12.
Decir que la invitación de Athena no era bienvenida sería una vil mentira. A pesar de la cantidad de trabajo que tenía, quería sacar el tiempo para tomarse una copa con ella; y no se debía solamente a su deseo de relajarse, sino también a que lo veía como una oportunidad de acercarse más a la chica, considerando el hecho de que había sido ella quien lo había sugerido. ¿Cuánto valor había tenido que reunir para pronunciar aquellas palabras?
En los dos meses que llevaba en la mansión, Athena aún no había formado lazos con nadie, tenía buen contacto con todo el mundo, pero seguía sin tener amigos. Sin embargo, tampoco se podía decir que estaba igual que al principio; a sus oídos había llegado la información de que había salido a comer con el equipo de Gai, y según Sakura, con ella ya estaba un poco más habladora.
Tsunade se prometió respetar los límites de Athena y dejarla abrirse a su propio ritmo, sin importar el tiempo que tomase. Sin embargo, también era consciente de su carácter en la oficina y de la dinámica de poder entre ellas; si había posibilidades de entablar una amistad, esperaba que Athena no se tomara sus rabietas de Hokage a título personal.
Escogieron un bar con pocos clientes, pues si algo había aprendido ya de Athena era que las muchedumbres la abrumaban. La chica podría ser todo lo reservada que quisiera, pero las emociones se mostraban en su rostro como letreros en neón. Por ejemplo, en ese preciso momento, ya sentadas en la mesa, Tsunade podía notar su ansiedad, pero, al mismo tiempo, el brillo en los ojos que denotaba interés.
—¿Vas a tomar sake? —le preguntó Tsunade con curiosidad.
Athena esbozó una pequeña sonrisa.
—No… aún me falta mucho para adquirir el sabor. Tomaré cerveza.
Ese era otro pequeño cambio: la chica sonreía con más frecuencia.
—Vaya, estamos muy valientes hoy —dijo Tsunade en tono de burla—. Y yo que pensaba que ibas a tomarte un té o, como mucho, una limonada —sonrió con picardía.
—No, no, lady Tsunade, una copa es una copa —contestó la chica con algo de diversión en la voz. Luego enrojeció y añadió—: Aunque sí debo hacerlo con moderación, ya que tiendo a embriagarme con facilidad.
Tsunade alzó una ceja. Eso llamó su atención.
—¿En serio? ¿Tienes historias embarazosas?
Athena la observó por un momento como si estuviera sopesando si decirlo o no.
—Bueno, una vez terminé durmiendo en una cuneta.
Vaya, vaya, o sea que la chiquilla sí había tenido sus andanzas.
—Tengo que escuchar esa historia. —Fingió cara de inocencia.
En ese momento apareció el cantinero y tomó la orden. Después de que se hubo marchado, Tsunade volvió a mirar a Athena, se inclinó más sobre la mesa y le preguntó con voz suave:
—¿Vas a contármela?
Vio cómo Athena tragaba saliva. ¿Así de deshonrosa era la historia? Sin embargo, la expresión de la chica no era de vergüenza, sino de algo que Tsunade no podía precisar. La miraba con tanta intensidad y ternura que Tsunade sintió un tirón en la boca del estómago.
Y, para su sorpresa, Athena volvió a sonreír.
—Por supuesto, milady.
Después de media hora escuchando a Athena relatar su historia, Tsunade estaba embelesada. Había tenido razón cuando pensó que la chica sería una buena conversadora. Tenía una cierta manera de hablar que cautivaba. La anécdota no era particularmente alegre, pero había servido para comprender un poco más el misterio de Athena. Como el hecho de que se había emborrachado con un amigo de una aldea cercana cuando su madre la había dejado.
Había algo en eso que la intrigaba.
—Athena, ¿pasabas más tiempo en la aldea vecina que en la tuya?
La chica se rascó la nuca.
—Sí, es que en mi aldea no eran muy amables conmigo, sobre todo cuando… —Se detuvo.
Tsunade la miró expectante, pero la chica no continuó.
—Athena, no voy a presionarte por detalles. Sin embargo, quiero que sepas que puedes contarme todo lo que quieras, no voy a juzgarte. ¿Está bien?
La expresión de la chica se relajó.
