22

Tsunade iba caminando hacia hospital cuando las vio: Athena y Aya sentadas en un banco. La sorpresa y otra emoción que no pudo determinar la golpearon. ¿Quién iba a pensar que Athena se acercaría tan rápido a su compañera?

Esa imagen la acompañó durante todo el camino. Estaba contenta por eso, ¿verdad? Claro, esa había sido la razón por la que había puesto a entrenar a Athena con ahínco y la había apoyado para que fuera shinobi: para que hiciera amigos y se sintiera bienvenida en la aldea. Pero, entonces, ¿por qué sentía ese nudo en el estómago? ¿Acaso eran celos? Tsunade no había tenido muchos amigos en su vida y, hasta ese momento, no se había percatado de que fuera una de esas amigas «celosas».

Se pasó la mano por la cara. Definitivamente, ya le estaban entrando duro los años. Qué tonterías estaba pensando.

Cuando regresó a su oficina, Athena estaba parada en la puerta.

—Milady, ¿puedo hablar con usted? —La chica se veía preocupada.

—Sí, claro. ¿Te parece bien si lo hacemos mientras nos tomamos algo? Hace rato que no salgo de estas paredes. Y hoy vinieron esos vejestorios a molestar. —Puso los ojos en blanco.

Athena esbozó una sonrisa de complicidad. Claro que sabía de quiénes hablaba y lo que producían en ella.

—Vamos.

Diez minutos más tarde, ya se encontraban en un bar, acompañadas de sake y cerveza.

—Soy toda oídos, Athena.

La chica tomó un sorbo de cerveza.

—Milady, volvió a ocurrir —dijo en voz baja.

—¿El brillo púrpura o el arrebato de ira?

Athena tenía una expresión culpable en el rostro.

—Ambos.

Tsunade inhaló.

—¿Cómo sucedió?

—Pero antes de que se lo cuente, necesito que me prometa algo.

Tsunade entrecerró los ojos.

—No me gusta cómo suena eso.

—Entonces no se lo puedo contar.

Chiquilla impertinente. ¿Cómo se atrevía?

—Está bien —aceptó entre dientes.

—Que no van a haber repercusiones de su parte como Hokage hacia Kenji, pues esto se lo estoy contando en privado.

Tsunade lo pensó por un momento. Sí, eso parecía justo, así que asintió.

La chica le narró los sucesos de aquella tarde. Tal como Tsunade lo había imaginado, el ego de Kenji estaba bastante herido. Ojalá pudiera darle otra lección al muchachito ese.

—Luego dijo algo que me molestó mucho, así que me levanté y lo confronté; pero Aya y Kenji me estaban mirando de forma extraña. Después, Aya me hizo saber del brillo que tenía en los ojos —terminó Athena.

—¿Durante ese evento perdiste la noción del tiempo o no reconociste a tus compañeros como pasó con Neji y Gai?

—No, creo que estuve consciente en todo momento; solo me sentía muy enojada.

Bueno, al menos no había sido como aquella vez.

—¿Qué fue lo que te dijo ese mocoso para que te hiciera perder la cabeza?

Athena se mordió el labio y desvió la mirada.

—Algo acerca de mi madre.

Tsunade la estudió. La chica le estaba diciendo mentiras, pero tampoco la iba a presionar.

—Vamos a seguir atentas, entonces. He estado investigando, pero hasta ahora no he encontrado nada. Athena, sé que ahora está ocurriendo con más regularidad, pero mira que no estás perdiendo la consciencia. Trata de no preocuparte mucho por eso, ¿está bien?

La chica asintió, sin embargo, Tsunade podía notar su turbación.

Cambió de tema.

—Entonces… te estás acercando a Aya. —No sabía si lo estaba afirmando o preguntando.

Athena se rascó la cabeza.

—No sé. Yo no lo pondría de esa forma. Aunque sí debo decir que Aya y Ren se han portado bien conmigo.

—Aya es una chica muy atractiva. —Bebió un trago de sake y miró la reacción de Athena desde debajo de las pestañas.

Athena se sonrojó.

—L-lo es, sí.

Tsunade entrecerró los ojos; así que la chica le gustaba. El nudo en su estómago se apretó más. Inhaló para tratar de aflojarlo. No había razón para sentirse de esa manera, debería de estar contenta de que la chica se estuviera fijando en alguien. Tsunade podría ser una amiga «celosa», pero jamás egoísta. No, ¿a quién engañaba? Ella también era egoísta. No obstante, cuando se trataba de Athena, no podía serlo. Así que se inclinó sobre la mesa y le preguntó con voz cómplice:

—Así que te gusta, ¿eh?

Athena abrió mucho los ojos.

—N-no.

—Ja, vacilaste. Vamos, no tiene nada malo que lo admitas; como dije, es una chica bonita. —El nudo se apretó más, y contuvo la respiración mientras esperaba la confirmación.

Los ojos de Athena volvían a tener esa intensidad que ya había visto veces anteriores.

—Es cierto que es hermosa…, pero no es la que me gusta. —Cerró la boca con fuerza, como si no hubiese querido decir eso.

O sea que sí le gustaba alguien. Pero ¿quién?

—Tonta, te gusta alguien, ¿y no me lo habías contado? —dijo fingiendo indignación. Quizá un acercamiento a través de las bromas le haría soltar la lengua.

Athena enrojeció.

