En el Corazón de Emilia.
Si hubiera visto esto en cualquier otro momento, si mis amigos no hubieran intervenido para ayudarme, seguramente habría caído en una oscuridad sin retorno.
Sí, admito que me siento devastada, sumida en un abismo de dolor y confusión. Pero, entre las sombras que amenazan con engullirme, también logro vislumbrar una débil luz que antes me era imperceptible.
Es como si, de repente, hubiese despertado de un sueño profundo.
Guardo silencio, dejando que las palabras de esa persona se filtren en mi mente. La cruda verdad de sus palabras resuena en mi interior, haciendo eco en cada rincón de mi ser.
¿Cómo he podido ser tan ingenua?
Echidna se alza frente a mí, su presencia imponente acentuando mi sensación de desamparo.
—Te ves como una estúpida, si me permites decirlo —Echidna se burla de mí, su voz cargada de desprecio mientras su mirada arrogante intenta provocarme—. Marco se ha convertido en un monstruo, y tú, lo has acogido en tu propio ser.
Trato desesperadamente de mantener la compostura, pero las palabras ácidas que escapan de sus labios perforan mi corazón como afiladas dagas.
Mi voz interna me susurra que tal vez tenga razón, que quizás soy una insensata por aferrarme a la imagen idealizada de quien quiero tanto.
Su cruel revelación me golpea con la fuerza de un vendaval, arrancándome el aliento y dejándome sin habla. Pero en medio de mi caída, una determinación feroz comienza a brotar en lo más profundo de mi ser.
Si quiero ayudar a Marco, si quiero redimir nuestra relación, debo encontrar una manera de sacarlo de donde está.
—Aunque no sea la más inteligente o astuta, estoy dispuesta a luchar por él —respondo con voz temblorosa, pero firme en mi decisión—. Aunque mi camino sea incierto, no puedo abandonarlo.
Y así, con lágrimas resbalando por mis mejillas y el corazón lleno de incertidumbre, me enfrento al desafío que se presenta ante mí.
No puedo creer lo que Marco hizo en el pasado, ni puedo asimilar sus acciones actuales. El Marco que conozco surgió de las cenizas de un hombre destrozado por las consecuencias de una tragedia en su mundo.
Aun así, las tragedias ocurrieron, no puedo negarlo. La muerte de sus padres es un ejemplo doloroso de ello...
Toda esa carga de sufrimiento, culpa y soledad la ha llevado sobre sus hombros. Todo lo ha arrastrado hasta este punto, encerrándose en su propio dolor, incapaz de encontrar un lugar al que pertenecer. Fue Betty quien logró alcanzarlo, quien movió su corazón y le recordó su humanidad.
Y ahora su vida pende de un hilo, para salvarlo, ella…
Tal como lo hizo su madre.
Él ha soportado tanto, el dolor, la angustia, el agotamiento. Me ha confesado cosas, pero debe sentirse como un monstruo, «aunque ahora que recuperó sus recuerdos debe sentirse peor». Marco nunca se perdonaría a sí mismo, porque, aunque haya intentado borrar las huellas del pasado, el eco de la destrucción y el caos sigue resonando en su interior.
«Lo que recuerda, lo que está empezando a recordar, todo eso es lo que Marco hizo. El sufrimiento que causó a manos de ser controlado por el miasma, el sufrimiento que lleva en su corazón por dejarse controlar".
Y, sin embargo, nunca lo he escuchado hablar de esos sentimientos. Como ahora, sigue tratándose a sí mismo como un monstruo, «un monstruo que no merece más que sufrimiento».
La miro fijamente, tratando de mantener mi firmeza. Sus ojos negros se sienten como un abismo, un abismo de odio dirigido hacía mí, un abismo de interés dirigido hacía Marco y su mundo.
—Es siendo manipulado, no había nada que pudiera hacer. —Presiono mis labios, tratando de tragarme mis propias palabras.
Es la verdad, en el momento en que el cristal se rompió, sentí todo el dolor de Marco, todo el sufrimiento que emana del verdadero Marco.
Echidna se acerca, su rostro se aproxima al mío, y su dedo golpea directo en mi frente.
—¿Eres idiota? —Su sonrisa es despiadada, cargada de malas intenciones. Se limpia el dedo, para luego mirarme fijamente—. Ese era su deseo. En este mundo, todo se reduce a deseos; la propia avaricia lo condena a seguir sus impulsos. Él es un hombre ambicioso, incluso antes de que le pusieran ese collar. Podría decirse que ambas decisiones, tanto salvar a su familia como intentar salvar al resto, reflejan su insaciable ambición. Es increíble, es fascinante cómo puede nacer alguien así, un peligro caminante. Alguien que podría ser la ruina de todo.
Si Marco enloqueciera ahora, con el poder que posee, sería indudablemente una amenaza.
Todavía puedo ver la lucha en su mirada cuando enfrentaba a Garfield, aún puedo sentir la mezcla de su magia con la de Betty. "Eso no es algo de un ser humano." Todavía recuerdo su expresión cuando le dije palabras tan crueles.
"No vengas."
Todavía puedo oír sus palabras cuando intenté ayudarlo.
"La vida será aquello que tú desees que sea, adoptará la forma que le otorgues."
Recuerdo cada encuentro con él, cada palabra de aliento que me ofreció. Puedo sentir el calor de sus abrazos, su cariño...
—El ser humano es codicioso por naturaleza, siempre buscará su beneficio propio. Caos y mal surgen solo por su existencia. Entre esas personas nace alguien como Marco, una ambición que busca el bienestar de los demás. —Echidna sonríe, clavando su mirada en la mía—. Sin embargo, los monstruos de la avaricia son los más peligrosos.
Entonces, con una sonrisa que intenta ocultar el torbellino de emociones en mi interior, la observo a los ojos. Mis hombros se encogen involuntariamente antes de dejar escapar un suspiro cargado de la verdad que finalmente reconozco.
«No soy tan buena como creía".
—¿Monstruos como tú? —me levanto con determinación, obligándola a retroceder. Avanzo hacia ella, sin dejar que su mirada me intimide—. ¿Crees que tus palabras pueden herirme?
El rostro de Echidna se contrae en una mezcla de emociones, su mirada me atraviesa con un odio palpable, lo puedo sentir. Ella intenta hablar, pero no le doy la oportunidad.
—Tus palabras no pueden dañarme, porque ya sé lo que intentas decirme —digo con calma, mientras extiendo mi dedo para tocar su frente con suavidad. Sus ojos permanecen fijos en mí, pero puedo notar que mis palabras han causado un efecto en ella—. No puedo ser herida por tus palabras complicadas, no soy lo suficientemente astuta como para preocuparme por esas cosas tan innecesarias.
Es una verdad que finalmente acepto.
Dejaré que Marco sea quien piense de más. Yo seguiré adelante, enfrentaré lo que venga y encontraré la manera de convertir lo malo en bueno.
«No tiene sentido seguir dándole vueltas".
"Al final, también eres mi princesa"
Sus palabras resuenan en mí, provocándome una sonrisa mientras observo la pantalla.
Puedo ayudarte, y haré todo lo posible por hacerlo.
«Y yo, como su princesa, tengo el deber de velar por su bienestar», aprieto mis manos, decidida a actuar.
Sé que no conozco toda su historia, pero sinceramente, ya no importa.
—El pasado de Marco es solo un prólogo de la persona que conozco ahora. El Marco de ese pasado no existe ya, asi que no necesito ver más, no quiero perder más tiempo. —Pongo mis manos sobre mi pecho—. Prefiero escucharlo de sus labios a revivirlo aquí. Así que guárdatelo para ti.
Nunca lo había comprendido del todo, pero verlo ahora me hace darme cuenta de algo importante.
No importa lo que Marco haya sido en el pasado, manipulado o no. Lo que importa es quién es ahora. No lo absolveré por sus acciones pasadas, pero sí lucharé para que sea una mejor persona.
Porque sé, en el fondo, que nunca fue malo.
Es una decisión mía, y no me importa lo que piensen los demás. Al fin y al cabo, estoy en libertad de elegir. Marco ha pagado por sus errores y seguirá haciéndolo el resto de su vida.
Pero eso no significa que deba ser infeliz también.
«Debo preguntarle, saber qué es lo que se borró de su pasado".
—Gracias, Echidna. —Dejo que una sonrisa sincera ilumine mi rostro, pues gracias a su desafío he descubierto tantas cosas.
He encontrado a Marco.
He encontrado mi propia esencia.