—Gracias, milady. Aún no estoy lista para decir algunas cosas, pero tenga la seguridad de que confío en usted.
—Lo sé, tonta. —Le dio un golpecito en la punta de la nariz—. Ahora voy a ser yo la que te deleite con alguna que otra historia de mis borracheras. ¿Estás lista?
La curiosidad y expectación en el rostro de la chica se quedaron grabadas en su mente.
Al finalizar la noche, volvieron un tanto embriagadas a la mansión. Athena la acompañó hasta su oficina, pues aún debía firmar y sellar unos documentos.
Al llegar a la puerta, Tsunade se giró para mirarla.
—Gracias por la invitación. Fue una buena manera de terminar este día de perros.
Un rubor se apoderó de las mejillas de Athena.
—M-me alegra escucharlo, lady Tsunade.
—Lo haremos de nuevo, ¿verdad? —sonrió.
—Claro, si quiero aprender a tomar licores fuertes, necesito práctica.
—Ya sabía yo que eras una chica muy disciplinada.
Ambas rieron con picardía compartida.
—Buenas noches, lady Tsunade.
—Que descanses, Athena.
Cerró la puerta y se recostó en ella. Sonrío. No recordaba la última vez que la había pasado tan bien con alguien. El puesto de Hokage tenía varias desventajas, entre ellas, la soledad. En su caso, no era precisamente un problema, ya que desde que se había marchado de la aldea, solo compartía con Shizune; sin embargo, no podía negar que era emocionante pasar tiempo con alguien además de su asistente.
Caminó hacia su escritorio para empezar con los documentos; iba a ser una de esas noches donde tendría que sacrificar unas cuantas horas de sueño, pero no lo lamentaba. Si Athena pudiera entender la agradable compañía que era, probablemente, se abriría a más personas. Ahora comprendía las palabras de Akira, la chica no sabía la gran persona que era. Ah, pero Tsunade se encargaría de que le calara en su tímido cerebro.
La puerta se abrió para descubrir la figura de Shizune.
Tsunade ya sabía el sermón que venía.
—Sí, sí, ya sé. Tengo mucho trabajo por hacer.
Shizune se puso las manos en la cintura.
—Al menos es consciente de eso.
Tsunade se encogió de hombros.
Shizune relajó la postura.
—Me encontré con Athena en el pasillo. Se veía… —hizo una pausa, como buscando las palabras— ¿feliz?
Tsunade levantó una ceja.
—Es que con ella nunca se sabe —trató de explicar su asistente—. Pero hoy se notaba como relajada, y sus ojos tenían un brillo particular.
—Ah, claro, las cervezas hicieron su trabajo.
—No, milady. —Se acarició el mentón—. Creo que tiene razón, la chica solo necesita el contacto con otros. Sería bueno que compartiera más con ella. —Levantó una mano a modo de advertencia—. Que no sea cosa de todos los días, no puede abandonar sus responsabilidades.
Tsunade parpadeó.
—Shizune, ¿me estás dando permiso de salir a beber con Athena? —Había incredibilidad en su voz, no solo porque, al parecer, debía tener el permiso de su asistente para algo tan mundano como eso, sino también por el hecho de que Shizune le estuviera sugiriendo que lo hiciera.
Shizune asintió.
—Creo que su compañía le hace bien.
Se giró para que Shizune no viera el rubor que sabía que se le estaba formando en las mejillas. ¿Qué era esa sensación? ¿Por qué de repente sentía esa timidez? Era solo la alegría de hacer feliz a la chica con su compañía, ¿verdad? Le agradaba que su lazo se estuviera fortaleciendo y, en el fondo, sabía que ya estaban formando una amistad.
Sí, el calor en su pecho era el alivio y satisfacción de que estaba haciendo algo bueno por Athena.
A partir de aquí comienza la saga «Tsunade en estado de negación».
Aviso legal: El consumo de alcohol en menores de edad es ilegal, de eso somos conscientes, tanto Tsunade como yo. Ambas hemos tomado el caso de Athena con delicadeza y, en cierta manera, comprendemos que lo haya hecho esa noche, a los 16 años. La chica no lo volvió a hacer, y ya siendo una adulta, bebe con mucha moderación.
