Narcissa Malfoy

"¿Qué es un bien verdaderamente deseable? El que no podemos obtener. Pues bien, ver cosas que no entiendo y procurarme cosas imposibles de ver ha sido el empeño de toda mi vida. Llego a ello con dos medios: el dinero y la voluntad."

Alejandro Dumas, El Conde de Montecristo

Julio

La humedad y Hermione no se llevaban bien. Y este julio en particular parecía empeñado en ofrecer niveles de humedad diseñados específicamente para deshacer toda una vida de cuidadosa autoaceptación de Hermione en lo que se refería al estado de su pelo. No había sido inmune a los crueles comentarios que le habían hecho en su juventud sobre la espesa mata que rodeaba su cabeza. Y le molestaba lo profundos que eran algunos de aquellos comentarios. Porque ella era Hermione Granger, un cerebro con un cuerpo y el envoltorio no debería importar.

Pero, por supuesto, el envoltorio sí importaba. Y no solo para la gente que se burlaba de él. A ella también le importaba. Ni de lejos tanto como imaginaba que le importaba a alguien como Pansy, pero Hermione seguía apreciando la emoción de sentirse guapa, de sentirse deseada.

Y cuando una vivía en el mismo piso pequeño que el objeto de sus deseos, un asalto persistente de humedad hacía que sentirse atractiva fuera una tarea difícil.

La mayoría de los días, su rutina habitual podía domar el encrespamiento y hacer que sus rizos fueran manejables. Este no era uno de esos días.

Dejó escapar un gemido frustrado mientras se miraba en el espejo del baño, viendo cómo su poción alisadora no conseguía contener el pequeño ejército de mechones sueltos que luchaban por liberarse en lo alto de su cabeza.

—¿Todo bien ahí dentro...? Oh. —Draco miró más allá de la puerta que había dejado abierta. Otra barrera derribada. Con la apertura de tantas compuertas y el embate de un húmedo verano inglés, lo que antes habían sido frías aguas entre ella y Draco se habían calentado, convirtiendo el líquido chisporroteante en vapor.

—No te atrevas a reírte de mí, Draco Malfoy.

Hizo una pausa en medio de la risita, con la alegría aun arrugándole las comisuras de los ojos.

—No está tan mal, —dijo, acercándose a ella a través del umbral del pequeño cuarto de baño—. Deberías haberlo visto en Italia.

Hermione suspiró, intentando aplanar los mechones excepcionalmente salvajes que se esponjaban alrededor de sus sienes. La mención de Italia no le pasó desapercibida. Draco había empezado a hacer eso, cada vez más, referirse a partes de su vida, las partes que ella no recordaba, de manera casual. La bobina de secretos que antes mantenía tan bien enrollada había empezado a aflojarse, soltando hilos por todas partes.

Pero ya había compartido con ella los recuerdos del día; la historia del nacimiento de James Potter a mediados de 2004. Y había resultado ser toda una historia. Sentimental, porque fue el momento en que Hermione se convirtió en madrina. Dolorosa porque aún no lo sabía. Y sobrecogedora porque Draco reveló que fue entonces cuando supo que quería tener su propia familia. Una familia con ella.

Así que lo que Italia le hiciera o no a su pelo podía esperar a otra mañana, cuando tocara en la lista, junto con la historia de las Navidades con los Malfoys. Se había vuelto una experta en esperar para conocer su propio pasado. Se había pasado el último mes esperando, deseando que surgiera el tema de que hubiera sido desheredado. No porque quisiera obligar a Draco a revivir lo que claramente era un acontecimiento difícil en su vida, sino porque el no saber, las especulaciones que corrían por su mente, la estaban matando poco a poco.

El camino hacia la Navidad de 2004 había sido largo. Y había momentos, tantos momentos, en los que la pregunta que pedía ser formulada casi se le escapaba. Y a veces se preguntaba si él podía ver las preguntas que ella tenía en la punta de la lengua mientras luchaba contra su impulso de ser directa e ir al grano. Pero cuanto más se fijaba en Draco, en el cuidado que ponía y el control que empleaba, más se daba cuenta de la diferencia entre lo que antes creía que era una censura evasiva y lo que en realidad era una necesidad casi paralizante de hacerlo perfectamente bien.

Se colocó detrás de ella y la tensa superficie de su pecho apenas rozó sus omóplatos, un roce de tela entre ellos. Mirándola en el espejo, le recogió el pelo con las manos y dejó que sus dedos recorrieran la columna de su cuello mientras recogía en el puño unos rizos sueltos.

Hermione reprimió un escalofrío cuando las yemas de los dedos de él le recorrieron el pulso con cada roce. Se inclinó hacia ella y le acercó la boca a la oreja, mientras le presionaba la espalda con todo el cuerpo.

—Permíteme, —le ofreció, con su aliento caliente en la oreja. Hermione se estremeció físicamente, los músculos de su columna se tensaron con rapidez y un escalofrío la recorrió. La sonrisa depredadora que le dedicó en el espejo la obligó a agarrarse a la encimera.

Pero él ya se había echado hacia atrás, retorciéndole el pelo en la nuca y formando un moño desordenado y descuidado.

Con un leve temblor en la voz, Hermione evaluó su trabajo.

—No está mejor que cuando lo hice yo.

Por un momento, casi pensó que él volvería a abalanzarse sobre ella, rodeándola con sus brazos, salpicándole el cuello y la mandíbula de besos. La fantasía fue breve, pero visceral. En lugar de eso, se apoyó en la pared y se cruzó de brazos.

—No, no lo está. Pero pude hacerte esas encantadoras cositas en el cuello un domingo, así que lo cuento como un éxito.

Hermione se resistió a esbozar una sonrisa, pero a pesar de todo se abrió paso hasta su cara. Le lanzó una rápida mirada al espejo antes de volver a su cabeza. Intentó sin mucho entusiasmo alisarse un poco el pelo encrespado alrededor de las orejas.

—Deja de pelear, —dijo Draco, observándola atentamente—. Creo que estás preciosa.

—Creo que eres imparcial, —replicó Hermione, metiendo otro rizo en el elástico que lo sujetaba todo.

Se apartó de la pared y cerró la brecha que los separaba. Su mano rozó la de ella y le ofreció su ayuda para sujetar el mechón suelto.

—Casi seguro que sí, —admitió, acercándose demasiado de nuevo.

Se volvió hacia él, atrapada en el pequeño espacio.

—¿Querías venir hoy? —preguntó Hermione de repente—. Estoy segura de que a Harry y Ginny no les importará. Y no te he visto mucho esta semana.

—No lo sé, —empezó Draco—. Creo que nos vimos bastante anoche.

—Liarte conmigo en el salón durante tanto tiempo que perdimos la reserva para cenar no cuenta.

—¿Quizás podríamos estar de acuerdo en no estar de acuerdo?

—No has contestado, —dijo Hermione—. ¿No quieres venir? —La timidez se encendió en sus venas, un repentino reproche por sus intentos de monopolizar su tiempo.

—Oh, —dijo Draco, con las cejas levantadas—. Lo siento, pensé que era obvio que iría a donde me pidieras. Y ya que los Potter te esperan dentro de un momento, menos mal que suelo ir vestido para impresionar.

Hizo un gesto despreocupado hacia sus pantalones y su camisa abotonada a medida: el uniforme de Draco Malfoy, por así decirlo. Irritantemente, no se equivocaba. Mientras que a Hermione le llevaba más tiempo del que hubiera preferido sentirse preparada para una tarde informal de domingo con sus amigos, Draco parecía simplemente existir en un estado preparado para entretener o ser entretenido.