He aprendido a valorar mis sentimientos, reconociéndolos como propios, y he visto mi propia fortaleza reflejada en aquellos que amo. Mis amigos, mis seres queridos, siempre serán parte de mí.
Por primera vez, Echidna parece mostrar una emoción genuina. Su odio hacia mí la hace brillar de una manera singular.
Sus facciones se retuercen, con cejas fruncidas y labios apretados que tiemblan. Sus brazos tensos, mientras me observa sin una pizca de amabilidad.
En contraste, yo mantengo mi sonrisa, enfrentándola sin miedo alguno.
—Eres auténtica. Me encanta ver ese destello de odio en tus ojos. —Mis palabras la hacen retroceder levemente.
Ella es la personificación de la avaricia, una entidad que encarna la más pura forma de codicia. Una psicópata incapaz de sentir emociones como los demás.
Pero el odio que me profesa es real.
—Me hace muuuy feliz ver que puedes expresar tus emociones sin ocultarte tras una máscara. —Echidna transforma la sala de cine en un campo abierto, donde la brisa acaricia mi piel y el sol ilumina un cielo azul radiante.
—Entonces, ¿he superado la prueba? —inquiero a Echidna, quien se sienta frente a mí con una expresión molesta.
—Vete. —Echidna extiende su mano, pero yo la detengo de inmediato.
Niego con la cabeza, reconociendo que hay algo más en juego.
—La apuesta... —mi mirada se eleva hacia el cielo por un instante antes de regresar a ella—. Creo que he ganado. —Sonrío con determinación, enfrentándola con firmeza.
Ella frunce los labios y luego extiende la mano hacia mí. Una luz azul irradia desde sus dedos, inundando el lugar con su resplandor.
El mundo comienza a distorsionarse, el verdor desaparece lentamente de mi vista, pero el hermoso cielo azul permanece inmutable.
Echidna comienza a desvanecerse, y lo último que escucho es su voz cargada de emociones.
—Qué fastidio tener que hacerle un favor a alguien como tú. —Sus palabras resuenan en el aire, llenas de un sentimiento que no puedo ignorar.
Con la firme convicción de que debo ayudarlo, aunque aún desconozco cómo enfrentar este desafío.
«¿Cómo puede uno superar algo así?»
Si mi deseo es auténtico, solo queda una opción: pedir ayuda. Apelar a aquellos que han compartido la vida con él desde el principio. Esos que conocen al verdadero Marco, al Marco que aún me es ajeno.
Al pasar al otro lado, me embarga una sensación de asombro ante la magnífica vista que se presenta ante mis ojos. Es una experiencia completamente distinta verlo todo en persona que a través de una pantalla.
La realidad del mundo de Marco se despliega ante mí, con un orden que, aunque un tanto vacío, sigue siendo hermoso en su esencia.
Los diseños urbanos recuerdan a Irlam, con sus barrios estructurados de manera similar y casas que se asemejan unas a otras, aunque con pequeñas diferencias. Mis manos se aprietan instintivamente mientras contemplo la casa de Marco.
Cada paso que doy aumenta mi nerviosismo, siento cómo mis manos y piernas tiemblan por la emoción que me embarga. Pronto, conoceré a sus padres en persona.
Aunque no sean los mismos ya que no están vivos, Marco los conoce profundamente.
Frente a la puerta, la urgencia de actuar con naturalidad se apodera de mí. Extiendo la mano y toco la puerta varias veces.
Mi corazón late con tanta fuerza que parece querer escapar de mi pecho, mientras una ola de nerviosismo recorre mi cuerpo. Jamás me he sentido tan ansiosa, ni siquiera mis manos han sudado de esta manera antes.
Observo la puerta, esperando una respuesta.
De repente, un pensamiento intrusivo se apodera de mí: «¿no será extraño para ellos ver a alguien como yo?» Abro los ojos con fuerza y rápidamente intento cubrir mis orejas con mi cabello, pero la magia no responde a mi llamado.
Toco mis párpados, sintiéndolos hinchados.
«¡No puede ser!». La ansiedad me invade y me esfuerzo por acomodar mi cabello y formar una sonrisa, solo para darme cuenta de que mi traje está mal puesto. No deseo dar una mala impresión a los padres de Marco.
—Disculpe… ¿Quién es usted? —la pregunta me devuelve a la realidad. Observo a su madre, aún más hermosa en persona, y quedo asombrada.
Sin embargo, una ola de vergüenza me invade al darme cuenta de que no estoy preparada. Mis mejillas se ruborizan y su mirada confundida me sume en el pánico.
—Yo soy, eh… —busco desesperadamente las palabras adecuadas, pero mi mente está en blanco. Pensándolo bien, es obvio que no va a reconocerme.
¿Quién dejaría entrar a un desconocido a su casa?
La determinación me embarga:
«¡Sí! Puedo hacerlo, puedo hacerlo». Reuniendo toda la fuerza interior, dirijo mi mirada hacia ella, encontrando sus ojos con los míos. Mis labios se mueven rápidamente, presa de los nervios.
—¡María, la novia de Marco! —Mi corazón da un vuelco al pronunciar esas palabras, sin saber qué impresión causarán en sus padres en ese momento.
«¡Tonta Emilia! ¡Tonta! ¡Tonta!» No puedo creer que haya dicho eso solo por los nervios. Sonrío hacia la madre de Marco, pero me doy cuenta de que el tiempo parece detenerse de repente.
«¿Echidna lo habrá hecho?»
"Está bien estar nerviosa, pero intenta aprovechar al máximo este momento", una voz desconocida resuena en mi mente. Es tan calmada y cálida que mis nervios se calman un poco.
Entonces, comienzo a sentir mi cuerpo de manera extraña. Rápidamente me doy cuenta de que estoy creciendo un poco, observando mi transformación en alguien más. Aunque no me reconozco, algo en mí sabe quién soy.
"Ayuda a ese tonto, se lo muuucho que lo quieres, aunque no lo merezca". Sonrío, reconociendo la verdad parcial en esas palabras. Es para lo que vine, aunque también quería conocer a sus padres.
Cuando la transformación finaliza, me enfrento a la madre de Marco, quien me mira fijamente. Ahora soy un poco más alta.
Es extraño ver todo desde esta perspectiva, jejeje. «Hacia el más allá...».
Evito reírme de mi propio chiste, sintiéndome avergonzada por pensar algo así. Sin embargo, la alegría que me invade es indescriptible.
—¡Perdona por no reconocerte! —exclama, lanzándose sobre mí y abrazándome. Siento la calidez en su abrazo, sus brazos sosteniéndome con fuerza y emoción. Percibo el amor que me brinda, tan claro que casi empiezo a llorar de emoción.
Tras superar la sorpresa, correspondo al abrazo, intentando calmar mi corazón emocionado. No pensé que un simple abrazo pudiera hacerme sentir así. Feliz y ansiosa, como si estuviera cumpliendo un sueño desconocido.
—Es un placer verla por primera vez en persona. —Intento mantener la formalidad, pero la madre de Marco me suelta y me mira con cierto rechazo.
—¿Dije algo mal? —pregunto, sintiendo el nudo en mi garganta.
—¡No es necesario ser formal! ¡Somos familia! —exclama, sonriendo de una forma tan cálida que derrite cualquier barrera helada que tuviese. La forma de su voz, su forma de ser, el aura que tiene.
Es un contraste tan marcado con la frialdad habitual de Marco que no puedo evitar compararlos en mi mente.
«¡Deberías aprender Marco! ¡Hmpf!», una suave regañina se forma en mis pensamientos dirigida hacia él.
Marco, la mayoría del tiempo, se dirige a mí con una formalidad que me resulta distante. Incluso rechaza usar algún apodo o término más cercano; lo máximo que he logrado es que me diga princesa.
Hasta su hija, Betty, lo reprende por ello.
—¡Pasa! Déjame mostrarte nuestro hogar, también el tuyo —dice la madre de Marco, extendiendo su mano para invitarme a entrar. Asiento y avanzo con cautela, reflexionando sobre mis próximos pasos.
«Antes le tenía miedo, pero ahora es momento de enseñarle una lección», pienso mientras cruzo el umbral de la casa.
Al adentrarme, una sorpresa grata me envuelve. Todo parece haber experimentado una transformación mágica. La calidez del hogar, ese abrazo reconfortante de pertenencia. La mansión no puede compararse en absoluto; si tuviera que hacerlo, sería con la casa de Lyza, la madre de Petra.
Cálida y acogedora, dulce y serena.
Pero, de alguna forma, esto también es diferente. Siento que pertenezco, que también quiero ser parte de esta calidez que me envuelve como una suave brisa en primavera.
