30
Athena no sabía si sentirse aliviada o preocupada por el hecho de que lady Tsunade no se hubiera vuelto a enamorar. Por un lado, no había competencia; por el otro, no tenía posibilidades de que se fijara en ella (tampoco era como si las tuviera, de todos modos). No iba a negar que sentía una pequeña punzada de envidia del señor Dan —el hombre había sido afortunado de tener el amor de aquella mujer—, pero tenía un profundo respeto y simpatía por el vínculo que la Hokage había compartido con él, el cual había perdurado incluso después de la muerte.
Tales cavilaciones la acompañaban mientras estaba en la tienda comprando unos ingredientes para doña Hana. La anciana se había emocionado y estresado a partes iguales con la noticia de la visita de la Hokage. Le había pedido que le ayudara a limpiar la casa y que le trajera lo necesario para un banquete. Athena aún estaba sorprendida por toda la energía y vitalidad que había desplegado.
Al volver a casa, le ayudó a preparar la cena. En realidad, debería haber sido Athena la encargada de todo eso, pues, técnicamente, la visita era para ella, pero doña Hana se había tomado el papel de anfitriona con mucha seriedad; era su casa, después de todo.
A las seis de la tarde, llamaron a la puerta. Athena respiró hondo y fue a abrir. Era imposible pedirle a su mente y cuerpo que detuvieran esa sensación de anticipación. Hacía todo lo posible por que no se le notaran sus sentimientos, pero nunca había tenido lo que llamaban una «cara de póker». Estaba muy agradecida con lady Tsunade por comprenderla y permitirle estar cerca de ella, aun cuando a veces sus emociones la traicionaban y los filtros dejaban pasar una que otra palabra.
Abrió la puerta.
—Milady —saludó e inclinó la cabeza.
—Hola, Athena —respondió lady Tsunade con una gran sonrisa.
Sintió que se le aflojaban las rodillas. ¿Alguna vez iba a dejar de sentir eso cuando lady Tsunade le sonreía? Sin querer, sus ojos se deslizaron a los labios de la Hokage y se quedaron allí.
Una voz a su espalda la sacó de su embelesamiento.
—Muchacha, no seas grosera, deja pasar a la Hokage. —Doña Hana digirió su atención a lady Tsunade e hizo una reverencia—. Le pido disculpas, lady Hokage. Estos muchachos de hoy en día no tienen modales.
Athena abrió la puerta de par en par y se hizo a un lado.
—No se preocupe, Hana. Más tarde le daré un buen tirón de orejas a esta chica —dijo lady Tsunade mientras entraba. Luego le guiñó un ojo a Athena.
¿El aire era tan necesario? Si las rodillas de gelatina no eran suficientes, a sus pulmones se les estaba olvidando cómo respirar. Pero ¿qué le estaba ocurriendo? Sí, era cierto que tenía ciertas reacciones a la cercanía de la Hokage, pero esa tarde la estaban golpeando con más fuerza.
No supo que había estado totalmente sumergida en sus pensamientos hasta que regresó al momento y notó que lady Tsunade ya estaba sentada en el sofá y doña Hana la estaba llamando desde la cocina.
Fue a ayudarle a preparar el té y luego lo trajo a la mesita en el centro de la sala.
Lady Tsunade le dirigió una mirada curiosa.
—¿Estás bien? Te noto un poco distraída.
Athena esbozó una sonrisa apretada...
—Sí, señora. Quizá solo sea el cansancio. Ayer el maestro Gai me hizo sudar...
—No, no —intervino doña Hana—, nada de hablar de misiones ni entrenamientos. La Hokage vino a relajarse, no a que le diéramos más problemas.
Athena le regaló una sonrisa de disculpa.
—P-por supuesto.
Doña Hana y lady Tsunade se embarcaron en una larga conversación sobre la aldea, el Tercer Hokage, las generaciones futuras, etc. Athena no tenía mucho que aportar, así que solo se sentó allí a beber té y observar a lady Tsunade. La mujer siempre era enérgica para hablar; incluso fuera de la oficina, irradiaba esa energía de fuerza y liderazgo, pero también era amable y atenta, como lo estaba siendo en ese momento con doña Hana.