Le guiñó un ojo y le agarró la mano.

—Hace tiempo que no veo a la Comadreja, —dijo—. Tenía ganas de insultar a alguien.

—No os entiendo, —murmuró Hermione sacudiendo la cabeza. Dejó que él la guiara hacia el Flu.

Se detuvo junto a la chimenea, con los polvos Flu sujetados torpemente. Miró brevemente sus manos unidas.

—¿Deberíamos ir juntos por Flu? —preguntó, con voz no del todo presente. No la miró cuando le preguntó.

—Sí, vamos, —confirmó Hermione, llevando la otra mano para agarrarle el antebrazo—. Juntos.

Era una palabra en la que nunca había pensado mucho. Solo una palabra en un amplio vocabulario. Pero al ver el efecto que tenía en la postura de Draco, en la sonrisa que se dibujaba en la comisura de sus labios, se convirtió rápidamente en su nueva favorita.

—Ah, Comadreja, —saludó Draco casi en cuanto atravesaron el Flu y entraron en Grimmauld Place. Hizo una severa evaluación de la sala de estar—. Es interesante que el gusto no se pueda comprar con dinero o fama, ¿verdad?

Ginny puso los ojos en blanco y contestó sin perder el ritmo.

—Malfoy, no sabía que ibas a venir. Si no, habríamos preparado un menú aparte para tu delicado paladar. He oído que te gustan las patatas fritas de pub.

Cuando Harry entró en la habitación, su atención se desvió de Hermione a Draco, deteniéndose en el punto entre ellos en el que ella aún sostenía su mano. Incluso tras la montura de sus gafas redondas, Hermione vio que arqueaba la ceja en su propia evaluación.

Ginny optó por menos sutileza, interponiéndose entre ellos y cogiendo el brazo de Hermione con el suyo.

—Estábamos preparando los bocadillos y los tentempiés, pero cuando Harry y yo volvamos, Hermione será nuestra. Puedes quedarte, Malfoy, pero no puedes tenerla. Es nuestra.

A lo lejos, Harry levantaba las manos en un gesto que decía que no quería tener nada que ver con un acuerdo de custodia. Atrapada en el fuego cruzado de miradas semiserias entre Draco y Ginny, Hermione simplemente se desenredó y eligió una silla cómoda para ella.

—Por mí, perfecto, —dijo Draco—. Pasaré un rato con los chicos y dejaré que vosotros tres hagáis vuestras cosas de Gryffindor.

—James y Albus están en La Madriguera esta tarde, —dijo Harry.

—Oh. —Draco pareció cabizbajo por un momento—. En ese caso, será una lucha a muerte por Granger, me temo. Y puede resultar chocante, pero estoy dispuesto a pelear sucio.

Ginny resopló, totalmente indiferente, y arrastró a Harry fuera de la habitación, en dirección a la cocina, no sin antes lanzar una última mirada a Draco, advertencia de que Hermione ya estaba citada.

Con una pequeña carcajada, Hermione se hundió más en el sillón extragrande que había elegido, totalmente preparada para una tarde de relax. Con una mirada desolada alrededor del espacio, una leve mueca de desprecio todavía en su lugar cuando su mirada tropezó con piezas de decoración particularmente ofensivas, Draco se unió a Hermione en su asiento y se inclinó para susurrarle al oído.

—Me has traído aquí con falsos pretextos. —Siseó con voz entre molesta y divertida.

Levantó la vista hacia él. Draco estaba apoyado despreocupadamente en un lado del sillón, con los brazos cruzados, mirándola con una sonrisa burlona en la cara.

—James y Albus ni siquiera están aquí, —continuó.

Hermione no pudo reprimir una risita.

—Nunca dije que estarían.

—Estaba implícito, —concluyó Draco con un movimiento fingido de la cabeza. Se deslizó en el asiento, prácticamente encima de ella—. Haz sitio, —insistió. El repentino contacto con su persona hizo que un aleteo recorriera las venas de Hermione.

Hermione se estremeció al intentar moverse hacia un lado. A pesar de lo grande que era el sillón, sin duda estaba diseñado para un solo ocupante. Sin inmutarse, Draco le pasó un brazo por el medio y se colocó a su lado y luego debajo de ella, tirando de sus piernas para que descansaran de lado sobre su regazo, con la espalda apretada contra el brazo del sillón. Por un momento, Hermione se sintió agradecida de haber elegido unos vaqueros y no un vestido para aquella salida. No se fiaba de la trayectoria ascendente de las manos de Draco.

—Hay otros asientos en la habitación, ¿sabes? —le dijo con una mirada de desaprobación practicada. Se había dado cuenta muy pronto de que, si le daba a probar, devoraría toda la comida.

—Creo que prefiero este, —dijo él, con una mano en la rodilla de ella y la otra aun rodeándole la cintura.

—Supongo que te lo dejaré entonces, —empezó. Apenas tuvo que fingir que se movía, el brazo que la rodeaba la cintura se tensó. Él se inclinó hacia su cuello y su aliento le provocó más escalofríos. Maldito sea.

—Pues no lo hagas. Hay sitio de sobra, —dijo él. Y por un momento, ella sintió sus labios presionando su cuello. Su agenda estaba hecha jirones, destrozada por la metralla. No habría podido recordar el día de la semana en ese momento, aunque hubiera querido.

—Oh, —sonó la voz de Harry. Hermione levantó la vista; acababa de entrar en la habitación con un enorme plato de sándwiches en la mano. Ginny le siguió de cerca—. Entonces, ¿volvemos a lo de siempre? —preguntó.

Hermione miró a Harry, que parecía tristemente resignado, y a Draco, que parecía sumamente engreído. Saltó del sillón antes de que Draco pudiera detenerla.

—No, qué va. Eso fue solo... —Sintió que se ruborizaba al no poder explicar la posición en la que había quedado atrapada.

Harry se limitó a negar con la cabeza y le tendió el plato a Draco, que cogió uno alegremente mientras los dos hombres compartían lo que solo podía describirse como una miradita.

Hermione se sentó en el sofá frente a Draco y fingió no sentirse afectada por la sonrisa de Draco ni por la sonrisa de Ginny. Harry era el único que no parecía especialmente contento, aunque su mirada era más la de un padre agotado que, una vez más, acaba de ver a sus hijos adolescentes haciendo algo indecente.

Ginny se deslizó más cerca de ella en el sofá, tendiéndole un sobre de un sospechoso tono lavanda.

—¿Qué es esto? —preguntó Hermione, sujetando la cartulina púrpura y examinando la inscripción del anverso. Miró a Draco—. Va dirigida a nosotros, —le dijo.

—Nosotros también tenemos una, —dijo Ginny, cogiendo su propio sándwich. Se negó a dar más detalles, utilizando su comida como escudo, dando tres mordiscos sucesivos y ofreciendo a Hermione un inocente encogimiento de hombros.

Hermione la abrió, con la cabeza ya pesada por las especulaciones sobre el origen de una papelería con olor a lavanda y tinte lavanda.

Como era de esperar, se trataba de una invitación de Lavender y Ron al bautizo de su hija Daisy. Una margarita prensada y seca cayó con un triste movimiento del papel.