Mis labios se entreabren lentamente mientras mis ojos exploran cada rincón de su morada. Contemplo las decoraciones, los estantes rebosantes de recuerdos, pero lo que más me impresiona es la profusión de fotografías.
Me acerco rápidamente a uno de los estantes, deteniendo mi mirada en una de las imágenes.
Tomando una de ellas, observo la imagen de Marco más joven, aparentando tener la misma edad que Luan ahora. Su expresión feliz me arranca una sonrisa instantánea. Siento cómo mi corazón comienza a palpitar con fuerza.
No es por miedo, sino por un sentimiento indescriptible que no puedo poner en palabras.
El estar viendo y tocando me despierta una envidia sutil. La meticulosidad de cada detalle, esa sensación de pertenencia que reconforta el alma. Dejo la foto y sigo explorando, notando cómo cada rincón está meticulosamente organizado, con recuerdos que adornan cada esquina.
Mientras camino por la casa, todo el ruido se desvanece en el fondo, dejando espacio para mis propios pensamientos. Mesas de madera con manteles bordados, donde posan fotografías llenas de bellos recuerdos. Las paredes, que parecen tener decoraciones llenas de sentimientos.
Todo lo que puede ver mi vista no es más que un hogar de una familia común, donde los recuerdos afloran. Incluso yo, ahora mismo, siento un dolor y felicidad tan grande.
«Madre fortuna, padre Geuse…» Si tan solo hubiésemos creado un hogar como este, si tan solo hubiese sido una buena niña.
Me gustará recordar momentos similares en mi propia infancia, no haber cometido esos errores del pasado, es un lugar que por momentos odié, que amo ahora.
Un lugar que, aunque no vaya a volver, recordaré con toda mi alma.
Al tocar un viejo reloj de pared, siento la suavidad de la madera un poco desgastada bajo mis dedos, recordando aquel dibujo que está en mi habitación. Observo maravillada cada detalle, imaginando las manos hábiles que lo construyeron y el ingenio que lo concibió.
Estoy recorriendo el lugar donde Marco creció, donde están sus recuerdos más preciados.
Doy media vuelta, y mis ojos captan un objeto. La emoción crece en mi al verlo, camino rápidamente, posándome en frente de él con una gran sonrisa.
—¡Una máquina de escribir! —exclamo con cariño al reconocer su similitud con las que diseñó Marco.
Marco me había contado que antes tenían una, que su padre trabajaba con ella hasta que llegaron las computadoras.
Contemplar esto me llena de cierta envidia. En la mansión todo es majestuoso, rebosante de objetos, pero se siente tan vacío a la vez, como si no fuera parte de lo que soy. En cambio, aquí, en esta casa llena de recuerdos y cariño, encuentro una plenitud que nunca había experimentado.
Las decoraciones coloquiales, como lo suele describir él, y los cientos de recuerdos adornan cada rincón, impregnando el ambiente con un sentido palpable de historia y afecto.
Mientras me sumerjo en la atmósfera acogedora de la casa, una melodía suave de flauta flota en el aire, emanando de un dispositivo mágico en algún rincón de la sala; un estéreo, si no recuerdo mal. Es un detalle clásico de la madre de Marco, él siempre me contaba que a su mamá le encantaba esa música.
En medio de este escenario, no puedo evitar decir en el fondo de mí.
«Esta casa no es una mansión, pero a la vez es más valiosa y espaciosa para mí», reflexiono mientras me dejo llevar por la magia de los recuerdos que llenan cada espacio.
«Yo también quiero llenar una casa con recuerdos, fotos, objetos. Quiero viajar, explorar y tener momentos así. Quizás deba pedirle a Marco que haga una cámara», pienso, imaginando un futuro compartido con él.
Sé que, si se lo pido, se pondrá a trabajar. Ahora que Betty no está, siento que es mi deber ayudarle a mantener viva la esencia de este hogar tan especial.
A medida que recorro la casa, mis interacciones con objetos específicos despiertan emociones profundas. Mis dedos acarician un marco de fotos antiguo, sintiendo la textura lisa del material bajo las yemas de mis dedos.
«Asi que así se siente el plástico».
Cada objeto parece susurrar una historia, cada fotografía captura un momento en el tiempo, y me encuentro inmerso en un mundo de recuerdos compartidos y sueños por realizar.
Mis ojos se detienen en una pared cubierta de fotos, una galería de momentos felices congelados en el tiempo.
Desde viajes hasta momentos familiares, cada imagen evoca una sonrisa en mi rostro y un calorcito en mi corazón.
—¡Marco de chiquito es muuuuuuy lindo! —exclamo con emoción al observar las fotos, dejándome llevar por la ternura que emana de cada imagen.
Mi corazón da un vuelco al contemplar la inocencia en los ojos de Marco en esas fotografías. Siento un cosquilleo que recorre mi cuerpo, un anhelo profundo de estar cerca de él, de compartir más momentos como estos juntos.
A través de las imágenes, puedo ver el potencial de nuestro futuro, lleno de risas, aventuras y cariño. Y en ese momento, sé que no hay otro lugar en el mundo donde desee estar más que aquí, en este hogar lleno de recuerdos y esperanzas compartidas junto a Marco.
«Te voy a salvar».
Miro la foto de cerca, mis ojos fijos en los pequeños ojitos de Marco. Pongo mi mano sobre la foto, sintiendo la suavidad del vidrio y la inevitable marcha del tiempo. En ese instante, la certeza se apodera de mí: «realmente quiero una cámara».
Quiero capturar momentos para revivirlos más tarde con la misma sonrisa que tengo ahora.
Solo imaginar tener una foto de Betty, de aquel día en que fuimos de paseo al árbol Flugel, me llena de alegría. Fotos del picnic que compartimos en ese hermoso campo de flores.
«Aunque ya tengo el dibujo, jejeje.»
Si tan solo pudiera tener fotos de Puck mientras entrenaba a Marco, o de momentos especiales con Rem, Lyza, Luan, Crusch y mis otras amigas. Si pudiera inmortalizar momentos de mi vida para que nunca se borren de mi memoria.
Estoy segura de que, en momentos de soledad, solo con ver esas fotos la sensación de vacío se disiparía.
—¿No es mi hijo el más lindo? —escucho una voz aguda, propia de alguien mayor.
Doy un pequeño salto de sorpresa al reconocer la voz. Mis manos comienzan a temblar, sintiendo el nerviosismo regresar. Aún recuerdo su poema, el dolor que sentí al escucharlo.
La figura que se acerca es la de un hombre con una apariencia seria pero cálida, su rostro está marcado por una barba gris prominente y su mirada es penetrante. Su semblante, realmente atractivo, me hace recordar la semejanza con Marco.
Su cabello es similar al de su hijo, aunque el de Marco es café como el de su madre. Ambos comparten la misma nariz y cejas levemente arqueadas.
El hombre avanza con paso decidido hacia mí, sus ojos brillan con una chispa de reconocimiento al verme. Su mano se extiende en un gesto de saludo, y cuando la tomo, puedo sentir su firmeza y calidez.
Intento inclinarme para saludarlo, pero en cambio soy envuelta en un cálido abrazo. Correspondo al gesto, sintiéndome instantáneamente acogida por su aura paternal.
—¿No es mi hijo el más lindo? —pregunta con una sonrisa cálida, mientras su mirada se posa en la fotografía de Marco.
Asiento con una sonrisa, asombrada por la amabilidad y el cariño que irradia. Sus gestos son reconfortantes, su expresión comprensiva.
«Esto se siente mucho más cálido», reflexiono mientras me dejo envolver por el calor de su abrazo y la familiaridad de su presencia. Siento que puedo conversar con él, como si lo conociera de toda la vida.
Es mágico, hay una conexión especial en este momento. Lo vi durante el pasado de Marco, pero no pensé que los sentimientos que el sentía en ese momento no se comparasen a los míos. El estaba acostumbrado a esta calidez, mientras que para mi es la primera vez presenciándola.
Incluso en Irlam la gente suele ser más reservada.
Aunque aún estoy nerviosa, mi corazón late con fuerza de emoción y nerviosismo. Quiero quedarme y conocer más, quiero estar aquí con Puck, Betty y Marco. Por supuesto, sería genial si estuviéramos todos juntos.
—¿Cómo estás? ¿Te ha traído muchos problemas mi hijo? —su pregunta burlona me hace entrar en razón.
«¿Qué puedo responder a esa pregunta?» Intento pensar en algo, pero hay una verdad que no puedo ocultar.
