14.

Durante unos días, no tuvo que ir a trabajar a la oficina de la Hokage, pues esta se encontraba en reuniones constantes, recibiendo solicitudes de misiones y asignándolas. Eso le dio un respiro para calmar sus pensamientos y encontrar un equilibrio. Justo esa semana habían empezado a entrenar su resistencia, así que todo el equipo del maestro Gai se turnaba para luchar contra ella… o, en aras de la exactitud, para darle palizas.

Lee era con el que mejor le iba, pues el buen corazón del chico no le permitía ser tan rudo con una mujer. Tenten y Neji, por otro lado, no tenían la misma compasión. La idea era que aprendiera del dolor y que adquiera cierta resistencia a él. Normalmente, los golpes no pasaban de moretones, así que ni siquiera tenía que ir al hospital, pero sí podrían dejarla incapacitada por lo que quedara del día. Lo peor era que Athena no parecía ir mostrando mejoría en los enfrentamientos. No obstante, al quinto día de entrenamiento, algo extraño ocurrió.

Ahí estaba, en el suelo, casi sin fuerzas y retorciéndose del dolor, después de solo un minuto de combate contra Neji. Athena apretó la mandíbula y los puños con frustración. ¿En serio eso era todo lo que podía hacer, un par de golpes del chico byakugan y ya tenía para no levantarse de la cama durante el resto del día? ¿Qué diría lady Tsunade de su debilidad? Qué patética era, la Hokage estaba depositando su confianza en ella, solo para que no durara ni un suspiro en el combate, tal como le había pasado los días anteriores. ¿Así era como honraba a la persona que le había tendido la mano y por la que estaba empezando a sentir algo especial? No se merecía que lady Tsunade fuera tan amable con ella. ¿Cómo volvería a mirarla a la cara si fallaba en el entrenamiento para convertirse en shinobi, después de todo lo que había hecho por ella? Cómo se odiaba así misma. Ahora comprendía por qué su madre la había abandonado, ¿quién querría desperdiciar su tiempo con una perdedora como ella?

Algo comenzó a retumbar en Athena, era una sensación burbujeante en la boca del estómago. Había sentido algo similar antes, pero no con esa intensidad. Sin saber cómo, se puso de pie y volvió a encarar a Neji; sin embargo, ya no lo veía como un oponente de entrenamiento, sino como alguien a quien quería aplastar.

Se abalanzó sobre él, lanzando puños y patadas con un frenesí que nunca había experimentado. No sabía a ciencia cierta si sus golpes eran certeros, pero poco le interesaba; tenía que golpear, debía destruir. Sentía el cuerpo tenso, la visión se le estaba turbando y quería gruñir y gritar. Lanzó un puño, el chico lo esquivó y terminó dándole a un árbol; escuchó un craaac y luego un ruido fuerte y seco, pero no supo de dónde provenía; golpear a ese individuo era su único objetivo, no le importaba nada más. Al menos ya estaba forzándolo a defenderse y no solo a esquivarla. A lo lejos, escuchaba su nombre, incluso con eco. Sintió a alguien detrás de ella y, como no sabía quién era, atacó, pero esa persona era más fuerte que su contrincante anterior; sintió que el estómago le quemaba y lanzó un grito de desesperación… y después el mundo se tornó negro.

Pasos… cuchicheos… un olor penetrante a desinfectante. ¿Dónde estaba? Trató de abrir los ojos, pero la luz se lo impedía. ¿Quizás a Neji se le había ido la mano y habían terminado sus días de aprendiz de ninja y su vida en la tierra? Trató de moverse, sin embargo, un dolor agudo le recorrió el cuerpo. Bueno, quizás sí estaba viva después de todo.

—No te muevas.

Conocía ese tono tajante y mandón. Pudo abrir un ojo a medias.

—Milady…

De pronto, la habitación se volvió más oscura y al fin pudo abrir los ojos, pero al instante prefirió no haberlo hecho, pues la imagen de la Hokage, al pie de la camilla, con los brazos cruzados sobre el pecho y una mirada dura en el rostro, le dio la bienvenida. Athena estaba en serios problemas.

—Agradece que estás incapacitada, si no te daría unos buenos golpes por imprudente.

Athena realizó un chequeo de cuántas partes del cuerpo le dolían. Creía que el cabello era lo único que se salvaba. Tenía un brazo inmovilizado, y ¿quizás una pierna? Al menos esa vez no habían sido las costillas.

—¿Se puede saber qué tenías en la cabeza?

Eso la confundió. Había sido un entrenamiento y, en medio de este, su oponente había sido muy entusiasta. Tenía la boca seca, pero trató de formular palabras.

—Eh… hemos… estado entrenando —tragó saliva— así toda la semana.

—No me digas —respondió lady Tsunade con sarcasmo. Y Athena no podía entender qué había hecho mal.

—¿Neji… me golpeó mucho?