Draco la observaba, con la cabeza ladeada, esperando. Hermione envió el sobre y la flor desplazada flotando hacia él antes de volverse hacia Ginny, con las cejas levantadas.

—¿Es Lavender siquiera religiosa? —preguntó, intentando recordar si alguna vez había oído hablar de brujas y magos de sangre pura que practicaran algún tipo de religión no pagana.

Ginny resopló en su bebida.

—Creo que Lavender cree en todo lo que se puede creer.

—¿Y Ron...? —se interrumpió preguntando.

—Quiere a su mujer, —se limitó a decir Draco, sorprendiendo a Hermione con su opinión. Había dejado claro en varias ocasiones que Ronald Weasley no era su tema de conversación favorito a la hora de comer. Hermione arrugó la nariz, tratando de entender su lógica. Draco se limitó a encogerse de hombros y suspirar como si fuera obvio—. Los hombres son susceptibles a todo tipo de persuasión y locura cuando se trata de las mujeres que quieren.

Harry soltó una carcajada desde su silla al otro lado de la habitación.

—Jodidamente cierto, Malfoy.

Un cojín salió volando con perfecta puntería y velocidad, y golpeó a Harry de lleno en la cara, haciendo que sus gafas y su sándwich salieran despedidos.

—¿Y qué se supone que significa eso, Harry James Potter? —preguntó Ginny en un tono perfectamente calmado, como si no acabara de convertir en un arma la decoración del salón.

Solo cuando hubo recuperado las gafas y se las volvió a colocar en la cara, Harry respondió a su mujer.

—Estamos intentando tener un tercer hijo, Gin. Estamos completamente locos.

—Y yo fui una vez a una misa católica con tus padres, —añadió Draco, señalando a Hermione.

Ginny se quedó boquiabierta.

—¿Y no ardiste en llamas? ¿No es eso lo que se supone que tiene que pasar?

Draco no parecía especialmente preocupado, estaba claro que había sobrevivido sin quemarse, después de todo. Hermione sonrió, extrañamente animada por la idea de que él hiciera algo tan simple como celebrar con ella la identidad ligeramente católica de sus padres. Se preguntó qué festividad habría sido aquella, ya que era el único momento en que sus padres solían disfrutar de aquello. Mentalmente, lo añadió a la lista de historias que estaba deseando conocer.

El tema de la pérdida de la herencia asomó la cabeza, recordándole la incógnita que deseaba desesperadamente conocer. Sintió que su cara se tensaba mientras intentaba alejar el pensamiento, permanecer neutral. No quería arruinar una tarde perfectamente agradable con la poderosa combinación de su impaciencia y curiosidad: insaciable y cada vez más voraz.

La persistente mirada de Draco llamó su atención. Él enarcó una ceja y miró el sobre que tenía en la mano y luego volvió a mirarla. Ladeó la cabeza como si hiciera una pregunta silenciosa. Los ojos de Hermione se desviaron hacia el sobre color lavanda; no pudo resistir un indulgente movimiento de ojos.

Ginny y Harry se habían enzarzado en un debate sobre lo descabellado que era querer un tercer hijo. Por lo que Hermione pudo deducir, se trataba de un extraño debate en el que en realidad no discrepaban: ambos querían un tercer hijo. Aunque, al parecer, el mérito de su locura colectiva era un tema candente de discusión.

Draco levantó el sobre, los ojos aún conectados con los de ella. Hizo una pequeña inclinación de cabeza, una pausa y luego un leve movimiento de cabeza. Luego, con lo que parecía una extrema diversión encerrada tras una sonrisa burlona, arqueó otra ceja hacia ella: la pregunta estaba clara.

¿Querían asistir?

Sí, por supuesto. Ella quería apoyar y celebrar con Ron. Él era importante en su vida. Incluso si sus interacciones con él en los últimos seis meses se habían limitado a la cena de la que no hablaban y a una rápida visita con Ginny y Harry justo después de que naciera Daisy (nada menos que fuera de sincronía con las predicciones de las hojas de té).

Pero al mismo tiempo, en realidad no quería ir. Ron se había ido de su vida de una manera silenciosa que no le había hecho mucho daño, sorprendentemente poco, de hecho. No dejó metralla a su paso. Ni cavernas vacías en su corazón y en su mente. Y Hermione no deseaba ni más ni menos. Cualquiera que fuera el equilibrio que habían encontrado en sus limitadas interacciones, funcionaba bien, aunque la idea de ello le hubiera parecido triste e increíble a Hermione en otro momento, en otra vida.

Sin embargo, no iban a declinar una invitación al bautizo de un niño. Hermione habría pensado que algo de la propiedad de sangre pura de Draco se lo habría dicho.

Ella le dirigió una mirada cortante para decirle que asistirían, independientemente de si querían o no. Él se limitó a poner los ojos en blanco y dejó caer el sobre a la mesa de al lado, claramente disgustado con su respuesta.

—Bueno, sin duda parecéis más sincronizados, —dijo Harry. Parecía complacido a regañadientes por ese hecho. Junto a Hermione, Ginny volvió a sonreír.

—Lo estamos descubriendo, —admitió Hermione, observando a Draco. Sus palabras le valieron una de sus raras y genuinas sonrisas. De las que no tienen bordes duros, en las que hasta el último rastro de desprecio, mueca o gruñido queda reducido a escombros por un hoyuelo y una arruga en el rabillo del ojo.

Solo duró un momento, lo suficiente para que Draco se diera cuenta de que los Potter lo estaban observando. Volvió a adoptar una máscara de fría serenidad. Carraspeó, lo que evidenciaba su incomodidad ante el escrutinio. Se levantó, anunció que necesitaba ir al baño y salió de la habitación.

Harry aprovecho la oportunidad para levantarse de su asiento y colocarse al otro lado de Hermione, atrapándola entre los dos Potter: sus mejores amigos.

Una imagen no deseada de Pansy Parkinson patinó a través de su visión. Pansy Parkinson, que tenía serios problemas con los límites. Pansy Parkinson, que parecía realmente contenta de volver a ver a Hermione.

Harry compartió una mirada con su mujer por encima del hombro de Hermione.

—¿No puedo? —le preguntó Ginny a su marido—. No es una pregunta tan intrusiva.

—Si me lo preguntas, quiero que se sepa que fui la voz de la razón, —suspiró Harry.

—¿Preguntarme qué exactamente?

—¿Vosotros dos... ya sabes...?

—¿Lo sé?

Harry se lamentó.

Ginny hizo un gesto bastante vulgar con la mano, insinuando sexo.

Esta vez Hermione se lamentó, dejando caer la cabeza contra el sofá.

—Merlín, Pansy Parkinson me hizo la misma pregunta. No, no lo hacemos. Lo que significa que la operación progenie o como quiera que lo llamemos está en espera. —Cogió un sándwich y le dio un bocado enorme con la esperanza de escapar de otra conversación sobre su inexistente vida sexual con sus demasiado curiosas amigos.

—¿Pansy Parkinson?

Preguntó Harry al mismo tiempo que Ginny chillaba.

—¿Intentabas quedarte embarazada?

A través de un pedazo de pan y embutidos, Hermione no pudo responder a ninguna de las preguntas con éxito, su propia confusión se apoderó de ella.

—¿No lo sabíais? —le preguntó a Ginny una vez se hubo tragado a la fuerza su sándwich de pánico.

—Has vuelto con los Slytherin, —concluyó Harry en voz baja, participando en su propia conversación, casi unilateral.