—Estoy bien, gracias. Marco ha sido una gran compañía —respondo sinceramente, sintiendo que la tensión inicial se disipa con cada palabra compartida—. Además, soy yo quien siempre le trae problemas.
Sonrío, pero desvío la mirada momentáneamente, sintiendo un leve rubor en mis mejillas. Sin embargo, al verlo sonreír, me doy cuenta de que no hay motivo para preocuparme. Su expresión cálida y amable me tranquiliza de inmediato.
Su mirada se posa en mí, y puedo percibir la alegría genuina en sus ojos ante mi comentario.
—Bueno, entonces debe estar muy feliz. —Dirige su atención hacia una mesita de madera, con una cubierta de vidrio y un pequeño mantel blanco.
Se inclina y comienza a buscar en los cajones de la mesita mientras yo sigo reflexionando. No puedo evitar sentir cierta intriga. «¿Por qué Marco estaría feliz de eso?» Desde que lo conocí, rara vez lo he visto sonreír de verdad.
—¿Feliz? —pregunto, intrigada por su respuesta.
Tras rebuscar entre varios papeles, parece encontrar lo que busca: un libro con una portada café y un grosor que denota su gran cantidad de contenido. Al intentar leer la portada, solo logro entender una palabra:
¿Fotos?
Me entrega el libro, y al sostenerlo, siento no solo su peso físico, sino también la carga emocional que lleva consigo. Es más que un simple libro; es un tesoro invaluable para aquellos a quienes les importa.
—Sí, a Marco le gusta ayudar, quizás un poco más de lo necesario. —Sonríe, instándome a mirarlo.
Comienzo a hojear el libro, y mis ojos se abren de sorpresa al encontrarme con la primera foto. Una sonrisa se dibuja en mi rostro, y por un instante, olvido dónde estoy.
«¡Marco de bebé!»
—¡Marco de bebé! —exclamo, cautivada por completo por la imagen. Hay fotos de él llorando, con su padre, con su madre. A pesar de estar algo desgastadas y amarillentas por el tiempo, cada una transmite un sentimiento único y especial.
Sin embargo, al llegar a una foto en particular, mi reacción es diferente.
«¡Esta desnudo!», cierro el libro de golpe, sintiendo cómo el rubor invade mis mejillas al darme cuenta de lo que muestra la imagen.
—¡JAJAJAJA! —El padre de Marco se ríe con una risa contagiosa, su alegría llena la habitación, haciendo que el ambiente se vuelva más cálido y acogedor.
«¿Por qué guardarían fotos de su bebe desnudo?»
—¡Señor! —Intento decirle algo, pero él sigue riendo a carcajadas.
Contagiada por su risa, me veo obligada a reír también. No me espera ver a Marco desnudo, aunque sea siendo solo un bebé. Nunca pensé que reaccionaría de esa manera, antes no solía pasarme.
—¡Era todo un modelo de pequeño! —comenta entre risas, mientras recupero la compostura—. Pero tranquila, son solo recuerdos familiares, nada de qué avergonzarse. Eres parte de ello también, asi que son también son tus fotos.
Me esfuerzo por sonreír, tratando de restarle importancia a mi reacción, aunque por dentro sigo sintiéndome un poco avergonzada. Tomo aire y decido dejarme llevar por el ambiente relajado que se ha creado.
Limpio mis lágrimas y, de repente, todo dentro de mí se aclara. Siento cómo mi cuerpo y mi alma se fusionan en uno solo. Mi corazón late emocionado al ver aquel libro.
—Sí, parece que Marco ha sido toda una fuente de alegría desde pequeño —respondo, tratando de seguir el juego y desviar la atención de mi torpeza.
Lo abro de nuevo y me encuentro con fotos de Marco disfrazado, otras en el colegio, incluso varias en las que llora.
«Vaya, qué llorón es», comento entre risas, mientras observo las imágenes.
—No le gustaba estar solo. —Me sonríe su padre, como si supiera exactamente lo que estoy viendo sin necesidad de mirar las fotos.
Ver a Marco de esa manera, con sus lágrimas y sonrisas inocentes, me hace darme cuenta de que es una persona normal, capaz de inspirar sonrisas con su mera presencia, asi como llorar cuando es necesario.
Las palabras de Crusch resuenan en mi alma: "Tú eres quien puede ayudarlo".
Un sentimiento de unidad y poder me invade. Me siento viva.
—Mi hijo era un llorón en aquel entonces —comenta su padre, con una sonrisa algo confusa, mientras observa las fotos en la pared. Parece que sus palabras esconden algo más.
—Pero siempre se ve lindo —exclamo, señalando una foto donde Marco está disfrazado de rey.
«Tendré mucho de qué burlarme cuando estemos en la mansión», pienso para mí, imaginándome la reacción de Marco cuando le cuente todo.
—Es mi hijo, siempre será hermoso. —Asiente su padre, cruzándose de brazos. El orgullo en sus palabras y la forma en que las pronuncia me hacen darme cuenta del amor que siente por Marco.
—Es increíble cómo las fotografías pueden capturar momentos tan preciosos —comento, sintiéndome cada vez más intrigada por la vida de Marco y su familia.
El padre de Marco asiente con complicidad, compartiendo mi fascinación por los recuerdos plasmados en papel.
—Este álbum de fotos es especial para nosotros, tiene todos los momentos importantes de la vida de Marco, desde que era un bebé hasta ahora. Es nuestra forma de mantener vivos los recuerdos y compartirlos con quienes queremos. —Observo con atención las fotos mientras él habla.
Con cada imagen me cuenta una historia, transmitiendo emociones y recuerdos que trascienden el tiempo.
Juntos seguimos ojeando el álbum, compartiendo risas y anécdotas mientras exploramos el pasado de Marco.
En ese momento, me doy cuenta de que estoy experimentando una conexión única con la familia de Marco, una sensación de pertenencia y familiaridad que nunca había sentido. Es como si, a través de esas fotos y esas risas, estuviera descubriendo un nuevo hogar.
—¡Marco te dijo que no sacaras eso sin él! —Entonces, como si el aroma de la felicidad se mezclara con el aroma de la comida, aparece la madre de Marco desde la cocina, mirando al papá de Marco con cierta desaprobación.
En sus manos lleva una bandeja, que contiene varios platos y pocillos. Entonces soy inundada por aromas desconocidos, olores tan suaves y a la vez cálidos que siento que estoy flotando.
Mi estómago empieza a moverse, fruto de la emoción de probar algo nuevo.
La luz natural se filtra suavemente por la ventana, iluminando la mesa adornada con detalles familiares. El aroma a café impregna el aire, añadiendo un toque de singularidad al ambiente.
Ella me sirve con una sonrisa, y tras agradecerle, mis ojos se posan en los platos dispuestos frente a mí. El café, con su color similar al cabello de Marco, me hace recordarlo instantáneamente.
El pan, con sus detalles en la cubierta, emite un delicioso aroma que despierta mi apetito.
—Parece que tenías hambre. —Su tono amable me hace sonreír, asintiendo con gratitud cuando me indica que me sirva con gusto.
Mi corazón emocionado solo puede pensar en el sabor que tendrá. A pesar de no saber nada, es algo que Marco probaba constantemente en este mundo. A pesar de ello, nunca lo escuché decir que se hartara de comerlo.
Siempre apreciaba todas las muestras de cariño de sus padres, aunque él decía que no se había dado cuenta hasta cuando fue a mi mundo.
Lo primero que tomo es el pocillo de café, lo acerco un poco a mi nariz para sentir su aroma. Un aroma penetrante, fuerte y a la vez un poco amargo. Marco dice que para tomarlo primero hay que olerlo, por lo que sigo sus pasos.
—Sopla un poco antes, que está bastante caliente —me indica ella con una suave sonrisa, por lo que hago caso y empiezo a soplar.
Tras unos segundos, muevo mis manos, acercando el café hasta remojar mis labios con este. Tomo un sorbo, sintiendo su sabor.
De un momento a otro lo siento, ese calor reconfortante viaja por mi cuerpo, se desliza por la garganta y se queda impregnado en mi corazón.
Aunque prefiero los sabores dulces, este café me hace sentir una sensación de paz y calidez que me reconforta.
—¿Está rico? —pregunta el padre de Marco, haciendo que asienta con gusto.
Sostengo entre mis manos el pan recién horneado, cálido y suave al tacto, tiene algo encima, pero no puedo reconocer qué es. Su aroma dulce y tentador me envuelve, invitándome a darle un bocado y descubrir su sabor.