Contempló la forma en que la Hokage tomaba la taza de té y se la llevaba a los labios. Cada movimiento era una mezcla de gracia y poder. Lady Tsunade podía ser brusca y hasta en ocasiones agresiva, pero eso no le restaba feminidad ni sensualidad. Athena se encontró hipnotizada por esos pequeños gestos, la manera en que sus labios rozaban el borde de la taza, cómo sus dedos envolvían la porcelana con una delicadeza inesperada.
Su mirada bajó al cuello largo y esbelto de lady Tsunade, y recordó la vez que había inhalado su aroma y había pasado los labios por aquella piel suave. Sus ojos descendieron más, deteniéndose en las clavículas expuestas. Se preguntó cómo sería recorrer con los dedos esas líneas definidas, sentir la textura de su piel bajo sus yemas.
Su corazón comenzó a latir con fuerza cuando su mirada bajó más hacia el sur y se detuvo en el escote pronunciado. Era una parte de la anatomía de la Hokage que siempre había evitado mirar directamente, por más llamativa que fuera. Se lamió los labios inconscientemente. ¿Qué reacción provocaría en lady Tsunade si besara...?
Se atragantó con el té. ¿Qué demonios estaba pensando?
Doña Hana y lady Tsunade le dirigieron una mirada inquisitiva.
—¿Athena?
—Lo-lo siento... —trató de decir—. Iré... por agua a la cocina.
Cosa que no tenía sentido, pues se había ahogado con té, pero necesitaba salir de la habitación, tenía que tomar las riendas de aquellos pensamientos tan inconvenientes.
El deseo en ella era poco común. Necesitaba tiempo para llegar a sentirlo y, definitivamente, le era imposible experimentarlo por un recién conocido. Requería una conexión emocional para que floreciera. Era algo extraño, porque, por ejemplo, había gustado de la maestra de la escuela de artes marciales; sin embargo, nunca había fantaseado con estar íntimamente con ella. Su primer amor Jun había sido su amiga antes de ser su amante, y con Airi todo había fluido de manera natural desde su primer encuentro.
Se recostó en la encimera de la cocina. Sí, no cabía duda de lo que estaba sintiendo. La idea de tocar de esa manera a lady Tsunade le calentaba el vientre. Cerró los ojos y trató de serenarse. ¿Por qué no había pensado en eso antes? Estaba claro que su cuerpo reaccionaba a las manos de la Hokage; el día que la había examinado en el hospital había experimentado ciertas sensaciones, pero no se había detenido en ellas. Quizás sus sentimientos se habían intensificado.
Una mano familiar se deslizó por su antebrazo. ¿Por qué tenía que haber venido precisamente ella?
—Estoy bien, milady —dijo sin abrir los ojos; lo menos que deseaba era reflejar en ellos sus pensamientos poco decentes.
—¿Estás segura? —le preguntó ella con suavidad, pero luego agregó con más firmeza—: Mírame, Athena.
Tragó saliva y abrió los ojos. Lady Tsunade la estaba mirando con tanta preocupación y ternura que su nerviosismo solo aumentó. La suave caricia en su brazo le enviaba escalofríos por todo el cuerpo. No pudo hablar, solo se quedó ahí, pasmada, contemplando el bello rostro de la Hokage. Cada línea de sus facciones se veía perfecta.
Por tercera vez esa noche, sus ojos se posaron en los labios de lady Tsunade y, al ver que esta se los lamía, el impulso de inclinarse y capturarlos en un beso la golpeó con una fuerza arrolladora. ¿Qué sabor tendrían?
—¿Athena? —pronunció lady Tsunade casi sin aliento y le apretó el brazo.
Fue entonces cuando Athena cayó en cuenta de que lo más probable era que sus pensamientos estuvieran mostrándosele en el rostro como carteles.
—¿Todo bien aquí?
La voz de doña Hana las sobresaltó.