—No tenía ni idea, —dijo Ginny, con los ojos muy abiertos. Sonrió—. ¡Pero es increíble! —Se le desencajó la cara—. Bueno, quiero decir...

—Ahora es complicado, obviamente, —dijo Hermione.

—¿Theodore Nott también? —preguntó Harry, pensativo.

—No seas así, —advirtió Ginny desde el otro lado de Hermione.

—No estoy siendo nada, —dijo Harry—. Solo una razonable cautela. Soy auror, Gin. Es mi trabajo. Vi algunas de las cosas que salieron de la mansión Nott. —Desvió su atención hacia Hermione—. Fue un asunto desagradable, eso es todo. Solo quiero que estés a salvo. Es mi única preocupación.

—Te lo agradezco, Harry, —le dijo ella, sintiendo una profunda decepción ante la repentina e indeseada confirmación de que las partes Slytherin y Gryffindor de su vida parecían estar firmemente separadas.

—¿Crees que Malfoy se ha perdido? —preguntó Ginny, desviando afortunadamente el tema.

—¿Ha estado mucho por aquí? —preguntó Hermione.

—Suficiente, —dijo Harry.

—Ve a buscarle. Le pillamos siendo vulnerable así que probablemente esté en crisis. —Ginny le dio un codazo.

—La última vez me rompió la nariz, —resopló Harry.

La crisis no estaba muy lejos. Al menos, eso supuso Hermione cuando lo encontró mirando el tapiz de la Familia Black con una expresión de anhelo que no podía comprender. No sabía si anhelaba prenderle fuego o si anhelaba ocupar su lugar en él.

Se detuvo en el umbral de la puerta, observando cómo lo miraba, con las manos apretadas a los lados. Un músculo de su mandíbula se crispó cuando su mirada pasó de una cara pintada a otra, fijándose en las caras quemadas y ennegrecidas.

—Lo sabes, ¿verdad? —preguntó sin mirarla, con un suspiro pesado en el tono—. Que no hagas una pregunta es casi tan obvio como que realmente la hagas. —No era una acusación, casi sonaba divertido.

Esto era, entonces.

—Sé un poco, —admitió. Se acercó un poco más a él—. Dijiste que me lo contarías, así que he estado esperando.

Una elevación en la comisura de sus labios, apenas visible de perfil, la relajó. Si Draco aún podía sonreír, entonces las cosas no podían ir tan mal.

—No se te da muy bien ser paciente, —dijo.

—Bueno, —casi resopla—. Con un poco de esfuerzo, la gente puede cambiar.

No reconoció sus palabras. Pero por la flexión de su mandíbula, las había oído alto y claro.

Draco alargó la mano para trazar su propio nombre entretejido en el tapiz, y su joven rostro le devolvió la mirada. La suya era la última adición al árbol que había quedado intacta, relativamente hablando, por el odio que gobernaba un linaje tan orgulloso de brujas y magos. Susurró algo y un fuego cobró vida en la punta de sus dedos, abrasando la imagen.

Hermione vio cómo el retrato tejido de Draco se ennegrecía y carbonizaba. Otro susurro y las llamas desaparecieron, junto con su retrato, ahora nada más que un nombre y un agujero negro a juego con las otras ovejas descarriadas del rebaño de la familia Black.

Se volvió hacia ella, con los iris plateados prácticamente encendidos por la versión de Draco de la agonía: la seriedad.

—Te desheredaron, —dijo finalmente Hermione, incapaz de sostenerle la mirada.

Asintió bruscamente y se acercó a ella.

—Lo exigí.

Hermione frunció el ceño, confundida, mientras lo miraba. Por cómo lo había expresado Pansy, Hermione no esperaba que Draco tuviera elección en el asunto, y mucho menos que hubiera pedido algo así.

—No me arrepiento, —continuó—. Ni por un solo momento.

—¿Tu reunión en Gringotts el mes pasado? —preguntó ella, encontrándose un paso más cerca de él.

Él le tendió la mano primero, los dedos le tocaron los antebrazos y la atrajeron hacia sí, en parte abrazándola y en parte conectándola a tierra. Ella se apoyó en su pecho, tratando de absorber parte del dolor que sabía que él sentía, necesitando ayudar con esa carga. No podía soportar la idea del peso que debía de estar aplastándolo.

—Estoy devolviendo mi fideicomiso. Cada galeón que he gastado desde que tomé posesión de él a los diecisiete años. No tomaré ni me quedaré con su dinero, —dijo contra la parte superior de su cabeza—. Todo lo contrario de malversar uno, de hecho.

Hermione no pudo evitar soltar una suave risita contra su pecho, un sonido recubierto por lo absurdo de la situación.

Se inclinó lo suficiente para mirarle a la cara.

—¿Cómo sucedió?

Draco levantó una mano y le apartó más rizos sueltos de la cara, pero Hermione sintió el momento en que sus dedos se acercaron demasiado a su ceja derecha, junto a la cicatriz que quedaba allí.

—Nos fuimos a vivir juntos no mucho después de nuestra primera Navidad, la de tus padres. —Hizo una pausa, observando su cara mientras ella evocaba la idea de aquel recuerdo, uno de los muchos que solo conocía de palabra—. Más exactamente, te mudaste a mi piso, que resultó estar pagado por mi fideicomiso. Y era bastante más grande que nuestro espacio actual. Sé que te has dado cuenta de...

—Cuántas cosas tenemos, —respondió ella. Volvió a apoyar la cabeza en su pecho, un intercambio de consuelo por fuerza. Quién daba y quién recibía daba lo mismo. No era más que otro tira y afloja.

—Mis padres se enteraron y estaban disgustados. Mi padre especialmente. Ya estaba resentido por el proceso de desmantelamiento de la mansión, que tú, por supuesto, dirigías. —Draco suspiró, con una mano extendida sobre la parte baja de la espalda de ella, la presión de las yemas de sus dedos encendiendo pequeñas llamas en su carne a través del jersey—. Fue un año tenso. Intentamos pasar las Navidades con ellos, convencerlos... no sé, de cualquier cosa. Que nos dejaran ser felices, supongo. Sabía que sería un desastre. Eras dolorosamente optimista.

Aunque no lo recordaba, conocía el resultado por Pansy, y no pudo evitar sentirse ligeramente desinflada por no haber conseguido que fuera un éxito.

—Normalmente disfruto teniendo razón, —susurró Draco—. Decir que fue un desastre sin paliativos puede ser quedarse corto. A mi padre no le gustó mucho invitar a la mujer que destripaba su casa a la cena de Navidad. Mi madre intentó actuar de mediadora, pero aún tiene siglos de tradición de sangre pura que complican su posición.

—Pero salvó a Harry, —dijo Hermione contra el pecho de Draco—. Lo hizo para salvarte, para mantenerte a salvo. No veo cómo pudo...

Draco los separó. Sus manos acunaron el rostro de ella, obligándola a mirarle. Estaban tan cerca que podrían besarse, en otro contexto, en otra conversación.

—Hay una diferencia, —empezó Draco—. Entre no quererme muerto y estar dispuesta a aceptar el fin de dos linajes de sangre pura. Es algo que no se puede deshacer. Una vez que formemos una familia, Hermione, los Black y los Malfoys nunca volverán a ser sangre pura.

Hermione casi se olvidó de respirar, mirándolo fijamente, intentando procesar la gravedad de aquella afirmación. De la idea de que, entre ellos, solo dos personas de a pie, irónicamente, en la casa de la familia Black, se escondía el potencial para derrumbar los cimientos de generaciones de fétidas creencias.