Cuando doy el primer mordisco, abro mis ojos con fuerza. Su suavidad es indudable, su sabor, un poco salado y dulce, me sorprende cuando veo que tiene queso por dentro. Cierro mis ojos, maravillada por el delicioso sabor.
—¡Qué delicia! —se escapa de mis labios, pero me mantengo sonriendo. Luego pruebo el café, sintiendo su combinación. Ambos sabores se mezclan, haciendo que mi boca quede deleitada.
—Es el pan favorito de Marco —recalca la mamá de Marco, mientras yo no puedo evitar seguir comiendo. Ambos me miran con una sonrisa. Para cuando termino, ellos también parecen haber terminado también.
La madre de Marco me mira con una sonrisa cálida, y el padre de Marco, quien parece pensativo, me mira con una expresión seria.
—¿Ha pasado algo con nuestro hijo? —su pregunta cae por sorpresa, mis ojos se abren, reconociendo que vine con ese objetivo en mente.
«¡Casi me olvido del motivo por el que vine!». Observo los platos vacíos sobre la mesa, mientras mi mirada se desvía hacia las fotos que adornan las paredes.
En ese instante, una sensación de familiaridad y pertenencia me invade, como si este lugar fuera mi hogar, como si fuera parte de esta familia.
Dirijo mi mirada hacia una de las fotos, donde la sonrisa de Marco irradia alegría y confianza. Siento que esa imagen me infunde fuerza, como si un torbellino de determinación se apoderara de mí.
Me siento invencible, como si este momento me perteneciera por completo.
—Sí, verán… —les digo, bajando la sonrisa de mi rostro.
Ambos, con gestos suaves y una expresión comprensiva, inclinan ligeramente la cabeza, mientras escucha atentamente mis palabras, demostrando su empatía hacia la situación de su hijo.
Necesito abordar el motivo de mi visita sin revelar completamente la situación. Quiero expresarles mi preocupación por Marco, pero sé que no podré explicarlo todo.
La madre de Marco, con una sonrisa cálida y un gesto de ternura, se acerca a mí y me ofrece otra taza de su café recién hecho, su aroma reconfortante llena la sala, añadiendo una capa adicional de calidez y hospitalidad al ambiente.
—Marco está atravesando por una situación complicada —les comunico con determinación—. Él se ve a sí mismo como un monstruo, cree que todo lo que hace terminará mal. Marco es una persona muy importante para mí, por eso quiero ayudarlo. Quiero que se abra a mí, que se abra al mundo.
Mis manos se aferran entre sí, conteniendo la frustración que arde en mi interior.
El padre de Marco, con un gesto de comprensión en sus ojos, asiente lentamente mientras escucha mis palabras, demostrando su apoyo y solidaridad hacia mi preocupación.
—Intenté ayudarlo una vez y obtuve algunos avances, pero ahora no sé cómo hacerlo —confieso, sintiendo que las lágrimas amenazan con escapar de mis ojos—. S-Solo quería comprenderlo mejor, quería buscar consejo en las personas que más ama en este mundo.
Las lágrimas empiezan a fluir por mis mejillas, pero no me hacen sentir débil. Al contrario, son la manifestación de mi deseo ferviente de ayudar.
La madre de Marco, con gestos cariñosos y una mirada llena de compasión, me ofrece un pañuelo para secar mis lágrimas, mientras su expresión tranquilizadora transmite un sentido de apoyo y consuelo en este momento de vulnerabilidad.
—Quiero que él esté bien, quiero hacerlo sonreír como en esas fotos, quiero que ambos sonriamos juntos —expreso con vehemencia, entrelazando mis manos—. ¡Quiero verlo feliz! A pesar de las dificultades, quiero que enfrentemos los desafíos juntos y que al final, podamos sonreír.
Bajo la mirada, sintiendo la impotencia de no tener todas las respuestas.
El padre de Marco, con una mirada reflexiva y una voz llena de esperanza, comparte algunas palabras de aliento y sabiduría.
—Eres maravillosa, mucho más de lo que tenía pensado.
Observo a los padres de Marco con sorpresa, quienes me sonríen con confianza. No parecen preocupados por la situación, al contrario, transmiten una sensación de calma.
El suave murmullo de la música de fondo envuelve la sala como una manta cálida, mientras el aroma embriagador del café recién hecho se mezcla con los recuerdos que cuelgan en las paredes.
La madre de Marco se sienta a mi lado, envolviéndome en un cálido abrazo. Su mano acaricia mi cabeza con ternura, y aunque intento contener las lágrimas, no puedo evitar seguir llorando.
En cada gesto de la madre de Marco, encuentro un refugio, una calidez que me abraza el alma. Sus ojos, inundados de comprensión y empatía, reflejan un océano de sentimientos que me sumergen en su mundo.
Cada sonrisa que dibuja en su rostro parece teñida de esperanza, como si fuera un faro que guía nuestros corazones a través de la tormenta.
—Creo que ya tienes tu respuesta —dice la madre de Marco, su voz suena como una melodía suave que acaricia mis oídos—. Marco es alguien muy inteligente, verdaderamente podrías describirlo como un genio en su forma. Al final, cada uno tiene algo en lo que se destaca, solo que no suelen apreciarlo.
Asiento con gratitud, dejando que sus palabras se asienten en mi corazón como semillas de esperanza en un terreno fértil. Reconozco la brillantez innata de Marco y la manera en que ha iluminado mi vida desde el primer día que lo conocí.
Mientras escucho sus palabras, siento cómo el ambiente se impregna de una atmósfera reconfortante y familiar. Mirándome fijamente a los ojos, deja que todo lo oculto salga a luz.
—Nuestra familia tiene un pequeño defecto de nacimiento; Yo mismo nací con ello —confiesa su padre, su voz tiembla ligeramente, pero sus ojos brillan con determinación y amor—. No somos poco afectivos, ni mucho menos orgullosos. Simplemente, encontramos difícil expresar nuestras emociones de la misma manera que los demás.
Mis ojos se posan en la foto de Marco, llena de moretones, pero con una sonrisa que brilla como el sol en un día despejado. La imagen es mi recordatorio tangible de la fuerza y la valentía de Marco, incluso en los momentos más oscuros.
—Es un miedo instintivo, temor por caer preso de las emociones, caer preso y no poder cumplir las responsabilidades —explica su padre, su voz es como un susurro que se desliza suavemente por el aire—. Siempre creí que con Marco podría cambiar eso. Intenté ser el padre que no tuve para él, pero parece que será parte de su vida.
«¿Miedo?»
«¿Por qué tendría miedo de compartir algo conmigo?», pienso para mí misma, pero el parece leer mis pensamientos.
—Tienes que entender que no es porque él no quiera, simplemente así sucede —me asegura el padre de Marco.
«¿Entonces, no hay nada que pueda hacer?», me pregunto en silencio, buscando desesperadamente una solución que parezca escaparse entre mis dedos como el agua de un arroyo.
—Si no puede controlarlo, entonces, ¿Qué puedo hacer? —mi voz suena débil, pero está cargada de determinación y deseo de ayudar a Marco a encontrar la luz en medio de la oscuridad.
La madre de Marco me toma de los hombros con firmeza, sus ojos brillan con una mezcla de comprensión y fortaleza que me reconforta en lo más profundo de mi ser.
—La respuesta es bastante obvia —declara, su voz es firme como una roca que se aferra en medio de la tormenta—. Toda la familia Luz sufre de eso, pero, en realidad no lo hacen de la misma forma.
El padre de Marco esboza una sonrisa comprensiva mientras asiente con la cabeza, sus ojos irradiando una mezcla de ternura y complicidad.
Observo con atención cómo la madre de Marco clava su mirada en la mía, como si pudiera escudriñar mis pensamientos más profundos, anticipando la pregunta que sé que está por venir.
Mis manos se tensan ligeramente mientras la voz suave pero penetrante de la madre de Marco llena la habitación con una expectativa palpable.
—Permíteme hacerte una pregunta que quizás no esperas —dice la madre de Marco, su tono cargado de significado, como si las palabras fueran un anzuelo que atrapa mi atención con firmeza—. ¿Qué representa Marco para ti en tu corazón?
Mi corazón comienza a latir con fuerza en mi pecho, como un tambor que marca el ritmo de mi nerviosismo creciente. Cierro los ojos por un instante, tratando de contener la marea de emociones que amenaza con desbordarse.
La pregunta cae sobre mí como una cascada, sumergiéndome en un remolino de pensamientos y sentimientos encontrados.