—Sí —respondió lady Tsunade con una pequeña sonrisa. Aunque parecía un poco forzada.
—Sirvamos la cena, entonces. ¿Me ayudas, Athena? Siéntese, por favor, lady Hokage. En un momento estaremos con usted.
Prepararon la mesa y se sentaron a cenar. Athena evadía la mirada de lady Tsunade, pues la vergüenza no le permitía encararla. Qué tonta y desconsiderada había sido; por supuesto que la había hecho sentir incómoda.
—Hana, esto no es solo una visita social —empezó lady Tsunade una vez terminaron la cena—. A mis oídos llegó cierta información de su condición física, y vine a examinarla.
Doña Hana le lanzó una mirada de indignación a Athena. Era obvio que descubriría que había sido ella.
Athena agachó la cabeza, apenada.
—No se enoje con ella —continuó lady Tsunade—. Solo está preocupada por usted.
—Lady Hokage, me encuentro perfectamente bien. No hay motivo para que la Quinta se moleste con este costal de huesos.
—Permítame diferir. Además, Hana, no se lo estoy preguntando. Lléveme a un lugar donde se sienta cómoda para que pueda examinarla.
Athena levantó la cabeza ante el tono autoritario de la Hokage. Vio cómo doña Hana se ponía de pie en silencio y señalaba su habitación.
Estuvieron allí cerca de media hora. Athena limpió la mesa y lavó los platos. Ya se estaba empezando a impacientar cuando escuchó que la puerta del cuarto se abría.
Lady Tsunade se le acercó.
—¿Me vas a mostrar tu apartamento?
—Por supuesto, milady.
Lady Tsunade se giró para hablarle a doña Hana, que estaba parada en la puerta de la habitación.
—Ahora vuelvo a despedirme.
Subieron al segundo piso en silencio. El aire se sentía un poco denso. ¿Lady Tsunade tenía malas noticias sobre doña Hana o era por lo ocurrido en la cocina?
Athena abrió la puerta y le dio un pequeño tour. La verdad no había mucho que mostrar, pero el apartamento era cómodo y tenía todo lo que necesitaba.
—Muy acogedor.
Athena ignoró el comentario y le preguntó sin rodeos:
—¿Me va a decir qué es lo que pasa? —Y agregó—: ¿Por favor?
Lady Tsunade la miró con seriedad.
—Hana me dio permiso de contarte sobre su condición, así que ya no está tan enojada contigo. —Caminó hacia la ventana, dándole la espalda—. Está enferma del corazón. Debo realizarle una cirugía, pero será riesgosa. —Se giró para mirarla—. Sin embargo, si resulta exitosa, recuperará mucho la vitalidad.
Athena guardó silencio por un momento. No sabía si eran malas o buenas noticias. Se podía hacer algo por ella, pero bajo un gran riesgo. ¿Y si también la perdía a ella?
Lady Tsunade caminó de vuelta hacia ella y le posó la mano en la mejilla.
—Sé que le tienes cariño. Solo has estado aquí un par de meses, pero se está convirtiendo en alguien importante para ti. No te preocupes, haré todo lo posible por curarla.
¿Cómo era posible que siempre supiera lo que pensaba y sentía? ¿Cómo era que siempre podía reconfortarla? Pero además de saber qué decir, lady Tsunade también era el mejor ninja médico del mundo, doña Hana no estaría en mejores manos.
—Confío en usted, milady.
Tsunade se despidió de Hana, advirtiéndole que fuera a todas las consultas antes de la cirugía. Era un mandato de la Hokage.
Athena, como la chica caballerosa que era y aunque fuera totalmente innecesario, la acompañó hasta la mansión. Esa noche había estado un poco extraña, algo distraída. Además —Tsunade se ruborizó al recordarlo—, estaba segura de que iba a besarla en la cocina. La chica siempre la miraba con cariño y hasta devoción, pero algo había cambiado esa noche.