—No podían aceptarlo, ni siquiera mi madre, aunque sé que lo intenta a su manera. Mi padre intentó usar el dinero de la familia como amenaza. Le dije que se quedara hasta el último maldito Knut. No lo aceptaría.

—¿Y esto? —preguntó Hermione, acercando un dedo a la cicatriz que tenía sobre la ceja.

La cara de Draco se contorsionó y un destello de horror se apoderó de ella. Hermione se dio cuenta de que no tenía intención de sacar el tema.

—Perdí el control de mi magia, —dijo, con la voz estrangulada en la garganta—. Estaba tan furioso con ellos, con todo, que destrocé hasta el último trozo de cristal de aquel comedor. Copas, ventanas, candelabros, jarrones. —La apretó contra su pecho. Prácticamente podía sentir la vergüenza rodando por él—. Pero estuviste magnífica, —añadió—. Lo inmovilizaste todo antes de que me diera cuenta de lo que había hecho. Pero no antes de... —Otro intento de alisarle los rizos sueltos, demasiado cerca de la cicatriz.

—¿Así que no es una cicatriz maldita? ¿Solo es de cristal? ¿Podría curarla con la poción que inventaste?

—Podrías, y me gustaría que lo hicieras... —Hizo una mueca, aspirando entre dientes apretados—. Te enfadarías si no te lo dijera, —empezó de nuevo, con fastidio en el tono—. Pero has dicho que no lo desvanecerás, no a menos que yo también me quite la mía. —Su brazo izquierdo se soltó de ella, con un significado claro: la Marca Tenebrosa.

—Aparentemente solo puedo ganarme tu perdón una vez que me haya perdonado a mí mismo. Que es la mierda más sentimental Gryffindor que he oído nunca, por cierto. —Su risa forzada sonó hueca en la pequeña habitación. El aliento que soltó, contra el pelo de ella, pareció más bien un escalofrío.

—¿Puedo decirlo? —preguntó en voz baja—. ¿Solo una vez? ¿Solo esta vez?

Ella tenía una idea de lo que él quería decir.

—Es mucha presión, ¿sabes? —dijo ella en lugar de contestarle, fijándose en el botón ligeramente nacarado de la camisa, justo más allá de su nariz. Incluso a través de la tela de algodón, el pecho de él se sentía como fuego contra su mejilla—. Es decir, una cosa es estar casado y ser feliz y... —se interrumpió, aclarándose la garganta—. Pero otra cosa es renunciar a tu apellido, a tu ascendencia, a tu dinero.

—Ni siquiera tuve que pensarlo. —La agarró con más fuerza y sus dedos bailaron a lo largo de su columna vertebral.

—Puedes decirlo, —susurró ella en la tela de su camisa—. Creo que me gustaría oírlo.

Ella sintió el momento en que él se dio cuenta de sus palabras, porque su pecho pasó de ser plano a algo cóncavo, los hombros se inclinaron hacia delante y él prácticamente se dobló. Se inclinó y su cabeza se refugió en el pliegue de su cuello, su aliento recorriendo su piel.

—Dioses, te quiero, —dijo—. Más que a mi nombre y más que a mi dinero, más que a todo. —Sus palabras corrían como prisioneras, cautivas en su mente y en su boca, esperando el momento de escapar.

Y ella le creyó. Podía sentirlo. Tanto que por fin se dio cuenta de las lágrimas silenciosas que derramó, mojando su camisa. Y a pesar de lo maravilloso que se sentía ser querida como Draco la quería, lo suficiente como para renunciar a todo, al parecer, también le dolía, casi se derrumbaba, bajo la necesidad de saber cómo habían llegado a ese punto. La necesidad de sus recuerdos abrió un agujero aún mayor en su interior, tragándose orillas y manchándolo todo con un torrente de pérdida.

La ansiedad golpeó las cavidades de su corazón, robándole la alegría potencial de aquel momento y convirtiéndola en algo aterrador. Intentó respirar, encontrar el equilibrio sobre pies inseguros.

—Draco, —dijo ella, sintiendo un miedo caliente y furioso subiendo como bilis en su garganta—. Tengo que contarte algo.

La palabra irreparable sabía a ácido estomacal, incinerando sus entrañas al forzarla a salir.

Draco se quedó incómodamente callado, su calor retrocediendo hasta convertirse en frío, pero no del todo en hielo. Solo le hizo una pregunta: ¿cuándo era su próxima cita? Ella no tuvo la voz ni la compostura para responderle. Se limitó a hacerle señas para que le acompañara a cumplir con sus obligaciones sociales en el piso de abajo. Fue perfectamente educado, participando en la conversación de forma casi superficial antes de despedirse de los Potter y regresar a su piso.

La tarde se había convertido en anochecer, pero el sol de verano seguía brillando, iluminando los rincones más oscuros del miedo y el arrepentimiento de Hermione. Esperaba junto a la chimenea mientras Draco caminaba a grandes zancadas de un rincón a otro de la habitación, con la boca apretada en una línea dura y las manos flexionadas a los lados.

Se detuvo, con las fosas nasales encendidas por una respiración especialmente profunda.

—Ahora vuelvo, —dijo y desapareció en ese momento. Hermione parpadeó, todavía anclada donde estaba, cerca de la chimenea, sin estar del todo segura de lo que estaba pasando. Había esperado ira, devastación o alguna difícil combinación de ambas. En cambio, Draco parecía decidido.

Un minuto después, apareció de nuevo en el piso cargado con un montón de libros. Los dejó sobre una mesita baja mientras Hermione echaba un vistazo a los títulos que recorrían los lomos. Había libros mágicos y muggles, todos relacionados con la memoria y la mente. Su propia investigación, se dio cuenta.

Se volvió de repente hacia ella; Hermione resistió el impulso de estremecerse.

—Lo siento, —empezó.

Levantó una mano para interrumpirla.

—No... no te disculpes. Por favor.

Estuvo a punto de decir algo más, de pronunciar una disculpa secundaria antes de darse cuenta de que él no había terminado.

—No voy a rendirme. No vamos a rendirnos, —dijo, con una seriedad casi incómoda en su tono—. No me rendiré hasta que tú quieras. Es tu mente, tus recuerdos. —Se hundió, la flotabilidad de la llama que lo había mantenido a flote finalmente se desinfló. Parecía aturdido en su determinación.

—Ojalá me lo hubieras dicho antes, —concluyó con una dureza que ella vio que contenía—. Diría que tenemos que trabajar para mejorar nuestra comunicación, pero siento que lo estamos haciendo lo mejor que podemos, considerándolo todo.

Hermione intentó reírse, pero le salió un sollozo.

—Lo siento, —se disculpó de todos modos, una repetición de las mismas palabras que había dicho antes a falta de otra forma de expresarlo—. Te prometo que intento no perder la esperanza.

En lugar de correr hacia ella y ofrecerle su apoyo mientras se desplomaba, Draco se alejó, dando unas enormes zancadas hacia la cocina. Volvió apenas un momento después, con uno de sus caramelos personales en la mano. Se lo ofreció con una mirada curiosa.

—Toma, —dijo—. Esperanza. Esta es la prueba de que puede existir incluso cuando no debería.

La marea de pánico y dolor de Hermione disminuyó en su confusión.

—¿Por un caramelo que no quieres compartir?

