella también sabe cosas que yo desconozco, cosas que involucran a Roswaal, así como a Marco.

Sé que ambos tienen roces todo el tiempo, y Marco en particular parece odiarlo por completo. Aunque Roswaal es alguien misterioso, siempre me ha apoyado, pero Puck, Marco, e incluso Betty desconfían de él.

Cuando pregunté, se negaron a proporcionarme pruebas o decirme algo.

Ram se inclina profundamente, sin decir una palabra más, y comienza a retirarse.

—Ram. —La tomo del brazo, haciéndola detenerse.

Ram se sorprende, girando solo para que unas lágrimas caigan de sus ojos. Sin querer, suelto su brazo.

—Lo siento, señorita Emilia, pero me gustaría estar sola en este momento. —Ram se aleja, entrando a la casa.

Me están ocultando cosas, para protegerme, para mantenerme así. Quiero ayudar, quiero hacer algo por todos. ¿Pero cómo lo voy a hacer si no son capaces de confiar en mí?

Si algo he aprendido es que la confianza se gana, sí, pero también depende de la decisión de la otra persona de confiar o no. Nunca había visto a Ram llorar, pero algo me dice que tiene que ver con él.

Me da miedo, es la palabra correcta.

Tengo miedo de confrontar a los demás. Creía que era firme, pero de alguna forma ahora que conozco más lo que mis palabras pueden hacer, me da miedo cometer errores al intentar ayudar.

Miro el cielo, intentando calmar mi corazón, acelerado y débil. Siento como si en cualquier momento me fuera a dar un infarto. Mis ojos pesan, mis pasos duelen.

Me siento cansada, cansada de todo.

Cuando llego a la tumba, no veo a nadie, como si ya supieran el resultado. Cierro mis ojos unos segundos, rezando a los espíritus por fuerza mental.

«Por favor, sé que soy imprudente e infantil, pero... déjame ayudar a quienes están frente a mí.»

Al abrirlos, continúo mi paso, acompañada por las estrellas y la soledad.

La sala se ilumina con un resplandor deslumbrante, una luz incandescente que amenaza con arrebatar mi aliento. Cada paso se convierte en un desafío, la carga del cansancio pesando sobre mis hombros, pero a pesar de la tentación de descansar, sigo avanzando.

Es necesario, imprescindible, aunque el deseo de reposo se haga eco en mis pensamientos.

Mis ojos, inquietos, recorren la estancia en busca de equilibrio, mientras la determinación me impulsa hacia adelante. Quiero descansar, pero sé que solo afrontando este desafío podré brindar la ayuda necesaria, incluso si esa ayuda no es bienvenida.

Finalmente, me acomodo en la sala principal y cierro los ojos, preparándome para lo que vendrá. En silencio, espero el susurro del pasado, la revelación de secretos enterrados en la penumbra del tiempo.

—Echidna, muéstramelo de nuevo, el pasado de Marco —pronuncio con determinación, buscando respuestas en las profundidades de la memoria.

Entonces, una voz etérea resuena en el aire, como un eco susurrante dispuesto a desvelar los misterios ocultos.

—Fu, fu. Lo haré con gusto.