Tsunade se había quedado muda ante el deseo reflejado en sus ojos. Y no iba a mentir, si la chica se hubiese inclinado, no estaba segura de si hubiese tenido la fuerza de voluntad para rechazarla. Dios sabía lo mucho que quería besarla y resolver de una vez por todas la confusión que acarreaba. Porque sí, era consciente de que sentía algo, pero ¿y si solo se debía a una crisis de la mediana edad?
—Milady —dijo Athena cuando llegaron a la mansión. Habían estado calladas durante todo el camino—, creo que hoy la hice sentir incómoda, ¿no es así?
Tsunade la observó. ¿Qué debía decirle? No, no había sido para nada incómodo.
—¿Qué estabas pensando? ¿Qué querías hacer? —le preguntó con curiosidad.
La chica tragó saliva y bajó la mirada al suelo.
—No creo que deba responder a eso.
Tsunade la tomó suavemente del mentón para que la mirara.
—¿Qué estabas pensando? —repitió—. No te preocupes por estar cruzando una línea, pues soy yo quien te lo está preguntando.
Los ojos de Athena se oscurecieron.
—Quería... besarla.
—¿Y antes no lo habías querido? —Tsunade debería detenerse. Esas preguntas eran peligrosas.
Athena se pasó la mano por el cabello.
—Es que antes no le había dado cabida a ese pensamiento. Y hoy me golpeó con fuerza. Discúlpeme, lady Tsunade —dijo con un hilo de arrepentimiento en la voz.
—No pasa nada, Athena. Ojalá todos mis admiradores fueran tan respetuosos como tú.
—Le agradezco por ser tan comprensiva conmigo. Para mí es un milagro que no se sienta acosada o algo parecido.
Tsunade entrecerró los ojos.
—No digas tonterías —dijo con tono contundente—. No tengo motivos para sentirme así. —Y ante la mirada asustada de la chica, agregó con más suavidad—: No hay manera de que me hagas sentir incómoda.
La expresión de Athena cambió a una de perplejidad. Ay, al parecer, había dicho más de lo necesario, pero no soportaba que la chica se despreciara de esa manera.
Se acercó más a Athena, la tomó de la mano y la llevó a la entrada de la mansión. Echó un vistazo a los pasillos y, como no vio a nadie cerca, la haló hacia un rincón.
—No puedo besarte, pero sí abrazarte. Ven aquí. —Tsunade abrió los brazos.
Athena la miró embelesada y dio una paso adelante para rodearle la cintura.
Tsunade inhaló profundamente; durante esos meses, ese aroma se le había vuelto familiar y reconfortante. Una de sus manos se deslizó por el cabello de Athena. Siempre había encontrado hermosos los rizos de la chica; ahora, al acariciarlos, descubría cuán increíblemente suaves eran. Las yemas de sus dedos rozaron la nuca de Athena, lo que le arrancó un suspiro entrecortado a la chica.
—Puedes tocarme, Athena —le susurró, su voz apenas un murmullo.
La chica tembló y, en ese instante, Tsunade se percató de cómo habían sonado esas palabras. Sintió que le ardían las mejillas. Sin embargo, las manos vacilantes de Athena empezaron a subir y a bajar por sus costados, y luego pasaron a su espalda. Tenían un efecto calmante, con un toque de sensualidad. No estaban haciendo nada malo, ¿verdad? Las amigas también podían ser cariñosas de esa manera. Una voz en el fondo de su mente le gritó que no era así, pero la ignoró.
Muy a lo lejos, escuchó los pasos de alguien y se tensó. Athena se alejó de inmediato y puso una distancia prudente entre ambas. Luego se aclaró la garganta.
—Milady, le agradezco mucho por haber atendido a doña Hana. —Miraba a todas lados menos a ella. Además, tenía las mejillas color carmesí.
Tsunade inhaló y adoptó su expresión de Hokage.
—No hay nada que agradecer, estaré pendiente de ella.
Athena hizo una reverencia.
—Que descanse, lady Tsunade.
Tsunade asintió.
—Tú también.
Siguió con la mirada a la chica mientras salía de la mansión. No, las amigas no sentían eso cuando se abrazaban.