—Mi madre solía mandármelos todos los años por mi cumpleaños. —La comisura de sus labios se crispó con una pizca de cariño—. Eran la mejor parte de los exámenes de fin de curso.

Hermione le quitó el caramelo de los dedos. No parecía una variedad especialmente mágica, solo un caramelo blando que, si sus padres no hubieran sido dentistas, podría haber estado fácilmente en la encimera de la cocina de su casa muggle. Se lo llevó a la nariz; olía ligeramente a manzana ácida.

—Dejó de mandármelos después de esa Navidad, después de que me desheredaran. Mi cumpleaños ese primer año fue... —Se interrumpió.

Hermione tiró de los extremos retorcidos del envoltorio de papel, liberando el caramelo verde claro.

—Dejó de mandártelos, —repitió Hermione, intentando comprender la implicación de esperanza que pretendía encontrar.

—Dejó de mandármelos el día de mi cumpleaños, —dijo él, dando un paso más hacia ella. Le quitó el caramelo de los dedos, el envoltorio de papel ya olvidado, revoloteando en el suelo. Hermione separó los labios, viendo su intención cuando le metió el caramelo en la boca, con los dedos deteniéndose demasiado tiempo en sus labios—. En cambio, llegan el día de tu cumpleaños.

Hermione cerró los ojos, el significado de algo así era demasiado para procesarlo junto con cualquier tipo de estímulo visual. Cuando volvió a abrirlos, Draco había retrocedido para dejarle espacio. Tenía las manos en los bolsillos del pantalón, observándola. Se encogió de hombros.

—No me rendiré hasta que tú me lo pidas, —dijo—. Además, no investigarías tanto como lo haces si realmente creyeras que el daño es irreparable. Y yo también he estado investigando. —Señaló los libros que tenía detrás—. Haremos esto juntos.

Juntos. Era una palabra mucho mejor que irreparable.

—Mi cita de julio es el viernes, —dijo.

Asintió con decisión.

—Allí estaré.

Con Draco sosteniéndole la mano, Hermione no se hurgó las cutículas bajo las brillantes luces de la sala de reconocimiento. En lugar de eso, se concentró en los pequeños y reconfortantes apretones que él le daba, en los ociosos patrones que su pulgar trazaba sobre la palma de su mano y en el fuego de su piel contra la de ella.

—No parece haber ningún cambio físico dentro del cerebro, —dijo la sanadora Lucas: su mes para pronunciar el mismo estribillo.

Draco apretó con fuerza la mano de Hermione. Desde su periferia, lo vio asentir para agradecer la información, un destello de su pelo rubio blanco que entraba y salía de su vista.

—¿Y las teorías alternativas? —preguntó Hermione, devolviéndole el apretón. Draco había prometido que su presencia sería solo de apoyo, pero ella ya podía sentir la creciente tensión en su postura y el arrastre de la nuez a lo largo de la garganta. En aquel momento, ella lo conocía lo suficiente como para saber qué aspecto tenía cuando se contenía, incluso cuando, desde fuera, ese aspecto solo podía percibirse como una compostura extrema.

Vio las llamas que se cocían a fuego lento bajo la superficie.

Jenkins se aclaró la garganta. Desde su última cita, se había cortado el pelo rubio, pero esta vez demasiado corto. Llamaba la atención sobre la forma angulosa de su cabeza y le daba un aspecto inusual e inquietante. Estaba muy lejos del aspecto desaliñado e innatamente digno de confianza que tenía antes.

Distante, Hermione se preguntó cuánto de su propia ansiedad influía en esa imagen de él.

—Desde junio, he estado investigando posibles composiciones de pociones que, cuando se exponen a un trauma físico, podrían comportarse de forma selectiva dentro del cerebro como hemos visto en su caso.

A medida que Jenkins hablaba, su voz se iba apagando cada vez más. Hermione se inclinó un poco para poder ver mejor la cara de Draco. Sus orificios nasales se habían encendido y su respiración lenta y constante tenía una cualidad condenatoria que claramente perturbaba la confianza del sanador.

—¿Por qué pociones? —preguntó Draco, arrastrando las palabras entre dientes casi apretados.

Hermione le dio otro apretón en la mano, un esfuerzo para tranquilizarse por ósmosis.

Jenkins volvió a aclararse la garganta. Su mirada se desvió hacia Draco antes de volver a posarse inmediatamente en Hermione. Solo le hablaba a ella, no estaba claro si por motivos profesionales o por instinto de conservación.

—Como vive en estrecho contacto con un maestro de pociones, era una vía lógica a seguir. —De nuevo, su voz se quedó casi en nada.

El agarre de Draco en la mano de Hermione se volvió doloroso. Hermione podía sentir cómo luchaba por no estallar ante la implicación tácita de culpabilidad.

La sanadora Lucas habló, ofreciendo a Jenkins un respiro de la mirada de Draco. A ella parecía molestarle mucho menos su lenta ira, pero seguía dirigiéndose principalmente a Hermione.

—Es extremadamente común en los hogares que preparan regularmente pociones no probadas o inusuales que ocurra una exposición involuntaria...

Un nudillo de la mano derecha de Hermione estalló por la presión del agarre de Draco. Inmediatamente apartó la mano, con cara de horror. No le había dolido, pero desde luego la había sorprendido. Por la expresión de su cara, no tenía ni idea de que había estado apretando tan fuerte.

Ella le miró, el mercurio de sus ojos se había fundido. Necesitaba el control.

—¿Necesitas ocluir? —preguntó en voz baja, intentando dedicarle una pequeña sonrisa de ánimo.

Por un momento, pareció desconcertado, ya que la sugerencia le había hecho perder el equilibrio. Pero Hermione no quiso decir que la oferta fuera un insulto, o una herida, o un golpe destinado a enturbiar la complicada relación que tenían con ese conjunto de habilidades particulares de él. No, ella simplemente quería sugerirlo como una herramienta práctica que él podría utilizar, si lo necesitaba, para controlar lo que era claramente un temperamento creciente en un entorno profesional.

Sinceramente, debería habérselo esperado. Draco Malfoy solía ser un mago tranquilo y ecuánime. Excepto en lo que a ella se refería, evidentemente. Después de todo, estaba el asunto de la nariz rota de Harry.

La miró durante un segundo más, como buscando su propia ira o resentimiento. Pero ella no tenía ninguno. Estaba demasiado preocupada por mantener a raya los pensamientos de pérdida irreparable de memoria; no tenía espacio para juzgarle también por sus propios miedos.

El mercurio se enfrió, cambiando los estados de la materia, cada vez más fría, hasta que se formó algo sólido. Pero los fragmentos que normalmente desmenuzaba y desechaba seguían en su sitio, solo que fuertemente controlados. Volvió a agarrarle la mano, con una presión firme.

Esa presión la ancló durante el resto de la cita. Le proporcionó un punto de referencia para centrarse en las confidencias forzadas y las garantías vacías. Se convirtió en una pequeña parcela de tierra firme en la que podía depositar su esperanza, por minúscula que fuera. Podían protegerla allí, juntos.

En el momento en que salieron de la sala de reconocimiento, hizo que la Oclumancia se derrumbara en un solo parpadeo y un fuerte suspiro: el hielo se derretía.

—Gracias por acompañarme hoy, —le dijo, sabiendo lo difícil que había sido. Nunca antes le había permitido entrar en la consulta, nunca le había puesto cara a cara con unas perspectivas de recuperación tan escasas.