Mi respiración se entrecorta, mientras un nudo se forma en mi garganta, dificultándome el hablar. Me siento expuesta, como si estuviera parada en medio de una tormenta sin protección alguna, enfrentando la fuerza arrolladora de mis propias emociones.
No soy la pareja de Marco, pero su presencia ocupa un espacio sagrado en mi corazón. Sin embargo, definirlo con palabras parece una tarea imposible.
¿Cómo expresar lo que siento por él cuando ni siquiera yo misma entiendo completamente mis propios sentimientos?
No conozco el amor romántico en su forma convencional, pero lo que siento por Marco va más allá de cualquier definición que he visto.
Él es como un faro en medio de la oscuridad de mi vida, una luz que guía mis pasos en las noches más tempestuosas, iluminando los rincones más oscuros de mi alma con su presencia reconfortante.
—Yo… —mi voz se quiebra, las palabras se atascan en mi garganta mientras busco desesperadamente las adecuadas para expresar lo que siento.
Sé que Marco es más que un amigo, más que un compañero.
Él es mi confidente, mi apoyo incondicional, la mano que sostiene la mía cuando el mundo parece desmoronarse a mi alrededor. Su existencia llena los vacíos en mi ser, completándome de una manera que nunca había experimentado.
—Yo solía tener miedo de relacionarme, temía ser rechazada por mi apariencia —comienzo a explicar, dejando que mis pensamientos se deslicen como hojas al viento—. Pensaba que la soledad sería mi compañera eterna, que nunca encontraría a alguien que me aceptara tal como soy.
Una sonrisa tímida se dibuja en mis labios al recordar el momento en que Marco entró en mi vida. Fue como si el destino mismo lo hubiera enviado para rescatarme de la oscuridad y la desesperanza, como si fuera la respuesta a todas mis plegarias silenciosas.
Mientras relato todo esto a los padres de Marco, permito que la calidez de aquellos recuerdos me envuelva como una manta reconfortante, sintiendo cómo cada palabra emerge de lo más profundo de mi ser:
—Anhelaba desesperadamente tener a alguien a mi lado, alguien que me hiciera sentir que pertenecía a algo —continúo, dejando que la emoción y la nostalgia fluyan a través de mis palabras, como un río que serpentea en mi corazón—. Y Marco, él siempre estuvo ahí para mí. Siempre.
Un torrente de gratitud y aprecio inunda mi ser al recordar cada momento compartido con él, cada gesto de cariño y apoyo que me ha brindado. Él es mi roca, mi ancla en un rio de incertidumbre y temor.
—Marco siempre está dispuesto a ayudar a quienes lo necesitan —concluyo con una sonrisa radiante, reconociendo la nobleza de su corazón—. Y yo, me siento infinitamente agradecida de tenerlo en mi vida.
Cada instante junto a Marco es como comer un delicioso postre, un pastel de alegría, cada momento compartido una prueba del cariño incondicional que nos une.
Su presencia es como una melodía suave que acaricia mis sentidos.
—Cada vez que está cerca, siento que estoy en casa, en el lugar donde pertenezco, en un refugio seguro donde puedo ser yo misma sin reservas.
Entrecruzo mis dedos, sintiéndome avergonzada por todos mis pensamientos y palabras. No puedo creer que sea capaz de expresarme así, no me había dado cuenta de que había aprendido tantas palabras, tantas formas de expresarme.
«Leer es mágico, verdaderamente».
Antes de darme cuenta ya encuentro sonriendo, sintiendo me mis mejillas y orejas estar ardiendo al rojo vivo.
—Cada vez que Marco se enfadaba conmigo y me gritaba, sentía como si el mismísimo cielo se oscureciera y el aire se volviera denso con la tensión.
Nunca me insultaba y solo lo hacía al inicio, pero todavía lo recuerdo claramente.
Es como si temiera a que algo malo fuese a pasar por no seguir sus pasos. Sus ojos, usualmente cálidos, se tornaban fríos como el invierno, y su voz, que solía ser mi sonido favorito del día, se convertía en un trueno que retumbaba en mis oídos.
Pero después de la tormenta, siempre llegaba la calma.
Y con ella, sus disculpas.
—"Lo siento mucho, Emilia. No quería que termináramos así", me decía con voz suave, mientras me miraba con ojos llenos de arrepentimiento. Todo eso a la vez que sostenía algo en sus manos.
Como un mago que conjura un hechizo para restaurar la paz, Marco aparecía con un gesto de reconciliación, ya sea con un plato humeante de mi comida favorita o una sonrisa que derretía hasta el más duro de los corazones.
—Nunca recibí un trato especial. —Rechazo esa idea de inmediato con un movimiento de cabeza, porque en mi interior resuena la verdad oculta—. No... su trato fue tan excepcional que me envolvió por completo, haciéndome incapaz de ver más allá de él.
Cuando me sentía molesta, Marco tenía la habilidad de transformar mi descontento en felicidad.
Con solo una mirada o un gesto cariñoso, lograba calmar las tormentas internas que amenazaban con desbordarse. Su simple presencia era suficiente para hacerme sentir en casa, incluso en los momentos más turbulentos de mi vida.
—"Reconocería tus manos incluso sin tocarte", murmuró con una sonrisa, revelando su complicidad al descubrir mi identidad a ciegas una vez que iba a celebrar su cumpleaños.
En ese instante, supe que él me veía de verdad, más allá de las apariencias, más allá de las máscaras que todos llevamos puestas. Y en sus ojos encontré la aceptación y el aprecio que siempre había anhelado.
A pesar de que Marco nunca se consideró alguien que me tratara de manera especial, para mí siempre fue único.
Cada gesto, cada palabra, cada mirada cargada de cariño y esperanza, me recordaba lo afortunada que era de tenerlo a mi lado.
—Él es parte de mi mundo, quien expandió el universo a mi alrededor, y no hay nada más en este vasto cosmos que puede competir con su brillo. —Sonrío, recordando aquella vez cuando se creó la constelación Puck.
Puedo recordarlo, la estrella central que, con un pensamiento fugaz: Pude darle un nombre.
—Marco Luz es la estrella que más me ha iluminado en toda mi vida.
Los padres de Marco me miran con ternura, y una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios al sentir su apoyo. Un brillo de nostalgia cruza mi mirada mientras continúo:
—Recuerdo una vez en particular, cuando Marco se esforzó tanto en la cocina para prepararnos una deliciosa comida. —Miro hacía el tejado, sintiendo el calor de ese momento en mi corazón—. Sus manos danzaban entre los ingredientes con una destreza que solo el verdadero cariño puede enseñar. Admiro su habilidad y dedicación, y me siento bendecida por tenerlo a mi lado.
Una lágrima se forma en el rincón de mis ojos, pero la aparto con un gesto decidido antes de continuar: el recuerdo de cada momento compartido con Marco me invade, haciéndome sentir una mezcla abrumadora de gratitud.
—Y no puedo olvidar las veces que lo veo trabajar con pasión en su oficina —susurro con reverencia, como si estuviera contemplando, por primera vez, los verdaderos colores—. Su compromiso y determinación son más que admirables; son inspiradores. Cada vez que lo observo entregarse por completo a sus labores, siento una chispa encenderse dentro de mí, recordándome que el éxito se alcanza con esfuerzo y otorgándome una determinación inquebrantable para seguir adelante.
Los momentos difíciles son parte de la vida, pero Marco siempre está ahí para ser mi roca, para sostenerme cuando siento que todo está en mi contra.
Otra lágrima escapa de mis ojos mientras continúo, dejando que mis emociones fluyan libremente: su apoyo incondicional es mi salvación en medio de la tormenta, y gracias a él, soy capaz de superar obstáculos que parecían insuperables.
—Recuerdo con claridad el momento en que no podía sacar Marco de mi cabeza, cuando cada pensamiento, cada sueño, cada suspiro estaban dedicados a él. —Aún puedo sentir el peso de aquellos días en mi corazón—. Su presencia es como el sol que ilumina mi existencia, y la idea de un mundo sin él me resulta inconcebible.
Otra lágrima resbala por mi mejilla mientras intento expresar con palabras todo lo que siento, sintiendo mi corazón latir con fuerza en mi pecho, como un pájaro tratando de escapar de su jaula.
—Aunque cometo errores y soy parte de su dolor en ocasiones, ahora comprendo que esas experiencias nos hacen más fuertes —mi voz suena firme, llena de determinación—. Y aunque el camino no siempre sea fácil, sé que mientras estemos juntos, podremos superar cualquier obstáculo que se interponga en nuestro camino.