—B-bueno, es que no tengo posibilidades con ella, así que ni siquiera vale pena hablar de eso. —Apartó la mirada.

—No seas tan pesimista. ¿Ya le dijiste cómo te sientes?

La chica la miró.

—No.

—Entonces, ¿cómo sabes que no tienes posibilidades?

—Es heterosexual.

—Ah. —Eso sí sería un inconveniente—. ¿Quién es? —al fin preguntó sin rodeos—. ¿La conozco?

Athena parpadeó, parecía un animalito asustado, pero algo en Tsunade la empujaba a saber quién era. Por primera vez, quería presionarla por respuestas.

Estiró la mano sobre la mesa y le tomó la muñeca a la chica con suavidad.

—¿No confías en mí?

—Más que nadie en el mundo —fue la respuesta.

—Entonces, cuéntame de quién se trata.

Athena abría y cerraba la boca como un pez.

—Bueno, hagamos esto entonces: descríbemela, y así voy adivinando. ¿Qué te parece? —propuso Tsunade.

Athena se tensó, pero asintió.

Retiró la mano de la de la chica, pero permaneció inclinada hacia delante. La curiosidad la estaba matando.

—E-es… fuerte, decidida, trabaja muy duro —empezó Athena.

Tsunade arrugó el ceño. Había muchas mujeres en la aldea con esa descripción.

—A veces es arrogante y engreída, pero eso solo resalta su belleza. Pierde la paciencia y los estribos con bastante facilidad; se puede decir que es hasta agresiva.

—¿Esa chica es ninja?

Athena asintió.

—¿Te gusta Sakura? —preguntó con perplejidad.

Sakura tenía como 14 años, ¿de verdad se había fijado en alguien tan joven? Sin embargo, por la mirada de consternación en el rostro de Athena, supo que no era así.

—¡Por supuesto que no! —replicó Athena espantada—. La persona que me gusta no es una chica, es una mujer.

Ah, entonces podría ser incluso mayor que Athena. Tsunade empezó a repasar todas las kunoichis con esa descripción, pero no se le venía ningún nombre.

—La verdad, no puedo pensar en nadie —admitió.

Athena parecía aliviaba.

—Será mejor mantener el misterio. ¿Quiere más sake? Voy por otra ronda. —Cogió impulso para ponerse de pie, pero Tsunade volvió a tomarla de la muñeca.

—Ah, no, jovencita. No te me vas a escapar. —Tsunade siempre había sido respetuosa con los límites de Athena, pero esta vez no podía serlo. Necesitaba saber quién era—. Dime más detalles.

—Lady Tsunade, por favor —imploró.

—Solo por esta vez.

La chica inhaló con fuerza y volvió a sentarse.

—Está bien. Da los mejores abrazos, siempre tiene las manos cálidas.

Vaya, eso sí que era específico; aun así, no le aportaba nada sobre la identidad de la mujer, solo le brindaba información sobre su cercanía con Athena. Se detuvo ante ese pensamiento. ¿Cuántas personas abrazaban o tocaban a Athena? Nunca había visto a nadie de la aldea hacerlo, a excepción de…

—Tiene un cuerpo atlético. —La chica bajó la mirada, avergonzada.

«La mayoría de las kunoichis lo tienen… incluso yo», pensó Tsunade.

—Pero lo que más me gusta de ella —Athena hizo una pausa y alzó la mirada— es su sonrisa… Tiene la sonrisa más hermosa que haya visto.

La identidad de la mujer impactó a Tsunade como un rayo. En ese momento, al fin pudo unir todos los elementos que siempre le habían parecido extraños, pero que no había podido descifrar. Los nervios de Athena, su estremecimiento cuando Tsunade la tocaba, el comentario de Sakura en su celebración de cumpleaños, el beso que le dio Athena en la palma de la mano y la tensión que sintió después de eso y, por último…, cuando le dijo que tenía una sonrisa hermosa antes de desmayarse. Ahora reconocía la mirada intensa de la chica. Tsunade había sido la tonta más grande del planeta por no haberse dado cuenta.

Athena la miró con tristeza desde el otro lado de la mesa.

—Ahora ya lo sabe.

—Athena, es normal que sientas apego hacia mí. También que puedas confundir el agradecimiento y la admiración con otra clase de sentimientos. Soy mayor que tú y mi posición de poder…

—Por favor, no se atreva a descartar mis sentimientos de esa forma —la interrumpió la chica con un hilo en la voz—. Ahora, si me disculpa, creo que es mejor que me vaya. —Se puso de pie—. Que pase noche, lady Tsunade. —Hizo una reverencia.

—Espera... —Estiró la mano para volver a agarrar Athena, pero esta vez la chica la esquivó.

—P-por favor, no. Ya le di lo que deseaba. Ahora déjeme ir, necesito estar sola.

Tsunade asintió. Se sentía miserable. ¿Por qué la había presionado si sabía que Athena no quería decirlo? Una duda casi le perfora el cráneo: ¿Quizás en el fondo había sospechado que era ella y quería comprobarlo? Pero ¿por qué? ¿En qué momento había empezado a actuar de manera tan inconsciente? ¿Por qué tanto afán en saber si ella era la persona por la que Athena suspiraba? ¿Para romperle el corazón como había acabado de hacerlo?

Todas esas preguntas le inundaban la mente mientras caminaba hacia la mansión.