—Probablemente podría haberme manejado mejor, —dijo de forma obligada.

Hermione se rio. Al menos lo había admitido, sincero o no.

—Es viernes, —dijo.

—Lo es.

—¿Te gustaría visitar la Mansión Nott esta noche? —preguntó.

Alzó las cejas.

—¿Estás segura? —preguntó—. La última vez que intentamos volver a nuestros hábitos sociales normales casi tuve que asesinar a Ronald Weasley en un restaurante.

Ella sonrió, el recuerdo de aquella terrible noche ahora se sentía lejano e indoloro, curado sin cicatriz.

—Estoy segura.

—¿En serio llevas puesto eso? —fue el saludo de Pansy cuando Hermione salió del Flu de la mansión Nott, de la mano de Draco—. ¿Me estás haciendo esto a propósito? —continuó Pansy, entrecerrando los ojos con suspicacia.

—Yo también me alegro de volver a verte, Pansy, —dijo Hermione.

—Sé que tienes muchas otras opciones en tu vestidor, —dijo Pansy, eludiendo cualquier versión normal de las sutilezas sociales.

—Ha sido un día largo.

Pansy se limitó a poner los ojos en blanco y apartó a Hermione del agarre de Draco. Draco, por su parte, parecía casi conspirador mientras las observaba interactuar. Hermione intentó adivinar la expresión de su cara, como si no pudiera decidir entre la diversión y la preocupación. La diversión ganó.

—Mirad quién ha aparecido de una puta vez, —anunció Pansy mientras arrastraba a Hermione a una sala cavernosa de la que ni siquiera podía empezar a comprender el propósito original. En ese momento, el enorme espacio contenía una singular mesa redonda y las sillas que la acompañaban. Las paredes de piedra, los suelos de baldosas y los espacios vacíos daban a la estancia un aspecto inquietante y estéril. El único indicio de vida provenía de la letanía de botellas de licor esparcidas por la enorme mesa.

Theo se levantó de un salto y agarró una botella.

—Ya era hora Granger. Toma un trago, siéntate y vamos a divertirnos. —Le puso la botella de whisky de fuego en las manos.

—¿No tendré un vaso? —preguntó.

Theo compartió una mirada exagerada con Pansy, lanzando un enorme suspiro.

—Gryffindors, —se quejó moviendo la cabeza.

Theo la llevó a sentarse junto a Blaise, que estaba precariamente recostado en su silla, con las dos patas delanteras separadas del suelo, y parecía que una respiración profunda lo haría caer. Hermione sospechaba que la magia podía estar implicada en aquel impresionante acto de equilibrio. El humo del cigarrillo se retorció y se arremolinó en el aire a su lado.

Hermione se dio cuenta de que aún no había hablado con Blaise Zabini en su nueva vida.

—¿No hay tapicerías que estropear en esta habitación? —le preguntó con una sonrisa irónica, su mejor imitación de Draco.

Theo respondió mientras tomaba asiento al otro lado de Hermione.

—No hay alfombras, tapices ni tapicerías en esta habitación. Es impermeable a los nuevos ricos. —Parecía demasiado satisfecho de sí mismo.

Pansy deslizó un vaso hacia Hermione desde el otro lado de la mesa, que Blaise interceptó y llenó por ella.

—Sabéis, primero todos fuisteis amigos míos, —dijo Draco, tomando asiento y sonando ligeramente herido.

—Sí y se te ha pasado la novedad, —replicó Blaise, tendiéndole a Hermione el vaso de whisky de fuego—. Hasta el fondo, Granger.

Blaise empezó a repartir cartas alrededor de la mesa. Pansy deslizó fichas de juego en dirección a Hermione. Nadie parecía interesado en explicarle el juego o las reglas, aún atrapados por el ímpetu de su llegada.

—Además, llevo desde enero esperando saber cómo acaba la historia de ese muro en Alemania, —añadió Theo, chocando su propio vaso con el de Hermione.

Hermione miró las cartas y las fichas que tenía delante. La gente alrededor de la mesa solo parecía interesarse pasivamente por ellos. Se tomó su bebida de un trago e hizo todo lo que pudo para resistir el ardor que sentía en la garganta.

—No necesitamos lecciones de historia esta noche, Theo. Prefiero divertirme, —gimió Pansy.

Blaise ya había rellenado la bebida de Hermione cuando se volvió hacia Theo para pedirle una aclaración.

—¿Muro en Alemania? —preguntó—. ¿Como el muro de Berlín?

Theo dio una palmada.

—¡Sí, ese es!

Draco compartió un breve intercambio de miradas con Pansy antes de que su mirada se posara en Hermione. Escondido detrás de su diversión, y parcialmente oculto por el vaso que sostenía cerca de la boca, Hermione lo vio relajándose, relajándose de una forma que rara vez hacía. Parecía mucho más joven, discutiendo con Pansy, sorbiendo su bebida y lanzándole miradas tan descaradamente cargadas de deseo que ella tuvo que mirar intencionadamente a otra parte.

—Entonces Granger, ¿cuál es la historia del muro? —inquirió Theo mientras se acercaba a ella para empujar los pies de Blaise fuera de la mesa donde los había apoyado hacía poco. Draco miró sus cartas y arrojó una ficha de Sickle al centro de la mesa, haciendo tintinear una botella de champán.

—Oh, —empezó Hermione—. Lo derribaron.

—¿Qué? —Pansy estuvo a punto de gritar, golpeando la mesa con una mano antes de aclararse la garganta y recuperar parte de la compostura. Se retorció y metió la mano en la bolsa que colgaba del respaldo de su silla. Sacó un Galeón y se lo lanzó a Blaise.

Cogió la moneda con poco esfuerzo, aún en equilibrio sobre las dos patas de su silla. Levantó las cejas con una expresión que decía: ¿no era obvio?

—¿Qué es lo que hacemos normalmente en estos eventos? —preguntó Hermione, aún sin tener clara la naturaleza del juego de cartas—. ¿Sois los que suelen venir? ¿Y los demás de vuestra casa? ¿No estaba Millicent Bulstrode? ¿Y Daphne Greengrass? ¿Gregory Goyle? Y... —Hermione se esforzó por recordar a alguien más de su curso.

—¿Millicent Bulstrode? Merlín, había olvidado que existía. —Draco se rio.

Hermione se erizó y un recuerdo de su segundo año salió a la superficie.

—Nos peleamos y una vez me hizo una llave en la cabeza. También me convertí accidentalmente en su gata con multijugos, —dijo tiesa.

Theo escupió su whisky por toda la mesa. Pansy dejó caer su vaso, derramando el contenido de la bebida. Blaise se inclinó hacia delante, golpeando las dos patas suspendidas de su silla contra el suelo. Draco se limitó a arquear una ceja.

—Detalles, ahora, —exigió Pansy. Theo asintió e incluso Blaise parecía fascinado con la cabeza ladeada. Pansy giró—. ¿Lo sabías? —acusó a Draco a modo de pregunta.

—Multijugos, sí. Llave de cabeza, no. Pero estoy ansioso por saber, —dijo, entrecerrando los ojos hacia Hermione. Hermione respiraba agitadamente, con los ojos clavados en los de él. Era el primer momento en su memoria reciente en el que ella recordaba saber algo sobre su pasado que él no sabía. Toda su dinámica informativa cambió y, de repente, por fin, ella tenía parte del poder.