La Hokage arrugó el entrecejo.

—¿Acaso no lo recuerdas?

Athena cerró los ojos y trató de recordar. Tenía imágenes sueltas. Golpes aquí y allá. Probablemente, había perdido el conocimiento del cansancio.

Lady Tsunade suspiró, tomó algo de la mesa contigua a la camilla y se lo ofreció. Era un vaso de agua. Al ver que no podía tomarlo, le levantó la cabeza y se lo dio a beber.

—Athena, necesito que me expliques qué fue lo que ocurrió.

Cuando terminó de beber, volvió a poner la cabeza en la almohada y trató de concentrarse en lo que había pasado.

—Estaba en un combate con Neji… ya estaba prácticamente vencida. Luego volví a pararme para luchar. No sé… de ahí todo se torna un poco confuso.

Lady Tsunade la miró por un largo rato, y Athena se estaba poniendo cada vez más nerviosa.

—¿Ves ese brazo inmovilizado? Te lo fracturaste cuando golpeaste un árbol. —Se puso la mano en la barbilla—. Y lo derribaste.

Athena abrió mucho los ojos.

—¿Cómo dice?

—Tu pierna izquierda también está fracturada. Le lanzaste una patada a Gai con tanta fuerza que no tuvo más remedio que bloquearla sin restricciones. Sabes que el hombre es como hierro cuando se lo propone.

—Pero… pero yo estaba luchando contra Neji. ¿Por qué atacaría al maestro Gai?

—Eso es lo que quiero que me expliques.

Athena agarró con fuerza la sábana. ¿Qué había sucedido? Todo era muy vago. Entonces recordó la sensación burbujeante en la boca del estómago, la tensión y… ¿la ira?

—Yo… creo que… me enojé.

Lady Tsunade asintió.

—Eso fue lo que dijeron Gai y sus aprendices, que parecías estar presa de una ira tan cegadora que no escuchabas cuando te gritaban que pararas. Especialmente, después de que seguiste luchando con el brazo roto. —Se acercó más a ella—. Y atascaste a Gai como si no lo conocieras.

Athena se tapó los ojos con el antebrazo derecho. Una vez más la vergüenza la invadía. Dios, ¿qué había hecho? Esos cuatro no habían hecho más que entrenarla y apoyarla, ¿y ella les pagaba con violencia?

—¿También ataqué a Lee y Tenten? —se le quebró la voz.

Lady Tsunade le retiró el brazo de la cara con suavidad. Luego, se inclinó para poder mirarla directamente a los ojos y le puso la mano en la mejilla. Si Athena no hubiese estado tan contrariada por la situación, habría reaccionado a la cercanía de la Hokage.

—Athena… —su tono era tan amable que la hizo sentir aún más culpable.

—Ustedes han sido tan gentiles conmigo, y así es como se los retribuyo.

Lady Tsunade le acarició el pómulo.

—No atacaste a nadie más. Y no te preocupes por eso, lo importante ahora es entender por qué te comportaste así.

Una lágrima traicionera le rodó por la mejilla. Genial, otra vez llorando delante de la Hokage.

—Pero… seguro no querrán entrenar más conmigo.

—No seas tonta. Casi tuve que sacarlos de aquí a patadas para que me dejaran curarte en paz. Han venido varias veces a preguntar por ti, y quieren verte.

¿Después de lo que había hecho querían verla?

—¿E-en serio?

—Claro —sonrió—. Puede que también estén confundidos por lo sucedido, pero, Athena, ellos te tienen aprecio, y no dejarán que algo como esto cambie su opinión sobre ti.

—Pero… pero…

Athena no podía entenderlo; los errores, en su caso, siempre se habían pagado caro. La única que nunca la había castigado por ellos había sido su abuela.

Lady Tsunade le tocó la punta de la nariz.

—Eso es lo que hacen los compañeros, se apoyan unos a otros en los momentos difíciles.

¿Apoyar? ¿Compañeros? ¿Ellos la consideraban de esa manera? Pero ¿cómo? Y en ese mismo instante, pasaron por su mente las veces que Lee se había acercado a ella, con el entusiasmo de un niño con un juguete nuevo, a parlotear sobre el trabajo duro y el esfuerzo mientras incentivaba a Athena a no rendirse, igual que él, que tenía el empeño de derrotar a un genio como Neji. También los momentos en que Tenten le había compartido su cómica frustración debido a los excesos de Lee y el maestro Gai. Hasta el tajante de Neji la había apoyado a su manera, no con palabras, por supuesto, pero siempre prestándose con agrado a los entrenamientos. Y, por último, al maestro Gai, con toda su extravagancia y discursos de la flor de la juventud, siempre buscaba una forma de hacerla más fuerte.

Lloró, pero esa vez no fue de vergüenza ni de tristeza, sino de la felicidad y del alivio de saberse bienvenida y aceptada.