24
Athena conocía el dolor, de hecho, estaba muy familiarizada con él. Desde niña, cuando escribía en aquel diario lo miserable que sentía; pasando por la adolescencia, cuando le habían roto el corazón (su madre y su novia), y entrando a la adultez, con la muerte de su abuela. Por esa razón, siempre le había costado abrirse a las demás personas.
Lo de lady Tsunade lo vio venir desde el mismo instante en que había descubierto sus sentimientos. No solo porque era heterosexual, sino porque era la persona más importante de la aldea y la mujer más hermosa en el mundo conocido. Era obvio que Athena jamás había alimentado la fantasía de saberse correspondida; había aceptado con valentía esos sentimientos silenciosos y unilaterales.
Lo que sí no vio venir fue la crudeza con la que la Hokage había tomado sus sentimientos. Athena aún era ingenua y no tenía mucha experiencia en las relaciones, pero sabía que lo que sentía por aquella mujer no era agradecimiento ni lo que llamaban «la adoración al héroe». Si fuera así, estaría cegada a los defectos de lady Tsunade o se le habría espantado la devoción apenas hubiese visto su temperamento, vicios y hasta vulnerabilidad.
Había estado llorando por varias semanas. Casi no dormía ni comía; hasta Kenji —que se estaba comportando con más prudencia, pero que aún la despreciaba con vehemencia— la miraba con preocupación. Athena había hecho hasta lo imposible por no afectar las misiones; hasta ese día.
Los habían asignado a una mina; era duro, sí, pero Athena no era ajena al trabajo físico. Aya ya les había advertido que no se sobrepasaran de los límites, pues en esa mina había gases tóxicos. Athena no lo había hecho con intención, solo habían sido su falta de sueño y desgaste emocional. En todo caso, fue a parar a una cueva, donde inhaló una buena cantidad de gases.
Aya, que siempre era diplomática, se había enojado tanto que le había gritado mientras la examinaba: «Casi te mueres. Más te vale que arregles ese problema de amores que tienes o nos vas a causar muchos problemas». Ren había secundado los gritos de su compañera. ¿Que cómo sabían lo que le estaba ocurriendo a Athena? Pues eso era todo un misterio.
Acostada en la camilla, sopesaba las posibilidades. Quizá debía alejarse un tiempo de lady Tsunade. La tenía que ver casi todos días y debía estar cerca de ella debido a su labor en la mansión. Durante ese tiempo, habían completado muchas misiones y estaba ahorrando todo el dinero, pues lady Tsunade se había negado a que le pagara por la vivienda. Si quería darse un respiro de la presencia de aquella mujer, debía buscar otro lugar para vivir.
Sí, ese sería el siguiente paso.
Al final, los gases no resultaron ser tan agresivos o quizá era de buena madera, como diría su abuela. La enviaron a casa a descansar y hacer inhalaciones con una serie de plantas. Ahí estaba precisamente organizando el dichoso menjurje cuando escuchó que tocaron a la puerta.
Tsunade no se iba a engañar, estaba muerta de los nervios. Trató de recordar la última vez que se había sentido así. No, era mejor no pensar en eso porque también le recordaría lo vieja que era.
Escuchó los pasos de Athena al otro lado de la puerta; cuando la abrió, Tsunade tuvo que contenerse para no correr a examinarla y cerciorarse de que estuviera bien. Sí, ya le habían dicho en el hospital que no corría ningún peligro, pero la chica le preocupaba en gran manera.
—L-lady Tsunade. —Se veía muy sorprendida.
—¿Puedo pasar?
Athena abrió más la puerta y se hizo a un lado para dejarla entrar.
Tsunade nunca había estado en la habitación de Athena. No era más grande que la de aquella posada, pero tenía todo organizado y limpio. Vio las plantas sobre la mesita al lado de la cama.
—¿Vas a preparar la infusión?
—Sí, estaba a punto de dirigirme a la cocina para hervirlas.
Otra vez tuvo el impulso de acercarse y examinarla de pies a cabeza. Inhaló, no, ya le habían dicho que Athena estaba bien.
Hubo un momento de silencio. Tsunade no sabía cómo abordar el tema.
—¿Cómo vas con tus compañeros? —prefirió empezar con un tema seguro.
La chica se pasó la mano por la nuca, un gesto que Tsunade le conocía a la perfección: nerviosismo.
—Bien. La dinámica ha mejorado un poco.
Tsunade asintió.
—Tomará su tiempo. Jiraiya y yo nos peleábamos mucho al principio —sonrió con un poco de nostalgia.
Sin embargo, la chica no sonrió ni habló, solo ladeó la cabeza hacia un lado. Eso aumentó los nervios de Tsunade.
Carraspeó.