Había algo embriagador e intoxicante, más que el alcohol, en la forma en que Draco la miraba, expectante por una historia. No al revés. Era algo simple y pequeño, pero se sentía como si tuviera poder, como si volviera a ser dueña de su vida y de su mente. Le encantaba. ¿Así era la vida sin los espacios en blanco de su cabeza?

Y después de todo, no la creyeron. O, mejor dicho, no se ponían de acuerdo sobre qué parte de la historia era menos creíble.

—De ninguna manera te habrías metido en una pelea, —insistió Theo.

—¿No recuerdas cuando me abofeteó? —preguntó Draco.

—Lo que hagáis en el dormitorio es asunto vuestro, —bromeó Theo con un salaz movimiento de cejas.

Draco lanzó una ficha de Galeón a la cabeza de Theo. A pesar de la violenta respuesta, Theo sonrió. Blaise se rio desde al lado de Hermione e incluso Pansy parecía estar disfrutando a regañadientes. Hermione dio otro sorbo profundo a su bebida, haciendo contacto visual con Pansy. Hermione hizo una apuesta, solo medio segura de que lo estaba haciendo bien, ya que nadie le había explicado las reglas.

Draco y Theo seguían discutiendo, algo sobre la Copa Mundial de Quidditch 2006 y Burkina Faso. El volumen de la sala había subido, volviéndose más y más estridente con cada bebida que servía Blaise, su siempre diligente camarero. Pansy se sirvió una banderilla de aceitunas verdes del centro de la mesa. Blaise volvió a inclinarse sobre su silla.

Blaise se inclinó más cerca de ella, en precario equilibrio, haciéndole señas en voz baja y con una sonrisa cómplice.

—Prepárate.

—¿Prepararme para qué? —preguntó mientras Theo y Draco sacaban sus varitas. Ambos se habían levantado, alejándose de la mesa, dando vueltas.

—Sabes que esto no tiene sentido, ¿verdad Theo? —Draco medio rio, medio gritó—. Soy mucho mejor duelista, —añadió Draco, con cara de suficiencia y luchando contra una amplia sonrisa.

Theo se rio.

—La única persona en esta sala que sé que podría vencerme sin siquiera intentarlo es Granger. Te falta práctica, te pasas el día haciendo pociones y hace meses que no vienes.

Hermione se inclinó hacia Blaise.

—¿Esto es algo Slytherin?

Blaise dio una calada a su cigarrillo, con cuidado de exhalar el humo lejos de ella.

—No me ves posando por ahí, ¿verdad?

—Cierto.

Draco tiró los gemelos sobre la mesa y se arremangó las mangas de la camisa. Hermione no pudo evitar mirar, embelesada, dándose cuenta demasiado tarde de la trampa en la que se había metido.

—Cierra la boca, Granger. Es indigno, —ordenó Pansy desde el otro lado de la mesa.

Hermione cerró la boca de golpe.

Pansy señaló el pequeño montón de fichas que había en el centro de la mesa.

—¿Alguien sabe siquiera de quién es el turno?

—Ni idea, —dijo Blaise.

Una rápida serie de destellos y crujidos atrajo de nuevo la atención de Hermione hacia Draco y Theo, o, mejor dicho, hacia lo que quedaba de ellos. Theo yacía en el suelo con lo que parecía una quemadura de sol increíblemente dolorosa y la mano derecha de Draco sangraba por un enorme corte que iba desde el pulgar hasta la muñeca.

Y los dos se reían.

Hermione ya estaba de pie, murmurando una contramaldición a las quemaduras de Theo y luego dirigiendo su atención a Draco, que sonreía en su dirección y no parecía preocupado en lo más mínimo.

—He ganado, —le dijo con orgullo cuando ella se acercó, susurrando su mejor hechizo curativo a través del bamboleo del alcohol que había consumido. Dejó de sangrar, la carne se unió lo suficiente por el momento. Probablemente necesitaría revisar su trabajo cuando estuviera sobria. Pero por el momento, Draco la miraba con ojos oscuros y una expresión de suficiencia, aspirando todo el aire de la habitación que los rodeaba.

—¿Beber y batirse en duelo? —preguntó, dejando entrever una pizca de diversión. Eran ridículos, todos ellos.

Murmuró, ya fuera en señal de acuerdo o de aprobación. Le pasó un dedo por el antebrazo, provocando un incendio a su paso, antes de entrelazar sus dedos entre los de ella.

—Vamos a dar un paseo, —le dijo, acercándose a ella y susurrándole las palabras al oído.

—¿Por qué?

—Porque quiero estar a solas contigo.

Era una buena razón.

—¿Theo tiene un salón de baile en su casa? —preguntó Hermione a Draco, sintiéndose cálida y agradable y solo un poco confusa por su borrachera.

Un coro de risas procedente del fondo del pasillo indicaba que la fiesta entre los Slytherin había continuado sin ellos.

—Por supuesto que hay un salón de baile. Apenas podría ser una verdadera mansión sin uno, —respondió Draco, deslizando una mano alrededor de su cintura—. Baila conmigo, esposa, —le sopló en el pelo.

El latido de su corazón parecía durar toda una vida.

—¿En un salón de baile vacío y sin música? —preguntó ella, pero él ya había empezado a dirigir, una serie de pasos sin complicaciones. Pasos que ella conocía sin conocerlos. Como cuando abrazó a James por primera vez, algunas cosas parecían enhebradas en el tejido de sus músculos: reflejos, no memoria.

Casi todo sobre Draco se había convertido en reflejo, aparte de la falta de memoria.

—Esto es divertido, —admitió Hermione con sencillez, el alcohol robándole parte de su vocabulario—. Tus amigos son divertidos.

—Soy consciente, —dijo él. La sonrisa estaba implícita en algún lugar más allá de su campo de visión, que se había estrechado hasta su hombro y su pecho.

—Es diferente de cuando estamos con mis amigos, —continuó. La admisión también estaba ahí. Era más relajado y, en cierto modo, más divertido.

Draco hizo un ruido de acuerdo.

—Tus amigos me aceptan porque te quieren. Mis amigos te aceptan porque también te quieren. —Soltó una carcajada que le hizo vibrar el pecho—. Y desde luego no es así como esperaba que se desarrollaran las cosas, teniendo en cuenta la manía de los sangre pura con la que mis amigos están tan íntimamente familiarizados.

—Has cambiado, —dijo como ejemplo.

—Tú me has cambiado.

—Y ellos han cambiado.

—También los has cambiado tú.

—Parece que me estás dando mucho crédito, —dijo ella, apenas manejando sus pensamientos más allá de los pasos de su baile y el calor que le recorría los brazos y la cintura donde él la sujetaba.

—No es posible darte demasiado crédito, —dijo, serio a través del alcohol. Hermione sonrió contra su pecho, contenta.

Él se apartó, lo justo para levantar un brazo y guiarla en un rápido giro. Ella se rio, sintiendo el eco de un recuerdo que había aprendido. Cuando volvieron a estar juntos, él se inclinó, con la frente contra la suya y los ojos cerrados.

—¿Draco? —susurró, con la lengua suelta por el licor—. Creo que podríamos superar esto.

No abrió los ojos, solo emitió otro murmullo satisfecho, con un toque de canela del whisky de fuego flotando en su aliento.

—Yo también lo creo, —dijo tras una pausa, abrazándola mientras quemaban una estela por todo el salón de baile.

.

.

Nota de la traductora:

Os dejo un fanart en los comentarios.