Hay algo que antes pasaba desapercibido en mi interior, algo que apenas empiezo a vislumbrar. Puedo sentirlo crecer, haciéndose cada vez más presente, como una semilla que finalmente brota y florece.
—Porque lo que Marco me ha dado es lo que siempre he anhelado: un cariño incondicional, que trasciende el tiempo y el espacio, y que me hace sentir completa.
Los miro a ambos, permitiendo que mi determinación brille en mis ojos, dejando en claro lo orgullosa que me siento de compartir este momento con ellos.
—Anhelo compartir tanto sus pesares como sus alegrías —expreso con firmeza, mientras siento cómo el calor se extiende por mis mejillas, y las palabras fluyen con naturalidad—. Deseo que Marco comparta mi dolor tanto como mis momentos más felices.
Mis manos, pálidas como la nieve, tiemblan ligeramente mientras pienso en sostener las suyas, sintiendo cómo la emoción me envuelve por completo.
«Seguramente estoy tan roja como un tomate», pienso para mí misma con una sonrisa nerviosa.
—Hablar de él me infunde una energía renovadora, y recordarlo me inspira a seguir adelante —confieso con sinceridad, permitiendo que mis emociones fluyan libremente—. Su simple presencia tiene el poder de transformar mi estado de ánimo y darme fuerzas para enfrentar cualquier desafío que se presente.
Cierro los ojos por un instante, sumergiéndome en la profundidad de mis sentimientos, antes de continuar.
—Cuando él se encuentra triste o ansioso, lo siento en lo más profundo de mi ser —digo con convicción, rememorando cada ocasión en la que compartimos tanto la alegría como la tristeza—. No sé cuándo ni cómo comenzó, pero me entristezco y me angustio junto a él, como si nuestras emociones estuvieran entrelazadas de alguna manera indisoluble.
Incluso, mi vocabulario y expresiones han cambiado solo por estar a su lado.
Deseo estar a su lado en cada momento, tanto en los momentos felices como en los momentos difíciles. Y sé con certeza que juntos podemos superar cualquier obstáculo que se interponga en nuestro camino.
El cambio que he experimentado, tanto positivo como negativo, ha sido moldeado por él. Aunque al principio me sentí abrumada por su presencia, ahora comprendo que ha sido una oportunidad para crecer y aceptarme a mí misma.
—He aprendido que el cariño es la fuerza más poderosa que existe —digo con convicción, dejando que mis palabras resuenen en el aire—. Y estoy decidida a ayudarlo a superar sus miedos y su autodesprecio, porque sé que juntos podemos alcanzar la felicidad que tanto merecemos.
Con una determinación palpable los miro a los ojos, ambos siguen sonriendo, su mirada melancólica me hace sentir realmente feliz. Están conectados conmigo, a pesar de todo, a pesar de que no los conozco.
Se que hay un sentimiento que nos conecta.
—Aspiro a ser su roca en los momentos de amargura, a levantarlo cuando lo necesite, y simplemente estar presente cuando requiera de mi compañía —añado con determinación, evocando con cariño cada gesto y ternura que hemos compartido.
Entonces, lo digo:
—Lo amo más de lo que puedo expresar con palabras.
Al terminar de pronunciar esas palabras con determinación, me doy cuenta del peso que llevaban. Mis manos tiemblan, incapaces de contener la emoción que bulle dentro de mí.
«¿Acaso lo he dicho en voz alta?»
Antes de que pueda procesar completamente lo que he hecho, siento el reconfortante abrazo de la madre de Marco envolviéndome. Su gesto cálido y acogedor me llena de una felicidad abrumadora, como si todas las luchas y los momentos difíciles hubieran valido la pena.
—¿Eh? —Las lágrimas empiezan a desbordarse de mis ojos, pero esta vez no son lágrimas de tristeza o angustia. Son lágrimas de alivio, de liberación, de pura felicidad.
Mi corazón late con fuerza en mi pecho, pero es una fuerza llena de amor y alegría. Es como si al pronunciar esas palabras, hubiera dejado salir una parte de mí que había estado guardada durante demasiado tiempo.
«¿Es esto lo que se siente?», me pregunto en silencio, mientras observo mis manos temblorosas.
El amor que siento por Marco se expande dentro de mí como una flor que florece en primavera, llenando cada rincón de mi ser con su dulce fragancia. Es un amor que trasciende las palabras y las acciones, un amor tan profundo y genuino que no necesita ser explicado.
El abrazo reconfortante de la madre de Marco me hace sentir aún más querida y aceptada. Es un recordatorio de que no estoy sola en este viaje, que hay personas que me apoyan y me aman incondicionalmente.
Cuando inclino mi rostro, veo mechones plateados ondeando al viento, como hilos de plata tejidos por el destino. Mi corazón late con fuerza, como un tambor ante este error.
«¡¿He vuelto a ser yo!?»
Siento una mezcla de temor y anticipación, como si estuviera en el borde de un abismo, a punto de dar el paso hacia lo desconocido. Mis manos se aferran a mi ropa, buscando algún indicio de normalidad en medio de la extrañeza que me rodea, como un náufrago que busca un salvavidas en un mar de incertidumbre.
«Mi ropa normal, ¡no puede ser!»
Miro a los padres de Marco, esperando encontrar alguna reacción en sus rostros, pero solo encuentro calma y serenidad en sus miradas, como faros de luz en medio de la tormenta.
—¡Yo! —exclamo, tratando de contener la oleada de emociones que amenaza con desbordarme, como un río desbocado que lucha por contener su caudal.
Tapo mi rostro con las manos, sintiendo que la realidad se desmorona a mi alrededor, como un castillo de cartas golpeado por un viento implacable.
Cuando alzo la mirada, encuentro sus ojos fijos en mí, llenos de comprensión y amor incondicional, como dos estrellas que guían mi camino en la oscuridad de la noche. No hay rechazo ni asombro en sus gestos, solo aceptación, como si hubieran conocido este secreto desde el principio.
—¿D-Desde cuándo estoy así? —pregunto, mi voz temblorosa refleja la incertidumbre que siento en mi interior, como una hoja que tiembla al viento en un día de otoño.
Mis padres intercambian una mirada cómplice antes de soltar una pequeña risa, como si compartieran un secreto entre ellos, como dos cómplices que planean una travesura.
—Desde que mencionaste lo de la cocina —responde la madre de Marco con una sonrisa cálida, mientras su padre asiente en acuerdo.
La confusión se apodera de mí. «¿Cómo es posible que estén tan tranquilos ante esta situación?» Me pregunto, mis labios temblando de los nervios.
—¿Nos puedes decir tu nombre? —me pregunta el padre de Marco, su voz suave y reconfortante me ayuda a calmarme un poco, como un bálsamo que calma las heridas del alma.
—E-Emilia —respondo, sintiendo la presión de sus miradas sobre mí.
Definitivamente son los padres de Marco.
Una sensación de alivio me invade cuando veo que sus sonrisas no desaparecen, sino que se amplían, como un jardín que florece bajo la cálida luz del sol.
—Es un placer, Emilia. Esa forma de vestirte, pareces un ángel —comenta el padre de Marco con una ternura palpable en sus palabras, seguido por la sonrisa amorosa de la madre de Marco.
Asiento con gratitud, sintiendo el peso de la situación aligerarse un poco ante su calidez, como si un peso invisible se levantara de mis hombros.
—¿Quieres saber por qué no estamos tan sorprendidos? —pregunta su madre, su voz cargada de seriedad, pero también de curiosidad contenida, como un misterio que espera ser revelado.
Mis ojos se abren de par en par ante su pregunta, preparándome para cualquier revelación, como un explorador que se adentra en lo desconocido.
—Cuando tuve a Marco, él había nacido muerto —comienza el papá de Marco, su voz temblorosa revela la carga emocional de sus recuerdos, sus lágrimas fluyendo desde lo más profundo de su ser.
—En ese momento, mi esposa estaba en la uzi, luchando por su vida. Sentí que mi mundo se desmoronaba a mi alrededor. Nunca fui muy creyente, pero en ese instante, me aferré a cualquier esperanza que pudieran salvar a los dos amores de mi vida, como un marinero naufragando que se aferra a un trozo de madera en medio del océano.
Sus ojos reflejando el dolor compartido de aquellos momentos oscuros, como dos espejos que reflejan la misma imagen.
—Estaba solo en la recepción del hospital, sintiéndome completamente perdido. Entonces, encontré este collar —dice, sacando un collar azulado de su cuello.