—Athena —dio un paso adelante—, lo siento mucho. Yo… no debí haber dicho eso. —La chica parecía impasible, pero Tsunade pudo notar que le estaban brillando los ojos. Dio otro paso—. Ese día te presioné a contarme algo y no medí las consecuencias. Y fuera de eso, subestimé tus sentimientos. —Otro paso. Ahora podía ver que el brillo en los ojos de Athena eran lágrimas—. Perdóname, por favor. —Y ya no pudo soportarlo más, la estrechó entre sus brazos.
Tsunade suspiró. Había estado alejada emocionalmente de esa chica durante algunas semanas, pero le había parecido una eternidad.
Athena estaba temblando; no le estaba devolviendo el abrazo, pero sí tenía la cabeza apoyada en su hombro. Tsunade le acarició la espalda en círculos para tranquilizarla.
—¿Y qué hago con esto que siento? —murmuró la chica contra su hombro.
Tsunade no tenía una respuesta para eso. Si los sentimientos de Athena eran así de profundos, ¿una amistad entre ellas le causaría más dolor?
Dio un paso atrás, acunó el rostro de Athena y le limpió las lágrimas.
—No lo sé —admitió—. No puedo corresponder a tus sentimientos pero créeme cuando te digo que eres supremamente importante para mí. Y si quieres continuar con esta amistad, me harás muy feliz.
—¿Y no le importa que la vea de otra manera? —le preguntó la chica con incertidumbre.
—No. Mientras las cosas estén claras entre las dos, no hay nada de que preocuparse. Además —sonrió—, ya sé que soy irresistible.
Athena soltó una carcajada y se escurrió de entre sus manos.
—Ay, no sabe cómo me gusta cuando dice esas cosas. —Abrió mucho los ojos al darse cuenta de lo que había dicho.
A Tsunade, por otro lado, esas palabras la calentaron. ¿Quién iba a creer que su lado engreído podría resultarle atractivo a alguien? Si tan solo esa chica fuera hombre y con más años… quizá… Su mente patinó. ¿Qué? Pero si ella nunca se había interesado por nadie más después de Dan. ¿Qué rayos estaba pensando?
—M-me disculpo, milady. Eso fue inapropiado.
La voz de Athena la trajo de vuelta del abismo de sus pensamientos.
—No te preocupes. Sé que esto puede resultar confuso. —Debía admitir que también lo estaba siendo para ella. ¿O de dónde estaban saliendo esos pensamientos tan irracionales?
—No sabe cómo la he extrañado —susurró Athena—. Nos veíamos casi todos los días, pero no podía mirarla ni hablarle…
—Yo también te extrañé. —Los escritorios y las ventanas habían sido víctimas de eso.
—No quiero hacer las cosas incómodas entre nosotras, pero tampoco me siento capaz de romper el vínculo con usted. Creo que necesito tiempo para calmar mis emociones y procesar el rechazo.
Tsunade se sorprendió por la franqueza y madurez con la que Athena estaba hablando.
—Por supuesto —ofreció—. Tómate todo el tiempo que necesites. Yo voy a estar aquí.
—Y… para empezar, será mejor que me mude de los cuarteles de la mansión.
¿Qué? ¡No! ¿Cómo se iba a ir?
—Milady —continuó Athena—, no sabe cuánto le agradezco todo lo que ha hecho por mí. Haberme abierto las puertas de su casa fue la muestra más pura de confianza. Sin embargo, creo que va siendo hora de dejar de abusar de su buen corazón y emprender el camino por mi cuenta.
Tsunade lo comprendía, por supuesto, pero tampoco podía negar el sabor amargo que le dejaba esa noticia.
—Aquí siempre vas a hallar un lugar cuando lo necesites —sonrió.
—Lo sé, milady.
—Ven a buscarme cuando te sientas preparada, ¿está bien?
La chica asintió.
Algo impulsó a Tsunade hacia delante y plantarle un beso en la mejilla a Athena. Sin embargo, cuando retrocedió, su mirada se dirigió a los labios de la chica y una pregunta fugaz resonó en su mente: «¿Qué se sentirá besarla?». Ese pensamiento la asustó tanto que casi se tropieza cuando brincó hacia atrás.
Athena, que había tenido una expresión perpleja por el beso, ahora la miraba con preocupación.
—¿Se encuentra bien, milady?
—Sí, sí. Claro. Que descanses —susurró antes de salir casi corriendo de la habitación.
Cuando llegó a la oficina, soltó el aire que llevaba reteniendo desde que había salido del cuarto de Athena. ¿Qué había sido ese pensamiento? ¿Desde cuándo se preguntaba qué se sentiría besar a una persona, en especial, a una mujer? Una cosa más que sumar a toda la maraña de confusión.