Mis ojos se abren sorprendidos al reconocer el cristal piroxeno que sostiene entre sus dedos, como si fuera un tesoro olvidado que vuelve a la luz después de siglos de oscuridad.
—¿Puedes creer que apareció justo frente a mí? —continúa, con asombro aún palpable en su voz—. Sentí que era un regalo del destino, una oportunidad para traer de vuelta a mi hijo, como una señal divina en medio de la desesperación.
El brillo del cristal se desvanece lentamente, pero su significado perdura en él tiempo, como una estrella fugaz que deja su huella en el cielo.
—Cuando coloqué este cristal sobre el pecho de Marco, algo increíble sucedió —prosigue, con una chispa de emoción en sus ojos—. Una luz brillante inundó la habitación, y de repente, mi hijo empezó a llorar. Fue como un milagro, algo grande y que nadie podía explicar.
Una sensación de asombro y gratitud me embarga mientras escucho la historia de sus padres.
Ahora, más que nunca, siento el peso de la conexión que nos une, una fuerza que trasciende lo sobrenatural y nos une en un lazo indestructible, como un hilo invisible que une nuestros corazones para siempre.
—Me di cuenta de que mi hijo quizás tenía un destino más allá del que podría tener si no hubiese nacido muerto. Su llegada me trajo un sentido renovado de propósito, una comprensión de que incluso en la tragedia puede haber un propósito oculto, una luz que guía nuestros pasos en la oscuridad. —Él me entrega el collar, intento usar Maná, pero no hay reacción alguna—. Cuando se lo conté, no me creyó, pero tu presencia me hace entender que ya está sucediendo ese destino, que los hilos del destino están tejidos de manera misteriosa y compleja, y que quizás solo ahora estamos comenzando a ver su verdadero diseño.
Marco fue conectado con mi mundo desde su nacimiento, como si estuviera destinado a jugar un papel crucial en el tapiz de la existencia, una pieza vital que completa el rompecabezas de la vida.
Creí que mi mundo lo había arruinado por completo, que todo lo malo pasó por la existencia de mi mundo. Sin embargo, me equivoqué profundamente. Mi mundo fue el salvador silencioso que lo rescató de la muerte.
—No importa si es en este u otro mundo como describen las historias y novelas, creo que el destino siempre nos llevará a donde pertenecemos. —Su mirada orgullosa me reconforta, la fortaleza que tiene es sin duda gigante, una montaña inamovible que desafía las tormentas del destino.
La fe en su hijo es palpable, un vínculo inquebrantable que trasciende el tiempo y el espacio, una promesa de amor eterno que persiste incluso en las horas más oscuras.
—No voy a preguntar lo sucedido, tampoco hay mucho tiempo. Sé que puedes ayudar a mi hijo, no tengo duda de ello. —Este me entrega una hoja en blanco, lo que me hace mirarlo con curiosidad, preguntándome qué misterios aguardan en las páginas en blanco del destino.
El mundo empieza a desvanecerse, como si el tiempo se estuviese acabando.
—¿Qué vas a pintar en tu lienzo? —su pregunta me hace sonreír, puesto que ya sé la respuesta, una verdad que resuena en lo más profundo de mi ser, una certeza que ilumina el camino hacia adelante.
Me quedo viendo la hoja, una hoja en blanco. Podría describirme en ella, pero usar solo palabras sería equivocarme.
Yo soy yo, esta hoja es solo una hoja. Si quiero ver más allá, si quiero mirar hacia adelante, debo agregar los colores de la experiencia, las sombras y luces que dan profundidad a mi historia.
Lo miro con determinación, con mi respuesta ya lista, lista para plasmarla en el lienzo de la vida, lista para dejar mi huella en el mundo.
—¡No lo sé! —sonrío enormemente, orgullosa de responder a su pregunta, de abrazar la incertidumbre con valentía y creatividad—. Usaré todos los colores, en algunas partes oscuro, en otras claro. En otras partes triste, en otras alegres, pondré todo lo que hay en mí y simplemente disfrutaré del resultado, una obra maestra de emociones entrelazadas que reflejan mi verdadero yo. No sé cuál será el resultado, claro está.
Colocaré los colores persiguiendo mi felicidad, para asegurarme que el resultado final me guste, sea cual sea, porque en cada pincelada encontraré la belleza de la vida, la magia de la creación, y la libertad de ser yo misma en un mundo lleno de posibilidades.
Ambos sonríen, corriendo a abrazarme, un abrazo que trae consigo el calor del amor y la gratitud, una expresión silenciosa de la conexión que compartimos, una familia unida por lazos más fuertes que el destino mismo.
—Cuida de Marco, mi hijo tiene un corazón demasiado grande, pero a la vez la oscuridad se filtra con facilidad. —Siento su calor, siento el amor que trasmiten, una energía reconfortante que me llena de determinación y propósito—. Eres maravillosa, realmente, no tenemos palabras para describir lo feliz que estamos por conocerte, por tener la certeza de que estarás allí para él cuando más te necesite.
Asiento con mi cabeza, mis lágrimas de alegría recorriendo mis mejillas, lágrimas que hablan de gratitud y esperanza, de un nuevo comienzo lleno de promesas y posibilidades infinitas.
—Ya tienes tu respuesta, pero yo no te dicho nada, por eso dejame darte un último consejo, es con lo que me gustaría nos recuerdes. —Sonríe, y yo, a pesar de estar llorando, mantengo mi sonrisa creciente, una sonrisa que ilumina el camino hacia adelante, una luz en la oscuridad que nos guía hacia un futuro lleno de esperanza y amor—. En la danza eterna entre la oscuridad y la luz, encontramos nuestra verdad. No temas a la penumbra; es solo el lienzo en el que nuestra luz interior pinta su camino. Cada color, cada trama, cada elección, forma parte del arte de tu interior. De este modo la oscuridad no es un enemigo, sino un compañero silencioso que nos permite apreciar la belleza de la luz. Así como las estrellas brillan más intensamente en la noche, nuestras acciones y decisiones definen nuestra existencia.
Todo lo que tengo que hacer es ser yo. Ya lo entiendo, comprendo cuál es mi propósito, qué papel debo desempeñar en este universo entrelazado de destinos y emociones.
—¡Gracias! ¡De verdad! —exclamo con fervor, sintiendo cómo mi corazón se estruja al pensar que no volveré a verlos—. ¡Gracias por quererme! ¡Gracias por aceptarme en su vida! De verdad… —siento que mi respiración se entrecorta, una mezcla inconfundible de dolor y felicidad embarga mis sentimientos—. Aunque acabo de conocerlos, sé que son maravillosos. Su amor, tan puro y genuino, ha traspasado todas las barreras para llegar hasta su hijo.
No importa cuánto cambie, seguiré siendo Emilia para que él pueda seguir siendo Marco. Los abrazo con firmeza, tratando de retener en mi mente cada detalle de sus rostros, cada latido de sus corazones que palpita en sintonía con el mío.
En ese abrazo, se entrelazan nuestros destinos, fusionándose en un único propósito, en una promesa que no admite titubeos.
—Les prometo que salvaré a su hijo de sí mismo.
Antes de partir, me detengo un instante para observar la casa una última vez, dejando que cada rincón se imprima en mi memoria como un recuerdo imborrable.
Tras un destello brillante que parece iluminar hasta lo más recóndito de mi ser, cierro los ojos. Cuando finalmente los vuelvo a abrir, las paredes grises de la habitación son lo único que veo a mi alrededor.
Pero incluso este grisáceo entorno parece cobrar una nueva luminosidad, como si el destino mismo estuviera tejiendo una nueva trama de posibilidades ante mis ojos. Me incorporo del suelo con una sensación de renovación, comprendiendo que ya no soy la misma persona que entró por esa puerta.
Sí, puedo cambiar, puedo moldear mi futuro con mis propias manos. La determinación resplandece en mi mirada, reflejando el brillo de una nueva esperanza que se abre paso entre las sombras del pasado.
Dejaré de preocuparme por lo que fue y me enfocaré en lo que soy. Seguiré el camino que yo elija, con paso firme y corazón valiente.
—Cambiar no significa dejar de ser yo, así como no cambiaré lo que me define. —Aprieto mis manos con determinación, fijando mi mirada en la salida—. Ser yo misma es el mayor privilegio que puedo concederme, por eso, seguiré siendo quien soy; un potencial ardiente que acaba de ser despertado, listo para enfrentar cualquier desafío que se presente en mi camino.
Te salvaré, Marco luz.
Yo lo haré.
Porque me llamo Emilia.
